martes, 10 de mayo de 2016

15 de mayo del 2016: Domingo de Pentecostés



Ese viento que sopla todavía

Pentecostés marca el final de la Pascua; los discípulos reciben plenamente el Espíritu Santo y se disponen a anunciar a Cristo a todas las naciones.




Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-23):

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Palabra del Señor



A guisa de introducción:

Cuando Dios respira en nosotros

Será a causa de la polución, que se nos determinan días para respirar, días sin carro?
Será a causa de los casos de asma cada vez más frecuentes?
Será a causa de la vida estresante de nuestros días?
Es culpa del consumismo que nos aprieta y nos da la impresión de que nos falta el oxigeno?
Yo no lo sé.
Pero cierto el caso es que siempre estamos en búsqueda de un segundo aire, de otros vientos, de otro horizonte. Crisis del aire, ciertamente, pero sobre todo crisis de respiración, crisis de la vida espiritual.

La Fiesta de Pentecostés es precisamente la fiesta de la respiración, del aliento, del Espíritu. El Señor Resucitado nos hace un don, su soplo viene sobre nosotros, en nosotros. Ese hálito, ese espíritu planeaba ya sobre la creación entera y he aquí que él entra en nosotros para vivir más plenamente.

Se puede también decir que Dios respira en nosotros. Y nosotros también respiramos en Dios. Entramos en otro espacio, en otro horizonte. El universo se expande y nos conduce a las riberas de Dios.

El soplo o aliento de vida no está en otra parte, en los Alpes, las Rocosas o el Tíbet. Él está en lo más íntimo de sí, de nosotros mismos, mismo en el fondo de la ciudad sobrepoblada, cuando uno se abre a la Resurrección de Cristo y cuando se deja al Espíritu hacerse cargo de nuestro aliento, nuestra respiración. Como lo canta si bien la liturgia:

“Ven Espíritu Santo, penetra el corazón de tus fieles”



Aproximación psicológica al texto del Evangelio:

Permanecer siendo el mismo

Cada uno de nosotros sabemos cuán difícil es darse completamente, sea a una causa o a otra persona, y al mismo tiempo continuar siendo el mismo, continuar perteneciéndose.

Es difícil comprometerse a fondo en la vida comunitaria, y al mismo tiempo, ir

seriamente al encuentro de sí mismo en el silencio y la soledad. Es difícil de “ser miembros los unos de los otros” (Romanos 12,5), como nos lo demanda Pablo, y al mismo tiempo conservar una libertad profunda en relación a las personas que hay a nuestro alrededor (el mismo Pablo pregunta: “¿por qué ha de ser juzgada mi libertad por la conciencia ajena?” (1 Corintios 10,29).

Para decirlo en dos palabras: es difícil permanecer siendo el mismo cuando uno decide (de) abrirse completamente. Jesús ha ido lejos en esta experiencia. El permaneció siendo el mismo compartiendo todo con sus apóstoles (“todo lo que he aprendido de mi Padre, se los he dado conocer” – Juan 15,15).  Él estuvo siempre presente y disponible para los apóstoles yendo hasta su experiencia definitiva de intimidad con el Padre (“…después de haber despedido la multitud, Él se retira a la montaña para orar. Llegada la noche, se encontraba allí solo”- Mateo 14,23). Y al mismo tiempo Él permanecía disponible para entrar en relación de intimidad con aquellos que encontraba en su camino.

Este fenómeno de disponibilidad para sí mismo y para los otros nos acerca al misterio de Pentecostés, porque es dándonos a nosotros mismos, tomando conciencia de quién somos, de nuestras posibilidades y potencias que al mismo tiempo el Espíritu nos hace capaces de APERTURA…Mas este fenómeno también nos aproxima al misterio de la TRINIDAD, porque es por el Espíritu que el Padre y el Hijo son pura autonomía, al mismo tiempo que son total apertura, y el Espíritu actuaría en los hombres como él actúa en la Trinidad.

Y es porque el “Espíritu está sobre Él” (Lucas 4,18) que Jesús es capaz de conciliar tanto libertad como compromiso. Además de manifestarse por los dones y carismas, el Espíritu actúa en el interior del hombre y esta acción está centrada en su liberación progresiva, en su lento crecimiento en y por el amor.

En la Fiesta del Padre, no hará más profetas, ni convocadores, ni predicadores, ni sanadores. No habrá nada más que personas para quienes la libertad y el amor estarán al fin reconciliados, personas que podrán amar sin perder su libertad ni dominar al otro.

En la Trinidad esto permanece (dura por) siempre. Para nosotros esto ha comenzado con el Espíritu.



Reflexión Central

Impulsados por el Espíritu

Cuando el niño nace, durante algunos segundos, los padres o la madre esperan el aliento, el aire que va inflar su pecho y le permitirá respirar. Si él deja entrar este aire o aliento dentro de sí, esto querrá decir que está vivo. Su peregrinación terrestre comienza. Pero si, por el contrario, su cuerpo rechaza este aliento, el bebé muere. No hay campo para las medias tintas. Se vive o no se vive.
Respirar, estar vivo, qué maravilla! Qué promesa!

Nos hemos dado cuenta recientemente luego del terremoto en Ecuador y que dejó como estadística más de 600 muertos. Bastaba con ver los socorristas mendigar el menor aliento o soplo de vida, de verlos llenos de alegría ante el descubrimiento de sobrevivientes.

Esto puede ayudarnos a comprender esta gran fiesta de Pentecostés, que ha dado nacimiento a la Iglesia. Una de las fiestas más importantes de nuestra fe, ya que, sin este soplo divino, este soplo del Espíritu Santo, ni ustedes ni yo, estaríamos aquí meditando el evangelio.

Pentecostés es la fiesta del amor fecundo de Dios. No solamente este amor se ha hecho visible en Jesús hace dos mil años, sino que continúa dándose a toda la humanidad. Él es nuestra respiración…infinita presencia en lo más íntimo de nosotros mismos. Para tener conciencia de ello, es necesario inspirarlo en un profundo silencio de adoración. Y dejarnos guiar, puesto que es Él quien distribuye dones y carismas, quien abre las puertas del cenáculo y quien guía nuestros pasos sobre los caminos de la evangelización del mundo.

La Iglesia acoge este soplo de Dios. Ella acoge este fuego de Dios. Ella hace del brasero de su amor su templo. Ella permanece, y espera, para que, de todos los horizontes, los pueblos puedan venir a abrigarse y calentarse. Sobre el rostro de la Iglesia resplandece el amor infinito de Dios.

Hoy, cuando hay más de 2400 traducciones de la Biblia, uno no puede menos que alegrarse de leer: “ellos estaban desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. (Hechos 2,6).

Cuántas veces, como misionero, participando en una gran iglesia en Bélgica, o en una rustica capilla en Africa, en Estados Unidos, Canadá, y otras partes, yo me he sentido tocado al escuchar la palabra proclamada en una u otra de las lenguas locales. Cada vez, se me invitaba y daba la oportunidad de dar gracias por el recorrido de la Palabra a través una larga fila de testigos, todos llenos del Espíritu Santo. Esa fila de discípulos misioneros que se habían levantado para actualizar Pentecostés y proclamar el Evangelio de Aquel que vive por siempre. Ellos habían transportado la Palabra como un alimento esencial en la vida de los pueblos, como un fuego capaz de calentar todas sus diversidades y conducirlos hacia la unidad.

“Impulsados (empujados) por este Espíritu, nos dice San Pablo, clamamos hacia el Padre, llamándolo “Abba!” (cfr. Romanos 8,15).

Empujados por este Espíritu, la Iglesia continúa yendo al encuentro del mundo para servir “los hijos de Dios” (cfr. Romanos 8,16).

Su Defensor, el Espíritu Santo no es ni conquistador ni invasor, Él es AMOR. Un amor que impulsa nuestra propia FE hacia afuera.



REFLEXION (2)

EL OBJETIVO, LA META DE LA VIDA ES LA ADQUISICIÓN DEL ESPÍRITU SANTO

¿Por qué hay accidentes de carretera debido al exceso de velocidad?
¿Por qué algunos escalan el Annapurna I, corriendo el riesgo de sufrir amputaciones de pies y manos?
¿Por qué se aspira ir a Marte algún día?
¿Por qué algunos se drogan?...
Porque el ser humano es un ser excesivo, él lleva dentro de sí un deseo de absoluto, una sed de infinito. No siempre el hombre es consciente de esto, pero él siempre sufre, está atormentado por el deseo de Dios. Él quiere anestesiar este deseo, él va desviarlo, pero no podrá nunca apagarlo.

Ha habido alguien que lo ha comprendido perfectamente y decía en sustancia: “El hombre no puede vivir sin la embriaguez (la borrachera). Para sobrellevar (soportar) el peso de la vida, le hará falta aquella del licor y de los narcóticos o aquella del Espíritu Santo…” Es el autor de “Las flores del mal”, el poeta francés Charles Baudelaire. Él estaba así de acuerdo (quizás sin saberlo) con un gran santo de la Iglesia Ortodoxa, el equivalente a nuestro católico Santo Cura de Ars, Juan María Vianey y que se llama San Serafín de Sarov, y quien resumía todo diciendo: “El objetivo de la vida cristiana, es la adquisición del Espíritu Santo”.  Es lo mejor que tenemos para hacer, es para lo que hemos sido hechos, dejarnos invadir por el Espíritu Santo.

Sin el Espíritu, Jesús es simplemente un personaje histórico, que vivió en el pasado -aunque sea un pasado reciente- y que pertenece irremediablemente a ese pasado; que nos dejó, ciertamente, un magnífico ejemplo de vida y un esplendoroso mensaje doctrinal; pero, nada más. Con el Espíritu, en cambio, Jesucristo está infinitamente vivo y presente y es la persona más actual del universo, contemporáneo de todos los hombres: Más íntimo a nosotros que nosotros mismos. 

Sin el Espíritu Santo, el Evangelio es un libro y, en definitiva, letra muerta. Con el Espíritu, el Evangelio es una Persona viva y vivificante, cuya palabra es fuerza y poder de vida, que todo lo ilumina, que da sentido a todo y que es capaz de transformar por dentro al hombre y la sociedad entera. Con el Espíritu, el Evangelio es perenne actualidad.

Sin el Espíritu, la Iglesia no pasa de ser una simple organiza­ción, similar a otras muchas organizaciones e institucio­nes humanas existentes en el mundo de los hombres. Una institución con fines culturales, humanitarios y, sobre todo, religiosos. Pero, nada más. Sin embargo, con el Espíritu Santo, la Iglesia es, en todo el rigor de la palabra, un misterio: la realización histórica y social del plan salvador de Dios sobre la humanidad, sacramento de Cristo, presencia visible del Cristo invisible, nueva corporeidad del Verbo Encarnado, instrumento del mismo Espíritu en la salvación de los hombres. Con el Espíritu, la Iglesia es una Comunión de vida con Dios en Jesucristo, que se hace comunión de vida con los hombres. Con el Espíritu, Iglesia significa y es comunión trinitaria: La participación familiar de la vida familiar de Dios-Trinidad. (Y, en vigorosa analogía, algo muy parecido habría que decir de una Congregación religiosa. En todo caso, podemos preguntarnos: ¿Que predomina en ella, la dimensión carismática o la dimensión institucional? Porque, en rigor de verdad, no se trata de 'oponer', sino de 'integrar' dimensiones que son esenciales, pero que no tienen el mismo valor y la misma importancia).

Sin el Espíritu de Jesús, la autoridad es poder y dominio. ¿No se la ha entendido, muchas veces, así en la Iglesia, en abierto contraste con el mismo Evangelio? ¿No la definían precisa­mente los juristas como potestad dominativa? El poder y el domino son un atentado con la persona humana, porque oprimen y esclavizan, creando dependencia y servilismo. Sin el Espíritu, la autoridad se convierte en autoritarismo o en permisividad. En cambio, con el Espíritu Santo, la autoridad es diaconía, servicio humilde de amor a los hermanos y, por lo mismo, un auténtico servicio de liberación, que garantiza y promueve la verdadera libertad de los hijos de Dios.

Sin el Espíritu, la misión se queda en simple propaganda, en anuncio publicitario, aunque se trate del anuncio de unas verdades trascendentales para el hombre. Sin el Espíritu, el 'apostolado' es actividad humana, benéfica o asistencial -y, a veces, mero activismo-; pero deja de ser verdadero apostolado y, por consi­guiente, acción realmente salvadora. Con el Espíritu Santo, en cambio, la misión es una mística, porque es una acción del mismo Espíritu a través de nosotros, y ser convierte en un nuevo Pentecostés.

Sin el Espíritu Santo, el culto es una serie de ritos y de ceremonias y la liturgia es una representación vacía de contenido y de vida, una simple evocación o un recuerdo de acontecimientos que pertenecen al pasado. Con el Espíritu, el culto es vida y la liturgia es recuerdo vivo y actualización real de todo el misterio de Cristo: Encarnación-vida-pasión- muerte-resurrección. Gracias al Espíritu Santo, la liturgia es una acción personal de Cristo, que revive y actualiza, con nosotros y para nosotros, todo su misterio.

Sin el Espíritu, la vida 'cristiana' deja de ser verdaderamente cristiana, porque ya no es una vida en Cristo y desde Cristo; y deja de ser también verdaderamente espiritual, porque no es una vida en el Espíritu y desde el Espíritu. Y la moral se hace una 'moral de esclavos'. Sin embargo, con el Espíritu Santo, la vida es de verdad cristiana y espiritual, tomados estos adjetivos en su sentido más riguroso y profundo: Porque Cristo y el Espíritu son de verdad los auténticos protagonistas de esta vida, y el hombre -la persona humana, varón o mujer- se deja guiar, 'vivir' y vivificar por Ellos, alcanzando, de este modo, la más alta cumbre de la humanización y de la divinización.
(Patriarca Atenágoras)

Este breve análisis pudiera servirnos un poco de test, para saber medir, de alguna manera, hasta qué punto somos de verdad cristianos y espirituales, en el sentido fuerte de estas palabras. Y, sobre todo, como prospectiva, es decir, como mirada hacia adelante: hacia lo que tenemos que ser y hacia lo que tenemos que vivir, prescindiendo de si, hasta aquí, lo hemos vivido o no (cf Flp 3, 14).




ORACIÓN-MEDITACIÓN

Espíritu Santo, soplo de vida eterna,
hazme nacer al amor trinitario.
Hazme crecer en este amor
para que mis ojos se abran a la belleza,
a las maravillas que Dios despliega en cada aurora.
Haz que mis oídos escuchen la Palabra de Aquel que vive por siempre
Y la retengan como lo que es, el bien más precioso entre todos.
Haz que mi corazón reciba los mandamientos
como una invitación a amar amplia y profundamente,
como un niño confiado, que clama al Padre diciendo: “!Abba!”
Espíritu Santo, fuego saliente del amor trinitario,
ven para quemar en nosotros todo lo que no es tuyo.
Transforma cada persona bautizada en discípulo misionero,
en testigo de Jesucristo, Único Salvador del mundo.
Ven Espíritu de comunión y de caridad,
abre para tu Iglesia caminos inéditos de evangelización.
Condúcela hacia todos los lugares donde tus hijos sufren y te buscan.

Espíritu Santo, nuestro Defensor y nuestra esperanza,
conságranos, renuévanos,
y envíanos…a escribir con nuestras vidas, el destino del mundo.
Amén!



REFERENCIAS:


http://ciudadredonda.org (para el texto del evangelio)

Pequeño misal “Prions en Église”, reflexión de André Beauchamp, Novalis, Quebec, 2010.


HÉTU, Jean-Luc. Les Options de Jésus. 

martes, 3 de mayo de 2016

8 de mayo del 2016: La Ascensión del Señor (C)



¿Es ahora?

La Ascensión del Señor es el complemento de la Resurrección, la subida de Cristo hacia el Padre. Ella anuncia también el don del Espíritu y comienza el tiempo de la Iglesia.
Hoy, centramos nuestra atención en la Ascensión del Señor, su subida al cielo que nos confirma en nuestra responsabilidad de testigos. Este domingo es igualmente la fiesta de las madres y es el día mundial de los medios de comunicación social. Como vemos, hay tantos motivos para dar gracias al Señor y así religarnos a su amor que no desfallece.




Conclusión del santo evangelio según san Lucas (24,46-53):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.» 
Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.
Palabra del Señor


A guisa de introducción :
 
¡Mejorar el presente, para un futuro mejor!

1.     Como ciudadanos del mundo, gozamos de todas las posibilidades para
ser o estar mejores, ya se trate de las inversiones económicas, los desarrollos sociales, culturales, humanos y políticos. Estamos sobre la tierra para realzar nuestra condición material, técnica y humana.
Al progresar, se favorece el crecimiento de la persona; el vínculo no es automático, pero se espera que el ser humano va a progresar y que el Reino de Dios va a dar también un paso adelante.

2.     El Reino de Dios se construye en la tierra como en el cielo. Se nos cuenta
que Jesús “subió al cielo”. ¿De cuál cielo se habla? ¿Es el cielo de los satélites de comunicación? ¿Es el espacio visitado por los astronautas?
El cielo de Jesús no parece ser como estos de los cuales se nos habla; y así entonces, no es sorprendente que un ser humano no encuentra al Resucitado en sus viajes espaciales. Uno podrá escudriñar, examinar hasta el fondo el universo y uno no acabará más que conociendo el mundo material; no se encontrará uno a Dios cara a cara, porque el mundo no es Dios, en cuanto tal, a pesar de que se diga que Dios está en todas partes.
Para encontrar a Dios, es necesario pinchar el mundo (como a un globo o una bomba inflada de plástico), mirar más allá de las apariencias, con los ojos de la fe. Y entonces se le encuentra por todo lado, en una pequeña hierba, así como no importa en cuál planeta; Dios es la causa de la existencia de todo y su presencia está en el corazón de la persona humana, que puede maravillarse y creer en Él.
Un día alguien le preguntaba a una mujer de 30 años: “¿cuál es su objetivo en la vida? “y respondió: “las flores” …y entonces ese alguien le replicó: “Eso no es un objetivo, eso es un medio”. En efecto, la planta, las flores, no son más que un bello espejo de Dios.

¡Algunas parejas jóvenes decían un día que ellas no querían poner (meterle) demasiada religión en su vida para no ser tan negligentes con sus asuntos u ocupaciones personales! ¿Qué se puede pensar, decir de lo que ellos dicen?

3.     Creer en la tierra y creer en el cielo…
¿Por qué no?
Uno está más cerca de la tierra cuando cree en sus capacidades humanas.
Uno está más cerca de Dios, ¡cuando se cree más en los milagros que cuando no se cree lo suficiente en ellos!
La fiesta de la Ascensión, es el final del camino de Jesús, es decir allí donde las cosas terminan su recorrido. Este final del camino, es el mismo para Jesús y para los cristianos. Jesús llega a la cima, a la alta gama del ser humano, a la realización total de la condición humana.




Aproximación psicológica al texto del evangelio:

Una puerta abierta al misterio

Alguien ha dicho: “El Espíritu, es la presencia de Jesús cuando Jesús está ausente”.


Pero antes de él, alguien había dicho algo aproximado a esto: “Jesús es la presencia del Padre cuando el Padre quiere hacerse presente” “(“Quien me ha visto a mí ha visto al Padre”—Juan 14,9).
El Espíritu es Jesús, pero Jesús es el Padre…Y por tanto cada uno de los 3 es bien distinto. Porque Él es distinto al Padre, a Jesús a veces se le dificulta ajustarse al proyecto del Padre (Lucas 22,42). Porque Él es distinto al Espíritu, Jesús habla de éste como “Otro” (Juan 14,16) que será enviado a la vez por el Padre (Juan 14,26) y por Jesús mismo (Juan 16,26).

Tres personas distintas, y que por lo tanto comparten la misma vida: “El Espíritu recibirá de lo que es mío y Él se los comunicará. Todo lo que posee mi Padre es mío” (Juan 16,14-15)

El acontecimiento-evento de la Ascensión es una puerta abierta al misterio de la Trinidad. Si esto es así, entonces la Ascensión es el descubrimiento por los discípulos de la ausencia de Jesús, pero es una ausencia que no se reduce a un vacío.

La experiencia que los apóstoles harán del Espíritu, es la experiencia de aquellos que se orientan hacia Jesús y lo hacen presente, al igual que Jesús encaminaba hacia el Padre y lo hacía presente. 

Uno podría hacer un acercamiento entre este misterio y el destino de Juan Bautista.

Es necesario que Jesús crezca y que Juan disminuya (Juan 3,30). Es necesario que Jesús “se vaya” (Juan 16,7) y que el Espíritu sea comunicado.

Con la partida de Juan, hay una página que se cambia, que se pasa, porque con Jesús es la era del Reino que comienza (Mateo 11,11). De forma semejante ocurre con la partida de Jesús, así la era del Espíritu comienza: “antes de la muerte de Jesús no había Espíritu, porque Jesús no había sido todavía glorificado” (Juan 7,39).

El evento que sirve de frontera entre el universo de Juan Bautista y el universo de Jesús, es el bautismo de Jesús. El evento que sirve de frontera entre el universo de Jesús y el universo del Espíritu, es el Bautismo del Espíritu en Pentecostés.

Este acercamiento o aproximación, nos saca a la luz una diferencia muy significativa. Juan Bautista viene para ayudar a descubrir Jesús. Pero Jesús no viene para ayudar a hacer descubrir el Espíritu, es el Espíritu que viene ayudar a hacer descubrir a Jesús. Jesús el Señor queda en el centro. Es El quien permanece siendo el camino (Juan 17,5), y el Espíritu trabaja al interior, en lo profundo, para hacer que se reconozca al Señor Jesús, al igual o semejante como Juan Bautista que trabajaba fuera.

La Ascensión desemboca en el misterio de la Trinidad, pero en el tiempo de los hombres y en su memoria, es Jesús hecho Señor quien permanece en el Centro.



Reflexión Central

Mirar hacia arriba y trabajar juntos

Después de haber escuchado un alpinista que nos compartía su experiencia de vida, yo he comprendido que hay dos prerrequisitos para evitar el vértigo: primero que todo mirar hacia la cima que es el objetivo a alcanzar y enseguida saber confiar en las personas con quienes uno hace equipo.

La Ascensión nos enseña la misma cosa. Siempre mirar a Dios quien nos invita a hacer de nuestras vidas, subidas continuas hacia la cima y saber que esto sólo es posible a condición de hacer prueba de solidaridad con nuestros hermanos y hermanas cristianos.

Un día, un obispo visita una iglesia en construcción. Él aprovecha para saludar los obreros, preguntándoles al mismo tiempo, en qué parte o lugar de la edificación, cada uno trabaja. Un primer obrero le explica “yo soy plomero y yo instalo los tubos para las salas de baño en el sótano”. Otro le dice: “yo soy carpintero y yo trabajo en el acabado de los muros del altar de la iglesia. Y otro todavía le dice: “yo soy electricista y yo me ocupo de la instalación del sistema de iluminación en la sacristía”.

Cada describía su trabajo…Finalmente un obrero le dijo: “yo, trabajo en la edificación de la iglesia. Yo no tengo ninguna profesión en particular, pero yo facilito el trabajo de cada uno, haciendo las diferentes compras y encargos para cada persona. Si al carpintero le faltan clavos, yo voy a buscarlos. Si al electricista le falta cableado, yo lo encuentro…Así nadie pierde su tiempo.”

He aquí el desafío de todas las personas bautizadas: edificar la Iglesia. Trabajar con la asamblea del pueblo de Dios en el respeto de nuestros talentos para hacer fructificar todas las riquezas de nuestro bautismo.

(Todos los obreros podrían decir): “Yo sé que edifico una iglesia. Me siento orgulloso. Y yo pongo todo lo mejor de mis talentos, cualidades y conocimientos. Yo aprovecho para hacer de mi trabajo una oración.”

Estemos alegres, felices, de creer en Jesús Resucitado. Es por nuestro dinamismo y por nuestra alegría comunitaria como las gentes alrededor nuestro responderán a los diferentes llamados que Dios siembra en ellos. Como una madre entre su familia, convirtámonos en despertadores de la belleza de Dios, en Iglesia.


Pensamientos:

-         Celebramos hoy el triunfo de Cristo que entra en la Gloria del Padre. Antes de entrar en su gloria, Cristo ha trabajado, se ha dado totalmente, sin contar, en el servicio a Dios su Padre y a los hombres sus hermanos. Nadie puede ser su discípulo si se niega a cargar la cruz de la entrega total, de la paciencia, la cruz del amor.

(Charles Brèthes)

-         Acordémonos que Dios está siempre presente, mismo cuando aparentemente está más ausente. Él actúa en lo invisible. Él siembra la alegría en nuestras tristezas y hace fructificar nuestros sufrimientos”.

(Jules Beaulac)

++++


La última alegría fue quedarte marchándote.

Tu subida a los cielos fue ganancia, no pérdida;

fue bajar a la entraña, no evadirte.

Al perderte en las nubes

te vas sin alejarte,

asciendes y te quedas,

subes para llevarnos,

señalas un camino,

abres un surco.

Tu ascensión a los cielos es la última prueba

de que estamos salvados,

de que estás en nosotros por siempre y para siempre.

Desde aquel día la tierra

no es un sepulcro hueco, sino un horno encendido;

no una casa vacía, sino un corro de manos;

no una larga nostalgia, sino un amor creciente.

Te quedaste en el pan, en los hermanos, en el gozo, en la risa,

en todo corazón que ama y espera,

en estas vidas nuestras que cada día ascienden a tu lado.

José Luis Martín Descalzo en "Razones para la alegría"



OBJETIVO VIDA DE LA SEMANA:

No nos quedemos estáticos mirando al cielo, todos entristecidos por la partida de Jesús. Por el contrario, seamos presencia para las personas que encontremos a lo largo de esta semana. ¿Acaso, no hemos recibido de Jesús Resucitado la responsabilidad de ser su mirada, su palabra, sus manos, su corazón?


ORACIÓN-MEDITACIÓN

Señor, nosotros no te hemos conocido durante tu vida terrestre,
pero el testimonio de los primeros discípulos
ha llegado hasta nosotros a través del tiempo y las edades.
Nosotros creemos en tu presencia permanente en medio de nosotros.
Tu estas aquí, siempre y en todas partes,
gracias a los innumerables testigos,
que hoy todavía, revelan tu vida en el centro de su cotidianidad.

Tu presencia se manifiesta
en los gestos de amistad, de compartir y de perdón
que se propagan en las comunidades.
En las personas que hacen prueba de compasión,
que aportan alivio y esperanza
a las personas tristes, enfermas o rechazadas (marginadas).
Tú estás vivo en nuestros amores,
en la paciencia de uno,
en la ternura del otro.
En la inocencia y la espontaneidad de los más pequeños,
en las caricias y las palabras de amor.
Tú eres el sostén de tu Iglesia en sus crisis y sus tempestades.
Tu bendición permanece siempre sobre ella
y la fortalece en su misión
de propagar el mensaje de amor del Padre
por todas las personas.

Y como no negarlo Señor,
sucede que nuestro corazón se arruga, tiembla
y no sabemos cómo superar nuestras decepciones,
nuestras inquietudes, nuestras debilidades.
Ten Piedad de nosotros, Señor,
cuando nos confiamos solo en nuestras propias fuerzas
en lugar de apoyarnos en la “fuerza venida de lo alto”
que nos habita después de nuestro BAUTISMO.

En esta Eucaristía,
nos hacemos conscientes del lazo que nos une a Ti,
y que VIVE por siempre.
Abre nuestros labios, nuestros brazos y nuestros corazones
para que lleguemos a ser los testigos de tu misteriosa,
pero segura, reconfortante y EFECTIVA PRESENCIA…




Otras reflexiones sobre este mismo evangelio en mi antiguo blog:






REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS:



HÉTU, Jean. Les Options de Jésus.
Réflexions (extraites de « De dimanche en dimanche » année C , de Gilles Baril, 2012)

 


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