Santo del día:
San Antonio María Zaccaria
1502-1539.
Médico en Cremona, se ordenó sacerdote, creyendo que era más urgente cuidar de
las almas que de los cuerpos.
En 1530, fundó la Congregación
de los Clérigos Regulares de San Pablo, también llamados "Barnabitas"
por estar vinculados a la Iglesia de San Bernabé en Milán.
Todos invitados a la fiesta
(Mateo 9, 14-17) ¿Ayunar o no ayunar? ¿Es esa realmente la pregunta que se plantea aquí? ¿No será más bien la cuestión entre lo viejo y lo nuevo? Lo que está en juego es la novedad que inaugura Jesús, una novedad que deja todo lo demás en segundo plano. Él no ha venido a remendar lo antiguo, sino a renovar. Es una invitación a vestir de nuevo la mirada y el corazón, y a no despreciar —en nombre de lo que siempre se ha hecho— la fiesta a la que todos y todas están invitados.
Colette Hamza, xavière
Primera lectura
Jacob
suplantó a su hermano y le quitó su bendición
Lectura del libro del Génesis.
CUANDO Isaac se hizo viejo y perdió la vista, llamó a su hijo mayor:
«Hijo mío».
Le contestó:
«Aquí estoy».
Él le dijo:
«Mira, yo soy viejo y no sé cuándo moriré. Toma tus aparejos, arco y aljaba, y
sal al campo a buscarme caza; después me preparas un guiso sabroso, como a mí
me gusta, y me lo traes para que lo coma; pues quiero darte mi bendición antes
de morir».
Rebeca escuchó la conversación de Isaac con Esaú, su hijo.
Salió Esaú al campo a cazar para su padre.
Rebeca tomó un traje de su hijo mayor Esaú, el mejor que tenía en casa, y
vistió con él a Jacob, su hijo menor. Con la piel de los cabritos le cubrió los
brazos y la parte lisa del cuello.
Y puso en manos de su hijo Jacob el guiso sabroso que había preparado y el pan.
Él entró en la habitación de su padre y dijo:
«Padre».
Respondió Isaac:
«Aquí estoy; ¿quién eres, hijo mío?».
Contestó Jacob a su padre:
«Soy Esaú, tu primogénito; he hecho lo que me mandaste. Incorpórate, siéntate y
come de mi caza; después podrás bendecirme».
Isaac dijo a su hijo:
«¿Cómo la has podido encontrar tan pronto, hijo mío?».
Él respondió:
«El Señor tu Dios me la puso al alcance».
Isaac dijo a Jacob:
«Acércate que te palpe, hijo mío, a ver si eres tú mi hijo Esaú o no».
Se acercó Jacob a su padre Isaac, que lo palpó y le dijo:
«La voz es de Jacob, pero los brazos son de Esaú».
Y no lo reconoció porque sus brazos estaban peludos como los de su hermano Esaú.
Así que le bendijo.
Pero insistió:
«¿Eres tú realmente mi hijo Esaú?».
Respondió Jacob:
«Yo soy».
Isaac dijo:
«Sírveme, hijo mío, que coma yo de tu caza; después te bendeciré».
Se la sirvió y él comió. Le trajo vino y bebió. Entonces le dijo su padre Isaac:
«Acércate y bésame, hijo mío».
Se acercó y lo besó. Y, al oler el aroma del traje, le bendijo con estas
palabras:
«El aroma de mi hijo
es como el aroma de un campo
que bendijo el Señor.
Que Dios te conceda el rocío del cielo,
la fertilidad de la tierra,
abundancia de trigo y de vino.
Que te sirvan los pueblos,
y se postren ante ti las naciones.
Sé señor de tus hermanos,
que ellos se postren ante ti.
Maldito quien te maldiga,
bendito quien te bendiga».
Palabra de Dios.
Salmo
R. Alaben al
Señor porque es bueno.
O bien
R. Aleluya.
V. Alaben
el nombre del Señor,
alábenlo, siervos del Señor,
que están en la casa del Señor,
en los atrios de la casa de nuestro Dios. R.
V. Alaben
al Señor porque es bueno,
tañan para su nombre, que es amable.
Porque el Señor se escogió a Jacob,
a Israel en posesión suya. R.
V. Yo sé que
el Señor es grande,
nuestro Dios más que todos los dioses.
El Señor todo lo que quiere lo hace:
en el cielo y en la tierra,
en los mares y en los océanos. R.
Aclamación
V. Mis
ovejas escuchan mi voz-dice el Señor-, y yo las conozco, y ellas me siguen. R.
Evangelio
¿Es que
pueden guardar luto mientras el esposo está con ellos?
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, los discípulos de Juan se acercan a Jesús, preguntándole:
«¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos
no ayunan?».
Jesús les dijo:
«¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con
ellos?
Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán.
Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza
tira del manto y deja un roto peor.
Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos; porque revientan los odres: se
derrama el vino y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos
y así las dos cosas se conservan».
Palabra del Señor.
1
- Génesis
27, 1-5.15-29: Jacob
suplanta a Esaú con la ayuda de su madre Rebeca para obtener la bendición
de Isaac.
- Salmo
134 (135): "Alaben
al Señor, porque Él es bueno".
- Mateo
9, 14-17: Jesús
responde sobre el ayuno: “¿Acaso pueden estar tristes los amigos del
esposo mientras el esposo está con ellos?”
“Dios escribe recto en renglones
torcidos”
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Hoy la liturgia de la Palabra nos invita a mirar
con asombro, pero también con fe, los misteriosos caminos de Dios. Caminos que,
como decía san Pablo, muchas veces nos desconciertan: “¡Qué insondables son sus
designios y qué incomprensibles sus caminos!” (Rom 11,33). El relato del libro
del Génesis que hemos escuchado nos presenta una escena cargada de tensión,
manipulación y engaño. Y sin embargo, en medio de esa maraña humana, Dios
actúa. Porque Él no necesita de escenarios perfectos para realizar su voluntad,
sino de corazones dispuestos, incluso heridos, frágiles, contradictorios.
1. Una escena desconcertante: el
engaño de Rebeca y Jacob
El pasaje del Génesis que escuchamos hoy ha sido
causa de perplejidad para muchos lectores, como lo fue para mí también cuando
era niño —y tal vez para ustedes. ¿Cómo entender que Rebeca y Jacob actúen con
tal astucia, incluso malicia, para obtener una bendición a escondidas y a costa
del primogénito Esaú? ¿No es esto una injusticia, un abuso de confianza hacia
un padre anciano y ciego? ¿No va en contra del mandamiento de honrar a padre y
madre?
Y sin embargo, Dios se vale de esta escena turbia
para poner en marcha su plan de salvación. Porque Jacob, a pesar de sus
artimañas, será el elegido, el portador de la bendición, el que dará origen a
las doce tribus de Israel, el pueblo elegido. No es que Dios aplauda el pecado
o justifique la mentira. Pero sí es cierto que Él es capaz de sacar bien
incluso del mal, como lo dirá José tiempo después: “Vosotros pensasteis hacerme
mal, pero Dios lo cambió en bien” (Gn 50,20).
Este relato nos recuerda que la historia de la
salvación no está tejida por héroes perfectos, sino por hombres y mujeres
marcados por la debilidad, pero abiertos a la gracia. Rebeca y Jacob no son
modelos de virtud en este episodio, pero sí forman parte del linaje del Mesías.
¿No es esto un motivo de esperanza para nosotros?
2. La bendición que transforma el
destino
Jacob recibe de su padre una bendición que cambiará
su vida: fecundidad, poder, autoridad, tierra prometida. Esa bendición no es
solo un deseo humano, sino una palabra eficaz, un acto profético que orienta la
historia. Isaac, aunque engañado, ha pronunciado una palabra que permanece.
En nuestra vida, también nosotros anhelamos la
bendición. Vivimos sedientos de ella: deseamos ser aprobados, valorados,
amados. La bendición de Dios no es una fórmula mágica, sino una certeza de que
Él está con nosotros, que su gracia nos sostiene, que nuestro camino tiene
sentido.
En este año jubilar, la Iglesia entera se ha puesto
en marcha como Peregrina de la Esperanza. Y esa esperanza se alimenta
justamente de la bendición de Dios, que nos ha elegido, no por nuestros
méritos, sino por amor gratuito. ¡Qué hermoso es recordar que somos hijos
bendecidos! Aunque tengamos un pasado marcado por errores, Dios no retira su
promesa. Él nos llama, nos unge, nos convierte en testigos de su fidelidad.
3. Jesús y la novedad del Reino
El Evangelio de hoy, tomado de san Mateo, nos
presenta otra escena en apariencia contradictoria. Los discípulos de Juan se
acercan a Jesús con una inquietud: “¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos,
y tus discípulos no?” La respuesta del Señor nos lleva al corazón de su
mensaje: Él no ha venido a remendar un viejo vestido con un pedazo nuevo, ni a
echar vino nuevo en odres viejos. ¡Él es la novedad misma!
Cristo no rechaza el ayuno, pero sí cuestiona la
rigidez, la tristeza, el ritualismo vacío. Él propone una espiritualidad de
alegría, de presencia, de transformación interior. Donde Él está, hay vida
nueva. Y esa vida no puede encerrarse en esquemas caducos. La fe no es un museo
de cosas pasadas, sino un manantial que brota en el presente y renueva el
corazón.
En otras palabras: Jesús es el vino nuevo que
desborda nuestros odres viejos. Y si no renovamos nuestro corazón, corremos el
riesgo de perder el vino y romper el odre. Por eso, hoy es un día para suplicar
al Espíritu Santo: “Señor, hazme un odre nuevo; renuévame por dentro; cambia mi
tristeza en gozo, mi rutina en pasión por Ti.”
4. Un camino de conversión y
coherencia
Queridos hermanos: la Palabra de hoy nos impulsa a
no quedarnos solo con la apariencia o el juicio inmediato. Dios puede actuar en
medio del pecado, pero eso no nos exime de buscar siempre la verdad, la
rectitud, la coherencia. Como bien rezaba el comentario: que María, Madre de
Gracia y de Misericordia, nos ayude a vivir de forma leal, sincera y coherente.
El camino cristiano no consiste en fingir santidad
ni en lograrlo todo con nuestras fuerzas. Consiste en dejarnos transformar por
la gracia, en acoger la bendición con humildad, y en caminar cada día con un
corazón nuevo.
5. María, Mujer nueva, Madre del
Vino nuevo
Y al final de esta meditación, nos volvemos hacia
María, la Madre del Vino nuevo, la Virgen de la escucha y de la disponibilidad.
Ella nunca actuó con astucia ni con doblez, sino con fe plena. Ella supo decir
“sí” a lo nuevo, cuando el ángel Gabriel le anunció lo imposible. Que ella nos
enseñe a acoger con alegría la novedad de Cristo, a vivir no como quienes se
aferran a lo viejo, sino como discípulos que dejan que Dios los haga nuevos
cada día.
Conclusión
Queridos hermanos, que este sábado sea un tiempo de
bendición. Que, como Jacob, reconozcamos que a veces nuestra historia tiene
sombras, pero que la luz de Dios es más fuerte. Que, como los discípulos,
vivamos la alegría de tener al Esposo en medio de nosotros. Y que, como María,
nos abramos con confianza a lo nuevo que Dios quiere hacer en nuestra vida.
Amén.
2
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Nos encontramos en este sábado, día mariano por
excelencia, a los pies del Señor, con el corazón dispuesto a acoger su Palabra
y a ser transformados por ella. En el marco del Año Jubilar —este tiempo de
gracia y renovación que el Papa nos ha regalado bajo el lema “Peregrinos de la
Esperanza”—, la liturgia de hoy nos impulsa a abrirnos a lo nuevo que Dios
quiere hacer en nosotros, sin temor, sin aferrarnos a esquemas caducos, sin
vivir de nostalgias espirituales.
1. La trama de la bendición y el peso de lo viejo
(Gén 27, 1-29)
La primera lectura nos narra un episodio inquietante del libro del Génesis:
Jacob, instigado por su madre Rebeca, engaña a su padre ciego para obtener la
bendición que correspondía a su hermano Esaú. A primera vista, este relato
parece turbio, lleno de artimañas y trampas familiares. Sin embargo, más allá
de los métodos discutibles, lo que se revela aquí es el poder irrevocable de la
bendición: una vez pronunciada, no se retira. Dios, en su misteriosa pedagogía,
logra sacar adelante su plan incluso a través de situaciones humanas
contradictorias.
Y así es como Jacob, el más débil, el segundo, el
pequeño, el menos esperado, se convierte en el heredero de la promesa. La
lógica de Dios no se ajusta a la del mundo. Él escoge lo débil para confundir
lo fuerte. Este pasaje resuena con las palabras del Magníficat que cada sábado
elevamos con María: “Derribó del trono a los poderosos y exaltó a los humildes”.
2. Jesús y el vino nuevo (Mt 9, 14-17)
En el Evangelio, los discípulos de Juan le preguntan a Jesús por qué sus
seguidores no ayunan. Pero el Señor responde desplazando la pregunta: no se
trata de ayunar o no, sino de comprender que ha llegado algo radicalmente
nuevo. Su presencia entre los hombres no admite medias tintas ni remiendos
sobre lo antiguo. Es el Esposo que inaugura las bodas del Reino. Con Él
comienza una fiesta que no puede ser interrumpida por lamentos ni por la
rigidez de antiguas normas sin espíritu.
El ayuno —como toda práctica espiritual— tiene
sentido si está al servicio del amor, no si se convierte en camisa de fuerza o
en motivo de juicio. Jesús no desecha la práctica del ayuno, pero le da un
sentido nuevo, integrado a la dinámica del Reino. Por eso utiliza dos imágenes
poderosas: nadie remienda un vestido viejo con un trozo de tela nueva, ni se
pone vino nuevo en odres viejos. Lo nuevo necesita recipientes nuevos. El
Evangelio no puede ser encerrado en formas antiguas sin romperlo o
desvirtuarlo.
3. María, nueva arca de la alianza, mujer del vino
nuevo
Hoy es sábado, día dedicado a la Virgen María. Ella es modelo perfecto de odre
nuevo que supo acoger el vino nuevo del Evangelio. En su seno virginal se gestó
la novedad absoluta de la Encarnación. Ella no puso resistencias, no preguntó
por las costumbres del ayer ni por lo que "siempre se había hecho".
Su “hágase en mí según tu palabra” fue una apertura radical al plan de Dios.
María no representa una religiosidad vieja ni
nostálgica. Ella canta un Dios que hace cosas nuevas, que derriba y levanta,
que sacia a los hambrientos y confunde a los soberbios. En ella se anticipa la
Iglesia llamada a vivir con corazón renovado, sin apegos al legalismo, sin
temor a la novedad que viene del Espíritu.
4. Año Jubilar: Fiesta de esperanza para todos
En este Año Jubilar somos llamados a vestirnos de esperanza, a renovar nuestros
odres, nuestras estructuras interiores y comunitarias, y a no temer la novedad
que Dios quiere obrar. Jesús nos invita a una fiesta. Pero a veces nosotros
seguimos instalados en el lamento, en la sospecha, en la comparación con lo que
“era mejor antes”. La fiesta del Reino no está reservada a unos pocos. Todos
estamos invitados: los justos y los pecadores, los primeros y los últimos, los
fuertes y los heridos.
La renovación que Dios quiere obrar no es
cosmética, sino estructural: quiere transformar nuestras miradas, nuestros
hábitos, nuestras actitudes. No se trata solo de cambiar actividades o métodos,
sino de dejarnos tocar por la novedad del Evangelio en lo más profundo.
Conclusión: mirar con ojos nuevos, vivir con
corazón nuevo
Hoy, como María, queremos decir sí al vino nuevo de Jesús. Queremos dejar atrás
nuestras seguridades estériles, nuestras rutinas vacías y abrirnos a lo
inesperado del Espíritu. Que la Virgen nos enseñe a guardar en el corazón lo
que no comprendemos del todo, y a fiarnos de la fidelidad del Padre que, como
con Jacob, escribe recto en renglones torcidos.
Que esta Eucaristía sea un anticipo de esa gran fiesta
a la que todos estamos invitados. Y que en este Año Jubilar, nuestras
comunidades se renueven como odres nuevos, llenos de esperanza, disponibles a
la misión, y rebosantes del gozo del Evangelio.
Amén.
5 de julio: San Antonio María Zaccaria,
Presbítero —
Memoria opcional
1502–1539
Patrono de los médicos
Canonizado por el Papa
León XIII el 27 de mayo de 1897
Cita:
Ángel en forma humana,
Hombre angélico,
Fundador de los Clérigos Regulares de San Pablo,
de las Hermanas Angélicas
y de otras asociaciones piadosas.
Destructor de los vicios,
Guardián de la castidad,
Restaurador del culto a Dios.
Obrero perfecto por la salvación de las almas,
Predicador de la Palabra de Dios,
Fiel discípulo de San Pablo,
Incansable trabajador en la viña del Señor,
Enemigo constante del mundo, de la carne y de la maldad,
Vencedor de los demonios.
Imagen perfecta de la ardiente caridad del Espíritu Santo.
Hoy ciudadano del cielo.
La ciudad de Cremona, regocijada y orgullosa de la gloria de sus hijos,
llena de admiración por su ciudadano que ahora se une a los ángeles,
erige este monumento como signo de gratitud eterna por su vida santa y obras
heroicas.
~ Inscripción en una columna en Cremona dedicada a San Antonio
Reflexión:
Tras completar
sus estudios elementales en Cremona, su madre lo envió a Pavía para estudiar
filosofía y luego a Padua para estudiar medicina. A los veintidós años, obtuvo
el doctorado en medicina y regresó a Cremona, donde ejerció como médico
dedicando mucho tiempo a los necesitados. Como médico, el doctor Antonio descubrió
que podía atender tanto las necesidades físicas como espirituales de los
enfermos, especialmente de los moribundos. En sus visitas, los animaba a orar,
a recibir los sacramentos y a abandonar el pecado. Además, reunía a niños
pobres para enseñarles catecismo. Su influencia fue creciendo y personas de la
nobleza también lo buscaban para formar a sus hijos. Pronto comenzó a predicar
como laico en la iglesia local, atrayendo a ricos y pobres, jóvenes y ancianos.
No pasó mucho
tiempo antes de que comprendiera que la salvación de las almas era más
importante que la sanación corporal. Por ello, dejó su profesión médica y se
dedicó más plenamente a la oración para discernir la voluntad de Dios. A
instancias de su director espiritual, estudió teología y fue ordenado sacerdote
en 1528, a los 26 años. Durante su primera Misa ocurrió un milagro: en el
momento de la consagración, fue envuelto en luz hasta consumir la Sagrada
Eucaristía. La noticia del prodigio se propagó y muchos comenzaron a verlo como
un santo.
Como
sacerdote, el padre Antonio siguió atendiendo las necesidades espirituales de
la gente de Cremona. En ese tiempo, la moral se encontraba en grave decadencia,
la pobreza aumentaba, las guerras eran constantes y la asistencia a la iglesia
disminuía. Al norte, la Reforma protestante estaba en auge. En medio de este
contexto, Antonio catequizaba, predicaba y llamaba a la conversión. Su
elocuencia y santidad evidente atraían multitudes. El indiferentismo se había
convertido en la "religión" dominante, pero en el padre Antonio
muchos hallaban respuesta a su vacío interior: escuchaban sus sermones, se
confesaban, asistían a Misa y buscaban su consejo.
Después de dos
años de misión en Cremona, la providencia lo condujo a Milán, una ciudad
próspera pero corrompida moralmente, entonces bajo dominio español. Allí,
Antonio replicó su labor: predicar, catequizar, visitar enfermos y
encarcelados, y ayudar a los pobres. La decadencia moral era tan grave que
entendió que debía ir más allá. Tras mucha oración ante la cruz, se sintió
inspirado a fundar una comunidad religiosa orientada a la salvación de las
almas. Se unió a Bartolomé Ferrari y Antonio Morigia, quienes acogieron su
visión. Así nació la congregación de los Clérigos Regulares de San Pablo,
dedicada a la vida sencilla, la oración y la predicación, siguiendo el ejemplo
de San Pablo. Esta comunidad más tarde fue conocida como los Barnabitas, por el apóstol
Bernabé, compañero de San Pablo.
Los Barnabitas
vivían de manera radical el Evangelio de Cristo crucificado: pobreza,
mortificación, obras de caridad y predicación. Poco a poco, convirtieron
corazones en Milán. El demonio, molesto por sus victorias, los atacó con
ruidos, manifestaciones malignas y con la agitación de algunos ciudadanos
contra ellos. Pero los esfuerzos del enemigo fracasaron y el pueblo se volvió
hacia la adoración de Cristo crucificado.
Además, el
padre Antonio reunió a un grupo de mujeres piadosas bajo la dirección de la
condesa Ludovica Torelli, de quien era director espiritual. A petición de Antonio,
la condesa solicitó al Papa permiso para fundar una nueva comunidad religiosa
femenina. Una vez concedido, nacieron las Hermanas Angélicas de San Pablo,
dedicadas a la oración, penitencia, pobreza y obras públicas de caridad,
reformando la vida religiosa con su ejemplo. La comunidad creció y tuvo gran
impacto en Milán y otras ciudades.
Durante los
años siguientes, Antonio y sus discípulos ampliaron su misión: organizaban
conferencias para el clero, fundaban asociaciones para matrimonios cristianos,
y dirigían misiones de evangelización. Fomentó la devoción al Santísimo
Sacramento con la práctica de las Cuarenta
Horas, promovió la Comunión frecuente e instituyó el toque de
campanas los viernes a las tres de la tarde para invitar a la oración por la
Pasión de Cristo.
Tras años de
penitencia y servicio incansable, el padre Antonio murió en vísperas de la
solemnidad de San Pedro y San Pablo, a los treinta y siete años. Veintisiete
años después, su cuerpo fue hallado incorrupto.
Oración:
San Antonio María Zaccaria, desde joven Dios llenó tu corazón con un amor
ardiente por los pobres, los enfermos, los encarcelados y los pecadores.
Trabajaste incansablemente en la misión divina de salvar almas. Ruega por mí,
para que tenga el mismo celo que tú, y así Dios pueda servirse de mí para
llevar su mensaje de salvación a los demás.
San Antonio, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.