lunes, 1 de septiembre de 2025

2 de septiembre del 2025: martes de la vigésima segunda semana del tiempo ordinario-I

 

Prepararse para ser sorprendidos

(1 Tesalonicenses 5, 1-6.9-11) Pablo nos invita a la vigilancia, porque el día del Señor vendrá “como un ladrón en la noche”.

¿Estamos preparados para dejarnos visitar por Cristo? No solamente en su visita definitiva, sino también en lo ordinario de nuestros días. Si se trata de dejarnos sorprender, también nos corresponde prepararnos abriéndonos a la luz de Dios que nos transforma y nos configura poco a poco con Cristo, “Luz del mundo” (Jn 8,12).

Emmanuelle Billoteau, ermite

 


Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

 

1. La urgencia del presente

La primera lectura (1 Tes 5,1-6.9-11) nos muestra a San Pablo exhortando a la comunidad de Tesalónica a vivir despiertos, atentos, no preocupados por calcular el momento de la venida del Señor, sino preparados en el hoy. Pablo insiste: “No sabemos ni el día ni la hora”. Lo que realmente importa no es adivinar el futuro, sino vivir el presente en Cristo, con fe, amor y esperanza.

Aquí está el corazón del mensaje: el hoy es el lugar del encuentro con Dios. No podemos quedarnos paralizados por nostalgias del pasado ni por ansiedades del mañana. El Jubileo que celebramos es precisamente un llamado a renovar la confianza en que Dios camina con nosotros ahora, en este instante, y que su gracia nos capacita para amar, servir y agradecer.


2. Galilea: cruce de caminos, lugar de misión

El Evangelio (Lc 4,31-37) nos lleva a Cafarnaúm, en Galilea, esa tierra despreciada por Jerusalén por ser frontera de pueblos y culturas, un lugar de mezcla y comercio. Pero precisamente allí, en la periferia, Jesús enseña y actúa con autoridad. Sus palabras no quedan en discursos vacíos, se vuelven gestos concretos: libera a un hombre de un espíritu impuro y lo devuelve a la vida, lo reintegra en la comunidad.

Esto nos dice algo muy actual: el Señor sigue obrando en las periferias de nuestras sociedades, en los lugares que parecen “menos importantes” o “menos puros”. Allí donde hay sufrimiento, exclusión, heridas del alma y del cuerpo, allí llega la fuerza de su Palabra que libera y sana. Y no sana solo para que la persona se quede tranquila, sino para que pueda ponerse nuevamente en pie, servir y anunciar la Buena Noticia.


3. El Año Jubilar: oportunidad para abrir los ojos

El Papa Francisco —a quien encomendamos en su descanso eterno— convocó este Jubileo con el lema “Peregrinos de la esperanza”. Y la esperanza se vive siempre en el presente. El Jubileo nos invita a revisar nuestra vida, a preguntarnos:

  • ¿Estoy viviendo mi hoy con Cristo, o me quedo atrapado en las nostalgias o miedos?
  • ¿Me dejo paralizar por el mal, o permito que la Palabra del Señor me libere y me reintegre?
  • ¿Soy testigo de la esperanza en mi comunidad, como alguien que acompaña, sostiene y anima?

4. Acción de gracias por los benefactores

Hoy hacemos memoria agradecida de quienes nos han apoyado con su generosidad: benefactores visibles y anónimos que, con su tiempo, sus bienes y su oración, sostienen la misión de la Iglesia. Gracias a ellos es posible que sigamos evangelizando, acompañando a los pobres, formando a los niños y sosteniendo las obras pastorales.

A ellos les aplica la enseñanza de San Pablo: “No durmamos como los demás, estemos vigilantes y sobrios”. Porque vigilar no es solo esperar pasivamente, sino estar atentos al hermano necesitado. Un benefactor es alguien que encarna la caridad de Cristo y la traduce en gestos concretos de solidaridad.


5. Aplicación pastoral

  • El presente es el tiempo del amor: no esperemos “mañana” para perdonar, reconciliarnos o hacer el bien.
  • El Jubileo es oportunidad para redescubrir la fuerza sanadora de la Palabra que no solo consuela, sino que también reintegra y da nueva misión.
  • La comunidad cristiana está llamada a ser Galilea de hoy: lugar de acogida, donde nadie se sienta excluido, donde cada persona pueda ponerse en pie y servir.

6. Conclusión jubilar

Queridos hermanos, el Señor nos dice: “Hoy se cumple esta Palabra”. No mañana, no en otro lugar, sino ahora, en medio de nosotros. La urgencia del presente es vivir en Cristo, caminar como peregrinos de la esperanza y dar gracias por los benefactores que nos ayudan a seguir construyendo el Reino.

Que al participar en esta Eucaristía renovemos nuestra fe en el Cristo que habla y actúa con autoridad, que nos libera del mal y nos envía como testigos de su amor.

Amén.

 

 

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Queridos hermanos y hermanas:

 

1. Prepararse a ser sorprendidos

La exhortación de San Pablo a los Tesalonicenses es clara: “El día del Señor vendrá como un ladrón en la noche”. Con esta imagen tan fuerte nos recuerda que no podemos vivir distraídos ni dormidos, sino despiertos y vigilantes. El Señor no nos avisa con calendario ni agenda, sino que se manifiesta en lo inesperado.

Ahora bien, la pregunta es decisiva: ¿estamos listos para dejarnos visitar por Cristo, no solo en el último día de nuestra vida o en el juicio final, sino en lo cotidiano? Porque el Señor también viene a nuestro encuentro en lo pequeño: en la sonrisa de un niño, en la paciencia de un enfermo, en el gesto solidario de un vecino, en el pan compartido. La vigilancia cristiana no es estar angustiados, sino con el corazón abierto para reconocer la presencia de Dios en cada jornada.


2. La luz que disipa las tinieblas

Pablo habla de la diferencia entre hijos de la luz e hijos de las tinieblas. En un mundo donde abundan sombras de violencia, egoísmo y desesperanza, el Jubileo que celebramos nos invita a vivir como “peregrinos de la esperanza”, es decir, hombres y mujeres que caminan con la certeza de que Cristo, la Luz del mundo, ilumina nuestros pasos.

Abrirnos a esa luz significa permitir que la Palabra de Dios nos transforme, que el Espíritu Santo nos renueve desde dentro y que nuestra vida poco a poco se configure con la de Cristo. No se trata solo de portarnos bien, sino de dejar que la gracia nos convierta en testigos de luz.


3. El Evangelio: palabras que se hacen actos

El Evangelio de hoy (Lc 4,31-37) nos muestra a Jesús en Cafarnaúm, enseñando con autoridad y expulsando un espíritu impuro. La gente queda sorprendida porque descubre que sus palabras no son teoría, sino que tienen poder transformador.

Aquí también hay una sorpresa: el poder del Señor no está en gritos ni en amenazas, sino en la fuerza de su Palabra que libera y devuelve dignidad. El hombre poseído por el demonio es reintegrado a la vida, se le devuelve la paz y puede volver a ser parte de la comunidad. Así actúa Jesús: su luz penetra las tinieblas del mal, su presencia devuelve la vida y la esperanza.


4. Una mirada agradecida a los benefactores

Hoy, de manera especial, elevamos nuestra oración por los benefactores, por todos aquellos que con sus oraciones, gestos y aportes sostienen la misión de la Iglesia. Ellos son signos de la luz de Cristo, pues gracias a su generosidad se multiplican las obras de evangelización, caridad y formación cristiana.

En un mundo donde a menudo domina el interés personal, los benefactores nos recuerdan que la fe se hace concreta en el compartir y en la solidaridad. Ellos son testigos vivos de lo que dice Pablo: “Anímense y edifíquense unos a otros”.


5. Aplicaciones para nuestra vida jubilar

  • Vivir despiertos: no dejarnos adormecer por la rutina, sino estar atentos a las sorpresas de Dios en lo pequeño de cada día.
  • Abrirnos a la luz: permitir que Cristo nos ilumine en nuestras decisiones, en nuestras relaciones y en nuestro servicio.
  • Ser benefactores de esperanza: cada uno, desde su lugar, puede convertirse en un bienhechor, alguien que da vida, que aporta, que ayuda. No se trata solo de dinero, sino de tiempo, escucha, servicio y oración.
  • Hacer de nuestra comunidad una Galilea actual: un espacio donde la Palabra se convierte en acto, donde los excluidos son acogidos y donde la fe se traduce en gestos concretos de amor.

6. Conclusión

Queridos hermanos, la liturgia de hoy nos recuerda que el Señor viene, y viene de maneras que no siempre esperamos. Dejémonos sorprender por Él, con el corazón vigilante, agradecido y lleno de esperanza.

En este Año Jubilar, sigamos caminando como peregrinos de la esperanza, agradeciendo a nuestros benefactores, y permitiendo que la luz de Cristo nos transforme y nos convierta en testigos de su amor en medio del mundo.

Amén.

 

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1. Vigilancia y esperanza (Primera lectura)

San Pablo en la carta a los Tesalonicenses nos dice: “El día del Señor vendrá como un ladrón en la noche”. Por eso invita a los cristianos a vivir vigilantes, no adormecidos ni distraídos. Pero la vigilancia que Pablo pide no es miedo ni tensión, sino confianza: somos “hijos de la luz e hijos del día”, no de las tinieblas.

En este Año Jubilar, este llamado a la vigilancia se convierte en una invitación a vivir despiertos, atentos al paso de Dios en la vida diaria. ¿De qué sirve especular sobre el futuro, si lo esencial es dejarnos sorprender por Cristo hoy? La vigilancia es vivir abiertos a la acción del Espíritu, con los ojos del corazón dispuestos a reconocer que el Señor viene en lo sencillo, en lo cotidiano, en lo inesperado.


2. El Señor es mi luz y mi salvación (Salmo 26)

El salmo responsorial responde maravillosamente a esta exhortación: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?”.

Aquí está la clave: no vigilamos con miedo, sino con esperanza. Dios es luz que disipa nuestras tinieblas, es defensa en nuestras luchas, es fuerza que sostiene en nuestras fragilidades. Esta confianza es también la que anima a nuestros benefactores: ellos han puesto su confianza en Dios y por eso comparten con generosidad, convencidos de que el Señor es providente. El salmista termina diciendo: “Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida”. Ese es el horizonte de nuestro caminar jubilar: la esperanza cierta de que el Señor nos conduce hacia la plenitud de la vida.


3. Autoridad y poder de la Palabra (Evangelio)

El Evangelio nos presenta a Jesús en Cafarnaúm, enseñando con autoridad y expulsando un espíritu impuro. Lo que asombra no es solo su enseñanza, sino la fuerza de su Palabra que libera. A diferencia de Nazaret, donde se encontró con incredulidad, aquí la gente se abre y su poder puede desplegarse.

Esto nos enseña que el Señor es siempre el mismo, con autoridad y poder infinitos, pero su gracia solo fructifica donde hay apertura y fe. La disposición de nuestro corazón marca la diferencia.


4. Una lectura unificada

Podemos ver cómo las tres lecturas se iluminan mutuamente:

  • Pablo nos llama a vivir despiertos, vigilantes, hijos de la luz.
  • El salmista proclama que el Señor es nuestra luz y salvación, fundamento de esa vigilancia confiada.
  • Jesús en el Evangelio se manifiesta como la Palabra con autoridad que hace retroceder al mal y devuelve paz, libertad y dignidad.

Así, el Año Jubilar nos invita a dejarnos sorprender por Cristo que viene hoy, a reconocerlo como nuestra luz y a permitir que su Palabra poderosa libere lo que está oprimido en nuestra vida.


5. Acción de gracias por los benefactores

Hoy rezamos por nuestros benefactores. Ellos son signo de esa vigilancia cristiana: no viven dormidos en el egoísmo, sino atentos a las necesidades de la Iglesia y de los pobres. Su generosidad ilumina, da esperanza y multiplica el bien. Ellos mismos son como faros de luz en medio de la comunidad, encarnando el salmo: “El Señor es mi luz y mi salvación”.


6. Aplicaciones pastorales

  • Ser vigilantes: no adormecernos en la rutina, sino estar atentos a los signos de Dios.
  • Vivir en la luz: no permitir que las tinieblas del pecado y la indiferencia nos roben la esperanza.
  • Abrirnos a la Palabra con autoridad: dejar que Jesús ordene nuestra vida, venza el mal y traiga paz a nuestro corazón.
  • Agradecer y ser benefactores: imitar a quienes con generosidad sostienen la misión, y convertirnos también en instrumentos de luz para otros.

7. Conclusión jubilar

Hermanos, el Señor viene siempre, y viene hoy. Nos pide vigilancia, confianza y apertura. Que su Palabra poderosa nos libere de toda esclavitud y nos haga hijos de la luz. Que nuestros benefactores, testigos de esperanza, sean bendecidos por Dios, y que nosotros, como peregrinos del Jubileo, vivamos siempre abiertos a la autoridad y el poder de Cristo, nuestra luz y nuestra salvación.

Amén.

 

domingo, 31 de agosto de 2025

Primero de septiembre del 2025: lunes de la vigésima segunda semana del tiempo ordinario-I-


La esperanza de una promesa

(1 Tesalonicenses 4,13-18) Pablo invita a cultivar la esperanza frente a la finitud. ¿Cómo conciliar la resurrección de Cristo, vencedor de la muerte, con esa misma muerte que sigue siendo para nosotros un escándalo? ¿Cómo imaginar la entrada en la vida de aquellos que ya han muerto en una época en la que se esperaba el retorno de Cristo de manera inminente?

Por eso Pablo habla de esperanza, la cual – a diferencia de la simple expectativa o ilusión – se apoya en una promesa que supera todas nuestras representaciones y cuya realización solo puede venir de Dios.

Emmanuelle Billoteau, ermite

 


Primera lectura

1Ts 4,13-18

Dios llevará con él, por medio de Jesús, a los que han muerto

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses.


HERMANOS, no queremos que ignoren la suerte de los difuntos para que no se aflijan como los que no tienen esperanza.
Pues si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual modo Dios llevará con él, por medio de Jesús, a los que han muerto.
Esto es lo que les decimos apoyados en la palabra del Señor: nosotros, los que quedemos hasta la venida del Señor, no precederemos a los que hayan muerto; pues el mismo Señor, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar; después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos llevados con ellos entre nubes al encuentro del Señor, por los aires.
Y así estaremos siempre con el Señor.
Consuélense, pues, mutuamente con estas palabras.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 96(95) 1 y 3.4-5. 11-12a.12b-13 (R. 13b)

R. El Señor llega a regir la tierra.

V. Canten al Señor un cántico nuevo,
canten al Señor, toda la tierra.
Cuenten a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones. 
R.

V. Porque es grande el Señor,
y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.
Pues los dioses de los gentiles no son nada,
mientras que el Señor ha hecho el cielo. 
R.

V. Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque. 
R.

V. Delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad. 
R.

 

Aclamación

R.  Aleluya, aleluya, aleluya.
V. El Espíritu del Señor está sobre mí; me ha enviado a evangelizar a los pobres. R.


Evangelio

Lc 4,16-30

Me ha enviado a evangelizar a los pobres... Ningún profeta es aceptado en su pueblo

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.


EN aquel tiempo, Jesús fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque él me ha ungido.
Me ha enviado a evangelizar a los pobres,
a proclamar a los cautivos la libertad,
y a los ciegos, la vista;
a poner en libertad a los oprimidos;
a proclamar el año de gracia del Señor».
Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él.
Y él comenzó a decirles:
«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acaban de oír».
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca.
Y decían:
«¿No es este el hijo de José?».
Pero Jesús les dijo:
«Sin duda me dirán aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”, haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún».
Y añadió:
«En verdad les digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo asegurarles que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino
Naamán, el sirio».
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.

Palabra del Señor.

 


1


1. Introducción: la gran pregunta del corazón humano

La muerte siempre ha sido un misterio que inquieta al hombre. Todas las religiones han buscado una respuesta. Para los cristianos, esa respuesta se enraíza en la experiencia pascual: Cristo murió, resucitó y se mostró vivo. Así lo proclaman Pablo, Silas y Timoteo a la comunidad de Tesalónica: “No se entristezcan como los que no tienen esperanza”. La vida es más fuerte que la muerte porque Cristo ha abierto para nosotros la eternidad.


2. El Evangelio: la promesa cumplida hoy

Jesús en la sinagoga de Nazaret proclama la Palabra de Isaías (61,1-2):
“El Espíritu del Señor está sobre mí… me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres, la liberación a los cautivos, la vista a los ciegos, la libertad a los oprimidos”.
Y añade: “Hoy se cumple esta Escritura que acaban de escuchar”.
La felicidad no es un premio lejano para después de la muerte: es un don que comienza hoy, en la vida de quien acoge a Cristo.


3. El Salmo: canto de alegría y misión

El Salmo 95(96) nos invita a cantar:
“Canten al Señor un cántico nuevo, cuenten a los pueblos su gloria,
alégrense los cielos y la tierra, porque el Señor viene a gobernar con justicia”.

Este salmo conecta la esperanza de la resurrección con la misión universal del Evangelio: el Reino de Dios no es privilegio de unos pocos, sino Buena Noticia para todos los pueblos. Por eso, el Jubileo es ocasión de renovar nuestro canto misionero y nuestra confianza en la justicia divina.


4. Una alegría que incomoda

El mensaje de Jesús generó rechazo en Nazaret. La Buena Noticia no se limita a los cercanos, sino que se extiende a los extranjeros, a los que están lejos. El Reino es universal, inclusivo y liberador. Como entonces, hoy también el anuncio del amor sin fronteras provoca resistencias. Pero la Iglesia, “Peregrina de la Esperanza”, está llamada a anunciar un Evangelio que derriba muros y abre puertas.


5. En clave jubilar: pasos concretos

  • Vivir con esperanza: recordar que nuestros difuntos no están perdidos, sino en las manos de Dios.
  • Cantar con alegría: hacer del salmo una práctica vital, proclamando con obras la gloria de Dios.
  • Construir fraternidad: abrirnos a la universalidad del amor de Cristo, sin exclusiones.
  • Ser testigos de resurrección: con gestos de justicia, consuelo y solidaridad.

6. Intención orante por los fieles difuntos

Hoy, en el marco del Jubileo, presentamos una intención especial:

  • Por nuestros hermanos difuntos —familiares, amigos, bienhechores, servidores de la patria y miembros de nuestra comunidad— para que Cristo resucitado, que es la Vida más fuerte que la muerte, los reciba en su luz y plenitud. Roguemos al Señor.

7. Conclusión y oración final

La promesa de Dios es clara: la vida vence a la muerte, y la alegría es posible ya, hoy.

Que en este Año Jubilar aprendamos a vivir como Peregrinos de la Esperanza, con la certeza de que el Señor juzga al mundo con justicia y que nuestros difuntos viven en Él.

Oración:
Señor Jesús, Promesa del Padre y Alegría del mundo,
haz que el canto del salmo sea vida en nosotros.
Danos esperanza para recordar a nuestros difuntos,
alegría para anunciar tu Reino,
y valentía para ser testigos de tu amor universal.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

 

2

La esperanza de una promesa que vence la muerte

 

1. Introducción: la inquietud frente a la muerte

Hermanos, pocas realidades nos confrontan tanto como la muerte. Ella nos recuerda nuestra fragilidad, nos arrebata seres queridos y deja vacíos difíciles de llenar. Para muchos, sigue siendo un escándalo y un misterio insondable. Pablo, escribiendo a los tesalonicenses, reconoce esa dificultad, pero nos ofrece una clave preciosa: no estamos condenados a una tristeza sin salida, porque nuestra fe se apoya en un acontecimiento histórico: Cristo ha resucitado y ha vencido a la muerte.


2. La esperanza de la promesa

San Pablo distingue entre la esperanza cristiana y un simple “esperar”.

  • El esperar humano muchas veces se apoya en cálculos, en probabilidades, en deseos que quizás no se cumplan.
  • En cambio, la esperanza cristiana se fundamenta en una promesa fiel de Dios: que así como Cristo murió y resucitó, también los que han muerto en Él resucitarán para siempre.

En una época en la que los primeros cristianos aguardaban la venida inminente del Señor, Pablo les recordó que ni los vivos ni los muertos serían olvidados: todos juntos estarían con Cristo. La esperanza, entonces, no niega la muerte, sino que la abraza desde la certeza de la resurrección.


3. El Salmo 95(96): un canto que anticipa la plenitud

El salmo de hoy nos invita a cantar:
“Canten al Señor un cántico nuevo, cuenten a los pueblos su gloria…
¡alégrense los cielos y la tierra… porque el Señor viene a gobernar la tierra con justicia!”.

Este canto no es un simple himno poético, sino la proclamación gozosa de que la historia tiene un final feliz: Dios reina y viene a salvar. El salmista nos invita a hacer de la esperanza un cántico misionero, a contar a todos los pueblos las maravillas del Señor. La liturgia nos recuerda que la promesa de Dios ya está actuando en el presente y que la justicia de Dios es garantía de plenitud para vivos y difuntos.


4. El Evangelio (Lc 4,16-30): la promesa se cumple hoy

En la sinagoga de Nazaret, Jesús proclama las palabras de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí…”. Y concluye: “Hoy se cumple esta Escritura”.
La Buena Noticia no es para mañana ni para después de la muerte solamente; es para hoy: la liberación de los cautivos, la vista a los ciegos, la dignidad para los pobres.

Pero este anuncio universal provoca resistencia. Sus paisanos se escandalizan: no aceptan que el Reino se abra a todos. Lo mismo sucede hoy: nos cuesta aceptar que Dios no hace diferencias y que la salvación es universal. La promesa de Dios desborda nuestros cálculos humanos.


5. En clave jubilar

El Papa nos ha invitado a vivir este año como Peregrinos de la Esperanza. ¿Qué significa esto hoy?

  • Para los difuntos: nuestra oración no es un recuerdo vacío, sino un acto de fe: ellos viven en Cristo y nosotros caminamos hacia el mismo destino.
  • Para los vivos: la alegría del Evangelio es para hoy; no pospongamos la felicidad para el “después”, sino vivámosla en gestos de fraternidad, de justicia y de servicio.
  • Para la Iglesia: ser signo de una promesa cumplida, una comunidad que canta y cuenta las maravillas de Dios, como el salmo nos pide.

6. Intención orante por los fieles difuntos

Hoy, como comunidad orante, ponemos en manos de Dios a nuestros hermanos difuntos:

  • a quienes amamos y recordamos,
  • a nuestros familiares y bienhechores,
  • a los servidores de la patria y a todos los que nos precedieron en la fe.

Que el Señor, vencedor de la muerte, los acoja en su Reino de luz y nos dé a nosotros el consuelo de la esperanza.


7. Conclusión

La muerte sigue siendo un enigma, pero ya no es la última palabra. La última palabra la tiene la vida, porque Cristo ha resucitado.
El salmo nos invita a cantar, el Evangelio nos recuerda que la promesa se cumple hoy, y Pablo nos asegura que nuestros difuntos están llamados a participar de la plenitud de la resurrección.
Vivamos este Jubileo con la certeza de que somos peregrinos de la esperanza: caminamos hacia la vida eterna, sin miedo, porque ya desde ahora la alegría del Señor está con nosotros.

Perfecto, Padre 🙏. Aquí le dejo la Oración de los Fieles completa para este lunes de la XXII semana del tiempo ordinario, año I, con la intención por los fieles difuntos, en el marco del Año Jubilar:


📖 Oración de los Fieles

Monición inicial:

Hermanos, reunidos en la esperanza que nos da Cristo resucitado, elevemos nuestra oración confiada al Padre de la misericordia, fuente de vida y de salvación, diciendo con fe:
R/. Señor de la vida, escúchanos.


1. Por la Iglesia

Para que, sostenida por el Espíritu Santo, anuncie con valentía que la resurrección de Cristo ha vencido a la muerte, y viva este Año Jubilar como tiempo de esperanza y misión.
Roguemos al Señor.


2. Por los pueblos y gobernantes

Para que busquen caminos de justicia y de paz, y trabajen para que todos, especialmente los más pobres y excluidos, encuentren dignidad y vida plena.
Roguemos al Señor.


3. Por los fieles difuntos

Por nuestros familiares, amigos, bienhechores y por todos los que nos han precedido en la fe, para que Cristo resucitado los reciba en su Reino de luz y de paz eterna.
Roguemos al Señor.


4. Por los que sufren y los que lloran una pérdida

Para que el Señor consuele a quienes están de duelo, fortalezca a los enfermos, a los que se sienten solos o tristes, y les regale la esperanza de su presencia.
Roguemos al Señor.


5. Por nuestra comunidad parroquial

Para que seamos verdaderos Peregrinos de la Esperanza, viviendo la alegría del Evangelio hoy, y acogiendo a todos con misericordia y fraternidad.
Roguemos al Señor.


Oración conclusiva del sacerdote:
Padre bueno y fiel,
Tú que nos has dado a tu Hijo muerto y resucitado
como promesa de vida eterna,
acoge nuestras súplicas en este Año Jubilar
y fortalece nuestra esperanza
de que un día viviremos contigo y con nuestros difuntos
en la plenitud de tu Reino.
Por Jesucristo nuestro Señor.

Amén.

 

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1. Introducción: la paradoja del rechazo

El Evangelio de hoy nos sorprende con una reacción fuerte y violenta: los vecinos de Nazaret, que conocían a Jesús desde niño, se llenaron de furia y quisieron despeñarlo. Apenas un momento antes habían escuchado con admiración sus palabras, pero al comprender el alcance universal de su misión —una salvación abierta a todos los pueblos, no solo a Israel— pasaron de la admiración a la ira.

Esto nos muestra que el mensaje de Jesús no deja a nadie indiferente: su palabra provoca adhesión o rechazo, amor apasionado o enojo violento. La indiferencia solo se da cuando su voz es ignorada. Pero cuando se le escucha de verdad, su mensaje siempre nos pone en crisis y exige una decisión.


2. Pablo: la esperanza más allá de la muerte

La primera lectura (1 Tes 4,13-18) nos sitúa en otro ámbito donde también surge la tentación del desánimo: la muerte de nuestros seres queridos. Pablo invita a la comunidad de Tesalónica a no entristecerse como los que no tienen esperanza.
Cristo ha resucitado y esa es la promesa que ilumina incluso la noche de la tumba. La muerte no es el final, sino un paso hacia la plenitud de la vida en Cristo. Esta es la esperanza cristiana: no es ilusión ni consuelo barato, sino una certeza fundada en la promesa de Dios.


3. El salmo: un cántico misionero

El Salmo 95(96) nos invita:
“Canten al Señor un cántico nuevo, cuenten a los pueblos su gloria, alégrense los cielos y la tierra, porque el Señor viene a gobernar con justicia”.
Es un himno de misión y de esperanza. La liturgia nos recuerda que la resurrección de Cristo abre un horizonte universal: la salvación no es privilegio de unos pocos, sino un don que se ofrece a todos los pueblos. El salmo nos anima a cantar con alegría, incluso en medio del dolor por los difuntos, porque sabemos que el Señor viene a juzgar con misericordia y a salvar con justicia.


4. Jesús: verdad que incomoda, amor que exige

En Nazaret, Jesús proclamó la llegada del Reino. Pero cuando dejó claro que la salvación incluía a los extranjeros —como la viuda de Sarepta o Naamán el sirio—, sus paisanos no soportaron escuchar más.
Aquí está la paradoja: la Palabra de Dios libera, pero al mismo tiempo confronta. Nos invita a salir de la comodidad, a derribar prejuicios, a abrirnos a los demás. Por eso provoca reacciones extremas. Jesús no buscó complacer, sino ser fiel al Padre. No retrocedió ante la violencia, pero tampoco devolvió violencia. Pasó en medio de ellos y siguió adelante.


5. Aplicación a nuestra vida (en clave jubilar)

·        La indiferencia no es opción: la palabra de Cristo nos pide tomar postura. O lo acogemos y dejamos que cambie nuestra vida, o lo rechazamos.

·        El Jubileo nos invita a ser “peregrinos de la esperanza”: a dejar que la resurrección de Cristo ilumine nuestro presente y nuestra mirada hacia los difuntos. No caminamos solos: nuestros hermanos que han partido viven en Él.

·        Hablar la verdad con amor: como Jesús en Nazaret, también nosotros debemos proclamar la Buena Noticia aunque incomode, aunque provoque reacciones adversas. Hablar con firmeza y misericordia es un acto de caridad.


6. Intención orante por los fieles difuntos

Hoy oramos de manera especial por nuestros hermanos difuntos:

·        Por los familiares y amigos que ya descansan en el Señor.

·        Por nuestros bienhechores y servidores de la patria.

·        Por todos aquellos cuyos nombres solo Dios conoce.

Que Cristo resucitado, vencedor de la muerte, los acoja en su Reino de luz y paz, y que a nosotros nos dé el consuelo de la esperanza.


7. Conclusión

El Evangelio nos muestra que no hay neutralidad ante Jesús. Su mensaje incomoda, exige, provoca decisiones. Hoy nos pide acoger su Palabra, cantar con el salmista la alegría de su justicia, y vivir con la certeza de que la muerte no tiene la última palabra.
En este Año Jubilar, seamos peregrinos de la esperanza: con la mirada puesta en Cristo resucitado, con la certeza de que nuestros difuntos viven en Él, y con la valentía de anunciar la verdad del Evangelio aunque incomode.


Oración final:
Señor Jesús,
tu palabra es fuego que purifica y amor que salva.
No permitas que caigamos en la indiferencia.
Danos la valentía de acogerte,
de anunciarte con alegría
y de recordar a nuestros difuntos con esperanza.
Haznos peregrinos jubilosos de tu Reino,
donde la vida vence para siempre a la muerte.
Amén.

 

2 de septiembre del 2025: martes de la vigésima segunda semana del tiempo ordinario-I

  Prepararse para ser sorprendidos (1 Tesalonicenses 5, 1-6.9-11 ) Pablo nos invita a la vigilancia, porque el día del Señor vendrá “como ...