Otra mirada
(Mateo 9,32-38) La
Buena Nueva del Reino proclamada por Jesús abre los ojos y los oídos, pero es
rechazada por los fariseos. Admiradas por la curación que han presenciado, las
multitudes están desconcertadas por esta hostilidad: quienes deberían guiarlas
son ciegos y sordos. Pero Jesús posa sobre ellas una mirada de compasión.
Ayudemos a nuestro mundo
desorientado a acoger esa mirada que ofrece a los obreros la alegría de la
cosecha.
Nicolas Tarralle, prêtre assomptionniste
Primera lectura
Gn
32,22-32
Te
llamarás Israel, porque has luchado con Dios, y has vencido
Lectura del libro del Génesis.
EN aquellos días, todavía de noche, se levantó Jacob, tomó a las dos mujeres,
las dos criadas y los once hijos, y cruzó el vado de Yaboc. Después de tomarlos
y hacerles pasar el torrente, hizo pasar cuanto poseía.
Y Jacob se quedó solo.
Un hombre luchó con él hasta la aurora. Y viendo que no podía a Jacob, le tocó
la articulación del muslo y se la dejó tiesa mientras peleaba con él.
El hombre le dijo:
«Suéltame, que llega la aurora».
Jacob respondió:
«No te soltaré hasta que me bendigas».
Él le preguntó:
«¿Cómo te llamas?».
Contestó:
«Jacob».
Le replicó:
«Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los
hombres, y has vencido».
Jacob, a su vez, preguntó:
«Dime tu nombre».
Respondió:
«¿Por qué me preguntas mi nombre?».
Y le bendijo.
Jacob llamó aquel lugar Penuel, pues se dijo:
«He visto a Dios cara a cara y he quedado vivo».
Cuando atravesaba Penuel, salía el sol y él iba cojeando del muslo. Por eso los
hijos de Israel hasta hoy no comen el tendón de la articulación del muslo,
porque Jacob fue herido en dicho tendón del muslo.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
17(16),1.2-3.6-7.8 y 15 (R. 15a)
R. Yo con mi apelación
vengo a tu presencia, Señor.
V. Señor, escucha mi
apelación,
atiende a mis clamores,
presta oído a mi súplica,
que en mis labios no hay engaño. R.
V. Emane de ti la
sentencia,
miren tus ojos la rectitud.
Aunque sondees mi corazón, visitándolo de noche;
aunque me pruebes al fuego,
no encontrarás malicia en mí. R.
V. Yo te invoco
porque tú me respondes, Dios mío;
inclina el oído y escucha mis palabras.
Muestra las maravillas de tu misericordia,
tú que salvas de los adversarios
a quien se refugia a tu derecha. R.
V. Guárdame como a
las niñas de tus ojos,
a la sombra de tus alas escóndeme.
Yo con mi apelación vengo a tu presencia,
y al despertar me saciaré de tu semblante. R.
Aclamación
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. Yo soy el Buen
Pastor - dice el Señor- que conozco a mis ovejas, y las mías me conocen. R.
Evangelio
Mt
9,32-38
La
mies es abundante, pero los trabajadores son pocos
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, le llevaron a Jesús un endemoniado mudo. Y después de echar al
demonio, el mudo habló.
La gente decía admirada:
«Nunca se ha visto en Israel cosa igual».
En cambio, los fariseos decían:
«Este echa los demonios con el poder del jefe de los demonios».
Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas,
proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia.
Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y
abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor».
Entonces dice a sus discípulos:
«La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rueguen, pues, al Señor
de la mies que mande trabajadores a su mies».
Palabra del Señor.
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
En
este martes del tiempo ordinario, la liturgia nos presenta dos escenas de lucha
y de victoria que se iluminan mutuamente. La primera ocurre a orillas del río
Jaboc, donde Jacob, el patriarca, lucha durante toda la noche con un misterioso
personaje. La segunda se sitúa en el camino polvoriento de Galilea, donde Jesús
enfrenta la dureza de los corazones fariseos y mira con compasión a las
multitudes desorientadas.
Ambas
escenas nos interpelan profundamente en este Año Jubilar, en el que se nos
invita a ser “Peregrinos de la
esperanza”, especialmente en medio de un mundo que sufre, que
lucha, y que muchas veces no encuentra quién lo guíe.
I. La lucha
de Jacob: rostro a rostro con Dios
En
el libro del Génesis, Jacob pasa la noche en una lucha intensa con un ser que
se presenta como un adversario, pero que termina revelándose como una teofanía:
una manifestación de Dios mismo. La lucha de Jacob representa el combate
espiritual que todos debemos librar para crecer en la fe. Es un combate donde,
paradójicamente, vencemos cuando somos heridos: “le tocó la articulación del
muslo”, dice el texto. Y sin embargo, Jacob no suelta al ángel hasta que le da
su bendición.
¿Cuántas veces también nosotros hemos luchado con Dios en
la noche de nuestras dudas, en el sufrimiento, en la incomprensión? Y como Jacob, salimos
de esas pruebas marcados, heridos, sí, pero también transformados. El cambio de
nombre a Israel (“el que lucha con Dios”) indica una nueva identidad, una nueva
misión.
Hoy
queremos traer a esta Eucaristía a todos los que están luchando: en el cuerpo o
en el alma, en su familia o en su vocación. También recordamos con gratitud a
nuestros benefactores, aquellos que, muchas veces en silencio, han sostenido
nuestra misión con sus luchas, sacrificios y oraciones. Que Dios bendiga su
generosidad.
II. Jesús y
las multitudes: una mirada que sana
El
evangelio de hoy nos muestra a Jesús en medio de su actividad misionera:
predica, sana, libera a los oprimidos. Sin embargo, su mayor gesto no es solo
curar al mudo endemoniado, sino posar
su mirada de compasión sobre las multitudes. Dice el texto: “Al ver a las multitudes, se compadecía
de ellas, porque estaban fatigadas y abatidas, como ovejas sin pastor”
(Mt 9,36).
Este
versículo es clave. En medio de la ceguera de los fariseos, que no quieren ver
las señales del Reino, Jesús nos muestra cómo mirar al mundo: no con juicio, ni
con condena, sino con compasión. Una compasión activa, que lo impulsa a llamar
a nuevos obreros para la mies.
¿No es esa la invitación del Jubileo? Mirar al mundo con
los ojos de Cristo, con una misericordia que impulsa a actuar. Ante las multitudes
desorientadas de hoy —jóvenes sin sentido, familias fragmentadas, pobres sin
voz, migrantes sin tierra— el Señor nos dice: “La mies es mucha, y los obreros
pocos”.
III.
Nuestra misión: ser mirada, voz y manos de compasión
Hoy
Jesús sigue necesitando obreros: no solo consagrados, sino laicos
comprometidos, benefactores generosos, misioneros en los medios digitales,
voluntarios que siembran esperanza donde hay desesperanza. El Jubileo es una
oportunidad para reavivar nuestra vocación bautismal.
Y
es aquí donde volvemos al mensaje inicial: “Ayudemos a nuestro mundo desorientado a acoger esa mirada
que ofrece a los obreros la alegría de la cosecha.” Sí,
hermanos, hay una alegría reservada para los que se donan, para los que
siembran aunque no vean aún el fruto, para los que confían en medio de la
lucha, como Jacob.
IV. Oración
por los benefactores: sembradores de esperanza
Queremos
orar en esta Misa por todos los benefactores de nuestra comunidad. Aquellos que
nos han sostenido material y espiritualmente, y también por quienes ya han
partido al encuentro con el Señor. Ellos han sido parte de esta siembra. Muchos
de ellos han ayudado sin esperar recompensa, pero el Señor que ve en lo secreto
les dará el ciento por uno y la vida eterna.
Bendito sea Dios por cada mano generosa, por cada corazón
compasivo.
V.
Conclusión: tocar a Dios, mirar como Él mira, actuar como Él actúa
La
Palabra de hoy nos invita a luchar como Jacob, a mirar como Jesús, a actuar
como obreros del Reino. Que este Año Jubilar nos impulse a renovar nuestra
mirada y a ser testigos de una fe que transforma. Como dice el salmo: “Al despertar me saciaré de tu
semblante”. Que esa sea nuestra esperanza: despertar un día en su
presencia, después de haber luchado, sembrado y amado con todo el corazón.
Oración final:
Señor Jesús,
Tú que miras con compasión a los cansados y agobiados,
haz que también nosotros sepamos mirar así a nuestro prójimo.
Bendice a nuestros benefactores, vivos y difuntos,
y haz que su generosidad siga dando fruto en tu Reino.
En este Año Jubilar, renuévanos en la fe,
y envíanos como obreros a tu mies.
Amén
2
Tema: El celo de Jesús por las almas y su
mirada compasiva sobre los abatidos
Intención especial:
Oramos por todos nuestros benefactores, vivos y difuntos, en el marco del Año
Jubilar.
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy
la liturgia nos invita a entrar en el corazón compasivo y apasionado de Cristo,
el Buen Pastor que no descansa hasta encontrar y sanar al alma herida. A través
de las lecturas de este día, descubrimos la fuerza del celo de Dios por cada
uno de nosotros y el llamado urgente a ser obreros activos en su mies,
especialmente en este Año
Jubilar, en el que se nos convoca a ser peregrinos de esperanza en
un mundo cansado, fragmentado y muchas veces extraviado.
1. Jesús,
incansable peregrino del Reino
El
evangelio según san Mateo nos presenta una escena profundamente humana y divina
a la vez:
“Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en
sus sinagogas, proclamando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y
dolencia. Al ver a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban
fatigadas y abatidas, como ovejas sin pastor.” (Mt 9,35-36)
Jesús
no es un predicador de escritorio. Su celo por las almas lo impulsa a recorrer
caminos, tocar heridas, mirar rostros, escuchar silencios. Es un Pastor en
movimiento, un Salvador inquieto. No se conforma con atraer multitudes; quiere
llegar al corazón de cada persona. A través de sus pasos, revela su urgencia
por consolar, guiar y salvar.
Ese
celo que movía a Jesús sigue vivo hoy. Él
tiene sed de ti, de tu corazón. Su compasión no es abstracta ni
genérica; es concreta, personal y ardiente. Él te busca. Él te ve. Él no
descansa hasta encontrarte.
2.
Fatigados y abatidos: la herida interior de nuestros tiempos
Mateo
describe a las multitudes como “fatigadas
y abatidas, como ovejas sin pastor”. ¡Qué imagen más actual! Hoy
vemos a tantas personas caminando sin dirección, cargadas por preocupaciones,
heridas por el rechazo, esclavizadas por el pecado o hundidas en la
desesperanza. La soledad se ha vuelto pandemia silenciosa. Muchos buscan
sentido, afecto, redención... y no encuentran un rostro que los mire con
ternura.
Aquí,
hermanos, la mirada de Jesús se convierte en medicina. Él ve más allá de nuestras
apariencias. No nos define por nuestras caídas, sino por el amor que sueña para
nosotros. Su compasión es activa: toca, sana, perdona, levanta. Él no se aparta del que sufre, sino que
se acerca más.
3. Jacob:
la lucha del alma que anhela la bendición
La
primera lectura del Génesis (32,22-32) nos presenta a Jacob luchando toda la
noche con un personaje misterioso, que finalmente resulta ser una manifestación
divina. Es la lucha interior de quien no se resigna a seguir adelante sin la
bendición de Dios.
Jacob,
en su combate, representa a todo creyente que lucha con su pasado, sus miedos,
su pecado, su deseo de conversión. Y al final, aunque herido, recibe un nuevo
nombre: Israel, el
que lucha con Dios. Su herida se convierte en bendición. Su combate, en
identidad renovada.
Hoy Jesús también quiere renovar nuestro nombre y nuestra
historia.
Pero eso implica no huir de nuestras noches oscuras, sino enfrentarlas con fe.
Él se deja encontrar en esa lucha: en la oración que duele, en la confesión que
libera, en la Eucaristía que fortalece.
4. El celo
de Cristo: una invitación personal y eclesial
Hoy
se nos recuerda que el celo de Jesús no fue una emoción pasajera, sino una
pasión constante. Él
recorrió a pie pueblos enteros porque deseaba encontrarse contigo y conmigo.
Su compasión era el motor de su misión. Su deseo de salvar arde aún hoy en su
corazón eucarístico.
Y
este celo es también una llamada. Jesús no quiere salvar solo; quiere obreros
para su mies. Él dice: “La
mies es mucha y los obreros pocos.” (Mt 9,37). Hoy, más que nunca,
el mundo necesita pastores según el corazón de Dios: sacerdotes, consagrados,
laicos comprometidos, misioneros digitales, catequistas valientes, benefactores
generosos.
En
este Jubileo, el Papa nos ha llamado a ser Peregrinos
de la Esperanza. Pero esa esperanza no es una idea, es una misión. ¿Quién irá por nosotros? ¿Quién mirará a
los abatidos con compasión? ¿Quién les dirá que no están solos?
5. Oración
y gratitud por los benefactores: testigos del celo de Dios
Hoy
ofrecemos esta Eucaristía por nuestros benefactores, vivos y difuntos. Ellos
son signos concretos del amor providente de Dios. Gracias a su generosidad,
muchos proyectos pastorales, sociales y espirituales han sido posibles. Son
parte de los obreros silenciosos de la mies. Ellos también han sentido el celo
de Dios y han respondido con obras.
Que
el Señor les recompense con bendiciones abundantes. Que los que ya partieron
gocen de la luz eterna, y que los vivos sigan sembrando esperanza.
Conclusión:
Jesús te busca… ¡déjate encontrar!
Querido
hermano, querida hermana: si hoy te sientes cansado, confundido o abandonado,
esta Palabra es para ti. Jesús te busca con celo. Él quiere ser tu Pastor.
Quiere hablar a tu corazón, sanar tu herida, y enviarte como testigo de su
Reino. No estás solo. No estás sin rumbo. Eres amado con pasión divina.
Oración
final:
Señor
Jesús, Buen Pastor,
te doy gracias por tu celo incansable,
por tu compasión que no me deja caer.
Tú conoces mis fatigas, mis heridas, mis noches de lucha.
Mírame hoy como miraste a las multitudes.
Sáname, llámame, envíame.
Que no pase este Año Jubilar sin que mi corazón
se renueve en tu gracia.
Bendice a nuestros benefactores,
ellos han sostenido tu misión con generosidad y amor.
Y haz de mí, Señor, un obrero de tu mies.
Amén.
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