lunes, 7 de julio de 2025

8 de julio del 2025: martes de la decimocuarta semana del tiempo ordinario- I

 

Otra mirada

(Mateo 9,32-38) La Buena Nueva del Reino proclamada por Jesús abre los ojos y los oídos, pero es rechazada por los fariseos. Admiradas por la curación que han presenciado, las multitudes están desconcertadas por esta hostilidad: quienes deberían guiarlas son ciegos y sordos. Pero Jesús posa sobre ellas una mirada de compasión.

Ayudemos a nuestro mundo desorientado a acoger esa mirada que ofrece a los obreros la alegría de la cosecha.

Nicolas Tarralle, prêtre assomptionniste




Primera lectura

Gn 32,22-32

Te llamarás Israel, porque has luchado con Dios, y has vencido

Lectura del libro del Génesis.

EN aquellos días, todavía de noche, se levantó Jacob, tomó a las dos mujeres, las dos criadas y los once hijos, y cruzó el vado de Yaboc. Después de tomarlos y hacerles pasar el torrente, hizo pasar cuanto poseía.
Y Jacob se quedó solo.
Un hombre luchó con él hasta la aurora. Y viendo que no podía a Jacob, le tocó la articulación del muslo y se la dejó tiesa mientras peleaba con él.
El hombre le dijo:
«Suéltame, que llega la aurora».
Jacob respondió:
«No te soltaré hasta que me bendigas».
Él le preguntó:
«¿Cómo te llamas?».
Contestó:
«Jacob».
Le replicó:
«Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido».
Jacob, a su vez, preguntó:
«Dime tu nombre».
Respondió:
«¿Por qué me preguntas mi nombre?».
Y le bendijo.
Jacob llamó aquel lugar Penuel, pues se dijo:
«He visto a Dios cara a cara y he quedado vivo».
Cuando atravesaba Penuel, salía el sol y él iba cojeando del muslo. Por eso los hijos de Israel hasta hoy no comen el tendón de la articulación del muslo, porque Jacob fue herido en dicho tendón del muslo.


Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 17(16),1.2-3.6-7.8 y 15 (R. 15a) 

R. Yo con mi apelación vengo a tu presencia, Señor.

V. Señor, escucha mi apelación,
atiende a mis clamores,
presta oído a mi súplica,
que en mis labios no hay engaño. 
R.

V. Emane de ti la sentencia,
miren tus ojos la rectitud.
Aunque sondees mi corazón, visitándolo de noche;
aunque me pruebes al fuego,
no encontrarás malicia en mí. 
R.

V. Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío;
inclina el oído y escucha mis palabras.
Muestra las maravillas de tu misericordia,
tú que salvas de los adversarios
a quien se refugia a tu derecha. 
R.

V. Guárdame como a las niñas de tus ojos,
a la sombra de tus alas escóndeme.
Yo con mi apelación vengo a tu presencia,
y al despertar me saciaré de tu semblante. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Yo soy el Buen Pastor - dice el Señor- que conozco a mis ovejas, y las mías me conocen. R.

 

Evangelio

Mt 9,32-38

La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.


EN aquel tiempo, le llevaron a Jesús un endemoniado mudo. Y después de echar al demonio, el mudo habló.
La gente decía admirada:
«Nunca se ha visto en Israel cosa igual».
En cambio, los fariseos decían:
«Este echa los demonios con el poder del jefe de los demonios».
Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia.
Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor».
Entonces dice a sus discípulos:
«La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rueguen, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».


Palabra del Señor.

 


Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

En este martes del tiempo ordinario, la liturgia nos presenta dos escenas de lucha y de victoria que se iluminan mutuamente. La primera ocurre a orillas del río Jaboc, donde Jacob, el patriarca, lucha durante toda la noche con un misterioso personaje. La segunda se sitúa en el camino polvoriento de Galilea, donde Jesús enfrenta la dureza de los corazones fariseos y mira con compasión a las multitudes desorientadas.

Ambas escenas nos interpelan profundamente en este Año Jubilar, en el que se nos invita a ser “Peregrinos de la esperanza”, especialmente en medio de un mundo que sufre, que lucha, y que muchas veces no encuentra quién lo guíe.


I. La lucha de Jacob: rostro a rostro con Dios

En el libro del Génesis, Jacob pasa la noche en una lucha intensa con un ser que se presenta como un adversario, pero que termina revelándose como una teofanía: una manifestación de Dios mismo. La lucha de Jacob representa el combate espiritual que todos debemos librar para crecer en la fe. Es un combate donde, paradójicamente, vencemos cuando somos heridos: “le tocó la articulación del muslo”, dice el texto. Y sin embargo, Jacob no suelta al ángel hasta que le da su bendición.

¿Cuántas veces también nosotros hemos luchado con Dios en la noche de nuestras dudas, en el sufrimiento, en la incomprensión? Y como Jacob, salimos de esas pruebas marcados, heridos, sí, pero también transformados. El cambio de nombre a Israel (“el que lucha con Dios”) indica una nueva identidad, una nueva misión.

Hoy queremos traer a esta Eucaristía a todos los que están luchando: en el cuerpo o en el alma, en su familia o en su vocación. También recordamos con gratitud a nuestros benefactores, aquellos que, muchas veces en silencio, han sostenido nuestra misión con sus luchas, sacrificios y oraciones. Que Dios bendiga su generosidad.


II. Jesús y las multitudes: una mirada que sana

El evangelio de hoy nos muestra a Jesús en medio de su actividad misionera: predica, sana, libera a los oprimidos. Sin embargo, su mayor gesto no es solo curar al mudo endemoniado, sino posar su mirada de compasión sobre las multitudes. Dice el texto: “Al ver a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban fatigadas y abatidas, como ovejas sin pastor” (Mt 9,36).

Este versículo es clave. En medio de la ceguera de los fariseos, que no quieren ver las señales del Reino, Jesús nos muestra cómo mirar al mundo: no con juicio, ni con condena, sino con compasión. Una compasión activa, que lo impulsa a llamar a nuevos obreros para la mies.

¿No es esa la invitación del Jubileo? Mirar al mundo con los ojos de Cristo, con una misericordia que impulsa a actuar. Ante las multitudes desorientadas de hoy —jóvenes sin sentido, familias fragmentadas, pobres sin voz, migrantes sin tierra— el Señor nos dice: “La mies es mucha, y los obreros pocos”.


III. Nuestra misión: ser mirada, voz y manos de compasión

Hoy Jesús sigue necesitando obreros: no solo consagrados, sino laicos comprometidos, benefactores generosos, misioneros en los medios digitales, voluntarios que siembran esperanza donde hay desesperanza. El Jubileo es una oportunidad para reavivar nuestra vocación bautismal.

Y es aquí donde volvemos al mensaje inicial: “Ayudemos a nuestro mundo desorientado a acoger esa mirada que ofrece a los obreros la alegría de la cosecha.” Sí, hermanos, hay una alegría reservada para los que se donan, para los que siembran aunque no vean aún el fruto, para los que confían en medio de la lucha, como Jacob.


IV. Oración por los benefactores: sembradores de esperanza

Queremos orar en esta Misa por todos los benefactores de nuestra comunidad. Aquellos que nos han sostenido material y espiritualmente, y también por quienes ya han partido al encuentro con el Señor. Ellos han sido parte de esta siembra. Muchos de ellos han ayudado sin esperar recompensa, pero el Señor que ve en lo secreto les dará el ciento por uno y la vida eterna.

Bendito sea Dios por cada mano generosa, por cada corazón compasivo.


V. Conclusión: tocar a Dios, mirar como Él mira, actuar como Él actúa

La Palabra de hoy nos invita a luchar como Jacob, a mirar como Jesús, a actuar como obreros del Reino. Que este Año Jubilar nos impulse a renovar nuestra mirada y a ser testigos de una fe que transforma. Como dice el salmo: “Al despertar me saciaré de tu semblante”. Que esa sea nuestra esperanza: despertar un día en su presencia, después de haber luchado, sembrado y amado con todo el corazón.


Oración final:

Señor Jesús,
Tú que miras con compasión a los cansados y agobiados,
haz que también nosotros sepamos mirar así a nuestro prójimo.
Bendice a nuestros benefactores, vivos y difuntos,
y haz que su generosidad siga dando fruto en tu Reino.
En este Año Jubilar, renuévanos en la fe,
y envíanos como obreros a tu mies.

Amén


2


Tema: El celo de Jesús por las almas y su mirada compasiva sobre los abatidos
Intención especial: Oramos por todos nuestros benefactores, vivos y difuntos, en el marco del Año Jubilar.


Queridos hermanos y hermanas:

Hoy la liturgia nos invita a entrar en el corazón compasivo y apasionado de Cristo, el Buen Pastor que no descansa hasta encontrar y sanar al alma herida. A través de las lecturas de este día, descubrimos la fuerza del celo de Dios por cada uno de nosotros y el llamado urgente a ser obreros activos en su mies, especialmente en este Año Jubilar, en el que se nos convoca a ser peregrinos de esperanza en un mundo cansado, fragmentado y muchas veces extraviado.


1. Jesús, incansable peregrino del Reino

El evangelio según san Mateo nos presenta una escena profundamente humana y divina a la vez:

“Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia. Al ver a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban fatigadas y abatidas, como ovejas sin pastor.” (Mt 9,35-36)

Jesús no es un predicador de escritorio. Su celo por las almas lo impulsa a recorrer caminos, tocar heridas, mirar rostros, escuchar silencios. Es un Pastor en movimiento, un Salvador inquieto. No se conforma con atraer multitudes; quiere llegar al corazón de cada persona. A través de sus pasos, revela su urgencia por consolar, guiar y salvar.

Ese celo que movía a Jesús sigue vivo hoy. Él tiene sed de ti, de tu corazón. Su compasión no es abstracta ni genérica; es concreta, personal y ardiente. Él te busca. Él te ve. Él no descansa hasta encontrarte.


2. Fatigados y abatidos: la herida interior de nuestros tiempos

Mateo describe a las multitudes como “fatigadas y abatidas, como ovejas sin pastor”. ¡Qué imagen más actual! Hoy vemos a tantas personas caminando sin dirección, cargadas por preocupaciones, heridas por el rechazo, esclavizadas por el pecado o hundidas en la desesperanza. La soledad se ha vuelto pandemia silenciosa. Muchos buscan sentido, afecto, redención... y no encuentran un rostro que los mire con ternura.

Aquí, hermanos, la mirada de Jesús se convierte en medicina. Él ve más allá de nuestras apariencias. No nos define por nuestras caídas, sino por el amor que sueña para nosotros. Su compasión es activa: toca, sana, perdona, levanta. Él no se aparta del que sufre, sino que se acerca más.


3. Jacob: la lucha del alma que anhela la bendición

La primera lectura del Génesis (32,22-32) nos presenta a Jacob luchando toda la noche con un personaje misterioso, que finalmente resulta ser una manifestación divina. Es la lucha interior de quien no se resigna a seguir adelante sin la bendición de Dios.

Jacob, en su combate, representa a todo creyente que lucha con su pasado, sus miedos, su pecado, su deseo de conversión. Y al final, aunque herido, recibe un nuevo nombre: Israel, el que lucha con Dios. Su herida se convierte en bendición. Su combate, en identidad renovada.

Hoy Jesús también quiere renovar nuestro nombre y nuestra historia. Pero eso implica no huir de nuestras noches oscuras, sino enfrentarlas con fe. Él se deja encontrar en esa lucha: en la oración que duele, en la confesión que libera, en la Eucaristía que fortalece.


4. El celo de Cristo: una invitación personal y eclesial

Hoy se nos recuerda que el celo de Jesús no fue una emoción pasajera, sino una pasión constante. Él recorrió a pie pueblos enteros porque deseaba encontrarse contigo y conmigo. Su compasión era el motor de su misión. Su deseo de salvar arde aún hoy en su corazón eucarístico.

Y este celo es también una llamada. Jesús no quiere salvar solo; quiere obreros para su mies. Él dice: “La mies es mucha y los obreros pocos.” (Mt 9,37). Hoy, más que nunca, el mundo necesita pastores según el corazón de Dios: sacerdotes, consagrados, laicos comprometidos, misioneros digitales, catequistas valientes, benefactores generosos.

En este Jubileo, el Papa nos ha llamado a ser Peregrinos de la Esperanza. Pero esa esperanza no es una idea, es una misión. ¿Quién irá por nosotros? ¿Quién mirará a los abatidos con compasión? ¿Quién les dirá que no están solos?


5. Oración y gratitud por los benefactores: testigos del celo de Dios

Hoy ofrecemos esta Eucaristía por nuestros benefactores, vivos y difuntos. Ellos son signos concretos del amor providente de Dios. Gracias a su generosidad, muchos proyectos pastorales, sociales y espirituales han sido posibles. Son parte de los obreros silenciosos de la mies. Ellos también han sentido el celo de Dios y han respondido con obras.

Que el Señor les recompense con bendiciones abundantes. Que los que ya partieron gocen de la luz eterna, y que los vivos sigan sembrando esperanza.


Conclusión: Jesús te busca… ¡déjate encontrar!

Querido hermano, querida hermana: si hoy te sientes cansado, confundido o abandonado, esta Palabra es para ti. Jesús te busca con celo. Él quiere ser tu Pastor. Quiere hablar a tu corazón, sanar tu herida, y enviarte como testigo de su Reino. No estás solo. No estás sin rumbo. Eres amado con pasión divina.


Oración final:

Señor Jesús, Buen Pastor,
te doy gracias por tu celo incansable,
por tu compasión que no me deja caer.
Tú conoces mis fatigas, mis heridas, mis noches de lucha.
Mírame hoy como miraste a las multitudes.
Sáname, llámame, envíame.
Que no pase este Año Jubilar sin que mi corazón
se renueve en tu gracia.
Bendice a nuestros benefactores,
ellos han sostenido tu misión con generosidad y amor.
Y haz de mí, Señor, un obrero de tu mies.

Amén.

 

 


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