7 de septiembre del 2014: 23o Domingo del Tiempo Ordinario A
La deuda del amor mutuo
Dios es perseverante, Él no cesa de
invitar al pecador a volverse a Él y a levantarse. Por su Hijo Jesús, siempre
presente, Él hace de su Iglesia una familia donde cada miembro cuida, se
preocupa por el otro.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (18,15-20):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.»
Palabra del Señor
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.»
Palabra del Señor
A guisa de introducción:
TODOS Y CADA UNO…
Yo soy Iglesia,
Tú eres Iglesia,
Somos la Iglesia del Señor…
Hermano ven ayúdame,
Hermana ven ayúdame
A construir la Iglesia del
señor…
Quién
no cantó alguna vez estos versos (en su infancia despreocupada o su
espontanea juventud vivida) o al menos los ha escuchado…
Iglesia
con I mayúscula, iglesia con i minúscula…cual es la diferencia? Pregunta
recurrente y casi que obligada en todas las catequesis de los sacramentos de
iniciación…
Y en
nuestros tiempos de cuestiones asiduas y razonamientos diarios debiéramos
preguntarnos cada uno en conciencia…Qué es la Iglesia para mí? Cómo la
entiendo?
Es
más sería una muy buena idea, introducir nuestra homilía o reflexión de la
Palabra de este domingo con la cuestión: Si yo les preguntara…para
usted (es) qué es la Iglesia?
Y si
hay tiempo otra pregunta más…Cómo vivo mi pertenencia a esta Iglesia? Que estoy
haciendo por ella, por su madurez, por su crecimiento…en otras palabras por su
santidad?
Conocemos
diariamente de detractores de la Iglesia, críticos mordaces del papa y sus
gestos, sus palabras…sus omisiones…Y lo más triste y o simpático es que la
mayoría de procedencia de esas críticas y opiniones hirientes tienen orígenes
católicos…No sólo hablo de reconocidos teólogos, eminentes escritores, sino
mismo entre nosotros, al interior de la comunidad religiosa, comunitaria,
de barrio…Recurrimos asiduamente a defenestrar de la iglesia, y en lugar de
hablar de sus lodos, su suciedad, no nos dedicamos más bien a limpiarla con
nuestras actitudes y comportamientos.
Y
todo esto pasa porque la mayor parte del tiempo se cree que la Iglesia es solo
el papa, el Vaticano, los cardenales y todos los demás clérigos, monjitas y
jerarcas que tienen un servicio (no poder) de autoridad. Creemos que la Iglesia
es un aparato administrativo y burocrático, complejo, autoritario, centralizado
y pleno de riquezas materiales…(cfr. los periodistas, en su mayoría un día bautizados pero que por ignorancia y facilismo se vuelven contrarios a todo lo que da esencia a su existencia...)
Entonces
nos auto-excluimos, porque creemos que NO HACEMOS PARTE DE LA IGLESIA, Y QUE
ella no nos concierne…(el bautismo fue un “deber” o “conveniencia social”, que
en nada me toca o me compromete…se piensa). "Me bautizaron cuando tenia dos meses y a mi no me avisaron", parecieran comulgar con la visión "rebelde-protestante- non católica de Arjona".
En
verdad que son pocos, más bien, raros aquellos para quienes la palabra
IGLESIA evoca (inspira) la idea de comunidad. La mayoría de los cristianos
católicos no comprenden por ejemplo que en el libro de Los hechos de los
Apóstoles se puede leer que Pablo y Bernabé, en Antioquia, “fueron
escoltados por la Iglesia “ (Hechos 15,3) y que en Jerusalén , “fueron acogidos
por la Iglesia” (15,4).
No
hay allí una simple y falsa noción de Iglesia? Muchos comportamientos
prácticos son la consecuencia. La Iglesia es ante todo, un asunto de las
autoridades, es cosa de los curas…Cuántos católicos no entienden aún, y a pesar
de todos los esfuerzos realizados, el carácter comunitario de la liturgia y de
los sacramentos (continuamos por tanto haciendo matrimonios y bautismos, hasta
primeras comuniones privadas…por ejemplo).
Cuántos
desean aun, que a propósito de un problema, que “la Iglesia” se pronuncie
y que nos evite a “nosotros” (no Iglesia) el pronunciarnos,
“mojarnos” o “untarnos de barro”? Y entre los que no practican, sería necesario
ver si una de las principales razones del abandono de la práctica no sería
justamente una visión individualista de la vida de fe: no se tiene necesidad de
la Iglesia para creer en Jesucristo y orar a Dios!
Este
domingo nos ofrece la ocasión privilegiada de reflexionar sobre lo que somos o
deberíamos ser como Iglesia: “Todos y cada uno”, alrededor de esta frase podríamos
desarrollar nuestra meditación.
Es
todos juntos que somos la Iglesia de Dios y es cada uno de nosotros
quien al mismo tiempo, construye esta Iglesia y es sostenida por ella…
Una 2a reflexión:
Madre
Iglesia
Tomado
de “razones para el amor” Articulo No 58 de Jose L. M. Descalzo
Creo
que no puedo escribir en este libro sobre las cosas que amo sin hablar también
sobre la Iglesia, sobre mi querida Iglesia.
Comprendo
que, al hacerlo, no estoy muy a la moda, porque hoy lo que priva es hablar de
ella, cuando menos, con despego (¡y tantas veces con ferocidad!), incluso entre
los creyentes. Dicen que el signo de los tiempos es gritar: «Cristo, sí;
Iglesia, no»; pero a mí eso me parece tan inverosímil como decir «quiero al
alma de mi madre, pero a mi madre no». Y lamento no entender a quienes la
insultan o desprecian «en nombre del Evangelio» o a quienes parecen sentirse
avergonzados de su historia y piensan que sólo ahora o en el futuro vamos a
construir la «verdadera y fiel Iglesia». No sé, pienso que tal vez cuando ya esté
en el cielo sentiré compasión hacia eso en lo que aquí abajo convertíamos entre
todos a la Iglesia, pero mientras esté en la tierra ya tengo bastante trabajo
con quererla como para encontrar también tiempo para ver sus fallos.
Y voy
a ver si explico un poco las razones por las que la quiero. Para ser un poco
sistemático, voy a reducirlas a cinco fundamentales.
La
primera es que ella salió del costado de Cristo. ¿Cómo podría no amar yo
aquello por lo que Jesús murió? ¿Y cómo podría yo amar a Cristo sin amar, al
mismo tiempo, aquellas cosas por las que él dio su vida? La Iglesia —buena,
mala, mediocre, santa o pecadora, o todo eso junto— fue y sigue siendo la
esposa de Cristo. ¿Puedo amar al esposo despreciándola? Pero —me dirá alguien—
¿cómo puedes amar a alguien que ha traicionado tantas veces al evangelio, a
alguien que tiene tan poco que ver con lo que Cristo soñó que fuera? ¿Es que no
sientes al menos «nostalgia» de la Iglesia primitiva? Sí, claro, siento
nostalgia de aquellos tiempos en los que —como decía San Ireneo—«la sangre de
Cristo estaba todavía caliente» y en los que la fe ardía con toda viveza en el
alma de los creyentes. Pero ¿es que hubiera justificado un menor amor la
nostalgia de mi madre joven que yo podía sentir cuando mi madre era vieja?
¿Hubiera yo podido devaluar sus pies cansados y su corazón fatigado?
A
veces oigo en algunos pulpitos o tribunas periodísticas demagogias que no
tienen ni siquiera el mérito de ser nuevas. Las que, por ejemplo, hablan de que
la Iglesia es ahora una esposa prostituida. Y recuerdo aquel disparatado texto
que Saint-Cyran escribía a San Vicente de Paúl y que es —como ciertas críticas
de hoy— un monumento al orgullo: «Sí, yo lo reconozco: Dios me ha dado
grandes luces. Él me ha hecho comprender que ya no hay Iglesia. Dios me ha
hecho comprender que hace cinco o seis siglos que ya no existe la Iglesia.
Antes de esto la Iglesia era un gran río que llevaba sus aguas transparentes,
pero en el presente lo que nos parece ser la Iglesia ya no es más que cieno. La
Iglesia era su esposa, pero actualmente es una adúltera y una prostituta. Por
eso la ha repudiado y quiere que la sustituya otra que le sea fiel.»
Me
quedo, claro, con San Vicente de Paúl, que, en lugar de soñar pasadas o futuras
utopías, se dedicó a construir su santidad, y con ella, la de la Iglesia. Un
río de cieno hay que purificarlo, no limitarse a condenarlo. Sobre todo cuando
nadie puede presentar ese supuesto libelo de repudio que Cristo habría dado a
su esposa.
La
segunda razón por la que amo a la Iglesia es porque ella y sólo ella me ha dado
a Cristo y cuanto sé de él. A través de esa larga cadena de creyentes mediocres
me ha llegado el recuerdo de Jesús y su Evangelio. Sí, claro, a veces lo ha
ensuciado al transmitirlo, pero todo lo que de él sabemos nos llegó a través de
ella.
Ella
no es Cristo, ya lo sé. El es el absoluto, el fin; ella, sólo el medio. Incluso
es cierto que cuando digo «creo en la Iglesia» lo que estoy diciendo es que
creo en Cristo, que sigue estando en ella; lo mismo que cuando afirmo que bebo
un vaso de vino, lo que realmente bebo es el vino, no el vaso. Pero ¿cómo
podría beber el vino si no tuviera vaso? El canal no es el agua que transporta,
pero ¡qué importante es el canal que me la trae! El centro final de mi amor es
Cristo, pero «ella es la cámara del tesoro, donde los apóstoles han depositado
la verdad, que es Cristo», como decía San Ireneo. Ella es «la sala donde el
Padre de familia celebra los desposorios de su Hijo», como escribía San
Cipriano. Ella es verdaderamente —ahora es el río de San Agustín quien se
desborda— «la casa de oración adornada de visibles edificios, el templo donde
habita tu gloria, la sede inconmutable de la verdad, el santuario de la eterna
caridad, el arca que nos salva del diluvio y nos conduce al puerto de la
salvación, la querida y única esposa que Cristo conquistó con su sangre y en
cuyo seno renacemos para tu gloria, con cuya leche nos amamantamos, cuyo pan de
vida nos fortalece, la fuente de la misericordia con la que nos sustentamos».
¿Cómo podría no amar yo a quien me transmite todos los legados de Cristo: la
eucaristía, su palabra, la comunidad de mis hermanos, la luz de la esperanza?
Pero
su historia es triste, está llena de sangres derramadas, de intolerancias
impuestas, de legalismos empequeñecedores, de maridajes con los poderes de este
mundo, de jerarcas mediocres y vendidos... Sí, sí, es cierto. Pero también está
llena de santos.
Y
ésta es la tercera razón de mi amor. Siempre que yo me monto en un tren sé que
la historia del ferrocarril está llena de accidentes. Pero no por eso dejo de
usarlo para desplazarme. «La Iglesia —decía Bernanos— es como una compañía de
transportes que, desde hace dos mil años, traslada a los hombres desde la
tierra al cielo. En dos mil años ha tenido que contar con muchos
descarrilamientos, con una infinidad de horas de retraso. Pero hay que decir
que gracias a sus santos la compañía no ha quebrado.» Es cierto, los santos son
la Iglesia, son lo que justifica su existencia, son lo que no nos hace perder
la confianza en ella. Ya sé que la historia de la Iglesia no ha sido un idilio.
Pero, a fin de cuentas, a la hora de medir a la Iglesia a mí me pesan mucho más
los sacramentos que las cruzadas, los santos que los Estados Pontificios, la
Gracia que el Derecho canónico. ¿Estoy con ello diciendo que amo a la Iglesia
invisible y no a la visible? No, desde luego. Pienso que tenía razón Bernanos
al escribir que «la Iglesia visible es lo que nosotros podemos ver de la
invisible» y que como nosotros tenemos enfermos los ojos sólo vemos las zonas
enfermas de la Iglesia. Nos resulta más cómodo. Si viéramos a los santos,
tendríamos obligación de ser como ellos. Nos resulta más rentable
«tranquilizamos» viendo sólo sus zonas oscuras, con lo que sentimos, al mismo
tiempo, el placer de criticarlas y la tranquilidad de saber que todos son tan
mediocres como nosotros. Si nosotros no fuésemos tan humanos, veríamos más los
elementos divinos de la Iglesia, que no vemos porque no somos ni dignos de
verlos.
Voy a
atreverme a decir más: yo amo con mayor intensidad a la Iglesia precisamente
«porque» es imperfecta. No es que me gusten sus imperfecciones, es que pienso
que sin ellas hace tiempo me habrían tenido que expulsar a mí de ella. A fin de
cuentas, la Iglesia es mediocre porque está formada de gente como nosotros,
como tú y como yo. Y esto es lo que, en definitiva, nos permite seguir dentro
de ella.
Bernanos
lo decía con exacta ironía: «Oh, si el mundo fuera la obra maestra de un
arquitecto obsesionado por la simetría o de un profesor de lógica, de un Dios
deísta, la santidad sería el primer privilegio de los que mandan; cada grado en
la jerarquía correspondería a un grado superior de santidad, hasta llegar al
más santo de todos, el Santo Padre, por supuesto. ¡Vamos! ¿Y os gustaría una Iglesia
así? ¿Os sentiríais a gusto en ella? Dejadme que me ría. Lejos de sentirnos a
gusto, os quedaríais en esta congregación de superhombres dándole vueltas entre
las manos a vuestra boina, lo mismo que un mendigo a la puerta del hotel Ritz.
Por fortuna, la Iglesia es una casa de familia donde existe el desorden que hay
en todas las casas familiares, siempre hay sillas a las que les falta una pata,
las mesas están manchadas de tinta, los tarros de confites se vacían
misteriosamente en las alacenas, todos lo conocemos bien, por experiencia.»
Sí,
por fortuna en la Iglesia imperan las divinas extravagancias del Espíritu, que
sopla donde quiere. Y gracias a ello nosotros podemos agradecerle a Dios cada
noche que aún no nos hayan echado de esa casa de la que todos somos indignos.
Tendremos, claro, que luchar por mejorarla. Pero sabiendo bien que siempre ha
sido mediocre, que siempre será mediocre, como en las casas siempre hay polvo
por muy cuidadosa que sea su dueña.
No se
sabe por dónde, pero el polvo entra siempre. Y uno limpia el polvo en lugar de
pasarse la vida enfadándose con él. En rigor, todas esas críticas que
proyectamos contra la Iglesia deberíamos volcarlas contra cada uno de nosotros
mismos. Lo voy a decir en latín con las preciosas palabras de San Ambrosio:
«Non in se, sed in nobis vulneratur Ecclesia. Caveamos igitur, ne lapsus noster
vulnus Ecclesie fiat» (No en ella misma, sino en nosotros, es herida la
Iglesia. Tengamos, pues, cuidado, no sea que nuestros fallos se conviertan en
heridas de la Iglesia).
La
quinta y más cordial de mis razones es que la Iglesia es —literalmente— mi
madre. Ella me engendró, ella me sigue amamantando. Y me gustaría ser como San
Atanasio, que «se asía a la Iglesia como un árbol se agarra al suelo». Y poder
decir, como Orígenes, que «la Iglesia ha arrebatado mi corazón; ella es mi
patria espiritual, ella es mi madre y mis hermanos». ¿Cómo entonces sentirme
avergonzado por sus arrugas cuando sé que le fueron naciendo de tanto darnos y
darnos a luz a nosotros?
Por
todo ello espero encontrarme siempre en ella como en un hogar caliente. Y deseo
—con la gracia de Dios— morir en ella, como soñaba y consiguió Santa Teresa. Y
ése será mi mayor orgullo en la hora final.
Ese
día me gustará repetir un pequeño poema que escribí hace ya muchos años, siendo
seminarista; un poema muy malo, pero que conservo como era porque creo que
expresaba y expresa lo que hay en mi corazón:
Amo a
la Iglesia, estoy con tus torpezas,
con
sus tiernas y hermosas colecciones de tontos,
con
su túnica llena de pecados y manchas.
Amo a
sus santos y también a sus necios,
amo a
la Iglesia, quiero estar con ella.
Oh,
madre de manos sucias y vestidos raídos,
cansada
de amamantarnos siempre,
un
poquito arrugada de parir sin descanso.
No
temas nunca, madre, que tus ojos de vieja
nos
lleven a otros puertos.
Sabemos
bien que no fue tu belleza quien nos hizo hijos tuyos,
sino
tu sangre derramada al traernos.
Por
eso cada arruga de tu frente nos enamora
y el
brillo cansado de tus ojos nos arrastra a tu seno.
Y hoy,
al llegar cansados, y sucios, y con hambre,
no
esperamos palacios, ni banquetes, sino esta
casa,
esta madre, esta piedra donde poder sentarnos.
Aproximación psicológica del
evangelio:
Antes de excomulgar…
Esta
palabra sobre el hermano que ha pecado aparece como una aplicación y un
desarrollo de la parábola de la oveja perdida que precede inmediatamente este
pasaje.
“Si
tu hermano te ofende”
(“si una oveja llegara a perderse”); “ve a su encuentro” (ve
en búsqueda de aquella que se ha perdido”); “si él te escucha” (“si
él llega a encontrarla”)…
Sin
embargo, la parábola no tenía la intención del rechazo de la oveja perdida o
impedirle que volviera al rebaño, mientras que aquí se examina en profundidad
el caso. “vé y házselo ver” : haz tu mismo la diligencia de ir
a su encuentro en su terreno. La psicología animal llama nuestra atención por
el hecho que uno es siempre más vulnerable cuando se aventura en el territorio
de otro y que a la inversa, aquel que es “visitado” se siente más cómodo (mejor)
puesto que él permanece (queda) en posesión de todos sus medios. “Ir al
encuentro” del otro, aparece entonces como una diligencia mucho más fraternal
que de “esperarlo” en su propia casa, como en otro lugar la expresión popular
lo hace bien sentir: (a él, yo le espero, o “a ti, yo te espero”…).
“Vé y
házselo ver, a solas entre los dos”: dentro de una atmosfera favorable de
intimidad, aborda (contempla) con él precisamente los puntos (aspectos) que
causan dificultad.
Quizás
entonces, tú descubrirás que lo que te aparecía como un pecado de su parte era
preferiblemente un error de percepción, un simple malentendido entre ustedes
dos, o un accidente (choque) con responsabilidad compartida. Hay lugar entonces
para reconciliarse con toda simplicidad, es decir, ocasión de restablecer la
comunicación fraternal y espontanea que un obstáculo impedía.
Pero
también existe la posibilidad de que ustedes no logren entenderse, de que tú
tengas la impresión con razón o sin razón de que “él (ella) no te escucha”.
Podría ser también que sea tu hermano (a) quien esté muy a la defensiva o que
quizás seas tú muy rígido, o que el conflicto acaecido entre ustedes dos este
muy endurecido.
En
los tres casos, lo ideal es que ustedes retomen “todo el asunto” con
otros dos o tres miembros de la comunidad.
Mateo
hace alusión acá a una disposición jurídica sobre la validez del
testimonio, pero bajo este pasaje del libro del Deuteronomio (19,15), se
distingue el mismo fenómeno psicológico: es posible que sea el acusador y no el
acusado quien este en la falla! La presencia de otras personas permite
despolarizar o ser imparcial en el conflicto, objetivar la situación, y ayudar
así las dos personas a identificar el objeto real del debate.
Así
se puede llegar a una percepción común de la realidad implicada (el asunto
tratado) y se reintegra entonces la comunión en la alegría (cf. V.13).
Pero
también puede ser que la persona interpelada “se resiste a escuchar”, sea
porque ella no logra rencontrarse en los valores, los postulados o el funcionamiento
de otros miembros del grupo, sea que ella decide persistir en su conducta,
mismo si ésta va al encuentro de sus propios valores.
En
este caso, será necesario tomar distancia de esta persona, es necesario no ser
solidario y mostrarlo abiertamente, con comportamientos que estarían en
desacuerdo flagrante con el Evangelio ( v.g: explotación, tortura, chantaje,
desprecio de la dignidad del otro…)
Si
este recorrido es vivido con honestidad en la fe y en el respeto del otro, se
nos dice que la decisión del grupo es la decisión de Dios (v.18), pero ya vemos
cuántas condiciones son requeridas antes de llegar a este punto, que diferencia
entre lo que se pide acá y los juicios sumarios unilaterales y sin
apelación (a la persona) que nosotros hacemos si frecuentemente sobre el
otro!
Job
excomulgado
Mateo
preocupado por las necesidades de la comunidad cristiana primitiva (Iglesia) en
términos de animación y de organización, nos reporta las palabras de Jesús que
él reformula bajo la forma de directivas explicitas a la intención de la
comunidad.
Pero
los procesos de excomunión son siempre muy delicados y si nos atenemos a
lo que dice acá, el mismo Job , el santo del antiguo testamento, habría sido
excomulgado!
Job
reconoce la autoridad moral de los “dos o tres testigos” (Mt 18,16) que han
venido para convencerle de confesar su pecado: “en verdad, ustedes son la voz
del pueblo”… (Job 12,2).
Pero
cuando sus tres amigos le dicen que Dios “le ha pedido cuenta de su
falta” (Job 11,6), “renuncia a escucharles” (Mateo 18,17) diciéndoles:
“yo se lo mismo que ustedes” (Job 13,2), él se obstina en no confesar el
pecado que sabe no haber cometido, y se declara listo (preparado)
para “justificar ante Dios (su) conducta” (Job 13,15).
Y de
hecho, Dios recriminará un poco más lejos a los tres testigos para darle
la razón a Job : “ustedes no han hablado bien de mi como lo ha hecho mi
siervo Job” (Job 42,7), y lo reintegra a la comunidad:“Yahvé
restaura la situación de Job” (Job 42,10).
Esta
es la razón por la cual, la invitación a la oración comunitaria se presenta acá
tan importante, que aparece enseguida después de la directiva sobre la
excomunión.
Nosotros
tomamos itinerarios (o caminos) diferentes, no estamos siempre en las mismas
estaciones interiores, nuestras sensibilidades varían también del uno al otro.
Esto engendra normalmente muchos y variados desacuerdos entre nosotros, y
estos desacuerdos (desencuentros) pueden ser estimulantes y creadores…si ellos
no desembocan en excomunión!
Pero
más allá de nuestros desacuerdos a menudo legítimos o al menos inevitables,
estamos invitados a unirnos en la oración: pónganse de acuerdo al menos en eso,
entiéndanse al menos en el hecho de orar juntos! Si ustedes se aceptan lo
bastante en sus diferencias para ser capaces de orar juntos, yo estaré
(seré de la partida) con ustedes, dice Jesús.
Hay
oraciones lo bastante orientadas, políticamente que recuperaban los disidentes
haciéndoles orar porque los sindicatos fueran razonables, o a la inversa que
conducían (llevaban) a la gente a opciones que ellos rechazan.
Pero
más allá de una oración que rechace, aleje o condene (manipuladora), Jesús nos
dice que la oración realizada en el respeto y la comunión es fecunda, porque Él
mismo se hace estrechamente solidario con ella.
REFLEXIÓN CENTRAL
“Si
tu hermano te ofende, ve y haz que se de cuenta de su pecado, a solas entre los dos”
El
capítulo 18 del evangelio de San Mateo contiene el cuarto gran discurso de su
obra. Después del discurso sobre el monte (capítulos 5 al 7), el discurso
misionero (cap. 10) y el discurso en parábolas (cap.13), tenemos ahora el
discurso comunitario (el discurso para la Iglesia, la asamblea de los que creen
y le siguen) que habla de las relaciones entre los miembros de dicha comunidad
CRISTIANA. Los expertos llaman a estas recomendaciones de Jesús « la
enseñanza sobre la vida comunitaria ». Es bueno leer este discurso,
meditarlo bajo esta perspectiva comunitaria, ya que nosotros hacemos siempre
parte de un grupo, sea el de la familia, de la parroquia, del lugar de trabajo
o del de nuestros amigos.
Esta
mañana, Cristo nos dice que la comunidad no puede erigir (levantar) barreras
definitivas, ella debe siempre conservar las puertas abiertas y la luz
encendida. La comunidad cristiana no se resigna nunca a la pérdida definitiva
de un hermano. Ella se muestra siempre con capacidad de acoger, perdonar, de
reconciliarse, de permitir el regreso de aquel (lla) que se ha alejado. Y debe
haber un ambiente de fiesta cuando el hermano que ha abandonado la familia por
irse a vivir lejos reaparece en el horizonte (cfr. historia del retorno del
hijo prodigo Lucas 15.
Los
sociólogos afirman que el hombre de hoy tiende a un individualismo a toda
prueba: “cada quien para si mismo”. En el evangelio, Cristo condena esa actitud
y nos recuerda que somos una “raza comunitaria”. Somos responsables los unos de
los otros.
En la
carta a los Romanos, San Pablo tiene una frase extraordinaria: “No tengan
deudas con nadie, sino aquella sola del amor mutuo. Porque aquel que ama a
otro, de esta manera ha cumplido la ley” (Rom 13,8).
Siempre
habrá tensiones entre las parejas, entre padres e hijos, con nuestros amigos,
nuestros vecinos, nuestros colegas de trabajo. Desgraciadamente, en ciertos
grupos, en ciertas familias, las rupturas duran y duran años y en ocasiones no
desaparecen sino con la muerte de aquellos o aquellas que las han mantenido.
Algunos se rehúsan simplemente a reconciliarse. En estas situaciones de
conflicto, el cristiano (seguidor de Jesús) nunca debe resignarse a la pérdida
de alguien.
Hoy,
Jesús nos propone una manera de actuar para tratar de resolver las dificultades
de comunicación que aparecen entre nosotros: la corrección fraterna. En nuestra
mentalidad moderna, esto resulta insólito, pero al pensarlo bien, es quizás la
manera la más eficaz de solucionar los conflictos.
Es
necesario un cierto coraje (valentía) para ir al encuentro de alguien y
hablarle de sus lagunas, de sus debilidades, cuando nosotros estamos lejos de
ser perfectos y no estamos exentos (libres) de cometer errores. Con frecuencia
hacemos lo contrario de lo que Jesús nos sugiere en el evangelio: en lugar de
ir al encuentro de la persona concerniente y de hablarle discretamente,
hacemos insinuaciones malintencionadas a sus espaldas, portamos acusaciones
llenas de mal intención e hipocresía, practicamos alegremente la calumnia,
destruimos la reputación del otro. Cristo nos dice esta mañana: Todo esto
no es cristiano.
Existen
personas que pretenden corregir los abusos y hacer reinar la justicia, y
quienes en una actitud de critica sistemática, se mezclan en todo y están
listos siempre para darle una lección a todo mundo. Males irreparables son
causados por estos seres vindicativos (rencorosos) e irreflexivos.
Esto
sería desfigurar el pensamiento de Jesús que condenar, afligir los pecadores.
Todo el evangelio nos dice precisamente lo contrario y el contexto inmediato
del “discurso comunitario “ no habla que de delicadeza y de misericordia con
los otros. Justo, antes del pasaje que leemos hoy, Jesús ha contado la parábola
de la oveja perdida: “Eviten ustedes de despreciar a alguien…Vuestro Padre no
quiere que ninguno de sus pequeños no se pierda” (Mateo 18,14). Y enseguida
después de nuestro texto, Jesús va pedirle a Pedro de perdonar “no 7 veces,
sino 77 veces 7” (Mateo 18,21).
El
objetivo de la corrección fraterna no es el de humillar sino el de
reconciliar. No se trata de tener razón y mostrar que somos
mejores que el otro: “si tu hermano te escucha, habrás ganado a tu hermano”. He
ahí el objetivo buscado, el premio del rencuentro, la gran recompensa: no el de
ganar un argumento, de prevalecer sobre el otro, de humillarlo, sino de “ganar
su hermano en tanto que hermano”. No se trata de la satisfacción mezquina, de
tener razón, sino de la alegría de constatar que la apertura al otro ha dado
fruto.
El
objetivo de la corrección fraterna es evitar que el otro no sea humillado y
marginalizado. La comunidad que se esfuerza por ponerla en práctica, conoce
bien la parábola “de la viga en tu ojo y de la paja en el ojo del vecino”
(Mateo 7,1-5) Cuando nos encontramos alguien que ha pecado, Cristo nos dice que
hemos de tener la misma actitud que el padre del hijo pródigo que lo recibe con
los brazos abiertos, mostrando a todos que él es el hijo bien amado y hace la
fiesta por todo el pueblo.
La
sociedad actual nos empuja en la dirección de un individualismo anárquico y el
bien común viene atrás, lejos. Para Cristo, la coherencia de grupo, el amor al
otro es lo más importante que hay.
“Si
tu traes tu ofrenda al altar y recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti,
deja ahí tu ofrenda, ve primero a reconciliarte con tu hermano, y después
volverás a presentar tu ofrenda”
(Mateo 5,23-24).
Es en
este clima de reconciliación que Cristo nos invita a la corrección
fraterna: Si tu hermano te ofende, ve y házselo ver, a solas entre los
dos.
Referencias
1. HÉTU, Jean-Luc. Les options de Jésus.
2. http://cursillos.ca (Réflexion chrétienne de P. jacques-Yvon Allard) .
3. DESCALZO, José Luis. Razones para el amor. Libro en pdf descargado de Internet.
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