Mi homenaje a Chespirito (1929-2014)
POEMA
Yo que iba tan tranquilo
acercándome al final
de mi vida terrenal,
de pronto dudo y vacilo
¿Es verdad que no hay asilo para el alma?
¿Que morir es dejar de existir?
¿Qué la fugaz existencia
no tiene la trascendencia
que me dejaron intuir?
No, eso no, por favor.
Yo con mi libre albedrío,
me atrevo a decir Dios mío
que debe haber un error.
Y perdóname Señor si con esto te incomodo,
sin embargo, de algún modo, te lo tengo que decir:
No me vayas a salir con que aquí se acaba todo.
Roberto Gómez Bolaños.
El cineasta Agustín
P.Delgado , quien dirigiera en los 50s y 60s, varias peliculas de Cantinflas, bautizó a Gómez Bolaños como “Chespirito” porque lo consideraba un
pequeño Shakespeare. Yo lo hubiera puesto Chaplincito por su parecido con el
personaje Charlot del gran cómico inglés Charles Chaplin.
Pero si se le apodó
en honor del escritor inglés era por su gran talento para escribir libretos
para teatro cómico, vueltos sketchs de tv.
Con la letra CH y a
partir de ella creó personajes y palabras que calaron entre el público:
Chapulín, el
personaje que le abrió las puertas del espectáculo,
Chavo que conquisto
los corazones del público,
El Dr, Chapatin cuya
figura hacia evocar a la figura del poster más conocido del científico alemán Albert
Einstein,
El Chòmpiras que era
una especie de buen ladrón, ingenuo caco, víctima de matoneo primero del “Peterete”
(Ramón Valdez) y luego del “Botija” (Edgar Vivar),
Chaparròn Bonaparte,
el hombre adulto que sufre una locura particular y que hace buena pareja con
Lucas Tañeda…Ellos siempre salen bien librados ante quienes los quieren timar.
Vicente Chambón, el
reportero distraido de la clase popular, cuyos talentos para el periodismo (como sigue
pasando hoy) deja mucho que desear. Su apellido “chambón” habla de la
inexperiencia, del sentido de principiante…
El Chanfle (otro
rostro del personaje Chespirito), utilero de un equipo de futbol que se mete en
situaciones complicadas y cómicas con suma facilidad. Este personaje
protagonizo dos películas con su mismo nombre.
El 20 de junio de
1971 se estreno oficialmente “El Chavo”, serie que recreaba las vivencias de
una particular vecindad. En 1975 se estimaba que unos 300 millones de
espectadores veían al chavo por todo el mundo.
La primera vez que
vi el Chavo fue en 1982, pero parece ser que en Colombia desde 1971 se emitía con
interrupciones. Recuerdo que lo pasaban los lunes a las 6 30 de la tarde.
En 1978 y 1979 tuve
entre mis manos las revistas con las historias y los personajes dibujados tanto
del Chapulín Colorado como del Chavo.
La fiebre de
Chespirito fue muy fuerte a fines de los 70 y comienzos de los 80s, hasta álbum
llenamos.
Mi abuelo paterno
Tomas Antonio disfrutó muchas de las horas de su vejez y retiro con “El Chavo”,
era su programa preferido y lo miraba mientras cocinaba y mientras comía a
pesar de los refunfuños de la abuela.
En el verano de 1998
año en que se difundió (como ocurrió tantas veces) falsamente la noticia de su muerte y el
internet aun no era tan popular, recuerdo me centré por varios días en la vida
y obra del comediante mexicano; realicé que no solo era un excelente actor
cómico, sino también que ante todo era un brillante y genial escritor de
libretos, un músico, compositor de bellas e inolvidable melodías ("Oyelo, escuchalo" (dedicado a Jesucristo)
“Qué bonita vecindad”, sobre la navidad, “Churin-churin fun flais” de la banda sonora de un capitulo especial dedicado al cuento de "Blanca Nieves y los 7 enanitos" (para mí, el mejor capitulo de todos los del chapoulin) , “El Chapulín Colorado”…), un romántico poeta consumado y empedernido. Acá les transcribo varias poemas que me gustan:
“Qué bonita vecindad”, sobre la navidad, “Churin-churin fun flais” de la banda sonora de un capitulo especial dedicado al cuento de "Blanca Nieves y los 7 enanitos" (para mí, el mejor capitulo de todos los del chapoulin) , “El Chapulín Colorado”…), un romántico poeta consumado y empedernido. Acá les transcribo varias poemas que me gustan:
Mi Mejor Amigo
|
No me pasa inadvertida
esta verdad singular: yo he tenido que cargar conmigo toda la vida. Verdad incontrovertida que con prendas de egoísmo se disfraza de heroísmo; pues hay que tener paciencia para librar la existencia cargando con uno mismo. En ningún momento dejo de ser yo mi compañía. Y miro día tras día al mismo hombre en el espejo. Tal vez un poco más viejo y un poco más arrugado. Más inútil, más cansado, más sordo, más soñoliento, más distraído, más lento; en resumen: más usado. Pero hay algo singular dentro de esta situación: la costumbre da ocasión para contemporizar. Por ello he de confesar que el tanto vivir conmigo justifica lo que hoy digo a modo de confidencia: que a fuerza de convivencia yo soy mi mejor amigo. |
Florinda
|
Florinda Meza García,
Un nombre, es evidente, que rima perfectamente con la palabra "poesía". Buen principio, yo diría, para iniciar el proyecto de un poema sin defecto y sin mácula, amén de que el nombre es también octasílabo perfecto. Por si no fuera bastante, está la palabra "linda" para rimar con "Florinda" en perfecta consonante. Y de modo semejante, sin alardes de proeza, resulta obvio que "Meza" a más de ser apellido, es palabra que ha servido para rimar con "belleza". Por tanto, sin más problemas, la décima ya está con la métrica que va en semejantes poemas. Mas ¿por qué tantas faenas? si para hacer poesía en realidad bastaría con eliminar el resto y escribir tan sólo esto: "Florinda Meza García". |
Los Quijotes
No existen ya los Cervantes
que diseñaban Quijotes
ni se escuchan ya los trotes
de los viejos Rocinantes.
Los caballeros andantes
no saben soñar despiertos;
no toman rumbos inciertos
buscando faenas rudas
ni van socorriendo viudas
ni van desafiando entuertos.
No hay una bella pastora
que conduzca a las ovejas.
No hay leyendas, no hay consejas;
no hay atisbos de una aurora.
Tampoco existen ahora
gigantes en los caminos.
Si acaso algunos mezquinos
y tan insignificantes,
que a pesar de ser gigantes
aparentan ser molinos.
No hay un solo caballero
que cometa la proeza
de proteger su cabeza
con el bacín de un barbero.
Tampoco hay un escudero
con ambición feudataria;
hoy Sancho es un pobre paria
que camina lento y triste,
pues ya sabe que no existe
la ínsula Barataria.
¿Cómo conquistar bastiones
y abatir la felonía,
si el honor y la hidalguía
se fueron de vacaciones?
Si ahora los campeones
ya no emprenden odiseas
ni peligrosas tareas;
y para colmo de males,
ya no tienen los ideales
que engendraban Dulcineas.
No existen ya los Cervantes
que diseñaban Quijotes
ni se escuchan ya los trotes
de los viejos Rocinantes.
Los caballeros andantes
no saben soñar despiertos;
no toman rumbos inciertos
buscando faenas rudas
ni van socorriendo viudas
ni van desafiando entuertos.
No hay una bella pastora
que conduzca a las ovejas.
No hay leyendas, no hay consejas;
no hay atisbos de una aurora.
Tampoco existen ahora
gigantes en los caminos.
Si acaso algunos mezquinos
y tan insignificantes,
que a pesar de ser gigantes
aparentan ser molinos.
No hay un solo caballero
que cometa la proeza
de proteger su cabeza
con el bacín de un barbero.
Tampoco hay un escudero
con ambición feudataria;
hoy Sancho es un pobre paria
que camina lento y triste,
pues ya sabe que no existe
la ínsula Barataria.
¿Cómo conquistar bastiones
y abatir la felonía,
si el honor y la hidalguía
se fueron de vacaciones?
Si ahora los campeones
ya no emprenden odiseas
ni peligrosas tareas;
y para colmo de males,
ya no tienen los ideales
que engendraban Dulcineas.
De: Dixon Moya Acosta
El Espectador, marzo
2012
“Chespirito” alias Roberto Gómez Bolaños, es un creador (la
creación es la semilla de la poesía), una persona que no sólo reivindicó la
letra Ch, sino que puede atribuirse la autoría de un catálogo de expresiones
que repiten desde ciudadanos comunes y corrientes hasta gobernantes e
intelectuales. Un escritor de miles de cuartillas, convertidas en diálogos, en
escenas dramáticas o cómicas, inventor de personajes que varias generaciones de
latinoamericanos llevamos en el recuerdo.
La vocación del escritor mexicano
Roberto Gómez Bolaños por la letra CH (hasta el punto de encerrarla en un
corazón), puede deberse a su estatura, chaparrito como dicen en su país; por su
afición al deporte de las chatas; a su talento natural para ser chistoso desde
la temprana edad, es decir, desde muy chamaco. Una explicación más sería diría
que la importancia de la letra ch se debe a que se trata de un fonema que
aparece en los idiomas aborígenes precolombinos, especialmente en el náhuatl,
la lengua de los antiguos mexicas o aztecas.
En México, efectivamente, se han
acuñado muchos términos con la cuarta letra de nuestro alfabeto, pero quizás
nadie como el hombre que convirtió su simpatía personal y su inclinación por el
ingenio humorístico en opción profesional, manifiesta en miles de libretos
divertidos. El diccionario de la lengua española le debe a Gómez Bolaños haber
enriquecido el glosario de la letra ch. “Chespirito”, el “Chavo del ocho”, el
“Chapulín Colorado”, el “Dr. Chapatín”, el “Chómpiras” y muchos personajes más.
El escritor se ha encargado de
explicar el origen de su amor por la Ch. Alguna vez un productor de la
televisión mexicana al observar su capacidad para escribir le dijo que él era
una especie de Shakespeare en chiquito, un Shakespirito que se convirtió en
Chespirito. En la galería de los recuerdos imborrables, siempre van a
sobresalir tanto “El Chavo” como “El Chapulín”. El niño de la calle, del
barrio, de la cuadra, el que vivía en el universo de un barril, a quien no se
le conocieron padres, pero sí un grupo inmortal de amigos. Así como el
superhéroe latinoamericano armado con su chipote chillón, el más querido en
medio de su despistada inocencia.
En América Latina somos aficionados a
la ch, desde Argentina, en donde esta letra es sinónimo de amigo. En Colombia
no somos la excepción, hasta el punto que los señores Arias y Troller
publicaron el “Diccionario de la Ch”. El fanatismo por esa letra viene
posiblemente desde los tiempos de los chibchas, cuando en estas tierras se
tomaba chicha; es una letra que nos parece chusca, chévere por su sonoridad,
apropiada para los chascarrillos de Roberto Gómez Bolaños
Roberto Gómez Bolaños, curiosamente
sin letra ch en su largo nombre, aficionado a los deportes para compensar su
pequeña talla, campeón de fútbol estudiantil (por aquello de chutar la pelota),
aprendiz de ingeniero y como algunos formados en las ciencias exactas, a pesar
del coqueteo con los números fue ganado para el universo de las letras. La
Academia de la Lengua suele hacer congresos y homenajes a los escritores
consagrados, pero no estaría de más, un día de estos, reconocer a quien agregó
varias palabras al vocabulario más querido, el de la niñez, multiplicando
dichos y refranes como “Sin Querer Queriendo”, título del libro de memorias del
escritor Roberto Gómez Bolaños.
Vocabulario de Chespirito:
(Vicente) Chambòn, periodista torpe y distraído
del periódico “La Chicharra”.
Chanfle! Interjeccion
para expresar sorpresa, admiración. Personaje de películas sobre el futbol. Era
un utilero.
Chaparrón (Bonaparte), personaje de “Los Chifladitos”.
(Dr) Chapatìn : un galeno anciano,
malgeniado y escrupuloso.
(El) Chapulín (Colorado), héroe muy humano,
una burla a los superhéroes americanos.
(El) Chavo, el chaval huérfano de la
vecindad con un gran corazón y un amante apasionado de las tortas de jamón.
(Los) Chifladitos, Chaparrón Bonaparte
(Chespirito) y Lucas Tañeda (Rubén Aguirre)
Chicharra Paralizadora: una de las armas contra el mal
manipulada por el Chapulín.
Chilindrina, niña, hija de Don Ramón, personajes de la
vecindad del Chavo. Caracterizada por María Antonieta de las Nieves.
(La) Chimultrofia, esposa del “Botija” ,
compañero inseparable del también caquito el “Chòmpiras”. Caracterizada por
Florinda Meza.
Chipote chillón, la principal arma del Chapulín, sus golpes
aparentemente inofensivos son letales y vencen al enemigo…y a veces también
golpea a los amigos.
Chiripioica, un movimiento poco ortodoxo que afecta tanto
al Chavo como a Chaparrón Bonaparte, aunque para este último se llama
“garrotera”.
(Se me) Chispotiò, expresión recurrente del
Chavo cuando “metía la pata”.
Chiquititolina, la segunda arma poderosa y definitiva para
las misiones del chapulín, era una píldora que le posibilitaba a nuestro héroe
reducir su tamaño y pasar desapercibido por sus peligrosos enemigos.
Chòmpiras, el “caquito” bueno, el ladrón que robaba
con escrúpulo y torpeza, primero acompañado del “Peterete” y luego por el
“Botija”.
(El) Chori, uno de los enemigos más
peligrosos del Chapulín, todo un gánster caracterizado por Rubén Aguirre.
Churin-churin-fun-flais, palabreja repetida constantemente en
una representación muy original del cuento “blanca Nieves y los 7 enanitos” por
parte del elenco de “chespirito” y donde el protagonista es el Chapulin.
Indudablemente uno de mis capítulos preferidos de toda la obra chespiritiana.
Chusma, palabra proferida constantemente por “doña
Florinda”, mama de Quico (Kiko), chusma son todos aquellos que tienen
malentendidos con su mimado hijo y a los cuales “pordebajea”: primero don Ramón,
luego el Chavo, a veces el Sr. Barriga, luego será Jaimito el cartero.
En fin si Chespirito
hubiera sido colombiano hubiera comido chorizo, bailado champeta y hubiera
nacido en Choachi…
Gracias Chespirito, eres chévere!
La vecindad del
Chavo
Nos mostró que se puede ser feliz
mismo aun con pocas cosas:
el amor era en las
rosas
de Dona Florinda y
Jirafales,
manifiesto en los
sentimientos de la Chilindrina
por el niño del
barril
pero que este
último nunca logrò percibir…
Mismo si se era
huérfano
Como en el caso del
chavo,
O abandonado por un
padre
Kiko En verdad, era el tesoro de su madre.
Y para el niño del ocho
Era su mayor
ilusión
Que alguien le
comprase un día
Una grande y rica torta
de jamón.
La soledad de Dona
Clotilde
Buscaba
insistentemente
la compañía de Don
Ramón,
pero su donjuanesco
Corazón
nunca pudo
enamorarse
y ser felices dos
en uno
para siempre comer perdices
“monchito” y la mal
llamada bruja del setenta y uno.
En el mundo de Chespirito
Quedamos todos
recreados
Desde el niño chavo
al chapatin doctor viejito
Y desde el héroe
chapulín al chompiras un caquito;
Quiso decirnos el
genio, en nuestra vida la locura es
cotidiana
Pero que a ella hay
que afrontarla
Con alegría y
sonrisa sana.
Toda su vida y obra
Ha sido un
evangelio
Pues de Cristo
seguidor era
A pesar de su
abultada cartera
Y del Maestro Jesús
aprendió
Que el Cielo es de
los sencillos
Y que para tener
acceso a Él
Hemos de ser como
niños…
No pretendo agradar a nadie con esta
nota. Realmente pretendo plasmar los sentimientos encontrados que, desde que me
hice adulto, comencé a tener sobre Roberto Gómez Bolaños “Chespirito”, o más
específicamente sobre su personaje inconfundible: El Chavo del Ocho. Y es que
uno no piensa que murió el actor: uno siente que murió su personaje más famoso,
y eso puede llegar a doler, como si una parte de la infancia de uno murió con
él, porque el Chavo del Ocho no fue cualquier personaje de la farándula
televisiva latinoamericana.
Muy raras veces dedico una o dos
líneas a alguna noticia asociada con el mundo de la farándula y la televisión,
pero sin duda la muerte de Roberto Gómez Bolaños tiene algo de amargo, un sabor
muy desagradable para Latinoamérica. Yo no sé exactamente como hizo un tipo tan
retardatario, conservadurista, derechista y hasta fascista como Roberto Gómez
Bolaños para crear el personaje de El Chavo (y todos los demás, con el Chapulín
Colorado de segundo en la fila). Yo recuerdo de niño haber visto día tras día,
capítulo tras capítulo, a ese personaje infantil que vivía dentro de un barril
en medio de una vecindad sumamente pobre, y recuerdo haberme conmovido muchas
veces por ello. De adulto me di cuenta que El Chavo del Ocho, su mensaje o su
cosmovisión era mucho más revolucionaria que su autor/actor. Es que El Chavo es
en buena medida un asunto ya cultural latinoamericano que hace mucho tiempo
trascendió la mera pantalla televisiva mexicana. De tal manera que no hablaré
de la persona, más que todo por respeto a los 43 estudiantes desaparecidos de
Ayotzinapa, sino de lo que al fin y al cabo interesa en el arte: de su obra, de
su obra en un contexto social de un país atolondrado por la burguesía.
¿Cuántas veces no sufrimos con el
Chavo su pobreza extrema? ¿Cuántas veces no sentimos empatía y conmiseración
por él? Y todo lo que giraba a su alrededor lo ponía a uno de niño a pensar: la
doble moral de Doña Florinda y el Profesor Jirafales, lo obstinadamente mimado
y malcriado de Quico, el Señor Barriga y su posición económica apenas medio
superior pero que ya lo hacía asirse de una partícula de poder por sobre los
arrendados, y además de todo eso la relación hermosa entre padre e hija de Don
Ramón y la Chilindrina. Casi podríamos hacer una radiografía de todos esos
personajes y todos nos llevarían a un mismo lugar: la conclusión de que este
mundo vale la pena cambiarlo por algo menos grotesco y más hermoso. Esto no es
algo que uno pensara de niño, por supuesto, pero sí es algo que uno concluye
con el pasar del tiempo.
Otras impresiones guardé para siempre
de las últimas veces, ya adolescente, que miré El Chavo, que hoy vienen a mí al
lamentar la muerte de lo que era Roberto Gómez Bolaños a fin de cuentas: un ser
humano, y toda vida humana que fallece es lamentable, más aún cuando esa vida
ha sido dedicada a la creación. El Chavo vivía en un barril, sin padre ni madre,
sin nombre (pues recordemos “el chavo” no es otra cosa que “el muchacho”), un
niño de la calle abandonado a su suerte que encontró una casa de vecindad que
lo acogiera en su patio central. Bien pudo el Chavo haber dormido en un catre,
una esterilla, unos cartones, una colchoneta, en fin, horizontal y medio
cómodo, pero no: el Chavo escogió un barril y una posición fetal de cachicamo
asustado, como si aún necesitara ocultarse, blindarse de alguna manera contra
las injusticias del mundo. Por supuesto ese escondite o blindaje no era tan
efectivo. Normalmente todos lo respetan en su minúsculo espacio llamándolo
parados al lado del barril como quien llama por una ventana, pero fue común ver
como sucedían accidentes de todo tipo, es decir, cosas que le caían en la
cabeza aun dentro de su barril, desde agua hasta basura. Allí el Chavo
recordaba su tragedia: no tenía como protegerse totalmente aunque lo intentara.
¿Cuántos niños y niñas que hoy llamamos de la patria, que los hay en todo el
mundo, viven en esas condiciones de indefensión, expuestos a los accidentes de
una humanidad torpe que no ha sabido garantizarles una vida digna, una infancia
plena? Sin duda esto es, como la muerte, algo para sentarse a llorar.
Afortunadamente en la vecindad, que además adopta el nombre del singular
personaje, “La Vecindad del Chavo”, nunca faltó quien le diera algún alimento,
algún cobijo de alguna manera, nunca faltó quien compartiera un juguete con él,
dentro de la pobreza circundante, de la opresión en que vivían esos personajes.
Doña Florinda: ¿cuántos terminamos
odiándola, a ella y a su mimado hijo, por hacernos reír de su injusta calumnia
y consecuente desprecio y maltrato contra Don Ramón, cuyo único defecto siempre
fue no conseguir una chamba estable para poder pagar la renta? Doña Florinda
crió sola a Quico, sin padre desde que este la dejó –¡típico!-, pero no pudo
nunca ser “madre y padre” como se dice comúnmente, no pudo ser una mujer
“echada pa’lante” para mantener a su hijo: siempre pendiente de que el profesor
Jirafales le diera el amor y las comodidades que necesitaba y que su pequeño
restaurante (más bien una modesta lunchería) no podía satisfacerle. No dudo que
ambos personajes se amaran de verdad, pero era un enamoramiento anacrónico,
nadie hubo jamás que les dijera que los adultos no pueden enamorarse como los
preadolescentes, sobre todo cuando hay niños de matrimonios anteriores de por
medio. ¿Hasta cuándo pensaba el profesor Jirafales tener a Doña Florinda con un
enamoramiento platónico, por no decir pueril, en vez de convertirse de verdad
en la figura paterna que necesitaba Quico para dejar de ser tan mingón,
malcriado, engreído, pedigüeño y avaro? Porque el Profesor Jirafales es un
hombre correcto, continuamente lo vimos demostrar tener alto sentido de la honestidad,
de la ética, además de una elevada cultura dada su condición de docente,
independientemente de que “tarareara” cada vez que lo obstinaban los niños. El
profesor Jirafales sin duda fue siempre esa autoridad paternal, amorosa y
positiva, que necesitaba el pequeñoburgués de Quico.
Por otro lado, tenemos a Don Ramón:
un hombre que no tuvo suerte para conseguir nunca un trabajo estable.
Eternamente desempleado, es para mí la imagen clara de un estrato social
marginado, condenado a ser pobre cultural y socioeconómicamente para siempre.
Además de eso, viudo, pues la mamá de la Chilindrina murió cuando ella estaba
más pequeña (creo recordar lejanamente que en algún capítulo lo dicen). Don
Ramón afronta entonces, con todos sus defectos, con todas sus contradicciones,
la crianza de su hija: la levanta temprano para ir a la escuela, le prepara el
desayuno, está pendiente de sus tareas, la aconseja, la protege y la defiende
cada vez que la ve llorando con su escándalo peculiar. Paralelamente, La
Chilindrina es la única que defiende a su padre de los insultos de Doña
Florinda, de los acosos del Señor Barriga, y cada vez que puede le dice una
cantidad de cursilerías cariñosas a su padre para mantenerlo contento. Por
supuesto, no tengamos duda de que a la Chilindrina siempre le hizo falta su
madre: lo malvestida que andaba siempre, manchada, con los botones mal
abotonados, los lentes torcidos, las coletas disparejas, es pruebo de ello. Es
una cosa casi arquetipal, no digamos estereotipal porque sería ofender. Digamos
que Don Ramón hace lo que puede. Al igual que Doña Florinda con Quico: este
último siempre está bien vestido, bien peinado con su respectivo gorrito, y
apenas se medio ensucia la mamá lo regaña.
Don Barriga es el ser más detestable
y por ello el más grotesco de los personajes. No es gordo porque tenga un
problema de alimentación, ni porque su obesidad simbolice problema de salud: es
gordo porque simboliza la abundancia, la opulencia, él es La riqueza de las
naciones con patas. Por ello cada vez que entra es objeto de burlas y sufre los
peores desmanes y accidentes por las travesuras de los niños. Hasta le
confunden el nombre porque, básicamente, el Señor Barriga es un desclasado, una
contradicción andante: él sólo cobra la renta para los verdaderos dueños,
invisibles y desconocidos para los niveles sociales más bajos. Hace poco un
grupo de intelectuales llegábamos a la conclusión de que la peor carrera
universitaria que ha creado el estado burgués es la de Administración de
Empresas: implica administrarle los dineros a los poderosos. Es equivalente a
los capataces de la esclavitud, que eran los mismos negros, pero no cuales
quiera, sino los chupamedias y autonegados, los que fueron capaces de levantar
el látigo contra sus iguales. ¿Cómo concluyo todo eso del señor Barriga, si se
supone que él es el “dueño” de la vecindad? Pues porque si realmente el paltó,
la corbata, los pulcros zapatos y el lujoso maletín que carga significaran que
es un clase media (por lo menos), su hijo Ñoño no estudiaría en la misma
escuela que los demás niños de la vecindad.
Y en medio de todo esto, volvemos al
principio, está el Chavo, con un solo tirante, con su gorrito de los años
cuarenta, con sus pantaloncitos brincapozos, con sus zapatos desgastadísimos,
hablando y hablando sin parar, defendiéndose como puede, expresándose
desesperadamente hasta quedar hablando solo con la mayor sinceridad y
desparpajo, con la verdad doliente para quien fuera, con su pobreza y su
tristeza a cuestas perennemente, y sobre todo y por encima todo, redundo
adrede, una imaginación imparable, con el “¡zas!” y el trote estacionario cada
vez que se le ocurre una genial idea, con su capacidad para imaginar juegos,
juguetes, situaciones, artefactos, roles, aventuras, en fin, una creatividad
que al final de cuentas es la que salva a todo niño de la miseria humana, de la
miseria adulta. Es la capacidad de crear mundos imaginarios la que nos hace
seguir llevando internamente y con nostalgia ese niño, ese paraíso perdido en
le corazón al cual nunca volveremos. Y así, todos y todas, durante dos o tal
vez hasta tres generaciones, en toda Latinoamérica (no nada más en México)
crecimos junto a ese chavo que nunca creció, eternamente de ocho años, y lo
llevamos en el alma como un recuerdo de cómo se podía ser feliz con sólo
nuestra imaginación y nuestra creatividad.
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