miércoles, 8 de junio de 2016

12 de junio del 2016: 11o Domingo del Tiempo Ordinario (C)


La misericordia de Dios

Dios le otorga su perdón al que reconoce su pecado, se arrepiente y confía en su misericordia. Su misericordia es más grande que el mal que cometemos.




 LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 7, 36-8, 3

En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo:
-- Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora.
Jesús tomó la palabra y le dijo:
--Simón, tengo algo que decirte.
Él respondió:
--Dímelo, maestro.
Jesús le dijo: ---Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?
Simón contestó:
--Supongo que aquel a quien le perdonó más.
Jesús le dijo:
--Has juzgado rectamente.
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón:
--¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.
Y a ella le dijo:
--Tus pecados están perdonados.
Los demás convidados empezaron a decir entre sí:
--¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?
Pero Jesús dijo a la mujer:
--Tu fe te ha salvado, vete en paz.
Después de esto iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.
Palabra del Señor



A guisa de introducción:

La sabiduría del corazón:

El Evangelio de este domingo nos habla de una mujer que interrumpe la comida de Jesús en casa de un fariseo.

No sabemos nada sobre ella, ni su nombre, ni su apariencia, ni sobre su pasado.  Pero las pocas líneas que ella ocupa en el Evangelio de Lucas, nos dejan saber lo esencial.

Esta mujer ha vivido algo que la ha sacudido profundamente, y que la ha venido a encontrar en lo profundo de su persona. Más allá de las ideas, más allá de las emociones, cualquier cosa la ha impactado en el fondo de su ser. Algo que tiene que ver con el perdón. Pero no un perdón que juzga, que viene desde lo alto, como una limosna de rico. Un perdón que quema como el fuego, que refresca como agua de manantial. Un perdón que se asemeja al amor. A un inmenso amor. A un amor inmerecido, inesperado, excesivo.

Es por ello que ella responde de manera excesiva, exagerada: ella llora, abraza, derrama su perfume más precioso. Nos encontramos ante uno de los más grandes milagros de Cristo, que es de toda interioridad, íntimo: el amor perfectamente ofrecido y perfectamente acogido.

Durante este tiempo, el fariseo, desde lo alto de su ciencia y su virtud, no comprende nada. Lo que ocurre lo supera. Él que se cree muy sabio no comprende nada de esta sabiduría que viene directamente de Dios, que brota del corazón y que dona todo.

Una sabiduría que se parece a la locura.

Una sabiduría que tiene un rostro.




Aproximación psicológica al texto del Evangelio

Sexo, mentiras y EVANGELIO (o Predicación para mayores de 18 años)

Cuando yo era un niño, el pecado más terrible parecía ser todo lo relacionado con la sexualidad. Todo aquello que tuviera que ver con las relaciones extramatrimoniales, la prostitución, masturbación, el voyeurismo…Indudablemente, esto marcó a muchas generaciones y aun hoy vivimos las consecuencias de aquella manera de ver las cosas, de los miedos que nos infundían padres, abuelos y adultos cercanos, y ante todo las amenazas con el infierno después de habernos visto, escuchado o percibido de alguna manera transgrediendo el 6º mandamiento.

Yo recuerdo mi primera confesión que hice a uno de los sacerdotes que se encontraba en ese tiempo en la parroquia. Después de hacer minuciosamente mi lista confrontada con los 10 mandamientos y ayudado por el pequeño catecismo guía que nos daban y con miedo intenso de confesar mis travesuras y pecados, cuando llegué al 6º mandamiento que nos enseñaban a decir: “he pensado cosas feas, he dicho cosas feas, he hecho cosas feas…”- el padrecito me interrumpió abruptamente: “cómo? ¿Qué cosas feas?  se ha quitado la ropa por ahí en compañía de sus amigos?”  Era evidente que hasta el mismo clero estaba obsesionado con el denominado “pecado sexual”.

En mi experiencia como sacerdote, por casi catorce años, y como ya lo he dicho en anteriores artículos sobre el sacramento de la reconciliación, parece ser que para muchos el único pecado valido y digno de confesar es el sexual: “la prostitución, el acoso, la morbosidad, la masturbación, el adulterio, la promiscuidad,  el homosexualismo, la zoofilia, la pornografía…”, la mayoría llegan obsesionados ante el confesor por alguna de esas faltas…Y hasta a veces hay que hacerles ver que lo esencial y prioritario, es cuestionarse sobre la caridad, el servicio al prójimo, la acogida, como han vivido en el día a día (desde la última confesión), el amor cristiano, el amor que nos propone Jesús y la Iglesia.

Y claro este mismo sentimiento de indignidad o impureza sexuales propios de estas personas, las aleja de la Iglesia, sea porque se sienten a priori rechazados o porque creen que Dios o más que todo la institución los condena por sus tendencias e irían entonces a perder el tiempo ante un Dios irascible y categórico...Y no hay nada más falso y mentiroso que pensar eso.

Las lecturas de este domingo nos dicen que hasta el mismo gran y célebre rey David cometió pecado grave contra el 6º mandamiento y aún más contra el 5º también…Pero lo que salvó a David fue su capacidad de arrepentimiento y su decisión de cambiar y entregarse más a Dios…

Pero no estoy queriendo decir que el pecado sexual y sus variantes no sean graves y que, por tanto, no traigan consecuencias funestas en la vida misma de quienes están aprisionados por el deseo y el placer carnal. Lo que quiero decir es, que, por dar muchas veces demasiada importancia a la sensualidad, la afectividad y sexualidad mal vividas, relativizamos y omitimos en nuestra práctica y confesión, los otros pecados que ante Dios pueden ser de mayor gravedad…

En el seminario un día un sacerdote profesor muy sabio en una clase sobre moral y los sacramentos le pregunto intempestivamente a un compañero si masturbarse era pecado, a lo que Federico (nombre ficticio), como se llamaba, cogido desprovisto y en un manojo de nervios respondió de una “si padre”, entonces con ironía y con buen sentido del humor nuestro maestro le replica: “ahhh Paco, entonces ahora si nos llevó el mismo diablo a todos”.

Lo que quiere decir que, ante el lunar sexual, la desviación o enfermedad sexual no se pueden dar juicios rápidos. La dimensión sexual es una de las dimensiones más fuertes y decisivas del ser humano. Ella puede marcar una vida, hacer feliz la existencia o por el contrario amargarla y o arruinarla. No siempre los comportamientos anormales, pueden ni deben ser catalogados como pecados meramente,  también en ocasiones son situaciones consecuentes de una infancia infeliz (abusos y maltratos sexuales), de un crecimiento con carencia de afecto, con complejos de superioridad o inferioridad,  necesitadas de tratamientos psicológicos, medicinales o terapéuticos…es decir, pueden ser enfermedades, adicciones, perversiones que deben abordarse de modo diferente y alternativo a la condena moral y o religiosa.

En el evangelio Jesús no centra su parábola y enseñanza en la mujer a quien le había perdonado su pasado lascivo, prostituto y víctima de una sociedad masculina opresora, mercantil y por ende injusta. Jesús lo que quiere más bien, es dar una lección a Simón el fariseo y a todos aquellos que condenan apresuradamente sin detenerse a pensar en las complejidades de la existencia, en la historia personal de cada quien, y que no piensan que “nadie está libre de pecado” …Que no tienen la capacidad de reconocer primero la paja en su propio ojo antes de pretender sacar la paja del ojo del hermano…Jesús solo perdona y acoge agradecido el gesto de agradecimiento de la mujer.

El fariseo desde lo alto de su ciencia y de su “virtud”, no comprende nada. Lo que pasa con Jesús y la mujer lo supera. Él, que presume de ser sabio no comprende nada de esta sabiduría que viene directamente de Dios, que nace del corazón y que entrega todo.


Una sabiduría que se parece más a la locura. Una sabiduría que tiene un rostro concreto en Jesús de Nazaret, Cristo, el Hijo de Dios.




Reflexión central

¿Ves a esta mujer?

Me imagino que ustedes como yo, se han sentido siempre intrigados por este relato de una mujer pecadora que se acerca a Jesús, quien está a la mesa, comiendo en casa de Simón el fariseo, y colocándose detrás del maestro, moja sus pies con sus lágrimas y los seca con su cabellera, para después abrazarlos y cubrirlos con perfume.

Sorprende mucho que la primera comunidad cristiana haya dejado conocer un tal relato. Para cualquier hombre y de cualquier cultura, aquí hay un aspecto erótico bastante marcado, y mucho más cuando se dice que la mujer era una pecadora. No es una recolectora de impuestos (como Zaqueo), posiblemente con suerte, se trate de una prostituta…y que con seguridad era bastante despreciada.

El relato que nos propone Lucas ha sido construido con antítesis. Por una parte, hay un fariseo notable del cual conocemos el nombre, Simón, quien invita a Jesús a comer en su casa. Se puede pensar que él está intrigado por la figura de Jesús y que quiere saber más sobre este maestro itinerante y popular.
Es decir, quiere sondearlo. El relato nos hace comprender que los invitados están acostados sobre un diván. Una mujer viene y se coloca por detrás a los pies de Jesús para hacerles todo un ritual particular.

En el mundo judío, sabemos que lavar los pies, es un gesto de acogida y atención, que hace parte del ritual de introducción de los invitados a casa. Jesús lavará los pies de sus discípulos. El gesto de la mujer pecadora nos parece osado y fuera de contexto, pero seguramente es algo que ocurría a menudo. El fariseo no se sorprende al ver que Jesús tolera lo que le está haciendo la mujer. Lo que le sorprende es que Jesús no la identifique como una mujer pecadora. Él piensa para sus adentros: “Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora.”  Jesús lo sabe bien, pero no se lo tiene en cuenta. El fariseo se deja llevar por las apariencias y por las categorías bien establecidas. Jesús ve mucho más lejos. El fariseo está centrado en la Ley. Ahora, de acuerdo a la Ley, tener contacto con un pecador, lo hace a uno impuro. No se habla aquí de impureza moral o sexual, sino de impureza jurídica. Aquel que es impuro deberá someterse a un ritual de purificación, posiblemente yendo al templo; de resto, Jesús aparece muy libre ante estas cosas, por lo que sus adversarios le reprochan fuertemente. Es por ello que deja tranquila a la mujer, puesto que ella expresa en sus gestos una tristeza y dolor extremos. Ella aquí, no realiza gestos eróticos para seducir a Jesús, sino que más bien, tiene para con Jesús gestos de arrepentimiento, ella está anegada de lágrimas. Y llora tanto que moja con sus lágrimas los pies de Jesús, después los seca, luego los besa y los unta con un perfume. El fariseo está escandalizado. Jesús es libre y parece distinguir muy bien entre la seducción erótica y el gesto de arrepentimiento.

Después de haber hecho una pregunta capciosa a su invitado, Jesús pone en paralelo la conducta de Simón y de la mujer.

No me pusiste agua para los pies;
-         ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo.

Tú no me besaste;
-         ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies.

Tú no me ungiste la cabeza con ungüento;
-          ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume.

La palabra pies es citada tres veces. Como podemos ver, se insiste en esta palabra. Más lejos, en el episodio de Marta y de María, Lucas dirá de María de Betania que ella permanecía a los pies del Señor y que escuchaba su Palabra (cfr. Lucas 10,39). Estar a los pies del Señor, es adoptar una actitud de discípulo.

Por su observación, Jesús hace ver la diferencia entre Simón el fariseo y la pecadora anónima. Simón invita a Jesús a comer, pero él permanece a distancia. Él manifiesta poco interés o entusiasmo y busca juzgar a Jesús. Por el contrario, la pecadora, expresa un profundo deseo de arrepentimiento y demuestra estar muy atenta y acogedora con Jesús.

Uno se pregunta entonces: ¿Qué nos dice este episodio sobre Jesús y nosotros mismos? ¿Por qué Lucas nos cuenta esta historia?

Antes que nada, parece ser, que Lucas quiere confirmar una cualidad de Jesús en la cual él mismo insiste mucho: su predilección (preferencia) por los pecadores.  Lucas le da mucha importancia a esta cualidad de Jesús y propone numerosos relatos sobre la ternura de Jesús, sobre su misericordia. El evangelio de Lucas es un evangelio del perdón. Jesús ha provocado escandalo ya que Él vivía en un ambiente estricto donde la gente evitaba todo contacto con los pecadores y hacían notar con mucha insistencia la frontera entre las personas fieles a la Ley y los pecadores. Jesús supera esta distinción e insiste en decir que Él ha venido a salvar a los pecadores.

A través de esta historia y otras parecidas, me parece también, que Jesús quiere decir otra cosa. Esta otra cosa sería que, ante Dios nunca sabemos si estamos en regla o no. El bueno no es siempre bueno, ni el malvado lo es siempre. Simón se siente seguro de ser bueno, la pecadora está segura de no actuar bien, Jesús no justifica la pecadora ni la cree inocente. Él le dice: “tus pecados están perdonados… Tu fe te ha salvado, vete en paz.”

El problema de Simón no es que él sea un pecador. Él es más bien un hombre puro, un hombre de bien. Pero es un hombre que se encierra en su propia justicia y que, por consecuencia, muestra poca apertura. Posiblemente Simón tenga pocas faltas. Mas también tiene poca fe, no tiene confianza en Dios, él no deposita su vida en Dios (no se la confía). Jesús hace esta remarca luminosa: “al que poco se le perdona, poco ama.”

Lo que es esencial y fundamental, no es nuestra relación o reporte con la Ley, una lista de cosas a hacer o no hacer. Es nuestro reporte o relación con la fe, es nuestra apertura a Dios. La relación con la Ley, corre el riesgo finalmente de encerrarnos en nuestra propia justificación, de hacernos prisioneros de nosotros mismos. Es el reporte o relación con Dios lo que importa, la fe y confianza que ponemos en Él. En su Carta a los Gálatas, Pablo tiene palabras muy claras en este sentido: “Sin embargo hemos reconocido que las personas no son justas como Dios las quiere por haber observado la Ley, sino por la fe en Cristo Jesús. Por eso hemos creído en Cristo Jesús, para ser hechos justos a partir de la fe en Cristo Jesús, y no por las prácticas de la Ley. Porque el cumplimiento de la Ley no hará nunca de ningún mortal una persona justa según Dios. Es para esto que sirve la experiencia del pecado. Al comprender nuestras debilidades, llegamos a ser capaces de acoger el amor que Dios nos ofrece.

El segundo libro de Samuel nos cuenta una terrible aventura del rey David. Él se había enamorado locamente de Betsabé, esposa de uno de sus soldados. Betsabé queda encinta, y para esconder su aventura, David convoca al marido Urías, para que éste último tenga relaciones con su esposa y se crea padre del niño. La maniobra no funciona, y finalmente David arregla todo para que Urías se haga matar en el combate. El profeta Natán le reprocha a David su pecado, y aunque sea todo un rey, David reconoce su pecado: “he pecado contra el Señor”. Y puesto que él entra en sí mismo y recapacita, hace un camino hacia la Verdad, David, entonces, se abre a Dios.

Cuando Jesús se dirige a Simón y le increpa: “ves esta mujer?”, Simón ve la pecadora y el deshonor. Jesús ve la sinceridad en el corazón de una mujer triste y derrotada.

Ante el personaje puesto en escena hoy, ¿quiénes somos? ¿Somos como David que termina por reconocer sus errores? ¿Somos como el profeta Natán hábil para acusar los otros? ¿Somos nosotros como Simón el fariseo, intrigado por Jesús, pero ante todo cuidadoso de su respetabilidad? ¿Somos nosotros la pecadora anónima que confía mucho en Jesús y consiente en recomenzar su vida? ¿Somos nosotros todos los personajes a la vez, a veces uno, a veces el otro?

¿Ves esta mujer? Vas tu ante todo a juzgarla o a reconocerte en ella? Jesús nos invita a su mesa. ¿Será ésta comida la ocasión para descubrir a Jesús de otra manera?



Reflexión (2)

Tratado de cardiología:

Se podría creer que Jesús se aprovecha de esta situación del evangelio, para elaborar un tratado de cardiología, poniéndonos en guardia contra 3 tipos de enfermedad cardiaca: diferentes a la taquicardia (latidos acelerados) y su contraria la bradicardia (latidos pausados):

1.    Epicardia: (epi: palabra griega que quiere decir “sobre”) desparrame, dispersión del corazón.
Consumo de facilidad…
A nivel de la FE: se compra el cielo a fuerza de sacrificios y de servicios hechos al prójimo…
Antídoto: ser buscadores de Dios permanentemente.

2.    Esclerocardia: (sclero: palabra griega que quiere decir “endurecimiento”). Endurecimiento del corazón.
Se trata de un corazón que decide de no amar más.
A nivel de la FE: Dios es un ausente a quien yo ignoro.
Antídoto: Profundizar en la Palabra de Dios.

3.    Microcardia: (micro: palabra griega que quiere decir “pequeño”) Empequeñecimiento del corazón.
Cuando se invierte poco de sí mismo por los demás, cuando se espera todo de los otros (su iniciativa) sin poner nada de su parte, uno empequeñece al corazón.
A nivel de la fe: se tiene la impresión que Dios y los otros están a nuestro servicio. Todo se nos debe.
Antídoto: el compromiso o responsabilidad comunitario (os).


ORACION-MEDITACION:

Señor, te suplico hoy
por los hombres y  mujeres
que arrastran, como la mujer pecadora del evangelio,
un duro pasado del que buscan liberarse.

Yo te pido por todos los Simón (Simones) de la tierra,
que tienen la pretensión de ser puros y justos,
y que, por lo mismo,
corren el riesgo de pasar de lado, y no percibir tu Gracia.

Yo te pido por nosotros, por todos aquellos que dudamos a veces
en presentarnos ante Ti tal como somos,
como si no hubiéramos todavía aprendido (percibido)
hasta qué punto Tú nos amas!

Ayúdanos a ser siempre humildes y sinceros
y a nunca jamás temer acercarnos a Tí.
Haznos conscientes de nuestros fracasos y de nuestras fallas,
y percibir la importancia de cambiar nuestro juicio sobre los demás.

Pon en nosotros la FE y el Amor de la pecadora.
enséñanos a dejarnos amar y a perdonar
como ella lo ha bien sabido hacer.
Concédenos que nunca olvidemos
que tú no eres un Dios que juzga y que castiga,
sino que eres más bien un Padre amoroso y misericordioso.


(traducción de la oración en francés de Yolande Richard)

II

ORACIÓN:

He aquí mi vida, mi pobre vida
Con sus zonas de luz y de oscuridad,
Con sus pecados innombrables,
Con sus fracasos y sus éxitos.
Heme aquí ante Ti,
Tu amor me precede,
Tu amor me acompaña,
Tu amor me sigue.
Dame la FE.
Amén!


Referencias:


PEQUEÑO MISAL "PRIONS EN ÉGLISE", edición quebequense 2010, 2013.

BEAUCHAMP, André. Comprendre la Parole, année C. Novalis, Québec, 2007



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