martes, 10 de diciembre de 2019

11 de diciembre del 2019 miércoles de la segunda semana de Adviento


(Isaías 40, 25-31 y Salmo 102) El camino de la fe no es fácil. Hoy, pido al Señor que renueve mis fuerzas y mi esperanza. Yo se que él me ayudará a volverme a levantar.




Primera lectura
Lectura del libro de Isaías (40,25-31):

«¿CON quién podréis compararme,
quién es semejante a mi?», dice el Santo.
Alzad los ojos a lo alto y mirad:
¿quién creó esto?
Es él, que despliega su ejército al completo
y a cada uno convoca por su nombre.
Ante su grandioso poder, y su robusta fuerza,
ninguno falta a su llamada.
¿Por qué andas diciendo, Jacob,
y por qué murmuras, Israel:
«Al Señor no le importa mi destino,
mi Dios pasa por alto mis derechos»?
¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído?
El Señor es un Dios eterno
que ha creado los confines de la tierra.
No se cansa, no se fatiga,
es insondable su inteligencia.
Fortalece a quien está cansado,
acrecienta el vigor del exhausto.
Se cansan los muchachos, se fatigan,
los jóvenes tropiezan y vacilan;
pero los que esperan en el Señor
renuevan sus fuerzas,
echan alas como las águilas,
corren y no se fatigan,
caminan y no se cansan.

Palabra de Dios


Salmo
Sal 102,1-2.3-4.8.10

R/. Bendice, alma mía, al Señor

V/. Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.

V/. Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura. R/.

V/. El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia.
No nos trata como merecen nuestro pecados
ni nos paga según nuestras culpas. R/.




Evangelio según San Mateo 11,28-30

En aquel tiempo, exclamó Jesús: "Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera." 

Palabra de Dios

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Reflexión:

1. Caminamos buscando al Señor. Esperamos su venida. A veces la espera se nos hace larga, y duro el camino de la búsqueda. Al Israel del destierro que empezaba a desconfiar de Yahvé, Isaías le recuerda: “¿Por qué andas hablando, Jacob, y diciendo, Israel: mi suerte está oculta al Señor, mi Dios ignora mi causa?” Los desterrados han llegado a pensar que Dios no se preocupa de ellos. Pero el profeta les dice que no olviden que la misericordia del Señor “no se cansa, no se fatiga,” que “los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, les nacen alas como de águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse.” Recordémoslo nosotros en los momentos de desaliento. Porque ¿de dónde vienen nuestras desesperanzas y cansancios? ¿No será que olvidamos cómo es nuestro Dios y el amor que nos ha  mostrado en tantas ocasiones, y que, cuando hemos caminado de su mano, no hemos desfallecido, sino que hemos corrido sin cansarnos, hemos marchado sin fatigarnos?

2. El evangelio nos entrega hoy un texto muy breve pero ¡qué hermoso! Jesús mira quiénes son los que captan su mensaje y el sentido de las obras que hace y le siguen, y ve que no son los ricos ni los sabios, los entendidos, los que sobresalen; es la gente sencilla del pueblo,  los pobres, los ignorantes, los enfermos, los que no son apreciados en aquella sociedad. A ellos mira y a ellos llama: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.” Hoy es a nosotros a los que mira y llama Jesús. A nosotros que, a veces, nos sentimos cansados, dudando del amor de Dios u olvidándolo. Y nos invita, porque ha venido -y viene- para aliviar  nuestros cansancios, para aligerar la carga de nuestros desalientos, de nuestros pecados. El que acude a él encuentra el descanso que necesita y el ánimo y la fuerza para no desfallecer.
Señor, que hoy y siempre escuche esta invitación tuya tan cargada de cariño y comprensión. Que vaya a ti, Señor, para descansar y sentirme querido por ti, a pesar de mis  fallos y pecados. Cuando he ido, ¡qué renovado he vuelto!

3. Otra invitación nos hace el Señor: “Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera". Cargar con su yugo es unirnos a él, seguirle y aprender de él que es manso y humilde de corazón. Es aceptar su nueva ley que es ley de amor y servicio. Y aceptarla con amor y por amor. Que entonces su carga ni agobia ni oprime, se hace ligera. Lo dijo San Juan de la Cruz: “el alma que anda en amor, ni cansa ni se cansa.” ¿No has comprobado cómo el amor aligera hasta las renuncias más costosas y los trabajos más pesados? Y si es tu amor, Señor, ¡qué suaves y llevaderas hace todas las cargas! ¡Qué suave se torna la senda estrecha y empinada del servicio y la entrega, y con qué alegría se camina por ella cuando el que empuja es el amor, no el legalismo frío de los escribas y fariseos!

Señor, que nos mandas abrir camino a Cristo, el Señor; no permitas que desfallezcamos en nuestra debilidad los que esperamos la llegada saludable del que viene a salvarnos de todos nuestros males. (Colecta de la misa). Y tú, María, Madre de la Esperanza, ruega por nosotros para que, imitándote, seamos firmes en la espera.


Referencia:





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