4 de marzo del 2018: tercer domingo de Cuaresma (B)


Nuestro templo es alguien

Dios nos habla por diferentes signos: la belleza de la naturaleza, los misterios de la vida, las palabras humanas y divinas, los sucesos de la historia. Pero los signos de Dios superan mucho nuestra propia sabiduría. Así, el templo que nos congresa y reune es el Cuerpo del  Señor Resucitado.

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Después de haber seguido al Señor Jesús en su lucha contra el mal, el primer domingo de Cuaresma, y haber contemplado el esplendor de su rostro, el segundo domingo, hoy somos invitados a descubrir el verdadero camino que lleva a Dios,  los 10 mandamientos (La Ley), La Cruz y el templo por excelencia que nos hace entrar en la comunión del Padre. Caminemos hacia Él con confianza.





PRIMERA LECTURA
LECTURA DEL LIBRO DEL ÉXODO 20, 1-17
                                          
En aquellos días el Señor pronunció las siguientes palabras:

-- Yo soy el señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás ídolos --figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra, o en el agua debajo de la tierra--. No te postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y biznietos cuando me aborrecen. Pero actúo con piedad por mil generaciones.

No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso. Fíjate en sábado para santificarlo. Durante seis días trabaja y haz tus tareas, pero el día séptimo es un día de descanso dedicado al Señor, tu Dios: No harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu ganado, ni el forastero que vive en tus ciudades. Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra, el mar y lo que hay en ellos. Y el séptimo día descansó, por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó.

Honra a tu padre y a tu madre: así prolongarán tus días en la tierra, que el Señor, tu Dios, te va a dar. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás testimonio falso contra tu prójimo. No codiciarás los bienes de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni un asno, ni nada que sea de él.
                                                 
 Palabra de Dios




SALMO RESPONSORIAL
SALMO 18

R.- SEÑOR TÚ TIENES PALABRAS DE VIDA ETERNA.

La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye al ignorante R.-

Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos. R.-

La voluntad del Señor es pura
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos. R.-

 Más preciosos que el oro,
más que el oro fino;
más dulces que la miel
de un panal que destila. R.-





SEGUNDA LECTURA
LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS 1, 22-25

Hermanos:

Los judíos exigen signos; los griegos buscan sabiduría. Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado; escándalo para los judíos, necedad para los griegos; pero para los llamados a Cristo --judíos o griegos--: fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. 

Palabra de Dios


ACLAMACIÓN Jn 3, 16

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único. Todo el que cree en Él tiene vida eterna.



EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 2, 13- 25

Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:
-- Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.

Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: "el celo de tu casa me devora".
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
-- ¿Qué signos nos muestras para obrar así?
Jesús contestó:
-- Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
Los judíos replicaron:
-- Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de lo que había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús. Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía, pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.
                                                                                   
 Palabra del Señor




A guisa de introducción:


Construir el otro templo



Mientras que aquí en mi país Colombia, personas y comunidades cristianas se esfuerzan haciendo rifas, vendiendo empanadas y arepas, sea para construir una capilla, reconstruir, o al menos  hacer reparaciones en una iglesia y tener un lugar para reunirse, orar y celebrar el culto,  en Quebec- Canadá, (donde viví y compartí mi fe durante casi 7 añs), por el contrario  es cada vez más común la clausura o cierre de iglesias para dar paso a otras funcionalidades: centros comerciales, lugares de recreación, bibliotecas, restaurantes, etc…Y esto por la poca asistencia y con ello la inseguridad financiera de las mismas…

Ante esta realidad no faltan quienes se angustien de modo severo, se escandalicen y hasta se desanimen con lo que “ven está pasando al interior del catolicismo”…

Ante tan alarmante realidad, pienso yo, como lo piensan otros católicos y hombres de fe optimistas, es necesario ir más allá de las jeremiadas, de las lagrimas vertidas sobre la leche derramada…no queda de otra que pensar y hacer real  “una nueva manera de hacer Iglesia”.

El otro día no pude dejar de admirarme al escuchar el caso de una comunidad católica restringida en un pueblo vecino, allí todas las capillas e iglesias fueron cerradas, pero ello no fue el acabose o el final de la asamblea…no, con mucha esperanza, optimismo y la fe que les caracterizaba, decidieron seguir reuniéndose en un sótano de una de las casas de los participantes, con el tiempo allí fijaron y establecieron su pequeño bunker de oración y culto, que sirve hasta como sala de reflexión y reuniones hebdomadarias alrededor no solo de la Palabra de Dios sino también de  asuntos vitales para la comunidad…

Así unos pocos se propusieron demostrar y hoy siguen demostrando con otros, que se les une poco a poco,  que para ser Iglesia no es tan necesaria un edificio de piedra, de madera, mármol , bahareque o lo que sea.

Cuando estuve en África me admiré de las capillas provisionales de las pequeñas comunidades confinadas en el valle, en la selva o en la montaña…A veces celebraba la misa sobre un altar de piedra, bajo un árbol grueso y frondoso (en sequía bastante seco) y la naturaleza se convertía en santuario…Cada participante era consciente de ser un templo y consideraba no solo al presidente (sacerdote oficiante como templo)  sino también al hermano igualmente como un “recinto sagrado”, digno de respeto.

Ese es el mensaje del evangelio que leemos hoy: es preciso levantar nuestros ojos y mirar más allá de la realidad del templo mole de piedra, excesivo en lujos, frio en relaciones humanas,  lugar de privilegios, de negocios mercantiles con Dios (a veces), en ocasiones gueto, para dar importancia a lo que es esencial: a Jesús (primer templo a adorar y a seguir), estar abiertos y sensibles ante los hermanos, ser caritativos, acogerlos y hacer el sacrificio y la liturgia que agrada de verdad a Dios…

Si, Jesús nos hace un llamado a ver a Dios y a la Iglesia con una mirada nueva, alejada de nuestros negocios mercantiles y de la ley del más fuerte…
                                                                                            



Aproximación psicológica al texto del evangelio:

La imprescindible o necesaria cólera de Jesús


En mi niñez y después también, de manera frecuente me repitieron que el día que Jesús se hizo un fuete (o rejo) con cuerdas para expulsar a los mercaderes del templo, el maestro de Nazaret había sido presa de una “santa cólera”. Yo comprendí rápido entonces que no era una cólera como la que nos da o se ampara a veces de nosotros.

Ciertamente, Jesús no podía dejar surgir en su persona (en su alma interior) tales sentimientos, ya que la cólera (o ira) puede aparecer fácilmente como una debilidad, una falla por no retenerse. Uno quiere que Él sea humano, pero no hasta ese punto!

De otro lado, no me sorprende constatar en mis casi 10 años como sacerdote predicador, que  en todos lados  se prefiera leer y reflexionar para el tercer domingo de cuaresma (el evangelio alternativo del año C) el pasaje del encuentro de Jesús con la samaritana (Jn 4,1-42) y no éste donde se nos narra que Jesús expulso a los vendedores del templo. Como diría un tal señor Freud, esto es revelador. Es por tanto un pasaje que ha marcado de modo profundo nuestra imaginación. Jesús, el manso y humilde, que se fabrica un látigo y arrasa todo a su paso. Este gesto fue entonces rápidamente interpretado como una “ira santa”. Y si fuera una ira necesaria? No era la única vez que Jesús se enojaba de tal modo.

Je,je, recurriendo al humor sano y blanco (sin ánimo de ofender) podríamos establecer una quinta serie de misterios: los rabiosos (al lado de los gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos), y este sería el primero o el último…dependiendo como se tome cronológicamente.

Recordemos por ejemplo, un sábado en la Sinagoga de Cafarnaúm, cuando ante el escándalo de fariseos y doctores de la ley porque había curado una mujer enferma (Lucas 13,10-17), esta vez también alzó la voz, pues los doctores le hacen la misma pregunta que le formulan hoy en el templo: “Con qué poder hablas así y o haces esto?”   Es esto lo que les intriga mucho más que la acción que Él realiza.
¿Si uno tiene dificultad para digerir este pasaje, debe ser porque tenemos la impresión que a Jesús le ha caído mejor la samaritana (la ha amado más, le simpatizó más)?

No será acaso porque encontramos y o sentimos  más afinidad y sintonía  con ella, a diferencia de lo que pasa con los vendedores?  Y por tanto Jesús también ha hablado con los publicanos y cobradores de impuestos, los que intercambiaban monedas, Él ha comido con ellos. Pensemos en Zaqueo.

A primera vista, este pasaje de los vendedores del templo nos parece problemático, provoca en nosotros cierta perplejidad.

A mi modo de ver, la incomodidad (o malestar) que sentirían otros al igual que yo se refiere  sobre todo a dos cosas: al templo y Jesús mismo.

Ante lo que el templo se había convertido, Jesús no tenía otra elección sino realizar un gesto fuerte, provocador para muchos y que conlleva y eleva el  riesgo mismo de perder su vida.

El templo es el lugar donde todo se decide, donde convergen todos los caminos, donde están quienes deciden la religión, y se afirman los que se instalan o se sientan para nuestro gran bien…Aquí, no tenemos necesidad de hacer un “dibujo” o una figura con plastilina,  para demostrar que hay convergencias con lo que pasa todavía con nuestra Iglesia hoy. Podríamos mismos preguntarnos qué clase de látigo Jesús fabricaría. El templo se había convertido en un lugar donde se pretendía vender a Dios, donde se le podía comprar, como ocurre a veces y o pareciera que la Iglesia quiere vender a Dios…

Si la mayor parte del tiempo Jesús se muestra lleno de amor, Él siente esta vez que las palabras no son suficientes. La cólera se apodera de Él (traduciendo), en lo que los profetas llaman “pasión de Dios”. Este tráfico de mercancías exaspera a Jesús puesto que esto nada   tiene que ver con Dios.

Este relato joánico nos muestra una faceta poco conocida de la personalidad de  Jesús y que no encontramos con frecuencia. Si Jesús tenia la pasión de Dios, es porque consideraba y creía a todo precio (mismo de su vida), que esta relación con Dios ha de ser gratuita y gratificante, esperanza y no intercambio mercantil de todo tipo, tanto a nivel de gestos como en el plan de las ideas. 

El pretende airear un templo que se cerraba, se anquilosaba, para abrirlo a la relación con Dios. Si, “el celo por la casa de Dios le devoraba (lo atormentaba, dicen otras traducciones)”, este gesto quería manifestar un desplazamiento. Dios no permanece más en estos lugares de mercantilismo, pero Él apuesta (tiene a)  por la relación de calidad que Jesús sostiene con EL, y que él (Jesús) quiere dejarnos como recuerdo, legado para seguir (o imitar). El verdadero templo debe desplazarse hacia la construcción de un mundo justo y sensible ante la pobreza de las personas. Un cuerpo para construir en la debilidad, única manera de permanecer abierto a la esperanza. Cuando las palabras no son más escuchadas, no queda sino los gestos proféticos. Y en este gesto, Jesús anuncia su muerte y habla de su resurrección: “Destruyan este templo y yo lo reconstruiré en 3 días”, lo que sea dicho al pasar, no ha sido comprendido ni por los judíos ni por los discípulos.

Un gran místico dominicano del Siglo XIV, Maestro Eckart,  en una homilía inspirada en este pasaje de Juan, afirmaba: “El templo de Jerusalén que Jesús ha purificado, es nuestro corazón”. Todo está ahí.  No tenemos más  necesidad de comercializar a Dios para encontrarle. En nuestras asambleas, en nuestras reflexiones comunitarias, se trata de crear un espacio de gratuidad, en el perdón mutuo, en el reconocimiento del otro para que Él advenga. Jesús ha querido, en ocasiones de manera más fuerte, tentar de reabrir este espacio del corazón humano.  

En conclusión, es la misma pregunta de siempre: de qué modo quería Jesús vivir y pensar a Dios? Y Se vuelve entonces la mirada aun a la cuestión del pequeño catecismo de otro tiempo: “Dónde está  Dios?” y la respuesta no era tan bestia o desacertada en su simplicidad: “Dios está en todas partes”  Se habría podido agregar: “Ahí  donde el corazón humano se abre y o dispone para acogerlo”. Es lo que Jesús ha querido, con su gesto (aparentemente violento) redecirle a sus contemporáneos: “No encierren a Dios en un templo y sobretodo no lo vendan a bajo precio…” Es lo que continua diciéndonos hoy este pasaje. Del episodio de la Samaritana, no leído hoy,  a  los vendedores del templo, se encuentra la ruta de las personas que Jesús encontró y que amó profundamente. Estos encuentros nos dieron bellos momentos de Evangelio. Está también la ruta de esos mercaderes de Dios que levantan la cólera, la necesaria ira. Hay un tiempo para la cólera en el templo; pero también hay un tiempo para la serenidad de la pasión de Dios que se encuentra en la orilla de todos los pozos del mundo.

(traducción del francés, del texto de  GUY LAPOINTE, o.p)




Reflexion molesta del Evangelio  (reflexión central)

Operación limpieza del Templo (1)


Los exegetas discuten si el episodio que nos refiere san Juan es el mismo que el de los sinópticos, o bien si se trata de dos hechos diversos que hay que colocar, uno en la primera pascua celebrada por Jesús en Jerusalén al comienzo de su vida pública, y el otro al final de la misma, poco antes de morir... Dejemos las cosas como están.
Las diatribas de los exegetas pasarán. Pero permanece el hecho de aquel látigo levantado. Permanece el hecho de que vuelan por el aire los bancos de mercaderes. Y permanecen aquellas palabras que hacen más daño que un latigazo.

El látigo interrumpe una liturgia blasfema

Jesús ha querido «limpiar» el templo. Y ha organizado aquella barahúnda en la que los chasquidos del látigo se mezclan con los de las palabras.
Su mirada no se ha engañado. Había observado ya con ojo seguro a los enemigos del templo. Marcos, con toda precisión, nos informa de que la tarde anterior entró en Jerusalén, en el templo, y después de observar todo a su alrededor, siendo ya tarde, salió con los doce para Betania. Al día siguiente..., entrando en el templo, comenzó
a echar fuera a los que vendían y compraban en el templo; volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas... La tarde anterior, por consiguiente, ha habido una especie de exploración del campo de batalla. Y un día después, la pelea. Cristo ha estropeado el negocio de los que comerciaban a la sombra del templo. Ha «limpiado» la casa del Padre del dinero, de sus sacerdotes y de sus cómplices.
No se ha entretenido en sutilezas, ni ha atendido a la objeción de que, en definitiva, aquel mercado estaba en función de los sacrificios del templo, sirviendo por tanto fundamentalmente a la gloria del Padre. Su furor, su celo por las cosas de Dios no le permitían atender a estas argucias. No tenía más que un objetivo: terminar con aquella liturgia que era una blasfemia.
Y, al final de la operación, su rostro tenía que expresar la misma satisfacción que una ama de casa, cuando al cabo de una jornada de limpieza general, deja la escoba junto a un imponente montón de basura.

Los verdaderos enemigos

Así, pues, Cristo ha considerado a los amigos del templo precisamente como a los más peligrosos enemigos del templo.
Las consecuencias resultan molestas para nosotros.
Podemos aprender en cabeza ajena: los peores enemigos del cristianismo no han de buscarse fuera, sino dentro de su recinto sagrado. Y entre ellos, no hagamos aspavientos, podemos estar nosotros.
Somos muy hábiles para descubrir a los enemigos externos de nuestra religión. Demostramos un olfato infalible de verdaderos sabuesos. Hemos descubierto a todos los enemigos y los hemos catalogado y etiquetado. Les hemos echado encima todas las culpas, desde la descristianización de masas hasta la «preocupante crisis de vocaciones». Les hemos declarado la guerra. Nos hemos hecho «anti». Anti-esto, anti-aquello. Hemos cometido un error formidable. Hemos reducido nuestro «ser cristianos» a un «ser anti»: anti-enemigos externos.
Y no nos hemos dado cuenta de que sería urgente ser «anti-nosotros mismos».
El peligro para la Iglesia no viene de fuera. Viene de dentro, viene de nosotros. Es inútil que nos hagamos ilusiones sobre este punto.
Los enemigos externos le hacen, en el fondo, un estupendo servicio: la obligan a ser vigilante, aumentan su fuerza de cohesión, la robustecen, la sumergen en las catacumbas, que es siempre el ambiente «natural» para la explosión de su luz, la multiplican («la sangre de mártires...»). Y además, en contra de ellos, está la garantía de la asistencia del altísimo: las fuerzas del infierno no
prevalecerán...
Contra los enemigos internos no hay más solución que los santos. Y el látigo de Cristo.
Esta situación ha quedado reflejada en una frase cruel de un observador afincado en Europa desde playas más bien lejanas: «¡Qué cosa tan estupenda sería el cristianismo...,si no existieran los cristianos!».
Y un católico, Bruce Marshall, observa con cierta amargura: «Nuestra religión es verdadera, pero nuestra manera de practicarla la hace aparecer tan falsa...»
Pues bien. Yo que me he acogido a la sombra del templo, yo que vivo en el recinto sagrado, puedo ser un enemigo del templo, un profanador del templo. Mi mediocridad, mi reducir el cristianismo a dimensiones «razonables», o sea, a las dimensiones de mi timidez y de mi cobardía, mi continuo recortar los horizontes infinitos de Cristo, mis acciones que van desmintiendo cada uno de los artículos del credo, mi andar cansino y vacilante, mi falta de auténtica tensión escatológica, mi negativa a ensuciarme las manos en las realidades terrenas, mi religión como póliza de seguridad contra los eventuales riesgos del más allá, mis fáciles condenaciones, mi alergia a la cruz, mi incapacidad para «vivir el evangelio en el tiempo»: son otras tantas armas que yo apunto contra el templo.

La piel desgarrada por el látigo

Corta los aires el látigo de Cristo. Como un relámpago.Un raudal de luz. Que me ilumina y me hace daño.
Entiendo, «veo», en aquel fulgor vespertino, que el culpable soy yo y no los otros. Yo, el enemigo. Y entonces doblo la espalda para esperar más golpes. Por otro lado, es mucho mejor tener la piel desgarrada por los latigazos de Cristo que seguir llevando sobre una piel tersa un emblema comprometedor que cubre un «alma ruin» y un corazón de traidor.
De esta forma, la «operación-limpieza» concluye positivamente.
La terrible escoba del Señor ha echado afuera a los amigos-enemigos del templo. Fuera queda toda la suciedad. Dentro, ahora, se respira mejor. También yo, tras el primer momento de escozor, respiro un poco mejor.
Y comprendo que mi reconstrucción empieza exactamente en el momento en que me declaro enemigo de mí mismo.



ENTRAD, EL MERCADO HA TERMINADO (2)



Está escrito: Mi casa será casa de oración. Pero vosotros la habéis hecho cueva de bandidos. (Lc 19, 46)

Terribles los latigazos de Cristo. Pero también estas palabras. Nos gustaría prescindir de ellas. Y por muchas vueltas que les demos con las manos, nos queman siempre como tizones ardientes.
El gesto de Cristo, el látigo levantado entre las manos y los bancos por tierra, es demasiado elocuente en su perentoriedad. Y además están también sus palabras para disipar cualquier duda eventual.
O sea, la operación limpieza del templo consiste en eliminar de su recinto todo comercio, todo mercado, aunque sea un mercado al servicio de los sacrificios sagrados.
Pero mammón no puede ocupar ningún rincón en la «casa de oración». Cualquier liturgia que alimente, más o menos conscientemente, una complicidad con el mundo del dinero, se convierte en blasfemia.

El manto real resulta anacrónico

Hoy, afortunadamente, la Iglesia está adquiriendo una clara conciencia del alcance del gesto y de las palabras de Cristo.
Algunos pioneros valientes, en medio de la desconfianza general y de las acusaciones de demagogia, han abierto fatigosamente el camino con objeto de hacer desaparecer de los alrededores del altar el sonido del dinero.
Muchos sacerdotes han experimentado la angustia de aquel joven colega suyo que hace algún tiempo escribía al director de una revista:
Quiero una Iglesia pobre, sin oro, sin plata, sin cuentas corrientes, sin ornamentos fastuosos, sin objetos de culto costosísimos.
Quiero una Iglesia que distribuya todo lo que pueda recibir.
No soy un excéntrico, ni un sacerdote de izquierdas. Soy un joven siervo del Señor que querría sentir al Señor más cercano de todos los desgraciados del mundo, enfermos no sólo de miseria, sino de desconfianza, de incredulidad, de soledad, de tristeza...
¡Cuántos corazones volverían a Dios ante el ejemplo de una Iglesia pobre, verdaderamente pobre, sin términos medios! Se puede decir misa sin oro ni plata. El oro y la plata ¿honran al Señor?
Nuestra pobreza más total y más absoluta lo honrarían mucho más.
Vivo en una parroquia desde hace cuatro años y no me siento un pastor de almas. Me siento un empleado, la rueda de un mecanismo, manejo registros y ficheros, «organizo» ceremonias nupciales, discuto con los esposos la decoración floreal y el precio de los aranceles: la tarifa.
No soy un rebelde. Soy un pobre y tímido sacerdote que muchas noches llora como un muchacho porque le parece que todo, a su alrededor, es falso y equívoco. Si hablo de estas cosas con otros sacerdotes, me responden, unos con tristeza, otros con ironía, que no seré yo el que cambie a los hombres y al mundo.

Pero la verdad es que, de una forma lenta pero inexorable, el mundo y los hombres están cambiando. AI menos en este punto.
Hoy difícilmente se podría sostener la acusación según la cual, a la sombra del templo, siguen escondiéndose montones de injusticia bajo nubes de incienso, revestidos de los sagrados ornamentos. (Turoldo)
En muchas iglesias las tarifas, las clases, los privilegios, están sufriendo golpes mortales. Y no se trata solamente de unos cuantos pioneros. La operación limpieza del templo se realiza decididamente con la aprobación del concilio.
La misma reforma litúrgica ha seguido una línea de pobreza, sencillez y sobriedad. Han desaparecido los aparatos fastuosos.
Hay muchas incrustaciones que deben desaparecer.
En veinte siglos, con la pretensión de honrarlo, se han ido amontonando cosas en torno a Cristo, en su casa, en sus altares, en sus pasos, y hasta en su palabra. (Mazzolari)
Nos damos cuenta de que cierta fastuosidad sagrada impide el verdadero diálogo con el pueblo de Dios.
Ciertas formas de prestigio, ciertos títulos y distinciones, ciertas decoraciones, ciertas maneras de vivir y de vestir, cierto vocabulario abstracto y pomposo, representan otras tantas estructuras de aislamiento. (Congar)
El «manto real» impuesto a la Iglesia por los siglos (Pablo VI) resulta anacrónico. Ahora la gente se da cuenta de su precariedad, de su incongruencia y de su origen...sospechoso.
Todos estos oropeles son objeto de burla por parte de los obreros y de las masas no cristianas que ven por televisión las ceremonias eclesiásticas. Un serio estudio histórico demuestra que todos estos aditamentos no tienen en su origen ningún valor religioso. Son infiltraciones modernas que se han ido sacralizando en el correr de los siglos. (Gauthier)
Un obispo valiente, Mons. Franic, no duda en afirmar:
Como san Pedro, tenemos que vivir de las ofertas de nuestro pueblo; como san Pablo, hemos de vivir del trabajo de nuestras
manos
Y le hacen eco cuatro mil sacerdotes españoles en una carta dirigida a la jerarquía:
En cuanto a nuestra sustentación, estamos convencidos de que no puede provenir de otras fuentes más que de la voluntad de los fieles o de nuestro trabajo personal.
Se toma en serio el mandamiento del Señor: de gracia lo recibisteis; dadlo de gracia.
Existe una difusa conciencia de que solamente una Iglesia pobre tiene la capacidad de distribuir las riquezas que le han sido confiadas. Las manos que tocan las «cosas sagradas» no tienen que ensuciarse con el dinero.
Naturalmente no todo es miel sobre hojuelas. Todavía hay focos de resistencia. En algunas iglesias, a veces de manera refinada y adoptando las técnicas más modernas, se advierten aún sutiles, aunque no demasiados, vínculos con ese mundo contra el que Cristo levantó su enseña. Y los santos, vergonzosamente, quedan rebajados, a su pesar, al rango de cómplices.
De todas formas hay motivos para esperar que la operación limpieza del templo derribe estas últimas barricadas sagradas del reino de Mammón.
El templo o es casa de oración, y sólo casa de oración, o se convierte en «cueva de bandidos».

¡Fuera también los comerciantes de la eternidad!

Tengo un amigo que, cuando se acerca el domingo noveno después de Pentecostés, se informa irónicamente sobre el trozo del evangelio que hay que leer y luego, con evidente satisfacción, me dice: «Vamos a ver cómo os las arregláis hoy los curas con este trozo del evangelio que os viene como anillo al dedo...»
Pero el episodio de la expulsión de los mercaderes del templo no sólo nos toca a nosotros de cerca, sino a todo el pueblo de Dios.
Los mercaderes, en el templo, son más numerosos de lo que ordinariamente se piensa. Y la operación limpieza tendrá éxito cuando no sólo quede eliminado el ruido del dinero junto al altar, sino cuando quede bien manifiesta y extirpada la raíz profunda de ese trapichondeo.
Es preciso decirlo bien claro: en la iglesia no se permite hacer ningún comercio. Ni siquiera el comercio de «géneros de eternidad» y otros afines.
Me explico. Hay gente que va a la iglesia con el único fin de arreglar los asuntos concernientes a su propia vida futura. Una compraventa en plena regla. Se le dirige a Dios un discurso de este estilo: Tú me das un rincón del
paraíso, suponiendo que exista..., y yo te lo pagaré con la misa de los domingos y alguna que otra oración. ¿De acuerdo?
¡Asunto concluido!
Una mentalidad de este calibre es una mentalidad...que merece latigazos.
Otras formas de mercado. Recurrir al Señor con la oración sólo cuando estamos con el agua al cuello y nos urge su intervención para sacarnos del aprieto. Quizás hemos pisoteado impunemente, durante largo tiempo, las exigencias de Dios con nosotros, cuando todo andaba bien. Luego, a la primera señal de peligro, hacemos sonar la sirena de alarma. Y ¡ay si Dios no acude pronto!
En una palabra, Dios a nuestra disposición y no nosotros a disposición de Dios. Y esto es un cristianismo falso, y una oración desquiciada.
La cosa es más evidente todavía en relación con los santos. Para simplificar las cosas, incluso hemos llegado a distribuirles la tarea y a especializarlos en determinados asuntos. Tenemos una larga lista de santos de socorro de urgencia, encargado cada uno de un sector particular y sabemos en cada caso a quién hemos de dar un telefonazo.
Naturalmente les pagamos las molestias; no es que queramos gratis sus favores: una vela encendida, un triduo, una novena en los casos de acentuada sordidez del peticionario..., un exvoto en metal dorado, la estampa en la cartera... ¡Todo un mercado in sacris!
Los santos, que deberían realizar la tarea de constituir un perpetuo remordimiento para nosotros, han quedado domesticados, o al menos así nos lo parece, y utilizados para nuestro servicio. También ellos a nuestra disposición.
La operación limpieza del templo sólo se completará cuando logremos desarraigar esa mentalidad mercantil, esa concepción utilitarista de la religión que nos hace roñosos y mezquinos, que nos transforma en comerciantes a la sombra del templo. Y los traficantes del templo no hemos de olvidarnos de que en el lenguaje del Señor merecen el nombre de «bandidos».

Los que tienen derecho a estar en el templo

Después de que Jesús hizo sonar el látigo, después de haber echado a los traficantes, he aquí que en el templo se acercaron a él algunos ciegos y cojos, y los curó.
Este detalle, que parece como si se le hubiera escapado casualmente, de pasada, al evangelista, está lleno de significado, y adquiere, dentro del contexto del episodio referido anteriormente, un relieve excepcional.
Salen los intrusos y entran los «que tienen derecho».
Son puestos brutalmente a la puerta los mercaderes y son acogidos los amos, con todos los honores.
El templo, profanado por los comerciantes, queda «reconsagrado» con la presencia de los pobres.
Los pobres, clientes privilegiados del evangelio y del reino, tienen derecho a los primeros puestos en la Iglesia.
La señal más evidente de que el templo ha dejado de ser una «cueva de bandidos» es que los pobres se sienten allí a gusto, con la sensación de estar en su propia casa.
La presencia de los pobres anuncia el cese del mercado.
¿Y nosotros? ¡No nos hagamos muchas ilusiones!
¡Apenas se nos tolera en la iglesia! Prescindiendo de bromas, ¿quién tiene derecho a entrar en el templo juntamente con los pobres?
Podemos decir paradójicamente, pero no tanto: «tienen derecho a quedarse en la iglesia sólo aquellos que saben estar fuera». Esto es, los que saben portarse «fuera» con un estilo rigurosamente cristiano, según las exigencias de una fe viva y consciente.
Sólo los que han sido capaces de llevar a Dios «fuera», pueden pasar el dintel de la iglesia.
Hay una frase muy incisiva de Dietrich Bonhoeffer que ilustra esta verdad: «Sólo aquel que grita en favor de los judíos tiene derecho a cantar en gregoriano».
Podemos completarla: tiene derecho a rezar solamente aquel que «fuera» ha tenido la valentía de alzar la voz en favor de la justicia, en favor de la libertad, en favor del hombre, de cualquier hombre, cuya dignidad y cuyos derechos más elementales hayan sido pisoteados.
Más aún: tiene derecho a hablar con Dios solamente aquel que ha sido capaz de hablar, y de obrar, en favor del hombre.
«Fuera» es donde hemos de demostrar que sabemos permanecer en el templo. «Fuera» es donde se adquiere el derecho de entrada en el templo.

A pesar de todas las apariencias, no es nada fácil entrar y permanecer en el templo. El gesto y las palabras de Cristo están allí para advertírnoslo severamente, para presentarnos¿ unas condiciones que no pueden eludirse impunemente.
Es fácil ser un intruso.
Es fácil ser un profanador.
Es fácil llevar allí una mentalidad de comerciantes,
esto es, de «bandidos».

Si alguna vez nos olvidamos de ello, pidámosle al Señor que nos haga sentir cómo el pavimento se hunde bajo nuestros pies.

 (Alessandro Pronzato en Evangelios Molestos)




ORACION-CONTEMPLACION

Señor, llegan nuevos días (la primavera, otra estación),
Y yo quiero hacer mantenimiento, quiero arreglar mi casa.

Escucho que tocan a mi puerta,
pero la cerradura esta helada, y la mesa llena de chucherías…

Con el paso del tiempo, el miedo ha invadido mi espíritu
y la ambición ha tapado las ventanas de mi conciencia.

En mi corazón se acumulan los compromisos,
las traiciones y las mentiras.

Por lo tanto, yo tengo hambre de tu Verdad
y mi alma aspira a recalentarse
en el sol de tu amistad.

En ocasiones, como los mercaderes del templo,
yo busco las ventajas y o provechos fáciles, el lujo y la gloria.

Yo me pierdo en estratagemas, en conveniencias
y en mundanidades, y ya no me acuerdo más de Ti

Yo te pido Señor, ayúdame a encontrarte
en la comunidad reunida alrededor de la mesa.

Ayúdame a limpiar mi casa,
a rechazar la ambición desmedida y el egoísmo en mi corazón,
para que florezcan por siempre,
la esperanza, la alegría y la paz que nadie puede arrancar
y que reúne los amigos de la justicia.

Pierre Charland.




BIBLIOGRAFIA:


http://betania.es (Para las lecturas de la Palabra de Dios)

LAPOINTE, Guy et d’autres auteurs. Au lever du soleil. Novalis. Quebec, 2005.

Petit Missel « Prions en Église », Quebec, 2012.

PRONZATO, ALESSANDRO.  Evangelios Molestos. Ediciones Sígueme, Salamanca, 1969.



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