4 de marzo del 2018: tercer domingo de Cuaresma (B)
Nuestro templo es
alguien
Dios nos habla por diferentes signos: la belleza de la naturaleza, los
misterios de la vida, las palabras humanas y divinas, los sucesos de la
historia. Pero los signos de Dios superan mucho nuestra propia sabiduría. Así,
el templo que nos congresa y reune es el Cuerpo del Señor Resucitado.
*****
Después de haber seguido al Señor Jesús en su lucha contra el mal, el
primer domingo de Cuaresma, y haber contemplado el esplendor de su rostro, el
segundo domingo, hoy somos invitados a descubrir el verdadero camino que lleva
a Dios, los 10 mandamientos (La Ley), La
Cruz y el templo por excelencia que nos hace entrar en la comunión del Padre.
Caminemos hacia Él con confianza.
PRIMERA LECTURA
LECTURA DEL LIBRO DEL ÉXODO 20, 1-17
En aquellos días el Señor pronunció las
siguientes palabras:
-- Yo soy el señor, tu Dios, que te saqué
de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás
ídolos --figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra, o
en el agua debajo de la tierra--. No te postrarás ante ellos, ni les darás
culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso: castigo el pecado de
los padres en los hijos, nietos y biznietos cuando me aborrecen. Pero actúo con
piedad por mil generaciones.
No pronunciarás el nombre del Señor, tu
Dios en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en
falso. Fíjate en sábado para santificarlo. Durante seis días trabaja y haz tus
tareas, pero el día séptimo es un día de descanso dedicado al Señor, tu Dios:
No harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu
esclava, ni tu ganado, ni el forastero que vive en tus ciudades. Porque en seis
días hizo el Señor el cielo, la tierra, el mar y lo que hay en ellos. Y el
séptimo día descansó, por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó.
Honra a tu padre y a tu madre: así
prolongarán tus días en la tierra, que el Señor, tu Dios, te va a dar. No
matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás testimonio falso contra
tu prójimo. No codiciarás los bienes de tu prójimo, no codiciarás la mujer de
tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni un asno, ni nada que
sea de él.
Palabra de Dios
SALMO RESPONSORIAL
SALMO 18
R.- SEÑOR TÚ TIENES PALABRAS DE VIDA
ETERNA.
La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye al ignorante R.-
Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos. R.-
La voluntad del Señor es pura
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos. R.-
Más preciosos que el oro,
más que el oro fino;
más dulces que la miel
de un panal que destila. R.-
SEGUNDA LECTURA
LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL
SAN PABLO A LOS CORINTIOS 1, 22-25
Hermanos:
Los judíos exigen signos; los griegos
buscan sabiduría. Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado; escándalo para
los judíos, necedad para los griegos; pero para los llamados a Cristo --judíos
o griegos--: fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más
sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.
Palabra de Dios
ACLAMACIÓN Jn 3, 16
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su
Hijo único. Todo el que cree en Él tiene vida eterna.
EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN
2, 13- 25
Se acercaba la Pascua de los judíos y
Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes,
ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles,
los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció
las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:
-- Quitad esto de aquí: no convirtáis en
un mercado la casa de mi Padre.
Sus discípulos se acordaron de lo que está
escrito: "el celo de tu casa me devora".
Entonces intervinieron los judíos y le
preguntaron:
-- ¿Qué signos nos muestras para obrar
así?
Jesús contestó:
-- Destruid este templo, y en tres días lo
levantaré.
Los judíos replicaron:
-- Cuarenta y seis años ha costado
construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y
cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de lo que
había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús.
Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su
nombre, viendo los signos que hacía, pero Jesús no se confiaba con ellos,
porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un
hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.
Palabra del Señor
A guisa de introducción:
Construir el otro templo
Mientras que aquí en mi país Colombia, personas
y comunidades cristianas se esfuerzan haciendo rifas, vendiendo empanadas y
arepas, sea para construir una capilla, reconstruir, o al menos hacer
reparaciones en una iglesia y tener un lugar para reunirse, orar y celebrar el
culto, en Quebec- Canadá, (donde viví y compartí mi fe durante casi 7 añs), por el contrario es cada vez más común la
clausura o cierre de iglesias para dar paso a otras funcionalidades: centros
comerciales, lugares de recreación, bibliotecas, restaurantes, etc…Y esto por
la poca asistencia y con ello la inseguridad financiera de las mismas…
Ante esta realidad no faltan quienes se
angustien de modo severo, se escandalicen y hasta se desanimen con lo que “ven está
pasando al interior del catolicismo”…
Ante tan alarmante realidad, pienso yo,
como lo piensan otros católicos y hombres de fe optimistas, es necesario ir más
allá de las jeremiadas, de las lagrimas vertidas sobre la leche derramada…no
queda de otra que pensar y hacer real “una nueva manera de hacer Iglesia”.
El otro día no pude dejar de admirarme al
escuchar el caso de una comunidad católica restringida en un pueblo vecino,
allí todas las capillas e iglesias fueron cerradas, pero ello no fue el acabose
o el final de la asamblea…no, con mucha esperanza, optimismo y la fe que les
caracterizaba, decidieron seguir reuniéndose en un sótano de una de las casas
de los participantes, con el tiempo allí fijaron y establecieron su pequeño
bunker de oración y culto, que sirve hasta como sala de reflexión y reuniones
hebdomadarias alrededor no solo de la Palabra de Dios sino también de
asuntos vitales para la comunidad…
Así unos pocos se propusieron demostrar y
hoy siguen demostrando con otros, que se les une poco a poco, que para
ser Iglesia no es tan necesaria un edificio de piedra, de madera, mármol ,
bahareque o lo que sea.
Cuando estuve en África me admiré de las
capillas provisionales de las pequeñas comunidades confinadas en el valle, en
la selva o en la montaña…A veces celebraba la misa sobre un altar de piedra,
bajo un árbol grueso y frondoso (en sequía bastante seco) y la naturaleza se convertía
en santuario…Cada participante era consciente de ser un templo y consideraba no
solo al presidente (sacerdote oficiante como templo) sino también al
hermano igualmente como un “recinto sagrado”, digno de respeto.
Ese es el mensaje del evangelio que leemos
hoy: es preciso levantar nuestros ojos y mirar más allá de la realidad del
templo mole de piedra, excesivo en lujos, frio en relaciones humanas,
lugar de privilegios, de negocios mercantiles con Dios (a veces), en
ocasiones gueto, para dar importancia a lo que es esencial: a Jesús (primer
templo a adorar y a seguir), estar abiertos y sensibles ante los hermanos, ser
caritativos, acogerlos y hacer el sacrificio y la liturgia que agrada de verdad
a Dios…
Si, Jesús nos hace un llamado a ver a Dios
y a la Iglesia con una mirada nueva, alejada de nuestros negocios mercantiles y
de la ley del más fuerte…
Aproximación psicológica al texto del
evangelio:
La imprescindible o necesaria cólera de
Jesús
En mi niñez y después también, de manera
frecuente me repitieron que el día que Jesús se hizo un fuete (o rejo) con
cuerdas para expulsar a los mercaderes del templo, el maestro de Nazaret había
sido presa de una “santa cólera”. Yo comprendí rápido entonces que no era una
cólera como la que nos da o se ampara a veces de nosotros.
Ciertamente, Jesús no podía dejar surgir
en su persona (en su alma interior) tales sentimientos, ya que la cólera (o
ira) puede aparecer fácilmente como una debilidad, una falla por no retenerse.
Uno quiere que Él sea humano, pero no hasta ese punto!
De otro lado, no me sorprende constatar en
mis casi 10 años como sacerdote predicador, que en todos lados se
prefiera leer y reflexionar para el tercer domingo de cuaresma (el evangelio
alternativo del año C) el pasaje del encuentro de Jesús con la samaritana (Jn
4,1-42) y no éste donde se nos narra que Jesús expulso a los vendedores del
templo. Como diría un tal señor Freud, esto es revelador. Es por tanto un
pasaje que ha marcado de modo profundo nuestra imaginación. Jesús, el manso y
humilde, que se fabrica un látigo y arrasa todo a su paso. Este gesto fue
entonces rápidamente interpretado como una “ira santa”. Y si fuera una ira
necesaria? No era la única vez que Jesús se enojaba de tal modo.
Je,je, recurriendo al humor sano y blanco
(sin ánimo de ofender) podríamos establecer una quinta serie de misterios: los
rabiosos (al lado de los gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos), y este sería
el primero o el último…dependiendo como se tome cronológicamente.
Recordemos por ejemplo, un sábado en la
Sinagoga de Cafarnaúm, cuando ante el escándalo de fariseos y doctores de la
ley porque había curado una mujer enferma (Lucas 13,10-17), esta vez también
alzó la voz, pues los doctores le hacen la misma pregunta que le formulan hoy
en el templo: “Con qué poder hablas así y o haces esto?” Es
esto lo que les intriga mucho más que la acción que Él realiza.
¿Si uno tiene dificultad
para digerir este pasaje, debe ser porque tenemos la impresión que a Jesús le
ha caído mejor la samaritana (la ha amado más, le simpatizó más)?
No será acaso porque encontramos y o
sentimos más afinidad y sintonía con ella, a diferencia de lo que
pasa con los vendedores? Y por tanto Jesús también ha hablado con los
publicanos y cobradores de impuestos, los que intercambiaban monedas, Él ha
comido con ellos. Pensemos en Zaqueo.
A primera vista, este pasaje de los
vendedores del templo nos parece problemático, provoca en nosotros cierta
perplejidad.
A mi modo de ver, la incomodidad (o
malestar) que sentirían otros al igual que yo se refiere sobre todo a dos
cosas: al templo y Jesús mismo.
Ante lo que el templo se había convertido,
Jesús no tenía otra elección sino realizar un gesto fuerte, provocador para
muchos y que conlleva y eleva el riesgo mismo de perder su vida.
El templo es el lugar donde todo se
decide, donde convergen todos los caminos, donde están quienes deciden la
religión, y se afirman los que se instalan o se sientan para nuestro gran
bien…Aquí, no tenemos necesidad de hacer un “dibujo” o una figura con
plastilina, para demostrar que hay convergencias con lo que pasa todavía
con nuestra Iglesia hoy. Podríamos mismos preguntarnos qué clase de látigo
Jesús fabricaría. El templo se había convertido en un lugar donde se pretendía
vender a Dios, donde se le podía comprar, como ocurre a veces y o pareciera que
la Iglesia quiere vender a Dios…
Si la mayor parte del tiempo Jesús se
muestra lleno de amor, Él siente esta vez que las palabras no son suficientes.
La cólera se apodera de Él (traduciendo), en lo que los profetas llaman “pasión
de Dios”. Este tráfico de mercancías exaspera a Jesús puesto que esto
nada tiene que ver con Dios.
Este relato joánico
nos muestra una faceta poco conocida de la personalidad de Jesús y que no
encontramos con frecuencia. Si Jesús tenia la pasión de Dios, es porque
consideraba y creía a todo precio (mismo de su vida), que esta relación con
Dios ha de ser gratuita y gratificante, esperanza y no intercambio mercantil de
todo tipo, tanto a nivel de gestos como en el plan de las ideas.
El pretende airear un templo que se
cerraba, se anquilosaba, para abrirlo a la relación con Dios. Si, “el celo por
la casa de Dios le devoraba (lo atormentaba, dicen otras traducciones)”, este
gesto quería manifestar un desplazamiento. Dios no permanece más en estos
lugares de mercantilismo, pero Él apuesta (tiene a) por la relación de
calidad que Jesús sostiene con EL, y que él (Jesús) quiere dejarnos como
recuerdo, legado para seguir (o imitar). El verdadero templo debe desplazarse
hacia la construcción de un mundo justo y sensible ante la pobreza de las
personas. Un cuerpo para construir en la debilidad, única manera de permanecer
abierto a la esperanza. Cuando las palabras no son más escuchadas, no queda
sino los gestos proféticos. Y en este gesto, Jesús anuncia su muerte y habla de
su resurrección: “Destruyan este templo y yo lo reconstruiré en 3
días”, lo que sea dicho al pasar, no ha sido comprendido ni por los
judíos ni por los discípulos.
Un gran místico dominicano del Siglo XIV,
Maestro Eckart, en una homilía inspirada en este pasaje de Juan,
afirmaba: “El templo de Jerusalén que Jesús ha purificado, es nuestro
corazón”. Todo está ahí. No tenemos más necesidad de
comercializar a Dios para encontrarle. En nuestras asambleas, en nuestras
reflexiones comunitarias, se trata de crear un espacio de gratuidad, en el
perdón mutuo, en el reconocimiento del otro para que Él advenga. Jesús ha querido,
en ocasiones de manera más fuerte, tentar de reabrir este espacio del corazón
humano.
En conclusión, es la misma pregunta de
siempre: de qué modo quería Jesús vivir y pensar a Dios? Y Se vuelve entonces
la mirada aun a la cuestión del pequeño catecismo de otro tiempo: “Dónde está
Dios?” y la respuesta no era tan bestia o desacertada en su simplicidad:
“Dios está en todas partes” Se habría podido agregar: “Ahí donde el
corazón humano se abre y o dispone para acogerlo”. Es lo que Jesús ha
querido, con su gesto (aparentemente violento) redecirle a sus
contemporáneos: “No encierren a Dios en un templo y sobretodo no lo vendan
a bajo precio…” Es lo que continua diciéndonos hoy este pasaje. Del episodio de
la Samaritana, no leído hoy, a los vendedores del templo, se
encuentra la ruta de las personas que Jesús encontró y que amó profundamente.
Estos encuentros nos dieron bellos momentos de Evangelio. Está también la ruta
de esos mercaderes de Dios que levantan la cólera, la necesaria ira. Hay un
tiempo para la cólera en el templo; pero también hay un tiempo para la
serenidad de la pasión de Dios que se encuentra en la
orilla de todos los pozos del mundo.
(traducción del francés, del texto de
GUY LAPOINTE, o.p)
Reflexion molesta del Evangelio (reflexión
central)
Operación limpieza del Templo (1)
Los exegetas discuten
si el episodio que nos refiere san Juan es el mismo que el de los
sinópticos, o bien si se trata de dos hechos diversos que hay que colocar, uno en
la primera pascua celebrada por Jesús en Jerusalén al comienzo
de su vida pública, y el otro al final de la misma, poco
antes de morir... Dejemos las cosas como están.
Las diatribas de los
exegetas pasarán. Pero permanece el hecho de aquel látigo
levantado. Permanece el hecho de que vuelan por el
aire los bancos de mercaderes. Y permanecen aquellas palabras que hacen más
daño que un latigazo.
El látigo interrumpe
una liturgia blasfema
Jesús ha querido «limpiar»
el templo. Y ha organizado aquella
barahúnda en la que los chasquidos del látigo se mezclan con los de
las palabras.
Su mirada no se ha
engañado. Había observado ya con ojo seguro a los enemigos del
templo. Marcos, con toda precisión, nos informa de que la tarde anterior
entró en Jerusalén, en el templo, y después de observar todo a su
alrededor, siendo ya tarde, salió con los doce para Betania.
Al día siguiente..., entrando en el templo, comenzó
a echar fuera a los
que vendían y compraban en el templo; volcó las
mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de
palomas... La
tarde anterior, por consiguiente, ha habido una especie de exploración del campo
de batalla. Y un día después, la pelea. Cristo ha estropeado
el negocio de los que comerciaban a la sombra del
templo. Ha «limpiado» la casa del Padre del dinero, de sus sacerdotes y de sus cómplices.
No se ha entretenido
en sutilezas, ni ha atendido a la objeción de que, en
definitiva, aquel mercado estaba en función de los
sacrificios del templo, sirviendo por tanto fundamentalmente a la
gloria del Padre. Su furor, su celo por las cosas de Dios
no le permitían atender a estas argucias. No tenía más que un
objetivo: terminar con aquella liturgia que era una blasfemia.
Y, al final de la
operación, su rostro tenía que expresar la misma satisfacción
que una ama de casa, cuando al cabo de una jornada de limpieza
general, deja la escoba junto a un imponente montón de basura.
Los verdaderos
enemigos
Así, pues, Cristo ha
considerado a los amigos del templo precisamente como a los más
peligrosos enemigos del templo.
Las consecuencias
resultan molestas para nosotros.
Podemos aprender en
cabeza ajena: los peores enemigos del cristianismo no
han de buscarse fuera, sino dentro de su recinto
sagrado. Y entre ellos, no hagamos aspavientos, podemos estar
nosotros.
Somos muy hábiles
para descubrir a los enemigos externos de nuestra religión.
Demostramos un olfato infalible de verdaderos sabuesos. Hemos
descubierto a todos los enemigos y los hemos catalogado y etiquetado. Les hemos
echado encima todas las culpas, desde la descristianización de
masas hasta la «preocupante crisis de vocaciones». Les hemos declarado la
guerra. Nos hemos hecho «anti». Anti-esto, anti-aquello. Hemos cometido un error formidable.
Hemos reducido nuestro «ser cristianos» a un «ser anti»:
anti-enemigos externos.
Y no nos hemos dado
cuenta de que sería urgente ser «anti-nosotros mismos».
El peligro para la
Iglesia no viene de fuera. Viene de dentro, viene de
nosotros. Es inútil que nos hagamos ilusiones sobre este
punto.
Los enemigos externos
le hacen, en el fondo, un estupendo servicio: la obligan
a ser vigilante, aumentan su fuerza de cohesión, la robustecen, la
sumergen en las catacumbas, que es siempre el ambiente «natural»
para la explosión de su luz, la multiplican («la sangre de
mártires...»). Y además, en contra de ellos, está la garantía de
la asistencia del altísimo: las fuerzas del infierno no
prevalecerán...
Contra los enemigos
internos no hay más solución que los santos. Y el
látigo de Cristo.
Esta situación ha
quedado reflejada en una frase cruel de un observador
afincado en Europa desde playas más bien lejanas: «¡Qué
cosa tan estupenda sería el cristianismo...,si no existieran los cristianos!».
Y un católico, Bruce
Marshall, observa con cierta amargura: «Nuestra religión es
verdadera, pero nuestra manera de practicarla la hace aparecer tan falsa...»
Pues bien. Yo que me
he acogido a la sombra del templo, yo que vivo en el
recinto sagrado, puedo ser un enemigo del templo, un
profanador del templo. Mi mediocridad, mi reducir el
cristianismo a dimensiones «razonables», o sea, a las dimensiones de mi timidez
y de mi cobardía, mi continuo recortar los horizontes infinitos de
Cristo, mis acciones que van desmintiendo cada uno de
los artículos del credo, mi andar cansino y vacilante, mi
falta de auténtica tensión escatológica, mi negativa a ensuciarme
las manos en las realidades terrenas, mi religión como póliza de
seguridad contra los eventuales riesgos del más allá, mis
fáciles condenaciones, mi alergia a la cruz, mi
incapacidad para «vivir el evangelio en el tiempo»: son otras
tantas armas que yo apunto contra el templo.
La piel desgarrada
por el látigo
Corta los aires el
látigo de Cristo. Como un relámpago.Un raudal de luz. Que me ilumina y me hace
daño.
Entiendo, «veo», en
aquel fulgor vespertino, que el culpable soy yo y no los
otros. Yo, el enemigo. Y entonces doblo la espalda para esperar más golpes. Por
otro lado, es mucho mejor tener la piel desgarrada por
los latigazos de Cristo que seguir llevando sobre una piel tersa un
emblema comprometedor que cubre un «alma ruin» y un
corazón de traidor.
De esta forma, la
«operación-limpieza» concluye positivamente.
La terrible escoba
del Señor ha echado afuera a los amigos-enemigos del templo.
Fuera queda toda la suciedad. Dentro, ahora, se respira mejor. También
yo, tras el primer momento de escozor, respiro un poco mejor.
Y comprendo que mi
reconstrucción empieza exactamente en el momento en que
me declaro enemigo de mí mismo.
ENTRAD, EL MERCADO HA TERMINADO (2)
Está
escrito: Mi casa será casa de oración. Pero vosotros la
habéis hecho cueva de bandidos. (Lc
19, 46)
Terribles los
latigazos de Cristo. Pero también estas palabras. Nos
gustaría prescindir de ellas. Y por muchas vueltas que les
demos con las manos, nos queman siempre como tizones
ardientes.
El gesto de
Cristo, el látigo levantado entre las manos y los bancos
por tierra, es demasiado elocuente en su perentoriedad.
Y además están también sus palabras para disipar
cualquier duda eventual.
O sea, la
operación limpieza del templo consiste en eliminar de su
recinto todo comercio, todo mercado, aunque sea un mercado
al servicio de los sacrificios sagrados.
Pero mammón no
puede ocupar ningún rincón en la «casa de oración».
Cualquier liturgia que alimente, más o menos conscientemente,
una complicidad con el mundo del dinero, se
convierte en blasfemia.
El manto real
resulta anacrónico
Hoy,
afortunadamente, la Iglesia está adquiriendo una clara
conciencia del alcance del gesto y de las palabras de Cristo.
Algunos
pioneros valientes, en medio de la desconfianza general y de
las acusaciones de demagogia, han abierto
fatigosamente el camino con objeto de hacer desaparecer de
los alrededores del altar el sonido del dinero.
Muchos
sacerdotes han experimentado la angustia de aquel joven
colega suyo que hace algún tiempo escribía al director de
una revista:
Quiero una Iglesia pobre, sin oro, sin plata, sin cuentas
corrientes, sin ornamentos
fastuosos, sin objetos de culto costosísimos.
Quiero una Iglesia que distribuya todo lo que pueda recibir.
No soy un excéntrico, ni un sacerdote de izquierdas. Soy un joven
siervo del Señor que querría sentir al Señor más cercano de todos
los desgraciados del mundo, enfermos no sólo de miseria, sino de
desconfianza, de incredulidad, de soledad, de tristeza...
¡Cuántos corazones volverían a Dios ante el ejemplo de una Iglesia
pobre, verdaderamente pobre, sin términos medios! Se puede decir
misa sin oro ni plata. El oro y la plata ¿honran al Señor?
Nuestra pobreza más total y más absoluta lo honrarían mucho
más.
Vivo en una parroquia desde hace cuatro años y no me siento un
pastor de almas. Me siento un empleado, la rueda de un mecanismo, manejo
registros y ficheros, «organizo» ceremonias nupciales, discuto
con los esposos la decoración floreal y el precio de los aranceles: la
tarifa.
No soy un rebelde. Soy un pobre y tímido sacerdote que
muchas noches llora como un muchacho porque le parece que todo, a
su alrededor, es falso y equívoco. Si hablo de estas cosas con otros sacerdotes,
me responden, unos con tristeza, otros con ironía, que no
seré yo el que cambie a los hombres y al mundo.
Pero la verdad
es que, de una forma lenta pero inexorable, el mundo y los
hombres están cambiando. AI menos en este punto.
Hoy
difícilmente se podría sostener la acusación según la
cual, a la sombra del templo, siguen escondiéndose montones
de injusticia bajo nubes de incienso, revestidos de los sagrados
ornamentos. (Turoldo)
En muchas
iglesias las tarifas, las clases, los privilegios, están
sufriendo golpes mortales. Y no se trata solamente de
unos cuantos pioneros. La operación limpieza del templo se
realiza decididamente con la aprobación del concilio.
La misma
reforma litúrgica ha seguido una línea de pobreza,
sencillez y sobriedad. Han desaparecido los aparatos fastuosos.
Hay muchas
incrustaciones que deben desaparecer.
En veinte
siglos, con la pretensión de honrarlo, se han ido amontonando
cosas en torno a Cristo, en su casa, en sus altares, en sus
pasos, y hasta en su palabra. (Mazzolari)
Nos damos
cuenta de que cierta fastuosidad sagrada impide el
verdadero diálogo con el pueblo de Dios.
Ciertas formas
de prestigio, ciertos títulos y distinciones, ciertas decoraciones,
ciertas maneras de vivir y de vestir, cierto vocabulario abstracto
y pomposo, representan otras tantas estructuras de aislamiento.
(Congar)
El «manto real»
impuesto a la Iglesia por los siglos (Pablo VI)
resulta anacrónico. Ahora la gente se da cuenta de su
precariedad, de su incongruencia y de su origen...sospechoso.
Todos estos
oropeles son objeto de burla por parte de los obreros y
de las masas no cristianas que ven por televisión las ceremonias eclesiásticas.
Un serio estudio histórico demuestra que todos estos
aditamentos no tienen en su origen ningún valor religioso. Son infiltraciones
modernas que se han ido sacralizando en el correr de los
siglos. (Gauthier)
Un obispo
valiente, Mons. Franic, no duda en afirmar:
Como san Pedro, tenemos que vivir de las ofertas de nuestro pueblo;
como san Pablo, hemos de vivir del trabajo de nuestras
manos…
Y le hacen eco
cuatro mil sacerdotes españoles en una carta dirigida
a la jerarquía:
En cuanto a nuestra sustentación, estamos convencidos de que no
puede provenir de otras fuentes más que de la voluntad de los fieles
o de nuestro trabajo personal.
Se toma en
serio el mandamiento del Señor: de gracia lo
recibisteis; dadlo de gracia.
Existe una
difusa conciencia de que solamente una Iglesia pobre tiene la
capacidad de distribuir las riquezas que le han sido
confiadas. Las manos que tocan las «cosas sagradas» no tienen que ensuciarse
con el dinero.
Naturalmente no
todo es miel sobre hojuelas. Todavía hay focos de
resistencia. En algunas iglesias, a veces de manera refinada
y adoptando las técnicas más modernas, se advierten aún
sutiles, aunque no demasiados, vínculos con ese mundo
contra el que Cristo levantó su enseña. Y los santos,
vergonzosamente, quedan rebajados, a su pesar, al rango de
cómplices.
De todas formas
hay motivos para esperar que la operación limpieza del
templo derribe estas últimas barricadas sagradas del
reino de Mammón.
El templo o es
casa de oración, y sólo casa de oración, o se convierte
en «cueva de bandidos».
¡Fuera también
los comerciantes de la
eternidad!
Tengo un amigo
que, cuando se acerca el domingo noveno después de
Pentecostés, se informa irónicamente sobre el trozo del
evangelio que hay que leer y luego, con evidente
satisfacción, me dice: «Vamos a ver
cómo os las arregláis hoy los curas con este trozo del
evangelio que os viene como anillo al dedo...»
Pero el
episodio de la expulsión de los mercaderes del templo no sólo
nos toca a nosotros de cerca, sino a todo el pueblo de Dios.
Los mercaderes,
en el templo, son más numerosos de lo que
ordinariamente se piensa. Y la operación limpieza tendrá éxito
cuando no sólo quede eliminado el ruido del dinero
junto al altar, sino cuando quede bien manifiesta y extirpada la
raíz profunda de ese trapichondeo.
Es preciso
decirlo bien claro: en la iglesia no se permite hacer ningún
comercio. Ni siquiera el comercio de «géneros de
eternidad» y otros afines.
Me explico. Hay
gente que va a la iglesia con el único fin de arreglar
los asuntos concernientes a su propia vida futura. Una
compraventa en plena regla. Se le dirige a Dios un
discurso de este estilo: Tú me das un rincón
del
paraíso, suponiendo que exista..., y yo te lo pagaré con la misa
de los domingos y alguna que otra oración. ¿De acuerdo?
¡Asunto
concluido!
Una mentalidad
de este calibre es una mentalidad...que merece latigazos.
Otras formas de
mercado. Recurrir al Señor con la oración sólo cuando
estamos con el agua al cuello y nos urge su intervención
para sacarnos del aprieto. Quizás hemos pisoteado
impunemente, durante largo tiempo, las exigencias de Dios con
nosotros, cuando todo andaba bien. Luego, a la primera
señal de peligro, hacemos sonar la sirena de alarma. Y
¡ay si Dios no acude pronto!
En una palabra,
Dios a nuestra disposición y no nosotros a disposición
de Dios. Y esto es un cristianismo falso, y una oración
desquiciada.
La cosa es más
evidente todavía en relación con los santos. Para
simplificar las cosas, incluso hemos llegado a distribuirles
la tarea y a especializarlos en determinados asuntos.
Tenemos una larga lista de santos de socorro de urgencia,
encargado cada uno de un sector particular y sabemos en cada
caso a quién hemos de dar un telefonazo.
Naturalmente
les pagamos las molestias; no es que queramos gratis
sus favores: una vela encendida, un triduo, una novena en
los casos de acentuada sordidez del peticionario...,
un exvoto en metal dorado, la estampa en la cartera...
¡Todo un mercado in sacris!
Los santos, que
deberían realizar la tarea de constituir un perpetuo
remordimiento para nosotros, han quedado domesticados, o
al menos así nos lo parece, y utilizados para nuestro
servicio. También ellos a nuestra disposición.
La operación
limpieza del templo sólo se completará cuando logremos
desarraigar esa mentalidad mercantil, esa concepción
utilitarista de la religión que nos hace roñosos y mezquinos,
que nos transforma en comerciantes a la sombra del
templo. Y los traficantes del templo no hemos de olvidarnos
de que en el lenguaje del Señor merecen el nombre de
«bandidos».
Los que tienen
derecho a estar en el templo
Después de que
Jesús hizo sonar el látigo, después de haber echado a
los traficantes, he aquí que en el templo se acercaron a
él algunos ciegos y cojos, y los curó.
Este detalle,
que parece como si se le hubiera escapado casualmente, de
pasada, al evangelista, está lleno de significado, y
adquiere, dentro del contexto del episodio referido
anteriormente, un relieve excepcional.
Salen los
intrusos y entran los «que tienen derecho».
Son puestos
brutalmente a la puerta los mercaderes y son acogidos
los amos, con todos los honores.
El templo,
profanado por los comerciantes, queda «reconsagrado» con la presencia de los
pobres.
Los pobres,
clientes privilegiados del evangelio y del reino, tienen
derecho a los primeros puestos en la Iglesia.
La señal más
evidente de que el templo ha dejado de ser una «cueva
de bandidos» es que los pobres se sienten allí a gusto,
con la sensación de estar en su propia casa.
La presencia de
los pobres anuncia el cese del mercado.
¿Y nosotros?
¡No nos hagamos muchas ilusiones!
¡Apenas se nos
tolera en la iglesia! Prescindiendo de bromas, ¿quién tiene
derecho a entrar en el templo juntamente con los pobres?
Podemos decir
paradójicamente, pero no tanto: «tienen derecho a
quedarse en la iglesia sólo aquellos que saben estar
fuera». Esto es, los que saben portarse «fuera» con un estilo
rigurosamente cristiano, según las exigencias de una fe viva
y consciente.
Sólo los que
han sido capaces de llevar a Dios «fuera», pueden pasar el
dintel de la iglesia.
Hay una frase
muy incisiva de Dietrich Bonhoeffer que ilustra
esta verdad: «Sólo aquel que grita en
favor de los judíos
tiene derecho a cantar en gregoriano».
Podemos
completarla: tiene derecho a rezar solamente aquel que
«fuera» ha tenido la valentía de alzar la voz en favor de la
justicia, en favor de la libertad, en favor del hombre, de cualquier
hombre, cuya dignidad y cuyos derechos más elementales
hayan sido pisoteados.
Más aún: tiene
derecho a hablar con Dios solamente aquel que ha
sido capaz de hablar, y de obrar, en favor del hombre.
«Fuera» es
donde hemos de demostrar que sabemos permanecer en
el templo. «Fuera» es donde se adquiere el derecho de
entrada en el templo.
A pesar de
todas las apariencias, no es nada fácil entrar y permanecer en
el templo. El gesto y las palabras de Cristo están allí para advertírnoslo
severamente, para presentarnos¿ unas
condiciones que no pueden eludirse impunemente.
Es fácil ser un
intruso.
Es fácil ser un
profanador.
Es fácil llevar
allí una mentalidad de comerciantes,
esto es, de
«bandidos».
Si alguna vez
nos olvidamos de ello, pidámosle al Señor que nos haga sentir
cómo el pavimento se hunde bajo nuestros pies.
(Alessandro Pronzato en Evangelios Molestos)
ORACION-CONTEMPLACION
Señor, llegan nuevos días (la primavera,
otra estación),
Y yo quiero hacer mantenimiento, quiero
arreglar mi casa.
Escucho que tocan a mi puerta,
pero la cerradura esta helada, y la mesa
llena de chucherías…
Con el paso del tiempo, el miedo ha
invadido mi espíritu
y la ambición ha tapado las ventanas de mi
conciencia.
En mi corazón se acumulan los compromisos,
las traiciones y las mentiras.
Por lo tanto, yo tengo hambre de tu Verdad
y mi alma aspira a recalentarse
en el sol de tu amistad.
En ocasiones, como los mercaderes del
templo,
yo busco las ventajas y o provechos
fáciles, el lujo y la gloria.
Yo me pierdo en estratagemas, en
conveniencias
y en mundanidades, y ya no me acuerdo más
de Ti
Yo te pido Señor, ayúdame a encontrarte
en la comunidad reunida alrededor de la
mesa.
Ayúdame a limpiar mi casa,
a rechazar la ambición desmedida y el
egoísmo en mi corazón,
para que florezcan por siempre,
la esperanza, la alegría y la paz que
nadie puede arrancar
y que reúne los amigos de la justicia.
Pierre Charland.
BIBLIOGRAFIA:
http://betania.es (Para
las lecturas de la Palabra de Dios)
LAPOINTE, Guy et d’autres auteurs. Au lever du soleil. Novalis. Quebec,
2005.
Petit Missel « Prions en Église », Quebec, 2012.
PRONZATO, ALESSANDRO. Evangelios Molestos. Ediciones Sígueme, Salamanca, 1969.
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