¿Cuánto tiene que durar la homilía?
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José Aldazábal, en una de sus
obras dedicadas al ministerio
de la homilía, comenta que el problema de la duración de la homilía es
antiguo. Al parecer, Federico Guillermo I de Prusia promulgó un edicto en 1744.
En él denunciaba “que los sermones se alargaban fuera de toda medida”. Por
ello, resolvía “fijar un límite a tan pesadas predicaciones –una hora-, más
aptas para debilitar que no para alimentar la devoción”. Quienes violasen la
norma, “deberán pagar –decía- dos talers en la iglesia donde hayan
pecado”. Hoy también, si atendiésemos al mandato del emperador, las arcas de
las iglesias estarían llenas…
Situémonos a la salida de
algún templo o parroquia un domingo cualquiera. Se oyen diversos comentarios
valorativos. Alguien exclama: “Hoy me ha gustado la homilía”. Otra persona
responde prontamente: “Sí, no ha sido demasiado larga…”. Y es que, la duración
de la homilía –de modo habitual excesiva-, sigue siendo un desafío pendiente
para cualquier predicador. ¿Cuánto tiene que durar una homilía? ¿Hay
algunos criterios que ayuden a discernir su duración?
Os propongo varios puntos para
considerar:
· Equilibrio con el resto de la celebración:
el esquema fundamental de toda liturgia cristiana se compone de cuatro
tiempos: tiempo de reunión (procesión de entrada, ritos iniciales, perdón),
tiempo de la Palabra (lecturas, homilía, oración de los fieles), tiempo de los
signos (efusión de agua, promesas matrimoniales, fracción del pan, etc.),
tiempo de envío (oración final, bendición, despedida, procesión de salida).
Entre ellos debería existir una proporción armónica. Ninguno de estos
tiempos ha de ocupar un protagonismo excesivo respecto de los otros.
¿Cuántas veces la homilía dura 25 minutos y lo restante de la eucaristía apenas
10?
· Economía
de la atención: No hace falta discurrir mucho para reconocer
que nuestra capacidad de atención es limitada. Lo sabemos por experiencia.
En la obra citada al comienzo, leí los interesantes resultados de una
investigación alemana sobre el tema. Señalaba que en los primeros 3 minutos el
grado de atención es muy alto; los 4 siguientes baja considerablemente; vuelve
a subir hacia el minuto 7 y 8. Después, la atención desciende hacia el punto 0.
Esta puede ser la razón de que algunos prelados insistan en que 8 minutos es
una medida estándar adecuada.
· El
corazón de la liturgia de la Palabra es la proclamación de la Escritura. Las
lecturas son la voz de Dios que se dirige a los creyentes que le escuchan. La
homilía es una prolongación de la Palabra, pero nunca ha de usurpar su lugar.
Cuando la celebración hacía uso del latín, se imponía el parafraseo de lo leído
y una homilía más larga, para que todos pudiesen entender. Hoy, dicho uso está
fuera de lugar. Todos escuchamos en nuestra propia lengua.
· Confiar
en la capacidad de toda la liturgia para generar crecimiento en la vida
cristiana. La liturgia se compone de múltiples elementos. Todos ellos alimentan
el crecimiento del creyente. La excesiva importancia dada a la palabra es fruto
del racionalismo ilustrado. Podemos creer más o menos explícitamente que lo
verbal tiene más capacidad de trabajarnos por dentro que los gestos repetidos
(hacer la señal de la cruz), los colores (el morado en adviento y cuaresma
propone un tono afectivo), los olores (el olor del incienso o el óleo para
incluir el olfato en la vida espiritual), etc. Sin embargo, la liturgia es
una experiencia integral de los sentidos, no sólo auditiva. Una homilía larga
mata la elocuencia de los demás elementos.
· Circunstancias.
Cada celebración tiene un contexto y una idiosincrasia
particular. La celebración cotidiana de la eucaristía no demanda largas
explicaciones. Una solemnidad a la que acude mucha gente, tal vez pida algo más
de espacio. Recuerdo un hecho simpático ocurrido durante la misa del gallo hace
ya algún tiempo. El templo estaba abarrotado, la gente acudía después de una
cena copiosa en comida y alcohol. A esas horas y con el cuerpo tratando de
digerir, no suelen estar los oídos muy finos. El sacerdote se estaba
prolongando mucho en la homilía. Y aprovechando uno de sus silencios, se
levantó un hombre algo bebido; y le gritó: “¡Padre, va siendo hora de acabar,
¿no le parece?". La gente estuvo a punto de arrancarse a aplaudir…
Estos puntos pueden
recordarnos algunos aspectos para cuidar la duración de la predicación.
Comentan las malas lenguas que el purgatorio de los predicadores consistirá en
escuchar una por una sus propias homilías… ¡Paciencia, hermanos! Y si el
sacerdote que tienes cerca sufre inflamación homilética, mándale este post y
pídele que pague la multa...
Publicado por Alejandro Labajos SJ en 12:0
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