Santo del día:
San Martín de Tours
Hacia el 316-397. Uno
de los santos más populares de Francia. Tras renunciar a la carrera militar, se
bautizó, fue ordenado sacerdote y fundó el monasterio de Ligugé. Posteriormente,
los cristianos de Tours lo eligieron obispo. Un hombre enérgico e incansable.
“Un Maestro venido para
servir”
(Lucas 17, 7–10) ¿Quién
de ustedes, en condición de amo, trataría a su siervo de otra manera que como
siervo? ¿Qué amo lo invitaría a su mesa? Solo uno: Cristo se presenta como un
Maestro venido no para ser servido, sino para servir. Solo Él trata así a sus
siervos, incluso a los obreros de la última hora, incluso a los que no sirven
para nada. Llega hasta el punto de servirles y de llamarlos amigos. ¿Quién de
nosotros haría lo mismo siguiéndolo?
Colette Hamza, xavière
Primera lectura
Sab
2, 23 — 3, 9
Los
insensatos pensaban que habían muerto, pero ellos están en paz
Lectura del libro de la Sabiduría.
DIOS creó al hombre incorruptible
y lo hizo a imagen de su propio ser;
mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo,
y la experimentan los de su bando.
En cambio, la vida de los justos está en manos de Dios,
y ningún tormento los alcanzará.
Los insensatos pensaban que habían muerto,
y consideraban su tránsito como una desgracia,
y su salida de entre nosotros, una ruina,
pero ellos están en paz.
Aunque la gente pensaba que cumplían una pena,
su esperanza estaba llena de inmortalidad.
Sufrieron pequeños castigos, recibirán grandes bienes,
porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de él.
Los probó como oro en el crisol
y los aceptó como sacrificio de holocausto.
En el día del juicio resplandecerán
y se propagarán como chispas en un rastrojo.
Gobernarán naciones, someterán pueblos
y el Señor reinará sobre ellos eternamente.
Los que confían en él comprenderán la verdad
y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado,
porque la gracia y la misericordia son para sus devotos
y la protección para sus elegidos.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
33, 2-3. 16-17. 18-19 (R.: 2a)
R. Bendigo al
Señor en todo momento.
V. Bendigo al
Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R.
V. Los ojos del
Señor miran a los justos,
sus oídos escuchan sus gritos;
pero el Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria. R.
V. Cuando uno
grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias;
el Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos. R.
Aclamación
R. Aleluya, aleluya,
aleluya.
V. El que me ama
guardará mi palabra —dice el Señor—, y mi Padre lo amará, y vendremos a
él. R.
Evangelio
Lc
17, 7-10
Somos
siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, dijo el Señor:
«¿Quién de ustedes, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando
vuelve del campo:
“Enseguida, ven y ponte a la mesa”?
¿No le dirán más bien:
“Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y
beberás tú”?
¿Acaso tienen que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo
mismo ustedes: cuando hayan hecho todo lo que se les ha mandado, digan:
“Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».
Palabra del Señor.
1
1. Introducción: un Maestro diferente
Jesús rompe nuestros esquemas humanos de poder y
jerarquía. En el Evangelio de hoy (Lc 17,7–10) nos pone frente a una imagen
dura pero real: la del siervo que trabaja sin esperar agradecimientos. Sin
embargo, al final del texto, descubrimos el corazón de Cristo: Él, siendo el
verdadero Maestro, actúa exactamente al revés de los patrones de este mundo. Él
no se hace servir, sino que se ciñe la toalla y sirve (cf. Jn 13,4-5).
Su autoridad no se impone desde arriba, sino que se manifiesta desde abajo, en
el amor, la humildad y la entrega.
Este Evangelio, leído en clave jubilar, nos
recuerda que la grandeza del cristiano está en servir, no en ser
servido. El Jubileo nos invita precisamente a redescubrir la alegría de ser
instrumentos de la misericordia divina, siervos inútiles, pero amados y
llamados “amigos” por el Señor (cf. Jn 15,15).
2. “Siervos inútiles”: humildad
que libera
Jesús no nos llama “inútiles” para humillarnos,
sino para liberarnos del orgullo de la autosuficiencia. Nos dice: “Así
también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: ‘Somos
siervos inútiles; hemos hecho lo que teníamos que hacer’” (Lc 17,10).
Esta expresión es un espejo espiritual: cuando servimos con humildad, no
acumulamos méritos, sino amor. No trabajamos por recompensa, sino por gratitud.
El siervo de este Evangelio no trabaja para recibir
una cena, sino porque su vida entera pertenece a su Señor. En la lógica del
Reino, la obediencia no es servidumbre, sino comunión. Dios no nos debe
nada; somos nosotros los que todo se lo debemos a Él.
El Papa Francisco, comentando este pasaje, decía:
“El Señor no nos da puntos ni medallas; nos da el gozo de servir. Y ese gozo ya
es el cielo anticipado”. Así lo entendió también San Martín de Tours,
cuya memoria hoy celebramos: un soldado que, al encontrarse con un pobre
desnudo, partió su capa en dos y se la dio. Esa noche vio en sueños a Cristo
vestido con esa mitad de capa, diciendo a los ángeles: “Martín, todavía
catecúmeno, me ha cubierto con su manto”. En ese gesto de servicio
desinteresado, Martín encontró el rostro de Dios.
3. San Martín de Tours: el siervo
que se hizo pastor
Nacido en el siglo IV en Hungría, Martín fue
primero soldado romano, luego monje y finalmente obispo de Tours. Fue un pastor
cercano, pobre entre los pobres, enemigo de la violencia y del orgullo
clerical. Su vida entera fue un testimonio de aquel Maestro que vino a servir.
San Martín no buscó poder, buscó parecerse a
Cristo servidor. Recorrió pueblos, consoló enfermos, liberó a los cautivos,
predicó con dulzura y valentía. Era un obispo que dormía en una celda austera y
compartía su mesa con los más humildes. De él se decía: “Nunca negó su ayuda a
nadie; solo le dolía no poder hacer más”.
Por eso, su memoria en el Año Jubilar nos recuerda
que la verdadera autoridad es el servicio, y que solo quien ama hasta el
extremo puede ser llamado “siervo fiel”.
4. La esperanza de los justos
La primera lectura del libro de la Sabiduría (Sab
2,23–3,9) ofrece el contrapunto: mientras los impíos piensan que la muerte es
el final, el autor sagrado proclama: “Las almas de los justos están en las
manos de Dios, y ningún tormento los alcanzará”. Esta es la esperanza jubilar: quien
sirve con amor no muere, sino que entra en la vida eterna.
Servir, entonces, es construir el Reino de los cielos aquí y ahora; es abrir
caminos de esperanza que no se borran con la muerte.
El justo, dice el texto, “recibirá una hermosa
recompensa”. No se trata de paga material, sino de la plenitud del amor: el
gozo de haber gastado la vida por los demás. Ese fue el camino de San Martín, y
ese debe ser también el nuestro como “peregrinos de la esperanza”.
5. Aplicación pastoral y oración
jubilar
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy el Señor nos invita a revisar nuestras motivaciones. ¿Servimos por amor o
por reconocimiento? ¿Somos discípulos que se dejan lavar los pies, o seguimos
pensando como amos? El Jubileo nos llama a una conversión concreta: a servir
con alegría, sin quejas ni cálculos, sabiendo que cada gesto de amor, por
pequeño que sea, tiene valor eterno.
En este día, oremos también por nuestros
familiares, amigos y benefactores, aquellos que nos han sostenido,
acompañado o ayudado a perseverar en la fe. Ellos también son instrumentos del
amor de Dios.
Pidamos al Señor que los bendiga, los proteja y, si ya partieron, los acoja en
su casa como buenos siervos que “han hecho lo que tenían que hacer”.
🕊️ Oración final
Señor
Jesús, Maestro y Siervo,
enséñanos a servir como Tú:
sin buscar recompensa,
sin cansarnos en el bien,
sin esperar gratitud humana.
Haznos
humildes como San Martín,
generosos como Tú,
perseverantes como los justos del libro de la Sabiduría.
Que este
Año Jubilar sea para nosotros
un tiempo de servicio fecundo,
de esperanza compartida
y de amor que se hace obra.
Amén.
2
1.
Introducción:
el Maestro que enseña sirviendo
El
Evangelio de hoy nos pone frente a una verdad que define la identidad del
cristiano: no somos
dueños, sino siervos del Señor. Jesús nos invita a mirarnos en
el espejo del servicio humilde: “¿Quién de ustedes dirá a su siervo, cuando
regresa del campo, que venga enseguida a sentarse a la mesa?”. La respuesta es
obvia: ninguno.
Y, sin embargo, el propio
Cristo, el Hijo de Dios, rompe esta lógica, porque siendo
Maestro se convierte en el Siervo. Nos dice: “El
Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir” (Mc 10,45).
En Él se cumple la paradoja divina: el Señor se ciñe la toalla, se arrodilla, y
lava los pies de sus discípulos. La autoridad del Reino no se impone: se arrodilla por amor.
En
este Año Jubilar, cuando la Iglesia nos invita a ser “peregrinos de la
esperanza”, este Evangelio nos recuerda que la esperanza cristiana florece en el servicio,
cuando entendemos que obedecer a Dios no es perder libertad, sino encontrar
sentido.
2. Primera lectura: la esperanza de los justos
El
libro de la Sabiduría nos ofrece un contrapunto lleno de luz:
“Las
almas de los justos están en las manos de Dios, y ningún tormento las
alcanzará.” (Sab 3,1)
Esta
palabra es bálsamo para el alma de quien sirve.
El justo —es decir, el que camina en la voluntad de Dios, el que obedece, el
que ama sin cálculo— no
queda defraudado jamás. Aunque en este mundo parezca
despreciado o cansado de servir, su
vida está en manos de Dios, segura, custodiada por el amor
eterno.
El
texto continúa:
“Dios
los puso a prueba y los halló dignos de sí. Los probó como el oro en el
crisol.” (Sab 3,5-6)
Esto
significa que el servicio
cristiano es una purificación constante. Servir sin buscar
recompensas humanas, perdonar cuando no se nos agradece, amar cuando nos
cansamos, es el modo en que Dios templa nuestra alma. El “siervo inútil” del
Evangelio no es despreciado; es purificado, preparado para la gloria.
Así, el siervo fiel de Lucas 17 encuentra su reflejo en el justo de Sabiduría
3: ambos viven con
esperanza, sabiendo que Dios recompensa en la eternidad lo que se hace en la
humildad.
3. El Salmo 34: la alabanza del que confía
El
salmo responsorial pone en nuestros labios la actitud del siervo fiel:
“Bendeciré
al Señor en todo tiempo; su alabanza estará siempre en mi boca.”
“El Señor mira a los justos y escucha sus clamores.”
Este
salmo no es solo un canto de acción de gracias; es una confesión de confianza total.
Quien sirve, quien se entrega, quien obedece, puede vivir momentos de oscuridad
o incomprensión. Pero el salmista enseña que Dios nunca abandona al que espera en Él.
Por eso, el siervo no se queja; alaba. No exige recompensa; confía. No busca el
aplauso; busca la mirada de su Señor.
El salmo se convierte así en la oración de los “siervos inútiles”, esos que en
la tierra parecen pequeños, pero que en el cielo son llamados “benditos del
Padre”.
En
clave jubilar, el salmo es una invitación a vivir el servicio con alegría, a reconocer
que toda obra hecha por
amor, por sencilla que sea, tiene resonancia eterna.
4. El Evangelio: la obediencia que transforma
El
mensaje de Jesús no pretende anular la dignidad del siervo, sino purificar su
intención.
Nos dice: “Cuando hayan hecho
todo lo que se les mande, digan: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que
teníamos que hacer.”
Es una frase que desarma el orgullo y abre el corazón a la gratuidad. Servir no
es un favor que hacemos a Dios; es el
modo de participar en su amor redentor.
Solo
cuando comprendemos que el Maestro es bueno, podemos ser sus siervos sin miedo.
Solo cuando entendemos que sus mandatos son de amor, dejamos de negociar y
empezamos a confiar.
Y solo cuando amamos su voluntad, la obediencia se convierte en alegría.
En
este sentido, María
es el modelo perfecto. Ella no preguntó “¿por qué yo?”, sino que se abandonó: “He aquí la esclava del Señor.”
Ser esclavo del amor no es humillación; es el mayor honor que el alma humana puede alcanzar.
5. San Martín de Tours: siervo del Maestro en los pobres
San
Martín de Tours encarna a la perfección este Evangelio. Fue un siervo fiel que
entendió que servir a los hombres era servir a Cristo.
Cuando partió su capa con el mendigo en medio del invierno, hizo lo que tenía
que hacer, sin esperar agradecimiento. Pero esa noche, Jesús mismo se le
apareció revestido con aquella media capa: “Martín, todavía catecúmeno, me ha
cubierto con su manto”.
Esa escena resume toda su espiritualidad: el servicio es la forma visible del amor de Dios.
Como
obispo, vivió pobre, caminó entre su pueblo, consoló a los enfermos, liberó a
los cautivos, y llevó esperanza a quienes estaban perdidos.
Su testimonio es una invitación permanente a los discípulos del siglo XXI: no se trata de brillar, sino de servir;
no de mandar, sino de amar.
6. Aplicación pastoral: peregrinos que sirven con esperanza
Queridos
hermanos:
El mensaje de hoy es profundamente actual. En una sociedad que busca
reconocimientos, Dios nos recuerda que el valor de una vida no está en el
brillo, sino en la fidelidad.
Muchos de ustedes —padres, catequistas, enfermeros, voluntarios, benefactores,
abuelas orantes— son los
siervos ocultos del Reino, los que hacen lo que tienen que
hacer sin esperar nada a cambio.
Ustedes son los justos de los que habla la Sabiduría, los que cantan con el
salmista, los que siguen al Maestro que sirve.
El
Jubileo nos llama a reavivar esta actitud: servir sin cansarnos, esperar sin desesperar, obedecer con
amor.
Porque el Dios de los justos no olvida ninguna entrega; Él mismo nos servirá un
día en su mesa eterna.
7. Intención orante: por quienes nos acompañan y sostienen
Hoy
elevamos nuestra oración por los
familiares, amigos y benefactores que acompañan nuestra vida y
nuestra misión.
Ellos son reflejo del amor providente de Dios. Muchos sirven en silencio, otros
ofrecen su tiempo, su ayuda o su oración.
Pidamos que el Señor los recompense con paz, salud y esperanza; y que a quienes
ya partieron de este mundo, los reciba entre los justos “que resplandecen como
chispas en un cañaveral” (Sab 3,7).
8.
Oración
final
Señor
Jesús, Maestro bueno,
Tú que nos enseñaste a servir con humildad,
danos un corazón fiel y agradecido.
Que sepamos
decir cada día, como María:
“Hágase en mí según tu palabra.”
Haz que,
como San Martín de Tours,
veamos tu rostro en los pobres y los humildes,
y sirvamos con alegría a todos los que amas.
Bendice,
Señor, a nuestros familiares, amigos y benefactores;
a los que caminan con nosotros en la fe
y a los que ya descansan en tu paz.
Que este
Año Jubilar nos transforme
en siervos alegres del Evangelio,
y que al final de nuestra vida
podamos oír tu voz que dice:
“Ven, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor.”
Amén.
¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨
🕊️ 11 de noviembre:
San Martín de Tours, obispo —
Memoria
316 o 336 – 397
Patrono de: mendigos, caballería, jinetes, gansos,
caballos, posaderos, Guardia Suiza Pontificia, intendentes, alcohólicos
rehabilitados, soldados, sastres y vinicultores.
Invocado contra: el alcoholismo y la pobreza.
📜 Cita
“En cierta ocasión, cuando no tenía nada más que
sus armas y su simple uniforme militar, en pleno invierno —un invierno más
severo de lo normal, tanto que el frío extremo resultaba mortal para muchos—,
se encontró a la entrada de la ciudad de Amiens con un hombre pobre, sin ropa
alguna. Este pedía compasión a los que pasaban, pero todos seguían su camino
sin prestarle atención.
Martín, aquel hombre lleno de Dios, comprendió que
ese desdichado, al que nadie ayudaba, le había sido confiado a él. Pero ¿qué
podía hacer? No tenía más que la capa que llevaba puesta, pues ya había
regalado el resto de sus prendas en otras ocasiones similares. Entonces,
tomando la espada que llevaba al cinto, cortó su capa en dos partes iguales
y dio una al pobre, mientras él se cubría con la otra mitad.
—De “La vida de San Martín”, de Sulpicio Severo.
💭 Reflexión
San Martín de Tours ha sido uno de los santos más
amados y venerados de la historia europea por dos razones principales: vivió
una vida de santidad heroica, y alguien escribió su historia.
Sulpicio Severo, un hombre adinerado convertido al cristianismo gracias al
ministerio de Martín, se hizo sacerdote, entrevistó al obispo antes de su
muerte y escribió un libro sobre su vida extraordinaria. Esa obra fue copiada
innumerables veces y se convirtió durante siglos en una lectura fundamental
tanto para religiosos como para laicos. Numerosas iglesias y monasterios llevan
el nombre de San Martín debido a su enorme popularidad.
Martín nació en Sabaria, en Panonia —actual
Szombathely, Hungría—, dentro del Imperio Romano. Algunos registros lo sitúan
en el año 316, otros en el 336. Cuando era niño, su familia se trasladó a
Ticinum (actual Pavía, en el norte de Italia).
Nació en una época decisiva: en el año 313, el emperador Constantino promulgó
el Edicto de Milán, legalizando el cristianismo. Constantino mismo se convirtió
y empezó a favorecer a los cristianos sobre los paganos. Como resultado, muchos
comenzaron a convertirse, algunos por auténtica fe, otros por conveniencia
política o económica.
El padre de Martín fue soldado y llegó al rango de
tribuno militar. Desde niño, Martín mostró interés por la fe cristiana, pero
sus padres permanecieron fieles al paganismo romano. A los diez años, el
muchacho se presentó en la iglesia local y pidió ser cristiano. Fue inscrito
como catecúmeno e inició el largo proceso de preparación para el Bautismo, que
recibiría diez años después.
A los doce años pidió permiso a sus padres para retirarse como ermitaño, pero
se lo negaron. A los quince, por obligación legal, tuvo que ingresar al
ejército, pues los hijos de los oficiales estaban obligados a hacerlo.
A pesar del ambiente de inmoralidad en el que vivían muchos soldados, Martín
permaneció fiel a su conciencia: era respetuoso en su hablar, amable con todos,
generoso con los pobres y servicial con sus compañeros, al punto de realizar él
mismo las tareas que otros debían hacer por él. Continuó, además, su formación
cristiana.
Un día de invierno, mientras cabalgaba, vio a un
pobre tiritando de frío. Nadie lo ayudaba. Martín sabía que debía hacerlo, pero
ya había entregado su dinero y sus otras ropas. Solo le quedaba su capa
militar. Entonces, desmontó del caballo, tomó su espada, cortó la capa en
dos y dio la mitad al mendigo.
Sus compañeros se burlaron de su “ridícula media capa”.
Esa noche, Martín tuvo un sueño en el que Jesús se le apareció cubierto con
la mitad de su capa y decía a los ángeles que lo rodeaban: “Martín, todavía
catecúmeno, me ha cubierto con su manto”.
Al despertar, comprendió lo que debía hacer: pidió el Bautismo, que recibió a
los veinte años.
Martín permaneció dos años más en el ejército, a
petición de un amigo. En una ocasión, antes de una batalla, el comandante
ofrecía bonificaciones a los soldados. Cuando le llegó su turno, Martín declaró:
“He sido tu soldado hasta ahora; desde este momento
quiero servir a Dios. Da tu recompensa a otro que pelee por ti. Yo soy
soldado de Cristo, y no me es lícito combatir con las armas.”
Fue acusado de cobarde, pues la batalla sería al
día siguiente. Martín respondió:
“Si crees que hablo por miedo, mañana mismo me
presentaré desarmado frente al enemigo, protegido solo por mi fe en Jesús y la
señal de la cruz.”
Lo encarcelaron mientras esperaban el combate, pero
la guerra no llegó: el enemigo pidió la paz. Martín fue liberado y abandonó el
ejército.
Tras escuchar hablar del célebre obispo Hilario de
Poitiers, viajó hasta allí y se quedó con él un tiempo, aprendiendo la fe
ortodoxa. Hilario lo ordenó diácono y exorcista. Luego, cuando Hilario fue
desterrado por oponerse al arrianismo, Martín tuvo un sueño en el que convertía
a sus padres, y decidió regresar a su tierra natal.
En el camino fue asaltado por bandidos; al preguntarle quién era, respondió
serenamente: “Soy cristiano”. Aprovechó para anunciarles el Evangelio, y
uno de ellos se convirtió.
Al llegar a casa, convirtió a su madre, aunque no logró mover a su padre; sin
embargo, otros del lugar también abrazaron la fe.
Tras sufrir persecuciones de sacerdotes arrianos e
incluso del arzobispo arriano de Milán, Martín se retiró con un sacerdote a
vivir como ermitaño en la isla de Gallinara. Se alimentaban de hierbas y raíces
silvestres. En una ocasión comió por error una raíz venenosa, pero Dios lo
sanó milagrosamente tras su oración ferviente.
Cuando supo que Hilario había vuelto del exilio,
Martín regresó a vivir cerca de él y fundó un monasterio, desde donde
predicaba y obraba milagros. Resucitó a un catecúmeno no bautizado que había
muerto, y el joven testificó que fue gracias a las oraciones de Martín. En otra
ocasión, devolvió la vida a un esclavo que se había ahorcado.
En el año 371, fue elegido obispo de Tours por
aclamación popular. Aunque no quería aceptar y trató de esconderse, fue hallado
y llevado a la catedral, donde fue ordenado. Ya como obispo, se trasladó
fuera de la ciudad y fundó un conjunto de ermitorios con otros clérigos,
viviendo entre la oración y la misión.
Durante veintiséis años, combinó la vida contemplativa con una intensa
actividad pastoral. Recorrió toda la Galia (actual Francia) predicando,
convirtiendo, expulsando demonios y haciendo milagros. Combatió las
herejías, destruyó templos paganos, colaboró con otros obispos fieles como san
Ambrosio de Milán, y ganó el respeto incluso de sus adversarios.
Sus enemigos lo temían; sus fieles bendecían a Dios al verlo actuar.
San Martín de Tours vivió una existencia de profunda
oración, caridad heroica y servicio incansable, pero su fama y devoción
muestran también la importancia de transmitir las historias de los santos.
Después de su muerte, su vida siguió inspirando a generaciones enteras.
🙏 Oración
San
Martín de Tours, aunque naciste en una familia pagana, Dios habló a tu corazón desde tu
infancia, y tú escuchaste y respondiste.
Tu bondad, tu espíritu de oración y tu generosidad te condujeron a una
conversión permanente, convirtiéndote en modelo de entrega.
Ruega por mí, para que siempre escuche la voz de Dios y responda con todo mi
corazón.
San
Martín de Tours, ruega por nosotros.
Jesús, en ti confío.
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