La salvación en acción
(Lucas 17, 20–25) “El
Reino de Dios está en medio de ustedes”.
Está
allí, humilde y silencioso, en todo lugar donde Cristo imprime interiormente su
victoria sobre el pecado y sobre toda muerte.
Está allí, donde hay vida cristiana, donde unas manos cuidan y levantan.
Miremos, discernamos esos signos de la salvación en acción, allí donde mujeres
y hombres trabajan por la justicia y por la dignidad de todos y todas.
Colette Hamza,
Primera lectura
Irradiación
de la luz eterna es la sabiduría, y espejo límpido de la actividad de Dios
Lectura del libro de la Sabiduría.
LA sabiduría posee un espíritu inteligente, santo,
único, múltiple, sutil, ágil, penetrante, inmaculado,
diáfano, invulnerable, amante del bien, agudo,
incoercible, benéfico, amigo de los hombres,
firme, seguro, sin inquietudes,
que todo lo puede, todo lo observa,
y penetra todos los espíritus,
los inteligentes, los puros, los más sutiles.
La sabiduría es más móvil que cualquier movimiento
y en virtud de su pureza lo atraviesa y lo penetra todo.
Es efluvio del poder de Dios,
emanación pura de la gloria del Omnipotente;
por eso, nada manchado la alcanza.
Es irradiación de la luz eterna,
espejo límpido de la actividad de Dios
e imagen de su bondad.
Aun siendo una sola, todo lo puede;
sin salir de sí misma, todo lo renueva
y, entrando en las almas buenas de cada generación,
va haciendo amigos de Dios y profetas.
Pues Dios solo ama a quien convive con la sabiduría.
Ella es más bella que el sol
y supera a todas las constelaciones.
Comparada con la luz del día, sale vencedora,
porque la luz deja paso a la noche,
mientras que a la sabiduría no la domina el mal.
Se despliega con vigor de un confín a otro
y todo lo gobierna con acierto.
Palabra de Dios.
Salmo
R. Tu palabra,
Señor, es eterna.
V. Tu
palabra, Señor, es eterna,
más estable que el cielo. R.
V. Tu
fidelidad, de generación en generación;
fundaste la tierra y permanece. R.
V. Por tu
mandamiento subsisten hasta hoy,
porque todo está a tu servicio. R.
V. La
explicación de tus palabras ilumina,
da inteligencia a los ignorantes. R.
V. Haz
brillar tu rostro sobre tu siervo,
enséñame tus decretos. R.
V. Que
mi alma viva para alabarte,
que tus mandamientos me auxilien. R.
Aclamación
V. Yo soy la
vid, ustedes los sarmientos —dice el Señor—; el que permanece en mí y yo en él,
ese da fruto abundante. R.
Evangelio
El reino de
Dios está en medio de ustedes
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, los fariseos preguntaron a Jesús:
«¿Cuándo va a llegar el reino de Dios?».
Él les contestó:
«El reino de Dios no viene aparatosamente, ni dirán: “Está aquí” o “Está allí”,
porque, miren, el reino de Dios está en medio de ustedes».
Dijo a sus discípulos:
«Vendrán días en que desearán ver un solo día del Hijo del hombre, y no lo
verán.
Entonces se les dirá: “Está aquí” o “Está allí”; no vayan ni corran detrás,
pues como el fulgor del relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así
será el Hijo del hombre en su día.
Pero primero es necesario que padezca mucho y sea reprobado por esta
generación».
Palabra del Señor.
1
La Sabiduría que habita entre
nosotros
1.
Introducción: cuando el alma busca sentido
Hermanos
y hermanas,
hoy
la liturgia nos invita a mirar con ojos nuevos la presencia de la Sabiduría de Dios, esa
fuerza invisible que sostiene el universo, que penetra toda realidad y da
sentido a la existencia. En medio de un mundo agitado, cargado de
incertidumbre, la Palabra nos recuerda que la verdadera sabiduría no se
adquiere en los libros, ni se mide por títulos o prestigio; es un don que brota
del corazón de Dios y que habita en quien se deja conducir por su Espíritu.
Celebramos
esta Eucaristía también en el marco
del Año Jubilar, tiempo de esperanza y conversión, y en la memoria dolorosa de los 40 años de la
tragedia de Armero, una de las páginas más tristes de nuestra
historia nacional. Miles de vidas fueron arrebatadas por la avalancha, y con
ellas, muchos sueños. Pero incluso en medio del dolor, brotaron testimonios de
fe, de solidaridad, de oración y de vida ofrecida por los demás. Allí, en la
oscuridad del lodo, también estaba Dios. También allí se manifestó su
sabiduría, aunque no la entendiéramos del todo.
2. La Sabiduría, aliento de
Dios y maestra de vida
El
libro de la Sabiduría nos ofrece hoy una descripción hermosa y profunda: “La Sabiduría es un espíritu
inteligente, santo, único, múltiple, sutil, móvil, claro, inmaculado, amigo del
bien… todo lo puede y todo lo renueva; y a través de las generaciones se
introduce en las almas santas, haciendo de ellas amigos de Dios y profetas”
(Sab 7,22–27).
El
autor sagrado no nos habla de una idea abstracta, sino de una presencia viva y activa.
La Sabiduría es el soplo de Dios que da orden al caos, la armonía que brota del
corazón divino, la mirada que todo lo ve con amor. Es el “alma del mundo”
creada por Dios para mantenerlo en equilibrio y justicia.
Y esa Sabiduría —que los cristianos reconocemos plenamente en Cristo— se hace
cercana, dialoga con nosotros, inspira nuestras decisiones, ilumina nuestras
noches y fortalece nuestras esperanzas.
Ella
es, como decía San Pablo, “Cristo, fuerza y sabiduría de Dios” (1 Cor
1,24). Por eso, cada vez que escuchamos su Palabra, cada vez que amamos,
perdonamos o servimos, la
Sabiduría se hace carne en nosotros.
3. El Reino de Dios ya está
entre nosotros
En
el Evangelio de hoy (Lc 17,20–25), los fariseos preguntan a Jesús cuándo
llegará el Reino de Dios. Su expectativa era de un reino visible, glorioso, con
señales espectaculares. Pero Jesús desarma esa visión y responde con una
sencillez deslumbrante: “El
Reino de Dios está entre ustedes”.
No
se trata de un acontecimiento que se pueda calcular o anunciar con fecha; es
una realidad presente,
que germina en lo cotidiano. El Reino está cuando hay justicia, cuando hay
ternura, cuando se comparte el pan y se cuida la vida. Está en la comunidad que
ora, en el misionero que entrega su tiempo, en la religiosa que educa, en el
joven que busca su vocación, en el sacerdote que acompaña al pueblo.
Por
eso, Jesús nos invita hoy a reconocer
la sabiduría escondida en lo simple, el Reino que se manifiesta
en lo pequeño, en el aquí y el ahora. No debemos vivir esperando un “día
espectacular”, sino cultivando
el Reino en el presente, en la fidelidad cotidiana, en la paciencia
del amor y en la perseverancia del bien.
4. Armero: el dolor que nos
enseñó a mirar al cielo
Hermanos,
hoy Colombia recuerda con respeto y silencio aquel 13 de noviembre de 1985,
cuando la tragedia de Armero sepultó bajo el lodo a más de veinte mil personas.
Fue una noche de llanto, desconcierto y dolor. Pero también fue una noche donde
muchos redescubrieron la oración, la solidaridad y la compasión.
Entre
los escombros de aquella tragedia nació un clamor que sigue resonando: “Dios no nos abandona”.
Los sobrevivientes y rescatistas, los que rezaban el rosario bajo la lluvia o
los que entregaban sus vidas por salvar a otros, nos enseñaron que la Sabiduría
divina no siempre se entiende, pero siempre está presente.
La
fe nos permite mirar más allá del desastre, reconocer en medio del sufrimiento
un llamado a valorar la vida, a cuidar la creación, a fortalecer la unidad como
nación, y a construir sobre roca firme: la roca de Cristo.
Hoy,
en este aniversario, pedimos por las almas de quienes partieron, pero también
por nosotros, para que no dejemos morir la memoria, ni la esperanza.
Que el dolor se transforme en compromiso, que el recuerdo se haga oración, y
que la Sabiduría del Altísimo nos enseñe a construir una Colombia donde la vida
siempre venza a la muerte.
5. La
Sabiduría como vocación y misión
Este
día también rezamos por las vocaciones
y la obra evangelizadora de la Iglesia.
Necesitamos hombres y mujeres que, movidos por la Sabiduría de Dios, se atrevan
a sembrar su Reino en medio del mundo.
Vocaciones que sean luz en las periferias, palabra de consuelo, abrazo en la
soledad, testimonio de fe en la cultura contemporánea.
En
este Año Jubilar, cuando la Iglesia nos invita a ser “peregrinos de la esperanza”,
redescubrimos que la verdadera sabiduría no consiste en saber mucho, sino en amar bien, en vivir con
fidelidad, en ser testigos de un Reino que ya está entre nosotros.
Pidamos
hoy que el Espíritu Santo, Espíritu de Sabiduría, suscite nuevas vocaciones
sacerdotales, religiosas y laicales, que sepan escuchar la voz de Dios y
responder con generosidad.
6.
Conclusión: Sabiduría y esperanza en el corazón del mundo
Queridos
hermanos,
la Sabiduría de Dios es como una semilla escondida en la tierra: silenciosa,
pero viva; invisible, pero fecunda.
Jesús nos asegura que su Reino está aquí, entre nosotros, en las manos que
ayudan, en la palabra que consuela, en la oración que intercede, en el corazón
que espera.
Que
esta Eucaristía sea un acto de fe en esa presencia viva del Señor.
Que nuestra oración por Armero y por tantas víctimas del dolor humano sea
también una proclamación de esperanza.
Y que cada uno de nosotros, guiados por la Sabiduría divina, seamos constructores del Reino,
sembradores de consuelo y anunciadores de la vida que no muere.
Oración final
Señor
Jesús,
Sabiduría del Padre y Rey del Reino que ya está entre nosotros,
enséñanos a reconocer tu presencia en la historia,
a buscar la luz de tu Espíritu en medio de la oscuridad.
Derrama tu Sabiduría sobre nuestra Iglesia,
suscita vocaciones santas,
fortalece a los misioneros y evangelizadores,
y haznos testigos de tu amor en este tiempo jubilar.
Te
encomendamos, Señor, a las víctimas de Armero,
a sus familias y a toda Colombia,
para que, purificados por el dolor y sostenidos por la fe,
caminemos como peregrinos de esperanza
hacia el Reino eterno donde Tú reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
2
El Reino de Dios, salvación en
acción
1. Introducción: reconocer a Dios en lo pequeño
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy la liturgia nos invita a abrir los ojos del
alma para reconocer la presencia viva del Reino de Dios entre nosotros. Jesús
dice con fuerza: “El Reino de Dios está en medio de ustedes” (Lc 17,21).
No es una promesa lejana ni un sueño futuro; es una realidad que ya está
germinando, allí donde el bien se abre paso, donde el amor vence al
egoísmo, donde la vida se impone al dolor.
En este Año Jubilar, llamado a ser
“Peregrinos de la Esperanza”, se nos pide precisamente eso: aprender a ver la
salvación en acción, descubrir la presencia discreta del Reino en la historia
concreta de los pueblos, en las manos de quienes cuidan, en los corazones que
sirven, en la fe de los que perseveran.
Y hoy, al conmemorar los 40 años de la tragedia
de Armero, este mensaje resuena con especial fuerza: porque incluso en
medio de las ruinas, Dios estuvo presente; su Reino siguió actuando
silenciosamente a través de la compasión, la solidaridad y la fe de un pueblo
que no se resignó a la desesperanza.
2. La Sabiduría: el rostro de la
salvación que ordena y transforma
La primera lectura del Libro de la Sabiduría nos
ofrece una descripción sublime de la acción de Dios en el mundo: “La
Sabiduría del Señor es un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil,
móvil, claro, inmaculado, amigo del bien…” (Sab 7,22).
Es decir, la Sabiduría es la forma en que Dios
trabaja calladamente dentro de su creación. Es su “sello interior”, su
presencia que da armonía y sentido a todo lo que existe.
Cuando esa Sabiduría habita en el corazón humano, la salvación comienza a
manifestarse: las heridas se curan, los corazones se reconcilian, la justicia
florece y el mal retrocede.
Así también, cada vez que alguien actúa con
misericordia, cada vez que un creyente trabaja por la dignidad humana, o un
misionero siembra el Evangelio, la Sabiduría de Dios se hace visible, la
salvación se pone en movimiento.
Por eso, podemos afirmar sin temor: “La
salvación está en acción”.
No es algo estático ni puramente espiritual; es un dinamismo del Espíritu que
transforma realidades, que hace nuevas todas las cosas.
3. El Reino está aquí: humilde,
silencioso y poderoso
En el Evangelio, los fariseos preguntan a Jesús
cuándo llegará el Reino de Dios. Buscaban señales, espectáculos, pruebas
visibles. Pero Jesús les responde con la verdad más profunda del Evangelio: “El
Reino de Dios no vendrá con apariencias; no dirán: está aquí o está allá,
porque el Reino de Dios está entre ustedes.”
Ese Reino no se mide en poder político, ni se
impone por la fuerza; se revela en la humildad, en los gestos pequeños,
en el amor que sirve.
Es el Reino que germina cuando alguien perdona, cuando un enfermo ofrece su
sufrimiento por amor, cuando una madre reza por su hijo, cuando un joven
escucha el llamado de Dios y dice “sí” a su vocación.
Jesús nos enseña que la salvación no es un
evento futuro, sino una realidad que ya está en marcha, “en acción”.
Está donde la vida se levanta sobre la muerte, donde el amor vence al odio,
donde la fe se convierte en obras.
Y si aprendemos a mirar con los ojos del corazón, descubriremos que “el
Reino está allí donde unas manos cuidan y levantan”.
4. Armero: el misterio del dolor
y la fuerza de la esperanza
Hace cuarenta años, la tragedia de Armero cubrió de
lodo y lágrimas el corazón de Colombia.
Miles de vidas se apagaron en cuestión de minutos. Y,
sin embargo, entre aquel dolor inenarrable, surgieron signos de salvación en
acción: manos que socorrían, oraciones que se elevaban, almas que morían en
paz confiando en Dios.
Aquella niña Omayra Sánchez, símbolo de la
tragedia, que rezaba y consolaba a los que la rodeaban mientras esperaba su
muerte, es un signo de ese Reino que Jesús anunciaba: un Reino que florece en
la debilidad, una esperanza que no se rinde.
En medio del desastre, hubo sacerdotes que
administraron los sacramentos, religiosas que cuidaron a los heridos,
comunidades que se unieron para reconstruir. Allí, entre el barro, el Reino
de Dios estaba en medio de nosotros, humilde y silencioso, pero real y
vivo.
El recuerdo de Armero nos enseña que la fe no evita
la cruz, pero transforma el sufrimiento en camino de redención.
Hoy oramos por las almas de las víctimas, por sus familias, y por todos los
que, a través del dolor, han aprendido a confiar en la Sabiduría de Dios que
todo lo renueva.
5. La obra evangelizadora y las
vocaciones: manos que levantan
Hermanos, el Reino sigue actuando hoy allí donde la
Iglesia evangeliza, educa, sirve y acompaña.
La salvación de Dios continúa manifestándose en las
parroquias, en los catequistas, en los misioneros, en los consagrados que
ofrecen su vida por amor.
Necesitamos más vocaciones sabias y generosas,
hombres y mujeres que encarnen la presencia del Reino con su entrega cotidiana.
Cada vocación es una respuesta al llamado de Cristo: “Ven y sígueme, para
que mi Reino se haga visible en tu vida.”
Pidamos hoy al Señor que esta Sabiduría —ese
“espíritu amigo del bien”— inspire a muchos jóvenes a decir “sí” al servicio
del Evangelio. Que nuestra Iglesia en Colombia, purificada por la memoria y
fortalecida por la esperanza, siga siendo testimonio de un Reino que salva,
sana y levanta.
6. Conclusión: ver los signos de
la salvación en acción
El Reino de Dios no está lejos ni dormido.
Está vivo en cada gesto de amor, en cada acto de justicia, en cada lágrima
consolada, en cada vocación que florece.
La salvación está en acción allí donde mujeres y hombres trabajan por la
dignidad de todos, donde la fe se hace obra, donde el Evangelio se encarna en
la historia.
Que en este Año Jubilar aprendamos a reconocer esos
signos del Reino.
Que la memoria de Armero nos haga más humanos y más creyentes.
Y que la Sabiduría del Altísimo, Espíritu de vida y esperanza, renueve nuestro
compromiso con el Evangelio y con la vida.
Oración final
Señor
Jesús,
Salvador del mundo y Rey de la vida,
que nos dices hoy que tu Reino está entre nosotros,
abre nuestros ojos para descubrir tu presencia
en cada signo de amor, de justicia y de esperanza.
Envía tu
Espíritu de Sabiduría sobre tu Iglesia,
para que continúe tu obra de salvación,
y suscite nuevas vocaciones al servicio del Evangelio.
Te
encomendamos, Señor,
a las víctimas de Armero y a todos los que sufren,
para que su memoria nos haga constructores del Reino
y testigos de la esperanza que no defrauda.
Tú que
vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
3
Ver el Reino con los ojos de la
fe
1. Introducción: un Reino que no se puede medir
Queridos hermanos y hermanas:
En el Evangelio de hoy, Jesús responde a una
pregunta de los fariseos que esconde una doble intención: “¿Cuándo vendrá el
Reino de Dios?” (Lc 17,20).
Ellos no preguntan con deseo sincero, sino con
ironía, quizá para poner a prueba a Jesús, para hacerlo caer en
contradicciones. Sin embargo, el Señor, con la sabiduría de quien ve el
corazón, responde con una frase que ha atravesado los siglos:
“El Reino de Dios no vendrá con apariencias… porque el Reino de Dios está
entre ustedes.”
Es una respuesta desarmadora y profunda. No ofrece
una fecha ni un acontecimiento visible, sino una verdad interior: el Reino
de Dios no se puede calcular, se debe descubrir; no se observa con los ojos del
cuerpo, sino con los ojos de la fe.
2. El Reino que no se observa,
pero se experimenta
Jesús nos enseña que el Reino de Dios no se
construye con poder ni se impone con violencia. Su presencia es humilde,
silenciosa, pero transformadora.
Como la levadura en la masa o la semilla bajo la tierra, el Reino obra desde
dentro: crece donde hay amor, perdón, justicia, ternura; donde alguien ora,
donde alguien sirve, donde alguien sufre con esperanza.
Los fariseos querían señales visibles, triunfos
humanos, victorias espectaculares. Pero Jesús revela que el Reino de Dios ya
está en acción, en medio de los que viven según su Palabra.
Por eso, dice San Pablo: “El Reino de Dios no es comida ni bebida, sino
justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rm 14,17).
El Reino no se ve, se percibe.
Y sólo lo percibe quien tiene fe.
La fe es, como decía alguien, la llave que abre
el misterio de Dios.
Sin ella, las palabras de Cristo parecen enigma; con ella, se vuelven luz.
3. El don de la fe: mirada que
descifra el misterio
Jesús hablaba muchas veces en parábolas o con un
lenguaje velado, precisamente para invitar a una escucha más profunda.
Sólo la fe, don del Espíritu, puede levantar ese velo.
La fe es la mirada que ve más allá de la superficie, la que reconoce a Cristo
en lo cotidiano, la que distingue su Reino en medio de la historia.
Quien no tiene fe busca signos externos; quien
tiene fe encuentra a Dios en el silencio.
Así ocurre también con nosotros: el Señor está en
medio de nuestras vidas, pero a menudo no lo percibimos.
Por eso Jesús nos pregunta hoy:
“¿Lo ves? ¿Percibes mi Reino en ti y a tu
alrededor? ¿Descubres tu papel en su construcción?”
Estas preguntas son como un espejo espiritual: nos
revelan nuestro grado de fe.
Si escuchamos el Evangelio y no comprendemos su
profundidad, debemos pedir —como los apóstoles—:
“Señor, aumenta nuestra fe.”
Pero si el corazón se ilumina al oír sus palabras,
demos gracias: el Espíritu está obrando, el Reino ya nos habita.
4. El Reino en medio del dolor:
memoria de Armero
Hermanos, esta enseñanza adquiere un matiz muy
especial hoy, cuando conmemoramos los 40 años de la tragedia de Armero.
Aquel 13 de noviembre de 1985, Colombia lloró como un solo corazón.
Una avalancha arrasó con la vida de más de veinte mil personas. Las imágenes de
dolor recorrieron el mundo, y el nombre de Armero se convirtió en símbolo de
fragilidad y de fe.
¿Dónde estaba Dios aquella noche?
No en la fuerza del volcán, sino en las manos
que socorrían, en los rescatistas que arriesgaron su vida, en las oraciones
que subían entre el barro, en los corazones que perdonaron y ayudaron.
Allí, en el sufrimiento, el Reino de Dios también estaba presente,
silencioso pero real, actuando en la solidaridad, en la compasión, en la fe de
un pueblo que no se rindió.
El Reino se manifestó en los que oraron por los
desaparecidos, en las familias que reconstruyeron su vida, en quienes
transformaron el dolor en servicio.
El Reino se hizo visible en el amor que vence al
miedo y en la esperanza que nunca muere.
Hoy, cuarenta años después, Armero sigue siendo una
parábola viva del Reino:
un pueblo sepultado que, sin embargo, dio
testimonio de vida, unidad y fe.
Como dice la Escritura: “La sabiduría de Dios se derrama sobre las almas
santas y las convierte en amigas de Dios y profetas” (Sab 7,27).
Así también, los testigos de Armero nos profetizan el valor de la esperanza.
5. El Reino en la Iglesia: manos
que anuncian y vocaciones que sirven
La obra evangelizadora de la Iglesia es también presencia
del Reino en el mundo.
Cada catequista, cada sacerdote, cada consagrada,
cada misionero que entrega su vida por el Evangelio, está haciendo visible ese
Reino que los ojos humanos no pueden medir.
En este Año Jubilar, la Iglesia nos invita a
redescubrir nuestra vocación bautismal:
ser peregrinos de esperanza, sembradores del Reino allí donde la vida
duele, donde el amor falta, donde el corazón humano clama por sentido.
Necesitamos nuevas vocaciones que miren con fe, que perciban a Cristo en el pobre,
en el enfermo, en el niño, en el migrante.
Vocaciones que no esperen “señales”, sino que sean señales vivas del Reino en
medio del mundo.
Pidamos al Señor, entonces, que su Espíritu renueve
nuestras comunidades, que su Sabiduría inspire a los jóvenes a decir “sí” a su
llamado, y que su Reino siga extendiéndose a través de nuestras manos y
nuestras palabras.
6. Conclusión: el Reino está
aquí, pero necesita tus ojos
Hermanos, el Reino de Dios no vendrá con
estruendo, porque ya está aquí, creciendo en silencio, dentro de ti, entre
nosotros.
Está en el perdón que das, en la palabra que consuela, en la fe que te
sostiene.
El Reino es Cristo reinando en los corazones que se dejan transformar.
Por eso,
al salir de esta Eucaristía, preguntémonos:
¿Percibo la presencia de Dios en mi vida?
¿Soy constructor del Reino en mis gestos y decisiones?
¿O sigo esperando señales espectaculares para creer?
La fe es la lámpara que nos permite ver lo
invisible.
Y quien cree, ve.
Ve a Dios actuando, ve el Reino brotando, ve la
vida venciendo a la muerte.
Oración final
Señor
Jesús,
Tú has dicho que el Reino de Dios está entre nosotros.
Haznos capaces de percibirlo con los ojos de la fe,
de reconocer tu presencia en lo pequeño,
en lo cotidiano, en el silencio y en el dolor.
Aumenta
nuestra fe,
para que veamos tu mano obrando en la historia
y seamos instrumentos de tu Reino.
Te
encomendamos, Señor,
a las víctimas de Armero y a quienes aún sufren;
que tu misericordia los abrace y tu paz los reciba.
Bendice a
tu Iglesia,
suscita nuevas vocaciones
y renueva en nosotros el deseo de evangelizar.
Que, como
verdaderos peregrinos de esperanza,
construyamos tu Reino con nuestras vidas
hasta que Tú vuelvas en gloria.
Amén.

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