lunes, 27 de octubre de 2014

2 de noviembre del 2014: Conmemoración de los Fieles Difuntos

En Jesucristo nada se pierde...

En Jesucristo nada se pierde...
Foto:http://blog.pucp.edu.pe/media/1905/20130405-cruz_cristo_resucitado_lirios.jpg
En la Fe en Cristo Resucitado, la muerte no tiene la última palabra. Nosotros creemos que nuestros seres muy queridos y muy amados al lado de Dios, recorren el camino hacia la Vida Eterna. Nuestra esperanza cristiana bebe en la fuente de la Promesa de Jesús: “Y yo, les resucitaré en el último día”.

(Este domingo 2 de noviembre conmemoramos en la Iglesia a los fieles difuntos. Para la liturgia hay diferentes opciones de lecturas. Las reflexiones siguientes se basan en el texto del evangelio de San Juan capitulo 6, versículos 37 al 40:)
Todo lo que el Padre me ha dado vendrá a mí, y yo no rechazaré al que venga a mí, porque yo he bajado del cielo, no para hacer mi propia voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y la voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. La voluntad de mi Padre es que toda persona que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna: y yo lo resucitaré en el último día.
Palabra del Señor
A guisa de introducción :

En Jesús nada se pierde…
Celebramos estos días 1o y 2 de Noviembre dos de las más grandes fiestas del año litúrgico: LA FIESTA DE TODOS LOS SANTOS y LA FIESTA DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS.
Al comienzo de noviembre, recordamos toda esta larga cadena de testigos que nos han precedido…
Los psicólogos afirman que el recuerdo de aquellos que han sido importantes en nuestra vida contribuye a construir nuestra identidad. Las personas que hemos olvidado no tienen verdadera influencia sobre nosotros, mientras que aquellos de quienes nos acordamos y que han jugado un rol o papel importante en nuestra vida, continúan influyendo en nosotros después su partida.
El año litúrgico abre el gran libro de los recuerdos. Nos acordamos de personajes importantes de la historia del cristianismo: Pedro, Pablo, Agustín, Tomas de Aquino, Francisco de Asís, Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, la Madre Teresa, San Martin de Porres, Santa Mariana de Jesús, Santa Kateri Tekakwita, Santos papas Juan XXIII et Juan Pablo II, Martin Luther King, y tantos otros…Pero, también están las personas menos conocidas, que han ejercido una influencia determinante en nosotros: nuestros padres, nuestros abuelos, algunos educadores, vecinos, colegas de trabajo…personas sencillas, que han marcado nuestra propia historia…Estas personas son como faros que iluminan nuestras existencias. Ellas han sido guías y nos han ayudado a enfrentar los obstáculos de la vida. Son ellos quienes nos han permitido llegar a ser lo que somos hoy. Nosotros no hemos sido creados de una sola vez y enteros (de una sola pieza). Nosotros somos el fruto de una familia, de una parroquia, de un barrio, vereda, pueblo o ciudad.
En el cristianismo, tenemos la excelente tradición de orar por aquellos que nos han precedido. Y en nuestras oraciones, no separamos los ricos de los pobres, los hombres de las mujeres, los buenos de los menos buenos.
Nosotros oramos por todos…
Esta primera semana de noviembre es nuestra semana de recordar, y evocar con gratitud aquellos que han vivido antes que nosotros.
Las celebraciones de noviembre son así también una excelente preparación para nuestra propia muerte. Nuestro mundo moderno hace todo lo posible por borrar o hacernos olvidar que la muerte existe. Los medios están llenos (ante todo) de informaciones superficiales, livianas, lights, después de violencia y agresividad…y se trata siempre de la muerte de los otros. Se nos presenta sin parar anuncios comerciales que prometen la eterna juventud. No tenemos sino que utilizar sus productos milagrosos para parecer diez años más jóvenes.
Nosotros los cristianos, no creemos en una muerte cruel donde se termina con la tumba, en el cementerio. Nosotros creemos en un paraíso donde la vida se transforma y cambia. Creemos que la muerte es una entrada, un pasaje y o una puerta abierta hacia la eternidad. En el libro del profeta Isaías, encontramos este bello texto: “El Señor enjugara todas las lagrimas de nuestros rostros…sobre su santa montaña, Él preparará una fiesta de abundante comida…Él hará desaparecer la muerte para siempre…Alegrémonos en la salud del Señor”.
Nosotros viviremos entonces la paz del Reino de Dios donde: “El lobo habitará con el cordero, el puma se acostará junto al cabrito, el ternero comerá al lado del león y un niño chiquito los cuidará. La vaca y el oso pastarán en compañía y sus crías reposarán juntas, pues el león también comerá pasto, igual que el buey. El niño de pecho jugará sobre el nido de la víbora, y en la cueva de la culebra el pequeñuelo meterá su mano. No cometerán el mal, ni dañarán a su prójimo en todo mi Cerro santo” (Isaías 11,6-9).
Y san Juan agrega en el Apocalipsis: “Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido, y el mar no existe ya. Y vi a la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia que se adorna para recibir a su esposo. Y oí una voz que clamaba desde el trono: «Esta es la morada de Dios con los hombres; él habitará en medio de ellos; ellos serán su pueblo y él será Dios-con-ellos; Él enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte ni lamento, ni llanto ni pena, pues todo lo anterior ha pasado.»
Hay esperanza en plenitud en estas fiestas de noviembre.
Esto nos recuerda que la muerte no es el final de todo.
Esto también nos recuerda que el tiempo que se nos da es un don precioso y que hemos de utilizarlo lo mejor posible.


Aproximación psicológica al texto del evangelio


Un acto de memoria y agradecimiento (2)

La manera como asumimos o hablamos de la muerte de nuestros seres queridos revela nuestra propia actitud ante la muerte.
Poco a poco se ve como algunas familias cambian los procedimientos y la tradición para los funerales: corta permanencia del cuerpo o las cenizas en el salón de velación, quizás una breve paraliturgia (no Eucaristía) allí mismo y evitar la iglesia, o algo más profano, es decir desconectado de todo asunto “místico”, “devocional- cristiano”, sin referencia a lo religioso, cenizas que se arrojan no importa dónde ni de qué modo…
Este domingo (como ocurre cada 5 o 6 años) cae en el día más importante para los cristianos-católicos la conmemoración de los Fieles difuntos. Y lo que vivimos esta jornada es una oración por nuestros hermanos que nos han precedido en la muerte, al lado de sus familias nos reunimos para cumplir con un deber de agradecimiento y de memoria.
En esta jornada de “memoria y agradecimiento” de nuestros fieles difuntos, podemos preguntarnos individualmente: Cuál es mi FE? En quién CREO? En quién espero? Y como o de qué manera amo yo a Dios y a Jesús?
Y es necesario hacernos otra pregunta que es correlativa: con cuál oración acompañamos nuestros difuntos. Con una retahíla de oraciones que expresan remordimiento, nostalgia, tristeza? O con una oración impregnada de esperanza y de vida? Venimos hoy para orar con muertos o con vivientes? Cuál oración hacer llegar hasta Dios: simplemente una suplicación impotente y que se quiere consoladora? O una oración que abre mi corazón y todo mi ser a vivir desde ya de Jesucristo y de su AMOR?
Cómo recibimos la muerte de nuestros seres queridos acaecida a veces de una manera abrupta y o violenta? Abrazamos la ESPERANZA? Es otra pregunta que hemos de hacernos. Cómo imaginamos o concebimos nuestra propia muerte? Ilusión de piadosos devotos que tienen miedo o ESPERANZA REAL FUNDADA en Cristo que es SALVACION y AMOR?
Nuestra esperanza está arraigada en la promesa de Jesús que nos dice en el evangelio : « Todo lo que el Padre me ha dado vendrá a mí…La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. La voluntad de mi Padre es que toda persona que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna: y yo lo resucitaré en el último día.”
El proyecto de Dios no es un proyecto de muerte sino de vida. Nosotros todos estamos llamados, vivos o vivientes, al igual que aquellos que ya han atravesado el umbral de la muerte, a ser criaturas vivas (Hijos) frente a Dios.
También San Pablo no duda en afirmar que “nosotros tenemos confianza” o en otras palabras “nosotros avanzamos sin miedo”.
Para el cristiano, la esperanza de la Vida Eterna con Dios no se fundamenta sobre una deducción racional ni sobre una necesidad visceral de sobrevivir, sino que està cimentada en la certeza que solo se adquiere a través de la FE y cuando uno deja a Dios acercarse: la fuerza del amor no puede ser frustrada o vencida por el asalto de la muerte física. En cada Eucaristía y cada Semana Santa y tiempo pascual del año decimos insistentemente Jesucristo por su muerte en la cruz y posterior resurrección ha quitado el pecado del mundo (como Cordero de Dios), destruido el mal y vencido a la muerte.
Con seguridad que la Fe, las convicciones que ella nos transmite no suprime la angustia legitima que se siente de cara a la muerte. Jesús ha conocido una extraña agonía antes de ser hecho prisionero.
La escena de Getsemaní (Jesús orando en el huerto de los olivos, primer misterio doloroso del rosario), nos presenta un hombre en lucha interior con lo que ha vivido, en una experiencia de gran desgarramiento interno.
Jesús aparece aquí como invadido (poseído) de necesidades contradictorias. Necesidad de estar solo (“esperadme acá”) y necesidad de un sustento o apoyo fraternal (“velad conmigo”).
Necesidad de bien elucidar o tener claro las emociones que están sumergidas en él (“El comienza a sentir tristeza y angustia”), y necesidad de superar este sabor de muerte (“…aparta de mi este cáliz”).
Necesidad de conservar su integridad física, de evitar la muerte ("Si quieres Senor puedes apartar de mi este càliz..." ), pero al mismo tiempo, necesidad de acoplarse, concordar con el proyecto de Dios sobre Él (“como tú quieres…que tu voluntad se realice”),
Esta experiencia humana puede emocionar por su desnudez y su intensidad. Pero ella se entiende. Lo que sorprende acá, es que Jesús la describe como una experiencia de oración (“yo iré a orar allá…”)
También, para que cada quien pueda morir dignamente, para que el momento de la muerte sea un momento último de vida sobre esta tierra, es nuestro deber acompañar con un infinito respeto aquellos que agonizan: hacerlo por ellos mismos y no por lo que nosotros sentimos y tenemos a veces tendencia a proyectar sobre las personas que van a morir.
Una compasión sincera puede estar en el origen de nuestros sentimientos. Un fuerte egoísmo también puede ser de la partida.
Cuántas personas ancianas, viejas (o si usted quiere emplear eufemismos como “de la 3ª edad”, “seniors”…) en un silencio que hace aun más dolorosa su prueba, piensan, y o se les hace sentir que ellas se han convertido en una “carga” poco aceptada por aquellos a quienes por lo tanto han dado su bien más precioso, la VIDA, esto debido a complementos de pensión a pagar, ahora que ellos mismos, es verdad , deben ayudar a sus hijos, o en la impaciencia de heredar algo que se hace esperar y que disminuye de valor con el correr de los años.
Respetar una persona confrontada a la realidad de la muerte:
- Es saber utilizar, con sabiduría y proporción, los medios que pone a nuestra disposición los progresos de la medicina; ninguna Iglesia cristiana no predica, argumenta o defiende , y después de mucho tiempo el empleo de terapias dolorosas y exigentes; afirmar este punto no quiere decir que se acepte la eutanasia, que finalmente arruinaría toda confianza entre los médicos y pacientes;
- Es atenuar el dolor para que los sufrimientos intolerables no afecten la capacidad de consentir o aceptar su estado en el término de su existencia terrestre;
- Es ante todo estar presente al lado de aquellos que mueren, ahora cuando mismo la sociedad moderna hace todo lo posible por olvidarlos antes que hayan desaparecido; no hablamos de una presencia “ausente” sino de una presencia verdadera que solo es posible cuando uno mismo acepta ser mortal; puesto que vivir supone estar en comunión los unos y los otros con Dios, no privemos a nadie de esta comunión al momento cuando le es necesario cumplir el último acto de su vida; es la razón por la cual, entre los sacramentos de los enfermos, la Iglesia cuenta con el Viatico, la última comunión…
- Es estar al lado de aquellos que sufren por la muerte brutal o esperada de un pariente o un amigo; regalarles de nuestro tiempo (ocupado y escaso) presidir y celebrar momentos de oración, escucharles permitiendo que los recuerdos afloren y se expresen sin obstáculo de hipocresía o presión.
- Es orar por aquellos que nos preceden en la muerte pero también orar con ellos: no para quedarnos en el recuerdo sino porque nosotros creemos que, vivientes con Dios, lo que vivimos nosotros mismos no los deja indiferentes.
Puntilla: Durante mucho tiempo estuvo prohibida la cremación de los cadáveres porque se la percibía históricamente en conexión con una mentalidad neoplatónica que mediante ella pretendía la destrucción del cuerpo para que así el alma se liberara totalmente de la cárcel (en tiempos más recientes implicaba una actitud materialista o agnóstica). La Iglesia ya no la prohíbe, «a no ser que haya sido elegida por razones contrarias a la doctrina cristiana» Hay que procurar que la actual difusión de la cremación también entre los católicos no oscurezca, de alguna manera, su mentalidad correcta sobre la resurrección de la carne.

Reflexión Central:
Amenazados de eternidad
En la tradición iconográfica de las Iglesias de Oriente, una imagen (aparece arriba e ilustra este artículo) se llama la Anastasis, la Resurrección. Ella muestra a Cristo que va al lugar de los muertos. Toma a Adán (hombre de la tierra) y a Eva (madre de todos los vivientes) de la mano para sacarlos de esta prisión y llevarlos consigo en su Resurrección. Dentro de esta multitud en espera, nosotros podemos poner los rostros de nuestros seres queridos difuntos e inclusive nuestros rostros.
En mi calidad de sacerdote, de párroco y o pastor de mi comunidad cristiana-católica en Canadá, cada celebración de un funeral es un desafío, un reto. Pero también la oportunidad de testimoniar mi FE ante la realidad de la muerte. ..
Y es que casi todo (hasta Dios, su existencia, su acción y poder) se ha relativizado tanto, que mismo la muerte no se escapa a esta tendencia. Muerte que si no se relativiza o se niega, pretende esconderse no hablando abiertamente de ella. Nosotros somos seres obsesionados por la vida, por el progreso, la longevidad, el confort, el consumismo. A excepción paradójica del "Halloween "(dizque llamada fiesta de los niños, "halloween" significa vispera o antes de Todos los Santos) , nuestra sociedad busca negar la muerte y olvidar nuestros difuntos.
Y por lo tanto como respondía aquel infante en una clase de catequesis ante la pregunta de su catequista “qué es la muerte” : “la muerte es aquello que queda (que resta) después de haberlo dado todo”.
Félix Leclerc, un gran y muy conocido poeta quebequense decía que había vida plena en la muerte. Mi obispo belga Philippe Stevens en la diócesis de Camerún decía a menudo: “Para que andar apurados si tenemos la Eternidad ante de nosotros” (pour quoi etre pressés si nous avons l’éternité devant nous”).
Biológicamente, la muerte es el término de un largo proceso.
Para el ser humano que tiene conciencia del tiempo, la muerte es un escándalo, un fracaso.
Para un creyente, la muerte es un evento espiritual, un encuentro.
Para una persona creyente, hay en la vida más que la vida. Hay en el fondo de sí misma la presencia de un TODO OTRO que se ha aprendido a apreciar, a orar.
Aquellos que se preocupan por la ortodoxia (docta verdad, o verdad recta) en la Iglesia, dicen que no es conveniente en la misa y cualquier otra celebración por los difuntos centrarse exclusivamente en hacer “apologías” “y o “florilegios” de los muertos, pues en los funerales se tiene la tendencia de subrayar nada más que las cualidades del difunto, y casi siempre se le dice aquello que debió uno decirle en vida.
La primera razón de una oración o rito por nuestros seres queridos difuntos es que por medio de ello los confiamos a la Eterna y Paternal Misericordia de Dios. Nadie es perfecto, y el más perfecto (en su humildad) querrá se dirijan a Dios oraciones por su salvación; paradójicamente los buenos y santos añorarán que se hagan o celebren oraciones por su acercamiento e intimidad con la persona de Dios. Por otro lado los que no fueron tan virtuosos necesitaran mucho más nuestras oraciones de intercesión.
La muerte ofrece la posibilidad de crear una suerte de película instantánea de la vida de alguien y se percibe todo lo que él representaba para nosotros y los otros, las cualidades y valores emergen y sus limitaciones (errores, faltas, pecados) toman un tinte más moderado.
El otro objetivo de la celebración es hacer memoria y agradecerles por todo lo bello, bueno y verdadero que nos enseñaron.
Celebrar la memoria de los muertos, como decía en el artículo anterior, es inscribirnos en una larga línea de fieles. Nuestra vida es un don recibido de OTRO, y de muchos otros; nosotros no somos nuestros propios autores, moldeadores, creadores…Nuestro rostro contiene trazos únicos, pero también líneas sobre la piel, heredadas. Esto es válido para la vida física, pero también para nuestra vida espiritual y relacional, para nuestra vida intelectual y nuestros compromisos y o responsabilidades. Vale la pena hacer memoria, acordarnos al menos una vez al año. Conmemorar nuestros fieles difuntos, es también ser conscientes de nuestra propia mortalidad. Hacemos parte de la historia de esta humanidad, dotada y vulnerable. Frágiles peregrinos, con la precariedad misma de nuestra existencia, estamos llamados a entrar en el misterio de una alegría compartida. En la espera de nuestra participación en tal cortejo, llevamos en nosotros inquietudes y cicatrices. Una certeza sin embargo puede habitarnos: la alegría y o la felicidad prometida supera todos nuestros cálculos y miedos: es una vida eterna, una vida sin fin. Ella se deja ver desde ya en el Resucitado Jesús, rompiendo las cadenas que nos retienen y cuidando de los suyos, desde ayer hasta mañana, hasta nuestra transfiguración.
Haciendo así confirmamos lo que decimos en el Credo; “Creo en la Comunión de los santos” (difuntos, santos y los peregrinos aun por este mundo pertenecemos a la misma familia de Dios).
Oremos hoy por todos los fieles difuntos. Que su testimonio nos ayude a comprender mejor los desafíos y las tareas (la misión) de nuestra propia vida y ayudarnos encarar nuestra propia muerte.
Recordemos esta frase fuerte del evangelio: …”la voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día.”


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