Halloween enmascara la muerte y banaliza su sentido

Por Salvador Bernal (Chile) 

  
Sin duda, la presencia de disfraces y calabazas en tantos audiovisuales de los últimos años anima al comercio y a la industria del ocio a utilizar esa tradición americana como punto de venta en nuestros pagos.
De todos modos, como señalan algunas encuestas y, sobre todo, las imágenes que difunden los medios de comunicación −incluido el refuerzo de líneas de transporte público en torno a los cementerios−, la fiesta de los Santos sigue dominando la confrontación, si se puede hablar así.
Lo paradójico es que Halloween, versión celta de la conmemoración de Todos los Santos, se transformó en otra cosa en Estados Unidos, y vino a Europa por la imponente influencia audiovisual americana. Pero brujas y disfraces no consiguen superar a los Santos. Incluso, en un país tan laico como Francia, no hay quien pueda con la Toussaint, día festivo y período de vacaciones escolares, momento en que dos terceras partes de las familias se reúnen de algún modo, para visitar los cementerios y recordar a sus muertos, aunque la Iglesia católica conmemora a los Difuntos el día 2 de noviembre.
Pero la difusión del fenómeno de Halloween, más cultural y comercial que ideológico, suscita reacciones en otros países europeos. Hace un par de años, un prelado de Italia afirmaba sin ambages que “las calabazas se usan para hacer pasteles”. Era un modo relativamente irónico para salir al paso del auge de la fiesta americana, justamente en la víspera de Todos los Santos.
El arzobispo de Bolonia, cardenal Carlo Caffarra, manifestaba también su repulsa ante una “horrible rendición al creciente relativismo”. Y promovía diversas iniciativas para explicar el significado religioso de la fiesta de Todos los Santos, y de la conmemoración de los fieles difuntos, en los primeros días de noviembre.
Me llama habitualmente la atención esa actitud activa de los católicos en países próximos −Reino Unido, Francia, Italia−, frente a la apatía que advierto en una sociedad como la española, que parece desmedulada: da la impresión de renunciar superficialmente a sus más sólidas raíces. Suelo culpabilizar −no sé si estoy en lo cierto− a la que considero nuestra herejía latente: el fideísmo. Es decir, la falta de profundización racional y cultural en la fe.
Seguramente algunas parroquias organizan cosas, aparte de las habituales, para contrarrestar la expansión, un tanto grotesca, cuando no carnavalesca, de Halloween. Pero, en conjunto −aparte del comprensible respeto por la tragedia del Madrid Arena de 2012, bastante desligada por cierto del origen de la dramática celebración−, más detecto indiferencia ante un fenómeno que quizá no suplanta tradiciones cristianas, pero puede contribuir a desvirtuarlas o contaminarlas, banalizando algo tan serio como la actitud ante la muerte.
Me viene a la cabeza al escribir estas líneas una muy antigua cover story de un semanario internacional titulada “Complot contra la razón”: daba cuenta del auge de manifestaciones irracionales en una sociedad teóricamente culta y científica. También, un viejo texto de San Josemaría: “No tienen fe. −Pero tienen supersticiones” (Camino, 587).
Y es que, razones comerciales aparte, con Halloween se difunde una cosmovisión en la que la esperanza deja paso a mucho espiritismo y a demasiadas muestras de lo macabro. No se contrarrestará con actitudes apocalípticas del tipo “la noche de los Santos y no de satanás”. Pero sí es una oportunidad de difundir el sentido de la esperanza, de acuerdo también con una reiterada insistencia del papa Francisco.
 Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Confidencial Digital, elconfidencialdigital.com

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