miércoles, 2 de diciembre de 2020

2 de diciembre del 2020: Miércoles de la Primera semana de Adviento


(Mateo 15, 29-37) Sobre la montaña, Jesús comprende y ve la miseria de su pueblo, como en en tiempos pasados Dios había comprendido y visto la miseria de los hebreos en Egipto. La piedad de Jesús se traduce en  un gesto de compasión: Él multiplica los panes y los peces.




Lectura del libro de Isaías (25,6-10a):

EN aquel día, preparará el Señor del universo para todos los pueblos,
en este monte, un festín de manjares suculentos,
un festín de vinos de solera;
manjares exquisitos, vinos refinados.
Y arrancará en este monte
el velo que cubre a todos los pueblos,
el lienzo extendido sobre a todas las naciones.
Aniquilará la muerte para siempre.
Dios, el Señor, enjugará las lágrimas de todos los rostros,
y alejará del país el oprobio de su pueblo
—lo ha dicho el Señor—.
Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios.
Esperábamos en él y nos ha salvado.
Este es el Señor en quien esperamos.
Celebremos y gocemos con su salvación,
porque reposará sobre este monte la mano del Señor».

Palabra de Dios



Lectura del santo evangelio según san Mateo (15,29-37):

E
n aquel tiempo, Jesús, se dirigió al mar de Galilea, subió al monte y se sentó en él.
Acudió a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; los ponían a sus pies, y él los curaba.
La gente se admiraba al ver hablar a los mudos, sanos a los lisiados, andar a los tullidos y con vista a los ciegos, y daban gloria al Dios de Israel.
Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
«Siento compasión de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino».
Los discípulos le dijeron:
«¿De dónde vamos a sacar en un despoblado panes suficientes para saciar a tanta gente?».
Jesús les dijo:
«¿Cuántos panes tenéis?».
Ellos contestaron:
«Siete y algunos peces».
Él mandó a la gente que se sentara en el suelo. Tomó los siete panes y los peces, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente.
Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete canastos llenos.

Palabra del Señor.

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1

Reflexión

Por medio de nosotros… (somos las manos de Dios)

Para Isaías, el signo propio de los tiempos mesiánicos es que, por medio del Mesías, Dios colmará a su pueblo de abundancia, tanto de alimento como de bebida. El pueblo anhela vida y paz; los prisioneros desean la libertad, los ciegos quieren ver, los hambrientos piden pan. Pero también existe un hambre más profunda: hambre de consuelo, amistad, perdón, comprensión, aceptación, justicia y amor. Todos estos deseos serán saciados con la llegada de Jesús, el Mesías, quien alimenta a su pueblo en todos los sentidos.
Y nosotros, sus discípulos, estamos llamados a colaborar con Él para saciar el hambre de nuestros hermanos, porque Dios quiere actuar a través de nosotros.


El gran Maestro y Mesías

Jesús se sienta para enseñar: es la postura típica de los rabinos. Antes del Sermón de la Montaña y antes del discurso de las parábolas, Mateo menciona a Jesús sentado, indicando que Él enseña con autoridad. Cuando el evangelista dice que Jesús está sobre una montaña, quiere mostrarnos que Él es el nuevo Moisés que entrega la Palabra de Dios. San Juan lo expresará de modo aún más directo: Jesús es la Palabra de Dios.

La gente le acerca a los enfermos y Él los cura. Todos quedan maravillados y glorifican a Dios. Lo sorprendente es que, después de las curaciones, Jesús declara: «Siento compasión de esta gente».
Es decir, más allá del sufrimiento físico, Jesús reconoce una necesidad aún más profunda: hambre de Palabra, de sentido, de la presencia viva de Dios. Es frente a esta hambre espiritual que Él siente verdadera compasión. Y lo que realiza a continuación es un signo de cómo quiere colmar ese vacío interior.

Jesús comienza atendiendo el hambre material mediante una comida que no se agota. En el desierto, Moisés obtuvo para Israel el maná, alimento bajado del cielo. Jesús, en cambio, ofrece la verdadera comida celestial, de la cual los siete panes y los pocos peces son solo un anticipo. La abundancia de las siete canastas sobrantes lo confirma: el don de Dios es siempre sobreabundante.

Para que la enseñanza quede grabada en el corazón de los discípulos —y de todos los que vendrán después— Jesús realiza un gesto que se hará familiar en la vida de la Iglesia. Este gesto tiene cuatro momentos: toma los panes, da gracias, los parte y los da a los discípulos.

Es un gesto profundamente litúrgico, que Jesús repetirá en la Última Cena al instituir la Eucaristía. Incluso la palabra usada aquí para “dar gracias” (eucharistésas) anticipa el nombre del sacramento. La única diferencia es que, en la Cena, Jesús mismo distribuye el pan; aquí encarga a los discípulos hacerlo.
Y eso es precisamente lo que sigue sucediendo hoy: Cristo sigue alimentando al mundo a través de su Iglesia.

Jesús es el Maestro que trae la Palabra del Padre; pero junto con esa Palabra, entrega también su Presencia, una presencia que permanece para siempre, aun después de su partida visible.


2

 

Tomó los siete panes y los peces, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente.
Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete canastos llenos.

 

Mateo 15: 36–37



Esta línea concluye el segundo milagro de la multiplicación de los panes y los peces como lo cuenta Mateo. En este milagro, se multiplicaron siete panes y algunos peces para alimentar a 4.000 hombres, sin contar las mujeres y los niños. Y una vez que todos comieron y se saciaron, quedaron siete canastas llenas.

 

Es difícil subestimar el efecto que este milagro tuvo en quienes estaban allí. Quizás muchos ni siquiera sabían de dónde venía la comida. Solo vieron que pasaban las canastas, se llenaron y pasaron el resto a otros. Aunque hay muchas lecciones importantes que podemos aprender de este milagro, consideremos una de ellas.

 

Recuerde que las multitudes habían estado con Jesús durante tres días sin comer. Se asombraron de Él mientras enseñaba y sanaba continuamente a los enfermos en su presencia. De hecho, estaban tan asombrados que no dieron señales de dejarlo, a pesar del hambre evidente que debían haber estado experimentando. Esta es una maravillosa imagen de lo que debemos buscar tener en nuestra vida interior.

 

¿Qué es lo que te “sorprende” en la vida? ¿Qué es lo que puedes hacer hora tras hora sin perder la atención? Para estos primeros discípulos, fue el descubrimiento de la misma Persona de Jesús lo que tuvo este efecto sobre ellos. ¿Qué hay de ti? ¿Alguna vez ha descubierto que el descubrimiento de Jesús en la oración, o en la lectura de las Escrituras, o mediante el testimonio de otro, fue tan convincente que quedaste absorto en su presencia? ¿Alguna vez has estado ran absorto en nuestro Señor que pensaste poco en  otras cosas?

 

En el Cielo, nuestra eternidad se pasará en una perpetua adoración y "asombro" de la gloria de Dios. Y nunca nos cansaremos de estar con Él, asombrados por Él. Pero con demasiada frecuencia en la Tierra perdemos de vista la acción milagrosa de Dios en nuestras vidas y en las vidas de quienes nos rodean. En cambio, con demasiada frecuencia nos sumergimos en el pecado, los efectos del pecado, el dolor, el escándalo, la división, el odio y las cosas que conducen a la desesperación.

 

Reflexiona hoy sobre estos primeros discípulos de Jesús. Reflexiona, especialmente, en su asombro y admiración al permanecer con Él durante tres días sin comer. Esta atracción de nuestro Señor debe apoderarse de ti y abrumarte tanto que Jesús sea el único foco central de tu vida. Y cuando lo está, todo lo demás encaja en su lugar y nuestro Señor provee para tus muchas otras necesidades.

 

Mi divino Señor, te amo y deseo amarte más. Lléname de asombro y asombro por Ti. Ayúdame a desearte sobre todas las cosas y en todas las cosas. Que mi amor por Ti se vuelva tan intenso que me encuentre confiando siempre en Ti. Ayúdame, querido Señor, a convertirte en el centro de toda mi vida. Jesús, en Ti confío.

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