EN aquel día, preparará el Señor del universo para todos los pueblos,
en este monte, un festín de manjares suculentos,
un festín de vinos de solera;
manjares exquisitos, vinos refinados.
Y arrancará en este monte
el velo que cubre a todos los pueblos,
el lienzo extendido sobre a todas las naciones.
Aniquilará la muerte para siempre.
Dios, el Señor, enjugará las lágrimas de todos los rostros,
y alejará del país el oprobio de su pueblo
—lo ha dicho el Señor—.
Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios.
Esperábamos en él y nos ha salvado.
Este es el Señor en quien esperamos.
Celebremos y gocemos con su salvación,
porque reposará sobre este monte la mano del Señor».
Palabra de Dios
En aquel tiempo, Jesús, se dirigió al mar de Galilea, subió al monte y se sentó en él.
Acudió a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; los ponían a sus pies, y él los curaba.
La gente se admiraba al ver hablar a los mudos, sanos a los lisiados, andar a los tullidos y con vista a los ciegos, y daban gloria al Dios de Israel.
Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
«Siento compasión de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino».
Los discípulos le dijeron:
«¿De dónde vamos a sacar en un despoblado panes suficientes para saciar a tanta gente?».
Jesús les dijo:
«¿Cuántos panes tenéis?».
Ellos contestaron:
«Siete y algunos peces».
Él mandó a la gente que se sentara en el suelo. Tomó los siete panes y los peces, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente.
Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete canastos llenos.
Palabra del Señor.
Por medio de nosotros… (somos las
manos de Dios)
Para Isaías, el signo propio de los tiempos
mesiánicos es que, por medio del Mesías, Dios colmará a su pueblo de
abundancia, tanto de alimento como de bebida. El pueblo anhela vida y paz; los
prisioneros desean la libertad, los ciegos quieren ver, los hambrientos piden
pan. Pero también existe un hambre más profunda: hambre de consuelo, amistad,
perdón, comprensión, aceptación, justicia y amor. Todos estos deseos serán
saciados con la llegada de Jesús, el Mesías, quien alimenta a su pueblo en
todos los sentidos.
Y nosotros, sus discípulos, estamos llamados a colaborar con Él para saciar el
hambre de nuestros hermanos, porque Dios quiere actuar a través de nosotros.
El gran Maestro y Mesías
Jesús se sienta para enseñar: es la postura típica
de los rabinos. Antes del Sermón de la Montaña y antes del discurso de las
parábolas, Mateo menciona a Jesús sentado, indicando que Él enseña con
autoridad. Cuando el evangelista dice que Jesús está sobre una montaña, quiere
mostrarnos que Él es el nuevo Moisés que entrega la Palabra de Dios. San Juan
lo expresará de modo aún más directo: Jesús es la Palabra de Dios.
La gente le acerca a los enfermos y Él los cura.
Todos quedan maravillados y glorifican a Dios. Lo sorprendente es que, después
de las curaciones, Jesús declara: «Siento compasión de esta gente».
Es decir, más allá del sufrimiento físico, Jesús reconoce una necesidad aún más
profunda: hambre de Palabra, de sentido, de la presencia viva de Dios. Es
frente a esta hambre espiritual que Él siente verdadera compasión. Y lo que
realiza a continuación es un signo de cómo quiere colmar ese vacío interior.
Jesús comienza atendiendo el hambre material
mediante una comida que no se agota. En el desierto, Moisés obtuvo para Israel
el maná, alimento bajado del cielo. Jesús, en cambio, ofrece la verdadera
comida celestial, de la cual los siete panes y los pocos peces son solo un
anticipo. La abundancia de las siete canastas sobrantes lo confirma: el don de
Dios es siempre sobreabundante.
Para que la enseñanza quede grabada en el corazón
de los discípulos —y de todos los que vendrán después— Jesús realiza un gesto
que se hará familiar en la vida de la Iglesia. Este gesto tiene cuatro
momentos: toma los panes, da gracias, los parte y los da a los discípulos.
Es un gesto profundamente litúrgico, que Jesús
repetirá en la Última Cena al instituir la Eucaristía. Incluso la palabra usada
aquí para “dar gracias” (eucharistésas) anticipa el nombre del sacramento. La
única diferencia es que, en la Cena, Jesús mismo distribuye el pan; aquí
encarga a los discípulos hacerlo.
Y eso es precisamente lo que sigue sucediendo hoy: Cristo sigue alimentando
al mundo a través de su Iglesia.
Jesús es el Maestro que trae la Palabra del Padre;
pero junto con esa Palabra, entrega también su Presencia, una presencia que
permanece para siempre, aun después de su partida visible.
Tomó los
siete panes y los peces, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue
dando a los discípulos, y los discípulos a la gente.
Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete canastos llenos.
Mateo
15: 36–37
Esta línea concluye el segundo milagro de la multiplicación de los
panes y los peces como lo cuenta Mateo. En este milagro, se multiplicaron
siete panes y algunos peces para alimentar a 4.000 hombres, sin contar las
mujeres y los niños. Y una vez que todos comieron y se saciaron, quedaron
siete canastas llenas.
Es difícil subestimar el efecto que este milagro tuvo en quienes
estaban allí. Quizás muchos ni siquiera sabían de dónde venía la comida. Solo
vieron que pasaban las canastas, se llenaron y pasaron el resto a otros. Aunque
hay muchas lecciones importantes que podemos aprender de este milagro,
consideremos una de ellas.
Recuerde que las multitudes habían estado con Jesús durante tres
días sin comer. Se asombraron de Él mientras enseñaba y sanaba
continuamente a los enfermos en su presencia. De hecho, estaban tan
asombrados que no dieron señales de dejarlo, a pesar del hambre evidente que
debían haber estado experimentando. Esta es una maravillosa imagen de lo
que debemos buscar tener en nuestra vida interior.
¿Qué es lo que te “sorprende” en la vida? ¿Qué es lo que
puedes hacer hora tras hora sin perder la atención? Para estos primeros
discípulos, fue el descubrimiento de la misma Persona de Jesús lo que tuvo este
efecto sobre ellos. ¿Qué hay de ti? ¿Alguna vez ha descubierto que el
descubrimiento de Jesús en la oración, o en la lectura de las Escrituras, o
mediante el testimonio de otro, fue tan convincente que quedaste absorto en su
presencia? ¿Alguna vez has estado ran absorto en nuestro Señor que pensaste poco en otras cosas?
En el Cielo, nuestra eternidad se pasará en una perpetua adoración
y "asombro" de la gloria de Dios. Y nunca nos cansaremos de
estar con Él, asombrados por Él. Pero con demasiada frecuencia en la
Tierra perdemos de vista la acción milagrosa de Dios en nuestras vidas y en las
vidas de quienes nos rodean. En cambio, con demasiada frecuencia nos
sumergimos en el pecado, los efectos del pecado, el dolor, el escándalo, la
división, el odio y las cosas que conducen a la desesperación.
Reflexiona hoy sobre estos primeros discípulos de Jesús. Reflexiona,
especialmente, en su asombro y admiración al permanecer con Él durante tres
días sin comer. Esta atracción de nuestro Señor debe apoderarse de ti y
abrumarte tanto que Jesús sea el único foco central de tu vida. Y cuando
lo está, todo lo demás encaja en su lugar y nuestro Señor provee para tus muchas
otras necesidades.
Mi divino Señor, te amo y deseo amarte más. Lléname de
asombro y asombro por Ti. Ayúdame a desearte sobre todas las cosas y en
todas las cosas. Que mi amor por Ti se vuelva tan intenso que me encuentre
confiando siempre en Ti. Ayúdame, querido Señor, a convertirte en el
centro de toda mi vida. Jesús, en Ti confío.


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