viernes, 2 de noviembre de 2018

DÍA 2 DE NOVIEMBRE: CONMEMORACION DE LOS FIELES DIFUNTOS




CREADOS PARA LA VIDA

Saludo (Ver Rom 8,38-39)

Ni muerte ni vida, nada que existe ni nada todavía por venir, ni cosa creada alguna puede nunca interponerse entre nosotros y el amor de Dios hecho visible en Cristo Jesús, Señor Nuestro. Que este Cristo resucitado esté siempre con ustedes.


Introducción por el Celebrante

La muerte permanecerá siempre un misterio y un sufrimiento. Pero, como cristianos, vivimos en fe y esperanza. Si tuviéramos suficiente fe, soportaríamos la muerte sin miedo y la acogeríamos como un regreso a la casa del Padre. En nuestra fe no hay lugar para dudar de que en la muerte Dios abandonará a sus gentes, que son obra de sus manos, hechas a su imagen y semejanza, por quienes Cristo murió y resucitó de entre los muertos. Dios no nos dejará perecer para siempre. En Cristo tenemos la promesa de Dios de que nosotros resucitaremos también de entre los muertos para la gloria y alegría eternas. Con esta esperanza ponemos hoy espiritualmente nuestros difuntos en las manos del Dios de vida.

Acto Penitencial


Por su muerte y resurrección, Cristo nos trajo esperanza, vida y alegría. Con la mayor confianza le pedimos perdón por nuestros pecados.
(Pausa)

Señor Jesús, Hijo del Dios vivo: Tú viniste al mundo para compartir nuestras penas y alegrías: R/ Señor, ten piedad de nosotros.

Cristo Jesús: tú te entregaste a la muerte en la cruz para vencer al pecado y a la muerte en nosotros: R/ Cristo, ten piedad de nosotros.

Señor Jesús, tú resucitaste de entre los muertos para ser nuestro camino de vida y alegría infinitas: R/ Señor, ten piedad de nosotros.

Ten misericordia de nosotros, Señor, y perdona todos nuestros pecados. Ayúdanos a vivir tu vida en la tierra y llévanos a nosotros y a todos los fieles difuntos a la felicidad de la vida eterna.


Oración Colecta

Encomendemos al Señor a todos los fieles difuntos.
(Pausa)
Oh Dios de la vida y de los vivos: Creemos que tú eres un Dios de un amor que es más fuerte que la muerte ya que tu Hijo Jesucristo, nacido como uno de nosotros, destruyó la muerte para siempre. Te pedimos confiadamente que todos los fieles difuntos vivan en la seguridad de tu amor; que disfruten de paz, tu paz, que con tanta frecuencia se les escapaba en la vida, y danos también a todos nosotros el valor para enfrentar la vida dándole auténtico sentido, viviéndola en unión íntima con tu Hijo Jesús, que vive y reina por los siglos de los siglos



Celebramos estos días 1o y 2 de Noviembre dos de las más grandes fiestas del año litúrgico: LA FIESTA DE TODOS LOS SANTOS y LA FIESTA DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS.

Al comienzo de noviembre, recordamos toda esta larga cadena de testigos que nos han precedido…

Los psicólogos afirman que el recuerdo de aquellos que han sido importantes en nuestra vida contribuyen a construir nuestra identidad. Las personas que hemos olvidado no tienen verdadera influencia sobre nosotros, mientras que aquellos de quienes nos acordamos y que han jugado un rol o papel importante en nuestra vida, continúan influyendo en nosotros después su partida.

El año litúrgico abre el gran libro de los recuerdos. Nos acordamos de personajes importantes de la historia del cristianismo: Pedro, Pablo, Agustín, Tomas de Aquino, Francisco de Asís, Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, la Madre Teresa, San Martin de Porres, Santa Mariana de Jesús, Santa Kateri Tekakwita, Martin Luther King, y tantos otros…Pero, también están las personas menos conocidas, que han ejercido una influencia determinante en nosotros: nuestros padres, nuestros abuelos, algunos educadores, vecinos, colegas de trabajo…personas sencillas, que han marcado nuestra vida…Estas personas son como faros que iluminan nuestras vidas. Ellas han sido guías y nos han ayudado a enfrentar los obstáculos de la vida. Son ellos quienes nos han permitido llegar a ser lo que somos hoy. Nosotros no hemos sido creados de una sola vez y enteros (de una sola pieza). Nosotros somos el fruto de una familia, de una parroquia, de un barrio, vereda,  pueblo o ciudad.

En el cristianismo, tenemos la excelente tradición de orar por aquellos que nos han precedido. Y en nuestras oraciones, no separamos los ricos de los pobres, los hombres de las mujeres, los buenos de los menos buenos.
Nosotros oramos por todos…
Esta primera semana de noviembre es nuestra semana de recordar, y evocar con gratitud aquellos que han vivido antes que nosotros.


Las celebraciones de noviembre son así también una excelente preparación para nuestra propia muerte.  Nuestro mundo moderno hace todo lo posible por borrar o hacernos olvidar la muerte de nuestros espíritus. Los medios están llenos (ante todo)  de informaciones superficiales, livianas, lights, después de   violencia y agresividad…y se trata siempre de la muerte de los otros. Se nos presenta sin parar anuncios comerciales que prometen la eterna juventud. No tenemos sino que utilizar sus productos milagrosos para parecer diez años más jóvenes.

Nosotros los cristianos, no creemos en una muerte cruel donde se termina con la tumba, en el cementerio. Nosotros creemos en un paraíso donde la vida se transforma y cambia. Creemos que la muerte es una entrada, un pasaje y o una puerta abierta hacia la eternidad. En el libro del profeta Isaías, encontramos este bello texto: “El Señor enjugara todas las lagrimas de nuestros rostros…sobre su santa montana, él preparará una fiesta de abundante comida…Él hará desaparecer la muerte para siempre…Alegrémonos en la salud del Señor”.

Nosotros viviremos entonces la paz del Reino de Dios donde: “ El lobo habitará con el cordero, el puma se acostará junto al cabrito, el ternero comerá al lado del león y un niño chiquito los cuidará. La vaca y el oso pastarán en compañía y sus crías reposarán juntas, pues el león también comerá pasto, igual que el buey. El niño de pecho jugará sobre el nido de la víbora, y en la cueva de la culebra el pequeñuelo meterá su mano. No cometerán el mal, ni dañarán a su prójimo en todo mi Cerro santo” (Isaías 11,6-9).

Y san Juan agrega en el Apocalipsis Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido, y el mar no existe ya. [2] Y vi a la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia que se adorna para recibir a su esposo. [3] Y oí una voz que clamaba desde el trono: «Esta es la morada de Dios con los hombres; él habitará en medio de ellos; ellos serán su pueblo y él será Dios-con-ellos; [4] él enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte ni lamento, ni llanto ni pena, pues todo lo anterior ha pasado




Hay esperanza en plenitud en estas fiestas de noviembre.
Esto nos recuerda que la muerte no es el final de todo.
Esto también nos recuerda que el tiempo que se nos da es un don precioso y que hemos de utilizar lo mejor posible.

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