lunes, 5 de abril de 2021

5 de abril del 2021: Lunes de la Octava de Pascua

 

(Mateo 28, 8-15) No hay pruebas contundentes de la resurrección. La fe se basa en la credibilidad del testimonio. Y esta fe nos llama a buscar en nuestra vida las huellas de la presencia del Resucitado. Nos corresponde ahora convertirnos en testigos de la resurrección.

 


Primera lectura

 Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (2,14.22-33):


EL día de Pentecostés, Pedro, poniéndose en pie junto con los Once, levantó su voz y con toda solemnidad declaró:
«Judíos y vecinos todos de Jerusalén, enteraos bien y escuchad atentamente mis palabras. Israelitas, escuchad estas palabras: a Jesús el Nazareno, varón acreditado por Dios ante vosotros con milagros, prodigios y signos que Dios realizó por medio de él, como vosotros sabéis, a este, entregado conforme el plan que Dios tenía establecido y provisto, lo matasteis, clavándolo a una cruz por manos de hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte, por cuanto no era posible que esta lo retuviera bajo su dominio, pues David dice, refiriéndose a el:
“Veía siempre al Señor delante de mí,
pues está a mi derecha para que no vacile.
Por eso se me alegró el corazón,
exultó mi lengua,
y hasta mi carne descansará esperanzada.
Porque no me abandonarás en el lugar de los muertos,
ni dejarás que tu Santo experimente corrupción.
Me has enseñado senderos de vida,
me saciarás de gozo con tu rostro”.
Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: el patriarca David murió y lo enterraron, y su sepulcro está entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como era profeta y sabía que Dios “le había jurado con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo, previéndolo, habló de la resurrección del Mesías cuando dijo que “no lo abandonará en el lugar de los muertos” y que “su carne no experimentará corrupción”.
A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Exaltado, pues, por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo he derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo».

Palabra de Dios

 

Salmo

Sal 15,1b-2a y 5.7-8 9-10.11


R/.
 Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
Yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios».
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano. R/.

Bendeciré al Señor que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R/.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa esperanzada.
Porque no me abandonarás en la región de los muertos
ni dejarás a tu fiel ver la corrupción. R/.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R/.


Lectura del santo evangelio según san Mateo (28,8-15):

EN aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos.
De pronto, Jesús salió al encuentro y les dijo:
«Alegraos».
Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él.
Jesús les dijo:
«No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».
Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles:
«Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros».
Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy.

Palabra del Señor

 

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Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles:
«Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros».

Mateo 28: 12-14

 

 

El Señor de todos resucitó de la tumba, venciendo el pecado y la muerte, ¡haciendo posible que todos compartamos su gloriosa resurrección! La muerte había perdido. Satanás había perdido. Los líderes religiosos corruptos habían perdido. Y todos los que creían en Jesús ahora tenían renovada su esperanza eterna. Sin embargo, lamentablemente, la victoria más grande jamás conocida para la humanidad, una victoria que abrió las puertas a la gloria eterna para todos los que creen, no pudo ser aceptada por los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo. Vieron su muerte y, ahora que había resucitado, se apresuraron a hacer todo lo posible por ocultar esa verdad.

 

El orgullo es difícil de superar. Cuando una persona profesa que tiene razón, cuando en realidad está equivocada, y cuando luego se enfrenta a su error, el pecado del orgullo lo tentará inevitablemente a seguir pecando. Esto es lo que vemos hoy en este pasaje de nuestro Evangelio. Los soldados informaron a los principales sacerdotes y a los ancianos que cuando las mujeres llegaron a la tumba temprano en la mañana, hubo un gran terremoto, y vieron a un ángel del Señor descender del cielo, hacer retroceder la piedra y sentarse en ella. Cuando vieron esto, “los guardias se estremecieron de miedo y quedaron como muertos” ( Mateo 28: 4 ). Y después de que oyeron al ángel decir a las mujeres que Jesús había resucitado, los guardias fueron a avisar a los principales sacerdotes y a los ancianos.

 

Después de todos los milagros y la poderosa predicación de Jesús, uno pensaría que los principales sacerdotes y los ancianos habrían creído. Pero no lo hicieron. Y luego, después de escuchar el testimonio de estos soldados, pensaría uno que  habrían caído de rodillas, se habrían arrepentido de la dureza de su corazón y habrían llegado a creer. Pero no lo hicieron. Doblaron su pecado y agregaron pecado sobre pecado.

 

Algunas formas de pecado pueden admitirse más fácilmente, especialmente los pecados de debilidad. Cuando uno es débil y cae, puede que no siempre sea fácil vencer ese pecado en el futuro, pero es más fácil reconocerlo como pecado cuando es causado por la debilidad humana. Pero un pecado de debilidad es muy diferente a un pecado de orgullo obstinado. El orgullo obstinado no solo es difícil de superar, es difícil de admitir. Es difícil admitir nuestro pecado cuando se basa en nuestra obstinación y orgullo. Como resultado, este tipo de pecado a menudo conduce a otros pecados como el engaño, la manipulación y el enojo continuos. 

 

Esto lo ilustran estos sumos sacerdotes y ancianos. Pero si puedes humillarte y admitir tu pecado cuando proviene de tu orgullo, esa humildad puede tener un efecto poderoso y transformador en tu vida.


Reflexiona hoy sobre estos sumos sacerdotes y ancianos del pueblo. Trata de reflexionar sobre la dureza de su corazón y la triste situación en la que se encontraron mientras intentaban encubrir su error y pecado. Decide no caer nunca en esta forma de pecado. Sin embargo, si esto es una lucha para ti, busca la humildad para que puedas ser liberado de esta pesada carga por la gracia de la Resurrección de nuestro Señor.


 

Mi Señor resucitado, Tú conquistaste el pecado y la muerte y trajiste nueva vida a todos los que creen en Ti. Dame la gracia, querido Jesús, de nunca permitir que mi pecado de orgullo me impida estar abierto a la acción gloriosa y transformadora que deseas hacer en mi vida. Por favor, dame el don de la humildad para que siempre pueda apartarme de mi pecado y volverme a Ti. Jesús, en Ti confío.

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