2 de abril del 2021: Viernes Santo de la Pasión del Señor
(Juan
18, 1 - 19, 42) En este día de Viernes Santo, escuchamos una buena noticia: En
Jesús muriendo en la cruz, Dios nunca ha estado tan presente y actuando por la
humanidad. La cruz de Jesús nos dice quién es Dios para nosotros y quiénes
somos a sus ojos.
Primera lectura
Lectura del libro de Isaías (52,13–53,12):
Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se
espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto
humano, así asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la boca, al
ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito. ¿Quién creyó nuestro anuncio?
¿A quién se reveló el brazo del Señor. Creció en su presencia como brote, como
raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente,
despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a
sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado.
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo
estimamos leproso, herido de Dios y humillado pero él fue traspasado por
nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable
cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada
uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.
Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como cordero
llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la
boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién meditó en su destino?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo
hirieron. Le dieron sepultura con los malvados, y una tumba con los
malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca. El
Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación;
verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará
por su mano. Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de
conocimiento. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de
ellos. Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre.
Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el
pecado de muchos e intercedió por los pecadores.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 30,2.6.12-13.15-16.17.25
R/. Padre,
a tus manos encomiendo mi espíritu
A ti , Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás. R/.
Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos;
me ven por la calle, y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil. R/.
Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: «Tú eres mi Dios.»
En tu mano están mis azares;
líbrame de los enemigos que me persiguen. R/.
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
Sed fuertes y valientes de corazón,
los que esperáis en el Señor. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta a los Hebreos (4,14-16;5,7-9):
Mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un sumo sacerdote grande,
que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios. No tenemos un sumo sacerdote
incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en
todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Por eso, acerquémonos con
seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia
que nos auxilie oportunamente. Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos
y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la
muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió,
sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos
los que le obedecen en autor de salvación eterna.
Palabra de Dios
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan
(18,1–19,42):
C. En
aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón,
donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor,
conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos.
Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y
de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo
todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:
+ «¿A quién buscáis?»
C. Le contestaron:
S. «A Jesús, el Nazareno.»
C. Les dijo Jesús:
+ «Yo soy.»
C. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles: «Yo soy»,
retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
+ «¿A quién buscáis?»
C. Ellos dijeron:
S. «A Jesús, el Nazareno.»
C. Jesús contestó:
+ «Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos»
C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me
diste.» Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado
del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco.
Dijo entonces Jesús a Pedro:
+ «Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a
beber?»
C. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo
ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo
sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo:
«Conviene que muera un solo hombre por el pueblo.» Simón Pedro y otro discípulo
seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con
Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la
puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la
portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a
Pedro:
S. «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?»
C. Él dijo:
S. «No lo soy.»
C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y
se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose. El sumo
sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le
contestó:
+ «Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la
sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a
escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de
qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo.»
C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaban allí le dio una bofetada a
Jesús, diciendo:
S. «¿Así contestas al sumo sacerdote?»
C. Jesús respondió:
+ «Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como
se debe, ¿por qué me pegas?»
C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba en
pie, calentándose, y le dijeron:
S. «¿No eres tú también de sus discípulos?»
C. Él lo negó, diciendo:
S. «No lo soy.»
C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le
cortó la oreja, le dijo:
S. «¿No te he visto yo con él en el huerto?»
C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo. Llevaron a Jesús de casa
de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para
no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera,
adonde estaban ellos, y dijo:
S. «¿Qué acusación presentáis contra este hombre?»
C. Le contestaron:
S. «Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos.»
C. Pilato les dijo:
S. «Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley.»
C. Los judíos le dijeron:
S. «No estamos autorizados para dar muerte a nadie.»
C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a
morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Jesús le contestó:
+ «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?»
C. Pilato replicó:
S. «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí;
¿qué has hecho?»
C. Jesús le contestó:
+ «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia
habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es
de aquí.»
C. Pilato le dijo:
S. «Conque, ¿tú eres rey?»
C. Jesús le contestó:
+ «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo:
para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.»
C. Pilato le dijo:
S. «Y, ¿qué es la verdad?»
C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:
S. «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por
Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?»
C. Volvieron a gritar:
S. «A ése no, a Barrabás.»
C. El tal Barrabás era un bandido. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó
azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la
cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le
decían:
S. «¡Salve, rey de los judíos!»
C. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S. «Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa.»
C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color
púrpura. Pilato les dijo:
S. «Aquí lo tenéis.»
C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
S. «¡Crucifícalo, crucíficalo!»
C. Pilato les dijo:
S «Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él.»
C. Los judíos le contestaron:
S «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha
declarado Hijo de Dios.»
C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en
el pretorio, dijo a Jesús:
S. «¿De dónde eres tú?»
C. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo:
S. «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad
para crucificarte?»
C. Jesús le contestó:
+ «No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo
alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor.»
C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. «Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está
contra el César.»
C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el
tribunal, en el sitio que llaman "el Enlosado" (en hebreo Gábbata).
Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a
los judíos:
S. «Aquí tenéis a vuestro rey.»
C. Ellos gritaron:
S. «¡Fuera, fuera; crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. «¿A vuestro rey voy a crucificar?»
C. Contestaron los sumos sacerdotes:
S. «No tenemos más rey que al César.»
C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y él,
cargando con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se
dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y
en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en
él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos.» Leyeron el
letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús,
y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de
los judíos dijeron a Pilato:
S. «No, escribas: "El rey de los judíos", sino: "Éste ha dicho:
Soy el rey de los judíos."»
C. Pilato les contestó:
S. «Lo escrito, escrito está.»
C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro
partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin
costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
S. «No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca.»
C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi
túnica». Esto hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre,
la hermana de María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al
discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
+ «Mujer, ahí tienes a tu hijo.»
C. Luego, dijo al discípulo:
+ «Ahí tienes a tu madre.»
C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Después de esto,
sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la
Escritura dijo:
+ «Tengo sed.»
C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en
vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el
vinagre, dijo:
+ «Está cumplido.»
C. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos entonces, como era
el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el
sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les
quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las
piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al
llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino
que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió
sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él
sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que
se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la
Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron.» Después de esto, José de
Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió
a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él
fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a
verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se
acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo
crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado
todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro
estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
Palabra
del Señor
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“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu. “
Una de las oraciones más profundas y
transformadoras que jamás podríamos rezar se nos da hoy como respuesta a
nuestro Salmo: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Estas
palabras, por supuesto, fueron dichas por nuestro Señor mientras colgaba de la
Cruz y se preparaba para dar su último suspiro. Pero también son palabras
que resuenan a lo largo de la vida terrenal de Jesús, y continúan resonando
desde el corazón divino de nuestro Señor en el Cielo por toda la eternidad. "Padre,
a tus manos encomiendo mi espíritu".
Esta oración es una oración de entrega a la
perfecta voluntad del Padre Celestial, que fue la única misión de Jesús
mientras vivía en la tierra. Su única meta era cumplir la voluntad del
Padre, y esto se logró mediante la continua entrega de Su vida al Padre. Pero
la entrega de Jesús al Padre Celestial no terminó cuando murió en la Cruz. Su
entrega al Padre es una realidad eterna. Continuamente se entrega al Padre
con perfecto amor. Esto es el cielo. El cielo es una unidad eterna de
la Santísima Trinidad. Es una entrega eterna del Padre al Hijo y del Hijo
al Padre. Este perfecto dar y recibir de amor entre el Padre y el Hijo
espira al Espíritu Santo que procede de ambos.
Imagínese la respuesta que el Padre le dio al
Hijo mientras rezaba esta oración desde la Cruz. Aunque la respuesta del
Padre no está registrada en las Escrituras, podemos estar seguros de que la
respuesta del Padre fue de completa receptividad y reciprocidad. El Padre
recibió a Su Hijo eterno a través de esa oración y aceptó el sacrificio máximo
de Su vida terrenal por la salvación del mundo. Y entonces el Padre
respondió de manera recíproca otorgando al Hijo en Su naturaleza humana el don
completo de Su mismo yo. Aunque el Padre y el Hijo siempre estuvieron
perfectamente unidos como uno, esta oración de la Cruz se convirtió en una
manifestación terrenal de esta santa unión.
Aunque esta realidad eterna del Amor del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es un misterio profundo de nuestra fe,
también es un misterio en el que debemos buscar penetrar y participar. El cielo
será nuestra participación eterna en este amor perfecto. La oración de
Jesús en la Cruz es la oración perfecta para que recemos a lo largo de nuestra
vida para comenzar a entrar en esa realidad eterna, aquí y ahora, y prepararnos
para compartir esta unión eterna para siempre.
En este Viernes Santo, mientras contempla la
crucifixión de Jesús y reflexiona sobre Su brutal agonía y Su muerte terrenal,
trate de mirar más allá de Su sufrimiento humano hacia Su perfecta entrega. Trate
de ver que Su muerte física no fue más que un acto de perfecto amor por el
Padre y un acto en el que estamos invitados a participar.
Reflexione, meditando, sobre esta hermosa oración de Jesús hoy: "Padre,
a tus manos encomiendo mi espíritu". Dígalo una y otra vez. Rece
lenta y meditativamente. Saboree todas y cada una de las palabras. Hágala
su propia oración. Deje que brote de las profundidades de su espíritu. Deje
que sea su acto de amor a Dios para que el Espíritu Santo se manifieste en su
vida.
Use esta oración para mostrar su amor por el Padre, haciéndolo más
plenamente su Padre. Utilice esta oración como una forma de unirse con el
Hijo eterno. Diga con El en Él y por Él. Esfuércese por volverse
uno con nuestro Señor al manifestar Su unidad con el Padre y el Espíritu Santo. Comparta
Su vida divina. Si lo hace desde lo más profundo de su ser, puede estar
seguro de que nuestro Padre Celestial lo recibirá tal como lo recibió con Su
Hijo y Ellos, junto con el Espíritu Santo, le otorgarán el don de su vida
Trina.
Padre Celestial, en Tus manos encomiendo mi
espíritu. Mientras contemplo el crucifijo y veo a Tu Hijo eterno mirándote
en el Cielo, me uno a Su entrega eterna a Ti. Mi Señor, Jesús, llévame a
Tu entrega y ayúdame a hacer mía Tu perfecta oración. Te amo, Santísima
Trinidad, y oro para poder compartir la realidad eterna de Tu amor. Jesús,
en Ti confío.
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