Santo del día:
San Alberto Magno
1206-1280. Este
dominico alemán, de mente enciclopédica, impartió clases de teología en Colonia
y París. Sentó las bases para una síntesis entre la filosofía aristotélica y la
teología cristiana tradicional. Fue maestro de Santo Tomás de Aquino y Doctor
de la Iglesia.
“Invirtamos la pregunta”
(Lucas 18, 1-8) “¿El
Hijo del hombre, cuando venga, encontrará esta fe en la tierra?”
Nuestra fe tropieza a menudo
con el silencio de Dios, en una oración que parece inútil.
¿Acaso Dios hace esperar a los
justos que claman hacia Él?
¡A veces uno tiene ganas de
decir que sí! Pero invirtamos la pregunta: ¿reconocerá nuestra fe al Hijo
del Hombre bajo los rasgos de la viuda que viene a “rompernos la cabeza”, de
esos pequeños que llaman a nuestras puertas?»
Colette Hamza, xavière
Primera lectura
Se vio el mar
Rojo convertido en un camino practicable, y retozaban como corderos
Lectura del libro de la Sabiduría.
CUANDO un silencio apacible lo envolvía todo
y la noche llegaba a la mitad de su carrera,
tu palabra omnipotente se lanzó desde el cielo,
desde el trono real,
cual guerrero implacable, sobre una tierra
condenada al exterminio;
empuñaba la espada afilada de tu decreto irrevocable,
se detuvo y todo lo llenó de muerte,
mientras tocaba el cielo, pisoteaba la tierra.
Toda la creación, obediente a tus órdenes,
cambió radicalmente su misma naturaleza,
para guardar incólumes a tus hijos.
Se vio una nube que daba sombra al campamento,
la tierra firme que emergía donde antes había agua,
el mar Rojo convertido en un camino practicable
y el oleaje impetuoso en una verde llanura,
por donde pasaron en masa los protegidos por tu mano,
contemplando prodigios admirables.
Pacían como caballos,
y retozaban como corderos,
alabándote a ti, Señor, su libertador.
Palabra de Dios.
Salmo
R. Recuerden
las maravillas que hizo el Señor.
O bien:
R. Aleluya.
V. Cántenle al
son de instrumentos,
hablen de sus maravillas,
gloríense de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor. R.
V. Hirió de
muerte a los primogénitos del país,
primicias de su virilidad.
Sacó a su pueblo cargado de oro y plata,
entre sus tribus nadie enfermaba. R.
V. Porque se
acordaba de la palabra sagrada,
que había dado a su siervo Abrahán.
Sacó a su pueblo con alegría,
a sus escogidos con gritos de triunfo. R.
Aclamación
V. Dios nos
llamó por medio del Evangelio para que lleguemos a adquirir la gloria de
nuestro Señor Jesucristo. R.
Evangelio
Dios hará
justicia a sus elegidos que claman ante él
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos una parábola para enseñarles que
es necesario orar siempre, sin desfallecer.
«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
“Hazme justicia frente a mi adversario”.
Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo:
“Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está
molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a
importunarme”».
Y el Señor añadió:
«Fíjense en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus
elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Les digo que les
hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará
esta fe en la tierra?».
Palabra del Señor.
1
1.
Introducción: Un sábado con
María y en clave jubilar
Queridos
hermanos y hermanas:
Llegamos al
final de una semana cargada de Palabra, de desafíos y de gracia. En este
sábado, como es tradición en la Iglesia, honramos a la Santísima Virgen María,
la mujer creyente por excelencia, la que perseveró en la oración incluso cuando
todo parecía silencio. Y hoy también celebramos, si lo deseamos, la memoria de San Alberto Magno,
obispo, sabio, maestro de la humildad intelectual y de una fe pensante.
Vivimos esta
liturgia en el Año Jubilar,
año de gracia, de recomienzo, de puertas abiertas, de esperanza. Y la pregunta
del Evangelio de hoy —“cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en
la tierra?”— resuena con fuerza jubilar: ¿cómo
está nuestra fe? ¿en qué la apoyamos? ¿cómo perseveramos?
Las lecturas
nos conducen hacia un camino de confianza, de perseverancia, de reconocimiento
de Dios en los detalles pequeños, y también hacia una pregunta incómoda que el
comentario francés sugiere:
¿hemos aprendido a
reconocer al Hijo del Hombre en aquellos que insisten, que molestan, que tocan
a nuestra puerta?
2. Primera lectura: El elogio del sabio (Sab 18–19 o
lectura propia del día)
La liturgia
ferial del sábado de la 32ª semana nos pone delante la continuidad del libro de
la Sabiduría (Sab 18–19). Allí se recuerda la historia del pueblo liberado,
protegido, guiado por Dios incluso en medio de pruebas. El sabio mira hacia
atrás, contempla el actuar de Dios a través del tiempo y descubre que Dios nunca abandona, aunque a veces
parezca callado.
Este texto
favorece una espiritualidad muy afín a María y al Jubileo:
·
Mirar atrás para descubrir la
fidelidad de Dios.
·
Reconocer Su presencia en los momentos en que
pensamos que se había quedado callado.
·
Aprender a leer la historia con gratitud y no con
desesperanza.
El sabio
recoge todo esto y lo transforma en certeza: Dios actúa, aunque tarde; Dios escucha, aunque no responda
enseguida; Dios sostiene, aunque no lo sintamos.
3. Salmo 104: "Recordaré las maravillas del
Señor"
El salmista
hoy hace algo que nuestra oración necesita urgentemente: recordar.
Recordar las
maravillas del Señor es reavivar la fe; es reconstruir nuestra confianza. El
que recuerda lo que Dios ha hecho ya no duda tanto de lo que Dios hará.
María hizo eso
cada día: “María guardaba
todas estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19).
San Alberto Magno también lo hizo, pero desde la inteligencia iluminada por la
fe: contemplar la creación para descubrir en ella la huella del Creador.
En el Jubileo,
este salmo nos invita a reconocer la misericordia de Dios que nos ha sostenido,
purificado, acompañado.
4. Evangelio: La viuda insistente (Lc 18,1-8)
Jesús nos
presenta una parábola provocadora:
·
Un
juez injusto, sin temor de Dios.
·
Una
viuda que insiste, suplica, clama y “fastidia”.
·
Y
un desenlace inesperado: el juez cede, no por bondad, sino por cansancio.
Si el juez
injusto termina actuando, ¿cuánto más no actuará Dios, que es justo,
misericordioso y cercano?
Pero Jesús
añade la pregunta decisiva:
“Cuando
venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”
¿Qué fe?
No cualquiera,
sino la fe perseverante,
la fe que no se rinde, la fe que insiste, la fe que no se escandaliza del
silencio de Dios.
“Invirtamos
la pregunta:
¿Reconocerá nuestra fe al
Hijo del Hombre en la viuda que nos ‘rompe la cabeza’, en los pequeños que
llaman a nuestra puerta?”
Es decir:
·
La
verdadera fe perseverante no
es pasiva.
·
La
fe auténtica se expresa
también en la justicia y la misericordia.
·
La
fe madura sabe ver a
Cristo en quienes piden, insisten, exigen, llaman, lloran, buscan.
Quizás ahí
está el verdadero examen de fe:
¿Cómo tratamos a los insistentes, a los que piden, a los que nos incomodan?
5. Invitar a la comunidad a “invertir la pregunta”
Hermanos, la
viuda del Evangelio representa la perseverancia, sí, pero también representa a todos los pobres que claman justicia.
La Iglesia debe preguntarse:
·
¿Vemos
a Cristo en los pequeños?
·
¿Reconocemos
al Hijo del Hombre en quien nos toca la puerta?
·
¿Respondemos
como Dios responde o como el juez injusto?
La fe no es
solo rezar mucho:
es escuchar los clamores
humanos, abrir espacios, dignificar vidas.
En este
Jubileo, el Papa nos llamó a ser “Peregrinos
de la Esperanza”.
Pues bien:
la esperanza se construye
atendiendo los clamores de las viudas, de los jóvenes, de los migrantes, de los
enfermos, de los olvidados.
6. Con María: Maestra de perseverancia
En este
sábado, María es la gran maestra de la parábola:
·
Perseveró
en Nazaret cuando Dios guardaba silencio.
·
Perseveró
en Caná cuando parecía que no era “su hora”.
·
Perseveró
en la Cruz cuando las promesas parecían apagadas.
·
Perseveró
con la Iglesia naciente, en oración unánime.
María nos
enseña una oración que no se derrumba ante el silencio ni se apaga ante el
cansancio. Una oración que reconoce a Dios también en los pequeños, en los
insistentes, en los frágiles.
7. Con San Alberto Magno: Fe que piensa, ciencia que contempla
San Alberto
Magno nos recuerda que la fe debe ser razonada,
inteligente,
realista,
pero profundamente humilde.
Él supo unir:
·
Ciencia
y contemplación,
·
Teología
y oración,
·
Estudio
y caridad.
En el Jubileo,
donde también celebramos la renovación de la mente (Rom 12,2), San Alberto nos
invita a cultivar una fe que no teme las preguntas, pero que se apoya en Dios.
8. Conclusión: ¿Encontrará Jesús esta fe en nosotros?
Hermanos, la
pregunta queda abierta.
¿Perseveramos en la oración, aunque Dios parezca callado?
¿Reconocemos a Cristo en quienes reclaman justicia?
¿Somos Iglesia que escucha, acompaña y transforma?
Que este
sábado mariano y jubilar nos conceda:
·
una
oración perseverante,
·
una
caridad concreta,
·
una
espiritualidad lúcida y
humilde,
·
y
un corazón capaz de reconocer al Hijo del Hombre bajo los rostros que claman a
nuestra puerta.
Amén.
2
1.
Introducción: un sábado para
aprender a orar como María
Queridos
hermanos,
Este día sábado, que la Iglesia consagra con afecto filial a la Santísima
Virgen, nos encuentra nuevamente con un Evangelio poderoso, intenso y
aparentemente sencillo: la parábola del juez injusto y la viuda insistente (Lc
18,1–8).
Estamos en el Año Jubilar, un tiempo
de gracia, de retorno a lo esencial, de apertura radical a la voluntad de Dios.
Y nada representa mejor esta docilidad que la oración perseverante, humilde, confiada;
la oración que María encarnó toda su vida y que hoy Jesús nos enseña a vivir
con autenticidad.
La pregunta
del Señor resuena fuerte:
“¿Encontrará el Hijo del
Hombre esta fe en la tierra?”
¿Qué
fe?
La fe que ora sin cesar, pero
sobre todo, la fe que sabe
pedir lo que conviene, la que se abre al querer divino, la que
no exige a Dios que se haga nuestra voluntad, sino que se abandona para que se
cumpla la Suya.
2. Primera lectura: Sabiduría 18–19 – Dios que actúa “a Su
modo y a Su tiempo”
La lectura del
libro de la Sabiduría —al borde del fin del libro— recuerda el paso del mar, la
historia de la liberación, la intervención de Dios en favor de Su pueblo.
Pero hay un
detalle precioso:
Dios actúa,
pero no siempre como el
pueblo espera.
Dios libera,
pero no siempre según
nuestros esquemas.
Dios hace justicia,
pero desde una lógica que está muy por encima de la nuestra.
El pueblo
clama. Dios escucha.
Pero el modo concreto en que responde siempre revela algo más profundo que una
simple solución inmediata. Muestra
un designio. Una pedagogía. Una sabiduría.
Y aquí el Año
Jubilar ilumina:
Dios está escribiendo una historia de gracia, no una historia de caprichos.
3. Salmo 104: Recordar para confiar
El salmo de
hoy es un ejercicio espiritual: recordar.
Recordar las maravillas del Señor es un acto de fe contra el desánimo.
Cuando uno
recuerda cómo Dios ha obrado:
·
la
oración se purifica,
·
los
miedos disminuyen,
·
y
la confianza madura.
María vivió
así: guardando y meditando los signos de Dios.
San Alberto Magno también vivió así: leyendo la creación, la historia y la
Escritura como un gran libro donde Dios se revela, aunque a veces en silencio.
En el Jubileo,
recordar nos hace libres, nos hace humildes, nos hace perseverantes.
4. Evangelio: El juez injusto, la viuda y Dios que responde
Jesús
usa la historia de un juez corrupto para hablarnos de Dios.
Ese juez no teme a Dios ni le importa la gente.
Y aun así, hace justicia… pero solo para quitarse molestias.
¿Qué
nos quiere decir Jesús con esto?
Una
comparación por contraste:
Si un juez así responde,
¿cuánto más responderá
Dios, que es justo, tierno, fiel y misericordioso?
La
enseñanza más sencilla
Orar
con perseverancia. Orar día y noche. Orar sin desanimarse.
Pero de
inmediato surge la objeción —quizá la tuya, quizá la de muchos—:
“Padre, yo he
orado y orado, y no pasa nada. ¿Dónde está esa justicia rápida de la que habla
Jesús?”
Y aquí viene
la parte más profunda.
5. Orar según la voluntad de Dios… no según la nuestra
Jesús promete:
Dios escucha. Dios
responde. Dios actúa.
“La
justicia de Dios quizá no es la justicia que tú esperas.”
Esto es
decisivo.
A veces queremos que Dios haga lo
que nosotros queremos, como
nosotros queremos, cuando
nosotros queremos.
Pero Dios
responde con su sabiduría.
Su justicia —que siempre une misericordia y verdad— puede sorprendernos.
Ejemplo
sencillo
Veamos una
situación común:
Alguien te habla mal, te trata con rudeza.
Tú oras: “Señor, haz justicia. Que pida perdón.”
Pero Dios
puede responder de dos maneras igualmente justas:
1.
Suaviza al otro y lo lleva al arrepentimiento.
2.
O te concede a ti la gracia de la humildad,
para amar incluso sin recibir disculpas.
Y ambas son
justicia divina.
¿Por qué?
Porque la verdadera justicia de Dios no
siempre condena, sino que sana, transforma, libera, purifica.
6. La tentación: “decirle a Dios qué hacer”
“Si tu
oración es que el otro sea condenado, entonces estás diciéndole a Dios qué debe
hacer… y Él no lo hará.”
La oración
auténtica no dirige órdenes al cielo.
La oración auténtica se
abre al cielo.
No impone, se abandona.
No reclama venganza, pide
sabiduría.
No busca castigos, pide
conversión.
Ésa es la fe
que el Hijo del Hombre desea encontrar cuando vuelva.
7. Con María: modelo perfecto de oración persistente y
obediente
Este sábado
mariano nos recuerda que María:
·
perseveró
en la oración,
·
recibió
silencios,
·
esperó
tiempos desconocidos,
·
aceptó
que Dios actuara de modos inesperados,
·
y
sobre todo, dijo: “Hágase
en mí según tu palabra”.
María nunca
oró para imponer su voluntad:
su oración fue pura
apertura a la voluntad de Dios.
Ella es la
mujer que ora día y noche, pero no para cambiar a Dios, sino para dejarse
cambiar por Él.
8. Con San Alberto Magno: orar con inteligencia y humildad
San Alberto,
el gran maestro de Santo Tomás, entendió muy bien que orar es entrar en la
sabiduría de Dios.
Él enseñó que:
·
la
ciencia y la fe no se contradicen,
·
la
razón y la oración se necesitan,
·
la
creación entera es un lenguaje de Dios.
Y que el
verdadero sabio es quien acepta
con humildad que Dios sabe más.
Que su justicia es mejor que la nuestra.
Que su mirada es más amplia.
Que su respuesta es perfecta.
Esa es la
sabiduría del Jubileo:
volver al corazón de Dios para renovar el nuestro.
9. Aplicación pastoral: ¿confiamos realmente en Dios?
Hoy Jesús nos
pregunta con amor y firmeza:
¿Confías
en que Dios responde cada oración?
¿Crees que su voluntad es
mejor que tus planes?
Estás dispuesto a dejar
que Él te dé una respuesta distinta de la que pediste?
La verdadera
libertad nace cuando decimos:
“Señor, haz tu
voluntad. Yo confío.”
Quien ora así:
·
vive
en paz,
·
ama
mejor,
·
sufre
menos,
·
deja
a Dios ser Dios,
·
y
vive con esperanza, como peregrino del Jubileo.
10. Conclusión: La fe que Jesús quiere encontrar
Hermanos,
Jesús no busca una fe que exige, sino una fe que confía.
No una fe que ordena, sino una que se abandona.
No una fe que pide castigos, sino una que pide gracia.
No una fe impaciente, sino una que persevera día y noche.
Pidamos en
esta Eucaristía, con María y con San Alberto:
Señor,
dame un corazón que ore siempre,
que confíe siempre,
que se abandone siempre a
tu voluntad,
porque tu justicia es
perfecta,
tu misericordia es
infinita
y tu sabiduría no falla.
Jesús, en Ti confío.
Amén.
15 de
noviembre:
San
Alberto Magno, obispo y doctor — Memoria opcional
c. 1200–1280
Patrono de los científicos, técnicos médicos, ciencias naturales, filósofos,
escolares y estudiantes de teología
Canonizado por el papa Pío XI el 16 de diciembre de 1931
Declarado Doctor de la Iglesia (Doctor Universal) durante su canonización.
Cita:
Me he sentido movido a escribir algunos pensamientos finales describiendo,
en la medida en que se puede en este tiempo de espera durante nuestro exilio y
peregrinación, la completa separación del alma de todas las cosas terrenas y su
unión estrecha y libre con Dios.
Me he sentido aún más impulsado a ello, porque la perfección cristiana no tiene
otro fin que la caridad, que nos une a Dios. Esta unión de caridad es esencial
para la salvación, puesto que consiste en la práctica de los mandamientos y en
la conformidad con la voluntad divina. Por consiguiente, nos separa de todo
aquello que podría combatir la esencia y el hábito de la caridad, como el
pecado mortal.
~San Alberto, Sobre la unión con Dios
Reflexión
Una de las mentes más grandes en la historia de la
Iglesia nació en el Sacro Imperio Romano Germánico, hacia el comienzo del siglo
XIII, en la ciudad de Lauingen, en la actual Alemania. Las fuentes difieren
sobre el año exacto de su nacimiento, situándolo entre 1193 y 1206. Al nacer
fue conocido como Alberto de Lauingen, pero aún antes de su muerte ya se le
llamaba con frecuencia Alberto el Grande (Albertus Magnus).
Alberto nació en una familia noble; algunos relatos
identifican a su padre como un conde. Gracias a su noble condición, disfrutó de
una excelente educación, ya sea en casa con tutores privados, o en una escuela
cercana. Tras completar sus estudios elementales, fue enviado a la Universidad de
Padua para estudiar artes liberales y allí fue introducido a la filosofía de
Aristóteles, que más tarde se convertiría en la base de sus escritos. Hacia
1223, Alberto ingresó en la Orden de Predicadores (dominicos), posiblemente
como resultado de una aparición en la que la Santísima Virgen María le indicó
que así lo hiciera. Continuó sus estudios en importantes centros académicos en
Padua, París y Colonia para completar su formación en filosofía y teología.
Cuando el hermano Alberto terminó sus estudios, fue
ordenado sacerdote y destinado a varios puestos de enseñanza en Europa, sobre
todo en Colonia durante varios años. Hacia 1245, el padre Alberto recibió el
título de “Maestro en Teología” en el prestigioso convento de Saint-Jacques de
la Universidad de París, donde también se le otorgó la cátedra de Teología.
Es difícil saber qué ocurría en la mente y alma del
padre Alberto en esos primeros veintidós años como dominico, pero es claro, a
partir de los abundantes frutos de su vida, que estaba íntimamente unido a
Dios. Biógrafos posteriores lo describen con un apetito voraz por el
conocimiento sagrado, como si los cielos se abrieran sobre él llenando su mente
de luz divina. Lo particular de su pensamiento fue la incorporación de los
principios filosóficos de Aristóteles —en lógica y metafísica— a la teología.
Antes del padre Alberto, nadie había integrado de manera sistemática ambos
campos. Parte de la razón es que los escritos de Aristóteles solo habían sido
traducidos recientemente al latín desde el griego antiguo.
El padre Alberto no solo fue filósofo y teólogo;
fue una enciclopedia viviente, que parecía dominar todas las
disciplinas. La recopilación de sus escritos llena treinta y nueve volúmenes
enciclopédicos y abarca numerosos temas: lógica, metafísica, retórica,
teología, botánica, geografía, astronomía, astrología, mineralogía, alquimia,
zoología, fisiología, frenología, justicia, derecho, política, economía,
amistad y amor.
Alguien podría preguntar qué tienen que ver muchos de estos temas con la teología.
El padre Alberto respondería que todos tienen que ver con la teología,
porque todos proceden de Dios y están en perfecta armonía entre sí. Hoy
algunos afirman que la ciencia y la fe se contradicen. El padre Alberto sería
el primero en desafiar tal creencia y en defender rigurosamente su postura. Su
razonamiento era simple: si Dios es la fuente de todas las ciencias naturales,
la lógica, la revelación, el derecho, el orden y todo lo verdadero, entonces Dios
no puede contradecirse a sí mismo. No puede crear las ciencias naturales
con una verdad y luego revelar en la teología otra distinta. Lo verdadero es
aquello que está en la mente de Dios, sin importar la disciplina; y lo que está
en la mente de Dios es perfectamente armónico. ¡Toda la creación revela y
glorifica a Dios de un modo perfecto!
Aunque el padre Alberto fue uno de los escritores
más prolíficos y profundos en la Iglesia, Dios también lo utilizó para formar a
quien sería el más grande teólogo católico: Santo Tomás de Aquino, el
Doctor Angélico. El padre Tomás era unos veinticinco años más joven que el
padre Alberto, pero murió cinco años antes que él. Fue en París donde el joven
de veinte años, Tomás, se convirtió en discípulo de Alberto. Su relación
maestro-discípulo creció hasta convertirse en un vínculo de profundo respeto y
amistad. En muchos sentidos, el padre Alberto preparó el terreno para el
trabajo teológico de Tomás, ayudándole a asumir y “cristianizar” la lógica y la
metafísica aristotélicas. Alberto fue el primer teólogo de la Iglesia en
comentar exhaustivamente la obra de Aristóteles, y Tomás absorbió todo aquello,
construyendo sobre esa base la que quizás sea la obra teológica más importante
jamás escrita: la Summa Theologiae (“Suma de Teología” o “Compendio de
Teología”).
Juntos, estos hombres demostraron que fe y razón
no son excluyentes, sino profundamente unidas e inseparables. Cuando la
razón humana, en pureza, analiza el contenido de la revelación divina (la fe),
la mente puede extraer verdades más profundas y llevarlas a su conclusión
lógica, incluso en los niveles más altos de abstracción. El vínculo entre
Alberto y Tomás fue tan fuerte que cuando, en 1248, Alberto fue trasladado a
Colonia, Tomás lo siguió.
En 1254, Alberto fue nombrado prior provincial de
la Orden de Predicadores, sumando funciones administrativas a sus ocupaciones
académicas. En 1260, el papa Alejandro IV lo nombró obispo de Ratisbona, cargo
que ejerció durante tres años. Durante ese tiempo, a pesar de ser uno de los
más grandes intelectos de la Iglesia, su humildad conquistó el corazón de sus
fieles, y logró sanar divisiones que afectaban a la diócesis. Tras renunciar al
episcopado, el papa lo empleó en diversas misiones diplomáticas, mientras
Alberto continuaba con su obra académica.
Porque Alberto y Tomás fueron pioneros en el uso de
la lógica y la metafísica aristotélicas, algunos los criticaron. En 1277, dos
años después de la muerte de Tomás, el obispo de París publicó un decreto
condenando 219 proposiciones teológicas deducidas de la lógica aristotélica por
varios teólogos, afirmando que comprometían la omnipotencia divina. Veinte de
esas proposiciones provenían de la obra de Tomás. Algunos relatos afirman que,
pese a su edad (unos setenta y siete años), Alberto viajó personalmente a París
para defender a su santo discípulo. Al final, maestro y discípulo llegaron a
ser santos y Doctores de la Iglesia, mostrando así la verdadera omnipotencia de
Dios.
San Alberto Magno fue un hombre con una mente
encendida por el Espíritu Santo. La mera capacidad intelectual humana jamás
habría logrado lo que él alcanzó. Algunos santos reciben la fortaleza del
martirio; otros, la experiencia mística que pone de manifiesto la santidad de
Dios; otros fundan comunidades y renuevan la Iglesia. Y algunos, como Alberto y
Tomás, reciben el don del intelecto, infundido con el más alto grado de las
virtudes de sabiduría, ciencia, entendimiento y prudencia, por los cuales dejan
un fundamento teológico firme sobre el cual la Iglesia continúa edificándose.
Al honrar al “Grande” San Alberto, Doctor de la
Iglesia, designado Doctor Universal porque dominó todas las ciencias, vale la
pena considerar este sencillo hecho: a pesar de poseer una de las mentes más
extraordinarias en la historia del pensamiento, su genialidad no es más que una
gota de agua en el océano comparada con la mente de Dios. Esta verdad
humilde es algo que Alberto habría profesado encantado. Sin embargo, eso nunca
le impidió esforzarse por ser esa gota, ya que era una manera —pequeña pero
preciosa— de comprender y expresar lo que Dios ha revelado. Y lo que viene de
Dios, por pequeño que sea en comparación con la Realidad, posee valor
infinito.
Imita a San Alberto renovando tu compromiso con el
estudio de la fe, para que tu mente experimente al menos una gota de la gracia
dada a este gran hombre.
Oración
San
Alberto Magno, aunque
tu mente no podía abarcar la profundidad y amplitud de Dios, aun así, te
esforzaste por alcanzarla.
Como fruto de esa búsqueda incansable, Dios te utilizó de innumerables maneras,
ayudando a sentar un firme fundamento para el desarrollo de la fe de la
Iglesia.
Ruega por
mí,
para que me dedique más plenamente al estudio, a la meditación orante y a la
contemplación de todo lo que Dios ha revelado,
y para que sea atraído cada vez más a una íntima comunión con Él.
San
Alberto Magno, ruega por mí.
Jesús, en ti confío.


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