Aproximación psicológica y
pastoral al Evangelio:
El último lugar
Si estamos ante una parábola —como lo precisa san
Lucas al inicio del pasaje— debemos ver en este relato algo mucho más profundo
que una simple regla de etiqueta o, peor aún, un truco hábil para lograr una
promoción delante de los demás (cf. Lc 14,10).
Las parábolas de Jesús son siempre ventanas
abiertas al misterio de Dios y de su Reino, es decir, a su proyecto de una
nueva humanidad. En este contexto, los invitados que buscan los primeros
puestos se exponen al ridículo de ser desplazados. En cambio, el anfitrión se
acerca a quienes están en lo bajo de la escala y los dignifica, mejorando su
suerte.
Este gesto nos remite al Magníficat de
María: “Derribó a los poderosos de sus tronos y enalteció a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos y despidió vacíos a los ricos” (Lc
1,52-53). El evangelio es coherente: Dios toma partido por los pequeños y
derriba las falsas seguridades de los autosuficientes.
Por eso, cuando Jesús invita a ocupar “el último
lugar”, no nos está proponiendo una estrategia de humildad aparente, sino un
gesto de solidaridad real con los pobres y despojados. Es en ese espacio
donde llega la salvación. Quien se exalta, será humillado; quien se humilla,
será enaltecido.
El sentido radical de la
invitación (Lc 14,12-14)
Jesús va más allá: “Cuando des un banquete,
invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos. Feliz serás, porque ellos no
tienen cómo recompensarte, y tendrás tu recompensa en la resurrección de los
justos”.
Esto parece un despropósito en nuestra lógica
actual. Casi nadie cumple al pie de la letra esta enseñanza: en toda cultura,
incluso en las más sencillas, solemos invitar a quienes pueden devolvernos
algo. Todos, alguna vez, nos hemos sentido incómodos al recordar este pasaje
cuando participamos en una fiesta elegante… hasta que el primer bocado nos hace
olvidar la interpelación.
Sin embargo, lo esencial del mensaje es claro: no
podemos dejarnos moldear por la mentalidad egoísta de los ricos y poderosos.
En la Biblia, con frecuencia, la riqueza aparece asociada a la injusticia y a
la explotación de los pobres (cf. Amós, Oseas). Jesús estuvo en casas de
fariseos, con Zaqueo, Nicodemo o Simón, pero nunca cedió en sus convicciones.
No se dejó “contaminar”, sino que llevó allí la novedad del Reino.
La fidelidad de Jesús frente a
las presiones sociales
El evangelista nos dice que esta escena ocurre “en
casa de uno de los jefes de los fariseos” (Lc 14,1). Allí, en el corazón
mismo del establishment religioso y social, Jesús no disimula ni negocia su
fidelidad. Con elegancia pero con firmeza, denuncia el egoísmo de quienes sólo
invitan para recibir algo a cambio.
Esto nos habla también a nosotros: con frecuencia,
ciertos “ascensos” en la sociedad implican renunciar a valores y convicciones.
Se nos presiona a suavizar principios, a callar la verdad o a disimular
nuestras opciones. Jesús, en cambio, no retrocede un milímetro en sus
solidaridades esenciales: los pobres, los cojos, los ciegos, los excluidos.
Es como si dijera a su anfitrión: “Si me invitas a tu mesa, prepárate a invitar
también a ellos, porque yo no avanzo sin ellos”.
Más que una exhortación moral
Este pasaje no es sólo una norma de cortesía ni un
consejo para compartir. Es el testimonio de un hombre libre que, aun rodeado de
quienes piensan distinto, permanece fiel a su misión. Jesús nos enseña que ser
cristiano no significa enarbolar vagamente ciertos valores, sino mantenerse
de pie, muchas veces en soledad, defendiendo la verdad del Evangelio y la
opción por los pequeños.
REFLEXIÓN CENTRAL
Conservar su rango
Es delicado abordar el tema de
la humildad. Es como caminar sobre un campo minado. Se corre el riesgo de ser
señalado por orgullo, por vanidad. Y todo esto puede ocurrir porque la humildad
enseñada por Dios, por la Biblia y por el maestro de Nazaret hoy es
incomprendida, cosa de locos, es anacrónica.
La humildad como virtud esencia
de Dios en una persona, hoy es una perla rara.
A la humildad no es raro
confundírsele con “bobería”, “sumisión o resignación ciega”, “simpleza
absoluta”, “pobreza con visos de miseria”, la “humildad” propia de los
clasificados en la escala baja mal vestidos porque no tienen plata o recursos.
Nada más alejado de todo esto
que la humildad, la verdadera humildad es la virtud que sucede al amor. Al
Santo cura de Ars, un día uno de sus hermanos en el sacerdocio le demandaba
cuáles eran las 3 cosas esenciales para la santidad y éste le dijo: 1º la
humildad, y luego la humildad y finalmente la humildad.
Jesús ha aprovechado la
invitación a una comida para hablar de sus convicciones, expresar su
pensamiento y de paso orientar a sus seguidores tanto de ayer como de hoy.
Antes que nada, debemos tener en cuenta que Jesús ha sido invitado por un jefe
de los fariseos como persona de honor, honorable, reconocida. No es cualquier
cosa. Para Jesús ciertamente se trata de un honor importante.
Bien sabemos que las comidas o
banquetes son la ocasión para el encuentro de amigos o nuevos conocidos, para
hablar de diversos temas, es la ocasión de confidencias, de discusiones
íntimas. Uno percibe los gustos de las
personas, sus modales, sus maneras de comer, su conocimiento o ignorancia de
las reglas de etiqueta. Y después con la ayuda del licor espiritoso (el vino o
la cerveza) se hace hablar a la gente, se sondean las opiniones políticas. Se
habla del trabajo, de los hobbies, de los amores, de las pasiones.
Los fariseos tienen miedo de
Jesús, ellos están intrigados por Él y le buscan la caída. Pero Jesús lo sabe y
anda prevenido, vigilante, atento en su espíritu…
Después de la comida se puede
pensar que Jesús ha sido invitado a hablar, a exponer sus pensamientos, sus
sentimientos, que dejan transparentar el querer y el espíritu de Dios. Jesús
invita a reflexionar sobre los lugares que la gente ha escogido al acercarse a
la mesa. En un banquete, ninguno de entre nosotros se va a la mesa de honor,
puesto que los integrantes de la tabla de honor llegan en procesión animados
por los aplausos de la asamblea. En el tiempo de Jesús, seguro que algo
semejante ocurría, pero me imagino que a pesar de todo, algunos trataban de
colarse en esa privilegiada mesa.
Quién está verdaderamente
satisfecho de su rol (de su papel?) En la jerarquía social, a cada quien le
gustaría ganar dos o tres rangos. Es desde todo punto de vista natural,
diríamos.
Y de hecho, esto es muy biológico.
Entre un gran número de especies animales, la jerarquía es muy importante.
Tiren por ejemplo varios pedazos de pan ante un grupo de patos o de gaviotas. Un ave
dominante va instalarse de primero, ésta espantará las demás con picotazos y se
comerá todo defendiendo su bien, sin preocuparse por el hambre de las otras
aves. Lo mismo ocurre con el mapache donde el macho en presencia de su familia
satisface su hambre antes de dejar a la hembra y a los pequeños acercarse. Las vacas que se siguen unas a otras en un
sendero lo hacen siempre en el mismo orden y ay de quien ose transgredir el
orden! En el mundo biológico, las jerarquías son muy estrictas. Es por ello que
es contraindicado que el perro coma antes que el amo. Y si así fuera, esto es
como decirle al canino que él es el amo!
Las jerarquías son igualmente
importantes en el mundo de los humanos. Vivimos en un mundo muy democrático,
donde se está cerca del “no importa quién
puede hacer no importa qué”. Esto era impensable en mis tiempos de infancia.
En presencia de una visita, el niño se sentaba en la sala y escuchaba. Si se le
hacían preguntas él podía responder. De otra manera, él se callaba. Dentro de
una sociedad jerarquizada, era importante mantenerse en su lugar (en su lugar,
conservar el puesto, mantenerse en su sitio). Mantener (guardar) su lugar,
significa a la vez, defenderse contra aquellos que quieren ocupar nuestro
lugar, pero también es mostrarse a la altura de su rango y asumir entonces sus
responsabilidades y saber salvar la cara o el honor si llegaba una
desgracia…Defender su rango, es algo extraordinariamente profundo. Pero a la
larga, esto puede llegar a ser ridículo si eso impide vivir. Es por ello que la
sabiduría ha reflexionado sobre el orgullo y sobre la humildad, sobre la ambición
y la simplicidad.
Uno se ha dado cuenta que los grandes tienen las mismas
desgracias y los mismos vicios que los pequeños, que los pequeños tienen las
mismas alegrías y las mismas cualidades que los grandes, y que a la larga, con
frecuencia los unos y los otros son intercambiables. De ahí el porqué de una
reflexión sabia sobre la vanidad que hay al querer ocupar el primer lugar y la
grandeza que puede haber al escogerse el último lugar. Para ello, es suficiente
con remplazar las palabras PODER y DOMINIO, que nos sugiere la biología, y
cambiarlas por las palabras AMOR y SERVICIO, sugeridas por nuestra común humanidad.
Es lo que dice Jesús al ver los
pretenciosos tratando de acapararse los primeros lugares y hacerse enseguida “echar
para atrás”,(retrogradarse), ir al último lugar. Por qué el último? Porque las
otras plazas estarán ya ocupadas y el anfitrión o jefe no tendrá tiempo de
redistribuir todo el mundo. Como dice el proverbio, quien escoge toma lo peor.
Cuando se lee el texto de Lucas
en nuestro contexto cultural, se suele creer que Jesús ha insultado a su
anfitrión y a sus convidados al hacerle estas remarcas. En realidad estos
reparos son correctos. Sin duda, Jesús les ha hecho reír (no olvidemos que
humor tiene la misma raíz de humildad) porque ya había en el libro de los
Proverbios (Antiguo Testamento) un dicho
que iba en el sentido de sus observaciones:
No te alabes delante del rey,
Ni estés en el lugar de los grandes:
Porque mejor es que se te
diga, Sube acá,
Que no que seas humillado
delante del príncipe Que miraron tus ojos.
(Proverbios 25,6-7, traducción de la
Reina Valera).
En el fondo, la reflexión de Jesús se inscribía muy bien en su cultura.
Repito la gente se ha debido reír, mordiéndose los dientes, pero era la buena
guerra. Él estaba a tono.
Pero Jesús continúa dirigiéndose a su anfitrión, y le da otra lección: “cuando ofrezcas una comida o hagas una
fiesta, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos ni a tus parientes “(Lucas
14,12), Jesús sugiere mejor: “Cuando
hagas una fiesta, invita a los pobres, los estropeados, los ciegos, y serás
feliz, pues ellos no tienen nada para retribuirte: eso te será retribuido en la
resurrección de los justos” (Lucas 14,13-14).
Aquí es evidente que no se habla de la misma cosa. Acá no se habla más
de una comida ordinaria entre amigos, se habla de otra cosa, de una fiesta
abierta a los pobres. Es la fiesta de Dios. Todas nuestras comidas pasan entre
nosotros. Uno invita a veces un pariente enfermo, un vecino más o menos
avispado, un conocido que está sobre el camino de la rehabilitación. En la Edad
Media, se guardaba un lugar en la mesa para el visitante desconocido que
simbolizaba a Jesús. Está bien. Pero nadie entre nosotros no pone su mesa
abierta y de manera incondicional a todo
el mundo. Aquel que lo haga se arruinaría al mismo tiempo que lo dice. Esta
generosidad no es propia que de Dios (sólo le pertenece a Él).
Qué hace Jesús? Por una parte, critica a su anfitrión y le reprocha
vivir en un mundo cerrado, un mundo de puros, donde los pecadores no tienen
acceso, un mundo de snobs donde las personas simples no caben, un mundo de
ricos donde los pobres son excluidos. Jesús quiere más apertura. Pero al evocar
el festín mesiánico que sólo Dios puede ofrecer, Jesús critica igualmente la
perspectiva religiosa de los fariseos. Ellos predican una religión estricta,
exclusiva, donde sólo algunos son salvados (salvos). Jesús anuncia un Reino
abierto a todos, y en prioridad a los más pobres.
En el banquete o comida elitista al cual Jesús ha sido invitado, los
fariseos han ganado y Él ha perdido. Jesús no ha sido capaz de esconder su
juego. Él ha dicho lo profundo de su pensamiento y ha obligado a los fariseos a
tomar conciencia de ellos mismos. En adelante, ellos quieren su muerte. Jesús
es un adversario, un pensador peligroso.
Por otra parte, podernos preguntarnos por qué Lucas nos cuenta estas
cosas. Él habría podido callarlas. Yo pienso que nos las ha contado a causa de
la Iglesia a la cual él se dirigía. La gente de su Iglesia se reunía los
domingos para orar, escuchar la Palabra, recordar la muerte y la resurrección
de Jesús. En esta Iglesia, ha habido rápido una jerarquía. Ha habido intrigas,
gente muy ambiciosa que quería hacerse ver, otros más sabios que se mantenían
en su lugar (en su rango). Entonces Lucas les cuenta la parábola de los lugares
en la mesa. Esta parábola es siempre actual y nunca tendrá fin. Ella tiene su
punto de anclaje en nuestra biología, en la testosterona, y no puede ser
superada sino por una inmensa sabiduría que es trabajo (obra) de toda una vida.
Es necesario recordar que Jesús ha ocupado el último lugar y que ésta es la vía del amor.
En la Iglesia donde Lucas vivía, también se puede pensar que había ricos
y pobres, gente arriba y gente abajo según la escala social. Es por ello que
nos cuenta la historia de la elección de los invitados. En nuestras casas,
nosotros invitamos a quien queremos. En su casa, Dios invita a quien Él quiere,
y no son siempre aquellos los que deseamos que Él invite.
Es por eso que el evangelio de hoy no es simplemente una historia del
pasado. Es una historia del presente, de nuestro ambiente, de nuestra Iglesia.
El fariseo somos nosotros, y Jesús no cesa de cuestionar nuestras actitudes y
nuestras prácticas para hacernos comprender las exigencias de la FIESTA DE
DIOS.
OBJETIVO DE VIDA
PARA LA SEMANA
1. De qué modo o manera concreta podría ir hacia Dios y
hacia Jesús, el mediador de la alianza nueva y eterna?
2. Miro cuál es mi comportamiento o modo de conducirme en
la mesa, con quién comparto mi mesa? Mis comidas son guiadas por las “maneras
de Dios” (la etiqueta divina) o las
maneras demasiado humanas?
3. Y si esta semana invitara a comer a alguien que no
pudiera devolverme la invitación?
4. Pido al Dios viviente de iluminarme con el Espíritu
Santo para que yo sepa escoger (elegir) el camino que conduce a la felicidad
que sólo Cristo puede procurar.
ORACIÓN-MEDITACIÓN
Tú conoces
Señor,
Esa necesidad
que tengo de sentirme importante, único y de hacerme valer.
Yo olvido
que es a Ti quien te corresponde determinar mi lugar y mi verdadera grandeza.
Personas
que me rodean, a través de sus palabras y de sus gestos,
Me ayudan
a tomar conciencia de mi valor.
Todo lo
que yo soy, es a Ti que yo lo debo. Gracias!
Cuando yo
me veo tentado a creerme alguien importante,
O al
contrario, creerme menos y contarme por nada,
Recuérdame
el verdadero sentido de la humildad.
Abre mi
corazón a los otros pobres como yo,
Sobre todo
a los pobres de amistad y de esperanza,
A todos
los heridos y que sufren en la vida,
Que portan
consigo las cicatrices de su pasado doloroso.
Enséñame a
acoger al extranjero, a levantar al despreciado,
A ver en
cada persona un bien amado por Tí.
Condúceme
a través de la ruta que Tú has tomado, Señor,
Aquella del
abandono y de la confianza en el PADRE.
Es la vía
(el camino) que me permitirá realizarme
Y ocupar
un lugar elegido para estar cerca de Tí.
Concédeme
que yo te siga, Señor!
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