Santo del día:
Santa Laura Montoya, Virgen
1874-1949.
Primera santa colombiana, canonizada en 2013.
Fundó las Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina
de Siena para la evangelización de los indígenas de la selva.
Visitas cotidianas
(Lucas 12,35-38) El
Señor se acerca: ¿estaremos listos para abrirle cuando llame a la puerta?
Porque su venida no ocurre solamente al final de los tiempos; sucede cada día.
Un encuentro inesperado, una gracia de paz o de consuelo en medio de la prueba,
una visita hecha o recibida, son otras tantas formas en que el Señor viene a
nuestra vida.
Depende de nosotros ofrecerle una acogida sencilla y fraterna.
Bertrand Lesoing, prêtre de la communauté Saint-Martin
Primera lectura
Jer
31, 1-7
Con
amor eterno te amé
Lectura del libro de Jeremías.
EN aquel tiempo —oráculo del Señor—, seré el Dios de todas las tribus de
Israel, y ellas serán mi pueblo.
Esto dice el Señor:
«Encontró mi favor en el desierto
el pueblo que escapó de la espada;
Israel camina a su descanso.
El Señor se le apareció de lejos:
Con amor eterno te amé,
por eso prolongué mi misericordia para contigo.
Te construiré, serás reconstruida,
doncella capital de Israel;
volverás a llevar tus adornos,
bailarás entre grupos de fiesta.
Volverás a plantar viñas
allá por los montes de Samaría;
las plantarán y vendimiarán.
“Es de día” gritarán los centinelas
arriba, en la montaña de Efraín:
“En marcha, vayamos a Sion,
donde está el Señor nuestro Dios”».
Porque esto dice el Señor:
«Griten de alegría por Jacob,
regocíjense por la flor de los pueblos;
proclamen, alaben y digan:
¡El Señor ha salvado a su pueblo,
ha salvado al resto de Israel!».
Palabra de Dios
O
bien:
Flp 4, 4-9
Todo
lo puro, ténganlo en cuenta
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses.
HERMANOS:
Alégrense siempre en el Señor; se lo repito, alégrense.
Que su mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca.
Nada les preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y en la súplica,
con acción de gracias, sus peticiones sean presentadas a Dios.
Y la paz de Dios, que supera todo juicio, custodiará sus corazones y sus
pensamientos en Cristo Jesús.
Finalmente, hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable,
laudable, todo lo que es virtud o mérito, ténganlo en cuenta.
Lo que aprendieron, recibieron, oyeron, vieron en mí, pónganlo
por obra.
Y el Dios de la paz estará con ustedes.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
149, 1bc-2. 3-4. 5-6 (R.: 4a)
R. El Señor ama a su
pueblo.
O bien:
R. Aleluya.
V. Canten al Señor un
cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sion por su Rey. R.
V. Alaben su nombre con
danzas,
cántenle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes. R.
V. Que los fieles
festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca
y espadas de dos filos en las manos. R.
Aclamación
R. Aleluya, aleluya,
aleluya.
V. Oh, Santo Evangelio,
fórmula pedagógica de mi gran Maestro, cuánto te amo y cómo quisiera llevarte
como antorcha sagrada
a los últimos lugares o rincones del mundo. R.
Evangelio
Mt
11, 25-30
Has
escondido estas cosas a los sabios, y se las has revelado a los pequeños
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido
estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños.
Sí, Padre, así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el
Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo
quiera revelar.
Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Tomen
mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán
descanso para sus almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
Palabra del Señor.
A
Hoy,
en la memoria de Santa Laura Montoya, primera santa de
Colombia, escuchamos las palabras de Jesús que llenaron de sentido su vida:
“Vengan a mí los que
están cansados y agobiados, y yo los aliviaré.”
Santa Laura conoció el
peso de la pobreza, el dolor y la incomprensión, pero en el Corazón manso y
humilde de Cristo halló descanso y fuerza.
Él fue su maestro y su descanso, y en Él aprendió a llevar el yugo del amor
sirviendo a los más olvidados.
Pidamos, al comenzar
esta Eucaristía, la gracia de aprender también nosotros la mansedumbre
de Jesús,
de acoger su descanso en nuestras luchas y de llevar a nuestros hermanos la
ternura que ella supo ofrecer en nombre del Evangelio.
Homilía
a la luz de la liturgia propia de la memoria
“Aprendan de mí... y hallarán
descanso”
1. Introducción: La ternura de un Dios que visita a
su pueblo
Queridos
hermanos y hermanas:
Las lecturas que la liturgia nos propone en esta
memoria de Santa Laura Montoya, primera santa colombiana, nos presentan
el rostro de un Dios cercano, tierno y compasivo.
Un Dios que se abaja para consolar, que reúne a su pueblo con amor,
que promete descanso a los cansados y oprimidos.
En Jeremías escuchamos:
“Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi
misericordia” (Jr 31,3).
Y en el Evangelio Jesús proclama:
“Vengan a mí los que están fatigados y agobiados, y
yo los aliviaré” (Mt 11,28).
Ambas palabras —amor eterno y descanso
prometido— resumen el alma de la espiritualidad de Santa Laura: un amor
sin medida y una entrega sin descanso, al estilo de Cristo, manso y humilde
de corazón.
2. Primera lectura: Dios que
consuela a su pueblo (Jr 31,1-7)
El profeta Jeremías anuncia la esperanza del retorno
del exilio, un tiempo nuevo en que Dios mismo será el esposo y protector de
su pueblo.
Dice:
“Te edificaré de nuevo, y serás reedificada,
doncella de Israel; volverás a tocar tus panderos y a salir en danzas de
fiesta” (Jr 31,4).
Esta imagen nos habla de reconciliación y
renovación.
Dios no se cansa de rehacernos, de reconstruirnos, de darnos nuevas
oportunidades.
Así como Israel fue amado a pesar de sus infidelidades, también nosotros somos
amados en medio de nuestras fragilidades.
El Año Jubilar nos invita a creer que
todavía hay tiempo para recomenzar, que ninguna historia está perdida,
que Dios sigue edificando su Reino sobre las ruinas de nuestro cansancio.
Él no borra el pasado, lo redime.
Por eso, la alegría de Israel al volver del exilio anticipa la alegría
jubilar del perdón y de la misericordia.
3. Salmo 149: La alabanza como
victoria
El salmo responsorial proclama:
“El Señor ama a su pueblo y adorna con la victoria
a los humildes.”
Los humildes son los preferidos del corazón de
Dios, los que no confían en sus fuerzas sino en su gracia.
Santa Laura fue una de ellos: una mujer pequeña ante el mundo, pero grande
ante Dios.
Su alabanza era su fuerza; su oración, su espada; su alegría, su victoria.
Ella supo que la misión se alimenta del canto, que
quien alaba no se rinde, que el gozo del Espíritu sostiene al misionero en los
días duros.
Así también nosotros estamos llamados a vivir una fe alegre y esperanzada, que
cante en medio de las pruebas y no se apague ante el dolor.
4. Segunda lectura: La alegría
del corazón fiel (Flp 4,4-9)
San Pablo nos exhorta:
“Alégrense siempre en el Señor; se lo repito,
alégrense.”
La alegría cristiana no es un sentimiento pasajero,
sino una actitud profunda del alma, fruto de saberse amado por Dios.
Es la paz que nace cuando confiamos en Él y dejamos nuestras preocupaciones en
sus manos.
Santa Laura Montoya vivió esta alegría en medio de
enormes sufrimientos: la pobreza, el rechazo, la incomprensión, la enfermedad.
Pero en su corazón ardía la certeza de que Dios estaba con ella y con los
más olvidados.
Por eso podía repetir con Pablo:
“No se inquieten por nada; más bien, en toda
ocasión, presenten sus peticiones a Dios con oración y acción de gracias.”
Su vida fue una oración continua: contemplativa en
la acción, activa en la contemplación.
Ella supo unir lo humano y lo divino, lo pedagógico y lo espiritual, lo
colombiano y lo universal.
Su alegría era el reflejo del Cristo que habitaba en ella.
5. Evangelio: “Aprendan de mí,
que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,25-30)
En el Evangelio, Jesús eleva una oración de
gratitud al Padre:
“Te doy gracias, Padre, porque has ocultado estas
cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los sencillos.”
Este es el corazón del mensaje: Dios se revela a
los humildes, no a los orgullosos.
El Reino pertenece a los que tienen alma de niño, a los que saben descansar en
el amor del Padre.
Luego añade:
“Vengan a mí los que están fatigados y agobiados...
aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón.”
¡Qué palabras tan humanas y divinas a la vez!
Jesús no ofrece teorías, ofrece descanso; no exige perfección, invita a aprender
su mansedumbre.
El mundo moderno exalta el poder, la rapidez, la competencia.
Cristo propone otro camino: la humildad que libera, la mansedumbre que
pacifica, la confianza que cura.
Y Santa Laura Montoya fue maestra en ese camino.
Su pedagogía misionera se basaba en la ternura firme: enseñar sin
humillar, evangelizar sin imponer, servir sin buscar reconocimiento.
Ella encarnó a la perfección esta frase de Jesús: “Aprendan de mí”.
6. Aplicación jubilar: Peregrinos
del amor que repara
En este Año Jubilar de la Esperanza, Santa
Laura nos invita a ser peregrinos del amor que repara.
El mundo necesita almas mansas y corazones humildes; necesita manos que alivien
y voces que bendigan.
Ser peregrinos de la esperanza significa caminar con alegría, aun cansados;
servir con ternura, aun en el silencio; creer en la promesa de Dios, aun sin
verla cumplida.
Cada uno de nosotros está llamado a ser signo de
ese amor eterno del que habló Jeremías, reflejo de esa alegría que anunció
Pablo y testigo de ese descanso que ofrece Jesús.
7. Intención orante: por
familiares, amigos y benefactores
Hoy oramos especialmente por nuestros
familiares, amigos y benefactores, vivos y difuntos.
Ellos han sido parte de nuestra historia de fe, columnas silenciosas de nuestra
esperanza.
Que el Señor los bendiga con su consuelo y los recompense con su amor.
Y a los que ya partieron, les conceda el descanso prometido a los que confiaron
en Él.
Que nuestras familias sean, como la de Santa Laura,
escuelas de fe, talleres de oración y hogares misioneros, donde Cristo
sea amado y servido en los más pequeños.
8. Conclusión: El descanso prometido
Jesús nos
dice:
“Vengan a
mí... y hallarán descanso para sus almas.”
El
verdadero descanso no está en dormir más, sino en amar mejor.
El corazón halla reposo cuando aprende la mansedumbre de Cristo, cuando se deja
enseñar por Él.
Santa
Laura Montoya nos muestra ese camino:
descansar en el amor de Dios y servir desde la paz interior.
Ella ceñó sus lomos para la misión, encendió su lámpara para las almas, y
entregó su vida en vigilancia constante.
Que esta
Eucaristía nos conceda la gracia de su mismo espíritu:
un corazón vigilante, alegre, misionero y humilde.
Y que la Virgen del Rosario, Madre de ternura y maestra de oración, nos ayude a
mantener encendida la fe y abierta la puerta del alma al Señor que siempre
viene.
“Ven,
Señor Jesús, y enséñame a ser manso como Tú,
alegre como Pablo, esperanzado como Jeremías,
y servicial como Santa Laura.
Haz de mi vida una alabanza viva y un descanso para los demás.
Jesús, en Ti confío.”
B
Homilías
a la luz de las lecturas del martes de la 29ª semana del tiempo ordinario- I
1
De la desobediencia a la
obediencia, del egoísmo al amor
1. Introducción: la historia de dos actos
Queridos
hermanos y hermanas:
La liturgia de hoy nos invita a contemplar la
historia de la humanidad y de nuestra fe como una obra en dos actos.
Primer acto: Adán desobedece. Segundo acto: Cristo obedece.
El primero introduce la muerte; el segundo nos abre la vida.
El título lo dice todo: “Adán pierde, Jesús gana”.
San Pablo lo expresa con fuerza en la primera
lectura:
“Así como por un solo hombre entró el pecado en el
mundo y por el pecado la muerte, así también por un solo hombre, Jesucristo,
entró la gracia y la vida” (Rm 5,12.17).
Esta es la gran paradoja del cristianismo: lo que
comenzó con la caída del hombre, Dios lo transformó en camino de salvación.
La desobediencia de Adán trajo ruina; la obediencia de Jesús nos redimió.
Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.
Y ahí, hermanos, comienza la esperanza del
peregrino jubilar: reconocer que nuestra historia personal, con sus sombras y
caídas, puede ser también historia de salvación, porque Cristo ha vencido donde
nosotros fallamos.
2. “Ceñidos y con las lámparas
encendidas” — El Evangelio de la vigilancia
En el Evangelio (Lc 12,35-38), Jesús nos pide estar
ceñidos y con las lámparas encendidas, como servidores que esperan a su
Señor.
Habla de vigilancia, paciencia y fidelidad.
Tres virtudes que hoy, en medio del ruido del mundo, necesitamos reavivar.
Vigilancia no es miedo, es lucidez espiritual.
Es vivir atentos a la presencia de Dios en lo cotidiano, conscientes de que el
Reino ya está aquí.
Paciencia es la virtud de quien sabe esperar sin desesperar, de quien no exige
resultados inmediatos, sino que confía en el tiempo de Dios.
Y fidelidad es permanecer en el amor, incluso cuando parece que la noche se
alarga.
Jesús nos habla de una cena, un banquete, una
comunión íntima:
“Dichosos los siervos a quienes el Señor, al
llegar, los encuentre en vela; les hará sentar a la mesa y les servirá” (Lc
12,37).
¡Qué hermosa imagen! El Señor mismo nos servirá.
El cielo es ese banquete donde Dios, que un día nos creó por amor, nos servirá
con ternura.
Y cada Eucaristía anticipa esa mesa celestial.
3. Santa Laura Montoya:
obediencia misionera y amor sin fronteras
Hoy, además, celebramos a Santa Laura Montoya,
primera santa colombiana, mujer de una fe inquebrantable, maestra, misionera y
madre espiritual de muchos.
Ella comprendió profundamente este Evangelio: fue una mujer vigilante, paciente
y fiel.
Cuando muchos cerraban sus puertas a los pueblos indígenas, ella abrió su
corazón.
Donde otros veían “bárbaros”, ella veía rostros de Cristo.
En su Diario espiritual escribió:
“He amado y amaré hasta el último suspiro a Jesús y
a las almas por Él.”
Su vida fue una prolongación del misterio pascual:
de la obediencia que redime, del amor que evangeliza, de la esperanza que transforma.
Santa Laura vivió el “ya” del Reino: lo sembró en selvas, en aulas, en
corazones olvidados.
Fue una mujer del Espíritu Santo, que supo ver en cada ser humano el rostro de
Dios.
Pidamos hoy su intercesión para que la Iglesia
colombiana —y cada uno de nosotros— viva ese mismo ardor misionero, esa
fidelidad a Cristo y a los pobres, esa alegría del Evangelio que no se apaga.
4. El Reino en el ahora: la
presencia que salva
El evangelista Lucas nos recuerda que el Reino no
es un lugar, sino una presencia viva:
“El Reino de Dios está en medio de ustedes” (Lc
17,21).
No tenemos que esperar signos espectaculares. El
Reino ya comenzó cuando Cristo resucitó, cuando el Espíritu Santo fue
derramado, cuando cada acto de amor renueva la esperanza del mundo.
Por eso, el tiempo de la Iglesia es el
tiempo del ahora:
— Ahora podemos reconciliarnos.
— Ahora podemos servir.
— Ahora podemos rezar por quienes amamos.
— Ahora podemos amar como Jesús.
El Jubileo nos invita precisamente a eso: a
vivir el presente como sacramento de la gracia, a redescubrir que el perdón
es posible, que la esperanza tiene rostro y nombre, y que Dios sigue tocando la
puerta de nuestra casa, como dice el Apocalipsis:
“Mira que estoy a la puerta y llamo…” (Ap 3,20).
5. Oración y memoria agradecida
Hoy elevamos una oración especial por nuestros
familiares, amigos y benefactores, vivos y difuntos.
Ellos han sido instrumentos de la providencia divina en nuestras vidas.
Por ellos pedimos la bendición de Dios y la intercesión de Santa Laura, mujer
de profunda gratitud.
Y en este mes del Rosario, que María, la
mujer fiel y vigilante, nos enseñe a mantener las lámparas encendidas.
Cada Ave María es una chispa de luz que disipa la oscuridad, una oración que
enciende la esperanza en los valles de la historia.
Que en este mes de las Misiones, también
nosotros, como Santa Laura, seamos “misioneros de esperanza entre los pueblos”:
misioneros de consuelo en nuestras familias, de paz entre los amigos, de
ternura entre los que sufren.
6. Conclusión: del fruto
prohibido al banquete eterno
Hermanos, la historia comenzó con un fruto
prohibido y termina con un banquete prometido.
Comenzó con la desobediencia de Adán y culmina con la obediencia de Cristo.
Comenzó con la ilusión de ser como Dios y termina con el milagro de Dios que
se hace hombre para servirnos.
Por eso, Adán pierde, pero Jesús gana.
Y cuando Jesús gana, ganamos todos.
Ganamos la esperanza, la vida eterna, la certeza de que nada puede separarnos
del amor de Dios.
Que esta Eucaristía renueve en nosotros la
obediencia del Hijo, la vigilancia del discípulo, la ternura de María y el celo
misionero de Santa Laura.
Y que, al salir de este templo, seamos verdaderamente peregrinos de
esperanza, con las lámparas encendidas y el corazón dispuesto a servir.
2
Las visitas cotidianas del Señor
1. Introducción: Dios llama cada día
Queridos
hermanos y hermanas:
El Evangelio de hoy nos recuerda una verdad
profundamente consoladora: Dios no nos visita solo al final de los tiempos,
sino todos los días.
Jesús nos dice:
“Estén ceñidos y con las lámparas encendidas, como
los que esperan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas llegue y
llame” (Lc 12,35-36).
Es una imagen sencilla, pero llena de ternura: un
Señor que llega, llama a la puerta y espera que le abramos.
La vida cristiana no consiste en esperar un acontecimiento lejano, sino en reconocer
las visitas diarias de Dios: en una palabra amable, en una reconciliación,
en una sonrisa que llega en el momento justo, en una paz que se siente sin
saber por qué.
Cada día, el Señor se acerca a nuestra puerta.
Y el Evangelio nos pregunta hoy: ¿estamos listos para abrirle?
2. Las visitas de Dios en nuestra
historia humana
San Pablo, en la primera lectura, nos presenta la
historia de la humanidad como una gran peregrinación entre dos hombres: Adán
y Cristo (Rm 5,12-21).
El primero cerró la puerta a Dios por desobediencia; el segundo la abrió por
obediencia.
Adán nos dejó la herida del pecado, pero Cristo nos ofrece el don de la gracia.
Y donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.
Cada vez que elegimos amar en lugar de condenar,
perdonar en lugar de vengarnos, ayudar en lugar de quejarnos, estamos
dejando entrar al Señor.
Él no espera invitaciones solemnes ni ceremonias; se alegra con una acogida
sencilla y fraterna, como la de un hogar que sabe recibir.
Así es también la historia de la salvación: una
serie de visitas divinas.
Dios visitó a Abraham en Mambré, a Moisés en la zarza ardiente, a María en
Nazaret, a los discípulos en Emaús…
Y sigue visitándonos hoy, bajo los rostros de quienes nos aman y de quienes nos
necesitan.
3. Santa Laura Montoya: misionera
de la visita divina
En este día, la Iglesia en Colombia celebra con
alegría la memoria de Santa Laura Montoya, la primera santa de nuestra
tierra.
Su vida fue una visita permanente de Dios a los más olvidados.
Maestra, misionera, madre espiritual, fue enviada a las selvas de Antioquia para
llevar la luz del Evangelio a los pueblos indígenas, considerados por muchos
como insignificantes.
Pero ella veía en ellos el rostro de Cristo sufriente.
Decía Santa Laura:
“El amor no se mide por lo que da, sino por lo que
se entrega”.
Su fidelidad fue una lámpara encendida en medio de
la noche de la indiferencia.
Ella entendió que el Señor llega cada día en la persona del otro: en el
niño que necesita aprender, en el enfermo que busca consuelo, en el indígena
que espera respeto y dignidad.
Su vida nos enseña a tener el corazón vigilante y las manos disponibles.
Pidamos su intercesión para que también nosotros
sepamos reconocer las visitas de Dios en los pobres, los pequeños, los
ancianos, los migrantes, los presos y los olvidados.
4. El Jubileo: tiempo de puertas
abiertas
Estamos viviendo el Año Jubilar “Peregrinos de
la Esperanza”, un tiempo de gracia en que Dios vuelve a tocar nuestra puerta,
no para reprocharnos, sino para darnos la oportunidad de comenzar de nuevo.
El Jubileo es la gran visita de Dios a su pueblo.
Es como si el Señor nos dijera:
“He venido a tu casa; abre, quiero cenar contigo”
(cf. Ap 3,20).
Por eso, cada confesión, cada reconciliación, cada
obra de misericordia, son formas concretas de abrir la puerta.
Ser “peregrinos de la esperanza” significa no quedarnos dormidos ni distraídos,
sino velar con las lámparas encendidas, listos para acoger al Señor en las
sorpresas del día.
5. La lámpara del Rosario y la
misión del amor
Este mes de octubre, dedicado al Santo Rosario y
a las Misiones, nos invita a mantener viva la llama de la fe.
Cada “Dios te salve, María” es como una chispa que mantiene encendida la
lámpara del alma.
María fue la primera en abrir la puerta cuando Dios la visitó en Nazaret.
Ella no dudó, no aplazó, no temió: dijo “sí” y permitió que el Verbo
habitara entre nosotros.
Por eso, el Rosario no es una oración repetitiva, sino una escuela de
vigilancia, de espera y de disponibilidad ante la visita del Señor.
Y el mes misionero nos recuerda que Dios también
nos envía a ser visitas suyas en la vida de los demás.
A veces el Señor no puede tocar todas las puertas directamente; lo hace a
través de nosotros.
Cada gesto de servicio, cada palabra de consuelo, cada acto de justicia, es una
visita de Cristo al mundo.
Como Santa Laura, estamos llamados a salir de nuestra comodidad y convertirnos
en misioneros de esperanza entre los pueblos.
6. Intención orante: por
familiares, amigos y benefactores
Queridos hermanos, hoy oramos de manera especial
por nuestros familiares, amigos y benefactores, vivos y difuntos.
Ellos han sido, muchas veces sin saberlo, instrumentos de la visita de Dios a
nuestra vida.
A través de su apoyo, su cariño, su oración o su sacrificio, Dios nos ha
sostenido.
Que el Señor los bendiga y los recompense con su paz.
Y a los difuntos les conceda el descanso eterno, como invitados al banquete del
Reino donde Él mismo servirá a los suyos.
7. Conclusión: abrir la puerta
del corazón
Hermanos, cada día el Señor llama a nuestra puerta.
A veces lo hace en el silencio de la oración; otras, en el ruido de la vida.
Puede llegar disfrazado de un pobre, de un enfermo, de un niño, o de una
palabra de consuelo.
No sabemos cuándo llegará, pero sabemos que siempre llega.
Por eso Jesús nos dice hoy:
“Dichosos los siervos a quienes su Señor encuentre
despiertos; en verdad les digo que se ceñirá y los hará sentar a la mesa y les
servirá” (Lc 12,37).
Esa es la promesa que sostiene nuestra esperanza
jubilar: un Dios que no se cansa de venir, un Dios que no se impone, sino que visita
con delicadeza y espera nuestra respuesta.
Que Santa Laura Montoya nos enseñe a recibir cada
visita divina con sencillez y amor;
que María del Rosario mantenga encendida nuestra lámpara en la espera;
y que Cristo, nuestro Señor, encuentre siempre nuestras puertas abiertas y
nuestros corazones dispuestos a servir.
3
Ceñir los lomos y encender la lámpara: la fidelidad
de toda una vida
1. Introducción: una actitud de alma permanente
Queridos
hermanos y hermanas:
Jesús nos dice hoy:
“Tengan ceñida la cintura y encendidas las
lámparas; sean como los que esperan a que su señor regrese de la boda, para
abrirle apenas llegue y llame” (Lc 12, 35-36).
Estas palabras resumen toda una espiritualidad de
vida: vivir vigilantes, disponibles y encendidos en el amor.
No se trata de vivir con miedo al juicio final, sino de mantener el corazón
atento a las visitas diarias del Señor —como decíamos ayer—, porque cada
día, en los pequeños gestos, Él llama a nuestra puerta.
2. “Ceñir los lomos”: estar
listos para el camino
En el lenguaje bíblico, “ceñir los lomos” significa
ajustarse el cinturón para caminar o luchar.
Quien llevaba túnicas largas debía recogerlas para moverse con agilidad.
Jesús utiliza esta imagen para decirnos: prepárense para la acción, no se
adormezcan.
En la vida espiritual, “ceñir los lomos” es estar
interiormente disponibles para lo que Dios pida, sea fácil o exigente.
Es no dejar que el corazón se ablande en la comodidad o se paralice en la rutina.
Es una llamada a la disciplina del alma, a la sobriedad, a la prontitud
para servir.
El discípulo del Reino no se acomoda, sino que vive
con la maleta ligera y el espíritu despierto.
El Jubileo, precisamente, es un tiempo para ceñir de nuevo la fe, despojarnos
del peso inútil y disponernos para la misión que Dios confía a cada uno.
3. “Encender la lámpara”: la luz
que guía nuestro camino
Jesús añade: “Tengan encendidas las lámparas”.
La lámpara encendida simboliza la fe viva, la caridad operante,
la esperanza que no se apaga.
Encender la lámpara es mantener la luz del Evangelio ardiendo en medio de las
tinieblas del mundo.
Esa lámpara se alimenta con el aceite de la
oración y el aceite de las obras buenas.
El mes del Santo Rosario nos recuerda precisamente esto:
cada Ave María es una gota de aceite que mantiene viva la llama del
alma.
Y el mes misionero nos invita a llevar esa luz a quienes viven en la
oscuridad del dolor, de la soledad o de la falta de fe.
No basta con conservar la fe; hay que hacerla
brillar, como la lámpara puesta sobre el candelero.
4. Las tres vigilias: infancia,
madurez y ancianidad
Jesús dice:
“Dichosos los siervos a quienes el Señor encuentre
despiertos, aunque venga en la segunda o en la tercera vigilia de la noche” (Lc
12, 38).
Los Padres de la Iglesia interpretaron estas tres
vigilias como las tres etapas de la vida: la niñez, la adultez y la
vejez.
En todas ellas debemos permanecer vigilantes.
En la infancia, la fe se alimenta de la confianza y
la inocencia.
En la madurez, se purifica en las pruebas y responsabilidades.
En la ancianidad, se convierte en testimonio y sabiduría.
El Señor no nos pide ser perfectos, sino fieles
hasta el final.
La vida cristiana no tiene jubilación espiritual: hasta el último suspiro,
podemos seguir encendiendo lámparas y sirviendo al Reino.
5. Santa Laura Montoya: una mujer
de fe vigilante
Hoy recordamos a Santa Laura Montoya,
maestra, misionera y madre espiritual de los pueblos indígenas.
Ella “ceñía sus lomos” cuando el cansancio la vencía, cuando las
incomprensiones la herían, cuando el camino se volvía selva.
Y mantenía su lámpara encendida con la oración, el sacrificio y la ternura.
Su vida fue un permanente “¡Aquí estoy, Señor!”.
Nunca se dejó vencer por el desaliento.
Aun en la noche oscura de la fe, siguió esperando, amando y enseñando.
De ella aprendemos que la vigilancia no es
ansiedad, sino amor en vela.
El amor que espera al Señor en los pobres, que lo reconoce en los rostros
indígenas, que lo sirve en la educación, que lo alaba en la naturaleza.
Pidamos hoy a Santa Laura que Colombia siga siendo
tierra de misioneros, de maestros de fe y de almas vigilantes.
6. Oración jubilar por
familiares, amigos y benefactores
En este día queremos elevar una plegaria agradecida
por nuestros familiares, amigos y benefactores.
Ellos son las lámparas que el Señor ha encendido en nuestro camino.
Por su fe, su apoyo y su oración, Dios nos ha sostenido en la peregrinación de
la vida.
Pidamos al Señor que bendiga a los vivos con salud,
esperanza y fortaleza;
y conceda a los difuntos el descanso eterno, haciéndolos participar del
banquete donde Él mismo servirá a los suyos.
7. El Jubileo: vigilancia y
esperanza
El Año Jubilar 2025 nos recuerda que la
historia no termina en el cansancio ni en el miedo, sino en la esperanza.
El peregrino de la esperanza camina con la cintura ceñida y la lámpara
encendida.
No se deja dominar por la oscuridad, porque sabe que el Señor llegará, quizá en
la segunda o en la tercera vigilia, pero llegará.
Ser cristiano no es solo haber nacido en la fe; es mantenerse
en ella, renovarla cada día, dejar que crezca hasta el último aliento.
Quien ha sido fiel en lo poco, lo será también en lo mucho.
8. Conclusión: “Jesús, confío en Ti”
Al final
del Evangelio, la bienaventuranza es clara:
“Dichosos
los siervos a quienes el Señor encuentre despiertos”.
Hermanos,
la vigilancia de la fe no es miedo; es amor que espera.
El que ama está atento, el que ama no se duerme, el que ama mantiene la luz
encendida.
Pidamos
hoy la gracia de ceñir nuestra voluntad con la obediencia del Hijo y encender
nuestra fe con el fuego del Espíritu.
Que María, la Virgen del Rosario, mantenga viva nuestra llama;
que Santa Laura Montoya nos enseñe a servir con alegría;
y que el Señor, cuando llegue a nuestra puerta, nos encuentre despiertos,
sonrientes y dispuestos a abrirle.
“Señor
Jesús, gracias por tantas veces en que has llamado a mi puerta.
Enséñame a mantenerme vigilante, atento a tu voz y fiel a tu misión.
Usa mi vida para que sea lámpara encendida en medio del mundo.
Jesús, en Ti confío.”
21 de
octubre:
🕊️ Santa
Laura Montoya
(1874–1949)
Virgen, Misionera,
Fundadora – Primera Santa Colombiana
Infancia
y orígenes: el amor en medio de la pérdida
María
Laura de Jesús Montoya Upegui nació el 26 de mayo de 1874 en Jericó, Antioquia,
Colombia.
Desde muy pequeña conoció el dolor: su padre, Juan de la Cruz Montoya, fue
asesinado durante una guerra civil cuando ella tenía apenas dos años. La
familia quedó sumida en la pobreza, y su madre, María Dolores Upegui, debió
afrontar la vida con fortaleza y fe.
Esa
experiencia de orfandad marcó profundamente a Laura. En la soledad aprendió a
refugiarse en Dios, a reconocerlo como Padre, y a ver en cada sufrimiento una
escuela de amor. Desde niña se sintió atraída por la oración y por la
Eucaristía, y empezó a descubrir una sensibilidad especial hacia los pobres y
los olvidados.
Su
infancia fue un aprendizaje silencioso de misericordia, perdón y esperanza. En
la rudeza de las circunstancias, comenzó a formarse la mujer fuerte y tierna
que más tarde transformaría la historia espiritual de Colombia.
Vocación docente: educar para dignificar
A
los 16 años, su madre la envió a Medellín para estudiar en la Escuela Normal de
Institutoras. Allí se destacó por su inteligencia, su disciplina y su profunda
vida espiritual.
Al obtener el título de maestra, Laura comprendió que su misión no era solo
enseñar letras, sino formar
corazones. Veía en la educación un camino de evangelización, y
en cada niño, una imagen viva de Cristo.
Como
educadora, se esforzó por unir la fe con la pedagogía. Sus clases estaban
impregnadas de amor, respeto y ternura.
Ella misma decía: “Educar es
sembrar a Dios en el alma del niño.”
Pero
en su interior, algo más profundo germinaba: una llamada a consagrarse por
entero al Señor y a llevar su amor a quienes aún no lo conocían.
Llamado misionero: ser indígena con los
indígenas
Durante
años, Laura soñó con ser carmelita. Sin embargo, la voz de Dios la fue
conduciendo hacia una frontera más amplia: las selvas del Urabá y del Chocó,
donde vivían comunidades indígenas marginadas y despreciadas.
Allí,
donde muchos no querían ir, ella escuchó la voz del Maestro que le decía:
“Ve,
y diles que también ellos son hijos de Dios.”
En
1914, junto con cuatro jóvenes, emprendió la primera misión a Dabeiba,
Antioquia. Así nació la Comunidad
de las Misioneras de María Inmaculada y de Santa Catalina de Siena,
fundada con un ideal luminoso: “Evangelizar
desde el amor, sin violencia ni imposición.”
Laura
quiso ser “madre espiritual” de los pueblos indígenas, no misionera
colonizadora, sino hermana
que aprende, sirve y ama.
Decía con ardor profético: “Me
hice indígena para los indígenas, con el fin de ganarlos para Cristo.”
Su
vida fue una encarnación de la pedagogía divina: una fe que se hace cultura,
una caridad que se hace puente, una esperanza que se hace escuela.
Espiritualidad: contemplar, amar y servir
La
espiritualidad de Santa Laura se resume en tres palabras: contemplar, amar y servir.
Contemplar a Dios presente en todos; amar sin distinción; servir con humildad.
Fue
una mujer de profunda vida mística. En sus escritos, especialmente en Historia de las misericordias de Dios en
un alma, narra su experiencia de intimidad con Cristo. Allí
describe sus “noches oscuras”, sus éxtasis de amor, sus momentos de duda y su
unión total con el Señor.
Decía:
“En mí todo ha sido
misericordia. Lo que soy, lo que he hecho y lo que espero, todo ha sido fruto
del amor de Dios.”
Su
oración era silenciosa y ardiente; su contemplación, activa. Vivía de rodillas
ante el Santísimo y con las manos ocupadas en el servicio.
La humildad era su fuerza; la ternura, su forma de enseñar; la cruz, su
escuela.
Fundadora y madre espiritual
Como
fundadora, Santa Laura fue sabia y valiente. No buscó poder ni honores; buscó
almas.
Su comunidad creció rápidamente y se extendió por Colombia y otros países de
América, África y Europa.
Las Misioneras de María Inmaculada y de Santa Catalina de Siena siguen hoy su
legado: anunciar el Evangelio desde la cercanía, el respeto cultural, la educación
y la promoción humana.
Ella
enseñaba a sus hermanas a evangelizar sin
humillar, a servir sin
imponer, y a vivir sin
ruido, pero con fuego interior.
Repetía a menudo: “En todo,
amar y reparar.”
Sus misiones eran faros de humanidad donde la fe se traducía en gestos de
misericordia.
Últimos años: cruz y plenitud
A
partir de 1940, Santa Laura quedó postrada en una silla de ruedas. La
enfermedad fue larga y dolorosa, pero la aceptó como una participación en la
Pasión de Cristo.
Decía: “Dios me ha dado el
trono del dolor; desde aquí puedo amar más.”
Convertida
en alma orante, ofrecía cada sufrimiento por la perseverancia de sus hijas
misioneras y la conversión de los pueblos. Su celda se transformó en un pequeño
santuario de paz y consejo.
Murió el 21 de octubre de 1949 en Medellín, rodeada de sus hermanas,
pronunciando el nombre de Jesús. Tenía 75 años.
Beatificación y canonización
El
proceso de beatificación se abrió en 1976. Fue declarada Venerable en 1991,
beatificada por san Juan Pablo II el 25 de abril de 2004 y canonizada por el
papa Francisco el 12 de mayo de 2013.
Se convirtió así en la primera
santa de Colombia, orgullo espiritual de la nación y madre de
su misión.
El
Papa Francisco la llamó “una gran evangelizadora, maestra de misericordia y
ejemplo de ternura femenina en la Iglesia”.
Carisma y legado
El
carisma de Santa Laura sigue vivo:
·
Amar
a los más pobres y despreciados.
·
Evangelizar
desde el respeto cultural.
·
Educar
con ternura y verdad.
·
Vivir
la fe con alegría y sencillez.
·
Ser
puente entre la Iglesia y los pueblos.
Su
lema podría resumirse así: “Cristo
en el corazón y el corazón en los demás.”
En
cada misionera, en cada escuela, en cada comunidad indígena o campesina que
acoge el Evangelio con dignidad, se perpetúa la semilla que ella sembró.
Su mensaje resuena hoy más actual que nunca: no hay evangelización sin respeto, ni santidad sin
compasión.
Oración
Señor
Jesús,
que hiciste de Santa Laura Montoya una mujer de fe ardiente, maestra de ternura
y misionera de esperanza,
concédenos aprender de su humildad y de su celo apostólico.
Enséñanos a ver en cada persona un hermano amado,
a servir sin cansancio,
y a confiar en tu misericordia en toda circunstancia.
Santa
Laura de Santa Catalina de Siena,
intercede por Colombia, por los pueblos indígenas,
por los misioneros del mundo,
y por todos los que trabajan por la dignidad humana.
Haznos
discípulos alegres del Evangelio.
Amén.
Santa
Laura Montoya,
Madre espiritual de los
olvidados, maestra de ternura y evangelizadora de la esperanza,
ruega por nosotros.
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