martes, 22 de septiembre de 2015

En el día mundial sin carro: una reflexión muy inclusive...


Con gran agrado recuerdo uno de los regalos que el Niño Dios me trajo en mi infancia: una pequeña camioneta roja, un juguete que era la réplica de un auto modelo 75 o 76.

La fascinación por los autos la tuve hasta los 10 años. Raramente después de haberlos halado con cabuya o cáñamo, por las calles sin pavimentar de la calle la aldea, y acompañado de mis mejores amigos, ese amor por los carros desapareció… Mi inclinación fue  más bien por los libros después, la bicicleta, la música…Inclusive nunca me soñaba conduciendo un auto de grande…Mi ilusión era llegar a tocar un instrumento musical o llegar a ser un gran escritor…y en ciertos momentos de mi niñez,  también me gustaba jugar a ser sacerdote y decir la misa.

Hoy como sacerdote, hombre de fe y de convicciones, y de la mano identificado con un artículo del P. André Beauchamp de Canadá,  quiero compartirles y traducirles, algunas reflexiones sobre el automóvil, carro o vehículo a cuatro ruedas que llamamos.
El 19 de octubre de 1899 es una fecha central en la historia colombiana: ese día rodó por las calles de Medellín el primer automóvil que hubo en el país. Horas después estalló la Guerra de los Mil Días.

El curioso artefacto de color rojo se estrenó el domingo 19 de octubre de 1899. Era un último modelo de la marca francesa Dion Bouton, de combustión por gasolina e iniciación con manivela, arranque por cadenas que lo movían a jalones y se varaba a trechos. Tenía capacidad para 3 personas (la gente decía que era para cinco: tres encima y dos empujando) y su velocidad máxima era de 25 kilómetros por hora.

La crónica de Hernando Guzmán Paniagua recuerda que “ese domingo a la salida de la misa de 12, la gente corrió, los caballos se desbocaron y el cura echó bendiciones, cuando Coriolano pasó frente a la iglesia de La Candelaria en el coche conducido por un chofer francés de apellido Tissnés, quien importó el carro con 7 galones de combustible. Horas después estalló en Medellín la Guerra de los Mil Días y entonces la gente dijo: “El caballo del Demonio trajo la guerra”.


El comienzo del siglo XX está marcado por el automóvil. Su invención cambió para siempre el ritmo de la vida del hombre al desplazar los antiguos sistemas de transporte e irrumpir con furor en el espíritu de las ciudades cosmopolitas. No es aventurado decir que el automóvil se identifica en parte con la llegada de la modernidad. En Colombia el automóvil entró lentamente, pero pronto se convirtió en una presencia nueva y sorprendente, en motor de industrialización y comunicación y en protagonista del desarrollo social y económico en todas las esferas de la vida nacional.

Luego de la crisis energética en los años 70, los tres grandes americanos (GM, Ford, Chrysler) no comprendieron y continuaron a construir grandes autos, no pensaron en un modelo de gasto reducido para atraer los clientes…

Se habría podido creer el retorno de la razón: el auto verdaderamente ligero, pequeño, poco consumidor, cada vez más modesto.  Pero lo contrario se produjo.  Las ventajas o ganancias de efectividad han empujado la producción a construir autos más grandes, más potentes, más pesados, más lujosos. Con las crisis repetidas del petróleo y el alza en los costos, uno se esperaba un consumo con tendencia al descenso. Pero fue lo contrario lo que ha ocurrido.  La eficiencia se ha mejorado.

 Pero, no hay economía global: más gadgets y vehículos deportivos, más carros. Nosotros nos sentimos llamados a obtener más y más beneficios del petróleo.

Y durante este tiempo, contrariamente a las promesas y a los compromisos de Kyoto, la polución de CO2 aumenta y el efecto invernadero se acentúa.

Con el petróleo de las arenas aceiteras y la excavación de pozos en alta mar, hay cada vez menos petróleo limpio.
La demanda no baja.


El automóvil es como el centro comercial, uno de los símbolos de nuestra época. Símbolo fálico por excelencia: potente, nervioso, listo a correr, bello de ver, sensual, siempre disponible.

En América del Norte, luego de los primeros  grandes debates sobre el auto y los transportes colectivos, Marshall McLuhan, el hombre de los medios de comunicación que invitaba a pensar, había afirmado que la ventaja que tenía el auto era permitir al individuo de tener un espacio de intimidad para él solamente, para aislarse, para escuchar música, pertenecerse.  Prioridad primer plaza todavía al individualismo. La atracción por el automóvil sigue su curso y alcanza la China y otros países de Asia.
Por lo tanto en nuestro medio, el automóvil llega a lo que se podría llamar su curva de ineficiencia. Se le ve en Montreal donde los puentes  no dan más abasto. Peor aún, mal construidos, con regular mantenimiento, los puentes son peligrosos y exigen reparaciones urgentes y mal sincronizadas. La gente vive en las afueras, pero trabajan en Montreal: ellos pierden dos, tres, cuatro horas justo manejando en viaje. Sin hablar de los gastos (impuesto, gasolina, estacionamiento) asociados a la fatiga física y psíquica.  Muy a menudo el conductor es un asesino que se ignora. En el centro de la ciudad, a las horas pico, el auto de hoy va más rápido que la carreta de 1890?

El futuro no pertenece más al auto. Pertenece a un coctel de medios de transporte activos (caminata, bicicleta) y pasivos (mecanizados), privados  (auto), públicos (autobús, buseta, metro…) y otros (taxis, locación ocasional, uso compartido del automóvil (en francés, covoiturage). Gracias al trabajo a distancia (teletrabajo), números desplazamientos pueden espaciarse. El automóvil nos aliena sin que nos demos cuenta y hace parte de nuestro universo mental.

Es necesario un largo trabajo sobre sí mismo, para superar la alienación por el auto.  Es necesario antes que todo, calmar sus ambiciones, deseos, escoger el más pequeño modelo y el más pequeño cilindraje posible, y preferir la transmisión manual a la automática. A causa del planeta y para las generaciones siguientes. Volver a aprender a caminar, planificar sus desplazamientos. Tomar ocasionalmente los transportes en común. Algunos dan el paso, venden su carro, vuelven a vivir en la ciudad. Entonces, todo el paisaje de la vida cambia…

Sin duda muchos están lejos de todo esto…Es necesario entender que no hay transporte inocente y que el placer a menudo embriagante del carro debe inscribirse en un horizonte más extenso de responsabilidad. Circular, si, pero cuando es necesario. Manejar menos, manejar más despacio. Día a día, reconquistar su libertad. Nadie puede negar el impacto del auto sobre la civilización, Impacto fabuloso que transforma radicalmente las nociones de  distancia y  libertad. Ir rápido. Ir donde uno quiere. Ir cuando se quiere. Ir con quien se quiere. Pero la extravagancia de las opciones individuales engendra la congestión, el estrés, los efectos perversos. Entonces, es necesario desintoxicarse, reeducarse.

Hace poco, los policías han capturado en el pueblo un joven delincuente, que se había introducido en un estacionamiento de un centro comercial local y se había rápidamente apoderado de un auto, y después finalmente se chocó en una esquina de la calle. Yo escuché que tenía 15 años, y que este era su séptimo robo de un carro. A sus ojos, el auto es probablemente un sueño insaciable de prestigio, de libertad, de violencia. Tendrá  la suerte este chico un día de dominar su demonio? Si nos vamos al extremo, este adolescente se nos parece, Él no sabe aun que su rabia se identifica con la imagen de la cultura del ayer.


Referencias:

BEAUCHAMP, André, Regards critiques sur la consommation, Novalis, 2012.


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