8 de julio del 2021: jueves de la decimocuarta semana del tiempo ordinario

 

(Génesis 44, 18-21.23b-29; 45, 1-5) Aquello que en algún momento nos pareció un fracaso o una desgracia más tarde resultó ser un paso crucial hacia la verdadera felicidad, un encuentro decisivo que hoy nos llena de alegría. Dios nunca busca castigarnos, confiemos en él.




Primera lectura

Lectura del libro del Génesis (44,18-21.23b-29;45,1-5):

En aquellos días, Judá se acercó a José y le dijo: «Permite a tu siervo hablar en presencia de su señor; no se enfade mi señor conmigo, pues eres como el Faraón. Mi señor interrogó a sus siervos: "¿Tenéis padre o algún hermano?", y respondimos a mi señor: "Tenemos un padre anciano y un hijo pequeño que le ha nacido en la vejez; un hermano suyo murió, y sólo le queda éste de aquella mujer; su padre lo adora." Tú dijiste: "Traédmelo para que lo conozca. Si no baja vuestro hermano menor con vosotros, no volveréis a verme." Cuando subimos a casa de tu siervo, nuestro padre, le contamos todas las palabras de mi señor; y nuestro padre nos dijo: "Volved a comprar unos pocos víveres." Le dijimos: "No podemos bajar si no viene nuestro hermano menor con nosotros"; él replicó: "Sabéis que mi mujer me dio dos hijos: uno se apartó de mí, y pienso que lo ha despedazado una fiera, pues no he vuelto a verlo; si arrancáis también a éste de mi presencia y le sucede una desgracia, daréis con mis canas, de pena, en el sepulcro."»
José no pudo contenerse en presencia de su corte y ordenó: «Salid todos de mi presencia.»
Y no había nadie cuando se dio a conocer a sus hermanos. Rompió a llorar fuerte, de modo que los egipcios lo oyeron, y la noticia llegó a casa del Faraón.
José dijo a sus hermanos: «Yo soy José; ¿vive todavía mi padre?»
Sus hermanos se quedaron sin respuesta del espanto.
José dijo a sus hermanos: «Acercaos a mí.»
Se acercaron, y les repitió: «Yo soy José, vuestro hermano, el que vendisteis a los egipcios. Pero ahora no os preocupéis, ni os pese el haberme vendido aquí; para salvación me envió Dios delante de vosotros.»

Palabra de Dios

 

 

Salmo

Sal 104,16-17.18-19.20-21

R/.
 Recordad las maravillas que hizo el Señor

Llamó al hambre sobre aquella tierra:
cortando el sustento de pan;
por delante había enviado a un hombre,
a José, vendido como esclavo. R/.

Le trabaron los pies con grillos,
le metieron el cuello en la argolla,
hasta que se cumplió su predicción,
y la palabra del Señor lo acreditó. R/.

El rey lo mandó desatar,
el Señor de pueblos le abrió la prisión,
lo nombró administrador de su casa,
señor de todas sus posesiones. R/.

 

Lectura del santo Evangelio según san Mateo (10,7-15):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «ld y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis. No llevéis en la faja oro, plata ni calderilla; ni tampoco alforja para el camino, ni túnica de repuesto, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento. Cuando entréis en un pueblo o aldea, averiguad quién hay allí de confianza y quedaos en su casa hasta que os vayáis. Al entrar en una casa, saludad; si la casa se lo merece, la paz que le deseáis vendrá a ella. Si no se lo merece, la paz volverá a vosotros. Si alguno no os recibe o no os escucha, al salir de su casa o del pueblo, sacudid el polvo de los pies. Os aseguro que el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y Gomorra que a aquel pueblo.»

Palabra del Señor

 

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Comentario a la primera lectura

 

Un perdón que libera

 

La historia de José aparece hoy recortada. La disponibilidad para sacrificarse de Judá, no se nos cuenta.

  
José se aprovecha de su posición y autoridad en Egipto para ejercer presión sobre sus hermanos y hacerles confesar el mal que han hecho (al venderlo a él como esclavo). Estos últimos, le han infligido a su anciano padre Jacob un terrible sufrimiento al hacerle creer que su hijo preferido (José) había muerto (Génesis 37, 31-35). Judá, encuentra al fin las palabras para expresar el remordimiento de los hermanos culpables. Habiendo él mismo perdido también a su esposa y dos de sus hijos (38,1-12), Judá está dispuesto a sacrificarse (quedándose como rehén o esclavo cerca de José, en intercambio con Benjamín a quien quiere hacer traer José) para evitarle a su padre otro duelo que sería fatal.


Y en el momento de este emocionante encuentro con sus hermanos, José les explica cómo entiende él lo sucedido. Dios ha organizado y dispuesto todo así para salvar a su familia. Dios se ha servido de todos para cumplir sus proyectos. ¿Entonces por qué José los ha tratado así de tan mala forma para hacerlos confesar? Era necesario que ellos expresaran su remordimiento después de tanto tiempo de silencio. Ahora José puede perdonarlos y liberarlos de su culpabilidad.




“Si alguno no os recibe o no os escucha, al salir de su casa o del pueblo, sacudid el polvo de los pies. Os aseguro que el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y Gomorra que a aquel pueblo.»

Mateo 10: 14-15

 

 

Recuerde cómo Jesús condenó fuertemente a los fariseos por la dureza de su corazón. En el Evangelio de Mateo, capítulo 23, Jesús emite siete condenas de “ay de vosotros” a estos fariseos por ser hipócritas y guías ciegos. Estas condenas fueron actos de amor por parte de Jesús, ya que tenían el objetivo de llamarlos a la conversión. De manera similar, en el Evangelio de hoy, Jesús da instrucciones a Sus Doce sobre lo que deben hacer si predican el Evangelio en una ciudad y son rechazados. Deben “sacudir el polvo” de sus pies.

 

Esta instrucción fue dada en el contexto de Jesús enviando a los Doce a las “ovejas perdidas de la casa de Israel” con la comisión de predicar el Evangelio. En ese momento, debían acudir a aquellos a quienes ya se les había confiado el mensaje de la Ley de Moisés y los profetas, pero ahora debían proclamar que el Reino de Dios ha llegado. Jesús era el Mesías prometido y ahora estaba aquí. Y para aquellos de la casa de Israel que rechazan a Jesús, serían condenados por este acto profético de limpiar el polvo de su pueblo de los pies de los Apóstoles.

 

Al principio, esto puede parecer algo severo. Se puede pensar que la paciencia, las discusiones continuas, la gentileza y cosas por el estilo serían más efectivas. Y aunque ese puede ser el caso en muchas de nuestras experiencias de hoy, el hecho es que Jesús dio a los Doce este mandato.

 

Al igual que la condenación de los fariseos, esta acción profética de limpiar el polvo de sus pies fue un acto de amor. Ciertamente, los Apóstoles no debían hacer esto por ira irracional. No debían hacerlo porque su orgullo fuera herido por el rechazo o por su desdén por estas personas. Más bien, los Apóstoles debían hacerlo como una forma de mostrar las consecuencias de las acciones de la gente del pueblo. Cuando estos pueblos del pueblo elegido rechazaron al Mesías prometido, necesitaban comprender las consecuencias. Necesitaban saber que, al rechazar a los mensajeros, estaban rechazando la gracia salvadora del Evangelio.

 

En primer lugar, es importante considerar a aquellos de quienes Jesús estaba hablando. Hablaba de los que “no recibirán” ni siquiera “escucharán” el mensaje del Evangelio. Estos son los que han rechazado completamente a Dios y su mensaje salvador. Ellos, por su libre elección, se han separado de Dios y de Su santo Evangelio. Son tercos, obstinados y duros de corazón. Así, es en este caso más extremo, de estar completamente cerrados al Evangelio, que Jesús instruye a sus Apóstoles para que se vayan con este acto profético. Quizás al ver esto hecho, algunas personas experimentarían una cierta sensación de pérdida. Quizás algunos se den cuenta de que cometieron un error. Quizás algunos experimentarían un santo sentido de culpa y eventualmente ablandarían sus corazones.

 

Esta enseñanza de Jesús también debería abrirnos los ojos. ¿Cuán plenamente usted recibe y escucha el mensaje del Evangelio? ¿Cuán atento está a la proclamación salvadora del Reino de Dios? En la medida en que está abierto, las compuertas de la misericordia de Dios fluyen. Pero en la medida en que no lo esté, se encontrará con la experiencia de la pérdida.

 

Reflexione hoy sobre su presencia en uno de estos pueblos. Considere las muchas formas en las que ha estado cerrado a todo lo que Dios quiere hablarle. Abra su corazón de par en par, escuche con la mayor atención, sea humilde ante el mensaje del Evangelio y prepárese para recibirlo y cambiar su vida como debería. Comprométase a ser miembro del Reino de Dios para que todo lo que Dios le hable tenga un efecto transformador en su vida.

 

Mi compasivo Señor, Tu firmeza y castigo son un acto de Tu mayor misericordia para con los que tienen un corazón duro. Por favor, ablanda mi corazón, querido Señor, y cuando sea terco y cerrado, repréndeme en Tu gran amor para que siempre vuelva a Ti y a Tu mensaje salvador con todo mi corazón. Jesús, en Ti confío.

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