La vigilancia de lo inesperado
(Éxodo 3, 13-20) Dios
se revela como —literalmente— «Yo seré quien seré», es decir: «tal como me
revelaré a ustedes». Esto invita a la vigilancia, en contraste con un supuesto
saber que nos hace pasar por alto sus visitas.
¿No está llamado el pueblo de
Israel a dejarse sorprender, a ser desinstalado de sus certezas, y a ser
conducido hasta la montaña del Sinaí, donde Dios le dará lo necesario para
perfeccionar su liberación en el respeto al prójimo y en la lucha contra toda
forma de idolatría?
Emmanuelle Billoteau, ermite
Primera lectura
Yo soy el que
soy. “Yo soy” me envía a ustedes
Lectura del libro del Éxodo.
EN aquellos días, al escuchar Moisés la voz del Señor entre las zarzas, le
replicó:
«Mira, yo iré a los hijos de Israel y les diré: “El Dios de sus padres me ha
enviado a ustedes”. Si ellos me preguntan: “¿Cuál es su nombre?”, ¿qué les
respondo?».
Dios dijo a Moisés:
«“Yo soy el que soy”; esto dirás a los hijos de Israel: “Yo soy” me envía a
ustedes».
Dios añadió:
«Esto dirás a los hijos de Israel: “El Señor, Dios de sus padres, el Dios de
Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a ustedes. Este es mi nombre
para siempre: así me llamarán de generación en generación”».
«Vete, reúne a los ancianos de Israel y diles: El Señor Dios de sus padres se
me ha aparecido, el Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, y me ha
dicho: “He observado atentamente cómo los tratan en Egipto y he decidido
sacarlos de la opresión egipcia y llevarlos a la tierra de los cananeos,
hititas, amorreos, perizitas, heveos y jebuseos, a una tierra que mana leche y
miel”.
Ellos te harán caso; y tú, con los ancianos de Israel, te presentarás al rey de
Egipto y le dirán: “El Señor, Dios de los hebreos, nos ha salido al encuentro y
ahora nosotros tenemos que hacer un viaje de tres jornadas por el desierto para
ofrecer sacrificios al Señor nuestro Dios”.
Yo sé que el rey de Egipto no los dejará marchar ni a la fuerza; pero yo
extenderé mi mano y heriré a Egipto con prodigios que haré en medio de él, y
entonces los dejará marchar».
Palabra de Dios
Salmo
R. El Señor se
acuerda de su alianza eternamente.
O bien:
R. Aleluya.
V. Den gracias
al Señor, invoquen su nombre,
den a conocer sus hazañas a los pueblos.
Recuerden las maravillas que hizo,
sus prodigios, las sentencias de su boca. R.
V. Se
acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. R.
V. Dios
hizo a su pueblo muy fecundo,
más poderoso que sus enemigos.
A estos les cambió el corazón
para que odiasen a su pueblo
y usaran malas artes con sus siervos. R.
V. Pero
envió a Moisés, su siervo,
y a Aarón, su escogido,
que hicieron contra ellos sus signos,
prodigios en la tierra de Cam. R.
Aclamación
V. Vengan a mí
todos los que están cansados y agobiados -dice el Señor- y yo los aliviaré. R.
Evangelio
Soy manso y
humilde de corazón
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:
«Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Tomen
mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y
encontrarán descanso para sus almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga
ligera».
Palabra del Señor.
1
Yo soy el que soy: El Nombre de
Dios y la Ligereza del Evangelio
Queridos
hermanos y hermanas:
1. El misterio del Nombre divino
En la
primera lectura de hoy, Moisés, abrumado por la misión que Dios le encomienda,
hace una pregunta profunda, existencial y teológica: “Si me preguntan: ¿Cuál
es su nombre?, ¿qué les voy a responder?” (Éx 3,13). La respuesta de Dios
es misteriosa: “Yo soy el que soy” (v.14). No es un nombre como los que
estamos acostumbrados a usar. No se encierra en una etiqueta ni se limita a una
imagen humana. Es un nombre que revela presencia, fidelidad y trascendencia.
Dios no es solo el que fue con Abraham, Isaac y Jacob; es el que es y el
que será. El Dios vivo y siempre presente.
En la
antigüedad, nombrar a una divinidad era una forma de tener dominio sobre ella.
Pero el Dios de Israel se presenta como un Dios libre, inabarcable, pero
cercano, un Dios que no puede ser manipulado, pero que se revela por amor.
En la tradición judía, su nombre impronunciable, el tetragrama YHWH, se
sustituye con palabras como Adonai o Hashem (“El Nombre”),
recordándonos que lo santo no se posee, sino que se adora con reverencia.
Los
musulmanes, por su parte, reconocen 99 nombres de Dios. El centésimo permanece
desconocido, reservado solo al Altísimo. En todas las tradiciones monoteístas
se respira este asombro ante el misterio de Dios: un Dios que se deja
encontrar, pero nunca se agota.
2. Jesús: el rostro visible del Dios invisible
En el
Evangelio de hoy, Jesús, verdadero Hijo de Dios, se presenta como respuesta
viva y cercana al clamor humano: “Vengan a mí todos los que están fatigados
y agobiados por la carga, y yo les daré alivio” (Mt 11,28).
Aquí se
produce un giro revolucionario. Frente al peso de las leyes, de los ritos
asfixiantes y de las exigencias religiosas sin alma, Jesús propone un yugo que
no destruye, sino que libera. No se trata de que la vida ya no duela o
que no haya sufrimiento, sino de que Él mismo se hace compañero de camino,
nos enseña a cargar la cruz con sentido y esperanza.
Su
promesa: “Mi yugo es suave y mi carga ligera” (v.30), no es una fórmula
mágica, sino una alianza de amor. Él no suprime la fatiga, pero sí le
da sentido. Nos transforma desde dentro. Lo que Él exige, nos capacita
para vivirlo. No nos deja solos.
¡Qué
palabra tan poderosa para los evangelizadores, los misioneros, los catequistas,
los sacerdotes, los consagrados y los laicos comprometidos! En este Año
Jubilar, en que oramos por las vocaciones y por la misión de la Iglesia, Jesús
nos vuelve a invitar a su escuela: la escuela de la mansedumbre, de la
humildad, de la entrega.
3. El Salmo: “El Señor nunca olvida su alianza”
El salmo
responsorial (Salmo 104) es un canto a la memoria fiel de Dios. El
salmista proclama: “El Señor nunca olvida sus promesas”. Nos recuerda
que Dios no es un ser lejano, sino alguien que actúa en la historia,
que acompaña a su pueblo, que cumple su palabra y que libera.
En la
obra evangelizadora, tantas veces fatigosa, nos consuela saber que no
trabajamos en vano. A veces sembramos en el silencio, en el desierto, entre
lágrimas… pero el Señor nunca olvida. En cada vocación que brota, en cada
corazón que se convierte, en cada gesto de amor auténtico, se manifiesta esa
fidelidad que no falla.
4. La alegría que nace de la comunión
“La
alegría es siempre entrar en la alegría del otro: de Dios y de los hombres”.
En un mundo obsesionado con el placer, la eficacia y el éxito, Jesús nos ofrece
una alegría distinta: la que nace del amor gratuito, de la comunión, de
saberse amado incluso en la pobreza.
Esta es
la fuente de toda vocación verdadera. Solo quien se ha sentido abrazado por
Cristo puede decir sí con libertad y generosidad. La evangelización no es
proselitismo; es contagio de alegría, testimonio de vida redimida, canto
humilde que brota del corazón que ha encontrado su descanso en el Señor.
5. Conclusión: “¿Cuál es tu nombre?”
El Año
Jubilar es una oportunidad para redescubrir nuestra identidad bautismal
y para alentar a otros a encontrar su vocación en la Iglesia. Cada nombre, cada
vida, cada historia puede ser transformada por el Nombre que es sobre todo
nombre: Jesús.
Oración final (adaptable a la liturgia o adoración
posterior)
Amén.
2
Yo seré quien seré: El Dios que
sorprende y libera
Queridos
hermanos y hermanas en Cristo:
1. Un nombre que no encierra, sino que abre caminos
Moisés se
encuentra hoy con el Misterio. Frente a la zarza ardiente, no hay solo un fuego
físico, sino un fuego interior, una revelación que lo desinstala. Su pregunta –"¿Cuál
es tu nombre?"– nace de una experiencia que lo supera, pero que lo
llama. Y la respuesta divina es desconcertante: “Ehyeh Asher Ehyeh” –
“Yo seré el que seré”.
No es un nombre cerrado. No es una etiqueta divina para guardar en una vitrina. Es una promesa abierta, una invitación a la vigilancia.
Dios se presenta como el que vendrá, el que se
revelará en su momento, el que no puede ser domesticado ni reducido a
nuestras seguridades.
Esto es
tremendamente actual para nosotros que vivimos en tiempos de incertidumbre.
También nosotros, como el pueblo de Israel, estamos llamados a dejarnos
sorprender por Dios, a ser desinstalados, a salir de nuestros esquemas y a
caminar hacia esa montaña simbólica –el Sinaí de cada uno– donde Dios nos
enseñará a vivir en libertad y justicia, lejos de toda idolatría
moderna.
2. Evangelizar es anunciar un Dios imprevisible y
fiel
En este
Año Jubilar, donde nos reconocemos peregrinos de la esperanza, la
evangelización no puede reducirse a repetir fórmulas o a conservar estructuras.
Evangelizar es ser centinelas del Misterio, mensajeros de la sorpresa
divina, mediadores del Dios que “será quien será”, y que quiere
encontrarse con cada ser humano allí donde está, en su realidad concreta.
Por eso,
no se puede evangelizar sin oración, sin humildad, sin apertura a lo
inesperado. Como Moisés, debemos quitarnos las sandalias del orgullo, del saber
cerrado, de la falsa seguridad pastoral, y ponernos en actitud de escucha y
disponibilidad.
3. Jesús, la gran sorpresa de Dios
Este Dios
que se revela como “el que será”, se manifiesta finalmente en Jesús, el
Hijo eterno. Y lo hace no desde la grandeza, sino desde la mansedumbre,
desde la humildad del corazón. “Vengan a mí todos los que están
fatigados y agobiados… aprendan de mí, que soy manso y humilde” (Mt
11,28-29).
¡Qué
contraste con la religiosidad de los fariseos! Jesús no impone cargas
insoportables. Él camina con nosotros. Su yugo es suave porque es compartido.
Su carga es ligera porque Él la lleva primero.
Quien
evangeliza en su nombre debe hacerlo con este espíritu: ligereza del corazón,
compasión ante las fatigas ajenas, disponibilidad a compartir el
camino. No con prepotencia, sino con ternura. No desde la cátedra, sino
desde la comunión.
4. Una Iglesia en salida… vigilante y vocacional
Una
vocación nace cuando alguien, como Moisés, escucha su nombre en medio del
fuego. Cuando descubre que Dios no es una idea, sino una Presencia viva.
Cuando se siente llamado a liberar, a construir, a servir, a guiar hacia la
montaña santa del encuentro.
5. El salmo 104: “El Señor nunca olvida su alianza”
El salmo
de hoy canta la fidelidad de este Dios imprevisible: “El Señor se acuerda
siempre de su alianza”. Es un Dios que no traiciona, aunque a veces nos
descoloque. Su fidelidad no se expresa en previsibilidad, sino en acompañamiento
constante, en una pedagogía de la sorpresa, que nos educa en la
confianza.
6. Conclusión: “Estén listos para el Dios que
viene”
Queridos
hermanos, el nombre de Dios no es una palabra mágica. Es una promesa en
movimiento, un fuego que nos convoca, un camino que se revela paso a paso.
Evangelizar es hacer lugar a este Dios que nos supera. Formar vocaciones es
despertar corazones dispuestos a dejarse sorprender.
Como
Iglesia en camino jubilar, seamos vigilantes del Misterio, custodios del fuego,
sembradores de libertad.
Oración final
Amén.
3
Homilía: El yugo que nos hace volar
Queridos
hermanos y hermanas en Cristo:
1. El Dios que se revela como promesa
abierta
La
liturgia de hoy nos invita a ponernos en actitud de vigilancia, asombro y
disponibilidad ante el misterio de un Dios que se manifiesta, pero no se deja
encerrar en nuestros moldes humanos. En la primera lectura, Moisés pide a Dios un
nombre, una certeza que pueda presentar ante el pueblo, y Dios responde: “Yo soy el que soy” (Éx
3,14). Literalmente: “Yo seré
el que seré”.
Es
un nombre que no encierra, sino que abre
caminos. Nos habla de un Dios siempre presente, pero que también nos sorprenderá con nuevas formas de
actuar. Un Dios que no se deja manipular, pero que se deja
encontrar. Como decía una reflexión espiritual: “Esto invita a la vigilancia, a diferencia de un pretendido
saber que nos hace pasar por alto sus visitas.”
El
pueblo de Israel será conducido al Sinaí para aprender a vivir en libertad, a
respetar al prójimo y a romper toda forma de idolatría. Este proceso no se hace
desde el poder ni desde la rigidez, sino desde una pedagogía divina de la confianza y el asombro.
2.
Jesús: el Maestro humilde
que carga con nosotros
En
el Evangelio de Mateo, escuchamos una de las invitaciones más bellas y
liberadoras de nuestro Señor:
“Vengan a mí todos los que
están fatigados y agobiados por la carga… tomen sobre ustedes mi yugo y
aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,28-30).
Aquí
el Señor nos habla no solo de descanso, sino de una forma nueva de vivir
nuestras cargas. No se
trata de huir del yugo, sino de cambiarlo: de pasar del yugo de
la esclavitud, el miedo y el egoísmo, al yugo
de la libertad, la humildad y el amor.
3.
El yugo que nos eleva: San
Agustín y el vuelo del alma
San
Agustín, comentando este pasaje, ofrece una imagen genial: compara el yugo de
Cristo con las alas de un pájaro. A simple vista, las alas parecen un peso
adicional. Pero si se las quitas al ave, en lugar de aligerarla, la condenas a arrastrarse por el suelo.
En cambio, con esas alas, que parecen pesadas, el ave puede volar y alcanzar el cielo.
Así
es el yugo de Cristo. Puede parecer exigente, pero en realidad nos da alas. No es una
carga que aplasta, sino una estructura que nos sostiene y nos eleva. Cuando servimos
con amor, cuando llevamos a Cristo en el corazón y nos unimos a Él en nuestras
tareas cotidianas, experimentamos
ligereza, sentido, paz interior.
4.
El servicio como vocación:
hechos para amar
Uno
de los mayores errores de nuestro tiempo es pensar que la libertad es ausencia
de compromisos, que el amor desgasta, que servir cansa. Pero la verdad
cristiana es otra: fuimos
hechos para servir, como el pájaro fue hecho para volar. La
clave está en cómo y con
quién servimos.
Jesús
no dice: “lleven su yugo”, sino: “tomen
mi yugo”. Es decir, no se trata de cargar con lo nuestro solos,
sino de compartir el mismo
yugo con Cristo, de vivir con Él, de permitir que Él lleve lo
más pesado. La vocación, entonces, no es una condena, sino una gracia. No es
una carga, sino una misión que renueva,
alegra y da sentido.
5.
Evangelización y
vocaciones: la alegría del yugo compartido
En
este jueves, día de oración por la evangelización
y las vocaciones, el Señor nos invita a preguntarnos:
·
¿Qué
tipo de yugo estoy llevando?
·
¿Estoy
cansado porque cargo mis preocupaciones en soledad?
·
¿He
experimentado la dulzura del yugo compartido con Cristo?
·
¿Estoy
animando a otros a descubrir su vocación como vuelo y no como carga?
Este
Año Jubilar es una ocasión providencial para redescubrir que la Iglesia no es una estructura pesada,
sino una familia de servidores alegres. Una comunidad de discípulos que llevan
el yugo de Cristo con esperanza. “Peregrinos
de la esperanza”, sí, porque sabemos que el camino del servicio nos conduce a la
plenitud, y que el
yugo de Cristo nunca esclaviza, sino que humaniza, libera y transforma.
6.
El salmo: Dios es fiel a
su promesa
El
Salmo 104
nos recuerda que “El Señor no
olvida jamás su alianza”. Él es fiel. Y si alguna vez nos sentimos
tentados a pensar que servir a Dios no vale la pena, recordemos esto: Dios nunca abandona a los que le sirven
con sinceridad. Él mismo nos sostiene, nos guía y nos
recompensa con la paz del corazón.
7.
Conclusión: “Sí, Señor, yo
quiero tu yugo”
Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy el Señor nos invita a cambiar de yugo. A dejar atrás los yugos del miedo,
del egoísmo, de la autosuficiencia… y tomar el yugo de la mansedumbre, del
servicio, de la comunión.
Hoy
nos dice: “Aprendan de mí”.
Y nos promete: “Encontrarán
descanso”.
Que
esta Eucaristía nos renueve como discípulos alegres, disponibles, abiertos a
nuestra vocación. Que nuestras comunidades sean verdaderos talleres del Reino,
donde cada uno descubra que servir
con Cristo no agobia, sino que nos hace volar.
Oración final
Amén.
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