El circuito de la paz
(Mateo 10, 7-15) La
proclamación del Reino es asunto de peregrinos. Se propaga a través de las
curaciones otorgadas gratuitamente en el camino y, al circular, lleva consigo
la paz.
Despojados de todo atributo de
autosuficiencia y dejándose acoger con discernimiento, los apóstoles son
artesanos y beneficiarios de esa paz que proviene de Cristo. Hagámosla circular
más que nunca para que habite nuestros corazones y nuestros hogares.
Nicolas Tarralle, prêtre assomptionniste
Primera lectura
Gn
44,18-21.23b-29; 45,1-5
Para
preservar la vida me envió Dios delante de ustedes a Egipto
Lectura del libro del Génesis.
EN aquellos días, Judá se acercó a José y le dijo:
«Permite a tu servidor decir una palabra en presencia de su señor; no se enfade
mi señor conmigo, pues eres como el faraón. Mi señor interrogó a sus
servidores: “¿Tienen padre o algún hermano?”, y respondimos a mi señor:
“Tenemos un padre anciano y un hijo pequeño que le ha nacido en la vejez; un
hermano suyo murió, y solo le queda este de aquella mujer; su padre lo adora”.
Tú dijiste a tus servidores: “Tráiganmelo para que lo conozca. Si no baja su
hermano menor con ustedes, no volverán a verme”. Cuando subimos a casa de tu
servidor, nuestro padre, le contamos todas las palabras de mi señor; y nuestro
padre nos dijo: “Vuelvan a comprar algunos alimentos”. Le dijimos: “No podemos
bajar si no viene nuestro hermano menor con nosotros”. Él replicó: “Saben que
mi mujer me dio dos hijos: uno se apartó de mí y pienso que lo ha despedazado
una fiera, pues no he vuelto a verlo; si arrancan también a este de mi lado y
le sucede una desgracia, hundirán de pena mis canas en el abismo”».
José no pudo contenerse en presencia de su corte y gritó:
«Salgan todos de mi presencia».
No había nadie cuando José se dio a conocer a sus hermanos. Rompió a llorar
fuerte, de modo que los egipcios lo oyeron y la noticia llegó a casa del
faraón. José dijo a sus hermanos:
«Yo soy José; ¿vive todavía mi padre?».
Sus hermanos, perplejos, se quedaron sin respuesta. Dijo, pues, José a sus
hermanos:
«Acérquense a mí».
Se acercaron, y les repitió:
«Yo soy José, su hermano, el que vendieron a los egipcios. Pero ahora no se
preocupen, ni les pese el haberme vendido aquí, pues para preservar la vida me
envió Dios delante de ustedes».
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
105(104),16-17.18-19.20-21 (R. 5a)
R. Recuerden las
maravillas que hizo el Señor.
O
bien
R. Aleluya.
V. Llamó al hambre
sobre aquella tierra:
cortando el sustento de pan;
por delante había enviado a un hombre,
a José, vendido como esclavo. R.
V. Le trabaron los
pies con grillos,
le metieron el cuello en la argolla,
hasta que se cumplió su predicción,
y la palabra del Señor lo acreditó. R.
V. El rey lo mandó
desatar,
el Señor de pueblos le abrió la prisión,
lo nombró administrador de su casa,
señor de todas sus posesiones. R.
Aclamación
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. Está cerca el reino
de Dios conviértanse y crean en el Evangelio. R.
Evangelio
Mt
10,7-15
Gratis
han recibido, den gratis
Lectura del santo Evangelio según Mateo.
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«Vayan y proclamen que ha llegado el reino de los cielos. Curen enfermos,
resuciten muertos, limpien leprosos, arrojen demonios.
Gratis han recibido, den gratis.
No se procuren en la faja oro, plata ni cobre; ni tampoco alforja para el
camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su
sustento. Cuando entren en una ciudad o aldea, averigüen quién hay allí de
confianza y quédense en su casa hasta que se vayan. Al entrar en una casa,
salúdenla con la paz; si la casa se lo merece, su paz vendrá a ella. Si no se
lo merece, la paz volverá a ustedes.
Si alguno no los recibe o no escucha sus palabras, al salir de su casa o de la
ciudad, sacudan el polvo de los pies.
En verdad les digo que el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y
Gomorra, que a aquella ciudad».
Palabra del Señor.
Jueves de la 14ª semana del Tiempo Ordinario – Año
Impar, I
Lecturas: Génesis 44,18-21.23-29; 45,1-5 / Salmo 104(103) / Mateo 10,7-15
En el marco del Año Jubilar – Orando por la obra evangelizadora de la
Iglesia y las vocaciones
Queridos
hermanos y hermanas en Cristo:
Hoy el Evangelio de Mateo nos ofrece una escena
profundamente misionera, y al mismo tiempo, intensamente espiritual. Jesús, el
Maestro y Pastor, envía a sus discípulos con una clara consigna: «Proclamen
que el Reino de los Cielos está cerca. Curen enfermos, resuciten muertos,
limpien leprosos, expulsen demonios. Gratuitamente han recibido, den
gratuitamente» (Mt 10,7-8).
Este mandato no nace del poder humano, ni de la
autosuficiencia, sino del envío divino. Jesús no manda a sus discípulos como empresarios
del Reino, sino como peregrinos de la esperanza, mensajeros humildes y
disponibles, portadores de un don que no les pertenece: la paz de Dios.
1. La evangelización es un camino
de peregrinos
Como bien lo expresa el comentario inicial: “La
proclamación del Reino es asunto de peregrinos.” No somos propietarios de
la Verdad, sino testigos itinerantes de un Amor que nos ha encontrado
primero. Así como José en la primera lectura fue instrumento de salvación
para sus hermanos —a pesar del mal que ellos le hicieron—, también nosotros
somos enviados para anunciar un Reino de reconciliación, no desde la
comodidad del juicio, sino desde la gratuidad de la misericordia.
El peregrino no se impone, no llega con seguridades
ni con prepotencias. El peregrino camina, escucha, se deja interpelar, toca las
heridas y siembra sin esperar siempre cosechar. Así es el apóstol que Jesús
quiere formar: libre, humilde, confiado, pero sobre todo, con el corazón
anclado en la paz de Dios.
2. Un Evangelio que se propaga
curando
Jesús dice que los discípulos deben curar, limpiar,
liberar. ¡Qué hermosa pedagogía! El Reino no se anuncia solo con palabras, sino
con gestos que sanan, con acciones que restituyen la dignidad, con una
presencia que transmite consuelo. En este “circuito de la paz” del que habla el
comentario, los apóstoles no solo predican; son portadores vivos de esa paz
que viene del cielo.
La evangelización que no cura, que no toca las
llagas del cuerpo y del alma, es una evangelización incompleta. Nuestra Iglesia
está llamada a ser “hospital de campaña”, como tanto insiste el Papa Francisco,
donde el Evangelio se hace carne en la compasión. En este año jubilar,
es urgente volver a ser Iglesia sanadora, Iglesia que levanta, que visita, que
escucha, que acompaña sin condenar.
3. La pobreza evangélica como
actitud misionera
Jesús dice claramente: «No lleven oro, ni plata,
ni monedas en el cinturón; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni
sandalias, ni bastón» (Mt 10,9-10). No es solo una consigna logística; es
un llamado espiritual. El verdadero misionero no va cargado de recursos
humanos, sino vacío de sí mismo para que el Espíritu lo llene.
En esta perspectiva, la autosuficiencia no es una
virtud, sino un obstáculo. Evangeliza quien se deja hospedar, quien acepta la
hospitalidad como signo del Reino, quien sabe que recibir también es parte
de dar. Los apóstoles no son “proveedores de paz” por su cuenta, sino instrumentos
frágiles de una paz que los supera y los transforma.
4. Hacer circular la paz de
Cristo
El Evangelio concluye con esta bellísima imagen: «Al
entrar en una casa, salúdenla deseándole la paz. Si la casa lo merece, la paz
vendrá sobre ella; si no, volverá a ustedes» (Mt 10,12-13). Qué imagen tan
reveladora de la dinámica del Reino: la paz como don que circula, que va y
vuelve, que fecunda donde encuentra tierra buena y que se recoge cuando no es
acogida.
En un mundo fracturado, en una Colombia aún herida
por la violencia, los odios y las desigualdades, el llamado de Jesús es más
urgente que nunca: “Hagan circular la paz. Que habite en sus corazones y en
sus casas.” No hay mejor anuncio del Evangelio que un corazón
reconciliado, una familia pacificada, una comunidad fraterna.
5. Oración por la obra
evangelizadora y las vocaciones
Queridos hermanos, en este año jubilar,
oremos intensamente por la misión evangelizadora de la Iglesia. Que cada
bautizado se reconozca enviado. Que no esperemos que “otros lo hagan”, sino que
cada uno, desde su realidad, se convierta en puente del Reino, palabra de
consuelo, rostro de Cristo para los que sufren.
Y supliquemos al Señor que envíe obreros a su mies.
Que surjan vocaciones sacerdotales, religiosas, misioneras y laicales, que
respondan con generosidad y libertad al llamado del Evangelio. Vocaciones
no por prestigio ni comodidad, sino por pasión por el Reino, por amor al Señor
y a su pueblo.
Oración final
Señor
Jesús,
Tú que enviaste a tus apóstoles despojados de seguridades,
pero llenos de la fuerza del Espíritu,
haznos misioneros de tu paz.
Haz que
nuestra vida sea testimonio
de la cercanía de tu Reino,
y que, al proclamarlo con palabras y acciones,
sanemos, levantemos y reconciliemos.
Te
pedimos por tu Iglesia,
para que no se canse de evangelizar,
y por todos aquellos a quienes llamas a una vocación especial.
Dales valentía, generosidad y alegría en el seguimiento.
Y que tu
paz —esa que supera todo entendimiento—
circule por nuestros corazones y hogares,
para que, al recibirla, también sepamos transmitirla.
Amén.
2
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
La Palabra de Dios en este día nos confronta con
una realidad que no podemos ignorar: la dureza del corazón humano frente
al mensaje de la salvación. Tanto en la historia de José y sus hermanos, como
en el envío apostólico de los discípulos por parte de Jesús, se hace evidente
que la libertad humana puede acoger o rechazar el don de Dios. Y cada
decisión tiene consecuencias.
I. José y la pedagogía del
perdón: un corazón que se ha dejado moldear
En la primera lectura (Gn 44,18-45,5), se nos
presenta uno de los momentos más conmovedores del Antiguo Testamento: José,
vendido por sus hermanos como esclavo, ahora convertido en gobernador de
Egipto, se da a conocer y rompe en llanto. Pero sus lágrimas no son de
rencor, sino de misericordia y reconciliación. Dice a sus hermanos: «No
se aflijan ni se reprochen el haberme vendido, pues fue Dios quien me envió
delante de ustedes para salvarles la vida» (Gn 45,5).
¿Qué ha pasado en el corazón de José? No se ha
endurecido por el dolor, sino que ha madurado en la fe. Ha visto la mano de
Dios incluso en el pecado de sus hermanos. Su vida es testimonio de una verdad
profunda: el corazón que se deja ablandar por el amor de Dios, se convierte
en instrumento de salvación.
II. Jesús y los discípulos: el
riesgo del rechazo
En el Evangelio (Mt 10,7-15), Jesús envía a sus
discípulos a anunciar el Reino y los prepara para el rechazo. Les dice que si
en algún lugar no los reciben, deben sacudirse el polvo de los pies como
testimonio. Este gesto simbólico es una advertencia: rechazar el Evangelio
es rechazar la paz, la sanación, la presencia misma del Mesías.
No se trata de venganza, sino de un último gesto
profético, con la esperanza de que ese testimonio sacuda las conciencias
y despierte en los corazones cerrados una nostalgia del Reino. Jesús no quiere
corazones tibios, ni discípulos temerosos. Quiere hombres y mujeres que hablen
con la autoridad de la verdad y el fuego del Espíritu.
III. Evangelizar en tiempos de
corazones endurecidos
Hoy más que nunca, la Iglesia está llamada a
evangelizar en un mundo donde muchos corazones están endurecidos por la
indiferencia, el relativismo, el dolor o la desconfianza. La misión sigue
siendo urgente, pero también exigente: ser testigos auténticos, anunciar
sin miedo, pero también saber cuándo retirarse y dejar que el silencio sea una
semilla de inquietud espiritual.
En este año jubilar, renovamos nuestro
compromiso con la misión evangelizadora. La paz que anunciamos es la paz de
Cristo, no la de este mundo. Nuestra tarea no es convencer por la fuerza, sino proponer
con el testimonio de vidas transformadas. Que nuestras comunidades sean
faros de luz y no bastiones de condena.
IV. Vocaciones que suavicen el
mundo
La llamada a las vocaciones es también una llamada
a corazones suaves, sensibles al dolor del mundo, abiertos al llamado de Dios. El
Reino necesita obreros valientes, pero sobre todo humildes, que lloren como
José, que hablen con autoridad como los discípulos, que sean capaces de irse
sin rencor cuando no son escuchados, pero que no dejen de amar.
Oremos, pues, por más vocaciones sacerdotales,
religiosas, misioneras y laicales. Oremos por una Iglesia más audaz, más libre,
más compasiva. Y oremos, sobre todo, para que nuestros propios corazones no
se endurezcan ante la voz de Dios.
Oración final
Señor
Jesús,
tú que enviaste a tus discípulos a proclamar el Reino,
enséñanos a hablar con firmeza y a amar con ternura.
Danos
corazones como el de José,
capaces de perdonar y ver tu mano incluso en el sufrimiento.
Danos labios que anuncien la salvación,
y pies que sepan cuándo quedarse y cuándo sacudirse el polvo.
Que tu
Iglesia siga evangelizando con libertad y esperanza,
y que surjan vocaciones dispuestas a seguirte con todo el corazón.
Y cuando nos alejemos de tu Palabra,
suaviza nuestro corazón, y haznos volver a ti.
Jesús, en Ti confiamos. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por visitar mi blog, Deje sus comentarios que si son hechos con respeto y seriedad, contestaré con mucho gusto. Gracias. Bendiciones