jueves, 2 de octubre de 2025

3 de octubre del 2025: viernes de la vigésima sexta semana del tiempo ordinario-I- Beato Jesús Emilio Jaramillo. mxy

 

Un grito que escuchar

(Lucas 10, 13-16) ¡Qué duras de escuchar son las palabras de condena de Jesús contra las ciudades de cerviz dura! Pero, frente al rechazo a la conversión, se puede comprender su impaciencia.

Al concluir este tiempo dedicado al cuidado de la Creación, volvamos a escuchar este llamado. ¡Desdichados de nosotros que no escuchamos el grito de la tierra y el de los pobres! ¿Hasta cuándo seguiremos oyendo sin escuchar la urgencia?

Colette Hamza, xavière

 

 

Primera lectura

Bar 1, 15-22
Hemos pecado contra el Señor desoyendo sus palabras

 

Lectura del libro de Baruc.

«CONFESAMOS que el Señor nuestro Dios es justo.
Nosotros, en cambio, sentimos en este día la vergüenza de la culpa. Nosotros, hombres de Judá, vecinos de Jerusalén, nuestros reyes y gobernantes, nuestros sacerdotes y profetas, lo mismo que nuestros antepasados, hemos pecado contra el Señor desoyendo sus palabras.
Hemos desobedecido al Señor nuestro Dios, pues no cumplimos los mandatos que él nos había propuesto.
Desde el día en que el Señor sacó a nuestros padres de Egipto hasta hoy, no hemos hecho caso al Señor nuestro Dios y nos hemos negado a obedecerlo.
Por eso nos han sucedido ahora estas desgracias y nos ha alcanzado la maldición con la que el Señor conminó a Moisés cuando sacó a nuestros padres de Egipto para darnos una tierra que mana leche y miel.
No obedecimos al Señor cuando nos hablaba por medio de sus enviados los profetas; todos seguimos nuestros malos deseos sirviendo a otros dioses y haciendo lo que reprueba el Señor nuestro Dios.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 78, 1b-2. 3-5. 8. 9 (R.: 9b)

R. Por el honor de tu nombre, Señor, líbranos.

V. Dios mío, los gentiles han entrado en tu heredad,
han profanado tu santo templo,
han reducido Jerusalén a ruinas.
Echaron los cadáveres de tus siervos
en pasto a las aves del cielo,
y la carne de tus fieles a las fieras de la tierra.
 R.

V. Derramaron su sangre como agua
en torno a Jerusalén,
y nadie la enterraba.
Fuimos el escarnio de nuestros vecinos,
la irrisión y la burla de los que nos rodean.
¿Hasta cuándo, Señor?
¿Vas a estar siempre enojado?
¿Arderá como fuego tu cólera?
 R.

V. No recuerdes contra nosotros
las culpas de nuestros padres;
que tu compasión nos alcance pronto,
pues estamos agotados. 
R.

V. Socórrenos, Dios, Salvador nuestro,
por el honor de tu nombre;
líbranos y perdona nuestros pecados
a causa de tu nombre. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. No endurezcan hoy su corazón; escuchen la voz del Señor. R. 

 

Evangelio

Lc 10, 13-16

Quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, dijo Jesús:
«¡Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida! Pues si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en ustedes, hace tiempo que se habrían convertido, vestidos de sayal y sentados en la ceniza.
Por eso el juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a ustedes.
Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al abismo.
Quien a ustedes escucha, a mí me escucha; quien a ustedes rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí,
rechaza al que me ha enviado».

Palabra del Señor.

 

 

1

Introducción

Queridos hermanos:

Hoy la Palabra de Dios nos sitúa en un terreno profundamente penitencial y esperanzador. El libro de Baruc nos pone frente al espejo de nuestra historia: “Al Señor, nuestro Dios, la justicia; a nosotros, la vergüenza” (Bar 1,15). Es un examen de conciencia del pueblo que reconoce sus pecados y clama misericordia. El salmo 78, por su parte, es una súplica ardiente: “No recuerdes, Señor, contra nosotros las culpas antiguas; vengan pronto a nosotros tus compasiones”.

Y en el Evangelio, Jesús eleva su voz con un lamento profético contra las ciudades que no se convirtieron pese a los signos: Corozaín, Betsaida, Cafarnaúm. Son palabras duras, pero llenas de amor: un llamado urgente a la conversión antes de que sea demasiado tarde.

Hoy, además, la Iglesia en Colombia recuerda con emoción y compromiso al beato Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, obispo mártir de Arauca, asesinado en 1989 por anunciar la paz y denunciar la injusticia. Su vida y martirio se convierten en un fuerte llamado a reconocer nuestros pecados personales y sociales, y a caminar hacia la reconciliación.


1. La confesión de Baruc: el pueblo que reconoce su pecado

La primera lectura nos recuerda que toda conversión comienza con la humildad de reconocer la verdad de nuestra vida. “Hemos pecado contra el Señor, no hemos escuchado su voz” (Bar 1,18).

¡Cuánto cuesta reconocer que nos hemos equivocado! Muchas veces buscamos excusas, minimizamos nuestros errores o culpamos a otros. Pero la gracia del Jubileo nos pide dar un paso más: ponernos delante de Dios con el corazón contrito, sabiendo que solo su misericordia puede restaurarnos.

En nuestra realidad colombiana e insular —San Andrés, Providencia y Santa Catalina— esta confesión de culpas adquiere tonos concretos: la violencia, la corrupción, las divisiones sociales, la indiferencia frente a los pobres, los daños al medio ambiente. Como pueblo, también necesitamos decir con Baruc: “A nosotros, la vergüenza en el rostro”. No para quedarnos en la culpa, sino para abrirnos al perdón que sana.


2. El grito del salmista: “Ayúdanos, Dios Salvador nuestro”

El salmo 78 es un clamor del alma herida: “Socórrenos, Dios salvador nuestro, por la gloria de tu nombre; líbranos y perdona nuestros pecados por tu nombre” (Sal 78,9).
En él resuena la voz de quienes sufren en el cuerpo y en el alma: los enfermos, los que lloran en soledad, las víctimas de la violencia, los que padecen depresión o desesperanza.

En el marco del Jubileo, este grito se vuelve súplica universal: que la misericordia de Dios llegue a cada rincón donde haya dolor. Oramos especialmente por nuestros hermanos que cargan heridas visibles e invisibles, por quienes luchan con adicciones, por quienes han perdido la paz interior.

El Jubileo no es solo fiesta; es también hospital de campaña donde Cristo nos cura, como recuerda el Papa Francisco. Hoy pedimos a Dios que derrame bálsamo en tantas vidas quebradas.


3. El Evangelio: Jesús llama a la conversión

El Evangelio es fuerte: Jesús denuncia la indiferencia. Las ciudades de Corozaín y Betsaida vieron milagros, pero no cambiaron de vida. No basta ver signos, hay que responder con conversión.

También nosotros, muchas veces, somos espectadores de la gracia sin dejarnos tocar en lo profundo. Participamos en la Eucaristía, celebramos fiestas religiosas, escuchamos homilías… y, sin embargo, el corazón sigue endurecido. El Jubileo es el momento propicio para romper la indiferencia espiritual.

Jesús nos recuerda que el mayor pecado no es la fragilidad, sino la falta de respuesta. No es la debilidad la que nos condena, sino la resistencia al amor de Dios.


4. El testimonio del Beato Jesús Emilio Jaramillo

El beato Jesús Emilio Jaramillo Monsalve fue un pastor que supo “poner el rostro” como Baruc, y “clamar” como el salmista, pero sobre todo, vivir como Cristo que entrega su vida. En medio de un contexto de violencia en Arauca, alzó su voz contra la injusticia, defendió a los pobres, denunció las estructuras del mal. Por eso fue perseguido y asesinado.

Su martirio nos recuerda que la conversión no es solo intimista; es también social. Convertirse significa luchar contra la corrupción, defender la vida, optar por la justicia y la reconciliación. Hoy su sangre nos impulsa a no callar ante el dolor de nuestro pueblo.


5. Aplicación jubilar y penitencial

En este Año Jubilar de la Esperanza, esta memoria y estas lecturas nos piden tres actitudes concretas:

1.    Examen de conciencia profundo: reconocer dónde hemos cerrado el corazón a Dios.

2.    Oración intercesora: pedir perdón por nuestros pecados y por los pecados de la humanidad.

3.    Compromiso social: como el beato Jaramillo, ser constructores de paz y esperanza en nuestra tierra.


Conclusión

Hermanos, hoy el Señor nos llama con fuerza a la conversión. No endurezcamos el corazón. Con humildad, como Baruc, digamos: “Señor, hemos pecado”. Con confianza, como el salmista, gritemos: “Ayúdanos, Dios Salvador nuestro”. Y con valentía, como el beato Jesús Emilio, vivamos nuestra fe hasta las últimas consecuencias.

Que este Jubileo sea para todos nosotros una experiencia de perdón, reconciliación y esperanza. Y que la intercesión de la Virgen María, Estrella del Mar, y del beato Jesús Emilio Jaramillo, nos impulse a caminar como verdaderos peregrinos de la esperanza.


Oración Jubilar y Penitencial

Señor Jesús,
Tú que no te cansas de perdonar,
hoy queremos presentarte nuestras culpas
y el dolor de tantos hermanos que sufren en el cuerpo y en el alma.
Mira a los enfermos, a los que lloran en soledad,
a los que viven en tinieblas de pecado y desesperanza.

Por intercesión del beato Jesús Emilio,
haznos constructores de paz y testigos de tu misericordia.
Concédenos un corazón humilde para pedir perdón
y una vida valiente para vivir en la verdad del Evangelio.

Amén.

 

2

 

Introducción

Queridos hermanos:

La liturgia de hoy nos conduce a un ejercicio profundo de examen de conciencia. El profeta Baruc, en la primera lectura, hace una confesión sincera en nombre de todo el pueblo: reconoce sus pecados y acepta con lucidez que las desgracias sufridas no vienen de un Dios injusto, sino de la infidelidad humana. El salmista eleva un grito que también hacemos nuestro: “No recuerdes contra nosotros las culpas antiguas, que tu compasión venga pronto a socorrernos”. Y en el Evangelio, Jesús lanza un lamento fuerte contra las ciudades que, aun viendo milagros, permanecieron indiferentes y sin conversión.

Estamos, pues, frente a una liturgia marcada por el llamado a la responsabilidad personal y comunitaria. No se trata de buscar culpables afuera, sino de reconocer con humildad que nuestra vida, muchas veces, necesita de un “cilicio y ceniza”, es decir, de un signo interior y exterior de arrepentimiento sincero.


1. La lucidez de Baruc: reconocer con verdad

Baruc nos recuerda que la historia del pueblo estuvo marcada por la fidelidad y la infidelidad. Dios siempre había advertido: si caminan en mis caminos, habrá vida y bendición; si no, vendrá la ruina y la esclavitud. El profeta no engaña al pueblo: no dice que Dios es injusto ni cruel. Más bien reconoce: “Al Señor la justicia; a nosotros la vergüenza”.

Aceptar esta verdad con lucidez es el primer paso hacia la conversión. El Jubileo nos pide este ejercicio: dejar de culpar a otros, dejar de huir de la responsabilidad, y reconocer que la infidelidad a la Palabra de Dios nos aleja de la vida verdadera. Este reconocimiento no es para hundirnos en la culpa, sino para abrirnos al perdón que restaura.


2. El grito del salmo: súplica desde la herida

El salmo 78 expresa con fuerza lo que siente un corazón penitente: “Ayúdanos, Dios salvador nuestro, por la gloria de tu nombre; líbranos y perdona nuestros pecados”.

En este lamento encontramos también a quienes hoy sufren en el cuerpo y en el alma: los enfermos, los pobres, los que padecen hambre, los migrantes, los que viven en soledad, los que arrastran culpas y no encuentran paz interior. Todos ellos pueden hacer suyo este clamor.

El Jubileo es precisamente eso: un tiempo de compasión. Así como el pueblo en Baruc reconoció sus culpas y pidió misericordia, también nosotros estamos llamados a clamar: “Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados; trátanos según tu amor”.


3. El Evangelio: el reproche de Jesús y el llamado al “cilicio y ceniza”

El Evangelio de Lucas nos presenta a un Jesús que no se queda indiferente ante la indiferencia. “¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida!”. Son ciudades que recibieron milagros, signos, predicación, y no cambiaron. Jesús llega a decir que si en Tiro y Sidón hubieran visto lo mismo, ya habrían hecho penitencia, vestidos de sayal y sentados en ceniza.

El “sayal y ceniza” eran un signo visible de arrepentimiento. Vestirse con un saco áspero y sentarse en ceniza significaba reconocer públicamente la propia culpa, el deseo de cambiar, la necesidad de la misericordia divina. No era un gesto vacío: era un signo visible de un corazón quebrantado.

Hoy quizás no usamos literalmente esos signos, pero la pregunta es clara: ¿qué signos de arrepentimiento y conversión damos nosotros? ¿Cómo se nota en nuestra vida que estamos cambiando, que nos duele el pecado, que queremos comenzar de nuevo?

No basta con decir “me arrepiento” en lo secreto del corazón; el arrepentimiento debe manifestarse en obras concretas de reconciliación, reparación y servicio. Si con mi palabra dañé, debo pedir perdón. Si con mis acciones herí, debo reparar. Si con mi indiferencia descuidé a alguien, debo acercarme y servir. El Jubileo nos pide obras de conversión visibles.


4. Un llamado penitencial para hoy

Este viernes ordinario, dentro del Año Jubilar, nos invita a hacer de la liturgia una verdadera celebración penitencial. No solo reconocemos nuestros pecados personales, también los comunitarios: pecados de indiferencia, de injusticia, de división, de violencia.

Y aquí es donde la Palabra de hoy toca la vida concreta:

·        A nivel personal, reconocer nuestras fragilidades y pedir perdón.

·        A nivel familiar, sanar heridas antiguas y dar pasos hacia la reconciliación.

·        A nivel social, trabajar por la justicia, la verdad y la solidaridad.

Arrepentirse no es solo un sentimiento interior; es un cambio que los demás deben percibir.


5. El Jubileo: peregrinos de esperanza en conversión

Este Jubileo, que nos identifica como “peregrinos de la esperanza”, no puede vivirse sin penitencia. Caminar hacia Dios significa reconocer que hemos tomado sendas equivocadas. La esperanza no es ingenuidad; se edifica sobre la verdad, y la verdad es que necesitamos la misericordia de Dios.

Así como Nínive se convirtió con cilicio y ceniza, nosotros estamos llamados a dar signos claros de un arrepentimiento real. Quizá sea un ayuno, quizá un servicio concreto, quizá pedir perdón a alguien, quizá una obra de caridad. El Jubileo nos pide testimoniar al mundo que la conversión es posible.


Conclusión

Hermanos, hoy la Palabra es clara:

·        Como Baruc, aceptemos con lucidez nuestra responsabilidad.

·        Como el salmista, clamemos con confianza por la misericordia.

·        Como Jesús nos pide, vistámonos espiritualmente de “sayal y ceniza”, dando signos visibles de arrepentimiento y reconciliación.

Que este Jubileo sea un tiempo de gracia para reconciliarnos con Dios, con los demás y con nosotros mismos.


Oración Penitencial Jubilar

Señor,
te reconocemos como justo y santo.
Hoy venimos a ti con corazón contrito,
pidiendo perdón por nuestros pecados personales y comunitarios.

Mira, Señor, a quienes sufren en el cuerpo y en el alma:
a los enfermos, a los pobres, a los que viven sin esperanza.
Derrama sobre ellos tu compasión y tu paz.

Enséñanos a manifestar nuestro arrepentimiento
con obras de amor, reparación y servicio,
para que el mundo crea que tu misericordia transforma.

Haznos peregrinos de esperanza,
reconciliados contigo y con nuestros hermanos.

Amén.

 

3

 

Introducción

Queridos hermanos:

El Evangelio de hoy nos muestra a un Jesús apasionado por la conversión del corazón. Sus palabras contra Corozaín y Betsaida no son un deseo de condena, sino un grito de amor herido: un reclamo ante la indiferencia de quienes, a pesar de ver signos y milagros, permanecieron sordos a su voz.

Alguien comentando este pasaje del evangelio, nos ayuda a actualizar esta Palabra en un contexto muy concreto: no solo hablamos del rechazo a la conversión espiritual, sino también del rechazo a la conversión ecológica y social que hoy nos pide la Iglesia. El Papa Francisco, en Laudato Si’, reiteró que la creación “gime como con dolores de parto” (cf. Rm 8,22) y que los pobres claman al cielo porque son los primeros en sufrir las consecuencias de la degradación de la tierra.

Estamos, pues, frente a un grito doble: el de Dios que nos llama a la conversión, y el de la tierra y los pobres que esperan justicia. Y la gran pregunta sigue en pie: ¿hasta cuándo escucharemos sin oír la urgencia?


1. El grito de Jesús en el Evangelio

Jesús lamenta que ciudades privilegiadas, que habían visto milagros y escuchado su predicación, permanecieran duras de corazón. “¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida!”. El reproche no es odio, sino amor apasionado que reclama respuesta.

El Señor nos recuerda que el pecado más grave no es la debilidad, sino la indiferencia. No es caer, sino negarse a levantarse. No es ignorancia, sino resistencia consciente a la gracia. Hoy también nosotros, como aquellos pueblos, podemos ser sordos a las llamadas de Dios: vivimos ocupados, entretenidos, atrapados en el ruido, y no dejamos que el Evangelio cale en lo profundo.


2. El grito de la tierra y de los pobres

Somos invitados hoy a ampliar esta escucha: no solo es Jesús quien clama, también lo hace la creación. La tierra está herida: deforestación, contaminación, mares llenos de plástico, especies que desaparecen, climas extremos. Y los pobres, nuestros hermanos más frágiles, son quienes cargan con las consecuencias.

No escuchar este clamor es repetir la indiferencia de Corozaín y Betsaida: ver milagros (la maravilla de la naturaleza, el don de la vida, la belleza de los océanos y bosques) y seguir viviendo como si nada pasara.

En el marco del Año Jubilar, estamos llamados a una conversión integral: no solo espiritual, sino también ecológica y social. Ser peregrinos de esperanza significa aprender a cuidar la casa común y a solidarizarnos con los que sufren.


3. La urgencia de la conversión

“¿Hasta cuándo vamos a escuchar sin oír la urgencia?” La pregunta es fuerte y actual. Porque no basta con buenas intenciones o discursos, se requieren gestos concretos de conversión:

·        A nivel personal, revisar nuestros hábitos de consumo, nuestra relación con la naturaleza, nuestras actitudes de indiferencia ante el dolor del prójimo.

·        A nivel comunitario, promover la solidaridad, la reconciliación, el respeto por los más vulnerables.

·        A nivel eclesial, hacer de nuestras parroquias lugares donde se cuide la creación, se sirva a los pobres y se proclame con claridad la necesidad de un cambio de vida.

El Jubileo es un tiempo de gracia para volver a Dios, pero también un tiempo para volver a escuchar el grito de la tierra y de los pobres como voz de Dios que nos llama a la responsabilidad.


4. Dimensión penitencial: sayal y ceniza hoy

Jesús recuerda que Tiro y Sidón habrían hecho penitencia “con sayal y ceniza”. No se trata de un rito vacío, sino de un gesto visible de arrepentimiento. Hoy quizá no nos vistamos literalmente de sayal, pero necesitamos gestos concretos que expresen conversión.

·        Puede ser un ayuno, no solo de comida, sino de consumismo, de derroche, de palabras hirientes.

·        Puede ser una obra de caridad visible, como reconciliarse con un hermano, reparar un daño causado, ofrecer tiempo y servicio.

·        Puede ser un signo ecológico, como plantar un árbol, limpiar un espacio común, reducir nuestro impacto ambiental.

Son maneras de sentarnos “en cilicio y ceniza” hoy, mostrando que nuestro arrepentimiento no es solo interior, sino público, visible, fecundo.


Conclusión

Hermanos, hoy la Palabra nos interpela con fuerza:

·        Jesús nos grita desde el Evangelio que no seamos indiferentes a su amor.

·        La tierra nos grita desde sus heridas que la cuidemos.

·        Los pobres nos gritan desde su sufrimiento que seamos solidarios.

En este Año Jubilar, peregrinos de la esperanza, no podemos permanecer sordos. La urgencia es clara: conversión personal, comunitaria y social. Que no tengamos que escuchar de Jesús el lamento: “¡Ay de ti!”. Que, por el contrario, podamos escuchar de Él: “Bienaventurados ustedes que supieron oír mi voz y ponerla en práctica”.


Oración final

Señor Jesús,
tus palabras son duras pero verdaderas,
porque nos sacuden de la indiferencia.
Hoy queremos escuchar tu grito de amor
y el clamor de la tierra y de los pobres.

Danos un corazón sensible,
capaz de arrepentirse con sinceridad
y de expresar la conversión en obras visibles.
Haznos humildes para vestirnos de “sayal y ceniza”,
y valientes para trabajar por la justicia,
la reconciliación y el cuidado de la creación.

Que en este Año Jubilar seamos verdaderos peregrinos de esperanza,
y que en nuestras vidas resuene no el lamento del “¡Ay de ti!”,
sino la alegría del “¡Ven, siervo bueno y fiel!”.

Amén.


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3 de octubre

Beato Jesús Emilio Jaramillo. mxy, Obispo y mártir colombiano

 “profeta y mártir de paz”

Infancia, familia y formación temprana

Jesús Emilio Jaramillo Monsalve nació el 14 de febrero de 1916 en Santo Domingo, Antioquia, Colombia. Hijo de una familia sencilla y profundamente creyente, desde niño se destacó por su sensibilidad humana y espiritual. Realizó sus estudios primarios en su pueblo natal y, a los 13 años, ingresó al Seminario de Misiones Extranjeras de Yarumal, donde continuó su formación en humanidades y filosofía. Allí maduró su vocación misionera y, en 1936, profesó sus primeros votos religiosos. Fue ordenado sacerdote el 1 de septiembre de 1940, entregando su vida al servicio de la Iglesia como misionero de Yarumal.


Vida sacerdotal y compromiso pastoral

En su ministerio sacerdotal desempeñó múltiples tareas: fue docente en seminarios, director espiritual, maestro de novicios y capellán. Su formación sólida y su pasión por la Palabra de Dios lo convirtieron en guía de muchos jóvenes. También sirvió como Superior General de los Misioneros de Yarumal, impulsando la misión en territorios lejanos, la formación de misioneros y la cercanía con comunidades indígenas y campesinas.

Su vida sacerdotal se caracterizó por la sencillez, la profundidad espiritual y la convicción de que la evangelización debía ir unida a la promoción humana, a la justicia y al servicio de los más pobres.


Episcopado, misión en Arauca y testimonio profético

En 1970 fue nombrado Vicario Apostólico de Arauca, una región marcada por la pobreza, la violencia y la marginación. Allí encontró un pueblo con grandes necesidades, pero también con una fe viva. Se dedicó a visitar comunidades dispersas, a formar catequistas, a impulsar la educación, la salud y la organización comunitaria. Su ministerio fue cercano, itinerante, marcado por un amor concreto hacia los más vulnerables.

En 1984, con la creación de la diócesis de Arauca, fue nombrado su primer obispo. Desde ese lugar se convirtió en una voz profética, denunciando injusticias y defendiendo la vida. Fue un pastor que no se dejó intimidar por las amenazas, consciente de que el Evangelio exige valentía para anunciar la verdad.


El martirio, su entrega hasta el final

El 2 de octubre de 1989, mientras realizaba una visita pastoral en zonas rurales, fue secuestrado por un comando guerrillero. No ocultó su identidad y, con serenidad, confesó: “Soy yo”. Fue torturado y finalmente asesinado, ofreciendo su vida como testimonio de fidelidad al Evangelio y de amor a su pueblo.

Su muerte fue un golpe duro para Arauca y para toda la Iglesia en Colombia, pero también se convirtió en semilla de esperanza. Murió como pastor que no abandonó a sus ovejas, mártir de la fe y de la paz.


Beatificación y legado

Su proceso de beatificación reconoció que murió como mártir, asesinado por odio a la fe. El Papa Francisco lo beatificó el 8 de septiembre de 2017, durante su visita apostólica a Colombia.

Hoy se le recuerda como un obispo humilde, cercano, profeta de la reconciliación y testigo del Evangelio hasta el martirio. Su figura inspira a trabajar por la paz, a escuchar el clamor de los pobres, a cuidar la vida y la dignidad humana, y a ser una Iglesia misionera que no huye de las periferias.


Significado para la Iglesia de hoy

El Beato Jesús Emilio Jaramillo es modelo de pastor que une contemplación y acción, fe y justicia, anuncio del Evangelio y compromiso con la vida. Su ejemplo invita a cada cristiano a vivir la fe con valentía, a no quedarse en la comodidad, a escuchar los gritos de los pobres y a comprometerse en la construcción de una sociedad más fraterna.

Es, para la Iglesia de Colombia y de América Latina, un faro de esperanza: profeta que habló en nombre de Dios y mártir que entregó su vida en fidelidad a Cristo y a su pueblo.

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