miércoles, 1 de octubre de 2025

2 de octubre del 2025: jueves de la vigésima sexta semana del tiempo ordinario-I- Memoria de los Santos Ángeles Custodios

 

Santo del día:

Santos Ángeles Custodios

Hoy la Iglesia recuerda a los Santos Ángeles Custodios, a quienes Dios confió la misión de asegurar una presencia fraterna entre los hombres.

 

Una cuestión de talla

(Éxodo 23,20-23a ; Mateo 18,1-5.10) Cuidar de todo niño y del niño que hay en nosotros. Ser guardianes de la infancia, ser una casa segura para acogerla. La necesitamos para no desesperarnos, para no estar indiferentes, para no vivir las cosas con suficiencia. ‘¿Quién, pues, es el mayor?’ La medida del Reino está dada: se toma según la estatura de un niño. Si buscamos más alto, nos daremos con la cabeza; será difícil entrar en él.”

Colette Hamza, xavière

 


Primera lectura

Ex 23, 20-23

Mi ángel irá por delante

 Lectura del libro del Éxodo.


ESTO dice el Señor:
«Voy a enviarte un ángel por delante, para que te cuide en el camino y te lleve al lugar que he preparado.
Hazle caso y obedécele.
No te rebeles, porque lleva mi nombre y no perdonará tus rebeliones.
Si le obedeces fielmente y haces lo que yo digo, tus enemigos serán mis enemigos y tus adversarios serán mis adversarios.
Mi ángel irá por delante y te llevará a las tierras de los amorreos, hititas, perizitas, cananeos, heveos y jebuseos, y yo los exterminaré».


Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 90, 1-2. 3-4. 5-6. 10-11 (R.: 11)


R. A sus ángeles ha dado órdenes
para que te guarden en tus caminos.


V. Tú que habitas al amparo del Altísimo,
que vives a la sombra del Omnipotente,
di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío,
Dios mío, confío en ti». 
R.

V. Él te librará de la red del cazador,
de la peste funesta.
Te cubrirá con sus plumas,
bajo sus alas te refugiarás:
su verdad es escudo y armadura. 
R.

V. No temerás el espanto nocturno,
ni la flecha que vuela de día,
ni la peste que se desliza en las tinieblas,
ni la epidemia que devasta a mediodía. 
R.

V. No se acercará la desgracia,
ni la plaga llegará hasta tu tienda,
porque a sus ángeles ha dado órdenes
para que te guarden en tus caminos. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Bendigan al Señor, ejércitos suyos, servidores que cumplen sus deseos. R.

 

Evangelio

Mt 18, 1-5. 10

Sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
«¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?».
Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo:
«En verdad les digo que, si no se convierten y se hacen como niños, no entrarán en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí.
Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque les digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial». 

Palabra del Señor

 

 

1

El regreso a las fuentes, guiados por los ángeles de Dios

 

5.    El regreso a las fuentes de la fe

La primera lectura (Neh 8,1-12) nos muestra un momento solemne: el pueblo de Israel, después del destierro, se reúne como una gran familia para escuchar el Libro de la Ley del Señor proclamado por Esdras. No es un simple acto cultural, sino un acontecimiento espiritual: la Palabra se convierte en fuente de identidad y de esperanza.
El pueblo llora, porque descubre cuán lejos había quedado de Dios, pero también ríe y festeja, porque vuelve a sentir la ternura de un Padre que nunca los abandonó. Allí está el corazón de toda liturgia: escuchar la Palabra, dejarnos tocar, reconocer nuestra fragilidad, y al mismo tiempo alegrarnos porque Dios siempre nos ofrece un nuevo comienzo.

Queridos hermanos, ¿no es esto lo que celebramos en cada Eucaristía? Nos reunimos, venimos de diferentes casas, historias y realidades, y juntos escuchamos la Palabra que nos llama a la conversión, al arrepentimiento, pero también a la alegría del perdón y del reencuentro. El pueblo israelita compartía un banquete festivo; nosotros compartimos el Banquete del Cuerpo y la Sangre de Cristo, signo de una Alianza nueva y eterna.

En este Año Jubilar, el Papa nos invita a volver a las fuentes de la fe, a redescubrir la Palabra de Dios como alimento y luz en nuestro camino. No podemos caminar como “peregrinos de esperanza” si no tenemos la Biblia en la mano y en el corazón.


2. La misión de anunciar la paz

El Evangelio (Lc 10,1-12) nos presenta a Jesús enviando a 72 discípulos. No es un número casual: 72 representa el conjunto de los pueblos conocidos en la antigüedad, es decir, toda la humanidad. La misión de la Iglesia no es de unos pocos, ni para unos pocos: es universal. El mensaje es claro: todos estamos llamados a ser evangelizadores, a sembrar la paz de Cristo en cada rincón de la tierra.

Pero Jesús nos advierte: no siempre seremos bien recibidos. Habrá quienes rechacen el mensaje, pero eso no debe apagar nuestro ardor. El estilo de la misión es el mismo de Jesús: llevar paz, sanar, escuchar, caminar ligeros de equipaje, sin imposiciones ni violencias, confiando solo en la fuerza del Evangelio. La evangelización no es conquista, sino oferta de amor.

Hoy, en este Jubileo, necesitamos recordar que la misión no se hace con estrategias humanas, sino con la humildad de los enviados. La Iglesia es misionera por naturaleza: donde hay un cristiano que lleva paz, perdón, solidaridad, allí se prolonga la misión de los 72 discípulos.


3. Los Ángeles Custodios: compañeros de misión

Hoy la liturgia nos hace celebrar a los Santos Ángeles Custodios. Qué hermoso unir esta memoria con las lecturas de hoy. Ellos son mensajeros de la paz de Dios y custodios de nuestro caminar. El Catecismo nos enseña que “desde la infancia hasta la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión” (CIC 336).

Podemos decir que los ángeles son como los primeros evangelizadores silenciosos: nos inspiran al bien, nos acompañan en las pruebas, nos recuerdan que nunca estamos solos. En la misión evangelizadora de la Iglesia, también contamos con su ayuda. Ellos custodian nuestras comunidades, interceden por nuestras familias, y acompañan especialmente a quienes están discerniendo una vocación.

Por eso, hoy pedimos a los Ángeles Custodios que acompañen la obra evangelizadora de la Iglesia y que guíen a los jóvenes que sienten en su corazón la inquietud de seguir a Cristo como sacerdotes, consagrados o misioneros.


4. Peregrinos de esperanza en la misión

El Jubileo nos pide mirar hacia adelante con confianza. Así como el pueblo, después del exilio, se renovó al volver a la Palabra, nosotros estamos invitados a renovar nuestra fe volviendo a lo esencial:

  • La escucha de la Palabra, que toca corazones y convierte vidas.
  • La Eucaristía compartida, donde nadie debe quedar excluido.
  • La misión evangelizadora, que es para todos y hacia todos.
  • La confianza en la custodia de los ángeles, que nos recuerdan que el cielo acompaña nuestra tierra.

Hermanos, nuestra evangelización no puede ser estéril ni temerosa. Como los 72 discípulos, salimos ligeros, confiados, sembrando paz. Y en este Año Jubilar, pedimos al Señor que suscite nuevas vocaciones para la Iglesia: jóvenes valientes, dispuestos a dejar todo para anunciar el Evangelio.


5. Conclusión orante

Querida comunidad, volvamos hoy a las fuentes de la fe: a la Palabra que nos hace llorar y reír, a la Eucaristía que nos une, a la misión que nos impulsa, y a los ángeles que nos custodian.
Pidamos juntos:

“Señor, que tu Palabra sea luz en nuestro camino,
que tu paz habite en nuestras casas y comunidades,
que tus ángeles nos guíen en la misión,
y que en este Año Jubilar florezcan nuevas vocaciones
para tu Iglesia, peregrina de la esperanza.
Amén.”

 

2

 

La medida del Reino: cuidar al niño que hay en nosotros

 

Introducción
Hermanos y hermanas en Cristo: hoy las lecturas nos colocan ante una pregunta sencilla y, al mismo tiempo, decisiva: ¿quién es el mayor en el Reino de los cielos? Jesús no responde con títulos, prestigios o méritos humanos. Nos propone una medida que desmonta nuestras ambiciones: la estatura de un niño. Y junto a esto, la primera lectura nos recuerda la providencia de Dios que envía mensajeros para guiarnos (Éxodo 23,20-23a). Desde aquí quiero llevarles —en este Año Jubilar, con la intención por la obra evangelizadora y las vocaciones— a volver a preguntarnos por la infancia: la infancia de los niños que confiamos a la Iglesia, y la infancia que llevamos dentro.

1. Contexto bíblico y breve explicación de las lecturas
La primera lectura (Éxodo 23,20-23a) nos recuerda la promesa de Dios: Él enviará un ángel que irá delante de su pueblo, guiándolo y protegiéndolo hasta llevarlos a la tierra prometida. Esa presencia no es un poder abstracto: es una guía que cuida, que establece límites para proteger al pueblo de las consecuencias del mal. Dios no abandona a su pueblo en la travesía; dispone caminos, marcha a nuestro encuentro.

En el Evangelio (Mateo 18,1-5.10), los discípulos, preocupados por la grandeza y los lugares de honor, preguntan a Jesús: «¿Quién es el mayor en el Reino de los cielos?». Jesús llama a un niño y lo pone en medio: quien se humildemente hace como niña o niño, ese es el mayor en el Reino. Además, advierte contra el escándalo de los pequeños y afirma que los ángeles de los niños contemplan el rostro del Padre. La enseñanza es clara: la relación con Dios y la pertenencia al Reino tienen una medida que no coincide con los criterios del mundo.

2. Ser guardianes de la infancia: una tarea de la Iglesia
“Cuidar de todo niño y del niño que hay en nosotros. Ser guardianes de la infancia, ser una casa segura para acogerla.” Esto implica varias cosas concretas:

a) Cuidar la inocencia y la vulnerabilidad: la infancia no es solo etaria; es una actitud. Los niños son frágiles, necesitan protección y espacios donde crecer en verdad y en ternura. La comunidad cristiana está llamada a ser “casa segura”: no un lugar que explota, trivializa o instrumentaliza la infancia, sino un espacio donde el corazón se forma en el amor de Dios.

b) Resguardar la capacidad de asombro y de confianza: en una cultura que encoge la esperanza y promueve el cinismo, la actitud infantil —que confía, que se asombra, que tiene ojos transparentes— es un don que la Iglesia debe cultivar. Si perdemos esa mirada, nos volvemos expertos en quejarse, en medirlo todo con la regla del provecho y del estatus.

c) Acompañar las heridas: muchos niños (y muchos adultos que llevan un niño herido dentro) necesitan que la Iglesia sea curación. Ser guardianes también es ofrecer acompañamiento, escucha, protección contra la violencia y la indiferencia.

3. El niño que hay en nosotros: capital espiritual para la misión
Jesús pide hacerse pequeño para entrar. No se trata de infantilizar la vida adulta, sino de conservar la humildad, la confianza y la capacidad de recibir. ¿Por qué esto es crucial para la misión evangelizadora?

  • Porque la misión que evangeliza es la que ofrece paz y ternura, no imposición. Un evangelizador que ha perdido la sencillez parece vendedor con discurso aprendido; uno que conserva el niño interior transmite esperanza y proximidad.
  • Porque las vocaciones se despiertan en ambientes de confianza: el joven que siente el llamado necesita encontrarse con comunidades que no humillen, que no juzguen primero, que propongan el seguimiento con alegría, como regalo más que como coacción.
  • Porque la infancia espiritual nos protege del orgullo clerical y del “tener razón” que endurece el corazón: la medida del Reino es otra, y eso nos recuerda que el poder cristiano es servicio.

4. Ángeles custodios y la protección de lo pequeño
La imagen del ángel que guía al pueblo (Éxodo) y la referencia de Jesús a los ángeles de los niños (Mt 18,10) se unen: Dios no deja desprotegida la fragilidad humana. Los Ángeles Custodios no son una idea estética: son signo de que Dios cuida de los pequeños, de los que no cuentan en los balances del mundo. En el Año Jubilar, pidamos a estos mensajeros celestes que ayuden a nuestras comunidades a ser verdaderas guarderías de la fe: espacios donde se protege, se acompaña y se educa en la confianza en Dios.

Recordemos también a tantos ángeles en carne y hueso: familias, maestros, catequistas, religiosos y laicos que han hecho de sus vidas casa segura para generaciones. La obra evangelizadora necesita de esos custodios humanos que, como ángeles en la tierra, acompañan la infancia.

5. Aplicaciones pastorales concretas

Padres, catequistas, ministros, comunidad entera: ¿qué podemos hacer hoy, aquí y ahora, para ser guardianes de la infancia y custodios del niño interior?

  • Priorizar espacios seguros: revisar nuestras actividades con niños, garantizar cuidado físico y afectivo, protocolos de protección, formación para quienes cuidan.
  • Acompañar la educación afectiva y espiritual: enseñar a los niños a rezar, a abrir su corazón a Dios, a valorar la amistad, la confianza y el servicio.
  • En la pastoral vocacional: promover climas de libertad y ternura donde los jóvenes puedan escuchar la voz de Dios sin presiones; ofrecer acompañamiento personal y espiritual que respete el crecimiento interior.
  • En la liturgia y la comunidad: hacer sitio para lo sencillo —formas, gestos, canciones que permitan que la fe sea cercana— y evitar la tentación de sofisticar tanto la pastoral que se pierda la ternura.
  • Proteger el niño interior en nosotros: ejercitar la humildad, la capacidad de asombro, la confianza en la providencia; pedir perdón cuando hemos sido duros y abrirnos a la alegría de servir.

6.    El riesgo de “buscar más alto”

El evangelio nos hace hoy una advertencia: “Si buscamos más alto, nos daremos con la cabeza; será difícil entrar en el Reino.” Es la imagen del orgullo, del que quiere escalar por los títulos, el prestigio o los privilegios. Jesús no nos invita a la mediocridad, sino a la conversión: el verdadero ascenso es hacerse servidor pequeño. Quien mide su dignidad por la cercanía a Cristo se eleva realmente, pero lo hace sirviendo, no imponiendo.

7. Llamado final y conexión con el Año Jubilar
Hermanos, en este Año Jubilar “Peregrinos de la esperanza”, somos llamados a volver a las fuentes: a la Palabra, a la Eucaristía y a la fraternidad. Si queremos ser peregrinos, debemos serlo con corazón de niño: confiado, humilde, dispuesto a dejar lugar al otro. Sólo así la obra evangelizadora de la Iglesia dará frutos y las vocaciones nacerán en ambientes de amor.

Oración de súplica por la obra evangelizadora y las vocaciones
Padre, Señor de la vida, que enviaste a tus ángeles para guiarnos y nos diste a tu Hijo hecho niño para mostrarnos el camino de la humildad: danos hoy corazones de padre y madre, de catequista y de pastor, que cuiden de la infancia y atesoren el niño que hay en nosotros. Bendice la obra evangelizadora de tu Iglesia: que sea casa segura para todos, especialmente para los pequeños y los pobres. Suscita vocaciones generosas: sacerdotes, consagrados y laicos que no busquen el honor sino el servicio. Y que, guiados por tus ángeles, podamos ser peregrinos de esperanza para nuestro pueblo. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Bendición final

Que el Señor nos bendiga, nos guarde y nos haga custodios de la infancia; que su ángel custodio nos cuide hoy y siempre; y que la Virgen, Madre de la ternura, nos enseñe a ser pequeños y confiados como los niños del Reino.

 

3

 

Ángeles custodios: protectores y guías en el camino del Reino

 

1. Introducción

Hermanos y hermanas en la fe:

Hoy celebramos con gozo la memoria de los Santos Ángeles Custodios. La Palabra nos recuerda lo que dice Jesús en el Evangelio: “Cuídense de no despreciar a uno de estos pequeños, porque les digo que sus ángeles en los cielos ven continuamente el rostro de mi Padre celestial” (Mt 18,10). La imagen es poderosa: cada persona, cada niño y adulto, tiene un ángel que lo custodia y lo conduce hacia Dios. No es poesía ni cuento infantil: es verdad de fe, confirmada por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Catecismo.


2. Los ángeles: don de Dios para nuestra vida

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice con claridad: “Desde su comienzo hasta la muerte, la vida humana está rodeada de la custodia y de la intercesión de los ángeles. ‘Al lado de cada fiel hay un ángel como protector y pastor que lo conduce a la vida’” (CIC 336, citando a san Basilio).

Esto quiere decir que cada uno de nosotros camina acompañado, nunca está solo. Así como un niño pequeño confía en su padre o madre al cruzar la calle, nosotros podemos confiar en que Dios ha puesto un guardián invisible pero real a nuestro lado.

Pensemos por un momento: si tuviéramos un guardaespaldas humano que nos cuidara día y noche, sentiríamos seguridad… pero también incomodidad, porque todo lo que hacemos estaría bajo su mirada, incluso nuestras debilidades y pecados. Ahora bien, nuestro ángel custodio es distinto:

  • No nos juzga ni nos condena.
  • Nos ama con un amor perfecto, porque su voluntad está unida al querer de Dios.
  • Su única misión es llevarnos de nuevo al camino de la salvación, cuando nos apartamos.

3. La mirada de los ángeles sobre los pequeños

Jesús nos habla en el Evangelio de los “pequeños”. No solo se refiere a los niños en edad, sino también a los que viven la infancia espiritual: humildes, confiados, sencillos, los que ponen su seguridad en Dios.
Despreciar a los pequeños —olvidarlos, marginarlos, abusar de su fragilidad— es ir contra el corazón mismo de Dios, porque “sus ángeles contemplan siempre el rostro del Padre”. La dignidad de los más pequeños está resguardada en el cielo.

Hoy la Iglesia nos recuerda: custodiar la infancia, proteger a los niños, valorar la sencillez, es una tarea profundamente cristiana. Y los ángeles nos enseñan con su presencia silenciosa a cuidar, acompañar, proteger y conducir a la vida eterna.


4. Los ángeles y la misión evangelizadora de la Iglesia

En este Año Jubilar, “Peregrinos de la esperanza”, se nos invita a renovar la obra evangelizadora. ¿Qué relación tienen los ángeles con la misión de la Iglesia?

  • Nos inspiran la confianza y la valentía para anunciar el Evangelio.
  • Nos protegen en los momentos de prueba o persecución.
  • Son modelo de obediencia a la voluntad de Dios: como ellos, nosotros también estamos llamados a decir “sí” a la misión.
  • Custodian a cada comunidad, a cada familia, a cada misionero y catequista.

Pidamos a los Ángeles Custodios que acompañen la labor evangelizadora en nuestros barrios, parroquias y misiones. Ellos, que ven el rostro del Padre, interceden para que muchos jóvenes descubran su vocación y se conviertan en nuevos apóstoles del amor y de la esperanza.


5. Reflexión para la vida cristiana

Queridos hermanos:

  • Tu ángel custodio te conoce profundamente, más de lo que te conoces a ti mismo.
  • Te acompaña siempre, aunque no lo veas, y su presencia es discreta pero constante.
  • Su misión no es otra que la de llevarte a Dios.
  • Cuando caes en el pecado, su único deseo es reconducirte al perdón.
  • Cuando tienes miedo, su único objetivo es llenarte de paz y fortaleza.

En el cielo comprenderemos plenamente cuánto hicieron por nosotros estos compañeros invisibles. Hoy, sin embargo, podemos reconocerlos y agradecer su compañía.


6. Conclusión orante

Hoy demos gracias a Dios por el don de nuestros ángeles custodios y confiemos más plenamente en su guía. Renovemos nuestro compromiso evangelizador, para que bajo su protección la Iglesia crezca en santidad y florezcan nuevas vocaciones.

Oración final:

Ángel de mi guarda, dulce compañía,
no me desampares ni de noche ni de día.
Guárdame siempre en tu luz,
protégeme en el camino de la vida,
condúceme hacia Cristo Jesús.
Que, junto a ti, pueda cumplir la misión que Dios me confía,
y que este Año Jubilar sea tiempo de esperanza,
para la Iglesia, para las vocaciones, y para el mundo entero.

Amén.

 

***************

2 de octubre:

Los Ángeles Custodios — Memoria

 

Cita:


Así pues, la Majestad Suprema ha dado encargo a los ángeles. Sí, Él ha dado encargo a sus propios ángeles. ¡Piénsalo! A esos seres sublimes, que se aferran a Él con tanto gozo e intimidad, a los suyos propios les ha dado encargo sobre ti. ¿Quién eres tú? “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? ¿O el hijo del hombre para que lo visites?” ¡Como si el hombre no fuera podredumbre, y el hijo del hombre un gusano! Ahora bien, ¿por qué, piensas tú, les ha dado encargo sobre ti? — ¡Para guardarte!
~San Bernardo de Claraval

 


Reflexión:

“Cuídense de no despreciar a uno de estos pequeños, porque les digo que sus ángeles en el cielo ven continuamente el rostro de mi Padre celestial” (Mateo 18,10).

Jesús pronuncia estas palabras inmediatamente antes de enseñar la Parábola de la oveja perdida, que muestra el profundo amor de Jesús por cada persona, por cada uno de los “pequeños”. No solo busca a la oveja perdida y descarriada, también les da a cada uno sus propios ángeles custodios, que miran siempre el rostro de Dios y cuya única tarea es cuidarnos y llevarnos al Cielo. Son a estos seres angélicos a quienes honramos hoy.

El hecho de que cada persona tenga asignado un ángel custodio está profundamente arraigado no solo en la Sagrada Escritura, sino también en los escritos de los santos y en las enseñanzas de la Iglesia. En los Salmos leemos: “Pues a sus ángeles ha dado órdenes sobre ti, para que te guarden en todos tus caminos. En sus manos te llevarán, para que tu pie no tropiece en piedra” (Salmo 91,11–12). San Jerónimo, al comentar el pasaje del Evangelio de Mateo antes citado, dice: “El valor de las almas es tan grande que desde el nacimiento cada una tiene un ángel asignado para su protección.” Santo Tomás de Aquino afirma: “A cada hombre le ha sido designado un ángel custodio. Esto se fundamenta en el hecho de que la custodia de los ángeles pertenece a la ejecución de la Providencia divina sobre los hombres” (Suma Teológica I, 113,2). Más recientemente, el Papa San Juan Pablo II enseñó, en una Audiencia General el 6 de agosto de 1986: “Dios ha confiado a los ángeles un ministerio en favor de los hombres. Por lo tanto, la Iglesia confiesa su fe en los ángeles custodios, venerándolos en la liturgia con una fiesta apropiada y recomendando el recurso a su protección mediante la oración frecuente, como en la invocación ‘Ángel de Dios’.” Finalmente, el Catecismo de la Iglesia Católica, citando a San Basilio, dice: “Al lado de cada creyente está un ángel como protector y pastor que lo conduce a la vida” (CIC #336).

Aunque la realidad de los ángeles custodios suele presentarse a los niños como un consuelo cuando enfrentan temores, los ángeles custodios son para todos nosotros, y no debemos olvidarnos de los nuestros. Los ángeles no son solo intercesores, son mediadores. Esto significa que Dios les confía su poder divino, para actuar en su nombre y en su lugar, para transmitir su gracia, revelar su Verdad, guiarnos por el camino correcto y protegernos del mal. Aunque Dios es plenamente capaz de distribuir su gracia directamente, es su voluntad que todo lo que nos concede llegue a nosotros a través de mediadores que son instrumentos que cooperan con su plan divino.

La memoria que celebramos hoy no se convirtió en una fiesta universal hasta finales del siglo XVII, cuando el Papa Clemente X la incluyó en el Calendario Romano. El Papa León XIII elevó la fiesta y subrayó su importancia a finales del siglo XIX. En esa misma época compuso la oración a “San Miguel Arcángel” y ordenó que se rezara al final de cada Misa. La fiesta de los Arcángeles se celebra el 29 de septiembre, y unos días después, la memoria de todos los ángeles custodios. Estas dos celebraciones subrayan el hecho de que Dios utiliza a algunos ángeles para fines específicos que afectan a todos los hombres, y que utiliza a los ángeles custodios para cuidar de cada una de nuestras necesidades concretas.

Basándose en el Antiguo y Nuevo Testamento, en las enseñanzas de los primeros Padres de la Iglesia y en la doctrina detallada de Santo Tomás de Aquino, la Iglesia acepta en general que hay una jerarquía de ángeles compuesta por nueve coros, divididos en tres tríadas. La primera tríada está formada por los Serafines, Querubines y Tronos. Su deber es exclusivamente el servicio a Dios, adorándolo continuamente. La segunda tríada está compuesta por las Dominaciones, Virtudes y Potestades. Estos tres coros tienen la tarea de gobernar el universo creado. La tercera tríada está compuesta por las Principados, Arcángeles y Ángeles. Estos seres están más cercanos a la humanidad y actúan como mediadores entre Dios y el hombre. Así, aunque Santo Tomás definió a los ángeles custodios como el coro más bajo, esto debe entenderse únicamente en el sentido de que su preocupación directa es el cuidado de la humanidad. Sin embargo, ellos contemplan continuamente la Visión Beatífica.

En cuanto a la función de los ángeles custodios, Santo Tomás de Aquino da el mayor detalle (cf. Suma Teológica I, 113). Como ya se ha mencionado, enseña que cada persona recibe un ángel al nacer. Esto significa que los ángeles custodios no están ligados al bautismo, sino a la actividad humana en este mundo, concretamente a la actividad que comienza con el nacimiento. Estos ángeles no se “reciclan”, por así decir, sino que son asignados a una sola persona, y a nadie más. Los ángeles custodios pueden actuar sobre nuestros sentidos e imaginación, inspirándonos de un modo u otro. Pueden presentar ideas a nuestra mente para dirigirnos hacia la voluntad de Dios, pero no pueden controlar nuestra voluntad. Actuando sobre nuestros sentidos, pueden hacer que sintamos lo que es correcto o incorrecto e impulsarnos a elegir bien. Actúan en contra de los ángeles caídos, o demonios, que nos tientan con razonamientos falsos y placeres sensuales. Finalmente, en el Cielo, el papel del ángel custodio de llevarnos a la salvación se completará. Santo Tomás creía que incluso en el Cielo seguirán comunicándose con nosotros y continuarán iluminándonos con la Verdad de Dios, siempre nueva y siempre más profunda.

Al honrar hoy a las huestes celestiales de los ángeles custodios, piensa en tu propio ángel. San Ignacio de Loyola, en los Ejercicios Espirituales, nos ofreció un mapa detallado de cómo se comunican con nosotros. Considera leer su sabiduría. En el Cielo, gozaremos de una relación eterna cara a cara con nuestros ángeles. Esa relación estará perfectamente impregnada del amor de Dios, y nuestra unión con ellos será irrompible. En la tierra, con frecuencia prestamos poca atención a nuestros ángeles, pero ellos siempre están atentos a nosotros. Aunque no siempre les hablemos en oración a nuestros intercesores y mediadores, procura hacerlo. Nuestros ángeles nos comunican cada día. ¿Escuchas? ¿Oyes? Procura discernir las acciones de tu ángel en tu vida, para que esta misión angélica pueda cumplirse mejor. Ten la certeza de que tienes un mediador que está delante de Dios y que no hace otra cosa que interceder por ti, trabajando continuamente para conducirte a la salvación eterna.

Oración:
Ángel de Dios, mi dulce compañía,
a quien el amor de Dios me confía;
no me desampares ni de noche ni de día,
ilumina, guarda, rige y guía. Amén.
Ángeles de Dios, rueguen por mí.
Jesús, en Ti confío.

 

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