Santo del día:
Santos Ángeles Custodios
Hoy la Iglesia recuerda a los
Santos Ángeles Custodios, a quienes Dios confió la misión de asegurar una
presencia fraterna entre los hombres.
Una cuestión de talla
(Éxodo 23,20-23a ; Mateo
18,1-5.10) Cuidar de todo niño y del niño que hay en
nosotros. Ser guardianes de la infancia, ser una casa segura para acogerla. La
necesitamos para no desesperarnos, para no estar indiferentes, para no vivir
las cosas con suficiencia. ‘¿Quién, pues, es el mayor?’ La medida del Reino
está dada: se toma según la estatura de un niño. Si buscamos más alto, nos
daremos con la cabeza; será difícil entrar en él.”
Colette Hamza, xavière
Primera lectura
Ex
23, 20-23
Mi ángel irá por
delante
ESTO dice el Señor:
«Voy a enviarte un ángel por delante, para que te cuide en el camino y te lleve
al lugar que he preparado.
Hazle caso y obedécele.
No te rebeles, porque lleva mi nombre y no perdonará tus rebeliones.
Si le obedeces fielmente y haces lo que yo digo, tus enemigos serán mis
enemigos y tus adversarios serán mis adversarios.
Mi ángel irá por delante y te llevará a las tierras de los amorreos, hititas,
perizitas, cananeos, heveos y jebuseos, y yo los exterminaré».
Palabra de Dios.
Salmo
Sal 90, 1-2. 3-4. 5-6. 10-11 (R.: 11)
R. A sus ángeles ha dado
órdenes
para que te guarden en tus caminos.
V. Tú que habitas al
amparo del Altísimo,
que vives a la sombra del Omnipotente,
di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío,
Dios mío, confío en ti». R.
V. Él te librará de la
red del cazador,
de la peste funesta.
Te cubrirá con sus plumas,
bajo sus alas te refugiarás:
su verdad es escudo y armadura. R.
V. No temerás el espanto
nocturno,
ni la flecha que vuela de día,
ni la peste que se desliza en las tinieblas,
ni la epidemia que devasta a mediodía. R.
V. No se acercará la
desgracia,
ni la plaga llegará hasta tu tienda,
porque a sus ángeles ha dado órdenes
para que te guarden en tus caminos. R.
Aclamación
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. Bendigan al
Señor, ejércitos suyos, servidores que cumplen sus deseos. R.
Evangelio
Mt
18, 1-5. 10
Sus
ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
«¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?».
Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo:
«En verdad les digo que, si no se convierten y se hacen como niños, no entrarán
en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este
niño, ese es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño
como este en mi nombre me acoge a mí.
Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque les digo que sus ángeles
están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial».
Palabra del Señor
1
El regreso a las fuentes, guiados
por los ángeles de Dios
5. El regreso a las fuentes de la fe
La primera lectura (Neh 8,1-12) nos muestra un
momento solemne: el pueblo de Israel, después del destierro, se reúne como una
gran familia para escuchar el Libro de la Ley del Señor proclamado por
Esdras. No es un simple acto cultural, sino un acontecimiento espiritual: la
Palabra se convierte en fuente de identidad y de esperanza.
El pueblo llora, porque descubre cuán lejos había quedado de Dios, pero también
ríe y festeja, porque vuelve a sentir la ternura de un Padre que nunca los
abandonó. Allí está el corazón de toda liturgia: escuchar la Palabra,
dejarnos tocar, reconocer nuestra fragilidad, y al mismo tiempo alegrarnos
porque Dios siempre nos ofrece un nuevo comienzo.
Queridos hermanos, ¿no es esto lo que celebramos en
cada Eucaristía? Nos reunimos, venimos de diferentes casas, historias y
realidades, y juntos escuchamos la Palabra que nos llama a la conversión, al
arrepentimiento, pero también a la alegría del perdón y del reencuentro.
El pueblo israelita compartía un banquete festivo; nosotros compartimos el Banquete
del Cuerpo y la Sangre de Cristo, signo de una Alianza nueva y eterna.
En este Año Jubilar, el Papa nos invita a volver
a las fuentes de la fe, a redescubrir la Palabra de Dios como alimento y
luz en nuestro camino. No podemos caminar como “peregrinos de esperanza” si no
tenemos la Biblia en la mano y en el corazón.
2. La misión de anunciar la paz
El Evangelio (Lc 10,1-12) nos presenta a Jesús
enviando a 72 discípulos. No es un número casual: 72 representa el
conjunto de los pueblos conocidos en la antigüedad, es decir, toda la humanidad.
La misión de la Iglesia no es de unos pocos, ni para unos pocos: es universal.
El mensaje es claro: todos estamos llamados a ser evangelizadores, a sembrar la
paz de Cristo en cada rincón de la tierra.
Pero Jesús nos advierte: no siempre seremos bien recibidos.
Habrá quienes rechacen el mensaje, pero eso no debe apagar nuestro ardor. El
estilo de la misión es el mismo de Jesús: llevar paz, sanar, escuchar,
caminar ligeros de equipaje, sin imposiciones ni violencias, confiando solo en
la fuerza del Evangelio. La evangelización no es conquista, sino oferta
de amor.
Hoy, en este Jubileo, necesitamos recordar que la
misión no se hace con estrategias humanas, sino con la humildad de los
enviados. La Iglesia es misionera por naturaleza: donde hay un cristiano que
lleva paz, perdón, solidaridad, allí se prolonga la misión de los 72
discípulos.
3. Los Ángeles Custodios:
compañeros de misión
Hoy la liturgia nos hace celebrar a los Santos
Ángeles Custodios. Qué hermoso unir esta memoria con las lecturas de hoy.
Ellos son mensajeros de la paz de Dios y custodios de nuestro caminar.
El Catecismo nos enseña que “desde la infancia hasta la muerte, la vida humana
está rodeada de su custodia y de su intercesión” (CIC 336).
Podemos decir que los ángeles son como los primeros
evangelizadores silenciosos: nos inspiran al bien, nos acompañan en las
pruebas, nos recuerdan que nunca estamos solos. En la misión evangelizadora de
la Iglesia, también contamos con su ayuda. Ellos custodian nuestras
comunidades, interceden por nuestras familias, y acompañan especialmente a
quienes están discerniendo una vocación.
Por eso, hoy pedimos a los Ángeles Custodios que
acompañen la obra evangelizadora de la Iglesia y que guíen a los jóvenes
que sienten en su corazón la inquietud de seguir a Cristo como sacerdotes,
consagrados o misioneros.
4. Peregrinos de esperanza en la
misión
El Jubileo nos pide mirar hacia adelante con
confianza. Así como el pueblo, después del exilio, se renovó al volver a la
Palabra, nosotros estamos invitados a renovar nuestra fe volviendo a lo
esencial:
- La
escucha de la Palabra, que toca corazones y convierte vidas.
- La
Eucaristía compartida, donde nadie debe quedar excluido.
- La
misión evangelizadora, que es para todos y hacia todos.
- La
confianza en la custodia de los ángeles, que nos recuerdan que el cielo acompaña
nuestra tierra.
Hermanos, nuestra evangelización no puede ser
estéril ni temerosa. Como los 72 discípulos, salimos ligeros, confiados,
sembrando paz. Y en este Año Jubilar, pedimos al Señor que suscite nuevas
vocaciones para la Iglesia: jóvenes valientes, dispuestos a dejar todo para
anunciar el Evangelio.
5. Conclusión orante
Querida comunidad, volvamos hoy a las fuentes de la
fe: a la Palabra que nos hace llorar y reír, a la Eucaristía que nos une, a la
misión que nos impulsa, y a los ángeles que nos custodian.
Pidamos juntos:
“Señor, que tu Palabra sea luz en nuestro camino,
que tu paz habite en nuestras casas y comunidades,
que tus ángeles nos guíen en la misión,
y que en este Año Jubilar florezcan nuevas vocaciones
para tu Iglesia, peregrina de la esperanza. Amén.”
2
La medida del Reino: cuidar al
niño que hay en nosotros
Introducción
Hermanos y hermanas en Cristo: hoy las lecturas nos colocan ante una pregunta
sencilla y, al mismo tiempo, decisiva: ¿quién es el mayor en el Reino de los
cielos? Jesús no responde con títulos, prestigios o méritos humanos. Nos
propone una medida que desmonta nuestras ambiciones: la estatura de un niño. Y
junto a esto, la primera lectura nos recuerda la providencia de Dios que envía
mensajeros para guiarnos (Éxodo 23,20-23a). Desde aquí quiero llevarles —en
este Año Jubilar, con la intención por la obra evangelizadora y las vocaciones—
a volver a preguntarnos por la infancia: la infancia de los niños que confiamos
a la Iglesia, y la infancia que llevamos dentro.
1. Contexto bíblico y breve explicación de las
lecturas
La primera lectura (Éxodo 23,20-23a) nos recuerda la promesa de Dios: Él
enviará un ángel que irá delante de su pueblo, guiándolo y protegiéndolo hasta
llevarlos a la tierra prometida. Esa presencia no es un poder abstracto: es una
guía que cuida, que establece límites para proteger al pueblo de las
consecuencias del mal. Dios no abandona a su pueblo en la travesía; dispone
caminos, marcha a nuestro encuentro.
En el Evangelio (Mateo 18,1-5.10), los discípulos, preocupados por
la grandeza y los lugares de honor, preguntan a Jesús: «¿Quién es el mayor en
el Reino de los cielos?». Jesús llama a un niño y lo pone en medio: quien se
humildemente hace como niña o niño, ese es el mayor en el Reino. Además,
advierte contra el escándalo de los pequeños y afirma que los ángeles de los
niños contemplan el rostro del Padre. La enseñanza es clara: la relación con
Dios y la pertenencia al Reino tienen una medida que no coincide con los
criterios del mundo.
2. Ser guardianes de la infancia: una tarea de la
Iglesia
“Cuidar de todo niño y del niño que hay en nosotros. Ser guardianes de la
infancia, ser una casa segura para acogerla.” Esto implica varias cosas
concretas:
a) Cuidar la inocencia y la vulnerabilidad: la infancia no es solo etaria;
es una actitud. Los niños son frágiles, necesitan protección y espacios donde
crecer en verdad y en ternura. La comunidad cristiana está llamada a ser “casa
segura”: no un lugar que explota, trivializa o instrumentaliza la infancia,
sino un espacio donde el corazón se forma en el amor de Dios.
b) Resguardar la capacidad de asombro y de
confianza: en una
cultura que encoge la esperanza y promueve el cinismo, la actitud infantil —que
confía, que se asombra, que tiene ojos transparentes— es un don que la Iglesia
debe cultivar. Si perdemos esa mirada, nos volvemos expertos en quejarse, en
medirlo todo con la regla del provecho y del estatus.
c) Acompañar las heridas: muchos niños (y muchos adultos
que llevan un niño herido dentro) necesitan que la Iglesia sea curación. Ser
guardianes también es ofrecer acompañamiento, escucha, protección contra la
violencia y la indiferencia.
3. El niño que hay en nosotros: capital espiritual
para la misión
Jesús pide hacerse pequeño para entrar. No se trata de infantilizar la vida
adulta, sino de conservar la humildad, la confianza y la capacidad de recibir.
¿Por qué esto es crucial para la misión evangelizadora?
- Porque
la misión que evangeliza es la que ofrece paz y ternura, no imposición. Un
evangelizador que ha perdido la sencillez parece vendedor con discurso
aprendido; uno que conserva el niño interior transmite esperanza y
proximidad.
- Porque
las vocaciones se despiertan en ambientes de confianza: el joven que
siente el llamado necesita encontrarse con comunidades que no humillen,
que no juzguen primero, que propongan el seguimiento con alegría, como
regalo más que como coacción.
- Porque
la infancia espiritual nos protege del orgullo clerical y del “tener
razón” que endurece el corazón: la medida del Reino es otra, y eso nos
recuerda que el poder cristiano es servicio.
4. Ángeles custodios y la protección de lo pequeño
La imagen del ángel que guía al pueblo (Éxodo) y la referencia de Jesús a los
ángeles de los niños (Mt 18,10) se unen: Dios no deja desprotegida la
fragilidad humana. Los Ángeles Custodios no son una idea estética: son signo de
que Dios cuida de los pequeños, de los que no cuentan en los balances del
mundo. En el Año Jubilar, pidamos a estos mensajeros celestes que ayuden a
nuestras comunidades a ser verdaderas guarderías de la fe: espacios donde se
protege, se acompaña y se educa en la confianza en Dios.
Recordemos también a tantos ángeles en carne y
hueso: familias, maestros, catequistas, religiosos y laicos que han hecho de
sus vidas casa segura para generaciones. La obra evangelizadora necesita de
esos custodios humanos que, como ángeles en la tierra, acompañan la infancia.
5. Aplicaciones pastorales concretas
Padres, catequistas, ministros, comunidad entera:
¿qué podemos hacer hoy, aquí y ahora, para ser guardianes de la infancia y
custodios del niño interior?
- Priorizar
espacios seguros: revisar nuestras actividades con niños, garantizar
cuidado físico y afectivo, protocolos de protección, formación para
quienes cuidan.
- Acompañar
la educación afectiva y espiritual: enseñar a los niños a rezar, a abrir
su corazón a Dios, a valorar la amistad, la confianza y el servicio.
- En
la pastoral vocacional: promover climas de libertad y ternura donde los
jóvenes puedan escuchar la voz de Dios sin presiones; ofrecer
acompañamiento personal y espiritual que respete el crecimiento interior.
- En
la liturgia y la comunidad: hacer sitio para lo sencillo —formas, gestos,
canciones que permitan que la fe sea cercana— y evitar la tentación de
sofisticar tanto la pastoral que se pierda la ternura.
- Proteger
el niño interior en nosotros: ejercitar la humildad, la capacidad de
asombro, la confianza en la providencia; pedir perdón cuando hemos sido
duros y abrirnos a la alegría de servir.
6.
El riesgo de “buscar más alto”
El evangelio nos hace hoy una advertencia: “Si
buscamos más alto, nos daremos con la cabeza; será difícil entrar en el Reino.”
Es la imagen del orgullo, del que quiere escalar por los títulos, el prestigio
o los privilegios. Jesús no nos invita a la mediocridad, sino a la conversión:
el verdadero ascenso es hacerse servidor pequeño. Quien mide su dignidad por la
cercanía a Cristo se eleva realmente, pero lo hace sirviendo, no imponiendo.
7. Llamado final y conexión con el Año Jubilar
Hermanos, en este Año Jubilar “Peregrinos de la esperanza”, somos llamados a
volver a las fuentes: a la Palabra, a la Eucaristía y a la fraternidad. Si
queremos ser peregrinos, debemos serlo con corazón de niño: confiado, humilde,
dispuesto a dejar lugar al otro. Sólo así la obra evangelizadora de la Iglesia
dará frutos y las vocaciones nacerán en ambientes de amor.
Oración de súplica por la obra evangelizadora y las
vocaciones
Padre, Señor de la vida, que enviaste a tus ángeles para guiarnos y nos
diste a tu Hijo hecho niño para mostrarnos el camino de la humildad: danos hoy
corazones de padre y madre, de catequista y de pastor, que cuiden de la
infancia y atesoren el niño que hay en nosotros. Bendice la obra evangelizadora
de tu Iglesia: que sea casa segura para todos, especialmente para los pequeños
y los pobres. Suscita vocaciones generosas: sacerdotes, consagrados y laicos
que no busquen el honor sino el servicio. Y que, guiados por tus ángeles,
podamos ser peregrinos de esperanza para nuestro pueblo. Por Jesucristo nuestro
Señor. Amén.
Bendición final
Que el Señor nos bendiga, nos guarde y nos haga
custodios de la infancia; que su ángel custodio nos cuide hoy y siempre; y que
la Virgen, Madre de la ternura, nos enseñe a ser pequeños y confiados como los
niños del Reino.
3
Ángeles custodios: protectores y
guías en el camino del Reino
1. Introducción
Hermanos y hermanas en la fe:
Hoy celebramos con gozo la memoria de los Santos
Ángeles Custodios. La Palabra nos recuerda lo que dice Jesús en el
Evangelio: “Cuídense de no despreciar a uno de estos pequeños, porque les
digo que sus ángeles en los cielos ven continuamente el rostro de mi Padre
celestial” (Mt 18,10). La imagen es poderosa: cada persona, cada niño y
adulto, tiene un ángel que lo custodia y lo conduce hacia Dios. No es poesía ni
cuento infantil: es verdad de fe, confirmada por la Tradición de la Iglesia y
enseñada por el Catecismo.
2. Los ángeles: don de Dios para
nuestra vida
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice con
claridad: “Desde su comienzo hasta la muerte, la vida humana está rodeada de
la custodia y de la intercesión de los ángeles. ‘Al lado de cada fiel hay un
ángel como protector y pastor que lo conduce a la vida’” (CIC 336, citando
a san Basilio).
Esto quiere decir que cada uno de nosotros camina
acompañado, nunca está solo. Así como un niño pequeño confía en su padre o
madre al cruzar la calle, nosotros podemos confiar en que Dios ha puesto un
guardián invisible pero real a nuestro lado.
Pensemos por un momento: si tuviéramos un
guardaespaldas humano que nos cuidara día y noche, sentiríamos seguridad… pero
también incomodidad, porque todo lo que hacemos estaría bajo su mirada, incluso
nuestras debilidades y pecados. Ahora bien, nuestro ángel custodio es distinto:
- No
nos juzga ni nos condena.
- Nos
ama con un amor perfecto, porque su voluntad está unida al querer de Dios.
- Su
única misión es llevarnos de nuevo al camino de la salvación, cuando nos
apartamos.
3. La mirada de los ángeles sobre
los pequeños
Jesús nos habla en el Evangelio de los “pequeños”.
No solo se refiere a los niños en edad, sino también a los que viven la infancia
espiritual: humildes, confiados, sencillos, los que ponen su seguridad en
Dios.
Despreciar a los pequeños —olvidarlos, marginarlos, abusar de su fragilidad— es
ir contra el corazón mismo de Dios, porque “sus ángeles contemplan siempre
el rostro del Padre”. La dignidad de los más pequeños está resguardada en
el cielo.
Hoy la Iglesia nos recuerda: custodiar la infancia,
proteger a los niños, valorar la sencillez, es una tarea profundamente
cristiana. Y los ángeles nos enseñan con su presencia silenciosa a cuidar,
acompañar, proteger y conducir a la vida eterna.
4. Los ángeles y la misión
evangelizadora de la Iglesia
En este Año Jubilar, “Peregrinos de la
esperanza”, se nos invita a renovar la obra evangelizadora. ¿Qué relación
tienen los ángeles con la misión de la Iglesia?
- Nos
inspiran la confianza y la valentía para anunciar el Evangelio.
- Nos
protegen en los momentos de prueba o persecución.
- Son
modelo de obediencia a la voluntad de Dios: como ellos, nosotros también
estamos llamados a decir “sí” a la misión.
- Custodian
a cada comunidad, a cada familia, a cada misionero y catequista.
Pidamos a los Ángeles Custodios que acompañen la
labor evangelizadora en nuestros barrios, parroquias y misiones. Ellos, que ven
el rostro del Padre, interceden para que muchos jóvenes descubran su vocación y
se conviertan en nuevos apóstoles del amor y de la esperanza.
5. Reflexión para la vida
cristiana
Queridos hermanos:
- Tu
ángel custodio te conoce profundamente, más de lo que te conoces a ti
mismo.
- Te
acompaña siempre, aunque no lo veas, y su presencia es discreta pero
constante.
- Su
misión no es otra que la de llevarte a Dios.
- Cuando
caes en el pecado, su único deseo es reconducirte al perdón.
- Cuando
tienes miedo, su único objetivo es llenarte de paz y fortaleza.
En el cielo comprenderemos plenamente cuánto
hicieron por nosotros estos compañeros invisibles. Hoy, sin embargo, podemos
reconocerlos y agradecer su compañía.
6. Conclusión orante
Hoy demos gracias a Dios por el don de nuestros
ángeles custodios y confiemos más plenamente en su guía. Renovemos nuestro
compromiso evangelizador, para que bajo su protección la Iglesia crezca en
santidad y florezcan nuevas vocaciones.
Oración final:
Ángel de
mi guarda, dulce compañía,
no me desampares ni de noche ni de día.
Guárdame siempre en tu luz,
protégeme en el camino de la vida,
condúceme hacia Cristo Jesús.
Que, junto a ti, pueda cumplir la misión que Dios me confía,
y que este Año Jubilar sea tiempo de esperanza,
para la Iglesia, para las vocaciones, y para el mundo entero.
Amén.
***************
2 de octubre:
Los Ángeles Custodios — Memoria
Cita:
Así pues, la Majestad Suprema ha dado encargo a los ángeles. Sí, Él ha dado
encargo a sus propios ángeles. ¡Piénsalo! A esos seres sublimes, que se aferran
a Él con tanto gozo e intimidad, a los suyos propios les ha dado encargo sobre
ti. ¿Quién eres tú? “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? ¿O el hijo
del hombre para que lo visites?” ¡Como si el hombre no fuera podredumbre, y el
hijo del hombre un gusano! Ahora bien, ¿por qué, piensas tú, les ha dado
encargo sobre ti? — ¡Para guardarte!
~San Bernardo de Claraval
Reflexión:
“Cuídense de no despreciar a uno de estos pequeños,
porque les digo que sus ángeles en el cielo ven continuamente el rostro de mi
Padre celestial” (Mateo
18,10).
Jesús pronuncia estas palabras inmediatamente antes
de enseñar la Parábola de la oveja perdida, que muestra el profundo amor de
Jesús por cada persona, por cada uno de los “pequeños”. No solo busca a la
oveja perdida y descarriada, también les da a cada uno sus propios ángeles
custodios, que miran siempre el rostro de Dios y cuya única tarea es cuidarnos
y llevarnos al Cielo. Son a estos seres angélicos a quienes honramos hoy.
El hecho de que cada persona tenga asignado un
ángel custodio está profundamente arraigado no solo en la Sagrada Escritura,
sino también en los escritos de los santos y en las enseñanzas de la Iglesia.
En los Salmos leemos: “Pues a sus ángeles ha dado órdenes sobre ti, para que
te guarden en todos tus caminos. En sus manos te llevarán, para que tu pie no
tropiece en piedra” (Salmo 91,11–12). San Jerónimo, al comentar el pasaje
del Evangelio de Mateo antes citado, dice: “El valor de las almas es tan
grande que desde el nacimiento cada una tiene un ángel asignado para su
protección.” Santo Tomás de Aquino afirma: “A cada hombre le ha sido
designado un ángel custodio. Esto se fundamenta en el hecho de que la custodia
de los ángeles pertenece a la ejecución de la Providencia divina sobre los hombres”
(Suma Teológica I, 113,2). Más recientemente, el Papa San Juan Pablo II enseñó,
en una Audiencia General el 6 de agosto de 1986: “Dios ha confiado a los
ángeles un ministerio en favor de los hombres. Por lo tanto, la Iglesia
confiesa su fe en los ángeles custodios, venerándolos en la liturgia con una
fiesta apropiada y recomendando el recurso a su protección mediante la oración
frecuente, como en la invocación ‘Ángel de Dios’.” Finalmente, el Catecismo
de la Iglesia Católica, citando a San Basilio, dice: “Al lado de cada
creyente está un ángel como protector y pastor que lo conduce a la vida”
(CIC #336).
Aunque la realidad de los ángeles custodios suele
presentarse a los niños como un consuelo cuando enfrentan temores, los ángeles
custodios son para todos nosotros, y no debemos olvidarnos de los nuestros. Los
ángeles no son solo intercesores, son mediadores. Esto significa que Dios les
confía su poder divino, para actuar en su nombre y en su lugar, para transmitir
su gracia, revelar su Verdad, guiarnos por el camino correcto y protegernos del
mal. Aunque Dios es plenamente capaz de distribuir su gracia directamente, es
su voluntad que todo lo que nos concede llegue a nosotros a través de
mediadores que son instrumentos que cooperan con su plan divino.
La memoria que celebramos hoy no se convirtió en
una fiesta universal hasta finales del siglo XVII, cuando el Papa Clemente X la
incluyó en el Calendario Romano. El Papa León XIII elevó la fiesta y subrayó su
importancia a finales del siglo XIX. En esa misma época compuso la oración a
“San Miguel Arcángel” y ordenó que se rezara al final de cada Misa. La fiesta
de los Arcángeles se celebra el 29 de septiembre, y unos días después, la
memoria de todos los ángeles custodios. Estas dos celebraciones subrayan el
hecho de que Dios utiliza a algunos ángeles para fines específicos que afectan
a todos los hombres, y que utiliza a los ángeles custodios para cuidar de cada
una de nuestras necesidades concretas.
Basándose en el Antiguo y Nuevo Testamento, en las
enseñanzas de los primeros Padres de la Iglesia y en la doctrina detallada de
Santo Tomás de Aquino, la Iglesia acepta en general que hay una jerarquía de
ángeles compuesta por nueve coros, divididos en tres tríadas. La primera tríada
está formada por los Serafines, Querubines y Tronos. Su deber es exclusivamente
el servicio a Dios, adorándolo continuamente. La segunda tríada está compuesta
por las Dominaciones, Virtudes y Potestades. Estos tres coros tienen la tarea
de gobernar el universo creado. La tercera tríada está compuesta por las
Principados, Arcángeles y Ángeles. Estos seres están más cercanos a la
humanidad y actúan como mediadores entre Dios y el hombre. Así, aunque Santo
Tomás definió a los ángeles custodios como el coro más bajo, esto debe entenderse
únicamente en el sentido de que su preocupación directa es el cuidado de la
humanidad. Sin embargo, ellos contemplan continuamente la Visión Beatífica.
En cuanto a la función de los ángeles custodios,
Santo Tomás de Aquino da el mayor detalle (cf. Suma Teológica I, 113).
Como ya se ha mencionado, enseña que cada persona recibe un ángel al nacer.
Esto significa que los ángeles custodios no están ligados al bautismo, sino a
la actividad humana en este mundo, concretamente a la actividad que comienza
con el nacimiento. Estos ángeles no se “reciclan”, por así decir, sino que son
asignados a una sola persona, y a nadie más. Los ángeles custodios pueden
actuar sobre nuestros sentidos e imaginación, inspirándonos de un modo u otro.
Pueden presentar ideas a nuestra mente para dirigirnos hacia la voluntad de
Dios, pero no pueden controlar nuestra voluntad. Actuando sobre nuestros
sentidos, pueden hacer que sintamos lo que es correcto o incorrecto e
impulsarnos a elegir bien. Actúan en contra de los ángeles caídos, o demonios,
que nos tientan con razonamientos falsos y placeres sensuales. Finalmente, en
el Cielo, el papel del ángel custodio de llevarnos a la salvación se
completará. Santo Tomás creía que incluso en el Cielo seguirán comunicándose
con nosotros y continuarán iluminándonos con la Verdad de Dios, siempre nueva y
siempre más profunda.
Al honrar hoy a las huestes celestiales de los
ángeles custodios, piensa en tu propio ángel. San Ignacio de Loyola, en los Ejercicios
Espirituales, nos ofreció un mapa detallado de cómo se comunican con
nosotros. Considera leer su sabiduría. En el Cielo, gozaremos de una relación
eterna cara a cara con nuestros ángeles. Esa relación estará perfectamente
impregnada del amor de Dios, y nuestra unión con ellos será irrompible. En la
tierra, con frecuencia prestamos poca atención a nuestros ángeles, pero ellos
siempre están atentos a nosotros. Aunque no siempre les hablemos en oración a
nuestros intercesores y mediadores, procura hacerlo. Nuestros ángeles nos
comunican cada día. ¿Escuchas? ¿Oyes? Procura discernir las acciones de tu
ángel en tu vida, para que esta misión angélica pueda cumplirse mejor. Ten la
certeza de que tienes un mediador que está delante de Dios y que no hace otra
cosa que interceder por ti, trabajando continuamente para conducirte a la
salvación eterna.
Oración:
Ángel de Dios, mi dulce compañía,
a quien el amor de Dios me confía;
no me desampares ni de noche ni de día,
ilumina, guarda, rige y guía. Amén.
Ángeles de Dios, rueguen por mí.
Jesús, en Ti confío.
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