El uniforme del servicio
Ayer celebramos a San Francisco de Asís, de
quien se piensa que fue ordenado diácono. Y hoy, tres elementos de la
liturgia convergen nuevamente hacia ese ministerio del diaconado.
El Evangelio menciona a esos “simples” siervos, disponibles para su
Señor y enviados cuando Él lo disponga.
Pablo recuerda a Timoteo que le impuso las manos y lo invita a dar
testimonio.
Habacuc, por su parte, subraya la importancia de un ministerio profético
que sabe discernir los signos del Reino.
Inseparables del ministerio de los obispos, de los
presbíteros y de los hombres y mujeres comprometidos en la Iglesia, los diáconos
son ordenados para el servicio de la Palabra, la liturgia y la caridad,
después de que la Iglesia se ha asegurado del libre consentimiento de la
esposa, en el caso de los casados.
Desde el Concilio Vaticano II, miles de hombres y mujeres se han
comprometido en esta aventura del diaconado, y podemos dar gracias por su
disponibilidad.
Ayudados por el ministerio de estos diáconos, y
sostenidos por el testimonio de sus esposas, podemos hacer nuestra la súplica
apostólica:
“Señor, auméntanos la fe.”
Esta oración es aún más urgente al recordar la
imagen sorprendente que Jesús utiliza: un árbol plantado en medio del mar.
Esa “curiosidad botánica” se ilumina a la luz del diaconado, hecho de cercanía,
anuncio y envío.
Los diáconos invitan a los cristianos a vivir su fe en medio de un mundo
líquido, cambiante, pero siempre arraigados en la liturgia y en el
servicio.
Al orar
por las vocaciones diaconales, ¿en qué personas pienso?
“Señor, auméntanos la fe.”
¿Cómo resuena hoy esta frase en mi vida?
Luc Forestier, prêtre à La Madeleine (diocèse de Lille)
Primera lectura
Hab
1, 2-3; 2, 2-4
El
justo por su fe vivirá
Lectura de la profecía de Habacuc.
¿HASTA cuándo, Señor,
pediré auxilio sin que me oigas,
te gritaré: ¡Violencia!,
sin que me salves?
¿Por qué me haces ver crímenes
y contemplar opresiones?
¿Por qué pones ante mí
destrucción y violencia,
y surgen disputas
y se alzan contiendas?
Me respondió el Señor:
Escribe la visión y grábala
en tablillas, que se lea de corrido;
pues la visión tiene un plazo,
pero llegará a su término sin defraudar.
Si se atrasa, espera en ella,
pues llegará y no tardará.
Mira, el altanero no triunfará;
pero el justo por su fe vivirá.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
95(94),1-2.6-7ab.7c-9
R. Ojalá escuchen hoy la
voz del Señor:
«No endurezcan su corazón»,
V. Vengan, aclamemos al
Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. R.
V. Entren, postrémonos
por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía. R.
V. Ojalá escuchen hoy su
voz:
«No endurezcan el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando sus padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras». R.
Segunda lectura
2
Tim 1, 6-8. 13-14
No
te avergüences del testimonio de nuestro Señor
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo.
QUERIDO hermano:
Te recuerdo que reavives el don de Dios que hay en ti por la imposición de mis
manos, pues Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de
amor y de templanza.
Así pues, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor ni de mí, su
prisionero; antes bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según
la fuerza de Dios.
Ten por modelo las palabras sanas que has oído de mí en la fe y el amor que
tienen su fundamento en Cristo Jesús.
Vela por el precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en
nosotros.
Palabra de Dios.
Aclamación
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. La palabra del
Señor permanece para siempre; esta es la palabra del Evangelio que les ha sido
anunciada. R.
Evangelio
Lc
17, 5-10
¡Si
tuvieran fe!
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, los apóstoles le dijeron al Señor:
«Auméntanos la fe».
El Señor dijo:
«Si tuvieran fe como un granito de mostaza, dirían a esa morera:
“Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y les obedecería.
¿Quién de ustedes, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando
vuelve del campo: “Enseguida, ven y ponte a la mesa”?
¿No le dirán más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y
bebo, y después comerás y beberás tú”?
¿Acaso tienen que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo
ustedes: cuando hayan hecho todo lo que se les ha mandado, digan:
“Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».
Palabra del Señor.
1
“El justo por su fe vivirá”
1. Una humanidad que clama:
“¿Hasta cuándo, Señor?”
La voz del profeta Habacuc resuena como un
eco de nuestras propias preguntas:
“¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me
oigas?”
No es un grito de incredulidad, sino de fe
herida. El profeta contempla el sufrimiento del pueblo, la corrupción, la
violencia y la injusticia… y siente que Dios guarda silencio.
¿No es esa también la experiencia de muchos hombres y mujeres de hoy?
En nuestras comunidades hay familias que claman por justicia, enfermos que
esperan su curación, migrantes que sueñan con dignidad, jóvenes que buscan
futuro, sacerdotes y misioneros que se sienten cansados… y todos podríamos
decir con Habacuc: “¿Hasta cuándo, Señor?”
Sin embargo, el Señor responde con ternura y
firmeza:
“La visión tiene un plazo, pero llegará a su
término sin defraudar… El justo por su fe vivirá.”
Aquí se encierra el corazón del mensaje: no
todo está perdido. Aunque el mal parezca triunfar, la historia pertenece a Dios.
Su tiempo no es el nuestro. La fe no es impaciencia; es espera confiada.
El que persevera en la fe, aun sin ver los frutos, “vivirá”. Su vida será
fecunda, aunque la cosecha tarde.
2. El justo vive por la fe… y la
fe se alimenta de esperanza
En este Domingo, el Salmo 94 nos invita a la
escucha interior:
“Ojalá escuchen hoy la voz del Señor: no endurezcan
el corazón.”
Dios sigue hablándonos en medio del ruido de la
historia. El problema no es su silencio, sino nuestros oídos cerrados y
nuestros corazones endurecidos. La fe es, ante todo, una actitud de apertura:
de quien se deja enseñar, corregir, moldear por el amor divino.
En el
Jubileo —que es tiempo de conversión, de volver al corazón de Dios— esta
palabra se vuelve urgente. No basta con cumplir: hay que creer y confiar.
Escuchar a Dios significa mirar la realidad con ojos nuevos.
Donde el mundo ve ruina, el creyente descubre un germen de resurrección.
Donde la sociedad dice “no hay futuro”, el discípulo responde: “El Señor cumple
sus promesas”.
3. “Reaviva el don de Dios que
hay en ti” (2 Tim 1,6)
Pablo, desde la prisión, escribe a Timoteo, su
discípulo amado. Lo anima a no dejar morir la llama de la fe:
“Reaviva el don de Dios que recibiste por la
imposición de mis manos.”
El Apóstol sabe que el ministerio cansa, que las
pruebas desaniman, que el miedo puede paralizar. Por eso le recuerda:
“Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino
de fortaleza, de amor y de buen juicio.”
Esta exhortación se aplica hoy a todo cristiano,
pero especialmente a quienes hemos sido llamados al servicio pastoral. En el
contexto del Año Jubilar, el Señor nos pide reavivar los dones
recibidos:
la fe que se apagó en el ruido del mundo,
la esperanza que se debilitó frente al dolor,
la caridad que se volvió rutina.
Reavivar es volver a encender lo que todavía humea,
soplar sobre las brasas del corazón. Es tarea de oración, de comunidad y de
Eucaristía. Allí el Espíritu reanima lo que parecía perdido.
4. “Auméntanos la fe” (Lc
17,5-10)
En el Evangelio, los apóstoles hacen una súplica
breve pero esencial:
“Auméntanos la fe.”
Jesús responde con una imagen provocadora:
“Si tuvieran fe como un grano de mostaza…”
No se trata de una fe espectacular, sino de una
fe auténtica, pequeña pero viva, capaz de mover lo imposible.
La fe no es magia ni dominio de lo sobrenatural: es confianza absoluta en la
fuerza de Dios.
Y Jesús concluye con la enseñanza sobre el siervo humilde, recordándonos
que la fe madura no busca recompensas, sino que sirve con amor y gratuidad.
5. Vivir por la fe, servir con
amor
Si unimos
las tres lecturas, vemos un hilo luminoso:
- Habacuc nos enseña a creer
y esperar.
- Pablo nos llama a reavivar
y perseverar.
- Jesús nos invita a servir
y confiar.
Y el
Salmo pone la nota interior: escuchar y no endurecer el corazón.
La fe no
es una teoría ni un sentimiento. Es un camino concreto: creer cuando todo
parece perdido, amar cuando todo parece inútil, servir cuando nadie lo
reconoce.
Esa es la fe del justo.
Esa es la fe del discípulo de Cristo.
Esa es la fe jubilar que nos impulsa a ser peregrinos de esperanza,
caminando hacia la plenitud de las promesas de Dios.
🌿 6.
Aplicación jubilar y pastoral
a) Para
las comunidades:
La palabra de hoy es bálsamo para quienes se sienten cansados o decepcionados.
El Señor no olvida su pueblo. Aunque la visión tarde, llegará.
No es momento de rendirse: es momento de reavivar la fe comunitaria,
sostenernos unos a otros, redescubrir la alegría del servicio humilde.
b) Para
los pastores y agentes de evangelización:
Pablo nos habla directamente: “No te avergüences del testimonio de nuestro
Señor.”
La misión exige valor, amor y discernimiento.
El Espíritu no nos dio cobardía, sino fuerza.
Sigamos siendo testigos firmes y serenos en medio de las tormentas.
c) Para
los jóvenes y familias:
El mundo ofrece muchos “altaneros” —como dice Habacuc—, confiados en su poder o
riqueza. Pero la vida verdadera no está ahí.
El justo vive por la fe.
Eduquemos en la confianza, en la esperanza activa, en la fidelidad de lo
pequeño.
🙏 7.
Oración final jubilar
Señor
Jesús, Maestro y Servidor,
escucha el clamor de tu pueblo que sufre.
Cuando el mal nos abrume, danos fe.
Cuando el cansancio nos venza, reaviva tu fuego en nosotros.
Cuando el silencio parezca vacío, haznos escuchar tu voz.
Que
nuestra fe, aunque pequeña como un grano de mostaza,
mueva montañas de egoísmo y de miedo.
Que tu
Espíritu Santo nos mantenga fieles,
alegres en el servicio y firmes en la esperanza,
hasta que llegue el día en que la visión se cumpla
y podamos decir contigo:
“El justo por su fe vivirá.”
Amén.
2
“El justo por su fe vivirá:
creer, esperar y servir en esperanza”
I. Una humanidad que clama
“¿Hasta
cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me oigas?
¿Hasta cuándo te gritaré: ‘¡Violencia!’, sin que me salves?” (Hab 1,2).
Así comienza la lectura de hoy.
El profeta Habacuc nos da voz. Él grita lo que tantos sienten y callan: la
decepción de ver cómo el mal avanza, cómo los justos sufren, cómo Dios parece
ausente. Su clamor no es un reproche incrédulo, sino la oración dolida de
quien ama y no entiende.
Habacuc representa al creyente que no se conforma con la injusticia y que se
atreve a llevar su queja ante el mismo Dios.
Podríamos
decir que es una oración desde las trincheras de la vida:
desde el hospital donde se sufre sin respuestas,
desde la calle donde un joven pierde su rumbo,
desde la familia que no sabe cómo salir adelante,
desde un país que sigue buscando paz y justicia.
Habacuc es el profeta de los que no renuncian a
esperar, aunque la noche sea larga.
II. La respuesta de Dios:
“Espera… la visión se cumplirá”
Dios no
censura su clamor.
Le responde con paciencia y con una promesa que es casi un susurro:
“Escribe
la visión y grábala en tablillas, para que se lea de corrido;
la visión tiene un plazo, pero llegará sin defraudar.
Si se atrasa, espérala: llegará y no tardará.” (Hab 2,2-3)
¡Qué
belleza esta pedagogía divina!
Dios no responde con explicaciones teóricas, sino con una palabra de
esperanza activa.
No le dice “todo está bien”, sino: “Espera… no he terminado mi obra.”
El Señor
nos invita a la paciencia de la fe.
La fe no suprime la espera, la transforma.
El creyente no es quien todo lo entiende, sino quien, en la oscuridad, sigue
confiando.
Y entonces viene la frase que resume toda la
profecía:
“El justo por su fe vivirá.” (Hab 2,4)
Es decir:
quien permanece fiel, aunque no vea resultados,
quien sigue creyendo cuando todo parece derrumbarse,
quien no se deja contaminar por la desesperanza,
ése vive, ése salva, ése da sentido al mundo.
III. Escuchar la voz del Señor
(Sal 94)
El salmo nos toma de la mano y nos conduce al
silencio interior:
“Ojalá escuchen hoy la voz del Señor: no endurezcan
el corazón.”
En medio del ruido de los noticieros, de las redes,
de las quejas diarias,
Dios sigue hablándonos. Pero para escucharlo hay que ablandar el corazón.
Un corazón endurecido no oye ni siente.
El endurecimiento es el mayor peligro de los creyentes: acostumbrarnos al mal,
al dolor ajeno, a vivir sin asombro.
El Jubileo es precisamente eso: un tiempo para
volver a escuchar, para dejar que la voz de Dios penetre la coraza del alma
y despierte la sensibilidad dormida.
Quizás el
Señor hoy nos dice:
“Escúchame otra vez… no he dejado de hablarte, pero has dejado de oírme.”
IV. Reavivar el don de Dios (2
Tim 1,6-8)
San Pablo, desde su prisión, escribe a Timoteo.
Sabe que el joven discípulo se siente frágil, asustado, inseguro.
Y le dice con ternura y fuerza:
“Reaviva el don de Dios que recibiste por la
imposición de mis manos…
porque Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía,
sino de fortaleza, de amor y de buen juicio.” (2 Tim 1,6-7)
Estas palabras resuenan hoy como un encargo
jubilar para toda la Iglesia.
La fe no es un recuerdo, es una llama que hay que avivar.
El don recibido en el Bautismo, en la Confirmación o en el Orden, no se puede
dejar apagar por el cansancio, la rutina o el miedo.
Pablo nos recuerda tres virtudes necesarias para
este tiempo:
1. Fortaleza: para resistir el desaliento y
seguir creyendo cuando el mundo se burla de la fe.
2. Amor: para no convertirnos en jueces
del prójimo, sino en testigos del Evangelio.
3. Buen juicio (discernimiento): para no confundir entusiasmo con
superficialidad, ni prudencia con cobardía.
Reavivar el don es volver a creer que lo
imposible sigue siendo posible en Dios.
V. “Auméntanos la fe” (Lc
17,5-10)
Y aquí
entra el Evangelio.
Los discípulos, conscientes de su pequeñez, le piden a Jesús:
“Auméntanos
la fe.”
¡Qué
petición tan sencilla y tan profunda!
No le piden poder, éxito ni milagros. Piden fe, porque saben que todo
nace de ella.
Jesús responde con una imagen:
“Si
tuvieran fe como un grano de mostaza…”
La fe no
se mide en cantidad, sino en autenticidad.
Una fe pequeña, pero viva, puede mover montañas.
Una fe pura, aunque frágil, cambia destinos.
Una fe humilde, aunque silenciosa, sostiene la historia.
Luego
Jesús añade la parábola del siervo que no busca recompensas:
“Cuando
hayan hecho todo lo que se les mandó, digan: somos siervos inútiles; hemos
hecho lo que teníamos que hacer.”
La fe
madura se expresa en el servicio gratuito, en el amor que no espera
reconocimiento.
Quien vive por la fe, sirve con humildad.
Quien sirve con humildad, vive en libertad.
VI. Creer, esperar y servir: tres
verbos jubilares
Si unimos los tres textos, encontramos el
itinerario perfecto para el discípulo:
1. Creer, como Habacuc, en medio de la
oscuridad.
2. Esperar, como Timoteo, reavivando el
fuego interior.
3. Servir, como enseña Jesús, con fe
humilde y amor sin condiciones.
Estos tres verbos son la gramática de la
esperanza cristiana,
la que necesitamos redescubrir en este Año Jubilar de la Esperanza.
Creer cuando el mal nos hiere,
esperar cuando todo parece lento,
servir cuando nadie aplaude.
Ahí se mide la fe que salva y que hace nueva la historia.
VII. Aplicación pastoral
Para la
comunidad:
No dejemos que el cansancio o la rutina apaguen nuestra esperanza.
Dios no ha abandonado a su pueblo. Su promesa sigue viva.
Quizás parezca que tarda, pero llegará.
Por eso, sigamos construyendo, soñando, sembrando.
Para los
pastores y agentes de evangelización:
La palabra de Pablo es un espejo: “Reaviva el don que hay en ti.”
Cada vez que un sacerdote predica, cada vez que una catequista enseña, cada vez
que un cristiano consuela… ahí se renueva la fe.
El Jubileo es tiempo para reencender la llama vocacional, para mirar al
futuro con valentía y ternura.
Para los
jóvenes:
El mundo necesita su fe valiente, su creatividad, su alegría.
No teman la lentitud del tiempo de Dios: Él cumple lo que promete.
Dejen que su fe, aunque pequeña como una semilla, se convierta en árbol de
esperanza para muchos.
VIII. Conclusión: vivir por la
fe, testimoniar la esperanza
El
mensaje de este domingo es claro y actual:
La fe es resistencia amorosa.
Es mantenerse firme cuando todo invita a rendirse.
Es creer que Dios no ha callado, sino que está obrando silenciosamente.
Habacuc
nos enseña a esperar.
Pablo nos enseña a perseverar.
Jesús nos enseña a servir.
Y el
Jubileo nos invita a caminar como peregrinos de la esperanza,
portadores de una fe que no se apaga,
testigos de un Dios que nunca defrauda.
🙏 Oración
final jubilar
Señor,
aumenta nuestra fe.
Danos la paciencia del profeta,
la fortaleza del apóstol
y la humildad del siervo.
Que en
este Año Jubilar
nuestra esperanza no sea teoría,
sino fuego que ilumine el mundo.
Cuando el
mal parezca triunfar,
recuérdanos tu promesa:
“El justo por su fe vivirá.”
Haznos
peregrinos de esperanza,
sembradores de fe,
testigos de tu amor.
Amén.
3
“Señor, auméntanos la fe”
I.
Introducción: el don más pequeño y más grande
Jesús hoy nos
habla de la fe.
Quizás la palabra más corta del diccionario teológico, pero la que más
hondamente toca nuestra existencia. Porque ante la mirada de fe nos jugamos la vida:
creer o no creer cambia el modo de vivir, de amar, de esperar, de servir.
La fe no es una idea ni una emoción: es una
manera de ver el mundo y de vivir en él.
Dios ha
sembrado en cada uno de nosotros una semilla de fe, diminuta como el grano de
mostaza, pero capaz de mover montañas, de enviar un árbol a plantarse en el
mar, de transformar lo imposible en posibilidad.
Que esta Eucaristía despierte en nosotros ese don: la fe que no se conforma, la
fe que persevera, la fe que sirve.
II. ¿Qué es la
fe?
“Fe” —una
palabra monosílaba, como nuestro Dios uno y único.
Y curiosamente, la segunda sílaba de “café”
… y qué bueno es compartir sobre la fe, precisamente, alrededor de una taza del buen café
colombiano, mientras se conversa con sinceridad sobre lo que
sostiene la vida.
De niños
aprendimos en el catecismo que la
fe es “creer en lo que no se ve.”
Y qué es lo que no se ve?
Lo esencial, diría El
Principito de Saint-Exupéry, “solo se ve bien con el corazón”.
La fe no es
ingenuidad ni superstición, ni una “buena vibra” disfrazada de optimismo.
La fe no se opone a la razón, la ilumina.
No se trata solo de saber doctrina, dogmas o mandamientos, sino de encontrarse con una Persona: con
Jesucristo.
Fe es decirle
“sí” al Misterio.
Es el hilo invisible que nos une al Dios vivo.
Es la certeza interior de que no estamos solos.
Es lo que ha sostenido a santos, mártires, madres, obreros, campesinos y
misioneros —a todos los que creyeron que el
amor de Dios es más fuerte que la muerte.
III. La fe
como camino
El Evangelio
nos muestra hoy a los discípulos suplicando:
“Señor,
auméntanos la fe.”
Ellos la
admiran en Jesús. Ven en Él una fuerza interior que nada destruye, una paz que
no se apaga. Y desean tenerla.
También nosotros deberíamos hacer de esa súplica nuestra oración cotidiana:
“Señor, auméntanos la fe.”
Porque vivimos
en una cultura donde domina lo visible, lo inmediato, lo rentable.
El ruido del mundo acalla la voz del Espíritu.
Por eso necesitamos cultivar la fe con medios concretos —los que la Iglesia,
sabia y maternalmente, nos ofrece:
1.
La Biblia: carta de amor de Dios
a la humanidad. Allí descubrimos quién es Él y quiénes somos nosotros.
2.
La oración: diálogo que nos
introduce en su intimidad; no es repetir fórmulas, sino escuchar, agradecer y
alabar.
3.
Jesucristo: el rostro visible del
Padre; quien nos muestra el amor hasta el extremo de la cruz.
4.
María: la creyente perfecta, que confió sin
entender, que dijo “sí” cuando todo parecía oscuro.
5.
Los sacramentos: signos vivos de la presencia
de Dios en cada etapa de la vida: el nacimiento, la madurez, la enfermedad, el
amor, la misión.
6.
La comunidad: la fe se comparte. No
se puede ser creyente aislado, porque la fe cristiana se vive en Iglesia, familia de los
hijos de Dios.
7.
La misión: la fe se robustece
cuando se comunica. El discípulo se hace misionero, anunciando con gozo que
Cristo está vivo.
Creer no es
refugiarse en lo invisible: es descubrir
a Dios en lo cotidiano, en los rostros, en la historia, en los
gestos sencillos.
Y quien cree así, puede afirmar con serenidad: “El justo por su fe vivirá” (Hab
2,4).
IV. La fe que
hace posible lo imposible
Sí, la fe
mueve montañas. Pero no porque cambie las leyes de la naturaleza, sino porque transforma al creyente.
Con fe, el enfermo no se desespera, el pobre no se rinde, el sacerdote no se
quema, el misionero no se va.
Con fe, la madre perdona, el esposo persevera, el amigo reza, el anciano
sonríe.
La fe pequeña,
como un grano de mostaza, sostiene
el mundo.
La fe hace que sigamos adelante cuando humanamente todo invita a “tirar la
toalla”.
Ella nos enseña a perdonar cuando los medios nos gritan “¡no seas tonto!”; a
servir sin esperar aplausos; a esperar sin ver.
“Para Dios
nada hay imposible.”
Y quien cree esto, lo sabe por experiencia.
V. Una
lectura psicológica: la fe que libera del orgullo y del control
El Evangelio
también nos habla del siervo
inútil:
“Cuando hayan
hecho todo lo mandado, digan: somos siervos inútiles, hemos hecho lo que
debíamos hacer.”
A primera
vista, suena duro. Pero Jesús no desprecia el servicio, sino que nos libera del
ego espiritual.
Dios no necesita nuestras obras; nosotros
sí necesitamos amarle y servirle.
La fe sin amor se vuelve arrogante, y el deber sin ternura se vuelve
esclavitud.
Cuántas veces
creemos que por trabajar mucho por Dios tenemos “derechos” sobre Él…
Cuántos padres o esposos, después de darlo todo, se sienten con “derecho” a
dominar a los suyos.
Pero el amor verdadero no exige nada: da
y se deja transformar.
Así es la fe: acción sin apropiación, entrega sin cálculo.
La humildad
cristiana no es despreciarse, sino reconocer
que todo es gracia.
Soy un siervo inútil… pero precioso
a los ojos de Dios, como dice Isaías:
“Tú eres
precioso a mis ojos, valioso, y yo te amo.” (Is 43,4)
VI. La fe que
mantiene joven el corazón
El Evangelio
de hoy contiene una paradoja luminosa:
La fe nos hace capaces de
lo imposible y, al mismo tiempo, nos enseña la humildad.
Nos impulsa a actuar, pero también a confiar.
Nos vuelve fuertes y, a la vez, tiernos.
Y sobre todo, nos mantiene siempre
jóvenes.
Porque la fe
es el arte de mirar hacia adelante.
No se alimenta de nostalgias, sino de promesas.
Es la aurora que vence al crepúsculo, la mirada que ve más allá de las heridas.
La fe, en definitiva, es
la juventud del alma, la que no envejece aunque el cuerpo se
agote.
Sin fe, no hay
futuro.
Con fe, todo tiene sentido.
Sin fe, la vida se encierra en el miedo.
Con fe, se abre al infinito.
VII. En clave
jubilar: peregrinos de la esperanza
Este Año
Jubilar nos invita precisamente a eso: a reavivar
el don de la fe, como exhortaba san Pablo a Timoteo:
“Reaviva el
don de Dios que recibiste… porque no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino
de fortaleza, de amor y de sensatez.” (2 Tim 1,6-7)
La fe jubilar
no se queda en el pasado ni se encierra en los templos:
va al encuentro del hermano, construye comunidad, siembra reconciliación.
Somos peregrinos de
esperanza, caminando hacia la plenitud de la promesa.
VIII.
Objetivo de vida para la semana
1.
Despertar el don de la fe: examinar si la mía
está viva o dormida.
2.
Dar gracias a Dios por la fe recibida en el Bautismo.
3.
Alimentarla con oración, Biblia,
Eucaristía y comunidad.
4.
Testimoniarla en la vida diaria: en
el trabajo, la familia, el servicio.
5.
Permanecer fiel y sereno cuando lleguen las
pruebas.
IX. Oración
jubilar – meditación
Señor,
dueño de mi vida,
enséñame la obediencia dócil a tu Espíritu,
y dame la fuerza para servirte con alegría.
Cuando
corra tras los títulos o los honores,
recuérdame que soy un simple servidor,
y que, para amar, hay que escoger el último lugar.
Libérame de
mis miedos y dudas,
de la tentación de vivir cómodo y sin compromiso.
Enséñame a
ordenar el árbol de mi orgullo
para que vaya a plantarse en el mar;
a mandar las selvas de mi egoísmo al fondo del océano;
a aplanar las montañas de mis infidelidades bajo tu sol.
Y entonces,
libre y confiado,
escucharé tu voz que dice:
“Ven, siervo fiel… entra en el banquete del Amor.”
Amén.
X. Conclusión
“Señor,
auméntanos la fe.”
Esa es la súplica de una Iglesia que no quiere envejecer, que quiere seguir
creyendo en la fuerza del Evangelio, que quiere vivir cada día con la certeza
de Habacuc:
“El justo por
su fe vivirá.”
Creer,
esperar, servir: tres verbos para un discípulo y un peregrino de la esperanza.
Y mientras caminamos, que nuestra fe —aunque pequeña— siga siendo semilla,
fuego, y canto.
4
“Señor, auméntanos la fe”
I. Introducción: Creer para servir, servir para
creer
El
Evangelio de este domingo nos hace escuchar una súplica universal:
“Señor,
auméntanos la fe.”
Una
oración tan breve como profunda, que encierra el deseo de todo corazón
creyente.
La fe no es una idea ni una fórmula: es un modo de existir. Es el alma
de nuestra vida cristiana.
Sin fe, el amor se apaga y el servicio se vuelve rutina.
Con fe, lo ordinario se transfigura, el dolor se ilumina y la esperanza
resucita.
La
liturgia de hoy nos pone ante tres testimonios de fe viva:
- Habacuc, que clama en medio de la
injusticia: “¿Hasta cuándo, Señor?”
- Pablo, que anima a Timoteo a
“reavivar el don de Dios” recibido por la imposición de las manos.
- Jesús, que enseña que la fe,
aunque pequeña como un grano de mostaza, puede hacer posible lo imposible.
Y como
fondo, una figura que nos acompañó ayer, San Francisco de Asís, el
hombre que encarnó la pobreza, la humildad y la alegría del Evangelio, y que
—como nos recuerda la tradición— fue diácono, servidor por excelencia.
Su vida es un espejo del Evangelio de hoy: la fe que se hace servicio y el
servicio que fortalece la fe.
II. Habacuc: la fe que espera en medio del dolor
El
profeta Habacuc levanta su voz ante un pueblo que sufre violencia, corrupción y
desesperanza.
Su grito, “¿Hasta cuándo, Señor?”, es también el grito del colombiano que sufre
por la injusticia,
del isleño que contempla la desigualdad y el abandono,
del campesino que ve cómo la tierra es destruida,
del joven que busca oportunidades y solo encuentra violencia o indiferencia.
Dios no
le da a Habacuc una explicación, sino una promesa:
“La
visión tiene un plazo, pero llegará…
el justo por su fe vivirá.”
La fe no
elimina el sufrimiento, pero da sentido al esperar.
El justo vive no porque todo marche bien, sino porque confía en el Dios que
cumple sus promesas.
III. Pablo y Timoteo: reavivar el fuego interior
San
Pablo, encarcelado y envejecido, escribe a Timoteo, su discípulo joven.
Le recuerda:
“Reaviva
el don de Dios que recibiste por la imposición de mis manos.
No te avergüences del testimonio de nuestro Señor.”
La fe se
debilita cuando se apaga el fuego interior.
Por eso, Pablo invita a avivarlo, a volver al primer amor, al momento en
que el Espíritu nos llenó de entusiasmo.
El apóstol no promete facilidades, sino fortaleza, amor y sensatez: tres
virtudes que el cristiano necesita hoy más que nunca.
En
nuestro contexto colombiano e insular, reavivar el don significa
resistir la tentación del miedo, la corrupción o la desesperanza; significa no
rendirse ante la violencia ni dejarse seducir por la indiferencia.
La fe se alimenta cuando la comunidad se une, cuando se perdona, cuando se
sirve, cuando se evangeliza con alegría.
IV. El Evangelio: una fe humilde y fecunda
Los
discípulos le dicen a Jesús:
“Auméntanos
la fe.”
Y Él responde:
“Si tuvieran fe como un grano de mostaza…”
El Señor
no habla de una fe espectacular, sino de una fe auténtica, sencilla, perseverante.
Una fe que no se mide en cantidad, sino en confianza.
Luego
añade la parábola del siervo:
“Cuando
hayan hecho todo lo mandado, digan: somos siervos inútiles, hemos hecho lo que
debíamos hacer.”
Jesús nos
enseña que la fe verdadera no busca recompensas ni reconocimientos.
La fe madura se traduce en servicio humilde y gratuito.
Como el diácono que sirve sin esperar aplausos, el creyente actúa por amor, no
por mérito.
V. Fe y diaconado: servir en un mundo líquido
El texto traducido del francés nos ofrece una hermosa imagen:
“Un árbol plantado en el mar” —una aparente contradicción, una
“curiosidad botánica”—.
Pero ese árbol simboliza al cristiano y, especialmente, al diácono: raíces
firmes en la fe, pero vida en medio del mundo cambiante.
Vivimos
en un “mundo líquido” (como dice Zygmunt Bauman), donde todo se mueve, se
relativiza, se evapora.
La fe nos pide mantenernos arraigados en la Palabra, la liturgia y la
caridad,
como los diáconos que sirven, anuncian y acompañan.
Por eso,
este domingo podemos orar por los diáconos de Colombia y del Vicariato de
San Andrés, Providencia y Santa Catalina: hombres que, junto a sus esposas
y familias, hacen visible el rostro servidor de Cristo.
Ellos nos recuerdan que la fe se hace concreta en la mesa del pobre, en la
visita al enfermo, en el abrazo al necesitado.
Su testimonio silencioso es un faro en medio del mar.
VI. Santa Faustina: la fe que confía en la
Misericordia
El 5 de
octubre recordamos a Santa Faustina Kowalska, apóstol de la Divina
Misericordia.
Ella también vivió esta fe humilde y confiada.
Jesús le dijo:
“La
humanidad no encontrará la paz hasta que no se dirija con confianza a Mi
Misericordia.”
Fe y
misericordia son inseparables.
Creer es confiar en el amor que perdona, que sana, que reconstruye.
Como Faustina, estamos llamados a mirar el mundo con los ojos de Cristo
misericordioso:
ver el dolor y no juzgar,
ver el pecado y no condenar,
ver la miseria y responder con ternura.
En
Colombia, donde tantas heridas piden reconciliación,
y en las Islas, donde la fragilidad social y ambiental se hace evidente,
la fe en la Misericordia puede convertirse en semilla de esperanza
nueva.
VII. Aplicación jubilar
En este Año
Jubilar “Peregrinos de la Esperanza”, la Iglesia nos invita a reavivar
el don de la fe.
Una fe que:
- espera como Habacuc,
- se enciende como la de Timoteo,
- y sirve como la de
los discípulos.
Fe no es
tener respuestas; es seguir caminando con el corazón encendido.
Y en ese camino, la Virgen María —la creyente por excelencia— camina con
nosotros.
VIII. Conclusión mariana
María,
mujer de fe,
tú que creíste en la Palabra cuando todo era oscuridad,
tú que guardaste en el corazón las promesas de Dios,
enséñanos a creer sin ver,
a servir sin esperar,
a esperar sin cansarnos.
En este
Jubileo de la Esperanza,
camina con tu pueblo colombiano y caribeño,
sostén la fe de quienes trabajan por la justicia,
consuela a las familias heridas por la violencia,
anima a los jóvenes que buscan futuro,
y protege nuestras Islas, donde el mar es belleza y también desafío.
Madre de
la Misericordia,
enséñanos a decir cada día:
“Señor, auméntanos la fe.”
Amén.
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