La oración de Jesús
(Lucas 11, 1-4) El
Padre Nuestro está destinado a los discípulos para que lleguen a ser, juntos,
hijos y hermanos. Está iluminado por la oración de Jesús a su Padre. Jesús ora
así delante de las multitudes: “Padre, te doy gracias porque has ocultado estas
cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños” (Mt 11,25).
Y también en la Cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc
23,34). Camino hacia la unidad del Padre y del Hijo (cf. Jn 17).
Nicolas Tarralle, prêtre assomptionniste
Primera lectura
Jon
4, 1-11
Tú
te compadeces del ricino, ¿y no me he de compadecer yo de Nínive, la gran
ciudad?
Lectura de la profecía de Jonás.
JONÁS se disgustó y se indignó profundamente. Y rezó al Señor en estos
términos:
«¿No lo decía yo, Señor, cuando estaba en mi tierra? Por eso intenté escapar a
Tarsis, pues bien sé que eres un Dios bondadoso, compasivo, paciente y
misericordioso, que te arrepientes del mal. Así que, Señor, toma mi vida,
pues vale más morir que vivir».
Dios le contestó:
«¿Por qué tienes ese disgusto tan grande?».
Salió Jonás de la ciudad y se instaló al oriente. Armó una choza y se quedó
allí, a su sombra, hasta ver qué pasaba con la ciudad.
Dios hizo que una planta de ricino surgiera por encima de Jonás, para dar
sombra a su cabeza y librarlo de su disgusto. Jonás se alegró y se animó mucho
con el ricino.
Pero Dios hizo que, al día siguiente, al rayar el alba, un gusano atacase al
ricino, que se secó.
Cuando salió el sol, hizo Dios que soplase un recio viento solano; el sol
pegaba en la cabeza de Jonás, que desfallecía y se deseaba la muerte:
«Más vale morir que vivir», decía.
Dios dijo entonces a Jonás:
«¿Por qué tienes ese disgusto tan grande por lo del ricino?».
Él contestó:
«Lo tengo con toda razón. Y es un disgusto de muerte».
Dios repuso:
«Tú te compadeces del ricino, que ni cuidaste ni ayudaste a crecer, que en una
noche surgió y en otra desapareció, ¿y no me he de compadecer yo de Nínive, la
gran ciudad, donde hay más de ciento veinte mil personas, que no distinguen la
derecha de la izquierda, y muchísimos animales?».
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
85, 3-4. 5-6. 9-10 (R.: cf. 15)
R. Tú, Señor, eres lento
a la cólera y rico en piedad.
V. Piedad de mí, Señor,
que a ti te estoy llamando todo el día;
alegra el alma de tu siervo,
pues levanto mi alma hacia ti, Señor. R.
V. Porque tú, Señor,
eres bueno y clemente,
rico en misericordia con los que te invocan.
Señor, escucha mi oración,
atiende a la voz de mi súplica. R.
V. Todos los pueblos
vendrán
a postrarse en tu presencia, Señor;
bendecirán tu nombre:
«Grande eres tú, y haces maravillas;
tú eres el único Dios». R.
Aclamación
R. Aleluya, aleluya,
aleluya.
V. Han recibido un
Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: «¡“Abba”, Padre!». R.
Evangelio
Lc
11,1-4
Señor,
enséñanos a orar
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
UNA vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus
discípulos le dijo:
«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».
Él les dijo:
«Cuando oren, digan: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos
cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también
nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación”».
Palabra del Señor.
1
Dios se compadece… y nos enseña a
mirar con misericordia
1. Introducción: cuando el corazón se resiste a la
misericordia
La Palabra de hoy nos enfrenta a un espejo
incómodo: el del profeta Jonás. Un hombre llamado por Dios, que anuncia la
conversión a Nínive, pero que al ver la misericordia divina se enfurece. Jonás
representa al creyente que obedece, pero no entiende; al religioso que cumple,
pero no ama; al profeta que predica, pero no se deja transformar por su propio
mensaje.
En este Año Jubilar, que nos invita a ser “peregrinos
de la esperanza”, el Señor quiere abrirnos los ojos del corazón para
descubrir cuántas veces nos parecemos a Jonás. También nosotros, a veces,
deseamos un Dios que premie a los buenos y castigue a los malos según nuestra
medida. Pero el Dios de la Biblia, el Dios de Jesucristo, es mucho más grande
que nuestras categorías: su misericordia desborda, su ternura no tiene
fronteras.
2. Jonás: un profeta que no
soporta el perdón
Jonás se enfada porque Dios perdona. ¡Qué paradoja!
Prefiere ver destruida la ciudad que ver salvados a sus enemigos. La escena
tiene un toque de humor, casi de ironía divina: mientras Jonás se lamenta por
una planta que le da sombra y luego se seca, Dios le muestra que Él se
preocupa por personas, no por plantas.
La pedagogía del Señor es sublime: “¿Y no voy a
tener yo compasión de Nínive, aquella gran ciudad, donde hay más de ciento
veinte mil personas que no distinguen su derecha de su izquierda, y muchos
animales?” (Jon 4,11).
Dios no solo ve el pecado, ve la ignorancia, la fragilidad, la posibilidad de
conversión. Su justicia está siempre abrazada a la misericordia.
En la historia de Jonás se revela un mensaje
universal: el corazón de Dios no conoce fronteras étnicas, religiosas ni
morales. Para Él, cada ser humano es una historia en construcción, una vida
que vale la pena salvar. El mismo Dios que creó la planta para proteger a Jonás
es el que protege la vida de los pecadores que buscan un nuevo comienzo.
3. El Evangelio: aprender a orar
como hijos
En el Evangelio, los discípulos piden: “Señor,
enséñanos a orar”. Jesús no les entrega una fórmula mágica, sino una
actitud filial. La oración cristiana nace de la confianza: “Padre… santificado
sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan, perdona nuestras
ofensas, no nos dejes caer en la tentación.”
Cada palabra del Padre Nuestro corrige nuestras
deformaciones religiosas.
- Si
Jonás quería un Dios al servicio de su justicia, Jesús nos enseña a decir “Padre”,
no “Juez”; a invocar un Dios que es familia, no propiedad.
- Si
Jonás se sentía dueño del mensaje, Jesús nos recuerda que el Reino no
es nuestro, sino de Dios.
- Si
Jonás se quejaba porque la planta se secó, Jesús nos enseña a pedir el
pan de cada día, sin ansias ni reclamos.
Orar no es exigir que Dios piense como nosotros,
sino permitir que Él transforme nuestro modo de pensar. Es entrar en su
mirada, dejar que su Espíritu nos moldee desde dentro. Por eso Jesús agrega en
otro pasaje: “Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos,
cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan” (Lc
11,13).
La oración nos hace dóciles al Espíritu que cambia el enojo por compasión, el
orgullo por servicio, la queja por gratitud.
4. En el Año Jubilar: aprender la
misericordia de Dios
El Papa Francisco, al convocar el Jubileo de 2025,
nos invita a redescubrir la esperanza que brota del rostro misericordioso del
Padre. En un mundo cansado de condenas, de discursos duros, de juicios y
exclusiones, el testimonio de Jonás nos llama a convertirnos en profetas de
la paciencia de Dios.
Ser peregrinos de la esperanza es aprender a
mirar al otro como lo mira Dios: no como enemigo, sino como hermano en camino.
La esperanza jubilar nace cuando comprendemos que la misericordia no debilita
la justicia, sino que la lleva a su plenitud. Solo quien ha experimentado el
perdón puede perdonar; solo quien ha sentido el consuelo de Dios puede
consolar.
5. Intención orante por los
enfermos: “Dios se compadece”
Hoy queremos orar especialmente por nuestros
hermanos enfermos. Ellos, como Jonás bajo su planta, conocen el calor del
sufrimiento y la fragilidad de la vida. Muchos sienten que su sombra se ha
secado, que sus fuerzas se han agotado. Pero el Señor no los abandona: Él
tiene compasión de cada uno de sus hijos.
A los enfermos, Dios no les pide explicaciones, les
ofrece ternura. A través de los médicos, de los familiares, de la comunidad
cristiana que acompaña, el Señor sigue extendiendo su misericordia.
Como comunidad jubilar, estamos llamados a acercarnos a los que sufren no con
la actitud de Jonás que se distancia, sino con el corazón de Jesús que se
inclina y se deja tocar por el dolor humano.
En cada enfermo está Cristo crucificado; en cada
sanación, el signo de la resurrección. Que este Jubileo nos ayude a ser Iglesia
samaritana, que cura heridas, que ora, que acompaña, que levanta.
6. Conclusión: “En tu lugar, mira
lo que haría”
“En tu lugar, mira lo que haría.”
Eso es precisamente lo que Dios le dice a Jonás, y lo que Cristo nos dice hoy a
nosotros.
— Si en tu lugar estuviera Dios, ¿cómo miraría al pecador?
— Si en tu lugar estuviera Cristo, ¿cómo trataría al enfermo?
— Si en tu lugar estuviera el Espíritu Santo, ¿cómo actuaría ante la injusticia?
El cristiano es aquel que deja que Dios actúe “en
su lugar”. Por eso la oración no es solo hablar con Dios, sino dejarlo hablar
dentro de nosotros. Solo así nuestra vida se transforma en testimonio de amor,
en profecía de esperanza, en reflejo de misericordia.
🕊️ Oración final
Señor
Dios de la vida y del perdón,
Tú que tuviste compasión de Nínive,
ten también piedad de nuestro mundo herido.
Enséñanos a orar con sencillez,
a perdonar sin medida,
a mirar a todos con tus ojos de Padre.
Te
encomendamos a los enfermos,
los que sufren en cuerpo y alma,
los que claman desde su dolor en silencio.
Sé tú su sombra protectora,
su planta que no se seca,
su paz en medio de la prueba.
Haznos
profetas de tu ternura,
peregrinos de esperanza y misericordia,
para que en este Año Jubilar
el mundo reconozca que Tú eres amor
y que en tu perdón todos hallamos la vida.
Amén.
2
Padre nuestro: la oración que nos
hace hermanos
1. Introducción: la oración que cambia el corazón
El Evangelio de hoy nos coloca en un momento
entrañable del ministerio de Jesús: los discípulos, al ver cómo ora, le dicen: “Señor,
enséñanos a orar”. No le piden que les enseñe a predicar, a sanar o a hacer
milagros. Le piden aprender a orar. Es decir, a entrar en su intimidad con el
Padre, a respirar su misma vida.
En esta escena nace la oración más sublime y
sencilla del cristianismo: el Padre Nuestro, la oración que no pertenece
a uno solo, sino a todos; la oración que hace de cada creyente un hijo y de
todos nosotros, hermanos.
2. El Padre Nuestro: escuela de
comunión
Hoy se nos recuerda que el Padre Nuestro está
destinado “a los discípulos para que lleguen a ser, juntos, hijos y
hermanos.”
Es una oración que nos saca del aislamiento y del egoísmo. No se puede rezar el
Padre Nuestro desde el orgullo o desde el resentimiento. Cada vez que decimos “Padre
nuestro”, reconocemos que nadie se salva solo, que todos somos hijos de un
mismo Amor y peregrinos en un mismo camino de esperanza.
Jesús no enseñó “Padre mío”, sino “Padre
nuestro”, porque la oración cristiana es esencialmente comunión. Así nos
educa a mirar la vida desde la fraternidad, desde la confianza, desde la
humildad de los pequeños.
Por eso el Evangelio de Mateo nos recuerda aquella
exclamación gozosa de Jesús:
“Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a
los pequeños” (Mt
11,25).
La oración de Jesús no es para los perfectos, sino
para los sencillos. Los pequeños del Evangelio —los pobres, los enfermos, los
pecadores arrepentidos, los que confían— son los primeros en comprenderla.
3. Jesús ora… y su oración nos
salva
El Evangelio de Lucas muestra a Jesús como el
hombre orante por excelencia. Ora antes de elegir a los Doce, ora en la
Transfiguración, ora en Getsemaní, ora en la Cruz. Y en el Calvario, su oración
alcanza su máxima expresión:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34).
En esa frase se condensa todo el Evangelio. Jesús,
el Hijo, revela el corazón del Padre: un amor que perdona incluso cuando es
traicionado, un amor que no responde al odio con venganza, sino con
misericordia.
El Padre Nuestro, entonces, no es una fórmula para
repetir mecánicamente; es un camino de conversión. Cada palabra nos
invita a entrar en la oración de Jesús, a mirar el mundo con sus ojos, a sentir
con su corazón.
Cuando decimos “Padre, perdónanos…”, estamos
dejando que el mismo perdón de Cristo sane nuestras relaciones, cure nuestras
heridas, transforme nuestras enemistades en reconciliación.
4. En el marco del Año Jubilar:
la oración que une cielo y tierra
El Jubileo 2025 nos invita a redescubrir la esperanza
que brota de sabernos hijos de Dios. En medio de un mundo dividido por el odio,
la violencia y el individualismo, el Padre Nuestro resuena como un antídoto
contra la desesperanza.
En él encontramos un itinerario jubilar:
- “Padre
nuestro”: la
fraternidad universal.
- “Santificado
sea tu Nombre”: la
llamada a vivir con coherencia y santidad.
- “Venga
tu Reino”: el
anhelo de justicia y paz.
- “Danos
hoy nuestro pan de cada día”: la solidaridad que comparte.
- “Perdona
nuestras ofensas”: la reconciliación que sana.
- “No
nos dejes caer en la tentación”: la fuerza de la esperanza.
Cada verso del Padre Nuestro es un paso hacia la
comunión con el Padre y con los hermanos. Jesús nos enseña que la oración no
nos aparta del mundo, sino que nos sumerge más profundamente en él, con la
mirada compasiva de Dios.
Rezar el Padre Nuestro en clave jubilar es, pues,
un acto de esperanza: proclamamos que el mal no tiene la última palabra, que la
gracia vence, que la fraternidad es posible.
5. Intención orante por los
enfermos: el rostro del Padre en el sufrimiento
Hoy elevamos nuestra oración por los enfermos, los
ancianos, los que viven en soledad o en hospital. Ellos pronuncian el “Padre
nuestro” con una fuerza especial, porque lo hacen desde el dolor, desde la
cruz.
Jesús, que en la cruz llamó “Padre” al Dios que
parecía callar, se hace solidario con cada enfermo. En sus heridas, el
sufrimiento humano se vuelve oración redentora.
Cuando un enfermo dice “hágase tu voluntad”, el
cielo se une con la tierra.
Cuando alguien postrado dice “danos hoy nuestro pan”, Cristo mismo multiplica
su presencia en forma de consuelo, cercanía y amor fraterno.
Como comunidad jubilar, no podemos olvidar a los
que sufren. Debemos acercarnos a ellos como hijos de un mismo Padre, hermanos
en la fe, portadores de esperanza. Allí donde un enfermo reza en silencio, Dios
está obrando su Reino.
6. Conclusión: orar como Jesús,
vivir como hijos
El Padre Nuestro es “camino hacia la unidad del
Padre y del Hijo” (cf. Jn 17).
En efecto, toda la vida de Jesús es una oración de unión
con el Padre.
Y toda vida cristiana está llamada a ser prolongación de esa oración.
Cuando oramos el Padre Nuestro con sinceridad:
- Nos
unimos a la oración de Cristo.
- Nos
dejamos transformar por su Espíritu.
- Nos
convertimos en signos de comunión.
Decir “Padre nuestro” es confesar la esperanza. Es
anunciar al mundo que no estamos solos, que somos amados, que Dios sigue
siendo Padre, incluso en medio del dolor y de la enfermedad.
🕊️ Oración final
Padre de
bondad y misericordia,
Tú que escuchas la oración de los pequeños,
enséñanos a orar como Jesús,
con confianza, con ternura, con entrega.
Haznos
hijos que aman y perdonan,
hermanos que se reconcilian y comparten.
Mira a
nuestros hermanos enfermos:
sé Tú su fuerza, su paz, su esperanza.
En este
Año Jubilar,
renueva en nosotros la alegría de ser tus hijos
y la dicha de llamarte “Padre nuestro”.
Amén.
3
Padre nuestro: la oración
perfecta del corazón confiado
1. Introducción: “Señor, enséñanos a orar”
Hay momentos en los Evangelios que condensan la
esencia de la vida cristiana. Uno de ellos es este: los discípulos contemplan a
Jesús orando y, tocados por su manera de dirigirse al Padre, se atreven a
decirle: “Señor, enséñanos a orar”.
No le piden que les enseñe a predicar o a obrar
milagros, sino a orar. Porque intuyen que en la oración está la fuente de todo
lo demás: el poder de amar, de servir, de perdonar, de esperar.
Y Jesús responde no con un discurso, sino con una
oración. Les entrega el Padre Nuestro, la oración perfecta, la síntesis
del Evangelio, la escuela del amor filial.
San Andrés Bessette decía: “Cuando dices el
Padre Nuestro, el oído de Dios está junto a tus labios.”
Y Santa Teresa de Ávila añadía: “Más se logra
con una sola palabra del Padre Nuestro dicha desde el corazón, que con toda la
oración recitada de prisa y sin atención.”
La oración de Jesús no es una fórmula: es un
encuentro.
2. El atrevimiento santo de
llamar a Dios “Padre”
Durante la misa, antes del Padre Nuestro, el
sacerdote invita al pueblo con una expresión maravillosa:
“Fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo
su divina enseñanza, nos atrevemos a decir…”
Nos atrevemos a decir “Padre nuestro”. ¡Qué
palabra tan audaz! No estamos repitiendo un título religioso, sino proclamando
una verdad de amor. Dios no es un juez distante ni un poder anónimo: es Padre.
Y cada cristiano puede decir “Padre mío” no por mérito propio, sino porque el
Hijo, Jesús, nos lo enseñó.
Esa es la osadía de los santos, la confianza de los
pequeños, la ternura del que se sabe amado. Un hijo no teme al padre cuando
sabe que el padre lo ama, incluso cuando ha fallado.
Así debe comenzar toda oración: desde la certeza de ser amados
incondicionalmente.
San Pablo lo dirá con fuerza:
“Ustedes han recibido un espíritu de hijos
adoptivos, que nos hace clamar: ¡Abbá, Padre!” (Rm 8,15).
Llamar a Dios “Padre” es creer en la esperanza,
incluso cuando el mundo parece derrumbarse. Es afirmar que no estamos solos,
que hay una Presencia que nos sostiene, perdona y acompaña.
3. El Padre Nuestro: mapa del
corazón de Dios
Jesús nos entrega en esta oración siete peticiones,
siete perlas de sabiduría divina, siete pasos que trazan el camino de la vida
cristiana:
1. “Padre nuestro que estás en el
cielo, santificado sea tu Nombre.”
Adorar es el primer movimiento del alma. Antes de pedir, reconocemos la
santidad y la grandeza del Padre. Orar es levantar la mirada, no hacia un cielo
lejano, sino hacia el corazón que nos ama desde siempre.
2. “Venga tu Reino.”
Esta súplica jubilar nos compromete: el Reino no es un lugar futuro, sino una
forma de vivir hoy según el Evangelio: con justicia, perdón y fraternidad. Es
pedir que el amor de Dios transforme nuestras estructuras y corazones.
3. “Hágase tu voluntad, así en la
tierra como en el cielo.”
Aquí Jesús nos enseña la oración más difícil y más liberadora: la obediencia
confiada. Es la misma oración que pronunció en Getsemaní: “Padre, no se haga
mi voluntad, sino la tuya.” La fe madura aprende a confiar incluso cuando
no comprende.
4. “Danos hoy nuestro pan de cada
día.”
Pan que significa alimento, pero también Eucaristía, esperanza, compañía. En el
Jubileo, esta petición nos invita a ser solidarios: si pedimos pan, debemos
compartirlo. El “nuestro” de esta oración exige justicia y caridad.
5. “Perdona nuestras ofensas como
también nosotros perdonamos.”
Aquí el Evangelio toca su punto más alto: el perdón recibido y ofrecido. No hay
oración auténtica sin reconciliación. Decir el Padre Nuestro con rencor es como
cerrar la puerta por dentro.
6. “No nos dejes caer en la
tentación.”
No pedimos una vida sin pruebas, sino la fuerza para no rendirnos. Es la súplica
del discípulo que reconoce su fragilidad y confía en la fidelidad de Dios.
7. “Y líbranos del mal.”
El mal existe, pero no tiene la última palabra. Cada vez que rezamos esta frase
proclamamos la victoria pascual de Cristo. En medio de la oscuridad, el cristiano
se aferra a esta certeza: “Jesús, en Ti confío.”
4. En el Año Jubilar: el Padre
Nuestro como camino de esperanza
El Jubileo nos invita a redescubrir la esperanza
como virtud activa. Y el Padre Nuestro es, sin duda, la oración jubilar por
excelencia:
- Nos
enseña a mirar el cielo sin desentendernos de la tierra.
- Nos
convierte en hijos que confían, no en siervos que temen.
- Nos
impulsa a perdonar, a compartir, a esperar.
Cada palabra de esta oración es una semilla de
esperanza sembrada en la vida del creyente.
Cuando la recitamos lentamente, con amor, algo se
transforma en nosotros: se disuelve el miedo, renace la confianza, se enciende
la luz interior.
El Padre Nuestro rezado desde el corazón es la
respiración del alma del discípulo, la fuente de paz en la enfermedad, el
refugio en la tribulación y el canto de los que peregrinan hacia la eternidad.
5. Intención orante por los
enfermos: “El oído de Dios junto a tus labios”
San Andrés Bessette decía que al rezar el Padre
Nuestro “el oído de Dios está junto a tus labios”.
¡Qué consuelo para quienes sufren enfermedad,
soledad o angustia!
Dios no está lejos; se inclina, escucha, acompaña.
Cada enfermo que murmura esta oración se convierte
en altar viviente. En sus labios, el “Padre nuestro” se hace plegaria
redentora.
Quizás no puedan asistir al templo, pero su oración llega más alto que muchas
palabras pronunciadas sin amor.
El Padre escucha con ternura a quien reza desde el dolor, porque su oración
tiene la fuerza de Cristo crucificado.
Por eso, hoy oramos especialmente por todos los
enfermos de nuestra comunidad. Que sientan el calor de la Iglesia que los ama,
que descubran en cada palabra del Padre Nuestro una promesa: “No estás solo;
tu Padre del cielo te cuida y te espera.”
6. Conclusión: orar despacio,
amar profundo
Santa Teresa de Ávila recomendaba: “Más se logra
con una sola palabra del Padre Nuestro dicha con amor que con toda la oración
recitada de prisa.”
El reto de hoy es rezar con el corazón.
Detenernos, saborear cada palabra, dejar que el
Espíritu Santo las grabe en nosotros.
Cuando oramos el Padre Nuestro con fe:
- Recordamos
que somos hijos amados.
- Nos
reconciliamos con los hermanos.
- Nos
llenamos de esperanza.
- Y el
Reino de Dios comienza a florecer en nosotros.
En este Año Jubilar, hagamos del Padre Nuestro
nuestra oración diaria de renovación interior. Que sea la fuente de nuestra fe,
la escuela de nuestra esperanza y la melodía de nuestra caridad.
🕊️ Oración final
Padre
nuestro, Padre de misericordia,
enséñanos a orar como Jesús oró,
con confianza, con silencio, con amor.
Que cada
palabra de tu oración
se convierta en vida en nuestros labios
y en consuelo para los que sufren.
Escucha,
Señor, la súplica de los enfermos:
sé Tú su pan de cada día,
su fuerza en la debilidad,
su esperanza en la noche.
En este
Año Jubilar,
haznos hijos agradecidos y hermanos generosos,
para que, rezando contigo,
el mundo descubra la belleza de decir
“Padre nuestro que estás en el cielo.”
Amén.
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