San Bruno
Alrededor de 1030-1101. Tras
un largo periodo de enseñanza en Reims, se retiró, con seis compañeros, al
macizo de la Cartuja (Isère), «para buscar los bienes eternos». Así nació la
Orden de los Cartujos.
Una compasión en acto
(Lucas 10, 25–37) El prójimo del hombre caído en
manos de los bandidos es aquel que “ha mostrado misericordia”.
La compasión, aquí, no es algo subjetivo: los otros dos viajeros seguramente
también se sintieron conmovidos, pero precisamente por eso pasaron al otro lado
del camino.
El samaritano, en cambio, se acerca.
A través del cuidado del cuerpo, la hospitalidad,
el tiempo, el esfuerzo, el dinero y la colaboración del posadero, él manifiesta
una compasión en acción, una misericordia que se hace concreta, real,
transformadora.
Nicolas Tarralle, prêtre assomptionniste
Primera lectura
Jon
1, 1 — 2, 1. 11
Jonás
se puso en marcha para huir lejos del Señor
Comienzo de la profecía de Jonás.
EL Señor dirigió su palabra a Jonás, hijo de Amitai, en estos términos:
«Ponte en marcha, ve a Nínive, la gran ciudad, y llévale este mensaje contra
ella, pues me he enterado de sus crímenes».
Jonás se puso en marcha para huir a Tarsis, lejos del Señor. Bajó a Jafa y
encontró un barco que iba a Tarsis; pagó el pasaje y embarcó para ir con ellos
a Tarsis, lejos del Señor.
Pero el Señor envió un viento recio y una fuerte tormenta en el mar, y el barco
amenazaba con romperse.
Los marineros se atemorizaron y se pusieron a rezar, cada uno a su dios.
Después echaron al mar los objetos que había en el barco, para aliviar la
carga. Jonás bajó al fondo de la nave y se quedó allí dormido.
El capitán se le acercó y le dijo:
«¿Qué haces durmiendo? Levántate y reza a tu dios; quizá se ocupe ese dios de
nosotros y no muramos».
Se dijeron unos a otros:
«Echemos suertes para saber quién es el culpable de que nos haya caído esta
desgracia».
Echaron suertes y le tocó a Jonás.
Entonces le dijeron:
«Dinos quién tiene la culpa de esta desgracia que nos ha sobrevenido, de qué se
trata, de dónde vienes, cuál es tu país y de qué pueblo eres».
Jonás les respondió:
«Soy hebreo y adoro al Señor, Dios del cielo, que hizo el mar y la tierra
firme».
Muchos de aquellos hombres se asustaron y le preguntaron:
«¿Por qué has hecho eso?».
Pues se enteraron por el propio Jonás de que iba huyendo del Señor.
Después le dijeron:
«¿Qué vamos a hacer contigo para que se calme el mar?».
Pues la tormenta arreciaba por momentos.
Jonás les respondió:
«Agárrenme, échenme al mar y se calmará. Bien sé que soy el culpable de que les
haya sobrevenido esta tormenta».
Aquellos hombres intentaron remar hasta tierra firme, pero no lo consiguieron,
pues la tormenta arreciaba. Entonces rezaron así al Señor:
«¡Señor!, no nos hagas desaparecer por culpa de este hombre; no nos imputes
sangre inocente, pues tú, Señor, actúas como te gusta».
Después agarraron a Jonás y lo echaron al mar. Y el mar se calmó.
Tras ver lo ocurrido, aquellos hombres temieron profundamente al Señor, le
ofrecieron un sacrificio y le hicieron votos.
El Señor envió un gran pez para que se tragase a Jonás, y allí estuvo Jonás, en
el vientre del pez, durante tres días con sus noches.
Y el Señor habló al pez, que vomitó a Jonás en tierra firme.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal Jon 2,3.4.5.8 (R. 7c)
R. Tú, Señor, me sacaste
vivo de la fosa.
V. Invoqué al
Señor en mi desgracia y me escuchó;
desde lo hondo del Abismo pedí auxilio
y escuchaste mi llamada. R.
V. Me arrojaste a
las profundidades de alta mar,
las corrientes me rodeaban,
todas tus olas y oleajes se echaron sobre mí. R.
V. Me dije:
«Expulsado de tu presencia,
¿cuándo volveré a contemplar tu santa morada?». R.
V. Cuando ya
desfallecía mi ánimo,
me acordé del Señor;
y mi oración llegó hasta ti,
hasta tu santa morada. R.
Aclamación
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. Les doy un
mandamiento nuevo -dice el Señor-:
que se amen unos a otros, como yo los he amado. R.
Evangelio
Lc
10, 25-37
¿Quién
es mi prójimo?
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, se levantó un maestro de la ley y preguntó a Jesús para
ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?».
Él le dijo:
«¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?».
Él respondió:
«“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda
tu fuerza” y con toda tu mente. Y “a tu prójimo como a ti mismo”».
Él le dijo:
«Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida».
Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús:
«¿Y quién es mi prójimo?».
Respondió Jesús diciendo:
«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo
desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por
casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y
pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio
un rodeo y pasó de largo.
Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se
compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y,
montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día
siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo:
“Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”.
¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los
bandidos?».
Él dijo:
«El que practicó la misericordia con él».
Jesús le dijo:
«Anda y haz tú lo mismo».
Palabra del Señor.
1
1. Introducción: Dios no se
desentiende de nadie
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy iniciamos la lectura de un pequeño libro
profético, el de Jonás, una joya breve pero profunda, llena de ironía y
humanidad. Su tono parece casi humorístico: un profeta que huye, un pez que lo
traga, un pueblo pagano que se convierte… y un Dios que no se cansa de amar.
Pero más allá del relato, el mensaje es nítido: Dios no se desentiende de
nadie, ni del pecador, ni del profeta rebelde, ni del extranjero.
El libro de Jonás nos recuerda que el amor y la misericordia de Dios siempre
sobrepasan nuestros cálculos. Es el mismo Dios que Jesús revelará plenamente en
el Evangelio: el Dios que se acerca al herido del camino, el Dios que no
pasa de largo.
En este lunes jubilar, donde recordamos a los
difuntos y a San Bruno —el silencioso amigo de Dios, maestro de la
contemplación— la Palabra nos invita a mirar hacia dentro y preguntarnos: ¿huyo
yo también de la misión que Dios me encomienda? ¿Paso de largo ante el dolor
ajeno? ¿Vivo con esperanza la certeza de la vida eterna?
2. “Jonás huyó lejos del Señor”:
la tentación de escapar
Jonás recibe una orden clara: “Levántate y ve a
Nínive”. Pero él “se levantó y huyó a Tarsis, lejos del Señor” (Jon
1,3).
La desobediencia de Jonás no es una simple rebeldía infantil. Es la resistencia
interior que todos experimentamos cuando Dios nos pide algo que nos supera.
Jonás teme, duda, discute con Dios. En el fondo, no quiere que el amor de Dios
alcance a quienes él considera indignos. Prefiere huir antes que colaborar con
la misericordia divina.
¿No nos pasa igual?
Cuando nos pide perdonar, cuando nos llama a servir donde no queremos, cuando
nos invita a mirar con compasión a quien nos ha herido. Huimos también
nosotros, a veces hacia “Tarsis”: la distracción, la comodidad, el egoísmo o la
indiferencia.
Pero la enseñanza es clara: no se puede huir de
la misión ni de la misericordia. Dios no se cansa. Nos persigue con su amor
incluso en la tormenta, incluso dentro del “pez” de nuestras oscuridades.
Porque para Él, toda vida humana tiene valor. También la del que yerra, la del
que se aleja, la del que ya ha partido de este mundo. Por eso, en esta
Eucaristía recordamos a nuestros difuntos: porque en ellos sigue viva la
esperanza de Dios que rescata, perdona y salva.
3. “¿Quién es mi prójimo?”: del
cálculo a la compasión
El Evangelio de hoy (Lc 10,25–37) nos sitúa en otro
escenario: un doctor de la ley interroga a Jesús con una pregunta cargada de
religiosidad, pero vacía de ternura: “¿Y quién es mi prójimo?”.
Jesús responde con una parábola tan conocida como
exigente: un hombre herido en el camino, tres que pasan, pero solo uno que se
detiene.
El sacerdote y el levita, hombres religiosos, continúan su camino; quizá iban
al templo, quizá tenían sus razones. Pero el Samaritano, extranjero y
despreciado, se acerca, se compadece, cura, carga, paga y promete volver.
Ese es el rostro de Dios: el que no calcula el amor, el que no pregunta
quién merece ser amado, sino que se hace prójimo del que sufre.
El Señor hoy nos dice: “Anda y haz tú lo mismo.”
No basta con cumplir; hay que compadecerse. No basta con rezar; hay que curar
heridas. No basta con hablar del cielo; hay que tocar la carne del
crucificado en el hermano caído.
El prójimo no es el que me cae bien o el que
comparte mi fe; el prójimo es cualquiera que me necesite, incluso si es
distinto, incluso si me incomoda.
4. San Bruno: el silencio que se
hace misericordia
La memoria de San Bruno, fundador de los
cartujos, nos enseña otro modo de ser “prójimo”: el de quien se hace cercano
a Dios en el silencio para interceder por el mundo.
Bruno, maestro de sabiduría y hombre de oración, descubrió que la contemplación
también es un servicio de amor. En la soledad de su celda, acompañaba
espiritualmente a los que sufrían, a los pecadores, a los difuntos. Su silencio
era palabra de misericordia ofrecida a Dios por toda la humanidad.
En este Año Jubilar, el testimonio de San Bruno nos
recuerda que el cristiano no solo actúa; también ora, repara y ama desde la
intimidad con el Señor. El que ora por los difuntos, el que ofrece su
silencio por los vivos, el que perdona en el secreto, está siendo buen
samaritano del alma.
5. “Peregrinos de la esperanza”:
de la muerte a la vida
Este lunes jubilar nos impulsa a mirar a nuestros
hermanos difuntos con la mirada del Samaritano: con compasión y esperanza.
La muerte no es un final, es un paso hacia los brazos del Padre, que no
se desentiende de ninguno de sus hijos. Así como Dios no abandonó a Jonás en el
mar ni al herido del camino, tampoco abandona a quienes han partido de esta
tierra. Ellos están en sus manos, y nosotros somos llamados a caminar con
esperanza, conscientes de que la eternidad comienza aquí, cuando amamos
y servimos.
Ser peregrinos de la esperanza es creer que el amor
no muere, que cada gesto de compasión tiene valor eterno, y que un día, en la
plenitud del Reino, seremos todos prójimos en Dios.
6. Oración final
Oh Dios y
Padre nuestro:
Por medio de signos y de historias,
tu Hijo Jesús nos dejó claro
que el amor hacia Ti y hacia nuestro prójimo
es el corazón de la vida cristiana.
Haznos comprender, Señor,
que cualquier persona en necesidad es nuestro prójimo,
y que, sirviendo a los que nos rodean,
te amamos y te servimos a Ti.
Recibe
hoy nuestras oraciones por los difuntos,
por los que ya no están a nuestro lado,
y por los que caminan heridos en el alma o el cuerpo.
Danos la
serenidad de San Bruno,
el coraje del buen samaritano
y la docilidad que Jonás aprendió en su conversión.
Que tu
Espíritu Santo nos haga peregrinos de la esperanza,
testigos de tu amor y servidores de la vida,
por los siglos de los siglos. Amén.
2
1. Introducción: la misericordia
que se mueve
Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de hoy nos presenta una de las parábolas más luminosas del corazón
de Cristo: la del Buen Samaritano. Jesús nos muestra que el amor
verdadero no es un sentimiento, sino una decisión que se traduce en gestos
concretos.
No basta con sentir compasión; es necesario acercarse, tocar, curar, cargar,
acompañar.
En tiempos donde la fe corre el riesgo de volverse
palabra sin carne, esta parábola nos recuerda que la compasión cristiana es
activa, no pasiva; dinámica, no contemplativa; solidaria, no indiferente.
En el marco del Año Jubilar, esta Palabra nos llama a ser peregrinos de la
esperanza precisamente a través de la ternura que actúa, del amor que no
pasa de largo ante el dolor del otro.
2. Exégesis: del sentimiento al
compromiso
El texto de Lucas 10,25–37 nos muestra un camino
espiritual con tres pasos:
a) Un interrogante sincero o manipulador:
Un doctor de la Ley pregunta: “¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?”
Jesús responde con otra pregunta que lo conduce al corazón de la fe: “Amarás
al Señor tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo.” Pero el hombre busca
justificarse: “¿Y quién es mi prójimo?”
En ese “¿quién?” está el drama de la religión sin corazón, que busca definir a
quién amar y a quién excluir.
b) Una escena de humanidad herida:
Un hombre ha caído en manos de ladrones. Su identidad no importa; puede ser
cualquiera. Lo esencial es su vulnerabilidad.
El sacerdote y el levita lo ven, pero pasan de largo. Probablemente se
conmovieron, pero dejaron que el miedo, la prisa o el deber religioso
pesaran más que la compasión. En ellos, la emoción no se convirtió en acción.
c) Una respuesta inesperada:
El samaritano —considerado impuro por los judíos— es el único que se detiene. La
misericordia no mira credos, ni razas, ni fronteras.
Él se acerca, cura las heridas, las unge con aceite y vino, lo sube sobre su
cabalgadura, lo lleva a una posada y paga por él. Incluso compromete su futuro:
“Cuando regrese, te pagaré lo que gastes de más.”
Jesús concluye: “Ve y haz tú lo mismo.”
La verdadera fe es la que se encarna en gestos concretos de amor, no la
que se queda en discursos o sentimientos.
3. La Palabra aplicada: compasión
en acto, esperanza en camino
El samaritano representa al mismo Cristo, el
Buen Pastor y Buen Amigo del alma humana, que no nos deja tirados en el
camino. Él se acerca, nos cura con el vino de su Sangre y el aceite de su
Espíritu, y nos confía al cuidado de la comunidad —la posada— que es la
Iglesia.
Cada vez que cuidamos a un hermano herido, hacemos presente la ternura de
Dios.
Cada vez que acompañamos a los difuntos con nuestras oraciones, demostramos
que la compasión vence incluso la barrera de la muerte.
El libro de Jonás, en la primera lectura, refuerza
este mensaje. Jonás huye de la misión por miedo o desconfianza; el samaritano,
en cambio, se deja mover y actúa. Uno corre lejos del sufrimiento; el otro se
detiene ante él. Uno evita la misericordia; el otro la encarna.
Ambos relatos nos muestran el camino de conversión que el Año Jubilar propone: pasar
de la huida al compromiso, del egoísmo al servicio, del lamento al consuelo
activo.
4. San Bruno: el silencio que
acompaña
San Bruno, cuya memoria hoy celebramos, vivió una
“compasión en acto” de un modo distinto pero igualmente heroico: desde el silencio
orante, desde la intercesión constante por las almas.
Su vida retirada en la Cartuja no fue evasión, sino entrega profunda,
una forma de cargar sobre sí las heridas del mundo y presentarlas ante Dios.
En un tiempo de tanto ruido y distracción, su ejemplo nos enseña que la
compasión también puede expresarse en la oración fiel, en la escucha
silenciosa, en el acompañamiento espiritual.
Él fue samaritano del alma: cuidó desde la plegaria a quienes otros olvidaban.
5. Oración final: para vivir la
misericordia que actúa
Señor
Jesús, Buen Samaritano de nuestras almas:
Tú que te acercas al caído y curas con tus manos nuestras heridas,
haz que también nosotros vivamos una compasión en acto.
Líbranos
de una fe indiferente,
de un amor que no se ensucia las manos,
de una religión que pasa de largo ante el dolor.
Danos un
corazón sensible y valiente,
que vea en cada persona un hermano,
en cada herida una oportunidad de amor,
en cada difunto una vida que Tú has querido salvar.
Por
intercesión de San Bruno,
enséñanos el poder del silencio que ora,
del amor que sirve,
y de la esperanza que nunca muere.
Tú que
vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
3
1. Introducción:
Dos caminos ante la voz de Dios
Queridos
hermanos y hermanas:
La
liturgia de hoy nos presenta dos
escenas humanas profundamente actuales:
– En la primera lectura, Jonás
huye de Dios.
– En el Evangelio, un
escriba pone a prueba a Jesús.
Ambos representan las resistencias
interiores que todos podemos tener frente a la voluntad divina.
Jonás
teme cumplir la misión que Dios le confía; el doctor de la Ley teme abrirse a
una verdad que lo desinstale.
Uno huye físicamente; el otro, espiritualmente.
Y ambos son invitados a una misma conversión: abrir el corazón a la voz del Señor.
En
este lunes jubilar, donde recordamos con gratitud a San Bruno, el silencioso
buscador de la Verdad, y oramos por nuestros hermanos difuntos, la Palabra nos invita a
preguntarnos:
¿Estoy
dispuesto a escuchar verdaderamente a Dios o sigo corriendo hacia mis propias
Tarsis?
¿Me acerco al Evangelio con apertura o con prejuicios y temores?
2.
Primera lectura: Jonás, el profeta que huye de su vocación (Jon 1,1–2,1.11)
El
texto inicia con un llamado: “Levántate
y ve a Nínive, la gran ciudad, y anúnciales que su maldad ha llegado hasta mí.”
Jonás no responde con obediencia, sino con huida. No va a Nínive sino a Tarsis, el lugar
simbólico de lo más lejano, lo desconocido, lo opuesto a la voluntad divina.
Su
fuga revela algo que también habita en nosotros: el miedo al compromiso con el bien,
el deseo de evadir la responsabilidad de amar, el cansancio ante las exigencias
del Reino.
Jonás, que debería anunciar la misericordia de Dios, no soporta que esa
misericordia se extienda incluso a los pecadores de Nínive.
En su interior hay una lucha: entre
la justicia que castiga y el amor que perdona.
Pero
Dios no abandona a su profeta.
La
tormenta, el mar embravecido, el gran pez… no son castigos, sino signos pedagógicos. Dios
educa a Jonás en la profundidad.
Desde el vientre del pez —imagen de la prueba y del silencio— Jonás redescubre la oración y
exclama:
“En mi angustia clamé al Señor, y él me escuchó.”
Así
también nosotros, cuando caemos en la oscuridad de nuestras huidas o
resistencias, descubrimos que Dios nos sigue esperando.
Incluso nuestros “mares” y “peces” pueden convertirse en lugares de misericordia.
3.
Salmo responsorial (Jon 2): El canto del rescatado
El
salmo pone en labios de Jonás un himno desde las entrañas de la prueba:
“En mi aflicción clamé al Señor, y él me respondió.”
Es
una oración que nace no
desde el éxito, sino desde el fracaso. Jonás ora cuando todo
parece perdido.
Su grito se convierte en un acto de confianza total: Dios escucha incluso desde el fondo del abismo.
El mar que parecía su tumba se vuelve su escuela.
El
salmo, entonces, es un
himno pascual anticipado: de la muerte surge la vida; de la
oscuridad, la luz; del encierro, la libertad.
Por eso hoy, cuando oramos por nuestros difuntos, este salmo cobra una belleza
particular:
Ninguno
de ellos se ha perdido en el abismo,
porque el Señor los ha alcanzado con su misericordia.
También ellos, en el silencio de su “vientre de pez”,
esperan la aurora de la resurrección.
4.
Evangelio: Un corazón que pregunta, pero no escucha (Lc 10,25–37)
En el
Evangelio encontramos a un doctor
de la Ley que se levanta para poner a prueba a Jesús.
Su pregunta es magnífica: “Maestro,
¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?”
Pero su intención no es pura. No busca aprender, sino examinar, medir, atrapar.
Jesús, con su sabiduría divina, responde
con otra pregunta: “¿Qué
está escrito en la Ley? ¿Cómo la interpretas tú?”
El doctor
responde correctamente: “Amarás
al Señor tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo.”
Jesús aprueba su respuesta y le dice: “Haz
esto y vivirás.”
Pero el hombre no soporta que el amor se vuelva compromiso, y pregunta otra
vez: “¿Y quién es mi prójimo?”
Aquí Jesús
revela el corazón del Evangelio:
La parábola del Buen Samaritano no es una teoría moral, sino una teología del amor en acción.
La compasión no se siente: se
demuestra.
Los otros dos —el sacerdote y el levita— también se habrán conmovido, pero no se acercaron.
El Samaritano, en cambio, se detiene, cura, acompaña, paga y promete volver.
Es decir: ama hasta las
últimas consecuencias.
Así nos enseña
Jesús que el amor verdadero no
selecciona a quién servir ni calcula cuánto costará.
El prójimo no se define: se
descubre en el rostro del que sufre.
5.
San Bruno: El silencio del corazón abierto
Hoy
la Iglesia recuerda a San
Bruno, fundador de los cartujos, hombre de sabiduría profunda y
oración silenciosa.
En un mundo que corre, San Bruno detuvo el paso; en una Iglesia llena de
palabras, eligió el
lenguaje del silencio contemplativo.
Desde su soledad, acompañó al mundo entero, llevando en su oración las heridas y esperanzas de los hombres.
Él
también fue, a su manera, un “buen samaritano”:
no curó con aceite y vino, sino con la intercesión y la plegaria;
no cargó cuerpos heridos, sino almas necesitadas.
Su
testimonio nos enseña que la
apertura al Evangelio no siempre pasa por hablar más, sino por escuchar mejor.
En este Año Jubilar, se nos invita a cultivar ese silencio fecundo donde el alma aprende
a oír la voz del Señor que susurra: “Haz
tú lo mismo.”
6.
Aplicación jubilar: Peregrinos de la esperanza con un corazón disponible
Jonás,
el escriba y San Bruno representan tres actitudes posibles ante Dios:
1.
Jonás, el que huye del llamado.
2.
El escriba, el que razona sin
dejarse tocar.
3.
San Bruno, el que escucha y
obedece en silencio.
El
Año Jubilar nos llama a elegir la tercera:
a vivir una fe obediente,
silenciosa y activa;
una fe que no huye ni discute, sino que se entrega;
una fe que no busca poner a prueba a Dios, sino abrirle el corazón.
Ser
peregrinos de la esperanza
es eso: caminar con el
corazón abierto a la voluntad del Señor, con la serenidad del
contemplativo y la valentía del samaritano, acompañando a los vivos y orando
por los difuntos con una misma certeza:
Que
el amor de Dios vence toda distancia, incluso la de la muerte.
7.
Oración final
Señor
Jesús, Maestro y Buen Samaritano:
Tú tienes todas las respuestas de la vida,
pero solo las revelas a los corazones humildes y abiertos.
Líbranos de
la soberbia de los escribas,
de la huida de Jonás,
y del ruido interior que no nos deja escucharte.
Enséñanos,
como a San Bruno,
la belleza del silencio que ora,
la dulzura de la obediencia,
y la paz que nace de confiarte nuestros difuntos.
Haznos,
Señor, peregrinos de la
esperanza,
testigos de tu misericordia en el mundo,
y servidores del amor que cura las heridas.
Tú que
vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
🕊️ 6 de octubre:
San Bruno, presbítero — Memoria
opcional
1030–1101
Patrono de las personas poseídas
Canonización equivalente por el Papa León X en 1514
📜 Cita:
A mis hermanos, a quienes amo en Cristo sobre todas
las cosas, saludos de su hermano Bruno.
Ahora que he oído de nuestro querido hermano
Landwin un relato detallado y conmovedor de cuán firmes están ustedes en su
resolución de seguir un camino de vida tan encomiable y conforme a la recta
razón, y que he sabido de su ardiente amor y su incansable celo por todo lo que
concierne a la rectitud moral y a la madurez cristiana plena, mi espíritu se
regocija en el Señor.
Verdaderamente exulto y me dejo llevar por mi impulso de alabanza y acción de
gracias; pero al mismo tiempo, me lamento amargamente.
Me alegro, como es justo, por los frutos maduros de sus virtudes; pero me
sonrojo y me duelo de mi propia condición, ya que me revuelco tan apático e
inactivo en la suciedad de mis pecados…
~San
Bruno, carta a sus hermanos
✝️ Reflexión:
Se cree que San Bruno nació en el seno de la
acaudalada e influyente familia Hardebüst, en la ciudad de Colonia,
en la actual Alemania.
Su posición familiar le aseguró una buena educación y una carrera
prometedora.
De adolescente fue enviado a la prestigiosa Escuela Catedralicia de Reims,
en el Reino de Francia, a unos 300 kilómetros de su ciudad natal.
Tras completar sus estudios, regresó a Colonia, donde fue nombrado canónigo
en la iglesia de San Cuniberto, y probablemente allí fue ordenado sacerdote.
En el año 1056, cuando contaba unos
veintiséis años, fue llamado nuevamente a Reims por el obispo, quien le otorgó
un canonicato en la catedral. Allí enseñó en la Escuela Catedralicia de
Reims y, más tarde, fue nombrado rector de la misma.
Estas distinciones hablan de su carácter, santidad e inteligencia.
Durante más de veinte años sirvió en esos cargos, hasta que fue nombrado canciller
de la archidiócesis de Reims.
Durante su tiempo como canciller, un hombre mundano
y corrupto, llamado Manassés de Gournay, fue designado arzobispo de
Reims.
Los canónigos honestos se opusieron firmemente a su conducta, y Bruno
encabezó la resistencia.
El arzobispo fue depuesto por un concilio local, pero apeló al papa y se volvió
violento contra quienes lo desafiaban.
En ese tiempo, Bruno abandonó Reims, probablemente rumbo a Roma, hasta
que el conflicto se resolviera.
Finalmente, en 1080, el papa depuso al arzobispo, y tanto el clero como
los laicos pidieron que Bruno fuera nombrado nuevo arzobispo.
Sin embargo, él tenía otros planes: renunció a todos sus cargos
honoríficos y se dispuso a responder al llamado de Dios hacia una vida nueva.
🏞️ Nacimiento
de la vida cartujana
Se cree que Bruno viajó unos 160 kilómetros al sur,
hasta Molesme, donde conoció a San Roberto, monje y futuro
fundador de la Orden del Císter.
Tras una breve estancia allí, decidió ir más al sur con seis compañeros, para
fundar una nueva forma de vida bajo la autoridad de Hugo de Châteauneuf,
obispo de Grenoble.
El obispo los recibió con entusiasmo y les contó un
sueño que había tenido:
vio a Dios construir una casa en el desierto para su gloria, guiado por siete
estrellas.
Hugo interpretó que esos siete hombres eran las estrellas de su sueño, y apoyó
con fervor su proyecto.
Con la bendición del obispo, Bruno y sus compañeros
se internaron en las montañas llamadas Chartreuse, donde construyeron ermitas
y abrazaron una vida radical de oración, estudio y trabajo manual.
El abad Pedro el Venerable, de Cluny, describió más tarde su modo de
vida:
“Allí permanecen en silencio, leyendo, orando y
trabajando, especialmente copiando libros. En sus celdas, al toque de la
campana, realizan parte de la oración canónica. Para vísperas y maitines, se
reúnen todos en la iglesia. En ciertas solemnidades, cambian ligeramente su
ritmo… entonces tienen dos comidas, cantan todas las horas regulares y todos,
sin excepción, comen juntos en el refectorio.”
Bruno disfrutó de unos seis años de soledad y
oración en Chartreuse, hasta que en 1090 fue llamado a Roma por el Papa
Urbano II, antiguo alumno suyo, que lo necesitaba como consejero en medio
de graves conflictos con el emperador del Sacro Imperio y el antipapa
Clemente III.
Bruno obedeció y sirvió fielmente al papa en el Palacio de Letrán, en
Roma.
Poco después, sin embargo, el emperador invadió la ciudad, y Bruno y el papa
tuvieron que huir.
Hacia 1091, Urbano II quiso nombrarlo arzobispo
de Reggio, pero Bruno rehusó nuevamente.
Pidió regresar a su vida eremítica, y el papa le concedió fundar una nueva
ermita en el sur de Italia, para poder tenerlo cerca.
Así, junto con algunos compañeros, se estableció en el desierto de Calabria,
donde fundó la ermita de Santa María de la Torre (Sainte-Marie-de-la-Tour).
De esa nueva vida escribió en una carta:
“Vivo en el desierto de Calabria, lejos de todo
asentamiento. Hay algunos hermanos conmigo, algunos de ellos muy instruidos,
que mantienen una vigilancia constante esperando a su Señor, para abrirle de
inmediato cuando Él llame.”
Bruno murió en esa ermita una década más tarde,
alrededor del año 1101.
🌿 El
legado espiritual
Aunque nunca redactó formalmente una “regla”, Bruno
dejó un modo de vida que inspiró a sus discípulos.
Veintiséis años después de su muerte, se redactaron los estatutos cartujos,
basados en su ejemplo.
Fue venerado como santo desde muy pronto, pero fieles a su vocación escondida,
los cartujos nunca solicitaron una canonización formal.
En los siguientes cinco siglos, la Orden Cartujana creció
hasta alcanzar 198 monasterios y unos 5.600 monjes.
En 1514, durante un capítulo general, se pidió al Papa León X que
confirmara los méritos de Bruno y autorizara una fiesta litúrgica.
El Papa aprobó y concedió una canonización equivalente, sin proceso
formal, por su propia autoridad.
En 1623, esta fiesta se extendió a toda la Iglesia y fue incluida en el Calendario
Romano.
🙏 El
espíritu cartujano
Se dice que la Orden de los Cartujos es la
única que nunca ha necesitado reforma.
Desde su fundación, han permanecido fieles a su vocación de silencio,
oración y soledad.
Viven la forma más radical de vida religiosa:
no reciben visitantes, viven aislados y en comunión espiritual, dedican su
existencia a la oración continua por la Iglesia y el mundo, buscando la unión
perfecta con Dios.
De sus estatutos se leen estas palabras:
“Nuestro principal empeño y nuestra vocación es
consagrarnos al silencio y a la soledad de la celda.
Es tierra santa, el lugar donde Dios y su siervo conversan con frecuencia, como
amigos.
Allí, el alma fiel se une muchas veces al Verbo de Dios, la esposa con el
Esposo, la tierra con el cielo y lo humano con lo divino.”
(Estatutos 4.1)
Y añaden:
“La gracia del Espíritu Santo reúne a los
solitarios para formar una comunión en el amor, como imagen de la Iglesia, que
es una sola, aunque esté extendida por todo el mundo.”
(Estatutos 21.1)
Los monjes se reúnen varias veces al día en la
capilla para la oración comunitaria, y dedican largas horas al silencio, la
lectura y la contemplación.
Durante la semana guardan estricto silencio, pero los domingos realizan una caminata
de dos horas, donde pueden conversar libremente entre ellos.
Aunque están separados del mundo, su vida es un testimonio silencioso de lo
esencial: la unión con Dios.
💫 Aplicación
espiritual
Al honrar hoy a San Bruno, recordamos la vida
radical de oración y soledad que él y tantos cartujos abrazaron después de
él.
Su testimonio nos invita a purificar el ruido y la ansiedad de nuestra
vida moderna, y a reencontrarnos con la presencia de Dios en la quietud.
Quizás no podamos retirarnos a una celda, pero sí podemos encontrar momentos
de silencio interior, apagar las voces del mundo y dialogar con Dios en
la intimidad del corazón.
Muchos santos y ermitaños han descubierto en ese
silencio la alegría infinita de la unión con Dios, y, al hacerlo,
comprendieron la superficialidad de la vida mundana y la plenitud que
ofrece la comunión con el Señor.
Deja que San Bruno te hable hoy por el testimonio
de su vida,
para que también tú descubras lo que él descubrió:
la felicidad de estar a solas con Dios,
y la paz de un alma completamente entregada a Él.
🕯️ Oración:
San Bruno, fuiste atraído a una vida de
soledad y oración radical,
y respondiste con generosidad admirable.
En esa soledad encontraste a tu Salvador divino
y entraste en íntima comunión con Él.
Te ruego
que intercedas por mí,
para que cada día entre en la soledad de la oración,
donde pueda estar a solas con Dios
y desprenderme de los apegos de este mundo pasajero.
Que yo
también descubra lo que tú descubriste
y viva más plenamente unido a Cristo.
San
Bruno, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.
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