martes, 18 de noviembre de 2025

19 de noviembre del 2025: miércoles de la trigésima tercera semana del tiempo ordinario-I

 

Nuestro trabajo cotidiano

(Lucas 19, 11-28) Dios nos confía talentos para que los hagamos crecer, no para enterrarlos por miedo o por falta de confianza. De hecho, la fe nos impulsa a atrevernos, a arriesgar, a actuar. Aunque sean pequeños, nuestros gestos dan fruto cuando los ofrecemos con amor. Rehusar actuar es olvidar que Dios cree en nosotros. Trabajemos con fe y perseverancia: el Reino también crece gracias a nuestros esfuerzos cotidianos.

Jean-Paul Musangania, prêtre assomptionniste

 


 

Primera lectura

2 Mac 7, 1. 20-31

El Creador del universo les devolverá el aliento y la vida

Lectura del segundo libro de los Macabeos.

EN aquellos días, arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la ley.
En extremo admirable y digna de recuerdo fue la madre, quien, viendo morir a sus siete hijos en el espacio de un día, lo soportó con entereza, esperando en el Señor. Con noble actitud, uniendo un temple viril a la ternura femenina, fue animando a cada uno y les decía en su lengua patria:
«Yo no sé cómo aparecieron en mi seno: yo no les regalé el aliento ni la vida, ni organicé los elementos de su organismo. Fue el Creador del universo, quien modela la raza humana y determina el origen de todo. Él, por su misericordia, les devolverá el aliento y la vida, si ahora se sacrifican por su ley».
Antíoco creyó que la mujer lo despreciaba, y sospechó que lo estaba insultando.
Todavía quedaba el más pequeño, y el rey intentaba persuadirlo; más aún, le juraba que si renegaba de sus tradiciones lo haría rico y feliz, lo tendría por Amigo y le daría algún cargo.
Pero como el muchacho no le hacía el menor caso, el rey llamó a la madre y le rogaba que aconsejase al chiquillo para su bien.
Tanto le insistió, que la madre accedió a persuadir al hijo: se inclinó hacia él y, riéndose del cruel tirano, habló así en su idioma patrio:
«¡Hijo mío, ten piedad de mí, que te llevé nueve meses en el seno, te amamanté y te crié durante tres años, y te he alimentado hasta que te has hecho mozo! Hijo mío, te lo suplico, mira el cielo y la tierra, fíjate en todo lo que contienen, y ten presente que Dios lo creó todo de la nada, y el mismo origen tiene el género humano. No temas a ese verdugo; mantente a la altura de tus hermanos y acepta la muerte. Así, por la misericordia de Dios, te recobraré junto con ellos».
Estaba todavía hablando, cuando el muchacho dijo:
«¿Qué esperan? No obedezco el mandato del rey; obedezco el mandato de la ley dada a nuestros padres por medio de Moisés. Pero tú, que eres el causante de todas las desgracias de los hebreos, no escaparás de las manos de Dios».

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 16, 1bcde. 5-6. 8 y 15 (R.: 15b)

R. Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.

V. Señor, escucha mi apelación,
atiende a mis clamores,
presta oído a mi súplica,
que en mis labios no hay engaño. 
R.

V. Mis pies estuvieron firmes en tus caminos,
y no vacilaron mis pasos.
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío;
inclina el oído y escucha mis palabras.
 R.

V. Guárdame como a las niñas de tus ojos,
a la sombra de tus alas escóndeme.
Yo con mi apelación vengo a tu presencia,
y al despertar me saciaré de tu semblante.
 R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Yo los he elegido del mundo -dice el Señor- para que vayan y den fruto, y su fruto permanezca. R.

 

Evangelio

Lc 19, 11-28

¿Por qué no pusiste mi dinero en el banco?

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, Jesús dijo una parábola, porque estaba cerca de Jerusalén y ellos pensaban que el reino de Dios iba a manifestarse enseguida.
Dijo, pues:
«Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después.
Llamó a diez siervos suyos y les repartió diez minas de oro, diciéndoles:
“Negocien mientras vuelvo”.
Pero sus conciudadanos lo aborrecían y enviaron tras de él una embajada diciendo:
“No queremos que este llegue a reinar sobre nosotros”.
Cuando regresó de conseguir el título real, mandó llamar a su presencia a los siervos a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno.
El primero se presentó y dijo:
“Señor, tu mina ha producido diez”.
Él le dijo:
“Muy bien, siervo bueno; ya que has sido fiel en lo pequeño, recibe el gobierno de diez ciudades”.
El segundo llegó y dijo:
“Tu mina, señor, ha rendido cinco”.
A ese le dijo también:
“Pues toma tú el mando de cinco ciudades”.
El otro llegó y dijo:
“Señor, aquí está tu mina; la he tenido guardada en un pañuelo, porque tenía miedo, pues eres un hombre exigente que retiras lo que no has depositado y siegas lo que no has sembrado”.
Él le dijo:
“Por tu boca te juzgo, siervo malo. ¿Conque sabías que soy exigente, que retiro lo que no he depositado y siego lo que no he sembrado? Pues ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses”.
Entonces dijo a los presentes:
“Quítenle a este la mina y dénsela al que tiene diez minas”.
Le dijeron:
“Señor, ya tiene diez minas”.
“Les digo: al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Y en cuanto a esos enemigos míos, que no querían que llegase a reinar sobre ellos, tráiganlos acá y degüellenlos en mi presencia”».
Dicho esto, caminaba delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén.

Palabra del Señor.



1

 

Queridos hermanos:

Hoy la Palabra de Dios nos coloca frente a un espejo que revela la calidad de nuestro corazón y la hondura de nuestra fe. A pocos días de cerrar el año litúrgico, la Iglesia nos invita a mirar hacia atrás con gratitud, hacia adelante con esperanza y hacia dentro con sinceridad. En el marco del Año Jubilar, la Palabra se vuelve un llamado a la valentía, a la fidelidad y a ese “renacimiento interior” que sólo surge cuando volvemos al Señor con confianza filial. Y en esta Eucaristía, unimos todo este camino a una intención que toca lo más humano de nuestra vida: orar por los enfermos, por quienes sufren en el alma y en el cuerpo, por quienes luchan silenciosamente y necesitan experimentar la cercanía del Dios que sana y consuela.


1. Eleazar, la madre y sus hijos: el libro de los mártires de Israel

El Segundo Libro de los Macabeos, que escuchamos hoy, es un libro escrito en medio del dolor y la resistencia. No es una continuación histórica del primero, sino una lectura más profunda, más espiritual, de los mismos acontecimientos: la persecución de Israel por parte del imperio seléucida, los intentos de borrar la identidad religiosa del pueblo, y la valentía de hombres y mujeres que, aun en medio de la tortura, no cedieron su fidelidad al Dios de la Alianza.

El capítulo que hoy nos presenta la liturgia nos muestra la figura heroica de la madre y sus siete hijos, animados por el ejemplo previo de Eleazar, aquel anciano íntegro que prefirió morir antes que traicionar la Ley del Señor. En un tiempo donde muchos negociaban su fe por comodidad o miedo, Eleazar se convirtió en la “memoria viva” que alimentó el coraje de los más jóvenes.

Y aquí aparece algo hermoso:
La fidelidad es contagiosa. El testimonio provoca nuevos testimonios. La fe valiente despierta fe valiente.

La madre, en medio del horror, anima a sus hijos a no renegar del Señor. No lo hace desde la dureza, sino desde la convicción profunda de que la vida verdadera está en Dios, de que morir por la fe no es perder, sino completar el camino de la esperanza.

En este Año Jubilar, donde tantas veces hablamos de “Peregrinos de la Esperanza”, esta escena ilumina una verdad poderosa:
La esperanza cristiana no es ilusión barata; es fidelidad hasta el extremo.


2. Fe y enfermedad: un mismo combate interior

En este momento quiero detenerme un poco en nuestra intención orante por los enfermos.

Los Macabeos enfrentan una persecución externa; nuestros enfermos viven una persecución interna: dolor, fragilidad, incertidumbre, cansancio. Muchos sienten que su cuerpo se convierte en un lugar de batalla. Otros sienten que la soledad pesa más que la enfermedad misma.

Pero la fe que sostiene a la madre y a sus hijos es la misma fe que sostiene al enfermo que hoy ofrece su sufrimiento en silencio, al que lucha contra un diagnóstico difícil, al que espera con paciencia un tratamiento, al que se siente desgastado por el dolor.

El enfermo, como los Macabeos, es un testigo.
Testigo de que el cuerpo puede debilitarse, pero la fe puede fortalecerse.
Testigo de que la enfermedad no tiene la última palabra.
Testigo de que la vida humana, incluso en la fragilidad, sigue siendo sagrada y fecunda.

En ellos, en cada uno de ellos, late una verdad bíblica:
“Mi gracia te basta; en tu debilidad se manifiesta mi poder” (2 Cor 12,9).


3. El Evangelio: “Ahora te toca a ti”

El Evangelio de hoy —la parábola de los talentos— no podría ser más oportuno. Jesús se acerca a Jerusalén y el Reino de Dios está a las puertas. Pero Jesús deja algo claro: el Reino no aparece sin nuestra participación. Dios confía en nosotros. Dios apuesta por nosotros. Dios nos da talentos, capacidades, oportunidades… y nos invita a hacerlos fructificar.

Es como si Jesús nos dijera:

“Ahora te toca a ti. Es tu turno.”

Así como en los juegos de mesa uno espera pacientemente su turno para lanzar el dado, mover la ficha o tomar una decisión decisiva, así también en la vida cristiana Dios nos dice:
“Esta es tu jugada. Este es tu momento.”

Pero aquí emerge un obstáculo que el Evangelio denuncia con fuerza:
el miedo.

El miedo del tercer siervo es el miedo de muchos cristianos hoy.
Miedo a fallar.
Miedo a intentar.
Miedo a comprometerse.
Miedo a arriesgar.
Miedo a servir.
Miedo a salir de lo cómodo.

Ese miedo, cuando se instala en el corazón, es como una enfermedad espiritual:
paraliza, oscurece, apaga la iniciativa y nos hace perder la alegría del Evangelio.

¿Cuántos talentos enterramos por miedo?
¿Cuántas palabras de consuelo dejamos sin decir?
¿Cuántos gestos de servicio postergamos?
¿Cuántos enfermos no visitamos?
¿Cuántos proyectos buenos nunca nacen porque nos falta confianza?

Pero Jesús rompe este cerco psicológico diciendo:
“Dios confía en ti más de lo que tú confías en ti mismo.”


4. Un llamado jubilar: actuar, servir y arriesgar

Este Año Jubilar nos recuerda que la salvación no es pasiva; es un camino. Es peregrinación. Es movimiento. Es respuesta. Es poner la vida al servicio de Dios y del prójimo.

El Señor hoy nos invita a:

  • Arriesgar más amor.
  • Multiplicar más esperanza.
  • Servir con más generosidad.
  • Hacer fecunda la vida incluso desde nuestras heridas.

El Jubileo nos regala una gracia inmensa:
volver a empezar,
reordenar la vida,
desenterrar talentos,
sanar miedos,
reencontrar nuestro lugar en la misión de Dios.

No es casual que hoy recemos por los enfermos: ellos nos recuerdan que la vida es frágil, pero también que es preciosa; que la esperanza no es teoría, sino un acto de fe cotidiano; que cada día es un talento que Dios nos confía para vivirlo con dignidad y amor.


5. Conclusión: “Peregrinos de esperanza” que no entierran sus talentos

Hoy, hermanos, el Señor nos invita a tres cosas:

1.    A la valentía de los Macabeos, que mantuvieron viva la fe incluso en la persecución.

2.    A la confianza del Evangelio, que nos recuerda que Dios nos abre caminos y espera nuestra respuesta.

3.    A la compasión por los enfermos, que son una presencia viva de Cristo sufriente y Cristo esperanzado entre nosotros.

Que el ejemplo de Eleazar y de la madre de los siete hijos nos inspire a ser testigos firmes de la fe.
Que el Evangelio nos anime a no enterrar la vida, sino a ofrecerla con audacia.
Que los enfermos encuentren consuelo en esta comunidad que ora por ellos y los acompaña.

Y que este Año Jubilar, que ya se acerca a su fin, nos encuentre más valientes, más confiados y más disponibles para servir al Reino.

Amén.

2

 

Tu vocación apostólica: cuando el Rey te confía su Reino

 

Queridos hermanos:

La Palabra de Dios de este día nos vuelve a colocar ante una verdad decisiva: Dios confía en nosotros. Dios apuesta por nosotros. Dios entrega su Reino en nuestras manos. Y lo hace no como quien abandona un proyecto, sino como quien invita a colaboradores libres, creativos, responsables y llenos de esperanza. Estamos ya al final del año litúrgico, y en medio del Año Jubilar, esta parábola nos obliga a revisar, con humildad y con valentía, qué hemos hecho con lo que Dios ha puesto en nuestra vida.


1. Las tres actitudes ante el Rey: el espejo del corazón

El Evangelio nos presenta tres grupos de personas, tres formas de relacionarse con Dios, tres caminos espirituales que revelan lo que hay en el corazón.

1) Los que reciben, obedecen y producen frutos

Este primer grupo es el de los siervos que toman el encargo del Rey en serio. Reciben una moneda de oro —un talento, un don, una misión— y no la guardan. La ponen a producir. Asumen el riesgo. Se involucran. Realizan su tarea con alegría. Saben que todo lo que hacen tiene sentido porque viene de Dios y vuelve a Dios.

Estos son los discípulos que entienden que la fe no es pasividad, ni rutina, ni mero cumplimiento: es misión, es creatividad, es fecundidad. Son los cristianos que viven su vida con un fuego interior: el deseo de que el Reino crezca. Su recompensa no es solo el resultado, sino la alegría de servir, de influir para el bien, de transformar realidades.

En ellos se cumple la palabra:
“Fuiste fiel en lo poco, te confiaré lo mucho.”

2) Los que reciben, pero esconden por miedo

El segundo grupo es quizás el más común en nuestro tiempo. Es el creyente que recibe dones, escucha la Palabra, participa, quiere ser fiel… pero tiene miedo. Miedo a comprometerse. Miedo a equivocarse. Miedo a dar un paso que lo saque de su comodidad. Miedo a hablar de Dios. Miedo a evangelizar. Miedo a ser criticado. Miedo a no estar a la altura.

Ese miedo se convierte en una especie de parálisis espiritual que lleva a guardar la vida “en un pañuelo”, a no arriesgar nada, a no perder nada… pero tampoco a ganar nada.

Y Jesús no es ambiguo:
El miedo no es excusa.
El miedo no justifica la esterilidad.
El miedo no puede convertirse en nuestro director espiritual.

Dios es exigente —no en el sentido negativo del término— sino porque sabe de lo que somos capaces. Y espera de nosotros frutos, obras, gestos, iniciativas.

Este es el grupo al que el Evangelio nos invita a no pertenecer.

3) Los que rechazan al Rey

El tercer grupo es el más dramático: los que desprecian al Rey, los que dicen explícitamente:
“No queremos que este gobierne sobre nosotros.”

Representan a quienes rechazan a Dios, a quienes niegan su Señorío, a quienes luchan contra el Evangelio, a quienes ven en Cristo un obstáculo y no una luz. Su destino es el resultado libre de su rechazo. No es venganza divina: es consecuencia de optar por vivir sin Dios.


2. Año Jubilar: un llamado a despertar la vocación apostólica

El Año Jubilar de la esperanza nos recuerda que todos tenemos una misión apostólica. Todos. No solo los sacerdotes, no solo los consagrados, no solo los agentes pastorales. Todo bautizado ha recibido una moneda de oro, un talento, una gracia particular que el Señor espera que se haga fecunda.

Este año de gracia nos pregunta a cada uno:

  • ¿Qué has hecho con los dones que Dios te ha dado?
  • ¿Qué has hecho con tu tiempo, tu carisma, tu inteligencia, tu fe, tu experiencia?
  • ¿Qué talento has puesto al servicio de tu comunidad, de tu familia, de los pobres, de los enfermos, de los que sufren?
  • ¿Qué misión te ha encomendado el Señor y cómo la estás desarrollando?

Porque el Jubileo no es solo indulgencia, no es solo celebración:
es una llamada a recuperar el ardor misionero.

Cristo Rey está a punto de volver —el lenguaje apocalíptico de estos días lo recuerda— y no quiere encontrarnos dormidos, distraídos, tibios o paralizados. Quiere vernos activos, creativos, fecundos, arriesgados. Quiere vernos “en camino”, porque somos peregrinos, no turistas espirituales.


3. La psicología del miedo y la espiritualidad de la confianza

La parábola toca un punto delicado: el miedo. Y no cualquier miedo, sino el miedo al compromiso.
Muchas veces ese miedo nace de:

  • heridas del pasado,
  • falta de confianza en uno mismo,
  • temor a la crítica,
  • pensamientos negativos sobre Dios (“es exigente”, “espera demasiado”),
  • sensación de no ser suficientes,
  • temor a salir de la zona de confort.

Pero Jesús enseña que este miedo es contrario a la fe.
Donde hay miedo que paraliza, falta confianza.
Donde hay miedo que bloquea, falta oración.
Donde hay miedo que justifica la omisión, falta amor.

El cristiano crece cuando se arriesga. Madura cuando entrega. Encuentra sentido cuando sirve. Se fortalece cuando sale de sí mismo.

Por eso, Jesús dice hoy:
“No guardes tu vida; entrégala. No escondas tu talento; compártelo.”


4. Ser siervos fructíferos: un estilo de vida apostólico

El Evangelio nos invita a adoptar una espiritualidad concreta:

1. Vivir con sentido de misión

Nada en la vida del cristiano es neutro.
Todo es oportunidad de amar, de sembrar, de construir Reino.

2. Trabajar por el Reino con alegría

El servicio cristiano no es carga; es honor.
No es castigo; es participación en la obra de Dios.
No es agotamiento; es plenitud.

3. Estar dispuestos a sacrificios

Los siervos fieles arriesgan, trabajan, se esfuerzan.
El Evangelio nunca prometió una vida cómoda, sino una vida fecunda.

4. Confiar más en Dios que en las propias fuerzas

El talento es de Él.
La misión es de Él.
El resultado es de Él.
Solo la disponibilidad es nuestra.


5. Conclusión: “Engage in trade” — ¡Ocúpate en mi obra!

Jesús nos dice hoy, con la misma claridad con la que habló en la parábola:
“Ocúpate en mi obra hasta que yo vuelva.”

Ese es el mandato apostólico.
Ese es el sentido de nuestra vida cristiana.
Ese es el motor de todo discípulo misionero.

Que este Año Jubilar nos encuentre transformando nuestros talentos en frutos,
nuestro miedo en confianza,
nuestra fragilidad en ofrenda,
nuestro tiempo en misión,
nuestra vida en Reino.

Al final de la vida, el Señor no nos preguntará cuánto acumulamos, sino cuánto entregamos; no cuánto supimos, sino cuánto amamos; no qué escondimos, sino qué hicimos fructificar.

Que cada uno de nosotros pueda escuchar aquellas palabras que son la meta de todo cristiano:
“Bien, siervo bueno y fiel… pasa al gozo de tu Señor.”

Amén.

 

lunes, 17 de noviembre de 2025

18 de noviembre del 2025: martes de la trigésima tercera semana del tiempo ordinario-I- Dedicación de las Basílicas de San Pedro y San Pablo, Memoria opcional


 Santo del día:

La Dedicación de las Basílicas de San Pedro y San Pablo

Hoy celebramos la memoria de la Dedicación de las Basílicas de San Pedro y San Pablo, signos visibles de la fe apostólica sobre la cual se edifica toda la Iglesia. En torno a estos templos, memoria viva de los dos grandes testigos del Evangelio, Dios nos invita a volver al fundamento de nuestra fe: Cristo, roca firme y guía del camino.

Que esta Eucaristía, iluminada por el ejemplo de Pedro y Pablo, renueve en nosotros el deseo de seguir al Señor con humildad, valentía y fidelidad. Abramos el corazón para que, como ellos, dejemos que la gracia transforme nuestra vida y fortalezca nuestra misión en la comunidad.

Participemos con fe.


En lo alto del sicómoro

(Lucas 19, 1-10) El paso de Jesús impulsa a Zaqueo a subirse a un sicómoro para verlo. Ese gesto tan sencillo se convierte en camino de salvación: Jesús lo llama, entra en su casa y su vida cambia. Así, Dios viene a nuestro encuentro allí donde estamos, a pesar de nuestras limitaciones. Atrevámonos, como Zaqueo, a acoger a Jesús en nuestra propia casa, en nuestra vida cotidiana. Él nos libera y nos invita a caminar con Él, portadores de alegría y reconciliación.”

Jean-Paul Musangania, prêtre assomptionniste

 


Primera lectura

2 Mac 6, 18-31
Legaré un noble ejemplo para que aprendan a arrostrar una muerte noble, por amor a nuestra ley

Lectura del segundo libro de los Macabeos.

EN aquellos días, Eleazar era uno de los principales maestros de la Ley, hombre de edad avanzada y semblante muy digno. Le abrían la boca a la fuerza para que comiera carne de cerdo.
Pero él, prefiriendo una muerte honrosa a una vida de infamia, escupió la carne y avanzó voluntariamente al suplicio, como deben hacer los que son constantes en rechazar manjares prohibidos, aun a costa de la vida.
Quienes presidían este impío banquete, viejos amigos de Eleazar, movidos por una compasión ilegítima, lo llevaron aparte y le propusieron que hiciera traer carne permitida, preparada por él mismo, y que la comiera haciendo como que comía la carne del sacrificio ordenado por el rey, para que así se librara de la muerte y, dada su antigua amistad, lo tratasen con consideración.
Pero él, adoptando una actitud cortés, digna de sus años, de su noble ancianidad, de sus canas honradas e ilustres, de su conducta intachable desde niño y, sobre todo, digna de la ley santa dada por Dios, respondió coherentemente, diciendo enseguida:
«¡Envíenme al sepulcro! No es digno de mi edad ese engaño. Van a creer los jóvenes que Eleazar a los noventa años ha apostatado y si miento por un poco de vida que me queda se van a extraviar con mi mal ejemplo.
Eso sería manchar e infamar mi vejez. Y aunque de momento me librase del castigo de los hombres, no me libraría de la mano del Omnipotente, ni vivo ni muerto. Si muero ahora como un valiente, me mostraré digno de mis años y legaré a los jóvenes un noble ejemplo, para que aprendan a arrostrar voluntariamente una muerte noble, por amor a nuestra santa y venerable ley».
Dicho esto, se fue enseguida al suplicio.
Los que lo llevaban, considerando insensatas las palabras que acababa de pronunciar, cambiaron en dureza su actitud benévola de poco antes.
Pero él, a punto de morir a causa de los golpes, dijo entre suspiros:
«Bien sabe el Señor, dueño de la ciencia santa, que, pudiendo librarme de la muerte, aguanto en mi cuerpo los crueles dolores de la flagelación, y que en mi alma los sufro con gusto por temor de él».
De esta manera terminó su vida, dejando no solo a los jóvenes, sino a la mayoría de la nación, un ejemplo memorable de heroísmo y de virtud.

Palabra de Dios

 

Salmo

Sal 3, 2-3. 4-5. 6-8a (R.: 6b)

R. El Señor me sostiene.

V. Señor, cuántos son mis enemigos,
cuántos se levantan contra mí;
cuántos dicen de mí:
«Ya no lo protege Dios». 
R.

V. Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria,
tú mantienes alta mi cabeza.
Si grito invocando al Señor,
él me escucha desde su monte santo. 
R.

V. Puedo acostarme y dormir y despertar:
el Señor me sostiene.
No temeré al pueblo innumerable
que acampa a mi alrededor.
Levántate, Señor; sálvame, Dios mío. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Dios nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados. R.

 

Evangelio

Lc 19, 1-10

El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.


EN aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad.
En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo:
«Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa».
Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban diciendo:
«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».
Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor:
«Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».
Jesús le dijo:
«Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

Palabra del Señor.

 

1

 

1.    Introducción: Subirse un poco más alto para ver a Cristo

 

Queridos hermanos y hermanas:

El Evangelio de hoy nos regala una de las escenas más humanas y hermosas del camino de Jesús hacia Jerusalén: el encuentro con Zaqueo, un hombre pequeño de estatura, grande en curiosidad y profundo en necesidad de conversión. Un hombre que, al sentir que Jesús pasaba, decidió hacer algo que ningún adulto respetable haría: subirse a un árbol para poder verlo.

Y ahí, en esa postura casi infantil, comienza una historia de salvación.

Estamos en las últimas semanas del año litúrgico. La Iglesia nos invita a mirar la vida con seriedad, con esperanza, con renovación. Y en este Año Jubilar, cuando todos somos llamados a ser peregrinos de la esperanza, Zaqueo se convierte en un maestro de vida: buscar, subir un poco más, exponerse, dejarse mirar, dejarse llamar.

Hoy, además, elevamos una oración especial por nuestros benefactores: hombres y mujeres que, como Zaqueo después de su encuentro, han puesto su generosidad al servicio de Dios y de su Iglesia. Sin ellos, muchas obras evangelizadoras, sociales, educativas y pastorales no serían posibles.


2. Primera lectura: Eleazar, el testigo que permanece fiel (2 Mac 6,18-31)

La historia de Eleazar es conmovedora: un anciano de 90 años, maestro de la Ley, noble, íntegro, que prefiere morir antes que traicionar su fe. Lo obligaban a comer carne prohibida. Incluso quienes lo querían, intentaron convencerlo de hacer “como que comía”, para salvar la vida.

Pero él se negó. No quiso engañar ni a sus enemigos, ni a los jóvenes que lo miraban, ni a su propia conciencia.

Eleazar nos enseña la coherencia, la fidelidad sin doblez, la valentía silenciosa de quienes saben que su vida es semilla para otros. Eleazar no se subió a un sicómoro, pero sí se elevó sobre la mediocridad y la conveniencia. Quiso mirar a Dios sin obstáculos y dejarse mirar por Él.

Así comienzan las conversiones verdaderas: con un corazón claro.


3. El salmo: “Tú eres mi escudo y mi gloria” (Sal 3)

El salmo es un grito de confianza en medio de la prueba. Zaqueo sube al árbol para ver, pero también, en el fondo, para ser protegido. Eleazar confía en Dios porque sabe que Él sostiene su vida. El salmista proclama que, aunque muchos se levanten contra él, el Señor lo protege, lo escucha y lo sostiene.

Este salmo lo puede rezar hoy cualquier cristiano que desee un cambio profundo, que se sienta limitado, pequeño, acosado por dudas, tentaciones o miedos… como Zaqueo, como Eleazar.


4. Evangelio: Zaqueo, el pequeño que se dejó mirar

Zaqueo era jefe de publicanos, un hombre rico, conocido, quizá temido y seguramente despreciado. Pero tenía sed. Quería ver a Jesús. Algo en el corazón no lo dejaba tranquilo.

Y hace tres cosas fundamentales:

1.    Busca: corre, se adelanta, no se queda esperando.

2.    Se sube: asume su pequeñez y busca una altura nueva.

3.    Se deja encontrar: permite que Jesús levante la mirada y lo llame por su nombre.

El gesto de subirse al sicómoro es sencillo, casi ridículo, impropio de su cargo; pero ahí comienza su salvación.

El Evangelio dice que Jesús “tenía que pasar por allí” y que al llegar al lugar levantó los ojos. Qué hermosa imagen: Dios levanta la mirada para encontrarse con el que se humilla, con el que busca, con el que desea un comienzo nuevo.

Y entonces la frase que cambia todo:

“Hoy ha llegado la salvación a esta casa.”


5. Año Jubilar: Jesús quiere hospedarse en tu casa

Este Año Jubilar nos invita a reconocer que Cristo pasa, que sigue pasando por nuestras calles, por nuestras familias, por nuestras comunidades, por nuestras preocupaciones y alegrías. Pero para verlo hay que hacer lo que hizo Zaqueo:

·        Moverse

·        Romper la rutina

·        Atreverse a la incomodidad

·        Exponer el corazón

·        Aceptar la invitación

El Jubileo nos dice que Dios siempre se adelanta, que no se cansa de buscarnos, que la salvación no es teoría sino experiencia concreta: una visita, un llamado, una mesa compartida, una vida transformada.


6. Zaqueo y los benefactores: la generosidad que brota de un encuentro

Después de la visita de Jesús, Zaqueo hace lo que los grandes benefactores han aprendido a hacer: dar.

Y dar con medidas nuevas:

·        La mitad a los pobres.

·        El cuádruple a quienes pudo haber perjudicado.

Zaqueo no da limosna: da de sí, da desde la conversión, da con alegría.

Hoy, en esta Eucaristía, recordamos y encomendamos a quienes —como Zaqueo después de su encuentro— han sostenido la misión de la Iglesia, han colaborado con sus dones, su trabajo, su tiempo, su oración, sus recursos. Benefactores visibles y anónimos, cercanos o distantes, que han creído en la obra de Dios.

Ellos son signo de que la salvación toca la vida concreta y la vuelve fecunda.


7. Aplicación pastoral: ¿en qué sicómoro debo subirme hoy?

Cada uno puede preguntarse:

·        ¿Qué me impide ver a Jesús?

·        ¿Qué “multitudes” interiores me bloquean?

·        ¿Qué árbol necesito subir: la oración, el silencio, el perdón, la dirección espiritual, la confesión?

·        ¿Qué gesto sencillo pero decidido puedo hacer para que Cristo entre a mi casa?

Y como comunidad:

·        ¿Qué obras de misericordia debemos iniciar o retomar?

·        ¿Cómo agradecer el bien recibido?

·        ¿Cómo ser también nosotros benefactores de esperanza, paz, reconciliación y fe?


8. Conclusión: “Hoy” es también para nosotros

Jesús no dijo “mañana”.
Dijo “Hoy”.

Hoy es día de salvación.
Hoy es día de encuentro.
Hoy es día de conversión.
Hoy es día de gratitud por los benefactores.
Hoy es día de subir al sicómoro, mirar a Cristo y dejarse mirar por Él.

Que el Señor, en este Año Jubilar, pase por nuestra vida, nos llame por nuestro nombre, entre en nuestra casa y nos envíe, como Zaqueo, a ser sembradores de alegría, de reconciliación y de esperanza.

Amén.

 

 

2

 

1. Introducción: El deseo que nos levanta

 

Queridos hermanos y hermanas:

El Evangelio de hoy nos presenta un movimiento interior decisivo: el deseo del corazón. Ese impulso misterioso que nació en Zaqueo y lo llevó a correr, a adelantarse y a subirse a un árbol, con tal de ver a Jesús que pasaba. Zaqueo no buscaba un milagro, ni una palabra concreta, ni una solución inmediata. Buscaba a Jesús mismo. Y ese deseo, humilde y auténtico, abrió la puerta a su conversión y a la salvación de su casa.

En este Año Jubilar, cuando somos llamados a ser peregrinos de la esperanza, el Señor nos regala un mensaje profundo: solo llega a la esperanza quien reconoce su necesidad. Solo sube al sicómoro quien acepta su pequeñez. Solo atrae la mirada de Cristo quien se deja encontrar.

Hoy, además, elevamos una oración especial por los benefactores: personas que, como Zaqueo después de su encuentro, han respondido al Señor con generosidad extraordinaria, permitiendo que la Iglesia siga anunciando el Evangelio y acompañando a los pobres, los enfermos, las familias y los más necesitados.


2. Primera lectura: Eleazar, testigo de integridad (2 Mac 6,18-31)

La figura de Eleazar, anciano de doble “altura”: pequeño ante el mundo, grande ante Dios, ilumina el camino de Zaqueo. Zaqueo sube a un sicómoro por deseo de ver al Señor; Eleazar se mantiene firme en la Ley por deseo de honrarle. Ambos actúan movidos por un corazón recto, por un deseo profundo de pertenecer a Dios.

Eleazar rechaza cualquier engaño, aunque fuera piadoso. No quiere fingir. No desea representar ante los demás una fidelidad que no vive. Su corazón es claro: “No es digno de mi edad” —dice— dar un mal ejemplo a los jóvenes.

De Eleazar aprendemos que la conversión auténtica nace de un corazón sincero, que no negocia su fe ni la maquilla. Un corazón así atrae la mirada de Dios.

Por eso Jesús miró a Zaqueo.
Por eso Jesús mira hoy a cada uno de nosotros.


3. El salmo: “Tú, Señor, eres mi escudo” (Sal 3)

El salmo expresa lo que Zaqueo llevaba dentro:
una necesidad, un clamor, una búsqueda.

Zaqueo tenía dinero, prestigio, poder… pero no paz. No gozo. No sentido. No comunión. Por dentro estaba vacío, y ese vacío es el que lo hace correr, subirse, exponerse.

El salmista proclama: “Tú, Señor, eres mi escudo; tú levantas mi cabeza.”

Ese “levantar la cabeza” es imagen de lo que hace Jesús cuando levanta la mirada hacia el árbol y lo encuentra. Es símbolo de la dignidad que Dios devuelve, del abrazo que sana y libera, de la vida que se renueva.


4. Evangelio: El deseo humilde que atrae la mirada de Cristo

Jesús se detiene porque percibe la necesidad interior de Zaqueo. Cristo no es indiferente a un corazón que busca, que anhela, que necesita. A un corazón que ha llegado al límite de su autosuficiencia.

Zaqueo, aunque materialmente rico, era un hombre interiormente pobre.
Tenía todo… menos paz.
Vivía bien… pero no vivía feliz.
Era poderoso… pero estaba herido.

Esa pobreza interior es la que Jesús ve.
Es la que le atrae.
Es la que provoca que el Maestro diga:

“Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.”

Qué ternura y qué urgencia hay en esas palabras.
Jesús no deja pasar a un alma que lo necesita.
Jesús no ignora un corazón que lo busca.
Jesús no desprecia un gesto —aunque sea torpe, ridículo, improvisado— de quien desea verle.


5. Año Jubilar: Subir a nuestro propio sicómoro

En este tiempo de gracia que la Iglesia vive como Año Jubilar, el Señor nos pide lo mismo que a Zaqueo:

·        Reconocer nuestra necesidad espiritual.

·        Admitir que hay vacíos que solo Él puede llenar.

·        Romper las barreras de la costumbre.

·        Dejar la comodidad de lo establecido.

·        Correr, adelantarnos, subir… y dejarnos mirar.

El Jubileo no es solo un año de celebraciones; es un año de sinceridad profunda, de regreso al deseo del corazón, de reconocer que necesitamos a Cristo.

Él es la fuente de nuestra esperanza.
Él es quien levanta nuestra vida.
Él es quien transforma hogares, familias, comunidades.


6. Zaqueo y los benefactores: la generosidad como fruto del encuentro

El Evangelio muestra que la conversión verdadera tiene frutos concretos:

·        “Doy la mitad de mis bienes a los pobres.”

·        “A quien defraudé, le devolveré cuatro veces más.”

Es la espiritualidad del benefactor:
un corazón tocado por Dios se vuelve generoso.
Un corazón perdonado comparte.
Un corazón amado entrega.

La Iglesia vive gracias a tantos benefactores que, tocados por la gracia, deciden colaborar para que el Evangelio llegue más lejos. Son fieles que ayudan con su tiempo, sus talentos, su oración, sus bienes. Gente que no busca aplausos, sino que se sabe instrumento y signo de gratitud por lo que Dios ha hecho en su vida.

Zaqueo es el patrono de los benefactores:
su alma convertida se volvió generosa, libre, creadora de justicia y de paz.


7. Aplicación pastoral: ¿Qué necesita ver Jesús en nuestro corazón?

Jesús viene atraído por los corazones humildes, necesitados, sinceros. Qué verdad tan contundente.
Nos cuesta admitir nuestra vulnerabilidad.
Es más fácil aparentar que estamos bien, que no necesitamos ayuda, que todo está en orden.

Pero, repito, Jesús viene atraído por los corazones humildes, necesitados, sinceros. Por eso hoy podemos preguntarnos:

·        ¿Reconozco mi necesidad de Dios?

·        ¿Hay áreas de mi vida donde me he conformado con poco?

·        ¿Qué “sicómoro” debo subir: la oración, la confesión, el perdón, la reconciliación, la dirección espiritual, el servicio?

·        ¿A qué debo renunciar para que Cristo entre en casa?

·        ¿Qué gesto me pide hoy el Señor para vivir el Jubileo como un tiempo de esperanza renacida?


8. Conclusión: “Hoy quiero quedarme en tu casa”

Es la frase más hermosa del Evangelio.
Un “hoy” que también es para nosotros.
Un “hoy” que se convierte en Jubileo personal.
Un “hoy” que trae luz donde había sombra, y misericordia donde había vacío.

Si tú te atreves a mostrar tu necesidad,
Jesús se atreve a hospedarse en tu casa.

Si tú corres y subes,
Él se detiene y mira.

Si tú lo buscas,
Él te encuentra.

Y si tú abres la puerta,
Él transforma tu vida como la de Zaqueo.

Que el Señor, que ve el deseo verdadero del corazón, nos encuentre vigilantes, humildes y disponibles. Y que nuestros benefactores, a quienes encomendamos hoy, reciban en abundancia la bendición de Aquel que reconoció en Zaqueo un alma dispuesta, generosa y nueva.

Amén.

 

3

 

Homilía en alusión a la Memoria opcional de La dedicación de las Basílicas de los santos Pedro y Pablo, apóstoles

 

Queridos hermanos:

Hoy celebramos la Dedicación de las Basílicas de San Pedro y San Pablo, dos templos que son signo visible de la fe apostólica que sostiene a la Iglesia desde sus orígenes. En torno a esas basílicas se alza la memoria de dos hombres muy distintos, pero unidos por un mismo impulso interior: un deseo ardiente de Cristo. Ese deseo los convirtió, los envió y los transformó en columnas de la Iglesia.

Este mismo deseo mueve hoy a Zaqueo, en el Evangelio (Lc 19,1-10). Zaqueo no tenía claridad plena, no tenía una vida ordenada, no era un santo… pero sí tenía algo que Dios nunca desprecia: necesidad profunda del Señor. Por eso corre, se adelanta y se sube al sicómoro: quería ver a Jesús. Y Jesús, que se siente atraído por los corazones humildes y necesitados, se detiene, lo mira y le dice: “Hoy quiero hospedarme en tu casa.”

La conversión de Zaqueo —como la de Pedro y Pablo— nace de un encuentro que responde a un deseo honesto. No nace del esfuerzo moralista, sino de la apertura del corazón. Ese deseo llevó a Pedro a dejar las redes; a Pablo, a caer del caballo; y a Zaqueo, a bajar del árbol para abrir su casa. Dios actúa cuando ve un corazón que lo busca.

La primera lectura (2 Mac 6,18-31) nos presenta a Eleazar, anciano fiel que no finge, no disimula, no negocia su fe. También él tiene un deseo fuerte: honrar al Señor hasta el final. Como Zaqueo, como Pedro y Pablo, reconoce que solo Dios da sentido, dignidad y fuerza.

Y el salmo proclama esa misma verdad: el Señor es escudo, defensor, sostén, sobre todo de quienes se reconocen pobres y necesitados.

Hoy, en este Año Jubilar, el Espíritu nos invita a subir nuestro propio sicómoro interior: hacer un gesto humilde, sencillo pero decidido, que manifieste nuestra necesidad de Dios. Puede ser la confesión, un acto de perdón, un tiempo de oración, un servicio concreto, un desprendimiento que nos devuelva a lo esencial.

Y hoy encomendamos de manera especial a nuestros benefactores: personas que, como Zaqueo después de su conversión, han respondido a Dios con generosidad concreta. Gracias a ellos, la misión de la Iglesia continúa, crece, se encarna, se hace real. Su apoyo nos recuerda que una fe auténtica siempre se traduce en obras de amor.

Queridos hermanos:
Que Pedro nos enseñe la fidelidad.
Que Pablo nos enseñe la pasión por Cristo.
Que Zaqueo nos enseñe la humildad que atrae la mirada del Señor.
Y que en este Jubileo podamos escuchar también nosotros esa palabra tan hermosa:

“Hoy quiero quedarme en tu casa.”
Abrámosle la puerta.

Amén.

 

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18 de noviembre:

Dedicación de las Basílicas de los Santos Pedro y Pablo, Apóstoles — Memoria opcional.

 


Cita:

Pero sin detenernos en los ejemplos antiguos, vayamos a los héroes espirituales más recientes. Consideremos los nobles ejemplos ofrecidos en nuestra propia generación. Por envidia y celos, los pilares más grandes y más justos [de la Iglesia] han sido perseguidos y ejecutados. Pongamos ante nuestros ojos a los ilustres apóstoles. Pedro, a causa de una envidia injusta, soportó no uno o dos, sino muchos trabajos; y cuando finalmente sufrió el martirio, partió hacia el lugar de gloria que le correspondía. Por envidia, Pablo también obtuvo la recompensa de la paciencia perseverante, después de haber sido encarcelado siete veces, obligado a huir y apedreado. Tras predicar tanto en Oriente como en Occidente, obtuvo la ilustre reputación que su fe merecía, habiendo enseñado la justicia al mundo entero, llegado hasta el extremo occidental, y sufrido el martirio bajo los prefectos. Así fue sacado del mundo y entró en el lugar santo, habiéndose mostrado un ejemplo impresionante de paciencia.


~Carta de San Clemente Romano a los Corintios


Reflexión:

Después de que el emperador Constantino el Grande legalizara el cristianismo en el Imperio Romano en el año 313, comenzó a construir iglesias, especialmente en Roma, Jerusalén y Constantinopla. En Roma construyó cuatro basílicas: San Juan de Letrán, San Pedro en la Colina Vaticana, Santa Cruz de Jerusalén y San Pablo Extramuros. Hoy la Iglesia celebra la dedicación de dos de esas basílicas: San Pedro en la Colina Vaticana y San Pablo Extramuros.

Los cimientos de estas dos iglesias se remontan al primer siglo, cuando Pedro y Pablo derramaron su sangre y fueron sepultados donde hoy se alzan las basílicas. En el año 64, un gran incendio destruyó gran parte de Roma. Muchos historiadores creen que el emperador Nerón provocó aquel incendio para tener una excusa que le permitiera reconstruir la ciudad a su gusto. Nerón culpó del incendio a los cristianos e instauró la primera persecución organizada de cristianos en el Imperio Romano. Entre los muchos que fueron arrestados y martirizados estaban los santos Pedro y Pablo.

Pedro fue el Príncipe de los Apóstoles y obispo de Roma. Se cree que fue crucificado cabeza abajo en el Circo de Nerón, cerca del antiguo obelisco egipcio que ahora se encuentra en el centro de la Plaza de San Pedro. Fue sepultado en el cementerio cercano, en la Colina Vaticana, y su tumba se convirtió en lugar de peregrinación para los primeros cristianos. Después de que Constantino legalizara el cristianismo, tomó conciencia de la veneración que los fieles tenían por la tumba del Príncipe de los Apóstoles, por lo que construyó lo que hoy se conoce como la Antigua Basílica de San Pedro para fomentar la devoción y las peregrinaciones al lugar. La primera basílica fue dedicada por el papa Silvestre hacia los años 324 o 326, y permaneció durante más de un milenio, con ampliaciones y reconstrucciones a lo largo de ese tiempo.

Hasta 1305, los papas residían en la Basílica de San Juan de Letrán, no en San Pedro. Cuando el papa Clemente V fue elegido, trasladó toda la corte papal a Aviñón, Francia, en 1309, donde permaneció hasta que el papa Gregorio XI regresó a Roma en 1377. En el momento del regreso del papa, el Palacio de Letrán estaba en ruinas debido a dos incendios, de modo que el papa construyó un nuevo palacio papal junto a la Antigua Basílica de San Pedro, en la Colina Vaticana, donde han residido todos los papas desde entonces. A principios del siglo XVI, la antigua basílica estaba en grave deterioro, por lo que en 1505 el papa Julio II ordenó su demolición e inició un proceso de reconstrucción que se extendió durante veintiún pontificados y se completó 120 años después. En 1626, la actual Basílica de San Pedro fue dedicada por el papa Urbano VIII.

San Pablo fue el evangelizador incansable y el máximo teólogo de la Iglesia, difundiendo el Evangelio por todas partes y fundando y fortaleciendo numerosas comunidades cristianas. También se le reconoce como uno de los primeros y más importantes conversos a la fe. Tras un ministerio excepcional de evangelización, Pablo fue arrestado en Jerusalén. Como era ciudadano romano, apeló al emperador. En consecuencia, fue encarcelado y dos años después trasladado a Roma para su juicio. Cuando se desencadenaron las persecuciones de Nerón poco después, Pablo fue decapitado en torno al mismo día en que Pedro fue crucificado. Se cree que su decapitación tuvo lugar a las afueras de la ciudad, en la vía Ostiense. Fue sepultado cerca de ese lugar.

Al igual que la Antigua Basílica de San Pedro, la Basílica de San Pablo Extramuros fue construida por el emperador Constantino sobre la tumba de San Pablo y dedicada por el papa Silvestre en 324. A lo largo de los siguientes 1.500 años, sucesivos papas ampliaron, renovaron y embellecieron la basílica. En 1823, casi toda la basílica fue destruida por un incendio. Durante los treinta años siguientes, la iglesia fue rediseñada y reconstruida hasta adquirir la forma que hoy conocemos. Fue completada y dedicada en 1854 por el papa Pío IX.

Al honrar la dedicación de estas dos basílicas romanas, honramos mucho más que edificios; honramos a los apóstoles a quienes están dedicadas. Cada 29 de junio, la Iglesia celebra la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, recordando sus ministerios únicos y fundamentales. Hoy, 18 de noviembre, los honramos nuevamente al conmemorar la dedicación de las basílicas edificadas sobre sus tumbas.

Simbólicamente, así como sus tumbas sirven de cimiento para estas iglesias, así también sus vidas y ministerios son fundamento de toda la Iglesia. San Pedro fue el primer papa y principio de unidad, a quien se le entregaron las llaves del Reino de los Cielos y de quien dijo Jesús: “Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará” (Mateo 16,18). San Pablo fue el gran evangelizador de los gentiles y símbolo de la vida misionera y de la articulación teológica de la fe, gracias a sus abundantes escritos que constituyen gran parte del Nuevo Testamento. Aunque estamos centrados y unificados por Pedro, la Roca, debemos ir hasta los confines de la tierra, anunciando el Evangelio a todos, como Pablo. Debido a la importancia de estos apóstoles, cada obispo del mundo está obligado a realizar una visita “ad limina apostolorum” a Roma cada cinco años, durante la cual presenta un informe al papa sobre su diócesis y visita las tumbas de estos dos apóstoles.

Al honrar a estos dos grandes santos y venerar sus tumbas, reflexionemos sobre el hecho de que todos estamos llamados a convertirnos en fundamentos sobre los cuales la Iglesia continúa edificándose. Nuestra vida debe convertirse en fuente de unidad para los creyentes y en medio por el cual Dios envía su Palabra a los demás. Renueva hoy la dedicación de tu propia vida a la misión de Cristo, para imitar más plenamente la vida heroica y santa de estos dos hombres de Dios.

Oración:
Santos Pedro y Pablo, Dios los utilizó a ustedes de modos únicos y poderosos que continúan teniendo un impacto profundo en la vida del pueblo de Dios hoy. Les ruego que oren por mí, para que también yo me convierta en un fundamento sobre el cual Dios siga edificando su Iglesia y desde el cual su mensaje de salvación se difunda.
Santos Pedro y Pablo, rueguen por mí.
Jesús, en ti confío.

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