Santo del día:
Bienaventurada Virgen María de Guadalupe,
Patrona de América Latina
La Virgen mestiza se apareció
a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin los días 9 y 12 de diciembre de 1531 en el
cerro del Tepeyac, cerca de la Ciudad de México. Nuestra Señora de Guadalupe es
la patrona de las Américas y de la Diócesis de Basse-Terre (Guadalupe).
Un signo de salvación
(Lucas 1, 39-48)) Los
modos de actuar de Dios suelen desconcertarnos.
¿Quién habría podido imaginar
que ama al ser humano hasta el punto de querer hacerse carne, de pasar por todo
el proceso físico que conduce al nacimiento?
Nuestro canto no puede ser
sino un grito de acción de gracias en honor de María, que fue la primera en
entrar en el plan de Dios para la salvación del mundo.
Primera lectura
Is
7, 10-14; 8, 10b
Miren:
la virgen está encinta
Lectura del libro de Isaías.
EN aquellos días, el Señor habló a Ajaz y le dijo:
«Pide un signo al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del
cielo».
Respondió Ajaz:
«No lo pido, no quiero tentar al Señor».
Entonces dijo Isaías:
«Escucha, casa de David: ¿no les basta cansar a los hombres, que cansan incluso
a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, les dará un signo.
Miren: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre
Enmanuel, porque con nosotros está Dios».
Palabra de Dios
Salmo
Sal
66, 2-3. 5. 7-8 (R.: 4)
R. Oh, Dios,
que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
V. Que Dios tenga piedad
y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación. R.
V. Que canten de alegría
las naciones,
porque riges el mundo con justicia
y gobiernas las naciones de la tierra. R.
V. La tierra ha
dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
todos los confines de la tierra. R.
Aclamación
R. Aleluya, aleluya,
aleluya.
V. Proclama mi
alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador. R.
Evangelio
Lc
1, 39-47
Bienaventurada
la que ha creído
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquellos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la
montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su
vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu
saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.
Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se
cumplirá».
María dijo:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador».
Palabra del Señor
1
Hermanos
y hermanas, hoy celebramos a Santa María de Guadalupe,
Madre cercana, discípula misionera, y patrona de nuestra América Latina.
Venimos con nuestras luces y sombras, con nuestras heridas personales y
colectivas, con nuestros cansancios, nuestras luchas, nuestros pueblos marcados
por la fe, pero también por la desigualdad, la violencia, la soledad, las
enfermedades del cuerpo y las del corazón. Y en el marco del Jubileo, nos
reconocemos peregrinos de esperanza: caminantes que no
niegan el dolor, pero que se niegan a vivir sin horizonte.
1) “El
Señor mismo les dará una señal” (Isaías 7,10-14; 8,10)
La primera lectura nos
habla de una señal: “La Virgen concebirá y dará a luz un
hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel”, que significa “Dios-con-nosotros”.
Dios no se limita a enviar ideas, normas o mensajes desde lejos. Dios se
acerca. Dios entra en nuestra historia. Dios toma un rostro, una carne, un
idioma, una cultura, una familia. Y esto, puede resultarnos desconcertante:
¿cómo puede el Infinito hacerse pequeño? ¿Cómo puede la Santidad entrar en lo
frágil?
Pero esa es la lógica
del amor: el
amor verdadero se compromete, se encarna, se acerca, se deja tocar.
Y para nosotros, que tantas veces vivimos la fe como obligación o miedo, hoy la
Palabra nos devuelve lo esencial: la fe es encuentro con un Dios que se
hizo cercano.
Guadalupe, en el
corazón creyente de América, es precisamente eso: una señal de que Dios no ha
abandonado a sus hijos. No es una “decoración piadosa” de nuestra religiosidad;
es un recordatorio maternal: Dios está con nosotros,
especialmente cuando estamos heridos, confundidos o a punto de rendirnos.
2)
“Que Dios tenga piedad y nos bendiga” (Salmo 67)
El salmo es una oración
luminosa: “Que
Dios tenga piedad y nos bendiga… que canten de alegría las naciones.”
Hoy pedimos bendición, sí… pero no como quien pide “suerte”, sino como quien
suplica vida
nueva, caminos abiertos, y sobre todo sanación:
sanación de la memoria, sanación de la culpa, sanación de la tristeza, sanación
de los resentimientos, sanación de la violencia que se nos mete hasta en el
lenguaje.
Y aquí entra la
intención penitencial de esta celebración: para que la bendición sea fecunda,
el corazón necesita verdad. La gracia no es maquillaje; es medicina. Y la
medicina de Dios comienza cuando decimos con humildad: “Señor, me duele
esto… Señor, me equivoqué… Señor, me he endurecido… Señor, he perdido la
alegría… Señor, ya no puedo solo”.
La bendición del salmo
no es para “los perfectos”. Es para el pueblo que vuelve a Dios.
3)
María se pone en camino: la santidad tiene prisa de amar (Lucas 1,39-48)
El Evangelio nos
presenta una escena preciosa: María, recién visitada por el ángel, no
se encierra en sí misma. María no se queda contemplando su
“privilegio”. María se levanta y se pone en camino
hacia la casa de Isabel.
Aquí hay una clave
pastoral para nuestro tiempo: cuando uno lleva a Cristo por dentro, se
vuelve capaz de salir de sí. La fe auténtica no nos deja
instalados; nos vuelve servidores. María no va a “lucirse” ni a “recibir
aplausos”. Va a ayudar. Va a acompañar. Va a estar.
Y cuando María llega,
sucede algo hermoso: Isabel se llena del Espíritu Santo, el niño salta de
alegría en su vientre, y aparece la gran bienaventuranza: “¡Feliz tú que has
creído!”
No dice: “Feliz tú que lo entiendes todo”. Dice: “Feliz tú que has creído”.
Hermanos, ¡cuánta gente
hoy sufre porque cree que no vale si no controla, si no entiende, si no tiene
todo resuelto! Y el Evangelio nos libera: Dios no nos pide
control absoluto; nos pide confianza.
María es feliz porque
confía. Y confía incluso cuando no ve el final del camino.
4)
Guadalupe: la ternura de Dios para los que sufren en el alma y en el cuerpo
Hoy queremos poner en
el corazón de la Virgen —con nombre latinoamericano— a los que sufren:
·
Los que sufren en el
cuerpo:
enfermos, ancianos, personas con tratamientos largos, quienes viven dolor
crónico, quienes no pueden dormir, quienes cargan limitaciones que cansan la
paciencia.
·
Los que sufren en el
alma:
personas con ansiedad, depresión, duelo no resuelto, culpa, adicciones, heridas
afectivas, traumas, pensamientos oscuros, soledad.
Hay dolores del alma
que no se ven, pero pesan más que una fiebre. Y por eso hoy nuestra oración es
también penitencial: porque a veces, sin querer, hemos sido duros con el dolor
ajeno; hemos dicho frases rápidas como si la vida fuera simple; hemos juzgado
al que no puede levantarse; hemos llamado “falta de fe” a lo que era un grito
de ayuda.
María, en la
Visitación, nos enseña a hacer lo contrario: ir, acompañar,
escuchar,
servir.
Y Guadalupe, Madre de
los pueblos, nos recuerda que el Evangelio no aplasta culturas: las ilumina y
las eleva. Dios entra en nuestra historia concreta.
5) En
clave jubilar: peregrinos de esperanza con María
En el Año Jubilar, la
Iglesia nos invita a caminar como peregrinos de esperanza.
¿Cómo se ve esa esperanza hoy, aquí, con Guadalupe?
·
Esperanza que se
confiesa:
volver a Dios en el sacramento de la Reconciliación. La penitencia no es
tristeza; es volver a casa.
·
Esperanza que visita: como María, ir hacia alguna
“Isabel” concreta: un enfermo, un anciano solo, un familiar con quien estamos
distanciados.
·
Esperanza que bendice: cambiar el lenguaje:
menos queja, menos agresión, menos condena… y más palabras que levanten.
·
Esperanza que sirve: una obra de misericordia
concreta esta semana: alimento, escucha, perdón, ayuda material, una llamada,
una presencia.
·
Esperanza que ora: rezar el Rosario con
el corazón, no como rutina, sino como quien se toma de la mano de su Madre para
no soltarse de Cristo.
6)
Tres frases para llevar en el corazón hoy
1.
Dios no te ama desde
lejos: se hizo Emmanuel, Dios contigo.
2.
La fe no es entenderlo
todo: es confiar y ponerse en camino.
3.
María no reemplaza a
Cristo: nos lo lleva, y nos enseña a servir.
Oración final (para
cerrar la homilía)
Santa María de Guadalupe,
Madre tierna de América Latina,
toma en tus manos nuestras culpas y nuestras heridas.
Llévanos a Jesús, Emmanuel, Dios con nosotros.
Consuela a los que sufren en el alma y en el cuerpo;
haznos humildes para pedir perdón
y valientes para comenzar de nuevo.
En este Año Jubilar,
haz de nosotros peregrinos de esperanza:
que visitemos, que acompañemos, que sirvamos,
y que cantemos con nuestra vida
las maravillas del Señor. Amén.
2
Hermanos
y hermanas, hoy la Iglesia nos pone ante una verdad consoladora: María es la gran evangelizadora,
no por discursos, sino porque lleva
a Jesús. En Guadalupe, esa misión se vuelve historia concreta:
una Madre que sale al encuentro de un pueblo herido para decirle, con ternura y
firmeza, que Dios está
cerca.
1) “No temas… concebirás y darás a luz”
El
anuncio del ángel —“No temas,
María… concebirás y darás a luz”— nos revela el estilo de Dios: no
conquista por fuerza; entra
por la puerta humilde de la vida. Dios nos desconcierta: se
hace niño, se hace dependiente, se hace cercano.
Y María, con su sí, se convierte en el primer “Evangelio vivo”: la mujer que cree y deja que Dios actúe.
Hoy
muchos tienen miedo: miedo al futuro, a la enfermedad, a la crisis económica, a
la soledad, a no ser suficientes. Y a todos, el cielo repite: “No temas”. No como
consigna fácil, sino como promesa: Emmanuel,
Dios con nosotros.
2) La señal: Emmanuel y la bendición para los
pueblos
Isaías
anuncia la señal: “La Virgen
concebirá… y le pondrá por nombre Emmanuel”. Y el salmo responde
con el deseo misionero: “Que
te alaben los pueblos, oh Dios, que todos los pueblos te alaben”.
Guadalupe es justamente esa síntesis: una
señal para los pueblos. María no viene a entretener la fe;
viene a confirmar el
Evangelio y a encender esperanza donde parecía apagada.
Y
aquí entra nuestro marco jubilar: si somos peregrinos de esperanza, no
caminamos solo para “cumplir”, sino para dejar
que Dios vuelva a bendecir la tierra con su misericordia,
empezando por nuestro corazón.
3) María evangeliza visitando: lleva a Cristo y
nace la alegría (Lc 1,39-48)
El
Evangelio no muestra a María “instalada”, sino en salida: “se puso en camino y fue aprisa”. La
evangelización empieza así: con
una visita, con una presencia, con una caridad concreta.
Cuando María llega, sucede lo imposible: el niño salta de alegría, Isabel se
llena del Espíritu, y brota la alabanza. Esto es precioso: cuando llega Cristo, algo revive por
dentro.
Por
eso, si hoy nos sentimos con el alma cansada, la fe no nos pide teatro ni
máscaras: nos invita a dejarnos visitar por Dios… y luego a visitar nosotros.
Hay personas que no necesitan sermones; necesitan que alguien llegue y diga:
“Aquí estoy contigo”.
4) Guadalupe: la Madre que evangeliza en la
lengua del pueblo y sana sus heridas
Hay
un detalle clave: María habla al corazón del pueblo, se hace comprensible, se
hace cercana, y pide un lugar de encuentro: una casita, un santuario, un
espacio para que el pueblo diga: “Aquí está mi Madre; aquí puedo volver a
empezar”.
Hoy
también hay “pueblos conquistados” por otras fuerzas: la desesperanza, la
droga, la violencia intrafamiliar, la pornografía, la corrupción, el cinismo,
la depresión, la ansiedad. Y María sigue haciendo lo mismo: no humilla, no aplasta, no acusa;
evangeliza con compasión y conduce a Jesús.
5) Intención penitencial y por los que sufren:
la evangelización empieza por el corazón herido
En
esta fiesta queremos pedir perdón:
·
Por
las veces que hemos anunciado a Cristo con dureza y no con misericordia.
·
Por
las veces que hemos juzgado el dolor ajeno, especialmente el dolor del alma, que no
se ve.
·
Por
las veces que hemos callado cuando debimos defender la dignidad del otro.
Y
suplicamos por quienes sufren en el cuerpo y en el alma: enfermos, personas con
tratamientos largos, ancianos solos; y también quienes cargan duelos, ansiedad,
ataques de pánico, tristeza profunda, heridas afectivas, pensamientos oscuros.
Guadalupe nos enseña que el Evangelio no se predica desde una tarima: se
predica tocando llagas con
ternura, como una Madre.
6) En clave jubilar: peregrinos de esperanza
con María, “la gran evangelista”
¿Qué
nos pide hoy la Virgen de Guadalupe, en este Jubileo?
·
Volver a Jesús: no a una idea, sino a
una relación viva (Eucaristía, Palabra, oración real).
·
Reconciliarnos: confesar con
humildad. La misericordia no es premio; es medicina.
·
Evangelizar como María: con visita, escucha,
servicio, presencia.
·
Ser Iglesia que protege la dignidad: especialmente la de
los pobres, los heridos, los migrantes, los niños, los descartados.
·
Sostener la esperanza: en casa, en el
trabajo, en la comunidad, con obras concretas de misericordia.
7) Tres frases para llevar hoy
1.
María evangeliza llevando a Jesús: donde llega
Ella, Cristo se hace cercano.
2.
La fe se vuelve misión cuando se vuelve visita:
“se puso en camino y fue aprisa”.
3.
Guadalupe es señal de que Dios no abandona a
los heridos: su amor se encarna y consuela.
Oración
final
Virgen
Santísima de Guadalupe, Madre y evangelizadora de los pueblos,
mira nuestras heridas y nuestros miedos.
Alcanza para nosotros un corazón penitente y nuevo.
Intercede
por los que sufren en el alma y en el cuerpo:
consuela, fortalece, acompaña y sana.
En este Año
Jubilar, haznos peregrinos de esperanza,
y misioneros como tú: humildes, cercanos, valientes,
para que muchos vuelvan a tu Hijo, Jesús, nuestro Salvador. Amén.
12 de diciembre:
Nuestra Señora de Guadalupe
Patrona de las Américas
Cita:
“No se turbe tu corazón. No temas esa enfermedad, ni ninguna otra enfermedad
o angustia. ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi protección?
¿No soy yo tu salud? ¿No estás felizmente dentro de mi amparo? ¿Qué más deseas?
No te aflijas ni te inquietes por nada.”
~Nuestra
Señora de Guadalupe a Juan Diego
Reflexión
Entre
1428 y 1521, el Imperio azteca prosperó en lo que hoy es el centro de México.
Este imperio comenzó con una alianza entre tres ciudades-estado: Tenochtitlan,
Texcoco y Tlacopan, lo que les permitió dominar la región. En 1521, el
conquistador español Hernán Cortés encabezó a su ejército de españoles y a miembros
de la tribu indígena tlaxcalteca en una batalla contra los aztecas,
derrotándolos y capturando su ciudad capital. Los conquistadores establecieron
entonces la Nueva España en el territorio y reconstruyeron la capital, que
llegaría a ser la Ciudad de México.
Durante
los diez años siguientes, misioneros franciscanos llegaron en barcos españoles
para atender las necesidades espirituales de los nuevos colonos y para
compartir el Evangelio con los nativos. Comprensiblemente, muchos de los
nativos se mostraban escépticos ante esta nueva fe, ya que los franciscanos
también eran españoles. Muchos colonos españoles oprimieron a los nativos, a
pesar de los continuos intentos de los misioneros por convencer a los colonos
de que trataran a los nativos con respeto y caridad. A pesar de las
dificultades, algunos nativos comenzaron a convertirse, recibir el Bautismo y
buscar una catequesis continua. Entre los primeros convertidos a la fe católica
estuvieron un campesino llamado Cuauhtlatoatzin y su esposa. Al recibir el bautismo
hacia el año 1524, se les dieron los nombres cristianos de Juan Diego y María
Lucía.
En
1527, Juan de Zumárraga, un franciscano de España, fue nombrado primer obispo
de la Nueva España y llegó a la Ciudad de México un año después. De inmediato
comenzó a fortalecer los esfuerzos para atender a los colonos españoles,
compartir el Evangelio con los nativos y asegurar que los colonos y soldados
trataran a los nativos con respeto.
Después
de sus bautismos, Juan Diego y María Lucía comenzaron a practicar su fe
mientras continuaban su formación. La mayoría de los registros indican que
María murió hacia el año 1529. Juan creció en la fe, y algunos miembros de su
familia extendida también se convirtieron. El 9 de diciembre de 1531, la vida
de Juan Diego cambió para siempre, y la Madre de Dios fortaleció de inmediato
los esfuerzos de los misioneros. Juan caminaba de madrugada cierta distancia
hasta la ciudad cercana de Tlatelolco para asistir a la Misa diaria y a la
clase de catecismo. Al pasar por el cerro del Tepeyac, se le apareció una mujer
celestial. Se manifestó como una mujer mestiza, mezcla de herencia española e
indígena, de piel morena y largo cabello negro suelto. Detrás de ella había un
óvalo de rayos resplandecientes que semejaban el sol. Vestía una túnica color
rosa y un manto verde azulado, adornado con estrellas de oro y un borde dorado.
Sobre su vientre abultado había un lazo con un diseño floral de cuatro pétalos
que representaba abundante vida nueva. Llevaba una borla negra sobre el
vientre, señal azteca de embarazo. Estaba de pie sobre una luna creciente
sostenida por un ángel. Su apariencia general era de gran santidad, paz,
mansedumbre y alta nobleza.
Apenas
se apareció, habló a Juan en su lengua náhuatl, refiriéndose a él con cariño
como “Juanito, Juan Dieguito…” (mi pequeño Juan, mi querido Juan Diego), y
presentándose amorosamente como la Siempre Virgen María, Madre de Dios. Le dijo
a Juan que quería que se construyera una iglesia en ese mismo lugar en su
honor, y le indicó que informara al obispo Zumárraga de su petición. Juan lo
hizo ese mismo día, pero el obispo necesitaba tiempo para pensar sobre su
solicitud. Juan regresó entonces a su casa por el mismo camino y volvió a
encontrarse con la Madre de Dios en el mismo lugar. Con pesar le informó que el
obispo no había aceptado su petición y, humildemente, le sugirió que eligiera a
alguien más importante para la tarea, para que el obispo accediera con mayor
facilidad. Sonriendo, la Santísima Virgen María le comunicó a Juan que él era
su elegido y que debía volver para renovar su petición ante el obispo.
A
la mañana siguiente, 10 de diciembre, Juan hizo lo que la Madre de Dios le
había pedido. Regresó a la residencia del obispo y le informó que la Virgen
María se le había aparecido por segunda vez, reiterando su solicitud. Esta vez,
el obispo pareció más dispuesto y le dijo a Juan que, si la Madre de Dios se le
aparecía una tercera vez, le pidiera una señal para que el obispo pudiera estar
seguro de que la petición venía de ella. Mientras regresaba a casa, la Virgen
María se le apareció por tercera vez en el mismo lugar, y Juan le comunicó la
petición del obispo. La Madre de Dios aceptó y le indicó que regresara a su
lugar de encuentro al día siguiente.
Al
día siguiente, el tío de Juan, Juan Bernardino, enfermó repentinamente con
gravedad, por lo que Juan permaneció con él todo el día y no pudo ir a
encontrarse con su Madre del cielo. Muy temprano a la mañana siguiente, el
estado de Juan Bernardino empeoró, así que Juan Diego se dirigió a la ciudad para
pedir a un sacerdote que fuera a ungirlo. Como tenía prisa y temía ser
retrasado por la Madre de Dios, Juan tomó una ruta alternativa hacia la ciudad,
pero la Madre de Dios se le apareció también en esa ruta. Cuando Juan le
informó de la enfermedad de su tío, la Madre de Dios exclamó con amor: “¿No
estoy yo aquí, yo que soy tu madre?” Le aseguró que ya había curado a su tío,
lo cual se confirmó cuando Juan llegó a casa y su tío le contó que él también
había tenido una aparición de la Madre de Dios, quien lo sanó. Mientras tanto,
la Madre de Dios pidió a Juan que subiera a un cerro donde encontraría rosas
que no florecían en esa época del año. Así lo hizo, las cortó y regresó con
ellas. Ella acomodó las rosas en su tilma (manto) y le dijo que fuera a ver al
obispo y le mostrara las rosas como prueba. Entonces Juan partió hacia la
residencia del obispo.
Al
llegar, Juan esperó durante mucho tiempo. Cuando por fin lo anunciaron y entró
a la residencia del obispo, abrió su tilma y dejó caer las rosas al suelo,
diciendo al obispo que esa era la señal que había pedido. Al hacerlo, la Madre
de Dios imprimió su imagen en la tilma de Juan, tal como se le había aparecido.
El obispo cayó de rodillas y la veneró. El obispo conservó la tilma en su
capilla hasta que construyó una capilla conforme a los deseos de la Madre de
Dios. El obispo Zumárraga encabezó una solemne procesión hacia la nueva capilla
del cerro del Tepeyac, donde entronizó la tilma el 26 de diciembre de 1531.
Juan quedó tan transformado por la experiencia que pidió con éxito al obispo
permiso para construir una choza cercana y vivir como ermitaño y guardián de la
imagen. Desde entonces, su vida de oración se hizo más profunda y sus virtudes
se volvieron cada vez más evidentes. La historia se difundió rápidamente entre
los pueblos aztecas de todas las tribus; muchos acudieron a venerar la santa
imagen, mientras Juan Diego ofrecía hospitalidad y más detalles que inspiraron
numerosas conversiones.
Se
cree que la tilma en sí es milagrosa por muchas razones. La tela en la que está
impresa la imagen está hecha de fibra de cactus y normalmente se desintegra
después de unos quince años. Sin embargo, la tilma tiene ahora casi 500 años y
está en perfecto estado. La imagen no parece haber sido pintada por manos humanas.
No hay marcas de pincel y se ha mantenido viva a lo largo de los años sin
desvanecerse. Con técnicas científicas modernas no se ha encontrado ningún
boceto subyacente. Los ojos de la Virgen han sido examinados con aumento y,
según se informa, revelan el reflejo del obispo arrodillado junto con otras
personas cercanas. En 1921, una bomba explotó junto a la imagen en un intento
de destruirla, doblando una gruesa cruz-medalla del mismo altar, pero dejando
la imagen intacta.
Quizás
la mayor señal del carácter milagroso de la imagen de Nuestra Señora de
Guadalupe sea el impacto espiritual que ha tenido sobre los pueblos nativos de
México y en todo el mundo. El hecho de que Nuestra Señora apareciera como una
mezcla de nativos y españoles fue su manera de comunicar a los nativos que Dios
quería que estuvieran abiertos al mensaje del Evangelio predicado por los
misioneros españoles. El obispo que construyó la capilla, los sacerdotes que
sirvieron allí y, especialmente, el propio nativo Juan Diego podían ser dignos
de confianza, y el mensaje que tenían para compartir venía del cielo. Siguieron
milagros y las conversiones se produjeron a un ritmo nunca antes visto por los
misioneros. Nuestra Señora se mostró como la más grande de las evangelizadoras.
Su aparición como mezcla de español e indígena también envió un mensaje a los
españoles: debían tratar a sus nuevos vecinos como familia.
Hoy,
la Basílica donde se custodia la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe sigue
siendo uno de los lugares más sagrados de inspiración y peregrinación en las
Américas. Ella es Patrona de las Américas y es especialmente venerada en
México. Al honrar esta aparición sagrada de la Madre de Dios, contempla el
milagro permanente de la tilma de casi 500 años de san Juan Diego. A este
hombre sencillo y humilde, Dios le envió a su Madre como misionera; por medio
de él, el mensaje de la Santísima Virgen María resuena hoy.
Oración
Queridísima
Madre, Reina del Cielo y de la Tierra, Siempre Virgen y Señora de Guadalupe: tu
amor por los pueblos de Centroamérica te llevó a aparecerte a un humilde
cristiano y a confiarle una tarea sagrada. Su disponibilidad para cumplir tu
voluntad condujo a la conversión de innumerables personas que ahora pasarán su
eternidad contigo en el Cielo. Te ruego que intercedas por mí y por las
Américas, para que nunca nos apartemos de tu divino Hijo y dependamos siempre
de tu intercesión maternal. Nuestra Señora de Guadalupe, ruega por mí. Jesús,
en Ti confío.



