martes, 23 de diciembre de 2025

25 de diciembre del 2025 : Solemnidad de la Natividad del Señor- Misas de la Aurora y del día

 

Misa de la aurora

 

En esta Misa de la Aurora, la Iglesia amanece con el corazón lleno de luz. La noche santa ya ha pasado, pero la alegría permanece: Dios ha visitado a su pueblo y su salvación se hace cercana.

Isaías nos anuncia: “Mira, tu Salvador llega”, y nos recuerda que somos un pueblo llamado “santo”, “rescatado”, “buscado”. El salmo nos invita a alegrarnos, porque el Señor reina y su justicia resplandece. San Pablo proclama que la bondad y el amor de Dios se han manifestado: no por nuestras obras, sino por su misericordia, que nos renueva y nos hace herederos de la vida eterna. Y en el Evangelio contemplamos a los pastores: corren hacia Belén, encuentran al Niño, y regresan glorificando y alabando a Dios, mientras María guarda todo en su corazón.

Con espíritu de gratitud y sencillez, como peregrinos de esperanza, celebremos esta Eucaristía: dejemos que la luz de Cristo ilumine este nuevo día y haga de nosotros mensajeros de su paz.

 


Esquema y resumen litúrgico – Navidad (Misa de la Aurora)

 

Lecturas: Is 62,11-12 / Sal 97(96),1.6.11-12 / Tt 3,4-7 / Lc 2,15-20

Hilo conductor

El Salvador ya ha llegado: Dios visita, rescata y renueva por pura misericordia; la Iglesia acoge la noticia, la contempla (María) y la anuncia (pastores).

 

1) Primera lectura – Is 62,11-12

Género: Oráculo/Proclamación de salvación.

Clave litúrgica: La Iglesia anuncia públicamente la llegada del Salvador.
Resumen: El profeta proclama a Jerusalén que su Salvador viene y trae recompensa. El pueblo recibe un nombre nuevo: pueblo santo, rescatado, buscado; la ciudad deja de ser “abandonada” y se vuelve “querida”.
Palabras clave: Mira / llega / salvación / rescate / nombre nuevo / pueblo santo.

Aplicación celebrativa: Dios redefine nuestra identidad: somos amados y recuperados por Él.

 

2) Salmo responsorial – Sal 97(96),1.6.11-12

Respuesta: (según leccionario) Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor (cf. Lc 2,11).

Clave litúrgica: La asamblea responde con gozo al reinado de Dios.
Resumen: Se canta la alegría porque el Señor reina; los cielos proclaman su justicia. Para los justos hay luz y alegría: se invita a alegrarse y dar gracias.

Palabras clave: El Señor reina / justicia / luz / alegría / den gracias.
Función litúrgica: El salmo convierte la noticia en alabanza comunitaria.

 

3) Segunda lectura – Tt 3,4-7

Género: Catequesis apostólica sobre la gracia y la salvación.
Clave litúrgica: La Navidad se interpreta: es manifestación de la bondad de Dios.

Resumen: Se manifiestan la bondad y el amor de Dios; la salvación no se debe a méritos, sino a la misericordia. Dios nos salva con el baño del nuevo nacimiento y la renovación del Espíritu; nos hace justificados por gracia y herederos de la vida eterna.
Palabras clave: misericordia / gracia / nuevo nacimiento / Espíritu / herederos.
Aplicación celebrativa: La Navidad es gracia que renueva y abre futuro.

 

4) Evangelio – Lc 2,15-20

Género: Relato de la infancia; epifanía humilde de Cristo.
Clave litúrgica: La respuesta humana al misterio: ir, ver, anunciar, guardar.
Resumen: Los pastores, tras el anuncio angélico, van a Belén, encuentran al Niño y cuentan lo que han oído. Los que escuchan se admiran; María guarda y medita. Los pastores regresan glorificando y alabando.

Palabras clave: vamos / encontramos / anunciaron / admiración / María meditaba / alababan.

Aplicación celebrativa: La Iglesia nace como comunidad de testigos (pastores) y de contemplación (María).

 

Síntesis final para proclamación/homilía (en una frase)

Dios nos visita y nos salva por misericordia; su luz amanece sobre el pueblo rescatado, y nos envía a anunciar con alegría lo que hemos visto, guardándolo en el corazón como María.

 

 

Homilía misa de la Aurora

 

Hermanos y hermanas, la Aurora de Navidad tiene un sabor particular: ya no estamos solo contemplando la noche y el pesebre, sino que empezamos a ver cómo la luz se abre paso. La fe de la Iglesia, como el día que nace, no se queda en emoción: se convierte en camino. Por eso el Evangelio de hoy no nos muestra ángeles cantando, sino pastores que se levantan, van, encuentran, y vuelven… anunciando.

1) “Mira, tu Salvador llega”: Dios sale al encuentro

Isaías proclama: “Mira, tu Salvador llega”. Y no llega con amenazas ni con reproches, sino con salvación. El profeta añade algo precioso: el pueblo será llamado “Pueblo santo, rescatado del Señor”.
Es decir: Dios no solo viene a “hacer algo”; viene a decir quiénes somos para Él. Navidad no es solo que Dios nace; es que nosotros renacemos en nuestra identidad: rescatados, buscados, amados.

Y aquí el Año jubilar nos da una clave: el jubileo es tiempo de gracia, de volver a casa, de empezar de nuevo. Si esta aurora trae luz, es para que en cada familia, en cada corazón, se oiga una buena noticia: no estás perdido; eres buscado.

2) La misericordia tiene un nombre: “la bondad y el amor de Dios”

La carta a Tito pone el centro donde debe estar:
“Cuando se manifestó la bondad de Dios y su amor por los hombres…” (Tt 3).
No dice “cuando nos portamos bien”, ni “cuando lo merecíamos”, sino cuando Dios decidió mostrarse. Y subraya: no por nuestras obras, sino por su misericordia; nos salvó “con el baño del nuevo nacimiento” y la renovación del Espíritu.

Esto es Navidad en modo aurora: la fe comienza a iluminar la vida diaria con una certeza humilde: yo no me sostengo solo; me sostiene la gracia. Y cuando uno vive de la gracia, cambia la mirada: deja de juzgar con dureza, deja de desesperar, aprende a recomenzar.

3) Los pastores: el primer “equipo misionero” de la historia

En el Evangelio, los pastores se dicen: “Vayamos a Belén”.
Mira el movimiento:

1.    Se levantan: no se quedan discutiendo la experiencia; la obedecen.

2.    Van aprisa: cuando la gracia toca, no se aplaza.

3.    Encuentran: la fe no es idea; es encuentro con Jesús.

4.    Regresan glorificando: la verdadera experiencia de Dios te devuelve a la vida cotidiana, pero distinto, con alegría, con misión.

Aquí aparece la vocación evangelizadora de la Iglesia: la Iglesia existe para hacer lo que hicieron los pastores: ir a Cristo y llevar a otros hacia Cristo. Y la misión empieza siempre con un “vamos”: salir de la comodidad, del miedo, del “más tarde”.

En un mundo saturado de mensajes, el Evangelio se transmite no solo con palabras, sino con personas que han visto. Los pastores no tenían títulos, ni recursos, ni prestigio; tenían algo más decisivo: una historia con Dios.

4) María: evangelizar también es “guardar” y “meditar”

Junto a los pastores aparece María: “guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”.
Navidad nos muestra dos estilos que la Iglesia necesita:

·        El estilo de los pastores: salir, anunciar, contagiar alegría.

·        El estilo de María: silencio, contemplación, profundidad.

La evangelización sin oración se vuelve activismo. Y la oración sin misión se vuelve intimismo. En la aurora, Dios nos regala ambas: corazón que ora y pies que caminan.

5) Intención orante: por la evangelización y las vocaciones

Hoy pedimos por la obra evangelizadora de la Iglesia y por las vocaciones. Y no es un añadido “extra”: brota naturalmente de las lecturas.

·        Si Dios dice “eres un pueblo rescatado”, entonces necesitamos rescatadores: hombres y mujeres que, por vocación, se dediquen a anunciar, a acompañar, a curar heridas, a abrir caminos de fe.

·        Si la salvación es misericordia, entonces la Iglesia necesita ministros de misericordia: sacerdotes que celebren y perdonen; consagrados que señalen el Reino; laicos con alma misionera; familias que sean “iglesias domésticas” donde Cristo sea visible.

Y aquí conviene decirlo con claridad: la falta de vocaciones no se resuelve con propaganda, sino con santidad y testimonio. El joven responde cuando ve una comunidad que vive de verdad lo que celebra. Cuando ve alegría, entrega, coherencia, fraternidad. Belén no convence por lujo; convence por amor.

6) Tres invitaciones concretas para esta aurora

1.    Vete a Belén hoy: haz un momento real de encuentro con Jesús (Eucaristía vivida con atención, un rato de oración, una visita al pesebre).

2.    Vuelve como pastor: hoy mismo comparte una palabra de fe: llama a alguien solo, reconcilia una relación, invita a alguien a acercarse a Dios.

3.    Ora y sostén una vocación: pide por un seminarista, por un sacerdote, por una religiosa; y pide también: “Señor, ¿qué quieres de mí?”. Porque todos tenemos vocación: algunos al ministerio ordenado, otros a la consagración, otros al matrimonio, otros a la misión laical… pero nadie queda “sin llamado”.

Conclusión

Hermanos, la aurora es una promesa: la luz no se detiene. Cristo ha nacido y el día de Dios avanza. Que esta Eucaristía nos haga “pueblo buscado”, “rescatado”, y sobre todo pueblo enviado.

Pidamos al Señor:
que la Iglesia sea siempre casa de misericordia y escuela de misión;
que nunca falten vocaciones santas;
y que cada uno de nosotros, como los pastores, regrese a su vida cotidiana glorificando y alabando a Dios, llevando a otros la alegría del Evangelio. Amén.

 


En lo profundo del Misterio


En esta Misa de Navidad del día, la Iglesia nos invita a levantar la mirada y a contemplar el misterio en su profundidad: Dios ha hablado y su Palabra tiene un rostro.

Isaías anuncia la alegría del mensajero que proclama sobre los montes: “Tu Dios reina”; el salmo nos hace cantar que todos los confines de la tierra han visto la salvación.

La carta a los Hebreos nos recuerda que Dios, que antes habló de muchas maneras, ahora nos ha hablado por el Hijo, resplandor de su gloria. Y el Evangelio según san Juan nos conduce al origen: “En el principio existía el Verbo… y el Verbo se hizo carne”.

Celebremos, entonces, esta Eucaristía con gratitud y asombro: la Luz ha venido al mundo para habitar entre nosotros y hacer de todos un pueblo que canta, escucha y anuncia.

 


 Por mí y por ti

«En esta noche [de Navidad] en la que [Jesús] se hizo débil y sufriente por mi amor, él me volvió fuerte y valiente». Así se expresa santa Teresa del Niño Jesús. «¡Por mi amor!», ¡qué audacia! Una audacia que pueden compartir todos los que exclaman con san Pablo, como la Iglesia nos invita: «El Hijo de Dios me amó y se entregó por mí» (cf. Ga 2,20).

«Por mí»; «por mi amor». Ese es el gran misterio de la noche de Navidad. «Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo», cantamos en el Credo. Por nosotros, sí, pero… ¿por mí? Lo había respondido bien aquella niña que se preparaba para su primera comunión: «Sí, ama a todo el mundo». Yo le había preguntado si sabía que Dios la amaba. «Pero tú, ¿te ama a ti?» Su seguridad se apagó: «No sé…». ¿Cuántos responderían lo mismo?

«Hombre, despierta: por ti, Dios se hizo hombre», exclama san Agustín en la noche de Navidad. Sí, por ti. Por ti que estás leyendo ahora estas líneas. Y cuando comprendes que por ti Dios se hizo hombre, comprendes al mismo tiempo —en el mismo movimiento interior— que cada persona que encuentras es aquella por quien Dios se hizo hombre. Ante cada uno puedes decir: «Por tu amor, Jesús se hizo débil y sufriente para hacerte fuerte y valiente».

Por la meditación de las Escrituras, la visita al Santísimo Sacramento, la fidelidad a los sacramentos, el servicio a los más pobres: 
¿cómo acojo el amor que Jesús me manifiesta?
¿De qué manera mi relación con Jesús ilumina cada día mis relaciones con todos los que trato?

Emmanuel Schwab, recteur du sanctuaire de Lisieux




Primera lectura

DEL DÍA

Is 52,7-10

Verán los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios

Lectura del libro de Isaías.

QUÉ hermosos son sobre los montes
los pies del mensajero que proclama la paz,
que anuncia la buena noticia,
que pregona la justicia,
que dice a Sion: «¡Tu Dios reina!».
Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro,
porque ven cara a cara al Señor,
que vuelve a Sion.
Rompan a cantar a coro,
ruinas de Jerusalén,
porque el Señor ha consolado a su pueblo,
ha rescatado a Jerusalén.
Ha descubierto el Señor su santo brazo
a los ojos de todas las naciones,
y verán los confines de la tierra
la salvación de nuestro Dios.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 98(97),1.2-3ab.3cd-4.5-6 (R. cf. 3c)

R. Los confines de la tierra han contemplado
la salvación de nuestro Dios.

V. Canten al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R.

V. El Señor da a conocer su salvación,
revela a las naciones su justicia.
Se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R.

V. Los confines de la tierra han contemplado
la salvación de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
griten, vitoreen, toquen. R.

V. Tañan la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamen al Rey y Señor. R.

 

Segunda lectura

Hb 1,1-6

Dios nos ha hablado por el Hijo

Lectura de la carta a los Hebreos

EN muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas.
En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos.
Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de la Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles cuanto más sublime es el nombre que ha heredado.
Pues ¿a qué ángel dijo jamás: “Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy”; y en otro lugar: “Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo”?
Asimismo, cuando introduce en el mundo al primogénito, dice: “Adórenlo todos los ángeles de Dios”.

Palabra de Dios.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Nos ha amanecido un día sagrado; vengan, naciones, adoren al Señor, porque hoy una gran luz ha bajado a la tierra. R.

 

Evangelio

Jn 1,1-18 (forma larga)

El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros

Comienzo del santo Evangelio según san Juan.

EN el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan:
este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne,
ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Palabra del Señor.


Jn 1,1-5.9-14 (forma breve)

El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros

Comienzo del santo Evangelio según san Juan

EN el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne,
ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Palabra del Señor.

 

 

Homilía del día

 

Hermanos y hermanas, en la Navidad del día la Iglesia nos lleva más allá del pesebre visible para introducirnos en el misterio profundo: ¿quién es ese Niño? San Juan lo dice sin rodeos: “En el principio existía el Verbo… y el Verbo era Dios… y el Verbo se hizo carne”.
Es decir: no estamos celebrando solo un nacimiento humano; celebramos que Dios ha hablado con su propia Vida, y esa Palabra tiene un rostro: Jesucristo.

Y aquí encaja con fuerza el comentario que traemos: la Navidad no es solo “por nosotros”, en general. Es también “por mí y por ti”.

1) “Por mí”: el Evangelio se vuelve personal

Santa Teresita lo dice con una audacia luminosa: “por mi amor”. Y san Pablo lo confirma: “me amó y se entregó por mí”.
Muchos aceptan que Dios ama “a todos”, pero titubean cuando la pregunta se vuelve concreta: ¿me ama a mí? En el fondo, esa duda es una herida: “yo no soy digno”, “yo no soy suficiente”, “yo no cuento”.

Pero el prólogo de Juan responde con una ternura inmensa: Dios no se quedó en ideas; se hizo carne.
Carne: fragilidad, historia, cansancio, lágrimas, manos, voz.
Dios se metió en lo nuestro para decirte: “Sí: por ti”.
Y cuando tú lo crees, algo cambia por dentro: la fe deja de ser un “deber” y se convierte en encuentro.

2) “Qué hermosos los pies del mensajero”: la Navidad crea evangelizadores

Isaías contempla al mensajero que corre por los montes gritando: “¡Tu Dios reina!” (Is 52).
Navidad es precisamente eso: una noticia que no se puede encerrar. Por eso el salmo responde con alegría universal: “Los confines de la tierra han contemplado la salvación” (Sal 98).

Aquí aparece nuestra intención orante: la obra evangelizadora de la Iglesia.
Evangelizar no es hacer publicidad religiosa; es anunciar una salvación real. Es decirle al mundo —con palabras y obras— que Dios no está lejos, que Dios reina desde la humildad, que Dios se acerca a sanar.

Pero Isaías añade un detalle precioso: “Qué hermosos los pies…”. No dice “qué hermosas las teorías”, sino los pies: el Evangelio se anuncia con caminantes, con gente que se mueve hacia el otro, que cruza montañas de indiferencia, que no se cansa de servir.

En clave jubilar: somos peregrinos de esperanza. Y el peregrino no se queda sentado; va al encuentro.

3) Dios habló “por el Hijo”: la vocación nace de escuchar

La carta a los Hebreos nos ofrece una cumbre: “Dios, que habló antiguamente… ahora nos ha hablado por el Hijo” (Hb 1).
Navidad es Dios hablando. Y cuando Dios habla, siempre llama. La vocación nace de una experiencia simple y profunda: alguien se sabe amado y enviado.

Por eso hoy pedimos por las vocaciones: sacerdotales, consagradas, matrimoniales, laicales, misioneras.
La Iglesia necesita voces que proclamen, manos que consuelen, corazones disponibles. Pero sobre todo necesita personas que puedan decir, con verdad: “Esto es para mí… y por eso lo llevo a otros.”

Porque una vocación no es primero una función; es una respuesta de amor: “Si Tú me amaste así, aquí estoy”.

4) “A los suyos vino… y los suyos no lo recibieron”

San Juan no idealiza. Dice algo doloroso: la Luz vino, pero no todos la acogieron. Y esto también es muy actual: hoy Cristo sigue viniendo, y hay corazones cerrados por prisa, por heridas, por desconfianza, por pecado, por cansancio espiritual.

Sin embargo, Juan nos regala una promesa decisiva: a quienes lo reciben, les da poder de ser hijos de Dios.
Navidad, entonces, no es solo emoción: es adopción, dignidad, nueva identidad. Si lo recibes, tu vida cambia de apellido: ahora eres hijo. Y un hijo no vive como esclavo del miedo.

5) “Y el Verbo se hizo carne”: ¿dónde lo recibo hoy?

El comentario nos hace dos preguntas que son oro para la Navidad del día:

¿Cómo acojo el amor que Jesús me manifiesta?
— con la meditación de la Palabra,
— con la visita al Santísimo,
— con la fidelidad a los sacramentos,
— con el servicio a los más pobres.

¿Cómo ilumina mi relación con Jesús mis relaciones diarias?
Porque aquí está el “para mí y para ti” en su forma más concreta:
cuando descubro que Cristo se hizo carne por mí, inmediatamente comprendo que se hizo carne por el otro: por el que me cuesta, por el que piensa distinto, por el que está solo, por el enfermo, por el que no cree, por el que está herido.

Y entonces mi fe se vuelve visible: más paciencia, más misericordia, menos juicio, más verdad con caridad.

6) Tres gestos navideños, jubilares y vocacionales

Para que la homilía no se quede en ideas, propongo tres gestos sencillos:

1.    Recibirlo: hoy, en la comunión, dile interiormente: “Señor, creo que viniste por mí”.

2.    Anunciarlo: hoy mismo sé mensajero: un saludo reconciliador, una visita, un servicio concreto, una invitación a volver a Dios.

3.    Orar y acompañar vocaciones: pide al Dueño de la mies; y ofrece tu apoyo: una palabra, una cercanía, una colaboración. Las vocaciones florecen donde hay comunidades que aman, no donde solo se exige.

Conclusión

Hermanos, la Navidad del día nos pone en la cima: la Palabra eterna se hizo carne.
No para impresionarnos, sino para salvarnos.
No solo “para todos”, sino también para ti.

Y cuando eso cae al corazón, nace la misión:
la Iglesia se vuelve mensajera, y el mundo puede escuchar una vez más:
“Tu Dios reina… y su amor es para siempre.” Amén.

 


24 de diciembre del 2025: Feria Privilegiada- miércoles de la cuarta semana de Adviento- Misas del día y de la Vigilia

 

Un amor de siempre

(2 Samuel 7, 1-5.8b-12.14a.16; Lucas 1, 67-79) La estabilidad de la alianza de Dios con su pueblo no depende de un arca. Está fundada en el amor que el Señor le tiene, “un amor edificado para siempre”, dice el salmista.

Zacarías reconoce la descendencia prometida a David —que libera de los enemigos— en ese “amor que muestra hacia nuestros padres”: su hijo Juan Bautista prepara sus caminos. Sí, Jesús es esa misericordia en persona que nos trae la paz.

Nicolas Tarralle, prêtre assomptionniste

 


Primera lectura

2S 7,1-5.8b-12.14a.16

El reino de David se mantendrá siempre firme ante el Señor

Lectura del segundo libro de Samuel

CUANDO el rey David se asentó en su casa y el Señor le hubo dado reposo de todos sus enemigos de alrededor, dijo al profeta Natán:
«Mira, yo habito en una casa de cedro, mientras el Arca de Dios habita en una tienda».
Natán dijo al rey:
«Ve y haz lo que desea tu corazón, pues el Señor está contigo».
Aquella noche vino esta palabra del Señor a Natán:
«Ve y habla a mi siervo David: “Así dice el Señor: ¿Tú me vas a construir una casa para morada mía?
Yo te tomé del pastizal, de andar tras el rebaño, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. He estado a tu lado por donde quiera que has ido, he suprimido a todos tus enemigos ante ti y te he hecho tan famoso como los grandes de la tierra. Dispondré un lugar para mi pueblo Israel y lo plantaré para que resida en él sin que lo inquieten, ni le hagan más daño los malvados, como antaño, cuando nombraba jueces sobre mi pueblo Israel. A ti te he dado reposo de todos tus enemigos. Pues bien, el Señor te anuncia que te va a edificar una casa.
En efecto, cuando se cumplan tus días y reposes con tus padres, yo suscitaré descendencia tuya después de ti. Al que salga de tus entrañas le afirmaré su reino. Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo.
Tu casa y tu reino se mantendrán siempre firmes ante mí, tu trono durará para siempre”».

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 89(88),2-3. 4-5.27 y 29 (R. cf. 2a) 

R. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.

V. Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dijiste: «La misericordia es un edificio eterno»,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad. 
R.

V. «Sellé una alianza con mi elegido,
jurando a David, mi siervo:
Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades». 
R.

V. «Él me invocará: “Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora”;
Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable». 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Sol que naces de lo alto, resplandor de la luz eterna, sol de justicia, ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. R.

 

Evangelio

Lc 1,67-79

Nos visitará el Sol que nace de lo alto

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, Zacarías, padre de Juan, se llenó de Espíritu Santo y profetizó diciendo:
«Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán para
concedernos
que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos
nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación
por el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos por el camino de la paz».

Palabra del Señor.

 

______

 

En este 24 de diciembre, cuando el corazón de la Iglesia late con una emoción especial —la puerta misma de la Navidad— la Palabra de Dios nos regala una certeza para sostener la vida: Dios ama con un amor que no caduca. Un amor que no depende de objetos sagrados, ni de escenarios perfectos, ni de nuestra fuerza; depende de Él, de su fidelidad.

1) Dios no “habita” en lo que nosotros controlamos

David tiene una idea buena: “Yo vivo en un palacio… ¿y el arca de Dios en una tienda?” Quiere construirle una casa al Señor. Suena generoso, suena piadoso. Pero Dios lo sorprende: “¿Tú me vas a construir una casa?” (cf. 2S 7).

Detrás de esa corrección hay una pedagogía preciosa: no somos nosotros quienes “instalamos” a Dios en nuestras seguridades; es Dios quien toma la iniciativa y nos “instala” en su promesa.

A veces también nosotros, sin darnos cuenta, queremos “organizar” a Dios: que bendiga nuestros planes, que encaje en nuestras agendas, que funcione como un “seguro espiritual”. Y el Señor, con ternura, nos dice hoy: “Yo soy el que te he sostenido; yo soy el que te he traído hasta aquí; yo soy el que edifico.”

2) La casa que Dios construye es una historia de misericordia

El Señor le promete a David una descendencia, un reino estable: “Tu casa y tu reino durarán para siempre” (cf. 2S 7,16). Esto no es simple política ni nostalgia monárquica: es promesa mesiánica. Dios está diciendo: la salvación no será improvisación; tendrá raíces, historia, rostro.

Por eso el salmo canta: “Tu amor es eterno” (Sal 89). En la Biblia, cuando Dios promete, se compromete. Y cuando se compromete, no se cansa. Puede haber noches largas, exilios, silencios… pero su amor no se derrumba.

Y aquí, en el umbral de la Navidad, esta es una noticia inmensa para quien está cansado, para quien siente que su vida se desordenó, para quien teme el futuro: Dios no se retira de tu historia.

3) Zacarías nos enseña a leer la vida con gratitud y esperanza

El Evangelio nos pone en la boca el canto de Zacarías (el Benedictus). Es impresionante: Zacarías bendice a Dios no porque todo esté resuelto, sino porque Dios ha visitado a su pueblo. Y lo describe con palabras que curan:

  • “Nos salva de nuestros enemigos”: no solo enemigos externos; también esos enemigos interiores que nos roban la paz: el miedo, la desesperanza, el rencor, la culpa paralizante.
  • “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios”: la salvación viene del corazón de Dios, no del mérito humano.
  • “Nos visitará el Sol que nace de lo alto… para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”: cuando llega Jesús, no llega una idea: llega una luz, una presencia, una paz que orienta.

Y Zacarías mira a su hijo Juan y entiende su misión: preparar caminos. En la víspera de Navidad, la Iglesia nos dice: el mejor regalo que podemos ofrecer al Niño Dios es un camino despejado en el corazón: reconciliación, sencillez, oración, verdad.

4) Último día de la novena: Navidad es “Dios con nosotros”… también en la enfermedad

Hoy queremos orar especialmente por los enfermos. Y aquí la Palabra se vuelve más concreta: si el amor de Dios es “para siempre”, entonces la enfermedad no tiene la última palabra.

A un enfermo, muchas veces lo hiere no solo el dolor físico, sino la sensación de ser “carga”, de estorbar, de quedar al margen. La Navidad proclama lo contrario: Dios no se queda lejos del sufrimiento; entra en él. Nace vulnerable. Necesita brazos. Se deja cuidar. Y así nos revela un misterio: la fragilidad no quita dignidad; puede volverse lugar de encuentro con Dios.

En este Año jubilar, somos peregrinos de esperanza: no negamos la cruz, pero creemos que la misericordia en persona —Jesús— viene a guiarnos “por el camino de la paz”. Y esa paz, a veces, no significa ausencia de problemas, sino presencia de Dios en medio de ellos.

5) Tres gestos sencillos para vivir este 24 de diciembre

Para aterrizar el Evangelio, propongo tres gestos, muy concretos:

1.    Bendecir: como Zacarías. Hoy, antes de la cena o antes de dormir, bendice a Dios por algo pequeño y real. La bendición abre los ojos y sana el corazón.

2.    Visitar: si no puedes físicamente, al menos una llamada, un audio, una oración con nombre propio por un enfermo. La Navidad se vuelve verdadera cuando “Dios visita” a través de nosotros.

3.    Preparar el camino: perdona algo, suelta una pelea, pide perdón, apaga un juicio duro. No hay pesebre más digno que un corazón reconciliado.

Oración final (por los enfermos)

Señor Jesús,
Sol que nace de lo alto,
visita a nuestros enfermos: a los de casa y a los que están solos,
a quienes sufren en el cuerpo y a quienes se cansaron en el alma.
Que tu misericordia sea medicina,
tu Palabra sea consuelo,
tu presencia sea paz.
Y a nosotros, tu Iglesia, concédenos manos para servir,
tiempo para acompañar
y fe para esperar,
porque tu amor es para siempre.
Amén.

 

Misa de la Vigilia

 

Dios cumple sus promesas

(Is 62,1-5 / Sal 89 (88),4-5.16-17.27 y 29 (R. cf. 2a) / Hch 13,16-17.22-25 / Mt 1,1-25) En esta Vigilia de Navidad la Iglesia abre su corazón a la alegría de un Dios que cumple sus promesas.

Con Isaías contemplamos a Sión vestida de fiesta: Dios se goza en su pueblo como el esposo en la esposa.

El salmo nos hace cantar la certeza de un amor edificado para siempre.

En los Hechos, san Pablo recorre la historia santa y nos recuerda que Dios guía los caminos humanos hasta llevarnos al Salvador.

Y en el Evangelio, Mateo nos presenta la genealogía y el misterio del nacimiento de Jesús: en una familia concreta, con nombres, luces y sombras, Dios entra en nuestra historia para llamarnos “su alegría” y regalarnos la paz.

 

Vigilia de Navidad – Esquema litúrgico

Primera lectura

Is 62, 1-5
Tema: Jerusalén/Sión renovada; Dios se goza en su pueblo “como esposo”.

Salmo responsorial

Sal 89 (88), 4-5. 16-17. 27 y 29
R/. Cantaré eternamente las misericordias del Señor. (cf. v. 2)
Tema: alianza con David; fidelidad y misericordia para siempre.

Segunda lectura

Hch 13, 16-17. 22-25
Tema: Pablo resume la historia de la salvación: elección, David, promesa, Juan, Jesús Salvador.

Evangelio

Mt 1, 1-25 (forma larga) o Mt 1, 18-25 (forma breve)
Tema: genealogía y nacimiento; José, obediencia de fe; “Jesús” (salva) y “Emmanuel” (Dios con nosotros).

 

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Homilía de la Vigilia


Esta noche la Iglesia no nos da primero una idea bonita, ni una moraleja sentimental: nos da una historia. Y eso es decisivo. Porque la Navidad no es un cuento de hadas: es Dios entrando en la historia real, con nombres y apellidos, con acontecimientos, con heridas y esperanzas.

Por eso el Evangelio de Mateo puede comenzar de una manera que a muchos les cuesta: una genealogía. Una lista de generaciones. ¿Y por qué la liturgia nos pone esto en la Vigilia? Porque la fe cristiana no dice: “Dios apareció de la nada”. Dice: “Dios se hizo carne en una historia concreta”. Y esa historia —como la nuestra— no es perfecta.

1) Un amor “edificado para siempre”: Dios no se arrepiente de amar

El salmo repite una frase que sostiene la noche y el día: el amor del Señor es para siempre. Ese amor no es capricho; es alianza. Y cuando Dios hace alianza, no se desdice.

Eso explica la primera lectura: Isaías contempla a Jerusalén como una esposa renovada. Cambia el nombre de la ciudad, como quien cambia la etiqueta de una vida: ya no “abandonada”, ya no “desolada”, sino “mi predilecta”, “mi gozo”. Dios se alegra en su pueblo como un esposo se alegra con su esposa (Is 62).
Navidad es esto: Dios vuelve a pronunciar sobre nosotros palabras de dignidad.

Y aquí cabe una pregunta pastoral: ¿cómo te llama Dios esta noche? Tal vez tú te llamas a ti mismo “fracasado”, “cansada”, “no doy más”, “no valgo”… Y el Señor te dice: “Mi alegría”.

2) La historia de la salvación: Dios escribe recto sobre renglones torcidos

En los Hechos, san Pablo hace memoria: Dios eligió, liberó, condujo, sostuvo… y finalmente dio un Salvador (Hch 13).
Esto nos enseña algo para la vida: cuando miramos solo el momento presente, parece que todo es casualidad o caos. Pero cuando miramos con fe, aparece un hilo: Dios conduce la historia, incluso cuando nosotros no entendemos el mapa.

Navidad no niega el dolor del mundo; pero proclama que el mundo no está huérfano. Dios no abandonó la humanidad a su suerte: la visitó desde dentro.

3) La genealogía: tu familia también puede ser lugar de Dios

Mateo nombra a David, a Abraham, a generaciones enteras… y, con una valentía impresionante, también deja ver historias difíciles: pecados, rupturas, exilios.
Es como si el Evangelio dijera: Dios no escogió una “familia de vitrina”. Escogió una familia real.

¿Cuántas familias llegan a esta Vigilia con tensiones, distancias, silencios, heridas antiguas? La genealogía nos consuela: Dios no espera que todo esté perfecto para nacer. Nace en medio de lo humano, y lo va sanando desde dentro.

4) José: la santidad silenciosa que salva una casa

Si se proclama la forma breve (Mt 1,18-25), el foco cae sobre José. Y José es una de las figuras más actuales para nuestra época: un hombre que vive una crisis, un dolor, una confusión… y decide no actuar desde el impulso, sino desde la justicia y la misericordia.

José pensaba “resolver” el asunto discretamente. Pero Dios lo detiene con un sueño:
“No temas… lo engendrado en ella viene del Espíritu Santo”.
Y le confía una misión: poner el nombre. En la Biblia, poner el nombre es asumir responsabilidad, acoger, dar identidad. José, obedeciendo, hace posible que Jesús entre legalmente en la casa de David.

Aquí está la grandeza de José: no entiende todo, pero confía; no controla todo, pero obedece.
Y en un mundo donde muchos huyen cuando llega la complicación, José enseña una valentía distinta: la fidelidad.

5) “Dios salva” y “Dios con nosotros”: los dos nombres de la Navidad

El ángel revela dos nombres que resumen todo:

·        Jesús: “Dios salva”. No solo de enemigos externos; salva del pecado, del vacío, del miedo, de la desesperanza.

·        Emmanuel: “Dios con nosotros”. No “Dios arriba”, no “Dios lejos”, sino Dios en medio.

Y esta es la noticia para esta Vigilia: tal vez no se arregle todo hoy, pero no estás solo. Dios está contigo. Y su amor no se acaba.

6) Aplicación jubilar: peregrinos de esperanza

En el marco del Año jubilar, esta noche se nos regala una consigna sencilla:
si Dios es fiel, entonces se puede caminar.
La esperanza cristiana no es optimismo ingenuo; es memoria de la fidelidad de Dios. Por eso cantamos: “Tu amor es eterno”. Por eso Isaías sueña una ciudad renovada. Por eso Pablo recorre la historia y encuentra sentido. Por eso José se levanta y hace lo que el ángel le mandó.

7) Tres gestos concretos para vivir la Vigilia

1.    Ponle nombre a tu esperanza: como José. Nombra una intención concreta: “Señor, hoy te pido por…”.

2.    Reconcíliate con tu historia: como la genealogía. No reniegues de tu pasado: entrégalo a Dios. Él sabe redimirlo.

3.    Sé “Emmanuel” para alguien: una visita, un mensaje, un perdón, un plato compartido. Navidad es que Dios se haga cercano… también a través de ti.

Conclusión
Hermanos: esta noche Dios no viene a admirar nuestras decoraciones; viene a habitar nuestra vida.
Que esta Vigilia nos encuentre como José: con el corazón dispuesto a creer, a obedecer y a cuidar.
Y que podamos escuchar para nosotros, como un susurro del cielo, el nombre que salva y la presencia que acompaña: Jesús, Emmanuel. Amén.

 

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