viernes, 5 de diciembre de 2025

5 de diciembre del 2025: viernes de la primera semana de Adviento

 

El Señor abre nuestros ojos y renueva la esperanza


(Isaías 29,17-24 / Salmo 27(26) ,1.4.13-14 (R. 1a) /

Mt 9,27-31) Hoy la Palabra de Dios nos invita a entrar en la esperanza que transforma la vida.

El profeta Isaías anuncia un tiempo nuevo: la creación se renueva, los humildes se alegran, y quienes vivían en la confusión o en la oscuridad recobran la luz y la dignidad.

El salmo nos pone en los labios una confianza serena: el Señor es nuestra luz y nuestra salvación; por eso aguardamos con valentía y paciencia.

Y en el Evangelio, dos ciegos se acercan a Jesús con una súplica sencilla y valiente: “Hijo de David, ten piedad de nosotros”. Su fe abre el camino del milagro.

Pidamos al Señor que encienda nuestra esperanza, sane nuestras cegueras interiores y nos conceda una fe humilde y perseverante, capaz de reconocer su paso salvador en medio de nuestro Adviento.

 


Primera lectura

Is 29,17-24

Aquel día verán los ojos de los ciegos.

Lectura del libro de Isaías.

ESTO dice el Señor:
«Pronto, muy pronto,
el Líbano se convertirá en vergel,
y el vergel parecerá un bosque.
Aquel día, oirán los sordos las palabras del libro;
sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos.
Los oprimidos volverán a alegrarse en el Señor,
y los pobres se llenarán de júbilo en el Santo de Israel;
porque habrá desaparecido el violento, no quedará rastro
del cínico;
y serán aniquilados los que traman para hacer el mal:
los que condenan a un hombre con su palabra,
ponen trampas al juez en el tribunal
y por una nadería violan el derecho del inocente.
Por eso, el Señor, que rescató a Abrahán,
dice a la casa de Jacob:
“Ya no se avergonzará Jacob,
ya no palidecerá su rostro,
pues, cuando vean sus hijos mis acciones en medio de ellos, santificarán mi nombre,
santificarán al Santo de Jacob
y temerán al Dios de Israel”.
Los insensatos encontrarán la inteligencia
y los que murmuraban aprenderán la enseñanza».

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 27(26) ,1.4.13-14 (R. 1a)

R. El Señor es mi luz y mi salvación.

V. El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar? 
R.

V. Una cosa pido al Señor,
eso buscaré:
habitar en la casa del Señor
por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo. 
R.

V. Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Miren, el Señor llega con poder e iluminará los ojos de sus siervos. R.

 

Evangelio

Mt 9,27-31

Jesús cura a dos ciegos que creen en él.

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, dos ciegos seguían a Jesús gritando:
«Ten compasión de nosotros, hijo de David».
Al llegar a la casa se le acercaron los ciegos y Jesús les dijo:
«¿Creen que puedo hacerlo?».
Contestaron:
«Sí, Señor».
Entonces les tocó los ojos, diciendo:
«Que les suceda conforme a su fe».
Y se les abrieron los ojos. Jesús les ordenó severamente:
«¡Cuidado con que lo sepa alguien!».
Pero ellos, al salir, hablaron de él por toda la comarca.

Palabra del Señor

 

1

 

“¿Creen que puedo hacerlo?”: Adviento de fe que sana y esperanza que renueva

 

Hermanos y hermanas:

En este Adviento, la Iglesia nos invita a caminar con los ojos del corazón bien despiertos. No solo a preparar la casa y los ritmos externos, sino a dejar que Dios prepare en nosotros un pueblo capaz de ver la vida con esperanza. Las lecturas de hoy nos ofrecen un hilo de oro que une promesa, confianza y milagro: Dios está cerca del que sufre, y la fe humilde abre caminos de luz.

1. Isaías: cuando Dios cambia el paisaje interior

El profeta Isaías anuncia un futuro que parece imposible para quien vive rodeado de dureza, injusticia y desaliento. Habla de una transformación profunda: lo árido se vuelve fértil, los humildes recuperan la alegría, los extraviados encuentran comprensión, y los que murmuraban aprenden un camino nuevo.

No es solo una imagen social o histórica. Es también una promesa interior. Porque hay corazones que parecen desiertos: cansados por la lucha, agobiados por la culpa, agotados por heridas antiguas. Adviento nos recuerda que Dios no se resigna a nuestra tristeza. Él trabaja en la historia, sí, pero también trabaja silenciosamente en el alma.

2. El Salmo: la fe que espera y resiste

El salmo canta una verdad sencilla y fuerte: “El Señor es mi luz y mi salvación.”
Cuando el dolor aprieta, una tentación frecuente es pensar que la oscuridad tiene la última palabra. Pero el salmista insiste: espera en el Señor, sé valiente. La esperanza bíblica no es ingenuidad; es confianza tejida con paciencia.

Hay sufrimientos del cuerpo que desgastan. Y hay sufrimientos del alma que desgastan más todavía: la tristeza larga, la ansiedad, la soledad, la sensación de estar “apagados” por dentro. Este salmo se convierte hoy en el bastón de quienes caminan heridos: Dios no abandona. Dios ilumina incluso cuando la noche no ha terminado.

3. El Evangelio: dos ciegos y una pregunta decisiva

El Evangelio es breve, pero luminoso. Dos ciegos siguen a Jesús y le gritan con insistencia:
“Hijo de David, ten compasión de nosotros.”

Ellos no se resignan. No se quedan inmóviles. Su oración es simple y potente: piden misericordia. Y Jesús, antes de obrar el milagro, les hace una pregunta que atraviesa el alma:

“¿Creen que puedo hacerlo?”

Qué pregunta tan directa para el Adviento.
Jesús no les pide un currículum moral. No les exige discursos sofisticados. Les pide fe.
Porque la fe no es solo admitir una idea sobre Dios: es confiar la vida a su poder de amor.

Y cuando ellos responden que sí, Jesús pronuncia una frase que hoy merece hacerse oración personal:

“Que se haga según su fe.”

No significa que la fe sea magia, ni que todo dolor desaparezca de inmediato. Significa que la fe abre un espacio real para que Dios actúe, como Él quiera y cuando Él quiera, con la sabiduría del que ama de verdad.

4. Intención penitencial: por quienes sufren en el alma y en el cuerpo

En el marco de este Adviento y del Año Jubilar, la Palabra nos invita también a un examen humilde.

Porque muchas veces nuestras cegueras no son físicas:

  • La ceguera del juicio duro.
  • La ceguera de la indiferencia.
  • La ceguera de la rutina espiritual.
  • La ceguera de la prisa que no deja ver al hermano herido.

Y aquí se une la intención orante de hoy: penitencial por quienes sufren en el alma y en el cuerpo.

Tal vez, en algún momento:

  • hemos minimizado el dolor emocional de alguien;
  • hemos respondido con frases fáciles;
  • hemos dejado sola a una persona enferma o deprimida;
  • hemos sido impacientes ante quien está en un proceso largo de sanación.

El Jubileo nos recuerda que la Iglesia está llamada a ser casa de misericordia, “hospital de campaña”, comunidad que cura y acompaña. No solo con palabras, sino con presencia, escucha, cercanía y oración fiel.

5. Tres caminos concretos para vivir hoy

Para que esta Palabra no quede en un hermoso mensaje, propongo tres gestos sencillos:

1.    Repite la oración de los ciegos.
Esta semana, en casa o en silencio, di muchas veces:
“Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí.”
Es una puerta para la sanación interior.

2.    Acompaña a un herido.
Una visita, una llamada, un mensaje breve pero real.
A veces el milagro comienza cuando alguien deja de sentirse solo.

3.    Celebra el Jubileo como camino de misericordia.
Si el Año Jubilar es un tiempo de gracia, entonces es tiempo de reconciliación, de obras de misericordia y de esperanza activa.
Que nuestra fe no sea solo privada: que tenga rostro comunitario.

6. Buena noticia final

No olvidemos algo esencial:
los ciegos del Evangelio siguen a Jesús incluso antes de ver.
Eso es fe.
Eso es Adviento.

Cuando todavía no entendemos todo, cuando el dolor persiste, cuando la vida no se resuelve de un golpe, seguir a Jesús ya es un camino de luz.


Oración final

Señor Jesús,
Hijo de David,
ten compasión de nosotros.

Toca nuestras cegueras interiores,
cura nuestras heridas antiguas,
fortalece nuestra fe cansada.

Te encomendamos,
con corazón penitente,
a quienes sufren en el alma y en el cuerpo:
los enfermos, los desanimados,
los que viven bajo la carga de la ansiedad,
los que se sienten solos o incomprendidos.

En este Adviento
y en el camino del Año Jubilar,
haz de tu Iglesia un hogar de misericordia,
y de nosotros,
servidores de tu luz.

Amén.

 

 

2

“Hijo de David, ten compasión de nosotros”: sanar la ceguera del cuerpo y del alma

 

Hermanos y hermanas:

El Evangelio de hoy nos pone delante una escena que parece sencilla, pero está cargada de profundidad espiritual: dos ciegos siguen a Jesús y gritan: “Hijo de David, ten compasión de nosotros.” Y esa frase, tan breve, encierra toda una teología del Adviento: Dios pasa, nosotros clamamos; Dios pregunta por nuestra fe, nosotros respondemos con confianza.

Hoy, además, lo hacemos con una intención muy concreta: oración penitencial por quienes sufren en el alma y en el cuerpo, en el marco del Año Jubilar, tiempo de gracia, reconciliación y esperanza.


1. La promesa de Isaías: Dios prepara un tiempo nuevo

La primera lectura (Is 29,17-24) nos anuncia un mundo renovado: la realidad cambia de rostro, los humildes se alegran, y los que estaban confundidos o extraviados vuelven a comprender. Es como si el profeta estuviera diciendo: la historia no está condenada a la oscuridad.

Eso es muy propio del Adviento: un tiempo en que volvemos a creer que Dios puede transformar lo que parecía estancado: una familia rota, un corazón cansado, una comunidad herida, un país que necesita caminos de reconciliación.


2. El Salmo: una confianza que se abraza a la luz

El salmo responde con una declaración firme:
“El Señor es mi luz y mi salvación.”

Y esta afirmación no nace de un optimismo superficial, sino de una fe probada. Es la oración perfecta para quien vive:

  • enfermedad física prolongada,
  • tristeza profunda,
  • ansiedad,
  • duelo,
  • soledad,
  • agotamiento espiritual.

En este salmo, la Iglesia nos enseña a esperar sin rendirnos.


3. El Evangelio: fe que corre detrás de Jesús

Podemos subrayar algo precioso en el evangelio: estos dos ciegos no salen de la nada. Ya había noticias de Jesús, de sus curaciones, de su autoridad sobre el dolor, el mal y hasta la muerte. La esperanza se encendió porque la misericordia ya estaba en movimiento.

Y entonces ellos hacen lo que todo corazón herido debe aprender:

1.    no se resignan,

2.    no se callan,

3.    no dejan de seguir a Jesús.

Más aún: Jesús no los sana en la calle apenas lo gritan. Los deja seguirlo, y luego pregunta:

“¿Creen que puedo hacerlo?”

Esta pregunta es un espejo espiritual.
No es una prueba para humillar, sino una puerta para confiar.

Y viene la frase clave:

“Que se haga según su fe.”

Aquí entendemos que los milagros también son una prédica. Jesús no solo ayuda por compasión; también confirma con signos que su Palabra es verdad. Si sus obras son tangibles, entonces su enseñanza merece obediencia.


4. De la ceguera física a la ceguera espiritual

El Evangelio nos invita a mirar más hondo.
La ceguera puede ser símbolo de otras oscuridades:

  • no ver el amor de Dios en lo cotidiano,
  • no reconocer la dignidad del otro,
  • no percibir el daño del pecado,
  • vivir encadenados a rencores, adicciones, soberbias o indiferencias.

Por eso este Adviento no es solo una espera externa; es una llamada a decir:
“Señor, abre mis ojos por dentro.”


5. Intención penitencial: por quienes sufren en el alma y en el cuerpo

Hoy nuestra oración se vuelve especialmente compasiva.

Pedimos por los que sufren en el cuerpo:
los enfermos, los operados, los ancianos frágiles, los que viven tratamientos largos.

Y pedimos por los que sufren en el alma:
los que cargan ansiedad, depresión, desesperanza, heridas antiguas, crisis familiares, duelos silenciosos.

Pero también hacemos un acto penitencial comunitario:

  • por las veces que no acompañamos,
  • por las veces que juzgamos a quien no puede más,
  • por las veces que dimos consejos fríos en lugar de presencia,
  • por las veces que olvidamos que la caridad también es escuchar y sostener.

El Año Jubilar nos urge a ser Iglesia que cura, comunidad que se arrodilla ante el dolor humano con la ternura de Cristo.


6. Tres caminos concretos para vivir esta Palabra

1.    Adopta la oración de los ciegos.
Hazla jaculatoria del Adviento:
“Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí.”

2.    Busca la sanación del alma en la Reconciliación.
en el sacramento de la penitencia Jesús “pasa” hoy,
y nuestra súplica se vuelve encuentro real con la misericordia.

3.    Sé luz para alguien.
Un gesto concreto: visita, llamada, mensaje, ayuda práctica.
A veces el primer milagro es que alguien sepa que no está solo.


7. Conclusión

Queridos hermanos:
estos dos ciegos siguen a Jesús antes de ver.
Esa es la fe de Adviento.

Aun cuando no todo cambia de inmediato,
caminar detrás del Señor ya es empezar a salir de la noche.


Oración final

Señor Jesús,
Hijo de David,
ten compasión de nosotros.

En este Adviento
y en la gracia del Año Jubilar,
sana nuestras cegueras visibles e invisibles.

Te rogamos por quienes sufren en el alma y en el cuerpo:
dales consuelo, fortaleza, comunidad que acompañe
y esperanza que no se apague.

Y a nosotros concédenos una fe perseverante
como la de aquellos dos hombres del Evangelio:
una fe que clama,
una fe que sigue,
una fe que confía
hasta que tu luz amanezca por completo.

Amén.

 

jueves, 4 de diciembre de 2025

Hora santa Jueves 4 de diciembre del 2025 a la luz de la liturgia del primer jueves de Adviento

  



1. Oración homilética introductoria ante el Santísimo

(Después del canto de exposición y un breve silencio)

Señor Jesús, presente en este Santísimo Sacramento, en este primer jueves de Adviento venimos a Ti como pueblo peregrino, “ciudad fuerte” que Tú mismo construyes sobre la roca firme de tu Palabra. Hemos escuchado en Isaías la promesa de unas puertas que se abren para el pueblo justo y fiel, y en el Evangelio nos has recordado que no basta decir “Señor, Señor”, sino construir la casa de la vida sobre la roca que eres Tú.

En este tiempo de gracia jubilar, queremos presentarte la obra evangelizadora de tu Iglesia: tantas comunidades, parroquias, misioneros, catequistas y laicos que anuncian tu nombre en medio de luces y sombras. Queremos interceder de manera especial por las vocaciones sacerdotales, diaconales, consagradas y laicales, para que no falten hombres y mujeres dispuestos a cimentar su vida en Ti y a entregar sus días al servicio del Reino.

Te adoramos, Jesús, Roca eterna. Mira nuestra pobreza y nuestra fragilidad. Cuántas veces hemos construido sobre arena: sobre la comodidad, el egoísmo, la indiferencia, el miedo. Pero hoy, delante de Ti, queremos renovar la decisión de apoyarnos sólo en tu amor, de escuchar tu Palabra y ponerla en práctica. Haz de esta Hora Santa un verdadero taller del corazón, donde tu Espíritu vaya demoliendo lo viejo y levantando una casa nueva, firme en la fe, viva en la esperanza y ardiente en la caridad.



2. Momento de alabanza

Breve reflexión homilética

El profeta Isaías nos hablaba de una “ciudad fuerte”, con murallas de salvación. El salmo nos invitaba a entrar por las puertas del Señor, las puertas de la justicia. Al comenzar esta Hora Santa, lo primero es alabar. Cuando alabamos, dejamos de mirarnos sólo a nosotros mismos y levantamos la mirada hacia Dios, que es fiel, poderoso y misericordioso.

En un tiempo donde tantas casas se caen porque fueron levantadas sobre la arena del éxito fácil, del placer inmediato y de la mentira, nosotros venimos a reconocer que sólo Tú, Señor, eres la verdadera roca. Al alabarte, proclamamos que tu amor es más fuerte que nuestras inseguridades; que tu fidelidad es más fuerte que nuestras infidelidades; que tu promesa es más fuerte que nuestras dudas.

Oración de alabanza

Dirigente:
Señor Jesús, presente en la Eucaristía, te alabamos porque eres la Roca firme donde puede descansar nuestro corazón.

Todos: Te alabamos y te bendecimos, Señor.

Dirigente:
Te alabamos porque en medio de las tormentas de la historia, tu Iglesia sigue en pie, sostenida sólo por tu gracia.

Todos: Te alabamos y te bendecimos, Señor.

Dirigente:
Te alabamos por todos los misioneros, catequistas y servidores del Evangelio que, aun en su pobreza, confían en tu fuerza y no en la suya.

Todos: Te alabamos y te bendecimos, Señor.

Dirigente:
Te alabamos por el don del Año Jubilar, signo de tu misericordia que nos invita a volver a Ti y a abrir caminos de esperanza para el mundo.

Todos: Te alabamos y te bendecimos, Señor.

(Se puede dejar un momento de silencio, seguido de un canto de alabanza eucarística.)


3. Momento penitencial

Breve reflexión homilética

En el Evangelio, Jesús nos ha dicho con fuerza que no entrará en el Reino quien sólo le dice “Señor, Señor”, sino quien cumple la voluntad del Padre. Nuestro pecado muchas veces ha sido éste: escuchar la Palabra, pero no dejar que se convierta en obra; construir proyectos, planes y pastorales, pero sobre la arena de nuestro orgullo o del protagonismo personal.

La casa construida sobre arena cae cuando llegan la lluvia, los ríos y el viento. ¿Cuántas veces nuestra fe se tambalea ante una prueba, una crítica, una crisis, porque no estaba bien cimentada en Ti? Este momento penitencial es un acto de humildad: reconocer que necesitamos tu perdón y suplicar la gracia de un corazón nuevo.

Oración penitencial

Dirigente:
Señor Jesús, muchas veces hemos dicho “Señor, Señor”, pero hemos cerrado el oído a tu Palabra.

Todos: Perdón, Señor, ten piedad de nosotros.

Dirigente:
Hemos construido sobre la arena cuando hemos puesto nuestra seguridad en el dinero, en el éxito pastoral, en los números, en la apariencia, y no en la fuerza de tu Espíritu.

Todos: Perdón, Señor, ten piedad de nosotros.

Dirigente:
Hemos descuidado la oración, la escucha silenciosa, el trato íntimo contigo, y así nuestra casa espiritual se ha debilitado.

Todos: Perdón, Señor, ten piedad de nosotros.

Dirigente:
Hemos sido indiferentes ante los pobres, los alejados, los heridos por la vida. No hemos anunciado tu Evangelio con la pasión y la ternura que Tú nos pides.

Todos: Perdón, Señor, ten piedad de nosotros.

(Silencio prolongado. Se puede concluir con un canto suave de perdón o un Kyrie.)


4. Momento de acción de gracias

Breve reflexión homilética

Después de reconocer nuestro pecado, la gracia del Jubileo nos invita a la gratitud. Allí donde nosotros vemos sólo ruinas, Dios ve un terreno donde empezar de nuevo. Él es la Roca eterna que no se cansa de sostenernos. Demos gracias por la fe recibida, por la Iglesia, por los sacramentos, por las vocaciones que ya existen, por los sacerdotes que nos han acompañado en nuestro camino, por las comunidades que se reúnen en torno a la Palabra y a la Eucaristía.

En cada Eucaristía, la casa de la Iglesia se reconstruye. En cada comunión bien vivida, el corazón se vuelve un poco más firme. En cada gesto de caridad, el mundo se hace más habitable. Agradezcamos, porque todo es gracia, todo es don.

 

Oración de acción de gracias

Dirigente:
Te damos gracias, Señor Jesús, por la fe que hemos recibido a través de nuestros padres, catequistas, sacerdotes y comunidades.

Todos: Gracias, Señor, porque eres fiel.

Dirigente:
Te damos gracias por tu Iglesia, extendida por toda la tierra, que anuncia el Evangelio en medio de dificultades y persecuciones.

Todos: Gracias, Señor, porque eres fiel.

Dirigente:
Te damos gracias por el don del sacerdocio, por aquellos que nos han bautizado, confesado, alimentado con tu Cuerpo y tu Palabra.

Todos: Gracias, Señor, porque eres fiel.

Dirigente:
Te damos gracias por el Año Jubilar que vivimos, por todas las puertas que Tú estás abriendo en nuestras comunidades: puertas de reconciliación, de misión, de servicio, de ternura hacia los más pequeños.

Todos: Gracias, Señor, porque eres fiel.

(Se puede entonar un canto de acción de gracias.)


5. Preces – Oración universal ante el Santísimo

Breve introducción

Habiendo alabado, pedido perdón y dado gracias, presentamos ahora nuestras súplicas. Como pueblo que camina en Adviento, en oración jubilar, elevemos nuestro clamor por la Iglesia, por el mundo, por la obra evangelizadora y por las vocaciones.

Respuesta sugerida:
R/. Señor, sé la Roca que sostiene nuestra vida.

1.    Por la Iglesia extendida en todo el mundo, por el Papa León XIV, por nuestros obispos y sacerdotes: para que, firmes en la roca de Cristo, anuncien el Evangelio con valentía y ternura, y hagan de la Iglesia una casa de puertas abiertas.
R/. Señor, sé la Roca que sostiene nuestra vida.

2.    Por la obra evangelizadora en nuestras parroquias, comunidades y movimientos: para que el Espíritu Santo renueve la creatividad pastoral y nos haga salir al encuentro de los alejados, de los que no conocen a Cristo o se sienten decepcionados de la Iglesia.
R/. Señor, sé la Roca que sostiene nuestra vida.

3.    Por las vocaciones sacerdotales, diaconales, religiosas y laicales: para que muchos jóvenes escuchen la llamada a construir su vida sobre la roca firme de tu Palabra y respondan con generosidad, sin miedo a entregar su vida por el Reino.
R/. Señor, sé la Roca que sostiene nuestra vida.

4.    Por los sacerdotes cansados, tentados o heridos: para que Tú mismo los sostengas, los consueles y los renueves, y para que encuentren en sus comunidades y hermanos el apoyo necesario para reconstruir, si es preciso, la casa de su vida ministerial.
R/. Señor, sé la Roca que sostiene nuestra vida.

5.    Por las familias, especialmente las que atraviesan crisis y dificultades: para que no se construyan sobre la arena del egoísmo o la violencia, sino sobre el amor fiel, el perdón diario y la confianza en Dios.
R/. Señor, sé la Roca que sostiene nuestra vida.

6.    Por los pobres, los enfermos, los migrantes, los que sufren la guerra, la soledad o la injusticia: para que encuentren en la Iglesia un hogar y en nuestras manos un sostén concreto y cercano.
R/. Señor, sé la Roca que sostiene nuestra vida.

7.    Por nuestra comunidad, que vive este Año Jubilar: para que se convierta en ciudad construida sobre la roca, lugar de encuentro, de reconciliación y de envío misionero, donde cada bautizado se descubra peregrino de esperanza.
R/. Señor, sé la Roca que sostiene nuestra vida.

(Se puede dejar un breve silencio para peticiones espontáneas.)


6. Oración por las vocaciones

Breve reflexión homilética

Cada vocación es una casa que Dios sueña construir. Él llama, pero respeta la libertad. En Adviento, la Iglesia se hace madre que espera: espera nuevos sacerdotes, nuevos consagrados, nuevos matrimonios santos, nuevos laicos misioneros. Nuestra oración por las vocaciones es parte de la obra evangelizadora: sin vocaciones, la casa se queda vacía; con vocaciones santas, la casa se llena de luz.

Oración

Señor Jesús, Buen Pastor,
que llamaste a los apóstoles a dejarlo todo para seguirte,
mira hoy a tantos jóvenes que buscan sentido a su vida.

Toca sus corazones con la fuerza de tu Espíritu,
hazles escuchar tu voz en medio del ruido del mundo,
y dales valentía para poner su vida sobre la roca firme de tu amor.

Te pedimos vocaciones sacerdotales santas,
capaces de gastar su existencia
anunciando tu Palabra y partiendo el Pan de la Eucaristía.

Te pedimos vocaciones a la vida consagrada,
que muestren al mundo la alegría de vivir sólo para Ti,
en pobreza, castidad y obediencia,
como signo vivo del cielo que esperamos.

Te pedimos laicos y laicas comprometidos,
matrimonios que sean iglesias domésticas,
jóvenes que misionen en las fronteras de la cultura,
en las redes sociales, en las universidades, en las periferias.

Haz de nuestras parroquias y comunidades
verdaderos semilleros de vocaciones,
casas construidas sobre la roca,
donde la oración, la fraternidad y el servicio
hagan brotar generosas respuestas a tu llamada.

María, Estrella del Mar y Madre de la Iglesia,
cuida con ternura cada vocación
y enséñanos a decir con confianza:
“Hágase en mí según tu Palabra”. Amén.


7. Oración por los sacerdotes

Breve reflexión homilética

Los sacerdotes son, de manera muy particular, casas levantadas sobre la roca de Cristo para sostener la fe de otros. Pero también ellos son frágiles, también sienten el peso del cansancio y de la soledad. En este Año Jubilar, recemos con más intensidad por los sacerdotes que nos han acompañado, por los que están en crisis, por los ancianos, por los enfermos, por los que trabajan en lugares difíciles.

Oración

Señor Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote,
te presentamos a todos los sacerdotes de tu Iglesia.

Tú los has llamado por su nombre,
los has ungido con tu Espíritu
y los has enviado a ser palabra viva,
pan partido, misericordia derramada.

Sostén, Señor, a los sacerdotes cansados;
consuela a los que se sienten solos o incomprendidos;
cura las heridas de los que han sido golpeados
por la crítica, la ingratitud o el propio pecado.

Dales un corazón humilde y fuerte,
capaz de pedir perdón y de comenzar de nuevo;
un corazón enraizado en la oración,
que no construya sobre la arena del activismo,
sino sobre la roca firme de tu presencia.

Te pedimos por los sacerdotes jóvenes,
para que no se dejen seducir por la superficialidad
y aprendan cada día a edificarse sobre tu Palabra.

Te pedimos por los sacerdotes ancianos,
por los enfermos y por quienes ya no pueden ejercer plenamente su ministerio:
que experimenten la ternura de tu abrazo
y la gratitud de tu Pueblo.

Haz, Señor, que nuestras comunidades
sean también casa para sus sacerdotes:
espacio de acogida, de oración, de cercanía,
para que, sostenidos por la fe de los fieles,
puedan seguir sosteniendo la fe de muchos.

María, Madre de los sacerdotes,
cúbrelos con tu manto,
enséñales a permanecer siempre junto a Jesús,
como tú permaneciste al pie de la Cruz. Amén.


8. Cierre de la Hora Santa

(Puedes concluir con un breve momento de silencio, seguido de un canto mariano y luego el Tantum Ergo, las letanías eucarísticas y la Bendición con el Santísimo. Después de la reserva, una jaculatoria jubilar, por ejemplo:)

Señor Jesús, Roca de nuestra salvación,
haz de nuestra comunidad una casa firmemente construida sobre tu Palabra,
misionera, orante y abierta,
para que, como peregrinos de la esperanza,
sepamos llevar tu luz
a todos los rincones donde nos envíes. Amén.

 

5 de diciembre del 2025: viernes de la primera semana de Adviento

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