El
Señor abre nuestros ojos y renueva la esperanza
(Isaías 29,17-24 / Salmo 27(26) ,1.4.13-14 (R. 1a) /
Mt 9,27-31) Hoy la Palabra de Dios nos invita
a entrar en la esperanza que transforma la vida.
El profeta Isaías anuncia un tiempo nuevo: la
creación se renueva, los humildes se alegran, y quienes vivían en la confusión
o en la oscuridad recobran la luz y la dignidad.
El salmo nos pone en los labios una confianza
serena: el Señor es nuestra luz y nuestra salvación; por eso aguardamos con
valentía y paciencia.
Y en el Evangelio, dos ciegos se acercan a Jesús
con una súplica sencilla y valiente: “Hijo de David, ten piedad de
nosotros”. Su fe abre el camino del milagro.
Pidamos al Señor que encienda nuestra esperanza,
sane nuestras cegueras interiores y nos conceda una fe humilde y perseverante,
capaz de reconocer su paso salvador en medio de nuestro Adviento.
Primera lectura
Is
29,17-24
Aquel
día verán los ojos de los ciegos.
Lectura del libro de Isaías.
ESTO dice el Señor:
«Pronto, muy pronto,
el Líbano se convertirá en vergel,
y el vergel parecerá un bosque.
Aquel día, oirán los sordos las palabras del libro;
sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos.
Los oprimidos volverán a alegrarse en el Señor,
y los pobres se llenarán de júbilo en el Santo de Israel;
porque habrá desaparecido el violento, no quedará rastro
del cínico;
y serán aniquilados los que traman para hacer el mal:
los que condenan a un hombre con su palabra,
ponen trampas al juez en el tribunal
y por una nadería violan el derecho del inocente.
Por eso, el Señor, que rescató a Abrahán,
dice a la casa de Jacob:
“Ya no se avergonzará Jacob,
ya no palidecerá su rostro,
pues, cuando vean sus hijos mis acciones en medio de ellos, santificarán mi
nombre,
santificarán al Santo de Jacob
y temerán al Dios de Israel”.
Los insensatos encontrarán la inteligencia
y los que murmuraban aprenderán la enseñanza».
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
27(26) ,1.4.13-14 (R. 1a)
R. El Señor es
mi luz y mi salvación.
V. El Señor es mi luz y
mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar? R.
V. Una cosa pido
al Señor,
eso buscaré:
habitar en la casa del Señor
por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo. R.
V. Espero gozar de
la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor. R.
Aclamación
R. Aleluya, aleluya,
aleluya.
V. Miren, el Señor llega
con poder e iluminará los ojos de sus siervos. R.
Evangelio
Mt
9,27-31
Jesús
cura a dos ciegos que creen en él.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, dos ciegos seguían a Jesús gritando:
«Ten compasión de nosotros, hijo de David».
Al llegar a la casa se le acercaron los ciegos y Jesús les dijo:
«¿Creen que puedo hacerlo?».
Contestaron:
«Sí, Señor».
Entonces les tocó los ojos, diciendo:
«Que les suceda conforme a su fe».
Y se les abrieron los ojos. Jesús les ordenó severamente:
«¡Cuidado con que lo sepa alguien!».
Pero ellos, al salir, hablaron de él por toda la comarca.
Palabra del Señor
1
“¿Creen que puedo hacerlo?”: Adviento de fe que
sana y esperanza que renueva
Hermanos
y hermanas:
En este
Adviento, la Iglesia nos invita a caminar con los ojos del corazón bien
despiertos. No solo a preparar la casa y los ritmos externos, sino a dejar que
Dios prepare en nosotros un pueblo capaz de ver la vida con esperanza. Las
lecturas de hoy nos ofrecen un hilo de oro que une promesa, confianza y
milagro: Dios está cerca del que sufre, y la fe humilde abre caminos de luz.
1. Isaías: cuando Dios cambia el paisaje interior
El
profeta Isaías anuncia un futuro que parece imposible para quien vive rodeado
de dureza, injusticia y desaliento. Habla de una transformación profunda: lo
árido se vuelve fértil, los humildes recuperan la alegría, los extraviados
encuentran comprensión, y los que murmuraban aprenden un camino nuevo.
No es
solo una imagen social o histórica. Es también una promesa interior.
Porque hay corazones que parecen desiertos: cansados por la lucha, agobiados
por la culpa, agotados por heridas antiguas. Adviento nos recuerda que Dios
no se resigna a nuestra tristeza. Él trabaja en la historia, sí, pero
también trabaja silenciosamente en el alma.
2. El Salmo: la fe que espera y resiste
El salmo
canta una verdad sencilla y fuerte: “El Señor es mi luz y mi salvación.”
Cuando el dolor aprieta, una tentación frecuente es pensar que la oscuridad
tiene la última palabra. Pero el salmista insiste: espera en el Señor, sé
valiente. La esperanza bíblica no es ingenuidad; es confianza tejida con
paciencia.
Hay
sufrimientos del cuerpo que desgastan. Y hay sufrimientos del alma que
desgastan más todavía: la tristeza larga, la ansiedad, la soledad, la sensación
de estar “apagados” por dentro. Este salmo se convierte hoy en el bastón de
quienes caminan heridos: Dios no abandona. Dios ilumina incluso cuando la
noche no ha terminado.
3. El Evangelio: dos ciegos y una pregunta decisiva
El Evangelio
es breve, pero luminoso. Dos ciegos siguen a Jesús y le gritan con insistencia:
“Hijo de David, ten compasión de nosotros.”
Ellos no
se resignan. No se quedan inmóviles. Su oración es simple y potente: piden
misericordia. Y Jesús, antes de obrar el milagro, les hace una pregunta que
atraviesa el alma:
“¿Creen
que puedo hacerlo?”
Qué
pregunta tan directa para el Adviento.
Jesús no les pide un currículum moral. No les exige discursos sofisticados. Les
pide fe.
Porque la fe no es solo admitir una idea sobre Dios: es confiar la vida a su
poder de amor.
Y cuando
ellos responden que sí, Jesús pronuncia una frase que hoy merece hacerse
oración personal:
“Que se
haga según su fe.”
No
significa que la fe sea magia, ni que todo dolor desaparezca de inmediato. Significa
que la fe abre un espacio real para que Dios actúe, como Él quiera y
cuando Él quiera, con la sabiduría del que ama de verdad.
4. Intención penitencial: por quienes sufren en el
alma y en el cuerpo
En el
marco de este Adviento y del Año Jubilar, la Palabra nos invita también a un
examen humilde.
Porque
muchas veces nuestras cegueras no son físicas:
- La ceguera del juicio duro.
- La ceguera de la
indiferencia.
- La ceguera de la rutina
espiritual.
- La ceguera de la prisa que
no deja ver al hermano herido.
Y aquí se
une la intención orante de hoy: penitencial por quienes sufren en el alma y
en el cuerpo.
Tal vez,
en algún momento:
- hemos minimizado el dolor
emocional de alguien;
- hemos respondido con frases
fáciles;
- hemos dejado sola a una
persona enferma o deprimida;
- hemos sido impacientes ante
quien está en un proceso largo de sanación.
El
Jubileo nos recuerda que la Iglesia está llamada a ser casa de misericordia,
“hospital de campaña”, comunidad que cura y acompaña. No solo con palabras,
sino con presencia, escucha, cercanía y oración fiel.
5. Tres caminos concretos para vivir hoy
Para que
esta Palabra no quede en un hermoso mensaje, propongo tres gestos sencillos:
1.
Repite la oración de los ciegos.
Esta semana, en casa o en silencio, di muchas veces:
“Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí.”
Es una puerta para la sanación interior.
2.
Acompaña a un herido.
Una visita, una llamada, un mensaje breve pero real.
A veces el milagro comienza cuando alguien deja de sentirse solo.
3.
Celebra el Jubileo como camino de misericordia.
Si el Año Jubilar es un tiempo de gracia, entonces es tiempo de reconciliación,
de obras de misericordia y de esperanza activa.
Que nuestra fe no sea solo privada: que tenga rostro comunitario.
6. Buena noticia final
No
olvidemos algo esencial:
los ciegos del Evangelio siguen a Jesús incluso antes de ver.
Eso es fe.
Eso es Adviento.
Cuando
todavía no entendemos todo, cuando el dolor persiste, cuando la vida no se
resuelve de un golpe, seguir a Jesús ya es un camino de luz.
Oración final
Señor
Jesús,
Hijo de David,
ten compasión de nosotros.
Toca
nuestras cegueras interiores,
cura nuestras heridas antiguas,
fortalece nuestra fe cansada.
Te
encomendamos,
con corazón penitente,
a quienes sufren en el alma y en el cuerpo:
los enfermos, los desanimados,
los que viven bajo la carga de la ansiedad,
los que se sienten solos o incomprendidos.
En este
Adviento
y en el camino del Año Jubilar,
haz de tu Iglesia un hogar de misericordia,
y de nosotros,
servidores de tu luz.
Amén.
2
“Hijo de David, ten compasión de nosotros”: sanar
la ceguera del cuerpo y del alma
Hermanos
y hermanas:
El
Evangelio de hoy nos pone delante una escena que parece sencilla, pero está
cargada de profundidad espiritual: dos ciegos siguen a Jesús y gritan: “Hijo
de David, ten compasión de nosotros.” Y esa frase, tan breve, encierra toda
una teología del Adviento: Dios pasa, nosotros clamamos; Dios pregunta por
nuestra fe, nosotros respondemos con confianza.
Hoy, además,
lo hacemos con una intención muy concreta: oración penitencial por quienes
sufren en el alma y en el cuerpo, en el marco del Año Jubilar,
tiempo de gracia, reconciliación y esperanza.
1. La promesa de Isaías: Dios prepara un tiempo
nuevo
La
primera lectura (Is 29,17-24) nos anuncia un mundo renovado: la realidad cambia
de rostro, los humildes se alegran, y los que estaban confundidos o
extraviados vuelven a comprender. Es como si el profeta estuviera diciendo:
la historia no está condenada a la oscuridad.
Eso es
muy propio del Adviento: un tiempo en que volvemos a creer que Dios puede
transformar lo que parecía estancado: una familia rota, un corazón cansado,
una comunidad herida, un país que necesita caminos de reconciliación.
2. El Salmo: una confianza que se abraza a la luz
El salmo
responde con una declaración firme:
“El Señor es mi luz y mi salvación.”
Y esta
afirmación no nace de un optimismo superficial, sino de una fe probada. Es la
oración perfecta para quien vive:
- enfermedad física
prolongada,
- tristeza profunda,
- ansiedad,
- duelo,
- soledad,
- agotamiento espiritual.
En este
salmo, la Iglesia nos enseña a esperar sin rendirnos.
3. El Evangelio: fe que corre detrás de Jesús
Podemos
subrayar algo precioso en el evangelio: estos dos ciegos no salen de la
nada. Ya había noticias de Jesús, de sus curaciones, de su autoridad sobre
el dolor, el mal y hasta la muerte. La esperanza se encendió porque la
misericordia ya estaba en movimiento.
Y
entonces ellos hacen lo que todo corazón herido debe aprender:
1.
no se resignan,
2.
no se callan,
3.
no dejan de seguir a Jesús.
Más aún:
Jesús no los sana en la calle apenas lo gritan. Los deja seguirlo, y luego
pregunta:
“¿Creen
que puedo hacerlo?”
Esta
pregunta es un espejo espiritual.
No es una prueba para humillar, sino una puerta para confiar.
Y viene
la frase clave:
“Que se
haga según su fe.”
Aquí
entendemos que los milagros también son una prédica. Jesús no solo ayuda
por compasión; también confirma con signos que su Palabra es verdad. Si
sus obras son tangibles, entonces su enseñanza merece obediencia.
4. De la ceguera física a la ceguera espiritual
El
Evangelio nos invita a mirar más hondo.
La ceguera puede ser símbolo de otras oscuridades:
- no ver el amor de Dios en lo
cotidiano,
- no reconocer la dignidad del
otro,
- no percibir el daño del
pecado,
- vivir encadenados a
rencores, adicciones, soberbias o indiferencias.
Por eso
este Adviento no es solo una espera externa; es una llamada a decir:
“Señor, abre mis ojos por dentro.”
5. Intención penitencial: por quienes sufren en el
alma y en el cuerpo
Hoy
nuestra oración se vuelve especialmente compasiva.
Pedimos
por los que sufren en el cuerpo:
los enfermos, los operados, los ancianos frágiles, los que viven tratamientos
largos.
Y pedimos
por los que sufren en el alma:
los que cargan ansiedad, depresión, desesperanza, heridas antiguas, crisis
familiares, duelos silenciosos.
Pero
también hacemos un acto penitencial comunitario:
- por las veces que no acompañamos,
- por las veces que juzgamos a
quien no puede más,
- por las veces que dimos
consejos fríos en lugar de presencia,
- por las veces que olvidamos
que la caridad también es escuchar y sostener.
El Año
Jubilar nos urge a ser Iglesia que cura, comunidad que se arrodilla
ante el dolor humano con la ternura de Cristo.
6. Tres caminos concretos para vivir esta Palabra
1.
Adopta la oración de los ciegos.
Hazla jaculatoria del Adviento:
“Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí.”
2.
Busca la sanación del alma en la Reconciliación.
en el sacramento de la penitencia Jesús “pasa” hoy,
y nuestra súplica se vuelve encuentro real con la misericordia.
3.
Sé luz para alguien.
Un gesto concreto: visita, llamada, mensaje, ayuda práctica.
A veces el primer milagro es que alguien sepa que no está solo.
7. Conclusión
Queridos
hermanos:
estos dos ciegos siguen a Jesús antes de ver.
Esa es la fe de Adviento.
Aun
cuando no todo cambia de inmediato,
caminar detrás del Señor ya es empezar a salir de la noche.
Oración final
Señor
Jesús,
Hijo de David,
ten compasión de nosotros.
En este
Adviento
y en la gracia del Año Jubilar,
sana nuestras cegueras visibles e invisibles.
Te
rogamos por quienes sufren en el alma y en el cuerpo:
dales consuelo, fortaleza, comunidad que acompañe
y esperanza que no se apague.
Y a
nosotros concédenos una fe perseverante
como la de aquellos dos hombres del Evangelio:
una fe que clama,
una fe que sigue,
una fe que confía
hasta que tu luz amanezca por completo.
Amén.

