lunes, 22 de diciembre de 2025

23 de diciembre del 2025: Feria Privilegiada - martes de la cuarta semana de Adviento

 

Cuestiones de vecindad

(Lucas 1, 57-66) La gente del vecindario guarda en su corazón la memoria de una mujer anciana y estéril que quedó embarazada, de un padre mudo durante todo el embarazo y de un niño que habría debido llevar otro nombre. La pregunta que se hacen halla su respuesta en unas palabras que quizá han olvidado: las palabras de bendición de unos padres rebosantes de alegría al presentar al niño. Lo que este llegaría a ser les fue revelado en la Visitación.

Nicolas Tarralle, prêtre assomptionniste

 


Primera lectura

Ml 3,1-4.23-24

Les envío al profeta Elías, antes de que venga el Día del Señor

Lectura de la profecía de Malaquías.

ESTO dice el Señor Dios:
«Voy a enviar a mi mensajero para que prepare el camino ante mí.
De repente llegará a su santuario el Señor a quien ustedes andan buscando; y el mensajero de la alianza en quien ustedes se regocijan, miren que está llegando, dice el Señor del universo.
¿Quién resistirá el día de su llegada? ¿Quién se mantendrá en pie ante su mirada? Pues es como fuego de fundidor, como lejía de lavandero. Se sentará como fundidor que refina la plata; refinará a los levitas y los acrisolará como oro y plata, y el Señor recibirá ofrenda y oblación justas.
Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en tiempos pasados, como antaño.
Miren, les envío al profeta Elías, antes de que venga el Día del Señor, día grande y terrible. Él convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir a castigar y destruir la tierra».

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 25(24),4-5ab.8-9.10 y 14 (R. cf. Lc 1,76) 

R. Levántense, alcen la cabeza;
se acerca su liberación.


V. Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. 
R.

V. El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes. 
R.

V. Las sendas del Señor son misericordia y lealtad
para los que guardan su alianza y sus mandatos.
El Señor se confía a los que le temen,
y les da a conocer su alianza. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Rey de las naciones y Piedra angular de la Iglesia, ven y salva al hombre que formaste del barro de la tierra. R.

 

Evangelio

Lc 1,57-66

Nacimiento de Juan Bautista

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella.
A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo:
«¡No! Se va a llamar Juan».
Y le dijeron:
«Ninguno de tus parientes se llama así».
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos se quedaron maravillados.
Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios.
Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo:
«Pues ¿qué será este niño?».
Porque la mano del Señor estaba con él.

Palabra del Señor.

 

1

 

Hermanos y hermanas:

A solo un paso de la Navidad, la Palabra de Dios hoy nos pone frente a una pregunta que no es pequeña: ¿cómo se prepara de verdad un corazón para que Dios entre? Porque uno puede preparar la casa, la comida, los regalos… y sin embargo dejar el corazón “sin barrer”, sin reconciliar, sin perdonar, sin escuchar.

1) “Yo envío a mi mensajero… y purificará”

El profeta Malaquías anuncia que Dios no llega como un adorno, ni como una visita social: Dios llega a purificar, a refinar “como fuego” y “como lejía”. Eso suena fuerte, pero es una buena noticia: el Señor no viene a humillarnos; viene a sanarnos. No viene a romper lo bueno; viene a quitar lo que estorba: resentimientos viejos, orgullos nuevos, heridas escondidas, máscaras… y también esa costumbre peligrosa de vivir “a medias”, sin dejarnos tocar por Él.

Y enseguida el profeta habla de Elías, símbolo de conversión y reconciliación: “hará volver el corazón de los padres hacia los hijos y el corazón de los hijos hacia los padres”. Es decir: el Señor prepara su venida reconstruyendo vínculos. La Navidad no es completa si nuestras relaciones permanecen rotas, si nuestros hogares viven en tensión permanente, si nuestros labios dicen “Feliz Navidad” pero el corazón sigue en guerra.

En este Año Jubilar, Dios nos llama a ser peregrinos de esperanza, y la esperanza verdadera siempre tiene un rostro: rostro reconciliado.

2) “Muéstrame, Señor, tus caminos”

El salmo responde como una escuela del corazón: “Muéstrame tus caminos, enséñame tus senderos”. ¿Qué pide el salmista? No pide cosas; pide dirección. Hay gente que se pierde no por mala, sino por no saber por dónde caminar; se enreda en lo inmediato, en la queja, en la reacción impulsiva.
Hoy la Iglesia nos enseña a pedir: “Señor, enséñame”. Esa frase es humildad pura. Y donde hay humildad, Dios entra.

3) El nacimiento de Juan y el milagro del nombre

El Evangelio nos cuenta el nacimiento de Juan Bautista. Todos querían ponerle el nombre del padre: “Zacarías”. Era lo “normal”, lo esperable, lo tradicional. Pero Isabel insiste: “Se llamará Juan”. Y al final Zacarías lo confirma por escrito, y en ese acto se le suelta la lengua.

Aquí hay un mensaje precioso: cuando aceptamos el proyecto de Dios, se rompe el silencio interior. Muchas veces estamos mudos por dentro: no sabemos cómo hablar bien, cómo pedir perdón, cómo bendecir, cómo agradecer. Nos sale la crítica, el sarcasmo, el reclamo… pero nos cuesta la palabra luminosa.

Zacarías recupera la voz cuando se alinea con la voluntad de Dios. Eso nos grita algo: la obediencia del corazón devuelve la alegría y la palabra buena.

Y el pueblo se pregunta: “¿Qué será este niño?”… ¡Qué linda pregunta para hacerla sobre nosotros mismos en estos días!:
¿Qué será de mí después de esta Navidad?
¿Seguiré igual, o dejaré que Dios me cambie un poquito?
¿Seguiré en mis mismos rencores, o daré un paso hacia la paz?
¿Seguiré viviendo por costumbre, o comenzaré a vivir por fe?

4) Intención por familiares, amigos y benefactores

Hoy, al orar por familiares, amigos y benefactores, la Palabra nos enseña el modo más cristiano de agradecer: no solo con palabras, sino con conversión.

·        Por nuestros familiares: que el Señor “haga volver los corazones”, que sane conversaciones pendientes, que nos dé la valentía de pedir perdón, de abrazar de nuevo, de escuchar sin ironía, de corregir sin herir.

·        Por nuestros amigos: que sean compañía verdadera, no ruido; que sean luz, no tentación; que sean refugio de esperanza en tiempos difíciles.

·        Por nuestros benefactores: que Dios los bendiga, los sostenga, y les devuelva en paz y alegría lo que han compartido con generosidad. Y que nosotros no “usemos” su bondad, sino que la honremos con una vida coherente y agradecida.

En clave jubilar, agradecer es también hacer memoria: reconocer que no caminamos solos. La fe se sostiene por una red de amor: familia, amigos, comunidad, personas buenas que Dios pone en el camino.

5) Un compromiso concreto para hoy (23 de diciembre)

Te propongo tres gestos simples, pero poderosos, para preparar el corazón:

1.    Una reconciliación posible: un mensaje, una llamada, un “¿podemos hablar?”. Aunque sea pequeño.

2.    Una gratitud explícita: nombra a un benefactor (o alguien que te hizo bien) y dile: “Gracias por existir”.

3.    Una purificación interior: deja hoy una cosa que te ensucia el alma (un chisme, una crítica repetida, una comparación amarga, una adicción pequeña, una palabra hiriente). Dios refina el oro… porque ve en ti algo precioso.

Oración final

Señor, que vienes a visitarnos,
purifica nuestro corazón y endereza nuestros caminos.
Haz volver los corazones en nuestras familias,
cura lo que está roto, calma lo que está tenso,
y danos la valentía de perdonar y pedir perdón.

Bendice a nuestros familiares, amigos y benefactores:
a los que están cerca y a los que están lejos,
a los vivos y a los difuntos.
Que en este Año Jubilar caminemos como peregrinos de esperanza,
con un corazón nuevo,
para recibirte con alegría en la Navidad
. Amén.

 

2

 

Hermanos y hermanas:

Hoy, 23 de diciembre, cuando ya sentimos la Navidad “a la vuelta de la esquina”, el Evangelio nos regala una escena sencilla y, a la vez, profundamente humana: la gente del vecindario.

No son teólogos, no son autoridades del templo; son los de la calle, los de al lado, los que miran, comentan, recuerdan y se preguntan: el vecindario conserva en el corazón tres memorias sorprendentes: una anciana estéril embarazada, un padre mudo durante el embarazo, y un niño que “debería” llamarse de otra manera.

1) El vecindario recuerda… y el corazón guarda señales de Dios

Hay momentos en que Dios se anuncia no con discursos, sino con hechos que rompen la lógica. Isabel embarazada siendo anciana; Zacarías en silencio; un nombre inesperado: Juan. Todo eso deja huella.

Y aquí nace la primera enseñanza: la fe también se transmite por la memoria compartida. La comunidad recuerda, guarda, rumia en el corazón. Por eso la Iglesia es familia: porque juntos custodiamos los signos de Dios, y cuando uno se enfría, el otro le recuerda: “¿te acuerdas de lo que el Señor hizo?”.

En el Año Jubilar, esto es clave: somos peregrinos de esperanza, y un peregrino necesita recordar los hitos del camino, para no rendirse.

2) La gran pregunta: “¿Qué va a ser este niño?”

Los vecinos se preguntan: “¿Qué va a ser este niño?” (Lc 1,66). Esa pregunta es tan simple que parece curiosidad; pero en realidad es una pregunta espiritual: ¿qué está haciendo Dios aquí? ¿Qué está preparando?

La gente del vecindario intuye que ese niño no es “uno más”: la respuesta estaba en palabras de bendición que quizá habían olvidado, esas palabras nacidas de la alegría de los padres al presentar al niño. Cuando una familia bendice, cuando una comunidad bendice, cuando dejamos de maldecir y aprendemos a agradecer, se aclara el futuro.

¡Cuánto necesitamos recuperar hoy la cultura de la bendición! Hay hogares donde se habla mucho, pero se bendice poco. Se enumeran fallas, pero se olvida agradecer. Se corrige, pero no se anima. Y sin bendición, el corazón se queda pobre.

3) “Se llamará Juan”: Dios rompe nuestras etiquetas

Todos querían ponerle el nombre del padre: lo normal, lo esperado, lo de siempre. Pero Dios interviene con un nombre nuevo: Juan, que significa “Dios es misericordioso”, “Dios concede gracia”.

Es como si el Señor dijera: “No me encierres en tus costumbres.  Déjame iniciar algo nuevo.”

Y aquí la segunda lectura de hoy, Malaquías, encaja como llave: Dios promete enviar un mensajero y purificar como fuego de fundidor. La venida del Señor purifica lo que somos, y también purifica nuestras relaciones: “hará volver el corazón de los padres hacia los hijos…” (Ml 3,24). O sea: cuando Dios llega, arregla nombres, arregla vínculos, arregla rumbos.

4) Zacarías recupera la voz: cuando obedecemos, vuelve la palabra buena

En el momento en que Zacarías confirma el nombre —aceptando la voluntad de Dios— se le suelta la lengua. ¡Qué signo! A veces perdemos la voz interior: la voz para orar, para pedir perdón, para hablar con ternura, para decir “te necesito”, “gracias”, “perdóname”.

La obediencia a Dios no nos quita libertad: nos devuelve la voz. Nos vuelve capaces de pronunciar palabras que sanan.

5) Oramos hoy por familiares, amigos y benefactores

En esta Eucaristía, presentemos al Señor tres nombres concretos:

·        Familiares: para que Dios haga volver los corazones, cure heridas antiguas y abra caminos de reconciliación antes de Navidad.

·        Amigos: para que su amistad sea bendición, sostén, verdad, compañía en la fe.

·        Benefactores: para que el Señor recompense su generosidad, los fortalezca en sus luchas y les conceda paz y alegría. Y por los benefactores difuntos: que el Señor los reciba en su misericordia.

Porque lo más cristiano que podemos hacer con quienes nos han hecho bien es esto: bendecirlos y vivir con gratitud concreta.

6) Compromiso jubilar para hoy

Te propongo tres gestos, sencillos y muy evangélicos, para entrar a la Navidad como peregrino de esperanza:

1.    Bendice a alguien en casa: una frase breve, pero verdadera (sin ironía).

2.    Agradece a un benefactor: un mensaje, una llamada, una oración por su vida.

3.    Reconcíliate en lo posible: no todo se resuelve en un día, pero un paso abre camino.


Oración final

Señor, Dios de la Visitación y de la promesa cumplida,
haz que nuestra comunidad sepa reconocer tus signos
y guardar tu paso en el corazón.
Devuélvenos la palabra buena,
purifica nuestras intenciones,
reconcilia nuestras familias,
y bendice a nuestros amigos y benefactores, vivos y difuntos.
Que en este Año Jubilar caminemos como peregrinos de esperanza
hasta celebrar con alegría tu Navidad
. Amén.

 

3

 

Nuestra identidad en Cristo

 

Hermanos y hermanas:

En estos días santos que preceden inmediatamente a la Navidad, la Iglesia nos toma de la mano y nos conduce a la casa de Zacarías e Isabel para contemplar un acontecimiento aparentemente sencillo, pero cargado de misterio: el nacimiento y el nombre de Juan. Allí sucede algo que toca el corazón de toda familia y de toda comunidad: la pregunta por la identidad. ¿Quién es este niño? ¿A quién pertenece? ¿Qué será de él? Y, si me permiten, una pregunta hermana: ¿quién soy yo, realmente, ante Dios?

1) Un rito familiar que se vuelve revelación de Dios

El Evangelio nos sitúa en una costumbre muy concreta: al octavo día se circuncidaba al niño. Era un rito antiguo, establecido como signo de la Alianza. No era un mero trámite cultural: era, para Israel, una manera de decir: “Este niño pertenece al pueblo de Dios, está marcado por la promesa”. Con el paso del tiempo, esa ceremonia quedó unida también al momento de poner el nombre, como un sello de pertenencia: un nombre que vinculaba al niño con su historia y su linaje.

Por eso el vecindario y los parientes están allí. Nadie nace “solo”: nacemos dentro de una trama de vínculos, de expectativas, de memorias, de apellidos… y, en estos días, eso nos toca a todos: pensamos en la familia, en los nuestros, en lo que hemos recibido, en lo que hemos perdido, en lo que nos sostiene.

2) La sorpresa del nombre: cuando Dios rompe la costumbre

Era normal que el hijo llevara el nombre del padre o de un pariente importante. Por eso querían llamarlo “Zacarías”. Pero Isabel se planta con una firmeza que es de fe: “No. Se llamará Juan.” Y todos responden: “Nadie en tu familia tiene ese nombre”.

Aquí está la clave del Evangelio: Dios está diciendo que la identidad y la misión de Juan no se reducen a la sangre. Juan no será solamente “hijo de Zacarías”; será, ante todo, servidor del plan de Dios. Es como si el Señor afirmara: “Este niño es un regalo para todos, no solo para su casa; su misión desborda su árbol genealógico.”

Y cuando Zacarías confirma por escrito: “Juan es su nombre”, todos se quedan asombrados. ¿Por qué? Porque se está rompiendo el automatismo de lo “de siempre” para abrir paso a lo que Dios quiere hacer nuevo.

3) El significado del nombre: “Dios es misericordioso”

 “Juan” significa “Dios ha sido misericordioso / Dios es bondadoso / Dios concede gracia.” Por eso, el nombre no apunta primero al niño, sino a Dios: Juan será un “anuncio viviente” de que Dios no se ha cansado de amar.

¡Qué belleza para estos días! En vísperas de la Navidad, el Señor nos recuerda que no viene a cobrarnos cuentas, sino a regalarnos gracia. Y esto encaja perfectamente con la primera lectura: Malaquías habla del mensajero que prepara el camino y del Señor que viene a purificar. Sí: purifica, pero para que podamos ofrecerle una vida agradable, una ofrenda limpia, una esperanza real.

4) Del Antiguo signo al Nuevo: circuncisión y Bautismo

La liturgia nos invita a dar un paso más. Si la circuncisión era el signo visible de la antigua Alianza, nosotros tenemos un signo aún más grande: el Bautismo. Allí recibimos la identidad más profunda que existe: hijos en el Hijo.

Por eso, aunque amemos nuestra familia y la honremos —y hoy oramos especialmente por ella—, Dios nos llama a una pertenencia que no se agota en la biología: pertenecemos a la familia eterna de Dios. En el Bautismo, Cristo nos injerta en su Cuerpo, nos hace Iglesia, nos hace hermanos y hermanas más allá de apellidos, regiones, idiomas, razas o historias.

En el Año Jubilar esto es una luz: peregrinos sí, pero no peregrinos aislados; peregrinos en comunión. Nuestra identidad cristiana no es un adorno social: es dignidad, es misión, es responsabilidad.

5) “¿Qué será este niño?”… ¿Qué seré yo?

El texto concluye con esa pregunta que atraviesa los siglos: “¿Qué será este niño?” Y el Evangelio añade: “la mano del Señor estaba con él”. No hay frase más consoladora para una familia: la mano del Señor con un hijo. No hay frase más consoladora para una comunidad: la mano del Señor con su pueblo.

Pero hoy la Palabra nos devuelve la pregunta hacia adentro:

·        ¿Qué será de mí si abrazo de verdad mi identidad bautismal?

·        ¿Qué será de mi casa si dejamos que Dios “haga volver los corazones” como dice Malaquías?

·        ¿Qué será de nuestras relaciones si nos dejamos guiar por el Salmo: “Muéstrame, Señor, tus caminos”?

Este día no es solo para contemplar un relato antiguo; es para dejarnos renombrar por Dios. A veces el mundo nos pone nombres: “fracasado”, “rencoroso”, “no sirve”, “problemático”, “cansado”, “pecador sin remedio” … Pero Dios en Cristo nos llama de otro modo: hijo, amado, perdonado, llamado, enviado.

6) Intención orante: por familiares, amigos y benefactores

En esta Eucaristía, presentemos al Señor nuestra gratitud:

·        Por nuestros familiares, especialmente los que están lejos, los enfermos, los que atraviesan tensiones, y también por los difuntos: que la misericordia de Dios los abrace y que, en nuestras casas, renazca la paz.

·        Por nuestros amigos, esos compañeros de camino que Dios usa para sostenernos: que sean bendecidos y permanezcan en la verdad y en el bien.

·        Por nuestros benefactores, que hacen posible la vida de la comunidad y tantas obras de evangelización: que el Señor les devuelva en alegría y esperanza todo lo que dan con generosidad; y por los benefactores difuntos, descanso eterno y luz perpetua.

Que nuestro agradecimiento no sea solo palabras: que sea vida coherente con el Bautismo, porque esa es la mejor manera de honrar a quienes nos han amado y ayudado.

7) Compromiso concreto en clave jubilar

Te propongo tres gestos para hoy:

1.    Pronuncia tu identidad: hoy, al despertar o al acostarte, di despacio: “Soy hijo de Dios. No vivo para el miedo.”

2.    Bendice a tu familia: elige una persona de tu casa y dile una frase de bendición real (sin ironías): “Gracias por ti. Dios te sostenga.”

3.    Haz una obra de gracia: como tu nombre bautismal, deja una señal de misericordia: una llamada, una reconciliación posible, una ayuda concreta, una oración por un benefactor.


Oración final

Señor Jesús,
en Ti encuentro mi verdadera identidad.
Por el Bautismo me hiciste hijo del Padre
y miembro de tu familia de gracia.
Ayúdame a vivir con la dignidad de quien te pertenece,
a caminar como peregrino de esperanza en este Año Jubilar,
y a ser, como Juan, un signo de tu misericordia para los demás.

Bendice a nuestros familiares, amigos y benefactores,
vivos y difuntos.
Que tu gracia renueve nuestros hogares
y nos prepare para recibirte con alegría en la Navidad.
Jesús, en Ti confío.
Amén.

 

 

 

domingo, 21 de diciembre de 2025

22 de diciembre del 2025: Feria privilegiada- lunes de la cuarta semana de Adviento

 

Ana y María

(1 Samuel 1,24-28; Lucas 1,46-56) Ana y María tienen muchos puntos en común: sus maternidades son un don de Dios, sus hijos están consagrados al Señor y ellas se desbordan de alegría al verse así elevadas. Pero, mientras Ana canta una sabiduría divina que hace morir y vivir, que abaja y que eleva, María revela el carácter subversivo de la presencia de Dios, que derriba a los poderosos y a los ricos.

El Niño que va a nacer en Navidad está del lado de los humildes y de los hambrientos.

Nicolas Tarralle, prêtre assomptionniste


Primera lectura

1S 1,24-28

Ana da gracias por el nacimiento de Samuel.

Lectura del primer libro de Samuel.

EN aquellos días, una vez que Ana hubo destetado a Samuel, lo subió consigo, junto con un novillo de tres años, unos cuarenta y cinco kilos de harina y un odre de vino. Lo llevó a la casa del Señor a Siló y el niño se quedó como siervo.
Inmolaron el novillo y presentaron el niño a Elí. Ella le dijo:
«Perdón, por tu vida, mi señor, yo soy aquella mujer que estuvo aquí en pie ante ti, implorando al Señor. Imploré este niño y el Señor me concedió cuanto le había pedido. Yo, a mi vez, lo cedo al Señor. Quede, pues, cedido al Señor de por vida».
Y se postraron allí ante el Señor.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 1S 2,1.4-5.6-7.8abcd (R. cf. 1a)

R. Mi corazón se regocija en el Señor, mi Salvador.

V. Mi corazón se regocija en el Señor,
mi poder se exalta por Dios.
Mi boca se ríe de mis enemigos,
porque gozo con tu salvación. 
R.

V. Se rompen los arcos de los valientes,
mientras los cobardes se ciñen de valor.
Los hartos se contratan por el pan,
mientras los hambrientos engordan;
la mujer estéril da a luz siete hijos,
mientras la madre de muchos queda baldía. 
R.

V. El Señor da la muerte y la vida,
hunde en el abismo y levanta;
da la pobreza y la riqueza,
humilla y enaltece. 
R.

V. Él levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para hacer que se siente entre príncipes
y que herede un trono de gloria.
 R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Rey de las naciones y Piedra angular de la Iglesia, ven y salva al hombre que formaste del barro de la tierra. R.

 

Evangelio

Lc 1,46-56

El Poderoso ha hecho obras grande en mí.

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, María dijo:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humildad de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia
—como lo había prometido a nuestros padres—
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».
María se quedó con Isabel unos tres meses y volvió a su casa.

Palabra del Señor.

 

1

Hermanos y hermanas, ya estamos en el umbral de la Navidad. La Iglesia, con una pedagogía llena de ternura, nos pone hoy al lado de dos mujeres que saben lo que es esperar, sufrir, ofrecer, cantar… y confiar: Ana y María. Y al escucharlas, no solo aprendemos a prepararnos para el nacimiento de Jesús; también aprendemos a despedir cristianamente a nuestros difuntos: con dolor, sí, pero con una esperanza que no se rompe.

1) Un hijo recibido… y devuelto a Dios

En la primera lectura, Ana llega al templo con su niño. Y lo que hace es desconcertante: ofrece al Señor lo que más ama. Samuel no es un “logro” de Ana; es un don. Por eso ella lo presenta, lo entrega, lo confía.

Aquí hay una clave espiritual muy fuerte para este Adviento: la fe madura cuando dejamos de “poseer” y empezamos a “consagrar”. A veces creemos que la felicidad consiste en tener todo bajo control: personas, planes, salud, futuro. Pero la vida —y más aún el amor— no se controla: se recibe y se ofrece.

Y esto ilumina nuestra oración por los difuntos: cuando alguien amado muere, sentimos que nos lo arrancan. La fe no niega ese dolor; lo atraviesa. Nos enseña a decir, con lágrimas y confianza:
“Señor, me lo diste; Señor, en tus manos lo pongo.”
No es resignación fría: es un acto de amor que confía en el Dios que no pierde a nadie.

2) Dos cantos, una misma certeza: Dios invierte la historia

Luego viene el cántico: “Mi corazón se regocija en el Señor…” (1S 2). Ana proclama que Dios humilla y enaltece, empobrece y enriquece, hace morir y vivir. Es una manera bíblica de decir: Dios no es indiferente. Dios no es espectador. Dios está obrando, aunque a veces parezca lento.

Y el Evangelio nos regala el canto de María: el Magníficat. María no canta desde un trono; canta desde la sencillez de Nazaret. Pero sus palabras tienen “fuego”: Dios derriba poderosos, enaltece humildes, colma de bienes a hambrientos y deja vacíos a los que se creen autosuficientes.

Esto es muy importante para nuestra preparación navideña:
Jesús no nace para confirmar los orgullos del mundo, sino para desarmarlos.
No nace para aplaudir a los instalados, sino para levantar a los pequeños.
No nace para adornar nuestra religiosidad, sino para convertirla.

En el Año Jubilar, esta es una invitación concreta: que nuestra esperanza no sea un optimismo superficial, sino una esperanza comprometida, capaz de ponerse del lado de los que lloran, de los que carecen, de los que no cuentan, de los que están “abajo” en el sistema.

3) La alegría verdadera nace cuando recordamos lo que Dios ha hecho

Fíjense en algo hermoso: tanto Ana como María cantan, no porque “todo esté resuelto”, sino porque Dios ya ha empezado su obra. La alabanza, en ellas, es memoria agradecida: recuerdan que Dios no falla.

Y aquí viene una enseñanza también psicológica y espiritual: cuando el corazón está herido —por duelos, frustraciones, temores— una tentación frecuente es encerrarse en lo que falta, en lo que duele, en lo que no se pudo. La fe no nos prohíbe mirar el dolor; nos enseña a mirarlo con Dios, y a no perder la memoria del bien recibido.

Por eso el Magníficat es medicina para el alma: María “repasa” la historia de Dios con su pueblo y descubre que, aunque haya sombras, hay una fidelidad que sostiene todo.

4) Hoy oramos por los difuntos: Navidad no es ausencia, es promesa

En este 7º día de la Novena, ponemos de modo especial a nuestros difuntos en el corazón de la Eucaristía. ¿Qué nos dicen hoy Ana y María acerca de ellos?

Nos dicen que la vida está en manos de Dios, no en manos del azar.
Nos dicen que lo que parece “final” puede ser, en Dios, paso.
Nos dicen que el Señor tiene una predilección por los humildes… y que muchos de nuestros seres queridos, en su fragilidad, fueron precisamente eso: humildes, necesitados, hambrientos de amor.

Navidad es el Dios que entra en nuestra carne, incluso en la carne doliente, incluso en la carne que muere. Y si el Hijo de Dios ha querido pasar por la muerte y abrirla desde dentro, entonces podemos orar por nuestros difuntos con esperanza real:
no están perdidos; están en camino hacia la plenitud de Dios.

5) Tres compromisos sencillos para hoy

Para aterrizar esta Palabra, propongo tres gestos muy concretos:

1.    Consagrar de nuevo lo que amamos: hijos, familia, proyectos, salud, futuro… decir: “Señor, es tuyo; enséñame a amarlo sin poseerlo”.

2.    Cantar el Magníficat con obras: esta semana, un gesto de misericordia hacia alguien “hambriento” (de pan, de escucha, de perdón, de compañía).

3.    Recordar y nombrar a nuestros difuntos: con gratitud. Encender una vela, rezar un padrenuestro, ofrecer una comunión, y decir: “Señor, tú los conoces por su nombre”.

Conclusión

Hermanos, el Niño que viene no está del lado del orgullo ni de la prepotencia; está del lado del pobre, del pequeño, del que llora, del que espera. Ana lo anunció con su canto; María lo proclamó con el Magníficat. Y nosotros, en este Adviento final, lo creemos y lo celebramos: Dios ya está actuando.

Que esta Eucaristía —en el marco del Jubileo— nos haga peregrinos de esperanza: con los ojos puestos en Belén, el corazón abierto a los humildes, y la oración confiada por nuestros difuntos, hasta el día en que, en Cristo, nos reencontremos en la Casa del Padre. Amén.

 

2

Hermanos y hermanas, hoy la liturgia nos pone en los labios el canto de María: el Magníficat. Y dentro de ese himno hay dos frases que pueden “incomodarnos” un poco:

“Derribó del trono a los poderosos…

y a los ricos los despidió vacíos.”

María se alegra por eso. ¿Por qué alegrarse de que alguien sea “derribado” o quede “vacío”? La clave está en entender de qué poder y de qué riqueza habla el Evangelio.

1) Un Dios que sacude nuestras falsas seguridades

En el lenguaje bíblico, “poderosos” y “ricos” no son, ante todo, los que tienen cargos o dinero, sino los que viven como si no necesitaran a Dios, los autosuficientes, los que se sientan en el “trono” del ego: “yo puedo, yo mando, yo me basto.”
Y eso nos puede pasar a todos: a quien tiene mucho… y también a quien tiene poco, pero se encierra en su orgullo; a quien tiene éxito… y a quien, por heridas o defensas, se protege detrás del control.

Por eso, cuando Dios “derriba”, no lo hace por crueldad, sino por misericordia: nos baja del pedestal para salvarnos de la mentira de creernos dioses. A veces, lo más amoroso que Dios puede permitir es que sintamos el vacío de lo que antes nos sostenía, para que descubramos lo que de verdad sostiene.

2) La trampa de pensar que somos dueños del destino

Alguien comentando este evangelio, lo dice con mucha claridad: sin oración profunda y sin conciencia de Dios, es fácil caer en la idea de que “yo estoy a cargo de mi destino”. Y cuando eso sucede, incluso los dones (talentos, logros, reconocimiento, bienes) se vuelven un veneno: alimentan la ilusión de autosuficiencia.

Adviento es el tiempo en que Dios nos desinstala amorosamente: nos recuerda que no somos dueños de la vida. Y esto también toca un tema delicado que hoy llevamos en el corazón: nuestros difuntos. La muerte nos devuelve, con fuerza, una verdad que preferimos olvidar: todo es don, todo es frágil, todo depende de Dios. La fe no elimina el dolor del duelo, pero lo convierte en oración:
“Señor, tú eres el Dueño de la vida; en tus manos está nuestro ayer y nuestro mañana.”

3) El secreto de la felicidad: hambre de Dios

Aquí llega la gran intuición espiritual: la felicidad no se decide por la etiqueta social (rico/pobre, poderoso/no poderoso, famoso/desconocido). Esas categorías no garantizan nada. La verdadera alegría nace cuando descubrimos a Dios en nuestra pobreza espiritual, en nuestra hambre.

Y por eso encaja tan bien la frase de san Agustín:
“Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti.”

Si el corazón fue creado para Dios, ningún “relleno” basta. Podemos llenar la vida de cosas, de actividad, de ruido, de aplausos… y quedar vacíos. Y también podemos tener una vida sencilla, incluso atravesada por el sufrimiento, y tener una paz “inexplicable” porque Dios es el centro.

4) Ana y María: pobreza, ofrenda y alegría verdadera

La primera lectura nos mostró a Ana, que recibe un hijo y lo devuelve a Dios. Y el salmo responde con el canto de una mujer que sabe que el Señor levanta al humilde. Luego, el Evangelio nos presenta a María, humilde muchacha de Nazaret, sin castillos, sin títulos, sin poder. Humanamente hablando, nadie la hubiera puesto en primera plana. Pero ella es dichosa, no por “tener”, sino por pertenecer; no por controlar, sino por confiar.

Por eso, el Magníficat no es un himno político de revancha, ni una canción de odio a los ricos: es una proclamación de cómo actúa Dios cuando entra en la historia: desbarata el orgullo, desenmascara la autosuficiencia, y alimenta al que reconoce su necesidad.

5) Navidad y difuntos: el hambre más profunda es hambre de eternidad

Hoy, al orar por los difuntos, aparece una pregunta silenciosa: ¿qué es lo que realmente llena la vida? La muerte nos obliga a poner todo en perspectiva. Lo que parecía grande, pasa; lo que parecía seguro, se cae; lo que parecía imprescindible, se relativiza.

Pero aquí está la esperanza cristiana, muy propia del Jubileo: si nuestro corazón tiene hambre de infinito, no es un error de diseño: es una señal. Fuimos hechos para más. Y por eso la Navidad es tan consoladora: Dios no nos deja buscando a tientas; se hace cercano, se hace Niño, se hace Pan de vida para los hambrientos.

En Cristo, la muerte no es un muro definitivo, sino una puerta hacia la plenitud. Por eso podemos decir por nuestros difuntos:
“Señor, colma su hambre con tu Vida; dales descanso en Ti.”

6) Tres preguntas que se vuelven examen de Adviento

Les propongo algunas preguntas que no son para “responder rápido”, sino para orar:

·        ¿En qué área de mi vida estoy sentado en un “trono” de autosuficiencia?

·        ¿Qué riqueza me está dejando vacío: mi prisa, mi necesidad de control, mi imagen, mi resentimiento, mis miedos?

·        ¿Qué hambre profunda me está revelando Dios: hambre de perdón, de paz, de oración, de reconciliación, de eternidad?

Dios no humilla por humillar. Dios “derriba” para levantar; “vacía” para llenar; permite una noche para abrirnos al amanecer.

7) Compromisos concretos para el 7º día de la Novena

1.    Un acto de humildad: hoy, de rodillas ante el Señor (literal o interiormente), decirle: “Te necesito.”

2.    Un gesto de hambre compartida: ayudar a alguien que esté “hambriento” (pan, compañía, escucha, esperanza).

3.    Un gesto por los difuntos: ofrecer una comunión, un rosario, o una obra de misericordia por ellos, pronunciando su nombre con gratitud.

Conclusión

Hermanos, María fue feliz sin castillos, sin poder, sin lujos, porque su alma estaba llena de Dios. Que su Magníficat nos eduque el corazón en este Adviento final: que aprendamos a dejar el trono del ego, a desconfiar de las riquezas vacías y a abrazar la pobreza que nos abre a Dios.

Y mientras caminamos hacia Belén, en este Año Jubilar, llevemos también a nuestros difuntos como “peregrinos” en la oración: que el Señor, que viene a nacer, les conceda la luz, la paz y el descanso eterno. Amén.

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