Santo del día:
San Carlos Borromeo
1538-1584.
«Predicad con vuestro ejemplo
y vuestra moral», recomendaba el célebre arzobispo de Milán,
quien aplicó con celo las decisiones del Concilio de Trento durante veinte
años. Canonizado en 1610.
La búsqueda de Dios
(Lc 14,15-24) ¿Qué
puede ser más frustrante que recibir un rechazo o una muestra de indiferencia
cuando uno arde en deseos de compartir algo esencial?
El señor de la parábola quiere
dar, pero las personas de su primer círculo tienen otras cosas que hacer antes
que recibir lo que él ha preparado para ellas.
Lucas se une aquí a la
meditación de Pablo en la primera lectura de ayer: en Jesús, Dios busca por
todas partes —en Israel y más allá— a quien quiera recibir su amor y su perdón,
un perdón escandaloso.
Jean-Marc Liautaud, Fondacio
Primera lectura
Rom 12, 5-16a
Existimos en
relación con los otros miembros
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.
HERMANOS:
Nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada cual existe
en relación con los otros miembros.
Teniendo dones diferentes, según la gracia que se nos ha dado, deben ejercerse
así: la profecía, de acuerdo con la regla de la fe; el servicio, dedicándose a
servir; el que enseña, aplicándose a la enseñanza; el que exhorta, ocupándose
en la exhortación; el que se dedica a distribuir los bienes, hágalo con
generosidad; el que preside, con solicitud; el que hace obras de misericordia,
con gusto.
Que el amor de ustedes no sea fingido; aborreciendo lo malo, apéguense a lo
bueno.
Ámense cordialmente unos a otros; que cada cual estime a los otros más que a sí
mismo; en la actividad, no sean negligentes; en el espíritu, manténganse
fervorosos, sirviendo constantemente al Señor.
Que la esperanza los tenga alegres; manténganse firmes en la tribulación, sean
asiduos en la oración; compartan las necesidades de los santos; practiquen la
hospitalidad.
Bendigan a los que los persiguen; bendigan, sí, no maldigan.
Alégrense con los que están alegres; lloren con los que lloran.
Tengan la misma consideración y trato unos con otros, sin pretensiones de
grandeza, sino poniéndose al nivel de la gente humilde. No se tengan por sabios.
Palabra de Dios.
Salmo
R. Guarda mi
alma en la paz, junto a ti, Señor.
V. Señor, mi
corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas
que superan mi capacidad. R.
V. Sino que
acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre;
como un niño saciado
así está mi alma dentro de mí. R.
V. Espere
Israel en el Señor
ahora y por siempre. R.
Aclamación
V. Vengan
a mí todos los que están cansados y agobiados —dice el Señor—, y yo los
aliviaré. R.
Evangelio
Sal por los
caminos y senderos, e insísteles hasta que entren y se llene mi casa
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, uno de los comensales dijo a Jesús:
«¡Bienaventurado el que coma en el reino de Dios!».
Jesús le contestó:
«Un hombre daba un gran banquete y convidó a mucha gente; a la hora del
banquete mandó a su criado a avisar a los convidados:
“Vengan, que ya está preparado”.
Pero todos a una empezaron a excusarse.
El primero le dijo:
“He comprado un campo y necesito ir a verlo. Dispénsame, por favor”.
Otro dijo:
“He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas. Dispénsame, por favor”.
Otro dijo:
“Me acabo de casar y, por ello, no puedo ir”.
El criado volvió a contárselo a su señor. Entonces el dueño de casa, indignado,
dijo a su criado:
“Sal aprisa a las plazas y calles de la ciudad y tráete aquí a los pobres, a
los lisiados, a los ciegos y a los cojos”.
El criado dijo:
“Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía queda sitio”.
Entonces el señor dijo al criado:
“Sal por los caminos y senderos, e insísteles hasta que entren y se llene mi
casa.
Y les digo que ninguno de aquellos convidados probará mi banquete”».
Palabra del Señor.
1
1. Introducción: Un banquete al que todos estamos
invitados
En este
marco jubilar, donde el Papa nos llama a ser “peregrinos de la esperanza”,
esta Palabra nos invita a revisar nuestras actitudes comunitarias y nuestra
disponibilidad para participar del banquete de la vida eterna, que ya comienza
aquí, en cada gesto de amor, en cada servicio, en cada Eucaristía.
2. “Espíritu de equipo”: una Iglesia de dones
compartidos
3. “Invitados sorprendidos”: la parábola del banquete
El
Evangelio según san Lucas nos presenta a Jesús en un ambiente cotidiano: una
comida. Allí, ante quienes discutían sobre los primeros lugares, Él revela cómo
es el Reino: una fiesta a la que todos son invitados, pero que no todos
aceptan.
4. San Carlos Borromeo: pastor de unidad y servicio
5. Aplicación actual: comunidad y misión
Este
Evangelio y esta carta nos invitan a revisar dos actitudes esenciales en
nuestra vida cristiana:
El Reino
de Dios es una fiesta abierta: nadie está excluido, pero solo entran los que
se dejan encontrar. En ese banquete hay lugar para los pobres, para los
enfermos, para los que dudan, para los que buscan, para los que un día se
alejaron y hoy desean volver.
6. Conclusión y oración final
Oración
final:
Señor
Jesús,
Tú que has preparado para nosotros el banquete de la vida eterna,
enséñanos a reconocer tu invitación en cada momento del día.
No permitas que las preocupaciones o los intereses del mundo
nos impidan responderte con prontitud y alegría.
Haz de tu Iglesia un cuerpo unido,
donde cada miembro sirva con amor, sin rivalidad ni cansancio.
Que,
guiados por el ejemplo de San Carlos Borromeo,
aprendamos a trabajar en equipo,
a cuidar a los pobres y a los olvidados,
y a vivir siempre como peregrinos de la esperanza.
Tú que
vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
2
1. Introducción: Dios que busca y que invita
Sobre este texto,alguien lo expresó bellamente:
“En
Jesús, Dios busca por todas partes —en Israel y más allá— a quien quiera
recibir su amor y su perdón escandaloso.”
2. Primera lectura (Rm 12,5-16): Vivir como un solo
cuerpo
Pablo
enumera actitudes concretas:
- “Amen con sinceridad”;
- “Sean afectuosos los unos
con los otros”;
- “Contribuyan a las
necesidades de los santos”;
- “Alégrense con los que se
alegran y lloren con los que lloran”.
Pablo no
habla de una comunidad ideal, sino real: diversa, frágil, pero llena de gracia.
Es el mismo “espíritu de equipo” que meditábamos ayer: una Iglesia donde nadie
sobra y todos aportan, y donde cada don —ya sea oración, tiempo,
generosidad o consuelo— edifica el Reino.
3. Salmo 130: El alma serena del que confía
El Salmo
de hoy es una joya de humildad y confianza:
4. Evangelio (Lc 14,15-24): La búsqueda obstinada
del Amor
Este
drama es actual:
- Cuando el trabajo absorbe la
oración,
- Cuando el entretenimiento
desplaza la Eucaristía,
- Cuando los proyectos
personales suplantan el servicio.
5. San Carlos Borromeo: Pastor que buscó y sirvió
6. Intención orante: por familiares, amigos y
benefactores
7. Aplicación pastoral: Dios sigue buscando hoy
8. Conclusión y oración final
Que San
Carlos Borromeo interceda por nosotros para que, como él, sepamos buscar a
Dios sirviendo, perdonando y amando.
Oración final
Señor
Jesús,
Tú que sales a buscarnos por los caminos,
despierta en nosotros el deseo de aceptar tu invitación.
Que no
nos distraigan las riquezas, los proyectos ni el cansancio.
Enséñanos a reconocer tu presencia en los pobres y los humildes,
y a compartir con alegría los dones que Tú nos das.
Bendice,
Señor, a nuestras familias, amigos y benefactores.
Hazlos partícipes de tu mesa y de tu alegría eterna.
Que, en
este Año Jubilar, seamos verdaderos peregrinos de la esperanza,
servidores de tu Reino y constructores de comunión.
Tú que
vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
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4 de noviembre:
San Carlos Borromeo, obispo —
Memoria
1538–1584
Patrono de: huertos de manzanos, obispos,
redactores del catecismo, catequistas, catecúmenos, seminaristas, fabricantes
de almidón y directores espirituales.
Invocado contra: dolores abdominales, cólicos, enfermedades del estómago y
úlceras.
Canonizado por: el Papa Paulo V el 1 de noviembre de 1610.
Cita:
Carísimos hermanos:
Si examinan atentamente lo que está escrito en la Antigua Ley sobre la
excelencia y pureza de los sacerdotes y demás ministros del altar, y sobre la
limpieza exterior del cuerpo, comprenderán con claridad cuán más excelentes y
puros, cuán más libres de toda mancha y defecto, tanto del cuerpo como —más
aún— del alma, deben ser los ministros y sacerdotes de la Ley del Evangelio.
Porque si comparamos el santísimo sacrificio de la
Nueva Ley —el sacrificio del Cordero inmaculado, el sacrificio del Hijo de
nuestro Dios y Señor ofrecido cada día en el altar a Dios Padre por nuestros
pecados— con aquellas víctimas irracionales sacrificadas en el Templo de
Salomón en días determinados, ¿qué otra cosa es sino comparar la sombra con la
realidad, la oscuridad con la luz, la tierra con el cielo, o más aún, los
animales brutos con el Dios de los dioses, nuestro Salvador Jesucristo?
~ San
Carlos Borromeo, a los sacerdotes recién ordenados
Reflexión
Carlos Borromeo nació en el Castillo de Arona,
en el Ducado de Milán, dentro de una familia noble e influyente del norte de
Italia. Su padre era el Conde de Arona, y su madre pertenecía a la
poderosa familia Medici. Carlos fue el segundo de seis hijos. En las
familias nobles de entonces, el primogénito heredaba los títulos y bienes,
mientras que los demás hijos solían encaminarse a la vida eclesiástica,
ocupando cargos como obispos o abades.
Cuando Carlos tenía siete años, comenzó el Concilio
de Trento (1545), convocado para responder a la Reforma protestante y
corregir los abusos dentro de la Iglesia. A los ocho años, su tío materno Juan
Ángel Medici fue nombrado obispo y, tres años después, cardenal. Al cumplir
nueve años, Carlos perdió a su madre; su padre volvió a casarse, y luego de
enviudar, se casó nuevamente. A los doce años, Carlos recibió la tonsura,
paso que lo encaminó oficialmente hacia la vocación eclesiástica.
Al mismo tiempo, otro de sus tíos le concedió el título de abad titular de
los santos Gratiniano y Felino de Arona, cargo honorífico que le
proporcionaba una renta estable. Con esos ingresos fue enviado a Milán para
iniciar sus estudios de humanidades. A los dieciséis ingresó en la Universidad
de Pavía, donde estudió derecho canónico y civil.
En 1558, a los diecinueve años, murió su
padre. Carlos asumió la ardua tarea de ordenar la herencia familiar para que su
hermano mayor pudiera ocupar el título de conde. Al concluir, su hermano
Federico Borromeo asumió el condado, y Carlos regresó a Pavía, donde obtuvo su doctorado
en derecho civil y canónico el 6 de diciembre de 1559.
Poco después, su vida dio un giro inesperado. En
agosto de 1559 murió el Papa Paulo IV, y entre los cardenales electores se
encontraba su tío Juan Ángel Medici, quien fue elegido Papa el día de
Navidad de 1559, tomando el nombre de Pío IV.
El joven Carlos, con apenas 21 años, fue llamado a Roma por su tío, quien lo
nombró cardenal, a pesar de que aún no era sacerdote. En una de las
manifestaciones más claras del nepotismo eclesiástico de la época, el Papa
confió a su sobrino múltiples responsabilidades: Secretario de Estado, administrador
de la arquidiócesis de Milán, administrador de los Estados Pontificios
y legado papal, entre otros cargos.
Durante los siguientes cuatro años, el cardenal
Borromeo trabajó intensamente y con responsabilidad, ganándose el respeto de
muchos. Sin embargo, su verdadero interés estaba en concluir el Concilio de
Trento, que había comenzado cuando él era niño. Convenció a su tío el Papa
para que reanudara las sesiones, y así se celebraron las últimas siete entre
1562 y 1563. Aunque no pudo participar como obispo —pues aún no lo era—,
desempeñó un papel decisivo tras bastidores, gracias a su formación jurídica y
a su influencia en la curia romana.
En noviembre de 1562, una tragedia marcó su
vida: su hermano Federico, el conde de Arona, murió repentinamente sin dejar
descendencia. La familia Borromeo, sin heredero varón, estaba destinada a
desaparecer. Por ello, muchos le suplicaron a Carlos que renunciara a la
vida eclesiástica, regresara al estado laical, se casara y continuara el linaje
familiar. Incluso el propio Papa Pío IV, su tío, lo alentó a hacerlo.
Pero en este momento de crisis, Carlos tomó la
decisión que definiría su vida: consagrarse definitivamente a Dios. En
secreto fue ordenado sacerdote, sin que el Papa lo supiera. Cuando su
tío lo descubrió, aunque al principio se sintió decepcionado, acabó por
respetar su decisión.
Carlos celebró su primera Misa en la solemnidad de la Asunción de María,
en la Basílica de San Pedro, junto al sepulcro de los apóstoles. Tres meses
después fue ordenado obispo en la Capilla Sixtina y, cinco meses más
tarde, fue nombrado arzobispo de Milán, con apenas 25 años.
Reforma pastoral y celo
apostólico
Aunque permaneció un tiempo en Roma, ayudando a
implementar los decretos del Concilio de Trento, su corazón estaba ya en Milán.
Allí encontró una arquidiócesis espiritualmente decaída, sin arzobispo
residente durante casi ochenta años. Muchos sacerdotes estaban mal formados,
los monasterios vivían con laxitud, la liturgia carecía de reverencia y el
pueblo había abandonado en gran parte la práctica de la fe.
Durante diecinueve años, San Carlos se
entregó con celo a una profunda reforma eclesial:
- Fundó
seminarios para la formación integral de los futuros sacerdotes.
- Impulsó
la catequesis de niños, jóvenes y adultos, creando la Cofradía
de la Doctrina Cristiana.
- Promovió
la reverencia litúrgica y la devoción a los sacramentos.
- Reavivó
la vida religiosa y devolvió a los monasterios su espíritu
original.
- Visitó
personalmente todas las parroquias de su vastísima arquidiócesis, incluso
las más lejanas.
- Distribuyó
su fortuna entre los pobres y llevó una vida austera, de oración,
penitencia y servicio.
Durante la peste que asoló Milán, no huyó ni se
escondió, sino que se quedó para asistir a los enfermos, organizando
hospitales y procesiones de penitencia. Caminaba descalzo por las calles
llevando el Santísimo Sacramento para bendecir a los moribundos. Su testimonio
conmovió a toda la ciudad, que redescubrió la fe bajo su guía.
Fruto del Concilio y ejemplo de
santidad
San Carlos Borromeo encarnó el espíritu del
Concilio de Trento. Si en un inicio había sido ejemplo del nepotismo y del
privilegio eclesiástico, su conversión lo transformó en modelo de obispo
santo, reformador y pastor.
Rechazó la comodidad del poder para abrazar el sacrificio del servicio. Donde
antes había nobleza, ahora había humildad; donde hubo lujo, ahora había
oración; donde hubo autoridad, ahora hubo obediencia y caridad.
Su celo pastoral y su amor por Cristo renovaron la
Iglesia de Milán, inspirando a muchas diócesis de Europa. Por eso fue llamado “el
obispo del Concilio de Trento hecho carne”.
Aplicación espiritual
Celebrar a San Carlos Borromeo es reconocer que la reforma
de la Iglesia empieza en el corazón. Cada familia, cada comunidad, cada
creyente está llamado a purificarse, a reencontrarse con su vocación, a revisar
hábitos y prioridades.
La conversión no es solo para los demás: comienza en nosotros. Reformar la
Iglesia exterior sin reformar la interior —la del alma— sería inútil.
Siguiendo su ejemplo, renovemos la fe en nuestras
familias, en nuestros compromisos, en nuestras parroquias.
Seamos, como él, peregrinos de la esperanza: pastores unos de otros,
reformadores de nuestra propia alma, servidores del Evangelio.
Oración
San
Carlos Borromeo, tú naciste en medio del privilegio,
pero al ser ordenado te hiciste pobre de espíritu y siervo de Cristo.
Ruega por nosotros, para que sigamos tu ejemplo de entrega y reforma.
Enséñanos
a trabajar por la renovación de la Iglesia,
comenzando por nuestro propio corazón y por nuestra familia.
Que todo
lo que hagamos sea para la gloria de Dios
y la salvación de las almas.
San
Carlos Borromeo, ruega por nosotros.
Jesús, en ti confío.
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