martes, 8 de julio de 2025

9 de julio del 2025: miércoles de la decimocuarta semana del tiempo ordinario I- Fiesta de Nuestra Señora de Chiquinquirá, Patrona de Colombia


 I

Liturgia del Miércoles de la decimocuarta semana del tiempo ordinario- I

 

Dios se revela en lo cotidiano

Jesús elige y envía a los Doce. Esta elección no fue aleatoria: Él había orado largamente antes de tomar esta decisión. No fue un nombramiento cualquiera: era el inicio de un camino de formación y misión.

Jesús no manda a los suyos solos; los envía de dos en dos, en comunión, en fraternidad. Su misión: proclamar que el Reino de Dios está cerca, sanar, liberar, consolar. Esto no es magia, es fruto de una relación viva con el Maestro, es un signo de que Dios actúa en la historia humana, en lo cotidiano, a través de personas concretas.

El Reino se anuncia con palabras y se vive con gestos. Este envío es también para nosotros hoy. Cada uno de nosotros es llamado, elegido, enviado… no porque seamos perfectos, sino porque Dios quiere tocar el mundo a través de nuestras manos.

Nicolas Tarralle, prêtre assomptionniste




Primera lectura

Lectura del libro del Génesis (41,55-57;42,5-7.17-24a):

En aquellos días, llegó el hambre a todo Egipto, y el pueblo reclamaba pan al Faraón; el Faraón decía a los egipcios: «Dirigíos a José y haced lo que él os diga.»
Cuando el hambre cubrió toda la tierra, José abrió los graneros y repartió raciones a los egipcios, mientras arreciaba el hambre en Egipto. Y de todos los países venían a Egipto a comprarle a José, porque el hambre arreciaba en toda la tierra. Los hijos de Jacob fueron entre otros a comprar grano, pues había hambre en Canaán. José mandaba en el país y distribuía las raciones a todo el mundo. Vinieron, pues, los hermanos de José y se postraron ante él, rostro en tierra.
Al ver a sus hermanos, José los reconoció, pero él no se dio a conocer, sino que les habló duramente: «¿De dónde venís?»
Contestaron: «De tierra de Canaán, a comprar provisiones.»
Y los hizo detener durante tres días.
Al tercer día, les dijo: «Yo temo a Dios, por eso haréis lo siguiente, y salvaréis la vida: si sois gente honrada, uno de vosotros quedará aquí encarcelado, y los demás irán a llevar víveres a vuestras familias hambrientas; después me traeréis a vuestro hermano menor; así probaréis que habéis dicho la verdad y no moriréis.»
Ellos aceptaron, y se decían: «Estamos pagando el delito contra nuestro hermano, cuando le veíamos suplicarnos angustiado y no le hicimos caso; por eso nos sucede esta desgracia.»
Intervino Rubén: «¿No os lo decía yo: "No pequéis contra el muchacho", y no me hicisteis caso? Ahora nos piden cuentas de su sangre.»
Ellos no sabían que José les entendía, pues había usado intérprete. Él se retiró y lloró; después volvió a ellos.

Palabra de Dios

 

 

Salmo

Sal 32,2-3.10-11.18-19

R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti


Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas;
cantadle un cántico nuevo,
acompañando los vítores con bordones. R/.

El Señor deshace los planes de las naciones,
frustra los proyectos de los pueblos;
pero el plan del Señor subsiste por siempre,
los proyectos de su corazón, de edad en edad. R/.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre
R/.

 

 

Lectura del santo evangelio según san Mateo (10,1-7):

En aquel tiempo, Jesús, llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia. Éstos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el Alfeo, y Tadeo; Simón el Celote, y Judas Iscariote, el que lo entregó.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: «No vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en las ciudades de Samaria, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca.»

Palabra del Señor

 

*******


El Señor ve el corazón y lo envía a servir


Queridos hermanos y hermanas:

En este camino del Tiempo Ordinario, el Evangelio de hoy nos saca de lo “ordinario” y nos lanza al corazón mismo de la misión. El capítulo 10 del Evangelio de san Mateo es un punto de inflexión: Jesús llama por su nombre a los Doce, y los envía a continuar su propia obra de sanación, liberación y anuncio del Reino. Es un texto cargado de sentido eclesial y misionero, especialmente en este Año Jubilar que nos llama a ser peregrinos de la esperanza.


4.    Una elección que nace de la oración

Jesús no improvisa. Antes de llamar y enviar, ha orado. Ha contemplado los rostros, ha discernido los corazones. Y llama a personas reales: Pedro, Andrés, Santiago, Juan, Mateo, Tomás… hombres frágiles, algunos impulsivos, otros dudosos, varios sin formación, pero todos con un corazón dispuesto a seguirle.

Este detalle nos llena de consuelo: no se trata de tener grandes talentos o fama, sino de tener disponibilidad. También nosotros, como ellos, somos enviados. No porque seamos los mejores, sino porque Dios cree en nosotros más que nosotros mismos. En este Año Jubilar, la Iglesia nos invita a redescubrir la alegría de nuestra vocación bautismal y misionera, a renovar nuestro sí al Señor que nos llama a vivir para Él y para los demás.


2. Una misión en fraternidad

Jesús los envía “de dos en dos”, como lo relatan los otros evangelios. No solos, sino en comunión. Porque la misión no se sostiene en el esfuerzo individual, sino en la fraternidad y la unidad del Cuerpo de Cristo. ¿Cuánto necesitamos hoy esa comunión profunda entre nosotros?

En un mundo marcado por el individualismo, el egoísmo y la competencia, ser enviados en comunión es un testimonio contracultural. En nuestras parroquias, comunidades, grupos de servicio… la fraternidad es el primer anuncio del Evangelio.


3. Un Reino que se anuncia y se vive

La tarea confiada no es ligera: “Anuncien que el Reino de los cielos está cerca. Sanen, purifiquen, resuciten, expulsen demonios”. Es decir, no basta con hablar del Reino; hay que encarnarlo.

Esto nos recuerda que la fe cristiana no se reduce a doctrinas o rituales, sino que debe manifestarse en gestos concretos: sanar al enfermo, acompañar al que sufre, liberar al oprimido, levantar al caído, consolar al afligido. ¡Cuántas veces lo vemos en nuestras comunidades! Personas que sin grandes títulos, con humildad, llevan consuelo, alimento, escucha, ternura.

Aquí la conexión con la primera lectura es luminosa: José, vendido por sus hermanos, se convierte en instrumento de salvación para todo un pueblo. A pesar del dolor y la injusticia, Dios lo ha preparado para esa misión. Y José no guarda rencor, sino que llora en secreto por sus hermanos, conmovido por el reencuentro. Su corazón ha sido sanado por Dios, y por eso es capaz de perdonar.


4. En el Año Jubilar: enviados a sanar y reconciliar

Queridos hermanos, en este Año Jubilar, se nos recuerda que la Iglesia es misionera por naturaleza, y que cada bautizado es también un enviado. No podemos quedarnos en la comodidad. Jesús sigue llamando, y hoy nos necesita para tocar al mundo con gestos de esperanza.

Desde nuestras parroquias, familias, redes sociales, emisoras como Gusqui Stereo, comunidades pequeñas o grandes, somos enviados como José y los Doce a sanar corazones heridos, a anunciar el Reino con palabras y obras, a construir una Iglesia cercana, compasiva y alegre.


🕊️ Aplicación concreta:

  • ¿Estoy dejando que Jesús me envíe?
  • ¿Qué gestos concretos de compasión puedo realizar hoy?
  • ¿Quién necesita escuchar que el Reino está cerca a través de mí?

 

🙌 Oración final:

Señor Jesús,
Tú que nos llamas por nuestro nombre,
y nos envías con el poder de tu amor,
haz de nosotros mensajeros de tu Reino,
sanadores de corazones rotos,
constructores de comunión y testigos de esperanza.
Que en este Año Jubilar,
no tengamos miedo de decirte:
Aquí estoy, Señor, envíame.
Amén.



**************

II

Fiesta de la Virgen de Chiquinquirá (Patrona de Coloombia)


Comentario inicial

Querida comunidad reunida en el Señor:

Hoy la Iglesia en Colombia se llena de gozo al celebrar la Fiesta de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, Reina y Patrona de nuestra nación. En esta jornada jubilar, elevamos nuestra acción de gracias a Dios por habernos dado a María como Madre, intercesora y guía segura en el camino de la fe. Su imagen restaurada milagrosamente en el humilde lienzo de Chiquinquirá es signo elocuente de una presencia viva y cercana, que acompaña con ternura a su pueblo en medio de las pruebas, las luchas y las esperanzas de cada día.

Las lecturas que hoy escuchamos iluminan el corazón de esta celebración. En la carta a los Efesios, san Pablo nos recuerda que hemos sido elegidos por Dios en Cristo y destinados a alabanza de su gloria. María, la llena de gracia, es la primera entre los elegidos, y su vida entera canta la fidelidad del Señor. El salmo entona un himno de alabanza al Dios que levanta del polvo al pobre, y esa ha sido la experiencia de tantas generaciones que han acudido a la Virgen de Chiquinquirá buscando consuelo, justicia y paz.

En el Evangelio, Jesús nos revela la verdadera grandeza de su Madre: más allá de haberle dado a luz, María es bienaventurada porque escuchó y cumplió la Palabra de Dios. Así también nosotros, hijos e hijas de esta tierra bendecida, somos invitados hoy a escuchar la Palabra, a vivirla con coherencia y a confiar en la intercesión poderosa de la Virgen Santísima.

Que esta Eucaristía, en el marco del Año Jubilar y del camino sinodal que vive la Iglesia, nos impulse a ser testigos de esperanza, constructores de reconciliación y discípulos misioneros, al amparo maternal de Nuestra Señora de Chiquinquirá.


Primera lectura

Ef 1, 3-6. 11-12

Dios nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios.


BENDITO sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en Cristo
con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos.
Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo
para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor.
Él nos ha destinado por medio de Jesucristo,
según el beneplácito de su voluntad,
a ser sus hijos,
para alabanza de la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido en el Amado.
En él hemos heredado también,
los que ya estábamos destinados por decisión
del que lo hace todo según su voluntad,
para que seamos alabanza de su gloria
quienes antes esperábamos en el Mesías.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 112, 1-2. 3-4. 5-6. 7-8 (R.: 2)

R. Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre.

O bien:

R. 
Aleluya.

V. Alaben, siervos del Señor,
alaben el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre. 
R.

V. De la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.
El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos. 
R.

V. ¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que habita en las alturas
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?
 R.

V. Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo.
 R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre las mujeres. R. 

 

Evangelio

Lc 11, 27-28

Bienaventurado el vientre que te llevó

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.


EN aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la gente, una mujer de entre el gentío, levantando la voz, le dijo:
«Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron».
Pero él dijo:
«Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».


Palabra del Señor.



1. María, la elegida para alabanza de la gloria de Dios

La primera lectura, tomada de la carta a los Efesios, nos recuerda con fuerza que hemos sido bendecidos con toda clase de bendiciones espirituales en Cristo. Hemos sido elegidos antes de la creación del mundo para ser santos y vivir en el amor.

Y si hay alguien que ha vivido en plenitud esta elección, es la Virgen María. Ella es la hija predilecta del Padre, la madre del Hijo y la esposa del Espíritu Santo. En María, esta predestinación se cumple de manera luminosa. Ella no vivió para sí misma, sino para Dios y para su pueblo. Toda su existencia fue una entrega confiada, una respuesta fiel, una vida de oración, de escucha y de servicio.

Y hoy, en Chiquinquirá, su imagen —milagrosamente restaurada— nos recuerda que también nosotros podemos ser restaurados, sanados, renovados en el amor de Dios, si nos dejamos moldear por su Palabra y nos abrimos al Espíritu que da vida.


2. María, madre de los pobres y esperanza de los pequeños

El salmo de hoy nos invita a alabar al Señor porque él se inclina desde lo alto para mirar al humilde, para levantar del polvo al desvalido, para sentarlo entre los príncipes de su pueblo.

Así ha obrado Dios en la historia de Colombia. Cuántas veces, en medio de la pobreza, la violencia, el desplazamiento, la injusticia, el narcotráfico, la corrupción o la indiferencia… nuestro pueblo ha elevado una plegaria al cielo, diciendo: “¡Virgen Santísima de Chiquinquirá, ruega por nosotros!”.

Y ella ha estado allí, como en las bodas de Caná, atenta a nuestras necesidades. Ha sido refugio de campesinos, consuelo de madres, fortaleza de enfermos, esperanza de presos, guía de misioneros, y bandera de unidad para esta nación plural y hermosa.

Su imagen en el santuario nacional nos recuerda que Dios no se olvida de los pobres ni abandona a su pueblo. María, como estrella en la noche, nos acompaña en este caminar jubilar, recordándonos que la esperanza no defrauda.


3. María, modelo de discípula misionera

El Evangelio de san Lucas nos presenta una escena aparentemente sencilla: una mujer del pueblo, emocionada al ver a Jesús, exclama: “¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron!” Y Jesús, lejos de rechazar el elogio, lo eleva: “Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”.

Con esta respuesta, Jesús no desmerece a su madre, sino que la exalta aún más. Porque si María es grande, no es solo por haberlo dado a luz, sino por haber acogido la Palabra de Dios en su corazón y haberla vivido con fidelidad.

Esta es la clave de toda auténtica devoción mariana: imitar a María en su fe, en su escucha, en su obediencia, en su vida sencilla y profundamente comprometida.

Celebrar a la Virgen de Chiquinquirá en este tiempo jubilar es también reafirmar nuestro compromiso como discípulos misioneros. Colombia necesita hoy más que nunca cristianos valientes, laicos comprometidos, sacerdotes santos, consagrados entregados, jóvenes soñadores, familias unidas, que vivan con alegría y radicalidad la Palabra del Señor, como lo hizo María.


4. La restauración de la imagen, símbolo de una nación herida y esperanzada

No podemos olvidar el corazón de esta devoción: el milagro de la restauración de la imagen de la Virgen en el lienzo que había sido abandonado, desgastado y olvidado. Lo que era ruina se volvió signo de esperanza. Lo que parecía perdido resplandeció nuevamente.

¿No es eso también un signo para nuestra historia? Colombia necesita ser restaurada por la fe, por el perdón, por la verdad, por la justicia, por la fraternidad. Como María, Colombia debe volver a ser “seno fecundo” de vida y de paz, y no tierra de muerte ni división.

En este Año Jubilar, donde se nos invita a ser Peregrinos de la Esperanza, acudimos a la Virgen para que nos restaure el corazón, para que nos enseñe a caminar juntos, para que sane nuestras heridas colectivas, y para que nos fortalezca en la misión evangelizadora y reconciliadora que nuestro país tanto necesita.


Conclusión: Bajo tu amparo nos acogemos

Queridos hermanos:

Hoy no solo miramos una imagen, sino que reconocemos una presencia. María está con nosotros. Es nuestra madre, nuestra reina, nuestra intercesora y compañera de camino. Bajo su manto se han cobijado generaciones enteras de colombianos y colombianas, y bajo su amparo queremos seguir caminando como Iglesia en salida, como familia reconciliada, como nación que anhela paz con justicia.

Que la Virgen de Chiquinquirá nos tome de la mano, nos enseñe a escuchar y vivir la Palabra, y nos haga luz en medio de las sombras, levadura en medio del mundo, signo de esperanza en tiempos difíciles.


🙏 Oración final

Virgen de Chiquinquirá,
madre tierna y fiel,
intercede por Colombia.
Restaura nuestra fe,
fortalece nuestra esperanza,
enséñanos a amar como tú.
Haznos testigos del Reino,
peregrinos de la esperanza
y artesanos de paz.
Amén.


lunes, 7 de julio de 2025

8 de julio del 2025: martes de la decimocuarta semana del tiempo ordinario- I

 

Otra mirada

(Mateo 9,32-38) La Buena Nueva del Reino proclamada por Jesús abre los ojos y los oídos, pero es rechazada por los fariseos. Admiradas por la curación que han presenciado, las multitudes están desconcertadas por esta hostilidad: quienes deberían guiarlas son ciegos y sordos. Pero Jesús posa sobre ellas una mirada de compasión.

Ayudemos a nuestro mundo desorientado a acoger esa mirada que ofrece a los obreros la alegría de la cosecha.

Nicolas Tarralle, prêtre assomptionniste




Primera lectura

Gn 32,22-32

Te llamarás Israel, porque has luchado con Dios, y has vencido

Lectura del libro del Génesis.

EN aquellos días, todavía de noche, se levantó Jacob, tomó a las dos mujeres, las dos criadas y los once hijos, y cruzó el vado de Yaboc. Después de tomarlos y hacerles pasar el torrente, hizo pasar cuanto poseía.
Y Jacob se quedó solo.
Un hombre luchó con él hasta la aurora. Y viendo que no podía a Jacob, le tocó la articulación del muslo y se la dejó tiesa mientras peleaba con él.
El hombre le dijo:
«Suéltame, que llega la aurora».
Jacob respondió:
«No te soltaré hasta que me bendigas».
Él le preguntó:
«¿Cómo te llamas?».
Contestó:
«Jacob».
Le replicó:
«Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido».
Jacob, a su vez, preguntó:
«Dime tu nombre».
Respondió:
«¿Por qué me preguntas mi nombre?».
Y le bendijo.
Jacob llamó aquel lugar Penuel, pues se dijo:
«He visto a Dios cara a cara y he quedado vivo».
Cuando atravesaba Penuel, salía el sol y él iba cojeando del muslo. Por eso los hijos de Israel hasta hoy no comen el tendón de la articulación del muslo, porque Jacob fue herido en dicho tendón del muslo.


Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 17(16),1.2-3.6-7.8 y 15 (R. 15a) 

R. Yo con mi apelación vengo a tu presencia, Señor.

V. Señor, escucha mi apelación,
atiende a mis clamores,
presta oído a mi súplica,
que en mis labios no hay engaño. 
R.

V. Emane de ti la sentencia,
miren tus ojos la rectitud.
Aunque sondees mi corazón, visitándolo de noche;
aunque me pruebes al fuego,
no encontrarás malicia en mí. 
R.

V. Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío;
inclina el oído y escucha mis palabras.
Muestra las maravillas de tu misericordia,
tú que salvas de los adversarios
a quien se refugia a tu derecha. 
R.

V. Guárdame como a las niñas de tus ojos,
a la sombra de tus alas escóndeme.
Yo con mi apelación vengo a tu presencia,
y al despertar me saciaré de tu semblante. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Yo soy el Buen Pastor - dice el Señor- que conozco a mis ovejas, y las mías me conocen. R.

 

Evangelio

Mt 9,32-38

La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.


EN aquel tiempo, le llevaron a Jesús un endemoniado mudo. Y después de echar al demonio, el mudo habló.
La gente decía admirada:
«Nunca se ha visto en Israel cosa igual».
En cambio, los fariseos decían:
«Este echa los demonios con el poder del jefe de los demonios».
Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia.
Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor».
Entonces dice a sus discípulos:
«La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rueguen, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».


Palabra del Señor.

 


Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

En este martes del tiempo ordinario, la liturgia nos presenta dos escenas de lucha y de victoria que se iluminan mutuamente. La primera ocurre a orillas del río Jaboc, donde Jacob, el patriarca, lucha durante toda la noche con un misterioso personaje. La segunda se sitúa en el camino polvoriento de Galilea, donde Jesús enfrenta la dureza de los corazones fariseos y mira con compasión a las multitudes desorientadas.

Ambas escenas nos interpelan profundamente en este Año Jubilar, en el que se nos invita a ser “Peregrinos de la esperanza”, especialmente en medio de un mundo que sufre, que lucha, y que muchas veces no encuentra quién lo guíe.


I. La lucha de Jacob: rostro a rostro con Dios

En el libro del Génesis, Jacob pasa la noche en una lucha intensa con un ser que se presenta como un adversario, pero que termina revelándose como una teofanía: una manifestación de Dios mismo. La lucha de Jacob representa el combate espiritual que todos debemos librar para crecer en la fe. Es un combate donde, paradójicamente, vencemos cuando somos heridos: “le tocó la articulación del muslo”, dice el texto. Y sin embargo, Jacob no suelta al ángel hasta que le da su bendición.

¿Cuántas veces también nosotros hemos luchado con Dios en la noche de nuestras dudas, en el sufrimiento, en la incomprensión? Y como Jacob, salimos de esas pruebas marcados, heridos, sí, pero también transformados. El cambio de nombre a Israel (“el que lucha con Dios”) indica una nueva identidad, una nueva misión.

Hoy queremos traer a esta Eucaristía a todos los que están luchando: en el cuerpo o en el alma, en su familia o en su vocación. También recordamos con gratitud a nuestros benefactores, aquellos que, muchas veces en silencio, han sostenido nuestra misión con sus luchas, sacrificios y oraciones. Que Dios bendiga su generosidad.


II. Jesús y las multitudes: una mirada que sana

El evangelio de hoy nos muestra a Jesús en medio de su actividad misionera: predica, sana, libera a los oprimidos. Sin embargo, su mayor gesto no es solo curar al mudo endemoniado, sino posar su mirada de compasión sobre las multitudes. Dice el texto: “Al ver a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban fatigadas y abatidas, como ovejas sin pastor” (Mt 9,36).

Este versículo es clave. En medio de la ceguera de los fariseos, que no quieren ver las señales del Reino, Jesús nos muestra cómo mirar al mundo: no con juicio, ni con condena, sino con compasión. Una compasión activa, que lo impulsa a llamar a nuevos obreros para la mies.

¿No es esa la invitación del Jubileo? Mirar al mundo con los ojos de Cristo, con una misericordia que impulsa a actuar. Ante las multitudes desorientadas de hoy —jóvenes sin sentido, familias fragmentadas, pobres sin voz, migrantes sin tierra— el Señor nos dice: “La mies es mucha, y los obreros pocos”.


III. Nuestra misión: ser mirada, voz y manos de compasión

Hoy Jesús sigue necesitando obreros: no solo consagrados, sino laicos comprometidos, benefactores generosos, misioneros en los medios digitales, voluntarios que siembran esperanza donde hay desesperanza. El Jubileo es una oportunidad para reavivar nuestra vocación bautismal.

Y es aquí donde volvemos al mensaje inicial: “Ayudemos a nuestro mundo desorientado a acoger esa mirada que ofrece a los obreros la alegría de la cosecha.” Sí, hermanos, hay una alegría reservada para los que se donan, para los que siembran aunque no vean aún el fruto, para los que confían en medio de la lucha, como Jacob.


IV. Oración por los benefactores: sembradores de esperanza

Queremos orar en esta Misa por todos los benefactores de nuestra comunidad. Aquellos que nos han sostenido material y espiritualmente, y también por quienes ya han partido al encuentro con el Señor. Ellos han sido parte de esta siembra. Muchos de ellos han ayudado sin esperar recompensa, pero el Señor que ve en lo secreto les dará el ciento por uno y la vida eterna.

Bendito sea Dios por cada mano generosa, por cada corazón compasivo.


V. Conclusión: tocar a Dios, mirar como Él mira, actuar como Él actúa

La Palabra de hoy nos invita a luchar como Jacob, a mirar como Jesús, a actuar como obreros del Reino. Que este Año Jubilar nos impulse a renovar nuestra mirada y a ser testigos de una fe que transforma. Como dice el salmo: “Al despertar me saciaré de tu semblante”. Que esa sea nuestra esperanza: despertar un día en su presencia, después de haber luchado, sembrado y amado con todo el corazón.


Oración final:

Señor Jesús,
Tú que miras con compasión a los cansados y agobiados,
haz que también nosotros sepamos mirar así a nuestro prójimo.
Bendice a nuestros benefactores, vivos y difuntos,
y haz que su generosidad siga dando fruto en tu Reino.
En este Año Jubilar, renuévanos en la fe,
y envíanos como obreros a tu mies.

Amén


2


Tema: El celo de Jesús por las almas y su mirada compasiva sobre los abatidos
Intención especial: Oramos por todos nuestros benefactores, vivos y difuntos, en el marco del Año Jubilar.


Queridos hermanos y hermanas:

Hoy la liturgia nos invita a entrar en el corazón compasivo y apasionado de Cristo, el Buen Pastor que no descansa hasta encontrar y sanar al alma herida. A través de las lecturas de este día, descubrimos la fuerza del celo de Dios por cada uno de nosotros y el llamado urgente a ser obreros activos en su mies, especialmente en este Año Jubilar, en el que se nos convoca a ser peregrinos de esperanza en un mundo cansado, fragmentado y muchas veces extraviado.


1. Jesús, incansable peregrino del Reino

El evangelio según san Mateo nos presenta una escena profundamente humana y divina a la vez:

“Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia. Al ver a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban fatigadas y abatidas, como ovejas sin pastor.” (Mt 9,35-36)

Jesús no es un predicador de escritorio. Su celo por las almas lo impulsa a recorrer caminos, tocar heridas, mirar rostros, escuchar silencios. Es un Pastor en movimiento, un Salvador inquieto. No se conforma con atraer multitudes; quiere llegar al corazón de cada persona. A través de sus pasos, revela su urgencia por consolar, guiar y salvar.

Ese celo que movía a Jesús sigue vivo hoy. Él tiene sed de ti, de tu corazón. Su compasión no es abstracta ni genérica; es concreta, personal y ardiente. Él te busca. Él te ve. Él no descansa hasta encontrarte.


2. Fatigados y abatidos: la herida interior de nuestros tiempos

Mateo describe a las multitudes como “fatigadas y abatidas, como ovejas sin pastor”. ¡Qué imagen más actual! Hoy vemos a tantas personas caminando sin dirección, cargadas por preocupaciones, heridas por el rechazo, esclavizadas por el pecado o hundidas en la desesperanza. La soledad se ha vuelto pandemia silenciosa. Muchos buscan sentido, afecto, redención... y no encuentran un rostro que los mire con ternura.

Aquí, hermanos, la mirada de Jesús se convierte en medicina. Él ve más allá de nuestras apariencias. No nos define por nuestras caídas, sino por el amor que sueña para nosotros. Su compasión es activa: toca, sana, perdona, levanta. Él no se aparta del que sufre, sino que se acerca más.


3. Jacob: la lucha del alma que anhela la bendición

La primera lectura del Génesis (32,22-32) nos presenta a Jacob luchando toda la noche con un personaje misterioso, que finalmente resulta ser una manifestación divina. Es la lucha interior de quien no se resigna a seguir adelante sin la bendición de Dios.

Jacob, en su combate, representa a todo creyente que lucha con su pasado, sus miedos, su pecado, su deseo de conversión. Y al final, aunque herido, recibe un nuevo nombre: Israel, el que lucha con Dios. Su herida se convierte en bendición. Su combate, en identidad renovada.

Hoy Jesús también quiere renovar nuestro nombre y nuestra historia. Pero eso implica no huir de nuestras noches oscuras, sino enfrentarlas con fe. Él se deja encontrar en esa lucha: en la oración que duele, en la confesión que libera, en la Eucaristía que fortalece.


4. El celo de Cristo: una invitación personal y eclesial

Hoy se nos recuerda que el celo de Jesús no fue una emoción pasajera, sino una pasión constante. Él recorrió a pie pueblos enteros porque deseaba encontrarse contigo y conmigo. Su compasión era el motor de su misión. Su deseo de salvar arde aún hoy en su corazón eucarístico.

Y este celo es también una llamada. Jesús no quiere salvar solo; quiere obreros para su mies. Él dice: “La mies es mucha y los obreros pocos.” (Mt 9,37). Hoy, más que nunca, el mundo necesita pastores según el corazón de Dios: sacerdotes, consagrados, laicos comprometidos, misioneros digitales, catequistas valientes, benefactores generosos.

En este Jubileo, el Papa nos ha llamado a ser Peregrinos de la Esperanza. Pero esa esperanza no es una idea, es una misión. ¿Quién irá por nosotros? ¿Quién mirará a los abatidos con compasión? ¿Quién les dirá que no están solos?


5. Oración y gratitud por los benefactores: testigos del celo de Dios

Hoy ofrecemos esta Eucaristía por nuestros benefactores, vivos y difuntos. Ellos son signos concretos del amor providente de Dios. Gracias a su generosidad, muchos proyectos pastorales, sociales y espirituales han sido posibles. Son parte de los obreros silenciosos de la mies. Ellos también han sentido el celo de Dios y han respondido con obras.

Que el Señor les recompense con bendiciones abundantes. Que los que ya partieron gocen de la luz eterna, y que los vivos sigan sembrando esperanza.


Conclusión: Jesús te busca… ¡déjate encontrar!

Querido hermano, querida hermana: si hoy te sientes cansado, confundido o abandonado, esta Palabra es para ti. Jesús te busca con celo. Él quiere ser tu Pastor. Quiere hablar a tu corazón, sanar tu herida, y enviarte como testigo de su Reino. No estás solo. No estás sin rumbo. Eres amado con pasión divina.


Oración final:

Señor Jesús, Buen Pastor,
te doy gracias por tu celo incansable,
por tu compasión que no me deja caer.
Tú conoces mis fatigas, mis heridas, mis noches de lucha.
Mírame hoy como miraste a las multitudes.
Sáname, llámame, envíame.
Que no pase este Año Jubilar sin que mi corazón
se renueve en tu gracia.
Bendice a nuestros benefactores,
ellos han sostenido tu misión con generosidad y amor.
Y haz de mí, Señor, un obrero de tu mies.

Amén.

 

 


7 de julio del 2025: lunes de la decimocuarta semana del tiempo ordinario-I

 

Fe contagiosa

(Mateo 9, 18-26) Jesús va en camino con sus discípulos. Se ha levantado movido por la fe de un padre que creía que su hija muerta podía volver a la vida. Una mujer lo toca por detrás. Ella cree que puede ser salvada de su sufrimiento tocando siquiera la franja de su manto. Lo que ocurre en el corazón de uno y de otro es inaccesible para los burlones. Pero su fe es contagiosa, de esa vida que Jesús mismo quiere compartir con todos.

Nicolas Tarralle, prêtre assomptionniste



Primera lectura

Lectura del libro del Génesis (28,10-22a):

En aquellos días, Jacob salió de Berseba en dirección a Jarán. Casualmente llegó a un lugar y se quedó allí a pernoctar, porque ya se había puesto el sol. Cogió de allí mismo una piedra, se la colocó a guisa de almohada y se echó a dormir en aquel lugar. Y tuvo un sueño: Una escalinata apoyada en la tierra con la cima tocaba el cielo. Ángeles de Dios subían y bajaban por ella.
El Señor estaba en pie sobre ella y dijo: «Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abrahán y el Dios de Isaac. La tierra sobre la que estás acostado, te la daré a ti y a tu descendencia. Tu descendencia se multiplicará como el polvo de la tierra, y ocuparás el oriente y el occidente, el norte y el sur; y todas las naciones del mundo se llamarán benditas por causa tuya y de tu descendencia. Yo estoy contigo; yo te guardaré dondequiera que vayas, y te volveré a esta tierra y no te abandonaré hasta que cumpla lo que he prometido.»
Cuando Jacob despertó, dijo: «Realmente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía.»
Y, sobrecogido, añadió: «Qué terrible es este lugar; no es sino la casa de Dios y la puerta del cielo.»
Jacob se levantó de madrugada, tomó la piedra que le había servido de almohada, la levantó como estela y derramó aceite por encima. Y llamó a aquel lugar «Casa de Dios»; antes la ciudad se llamaba Luz.
Jacob hizo un voto, diciendo: «Si Dios está conmigo y me guarda en el camino que estoy haciendo, si me da pan para comer y vestidos para cubrirme, si vuelvo sano y salvo a casa de mi padre, entonces el Señor será mi Dios, y esta piedra que he levantado como estela será una casa de Dios.»


Palabra de Dios

 

 

Salmo

Sal 90,1-2.3-4.14-15ab

R/.
 Dios mío, confío en ti

Tú que habitas al amparo del Altísimo,
que vives a la sombra del Omnipotente,
di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío,
Dios mío, confío en ti.» R/.

Él te librará de la red del cazador,
de la peste funesta.
Te cubrirá con sus plumas,
bajo sus alas te refugiarás. R/.

«Se puso junto a mí: lo libraré;
lo protegeré porque conoce mi nombre,
me invocará y lo escucharé.
Con él estaré en la tribulación.» R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,18-26):

En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se acercó un personaje que se arrodilló ante él y le dijo: «Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza, y vivirá.»
Jesús lo siguió con sus discípulos. Entretanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto, pensando que con sólo tocarle el manto se curaría.
Jesús se volvió y, al verla, le dijo: «¡Animo, hija! Tu fe te ha curado.»
Y en aquel momento quedó curada la mujer.
Jesús llegó a casa del personaje y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo: «¡Fuera! La niña no está muerta, está dormida.»
Se reían de él. Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano, y ella se puso en pie. La noticia se divulgó por toda aquella comarca.


Palabra del Señor

 

1


Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Nos encontramos hoy en la presencia de la Palabra de Dios y del misterio de la vida eterna, animados por la fe que no solo sostiene, sino que transforma, cura y resucita. En este día lunes de la 14ª semana del tiempo ordinario, el Señor nos habla a través de dos escenas profundamente humanas: el sueño de Jacob y el camino de Jesús hacia la casa de un padre que acaba de perder a su hija.

1. Jacob, el peregrino del misterio (Gn 28,10-22a)

La primera lectura nos presenta a Jacob, hijo de Isaac, en camino hacia un destino desconocido. En un lugar desierto, solo y sin amparo, duerme sobre una piedra, y allí Dios le revela una visión gloriosa: una escalera que une el cielo con la tierra, con ángeles que suben y bajan. Al despertar, Jacob exclama: “Verdaderamente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía”. Ese lugar se transforma en Betel, “Casa de Dios”.

Jacob representa a cada uno de nosotros cuando caminamos en medio de la incertidumbre, cuando nos sentimos solos o cuando creemos que Dios está lejos. Pero este pasaje nos recuerda que el cielo nunca está cerrado para quienes peregrinan con fe. Hay una escalera invisible entre nuestro dolor humano y la gloria de Dios. Y en este Año Jubilar, esa escalera es la esperanza que nos lleva a contemplar la misericordia del Señor, también por nuestros hermanos difuntos. Como Jacob, también nosotros podemos despertar y decir: “Dios está aquí, aunque yo no lo veía”.

2. La fe que toca y la fe que levanta (Mt 9,18-26)

El Evangelio nos presenta dos milagros encadenados, dos rostros de la fe que interpelan al corazón. Por un lado, un padre angustiado se acerca a Jesús y le pide con audacia: “Mi hija acaba de morir, pero ven y pon tu mano sobre ella y vivirá”. Por otro lado, una mujer anónima, marginada por su enfermedad, se acerca por detrás y toca con humildad el borde del manto de Jesús.

Ambas acciones —la del padre y la de la mujer— son testimonio de una fe que se atreve a lo imposible. Una fe que es silenciosa, pero profunda. Una fe que no hace alarde, pero que mueve el corazón de Dios. Jesús no se detiene en la muerte ni en la impureza ritual; Él se deja tocar, se deja conmover, se deja interrumpir por quienes confían.

“Su fe es contagiosa, de esa vida que Jesús mismo quiere compartir con todos”. En un mundo marcado por tantas dudas, enfermedades del alma y miedo a la muerte, la fe auténtica se vuelve una chispa que enciende esperanza, una luz que abre camino en medio de la oscuridad.

3. Una palabra para nuestros difuntos

En este contexto, ¿cómo no elevar hoy nuestra oración por los fieles difuntos, especialmente en este Año Jubilar, cuando la Iglesia nos invita a vivir la misericordia de Dios de forma más intensa y concreta?

Queridos hermanos: el mismo Jesús que devuelve la vida a una niña y que sana a una mujer que sufría en secreto, es el Señor de los vivos y de los muertos. Por eso, nuestra oración por los difuntos no es una costumbre vacía, sino un acto de amor, una obra de misericordia que brota de la fe y del vínculo profundo que nos une como miembros de la Iglesia: la Iglesia peregrina en la tierra, la Iglesia purgante en el purgatorio, y la Iglesia gloriosa en el cielo.

Pidamos hoy que nuestros hermanos difuntos, especialmente aquellos que más amamos y que quizá murieron en el silencio, sin sacramentos o con heridas en el alma, sean alcanzados por la misericordia de Cristo que vence la muerte. En cada Eucaristía, en cada oración, en cada indulgencia jubilar ofrecida por ellos, se renueva la escalera de Jacob, y el cielo se abre para derramar gracia y vida sobre quienes nos han precedido en el camino.

4. Conclusión: La fe como herencia viva

La fe del padre que intercede, la fe de la mujer que toca, la fe de Jacob que despierta… esa es la fe que queremos vivir y transmitir. Una fe que no se avergüenza del dolor, pero que no se rinde. Una fe que, incluso en el duelo, sabe esperar, sabe orar y sabe tocar el manto de Cristo.

Que este Año Jubilar nos permita vivir una fe contagiosa, como lo decía el comentario original: una fe que toca corazones, que atraviesa generaciones, que traspasa el umbral de la muerte y que se convierte en fuente de vida eterna para nosotros y para nuestros difuntos.


Oración final por los fieles difuntos

Señor Jesús,
Tú que venciste la muerte y abriste para nosotros las puertas del Cielo,
te encomendamos en este día a todos nuestros hermanos y hermanas difuntos.
Que tu Sangre redentora los purifique,
que tu misericordia los abrace,
y que puedan contemplar tu rostro resucitado en la gloria.

Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Esperanza,
y de todos los santos que nos precedieron en la fe.

Amén.

 

 

2

Queridos hermanos y hermanas:

En esta liturgia del lunes, la Palabra de Dios nos sitúa en el corazón de lo que significa vivir por fe. No una fe superficial, ni emocional, ni simplemente tradicional, sino una fe profunda, humilde y obediente, capaz de mover el corazón de Dios y abrir el cielo sobre nuestras vidas.

1. La escalera de Jacob: de la tierra al cielo

El libro del Génesis nos presenta a Jacob huyendo de su casa, perseguido por la culpa y por su historia. Cae rendido al sueño en medio del desierto. Allí, sin templo ni altar, el cielo se abre sobre una piedra, y Dios le revela que su presencia no está limitada a un lugar sagrado, sino que lo acompaña en el camino. Jacob ve una escalera que une el cielo y la tierra: una imagen poderosa del acceso constante que tenemos a Dios por la fe.

También nosotros, como Jacob, caminamos muchas veces con cargas, miedos y pérdidas. El dolor de la ausencia de nuestros seres queridos, las heridas del pasado, la fragilidad de nuestra salud… Y, sin embargo, el Señor hoy nos dice: “Estoy contigo. No te abandonaré hasta que cumpla lo que he prometido.” Esta promesa es para ti, para mí, y para nuestros difuntos, a quienes encomendamos en este Año Jubilar con esperanza y amor.

2. La mujer del Evangelio: fe que brota del silencio

Pasamos al Evangelio. Dos milagros se entrelazan: el de la hija de Jairo y el de la mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Pero pongamos el foco en ella, en esa mujer que no grita, no exige, no interrumpe, solo se acerca silenciosamente, con humildad y fe.

Ella cree que basta tocar el borde del manto de Jesús para ser curada. Y Jesús, que camina en medio de la multitud, se detiene por ella. La ve. La reconoce. La sana. Y le dice: “¡Ánimo, hija! Tu fe te ha salvado.”

¿Qué ocurrió realmente aquí? No fue un acto mágico. Fue una respuesta a la voz interior de Dios Padre, que le inspiró ese gesto. Jesús no es un curandero. Él es el Hijo que obedece en todo al Padre, y por eso responde a esa fe que viene del mismo Dios. La mujer escuchó la voz suave del Padre en su corazón y obedeció con valentía. Su fe no fue presuntuosa ni supersticiosa, sino obediente y profundamente espiritual.

3. Escuchar y responder: el camino de la sanación

En nuestra vida, ¿no nos parecemos muchas veces a esta mujer? Cargamos heridas antiguas, enfermedades visibles y otras que el alma guarda en silencio. Y quizá, como ella, tenemos miedo de “molestar” al Señor con nuestras súplicas. Pero hoy el Evangelio nos enseña algo vital: cuando Dios inspira un acto de fe, debemos responder. No con discursos, sino con gestos. No con exigencias, sino con humildad.

¿Y qué ocurre entonces? Que la gracia actúa. La sanación llega. El alma se levanta. Y no solo se sana el cuerpo, sino que la persona entera se salva.

4. En el marco del Año Jubilar: orar por nuestros difuntos

Este camino de fe, de escucha y respuesta, también se extiende hacia nuestros hermanos difuntos. Muchas veces no podemos hacer ya nada en lo humano por ellos. Pero sí podemos orar, ofrecer indulgencias, celebrar Eucaristías, tocar el manto de Cristo en nombre de ellos. Porque si la fe mueve montañas, también puede abrir las puertas del Cielo para las almas del purgatorio.

En este Año Jubilar, la Iglesia nos concede la gracia de orar de forma especial por quienes ya partieron. La oración por los difuntos es un acto de fe y amor. Como la mujer del Evangelio, nos acercamos humildemente al Señor, no por méritos, sino confiando en que Él ve el corazón y escucha a quienes aman.


Conclusión: Escucha, cree y actúa

Querido hermano, querida hermana:
¿Qué te está diciendo hoy el Señor en lo profundo del alma?
¿A qué gesto de fe te está llamando?
¿A quién debes llevar en tu oración y en tu corazón al encuentro con Cristo?

No tengas miedo de tocar el manto del Salvador.
No tengas vergüenza de llorar o pedir.
Y no dejes que las voces del mundo silencien la voz del Padre que te llama al consuelo, a la sanación y a la esperanza.

Jesús, en Ti confío.
María, consuelo de los afligidos, ruega por nuestros difuntos.
San José, patrono de la buena muerte, acompáñalos al Paraíso.

Amén.

 

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