miércoles, 17 de septiembre de 2025

18 de septiembre del 2025: jueves de la vigésima cuarta semana del tiempo ordinario-I- Memoria opcional San José de Cupertino

 

Santo del día:

San José de Cupertino

1603-1663.

«Los santos no se hacen en el cielo, se hacen en la tierra», recordaba este asombroso fraile franciscano del sur de Italia, sujeto a numerosos fenómenos místicos.

 

 

Gestos que hablan

(Lc 7,36-50) Jesús se deja tocar por una mujer pecadora. Acepta que esta mujer le derrame perfume sobre los pies y los cubra de besos. Y, sobre todo, estos signos exteriores de un amor titubeante, la modestia de un arrepentimiento, lo conducen a otorgar un perdón incondicional. El Maestro, “manso y humilde de corazón”, reconoce a los suyos no a través de bellos discursos, sino por gestos de total sinceridad, fugaz epifanía del Reino.

Bénédicte de la Croix, cistercienne

 


Primera lectura

1Tm 4,12-16

Cuida de ti mismo y de la enseñanza; y te salvarás a ti mismo y a los que te escuchan

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo.

QUERIDO hermano:
Que nadie te menosprecie por tu juventud; sé, en cambio, un modelo para los fieles en la palabra, la conducta, el amor, la fe, la pureza.
Hasta que yo llegue, centra tu atención en la lectura, la exhortación, la enseñanza.
No descuides el don que hay en ti, que te fue dado por intervención profética con la imposición de manos del presbiterio.
Medita estas cosas y permanece en ellas, para que todos vean cómo progresas.
Cuida de ti mismo y de la enseñanza. Sé constante en estas cosas, pues haciendo esto te salvarás a ti mismo y a los que te escuchan.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 111(110),7-8.9.10 (R. 2a)

R. Grandes son las obras del Señor.

O bien:

R.
 Aleluya.

V. Justicia y verdad son las obras de sus manos,
todos sus preceptos merecen confianza:
son estables para siempre jamás,
se han de cumplir con verdad y rectitud. 
R.

V. Envió la redención a su pueblo,
ratificó para siempre su alianza.
Su nombre es sagrado y temible. 
R.

V. Principio de la sabiduría es el temor del Señor,
tienen buen juicio los que lo practican;
la alabanza del Señor dura por siempre. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados -dice el Señor- y yo los aliviaré. R.

 

Evangelio

Lc 7,36-50

Sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él y, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. En esto, una mujer que había en la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino trayendo un frasco de alabastro lleno de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a
regarle los pies con las lágrimas, se los enjugaba con los cabellos de su cabeza, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo:
«Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que lo está tocando, pues es una pecadora».
Jesús respondió y le dijo:
«Simón, tengo algo que decirte».
Él contestó:
«Dímelo, Maestro».
Jesús le dijo:
«Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le mostrará más amor?».
Respondió Simón y dijo:
«Supongo que aquel a quien le perdonó más».
Le dijo Jesús:
«Has juzgado rectamente».
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón:
«¿Ves a esta mujer? He entrado en tu casa y no me has dado agua para los pies; ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de paz; ella, en cambio, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco».
Y a ella le dijo:
«Han quedado perdonados tus pecados».
Los demás convidados empezaron a decir entre ellos:
«¿Quién es este, que hasta perdona pecados?».
Pero él dijo a la mujer:
«Tu fe te ha salvado, vete en paz».

Palabra del Señor.



1

1.    Este es el núcleo del evangelio de hoy: un gesto sencillo y sincero vale más que mil palabras vacías. Jesús no se fija en la reputación de la mujer, sino en la autenticidad de su corazón. Ella no habla, no se justifica, no discute con los fariseos… solo se acerca con humildad y amor, y recibe el don más grande: el perdón.


2. El evangelio: dos miradas contrapuestas
En la casa de Simón el fariseo se dan dos miradas:

  • La del fariseo, fría, calculadora, centrada en juzgar: “Si este fuera profeta sabría quién es esta mujer…” (Lc 7,39).
  • La de la mujer, cálida, confiada, desbordante en ternura: llora, perfuma, besa, acaricia los pies del Señor.

Jesús confronta ambas actitudes. A Simón le recuerda que no le ofreció agua, beso ni unción; la mujer, en cambio, le ha dado todo desde su pobreza. Y concluye con esas palabras que son bálsamo eterno: “Tus pecados quedan perdonados… tu fe te ha salvado, vete en paz” (Lc 7,48.50).


3. La primera lectura: el núcleo del Evangelio
San Pablo en la primera carta a los Corintios nos recuerda el centro de nuestra fe: Cristo murió por nuestros pecados, resucitó al tercer día y se apareció a muchos testigos (1 Cor 15,3-8).
La mujer pecadora experimenta en carne propia esta Buena Noticia: su historia no termina en el pecado, sino en el abrazo de la misericordia. La Pascua de Cristo abre un horizonte nuevo: todos, absolutamente todos, podemos levantarnos y recomenzar.


4. El salmo responsorial: acción de gracias
El salmo 117 es un canto de alabanza: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”. Eso hace la mujer pecadora: sin decirlo con palabras, ella canta con sus lágrimas la misericordia recibida. Y ese es también nuestro canto jubilar: reconocer que Dios ha sido grande con nosotros, que ha hecho maravillas en nuestra historia, a pesar de nuestras fragilidades.


5. San José de Cupertino: el santo de la humildad y lo esencial
Hoy recordamos a San José de Cupertino, ese fraile franciscano humilde y sencillo, que con frecuencia experimentaba éxtasis y levitaciones en la oración. Su vida nos recuerda que lo esencial no está en la apariencia ni en los discursos complicados, sino en la sencillez del corazón. Él, pobre y limitado, se dejó elevar por el Espíritu hasta tocar la grandeza de Dios. Así también la mujer del evangelio: sin títulos ni estudios, pero con el corazón abierto, se eleva hacia la misericordia.


6. Aplicación pastoral: gestos que evangelizan
En este Año Jubilar, peregrinos de la esperanza, se nos invita a preguntarnos: ¿cuáles son nuestros gestos de amor hacia Cristo y hacia los hermanos?

  • Un catequista que escucha con paciencia a un niño difícil.
  • Una religiosa que visita a los enfermos sin esperar reconocimiento.
  • Un joven que ofrece su tiempo para ayudar en la misión parroquial.
  • Una familia que acoge al migrante, al pobre o al que llega sin nada.

Estos gestos silenciosos son la verdadera evangelización: no convencer con discursos, sino irradiar con la vida.


7. Vocaciones: fruto de la misericordia
Hoy oramos de manera especial por las vocaciones. El llamado al sacerdocio, a la vida consagrada o al laicado comprometido nace siempre de un encuentro de misericordia. Solo quien ha sentido que Cristo le perdonó y le levantó, puede entregarse con alegría y anunciar: “Jesucristo me salvó, y por eso quiero gastarme por los demás”.
Pidamos que muchos jóvenes, al igual que la mujer del evangelio, se acerquen a los pies del Señor y descubran su amor que perdona y envía.


8. Conclusión mariana
Que la Virgen María, humilde esclava del Señor, nos enseñe a acercarnos a Jesús con gestos de amor sincero. Que ella, la madre que guardaba todo en su corazón, interceda por nosotros para que vivamos este Jubileo con gratitud, sencillez y esperanza.


Oración final

Señor Jesús,
Tú que acogiste a la mujer pecadora y la levantaste con ternura,
enséñanos a vivir de tu misericordia y a traducirla en gestos de amor concreto.
Haz de tu Iglesia un hogar de perdón y esperanza,
donde florezcan vocaciones santas y generosas,
para que el mundo crea que Tú eres el Señor,
el que perdona, levanta y salva.

Amén.

 

2

 

1. Introducción: El lenguaje de los gestos

Queridos hermanos y hermanas,
en este tiempo de Jubileo, cuando nos reconocemos peregrinos de la esperanza, la Palabra de Dios nos invita hoy a detenernos en los gestos que nacen del corazón. Vivimos en una cultura donde se habla mucho, donde se multiplican las palabras, pero el Evangelio nos recuerda que son los gestos sinceros, los que brotan de un corazón tocado por la gracia, los que hablan más fuerte y abren la puerta al Reino de Dios.

La mujer del Evangelio no pronuncia discursos teológicos ni recita fórmulas complicadas. Ella se acerca con lágrimas, con perfume, con besos. Y Jesús, que conoce los corazones, reconoce en esos gestos la verdad de un amor que busca redención y de un arrepentimiento que suplica misericordia.


2. El contraste entre Simón y la mujer

En la casa del fariseo Simón, se produce un contraste impresionante.

  • Simón ofrece palabras correctas, una invitación formal, pero sus gestos hacia Jesús son fríos y protocolares: no le ofrece agua para los pies, ni un saludo cordial, ni unción.
  • En cambio, la mujer, considerada pecadora, sin palabras rebuscadas, se entrega con ternura y humildad: lava, unge, besa, llora.

Jesús nos enseña que el amor verdadero se mide por los gestos concretos, no por las apariencias. Aquí comprendemos que la evangelización —obra por la que hoy rezamos especialmente— no se sostiene solo con discursos hermosos, sino con gestos de servicio, de compasión, de entrega silenciosa.


3. La fuerza del perdón

El perdón que Jesús concede a esta mujer es incondicional: “Tus pecados quedan perdonados”. No es un premio a su perfección, sino un reconocimiento a su fe y a su amor. El perdón de Cristo es lo que inaugura una vida nueva.

Esto nos interpela como Iglesia en misión:

  • ¿Nos dejamos nosotros tocar por los gestos de los pecadores arrepentidos?
  • ¿Sabemos abrir espacio a quienes llegan buscando misericordia, aunque no lo hagan “de la manera correcta”?
  • ¿No será que, como Simón, a veces miramos con sospecha a los que se acercan a Jesús de formas diferentes a las nuestras?

El Año Jubilar es ocasión propicia para derribar prejuicios y dejar que la misericordia de Dios renueve la vida de nuestras comunidades.


4. San José de Cupertino: humildad y transparencia

Hoy recordamos también a San José de Cupertino, el “santo volador”, hombre sencillo y limitado en muchas capacidades intelectuales, pero grande en la humildad y en el amor a Dios. Su vida es un ejemplo de cómo los gestos sencillos —la obediencia, la oración, la pobreza vivida con alegría— pueden convertirse en testimonio luminoso del Reino.

En tiempos donde se valora la eficacia, el brillo y la apariencia, San José de Cupertino nos recuerda que la verdadera grandeza está en dejarse amar por Dios y responder con sencillez y verdad. Él mismo, sin discursos sofisticados, evangelizó con su vida y con la transparencia de su corazón.


5. Vocaciones y obra evangelizadora

En esta celebración, ponemos de manera especial en las manos del Señor la obra evangelizadora de la Iglesia y las vocaciones. Necesitamos hombres y mujeres capaces de gestos proféticos y concretos:

  • catequistas que con paciencia acompañen procesos;
  • misioneros que con sacrificio lleven la fe a los rincones más alejados;
  • sacerdotes y religiosas que con ternura ofrezcan misericordia en el confesionario, en el hospital, en la calle;
  • laicos que con su vida cotidiana, con pequeños gestos de servicio y honestidad, proclamen que Cristo está vivo.

La vocación cristiana se mide en el amor vivido y demostrado, no solo en lo proclamado. Por eso, en este Jubileo, recemos con fuerza: “Señor, suscita en tu Iglesia vocaciones santas, misioneras, llenas de gestos concretos de amor”.


6. Conclusión: Peregrinos de la esperanza

Hermanos, el Evangelio de hoy nos invita a mirar nuestros propios gestos:

  • ¿Cómo recibimos a Cristo en nuestra vida?
  • ¿Qué signos concretos damos de nuestra fe en el día a día?
  • ¿Somos capaces de amar como la mujer pecadora, con humildad y sin cálculo?

Pidamos al Señor que nuestras comunidades sean, como ella, testimonio de gestos de amor y perdón, fugaces epifanías del Reino que transforman vidas.

Que la intercesión de San José de Cupertino nos conceda humildad y sencillez; que la Virgen María, Madre de la Misericordia, nos enseñe a vivir la ternura del Evangelio; y que este Año Jubilar nos renueve como peregrinos de la esperanza, portadores de un amor que se expresa en gestos concretos y que abre caminos de vocación y misión.

 

3

 

1. Introducción: Asombro ante el perdón de Dios

Queridos hermanos,

en este Año Jubilar estamos llamados a redescubrir con alegría y asombro la misericordia de Dios, que se renueva cada día en nuestra vida. El Evangelio de hoy nos presenta una escena conmovedora: una mujer pecadora entra sin ser invitada a la casa de un fariseo, y allí, entre miradas de juicio y desprecio, recibe de Jesús unas palabras que transforman su existencia: “Tus pecados quedan perdonados… tu fe te ha salvado, vete en paz” (Lc 7,48-50).

Los presentes se sorprenden y exclaman: “¿Quién es este que hasta perdona los pecados?”. Esa pregunta refleja el asombro de quienes, por primera vez, experimentan que Dios en persona está presente y derrama su misericordia. Este asombro es el que nosotros necesitamos renovar en nuestro corazón: no acostumbrarnos nunca al perdón, no darlo por obvio, sino vivirlo como un milagro siempre nuevo.


2. El contraste de actitudes: Simón y la mujer

En el relato vemos dos actitudes muy distintas:

  • El fariseo Simón, dueño de casa, se muestra correcto, educado, pero distante; su corazón está cerrado, incapaz de reconocer a Jesús como el Señor. Para él, la pecadora es un motivo de escándalo y de juicio.
  • La mujer, en cambio, sin palabras rebuscadas, entra con un corazón contrito. Sus lágrimas, su perfume, su cabello convertido en toalla, expresan un amor humilde y agradecido.

Jesús, que ve más allá de las apariencias, reconoce la fe de esta mujer y la colma de paz. Ella representa a todos los que, tocados por la gracia, se acercan con sencillez a pedir perdón. En este contraste aprendemos que el amor agradecido abre puertas al Reino, mientras que la soberbia cierra los ojos ante la misericordia de Dios.


3. El perdón como don extraordinario

Hermanos, muchos de nosotros crecimos escuchando que Dios perdona. Lo aprendimos en el catecismo, lo celebramos en la confesión, lo proclamamos en la liturgia. Pero, ¡cuidado!: esa familiaridad puede llevarnos a perder la capacidad de asombro.

El Evangelio nos invita hoy a redescubrir el perdón como un don extraordinario, siempre nuevo y sorprendente. Para aquella mujer, el perdón de Jesús fue una novedad radical: toda su vida de pecado quedaba lavada, toda condena borrada, toda herida sanada. Y para quienes estaban en la mesa, aquello fue una revelación: “¿Quién es este que hasta perdona los pecados?”.

En cada confesión, en cada acto de reconciliación, debería brotar en nosotros esa misma exclamación, llena de asombro y gratitud. El perdón no es rutina, es un milagro que hace nuevas todas las cosas.


4. San José de Cupertino: sencillez que acoge la misericordia

Hoy recordamos a San José de Cupertino, patrono de los estudiantes, conocido como el “santo volador” por los éxtasis místicos que lo elevaban en oración. Pero lo que más resalta de él no son sus dones extraordinarios, sino su sencillez y humildad.

Era un hombre limitado en sus capacidades intelectuales, a menudo ridiculizado, pero abierto totalmente a la gracia de Dios. En él se manifestó la misericordia divina que transforma lo débil en testimonio de santidad. Al igual que la mujer del Evangelio, José no se apoyó en méritos humanos, sino en la misericordia gratuita del Señor. Por eso se convirtió en un signo luminoso de lo que Dios puede obrar en quien se deja amar y perdonar.


5. Evangelización y vocaciones: ser testigos del perdón

En este día, pedimos de manera especial por la obra evangelizadora de la Iglesia y por las vocaciones. El mundo necesita ver comunidades cristianas que, como Jesús, anuncien el perdón no solo con palabras, sino con gestos de misericordia.

  • La evangelización se hace creíble cuando el perdón es vivido y compartido.
  • Las vocaciones nacen y crecen en un ambiente donde la misericordia es palpable, donde los jóvenes descubren que seguir a Cristo es vivir bajo la gracia de un Dios que siempre perdona.
  • Todo misionero, todo sacerdote, todo consagrado, todo catequista, es primero un pecador perdonado que anuncia con gratitud lo que ha recibido.

Por eso, la misión de la Iglesia solo florecerá si permanece arraigada en el asombro por el perdón divino. No hay evangelización auténtica sin misericordia vivida y proclamada.


6. Conclusión: Peregrinos de la esperanza en la misericordia

Queridos hermanos,
el Jubileo nos invita a caminar como peregrinos de la esperanza, y la fuente de esa esperanza es la misericordia de Dios. Volvamos hoy a escuchar las palabras que Jesús dijo a la mujer: “Tus pecados quedan perdonados… tu fe te ha salvado, vete en paz”.

Que cada uno de nosotros reciba estas palabras como dirigidas personalmente a su corazón. Y que, renovados por el asombro del perdón, sepamos llevar esta experiencia a los demás, siendo testigos creíbles de la misericordia en la evangelización y en el acompañamiento de nuevas vocaciones.

Encomendémonos a la Virgen María, Madre de la Misericordia, para que nos enseñe a vivir con humildad y gratitud, y a mostrar con nuestra vida la belleza del perdón que salva y da paz. 

martes, 16 de septiembre de 2025

17 de septiembre del 2025: miércoles de la vigésima cuarta semana del tiempo ordinario-I- Memoria opcional de San Roberto Belarmino, obispo y doctor de la Iglesia; Santa Hildegarda de Bingen, virgen y doctora de la Iglesia.

 

Santos del día:

 

1.    San Roberto Belarmino

1542-1621.

«Quien encuentra a Dios lo encuentra todo; quien pierde a Dios lo pierde todo», afirmó este jesuita toscano, uno de los polemistas más brillantes de su tiempo. Doctor de la Iglesia.

 

2.    Santa Hildegarda de Bingen

1098-1179.
Monja benedictina alemana, mística, compositora y escritora. Fue llamada la “Sibila del Rin” por sus visiones y su sabiduría.

Doctora de la Iglesia desde 2012, destacó por su teología luminosa, su amor por la creación y su audacia profética. Enseñó: «La creación es un canto de amor que revela la gloria de Dios».

 

 

Peregrino de esperanza


(1 Timoteo 3,14-16) En estas pocas líneas dirigidas a Timoteo, Pablo nos entrega una síntesis magistral de la Revelación.

En una sola frase, recapitula el camino de Cristo desde su venida en nuestra carne hasta su manifestación en gloria. Traza una bella trayectoria que ilumina la vocación de todo bautizado a la santidad.

En Cristo, peregrinos de esperanza, volvamos alegremente al seno del Padre, nuestra morada de eternidad.

Bénédicte de la Croix, cistercienne

 


Primera lectura

1Tm 3,14-16

Es grande el misterio de la piedad

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo.

QUERIDO hermano:
Aunque espero estar pronto contigo, te escribo estas cosas por si tardo, para que sepas cómo conviene conducirse en la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad.
En verdad es grande el misterio de la piedad,
el cual fue manifestado en la carne,
justificado en el Espíritu,
mostrado a los ángeles,
proclamado en las naciones,
creído en el mundo,
recibido en la gloria. 

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 111(110),1-2.3-4.5-6 (R. 2a)

R. Grandes son las obras del Señor.

O bien: 

R. Aleluya.

V. Doy gracias al Señor de todo corazón,
en compañía de los rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras del Señor,
dignas de estudio para los que las aman. 
R.

V. Esplendor y belleza son su obra,
su justicia dura por siempre.
Ha hecho maravillas memorables,
el Señor es piadoso y clemente. 
R.

V. Él da alimento a los que le temen
recordando siempre su alianza.
Mostró a su pueblo la fuerza de su obrar,
dándoles la heredad de los gentiles. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida; tú tienes palabras de vida eterna. R.

 

Evangelio

Lc 7,31-35

Hemos tocado y no han bailado, hemos entonado lamentaciones, y no han llorado

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, dijo el Señor:
«¿A quién, pues, compararé los hombres de esta generación? ¿A quién son semejantes?
Se asemejan a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros aquello de:
“Hemos tocado la flauta
y no han bailado,
hemos entonado lamentaciones,
y no han llorado”.
Porque vino Juan el Bautista, que ni come pan ni bebe vino, y dicen: “Tiene un demonio”; vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “Miren qué hombre más comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”.
Sin embargo, todos los hijos de la sabiduría le han dado la razón».

Palabra del Señor.

 

1

 

Las palabras de la fe y la indiferencia del corazón

 

Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

1. La fe no es una idea, sino un encuentro

San Pablo, en la primera lectura, nos recuerda que el misterio de nuestra religión no se sostiene en teorías humanas, sino en una persona concreta: Jesucristo, Dios manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, proclamado a las naciones, glorificado en la gloria (1 Tim 3,16). La fe cristiana no es una ideología superior ni un conjunto de normas morales; es el encuentro con Cristo vivo, que nos transforma desde dentro.

Cada generación de creyentes ha tenido que encontrar palabras y gestos para expresar esa fe. Los primeros apóstoles, que habían caminado con Jesús, lo confesaron como Salvador del mundo. Nosotros hoy, en medio de nuestros contextos cambiantes, también estamos llamados a confesarlo, con nuestra voz y con nuestra vida.

2. El Evangelio y la indiferencia de la sociedad

El Evangelio según san Lucas nos coloca ante una queja dolorosa de Jesús: “¿A quién compararé a esta gente? Tocamos la flauta y no bailan; cantamos lamentaciones y no lloran” (Lc 7,32). Es la imagen de un pueblo incapaz de conmoverse, de reaccionar, de dejarse tocar por la novedad de Dios.

En el tiempo de Jesús había apatía y resistencia. Juan el Bautista fue criticado por austero; Jesús, por cercano y amigo de pecadores. Hoy vivimos algo similar: un mundo saturado de distracciones, ruido y superficialidad, donde la gente parece anestesiada ante lo esencial. Ni lo tradicional ni lo moderno parecen bastar para “conmover” los corazones.

Sin embargo, Jesús sigue siendo el signo de contradicción que sorprende: no anuncia un Mesías poderoso según la expectativa popular, sino que se revela en la humildad del servicio, en la misericordia hacia los pequeños y en la amistad con los pecadores. Él nos invita a entrar en una relación viva con Dios que rompe esquemas y nos confronta con nuestra propia indiferencia.

3. La Iglesia, casa abierta en el Año Jubilar

En este Año Jubilar de la Esperanza, el Papa Francisco nos llamó a redescubrir que la Iglesia está llamada a ser una casa abierta, comunidad de acogida, donde cada persona —en especial los más frágiles— pueda encontrarse con Cristo.

Esa casa abierta tiene que conmover al mundo no tanto por discursos, sino por gestos concretos de misericordia. Hoy lo vivimos de manera particular en nuestra intención orante por los enfermos: en sus cuerpos frágiles y en sus corazones cansados, Cristo mismo se hace presente. La Iglesia debe estar ahí, al pie de la cama, en el hospital, en la visita fraterna, en la oración constante, para que los enfermos experimenten que Dios no los olvida.

4. Oración y compromiso

Queridos hermanos, no se trata solo de lamentar la indiferencia de la sociedad. Jesús nos pide dar un paso más: ser testigos que conmueven con su esperanza, que acompañan en el dolor y que celebran la vida. La fe se vuelve creíble cuando se convierte en cercanía, consuelo y ternura hacia quien sufre.

Hoy, como comunidad jubilar, estamos llamados a decirle al mundo que Cristo vive y que su Corazón sigue latiendo en medio de la historia. Los enfermos, los pobres, los cansados, necesitan no palabras vacías, sino un testimonio que los abrace.


Oración final

Señor Dios nuestro:
Haz de tu Iglesia una casa abierta donde todos puedan encontrarse contigo.
Danos un corazón sensible, que sepa llorar con quien llora
y cantar con quien celebra.
Que tu Hijo Jesús continúe en nosotros su lucha contra todo mal,
cambie el sufrimiento en alegría y la muerte en vida nueva.
Y que los enfermos, nuestros hermanos, experimenten en este Año Jubilar
que tu misericordia los sostiene y tu Espíritu los fortalece.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

2

 

Peregrinos de esperanza hacia la casa del Padre

 

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:


1. La síntesis de la fe: un camino de esperanza

San Pablo, en su carta a Timoteo, nos ofrece en muy pocas palabras un resumen grandioso del misterio cristiano: Cristo que se encarna, que muere, que resucita, que es anunciado a los pueblos y glorificado en el cielo. Toda la fe se condensa en este itinerario: de la encarnación a la gloria, del servicio a la victoria, de la cruz a la resurrección.

Este breve himno que escuchamos es como un credo primitivo, un canto de la primera Iglesia que nos recuerda que la fe no es un cúmulo de doctrinas, sino una historia viva que nos incluye.


2. Peregrinos de esperanza

Hoy esta palabra que meditamos nos invita a vernos como peregrinos de esperanza. No somos caminantes sin rumbo ni viajeros sin destino: nuestro punto de llegada es el seno del Padre, nuestra morada eterna. El bautismo nos injertó en Cristo y nos dio un camino de santidad que va de la fragilidad de la carne a la plenitud de la gloria.

La esperanza cristiana no es optimismo ingenuo, sino certeza de que Cristo ya recorrió el camino antes que nosotros. Como dice el Jubileo: somos “peregrinos de la esperanza”, llamados a caminar con alegría en medio de las pruebas, porque sabemos que el destino está asegurado en Dios.


3. En el espejo de los santos: Roberto Belarmino e Hildegarda de Bingen

Hoy la Iglesia nos da como compañeros de camino a dos grandes doctores:

  • San Roberto Belarmino, obispo jesuita, maestro de la teología en tiempos de controversia, que supo defender la fe con claridad y caridad. Fue peregrino de esperanza al mostrar que la inteligencia iluminada por la fe ayuda a los cristianos a permanecer firmes en Cristo.
  • Santa Hildegarda de Bingen, mujer visionaria, profetisa y mística, que vio en la creación entera la música de Dios. Fue peregrina de esperanza porque nos enseñó a mirar el mundo como un canto que nos conduce al Creador, y a vivir la fe con creatividad y audacia.

Ellos, desde caminos distintos, nos muestran que la esperanza no se vive en soledad, sino en comunidad, en la tradición viva de la Iglesia que nos precede y nos acompaña.


4. Actualización: esperanza en un mundo herido

El Evangelio de hoy (Lc 7,31-35) nos recordaba la indiferencia de muchos ante la voz de Dios. También hoy hay apatía, cansancio espiritual, incredulidad. Pero el cristiano no se deja atrapar por el desencanto: como peregrino de esperanza, ve más allá del dolor presente y se compromete con gestos de servicio.

En este día queremos elevar de manera particular nuestra oración por los enfermos: ellos son también peregrinos, cargando con la cruz de la fragilidad, pero llamados a experimentar la fuerza del Espíritu que los sostiene. En ellos Cristo se hace visible, y la comunidad está llamada a acompañarlos con ternura y solidaridad.


5. Oración

Señor Dios nuestro,
que nos diste a tu Hijo como camino de esperanza,
haznos peregrinos que caminan con alegría hacia tu casa eterna.
Que, como Roberto Belarmino, sepamos defender la fe con caridad,
y que, como Hildegarda de Bingen, vivamos creando belleza y armonía en tu Iglesia.
Acompaña especialmente a los enfermos,
para que su dolor se transforme en manantial de esperanza y vida.
Y que todos, guiados por el Corazón de Cristo,
podamos llegar un día al seno del Padre,
morada de eternidad y plenitud.

Amén.

3

 

Un alma bien ordenada para responder a Dios

 

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:


1. El Evangelio y la indiferencia del corazón

Jesús hoy se lamenta: “Tocamos la flauta y no bailaron; entonamos lamentaciones y no lloraron” (Lc 7,32). Esta queja revela la incapacidad de su generación para responder a la voz de Dios. Juan Bautista predicó austeridad, invitando a las lágrimas del arrepentimiento, y fue rechazado. Jesús predicó la alegría de la gracia y la misericordia, y fue criticado como “glotón y borracho”.

También nosotros podemos caer en esa indiferencia espiritual: cuando Dios nos llama a la conversión y no lloramos, o cuando nos invita a la alegría de su perdón y no celebramos. La raíz de esta incapacidad es un corazón desordenado, atrapado en la superficialidad o en el egoísmo.


2. El tiempo oportuno: llorar y reír, sufrir y sanar

El libro del Eclesiastés nos recuerda: “Hay un tiempo para todo: tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de lamentarse y tiempo de danzar” (Ecl 3,4). Un alma bien ordenada sabe reconocer los momentos de Dios.

  • Tiempo de llorar: reconocer el pecado, pedir perdón, acompañar al que sufre.
  • Tiempo de reír y danzar: alegrarse por la misericordia, dar gracias por la vida, celebrar la gracia recibida.

Aquí recordamos de modo especial a los enfermos: ellos viven intensamente el “tiempo de llorar”, con sus dolores, limitaciones y cansancio. Pero en la fe, también son invitados a descubrir que Dios transforma sus lágrimas en esperanza. La Iglesia está llamada a acompañarlos para que su tiempo de prueba se convierta también en tiempo de gracia.


3. Los santos como ejemplo de almas ordenadas

San Roberto Belarmino supo ordenar su vida en medio de debates y controversias, buscando la verdad con firmeza y caridad. Santa Hildegarda de Bingen vivió atenta a los signos de Dios en la creación y transmitió esperanza a los que sufrían. Ambos nos enseñan que un alma bien ordenada sabe responder con equilibrio, fe y compasión.

Así también nosotros, si queremos imitar a Cristo, debemos ordenar nuestra vida para responder con ternura a quienes sufren, especialmente a los enfermos que necesitan una palabra de consuelo, una visita, una oración.


4. Aplicación jubilar: sensibilidad y misericordia

En este Año Jubilar de la Esperanza, el Señor nos pide que nuestra fe no sea indiferente. Una Iglesia con el alma bien ordenada es aquella que sabe llorar con los enfermos y alegrarse con sus consuelos. La pastoral de la salud, la visita a los hospitales, la oración comunitaria por los que sufren, son expresiones concretas de esa sabiduría del corazón.

El discípulo de Cristo debe aprender a reconocer cuándo el Espíritu lo invita a acercarse a un enfermo, a ofrecer una palabra de ánimo, un gesto de ternura o un sacramento de consuelo. Así se cumple la misión de ser peregrinos de esperanza que llevan luz donde parece reinar la oscuridad.


5. Oración final

Señor Jesús,
Tú que tocaste con compasión a los enfermos,
ordena nuestra alma para que sepamos llorar con quienes lloran
y celebrar con quienes gozan.
Que sepamos descubrir en los enfermos tu rostro sufriente,
y acompañarlos con ternura y esperanza en su camino de dolor.
Danos un corazón sensible a tu gracia,
para no ser indiferentes,
sino testigos de tu amor en este Año Jubilar de la Esperanza.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

 

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17 de septiembre:

San Roberto Belarmino, obispo y doctor — Memoria opcional

1542–1621
Patrono de los abogados canonistas, autores de catecismos, catequistas y catecúmenos
Canonizado por el Papa Pío XI en 1930
Declarado Doctor de la Iglesia por el Papa Pío XI en 1931

 


Cita:


«Si busco a mi creador, encuentro sólo a Dios. Si busco la materia de la que me hizo, no encuentro absolutamente nada. De esto se puede concluir que todo lo que hay en mí fue hecho por Dios y pertenece enteramente a Dios. Si pregunto por mi naturaleza, descubro que soy imagen de Dios. Si pregunto por mi fin, hallo a Dios mismo, que es mi bien supremo y total. Por lo tanto, reconoceré que tengo un gran vínculo con Dios, y necesidad de Él, pues solo Él es mi creador, mi hacedor, mi padre, mi modelo, mi felicidad, mi todo. Si entiendo esto, ¿qué puede suceder sino que lo busque ardientemente, que piense en Él, que lo anhele, que desee verlo y abrazarlo? ¿Acaso no debo horrorizarme de la densa oscuridad de mi corazón, que durante tanto tiempo ha considerado, deseado y buscado cosas distintas a Dios, que es mi todo?»


~San Roberto Belarmino, La ascensión de la mente a Dios por la escalera de las cosas creadas


Reflexión

Roberto Belarmino fue el tercero de diez hijos nacidos en una familia noble en el pueblo de Montepulciano, en el Gran Ducado de Toscana (actual Italia), a unos 160 kilómetros al norte de Roma. A pesar de su linaje noble, los padres de Roberto eran materialmente pobres. Cuando nació, su tío Marcello Cervini degli Spannocchi era cardenal; cuando Roberto tenía trece años, este tío fue elegido Papa con el nombre de Marcelo II, pero enfermó rápidamente y murió solo veintidós días después.

De niño, Roberto se distinguió por su inteligencia. Se decía que tenía memoria fotográfica, pues memorizaba rápidamente páginas enteras de libros y poemas, como los de Virgilio en latín. A los dieciocho años ingresó en el noviciado jesuita en Roma, donde brilló. Pocos años después, cuando se le pidió enseñar griego, idioma que no conocía, lo aprendió junto con sus alumnos y en poco tiempo lo dominaba. Sus estudios teológicos lo sumergieron en la escolástica tomista. Estudió en Padua y luego en Lovaina (actual Bélgica), donde fue ordenado sacerdote en 1570, a los veintiocho años.

Recién ordenado, el padre Belarmino fue asignado a enseñar en la Universidad de Lovaina, donde había completado sus estudios de teología. Tras seis años, lo enviaron a enseñar en el Colegio Romano, hoy Pontificia Universidad Gregoriana. Allí se convirtió en director espiritual y confesor del seminarista y futuro santo Luis Gonzaga.

Tanto en Lovaina como en Roma, se ganó el respeto por su brillantez y su predicación. Sus lecciones en Roma dieron origen a un libro en tres volúmenes: De Controversiis, una defensa sistemática de la fe católica frente a la Reforma protestante. En él abordó diecisiete controversias y defendió con poder y elocuencia la doctrina católica. Fue el primer intento católico de responder de forma ordenada y global a los reformadores. Sus temas incluyeron: Escritura y Tradición, Cristo, el Papa y la Iglesia, los sacramentos, el pecado, la gracia, el libre albedrío y las buenas obras. No solo expuso la fe católica, también refutó los errores de Lutero, Calvino, Zwinglio y otros. Su obra se convirtió en el estándar de la apologética católica en Europa.

Además de escribir, enseñar y predicar, fue requerido por los papas para tareas administrativas y diplomáticas. En 1592, a los cincuenta años, fue nombrado rector del Colegio Romano. En 1598 fue creado cardenal y designado Inquisidor, participando como juez en procesos importantes de la Inquisición, como el de Giordano Bruno, quien fue hallado culpable y entregado a la autoridad civil, que lo condenó a muerte.

En 1602, el Papa Clemente VIII lo ordenó obispo y lo nombró arzobispo de Capua. Tres años después, al morir Clemente VIII, Belarmino participó en el cónclave, donde incluso recibió algunos votos. Sin embargo, fueron elegidos sucesivamente León XI (que murió a los 26 días) y Pablo V. Este último ordenó, según el Concilio de Trento, que los obispos residentes en Roma regresaran a sus diócesis; pero pidió a Belarmino que permaneciera en la Curia, a lo cual obedeció. Renunció a su sede y se dedicó como teólogo y consejero principal de la Santa Sede.

Durante los siguientes dieciséis años, Belarmino fue figura central en el Vaticano. Ayudó a implementar el Catecismo de Trento (que él mismo había contribuido a redactar), resolvió divisiones, aclaró posiciones doctrinales y se enfrentó incluso a reyes y gobernantes. En 1616 intervino en el caso de Galileo, a quien consideraba amigo. No lo condenó, pero le transmitió la posición de la Iglesia: mientras la teoría heliocéntrica no estuviera probada científicamente, debía mantenerse la interpretación tradicional de la Escritura. Añadió que si la ciencia llegaba a demostrarlo, la Iglesia debía releer la Escritura a la luz de los nuevos datos. Tras su muerte, la Iglesia fue más lejos y condenó a Galileo, error que reconocería con el tiempo.

En sus últimos años, retirado por enfermedad, escribió hermosas obras espirituales: La ascensión de la mente a Dios por la escalera de las cosas creadas, Las siete palabras en la cruz y El arte de bien morir. También un extenso comentario a los Salmos y varias obras menores.

San Roberto Belarmino fue un hombre de mente brillante, pero lo que lo hizo santo fue que entregó toda su inteligencia y talentos al servicio de Dios. Él convirtió esa ofrenda en frutos inmensos para la Iglesia.


Oración

San Roberto Belarmino,
Dios te usó para su gloria al poner tu mente a su servicio.
Él te hizo articular su verdad de modo sistemático y práctico, fortaleciendo y unificando a la Iglesia.
Ruega por mí, para que siempre ponga mis dones y talentos al servicio de Dios,
y Él los use para cumplir su santa voluntad.
San Roberto Belarmino, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.

 

 

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Santa Hildegarda de Bingen, virgen y doctora de la Iglesia — Memoria opcional

1098–1179
Patrona de los filólogos y esperantistas
Canonizada por el Papa Benedicto XVI en 2012 (canonización equipolente)
Declarada Doctora de la Iglesia por el Papa Benedicto XVI en 2012

 


Cita:
«Y he aquí que Aquel que estaba entronizado sobre aquella montaña clamó con voz fuerte y sonora diciendo: “¡Oh ser humano, polvo frágil de la tierra y ceniza de cenizas! ¡Clama y habla del origen de la salvación pura hasta que sean instruidos aquellos que, aunque ven los contenidos más íntimos de las Escrituras, no quieren transmitirlos ni predicarlos, porque son tibios y perezosos en servir a la justicia de Dios! Ábreles el cerco de los misterios que, tímidos como son, esconden en un campo oculto e infecundo. Estalla en una fuente de abundancia y rebosa de conocimiento místico, hasta que aquellos que ahora te desprecian a causa de la transgresión de Eva se agiten por la inundación de tu riego. Porque tu profundo entendimiento no lo has recibido de los hombres, sino del alto y tremendo Juez supremo, donde esta serenidad brillará con fuerza con luz gloriosa entre los resplandecientes.”»


~Visión de Santa Hildegarda


Reflexión

El feudalismo, caracterizado por relaciones estructuradas en torno a la posesión de tierras a cambio de servicios o trabajo, fue el rasgo definitorio del sistema socioeconómico en Europa entre los siglos IX y XV. Dentro de este sistema, el monarca, príncipes, duques, condes y sus familias —la alta nobleza— eran los principales terratenientes y gobernantes. Por debajo se encontraba la baja nobleza, que solía administrar menos tierras y servía a los grandes nobles como caballeros, barones y señores menores. Según su rango, estos nobles gobernaban sobre reinos, principados y ducados. Fue en medio de este complejo sistema feudal, con su jerarquía intrincada y su mezcla de autoridad secular y eclesiástica, donde nació la santa de hoy.

Santa Hildegarda de Bingen nació de padres de la baja nobleza en el pueblo de Bermersheim vor der Höhe, en el Ducado de Franconia (actual Alemania). Su padre estaba al servicio del conde Esteban II de Sponheim, miembro poderoso de la alta nobleza. Hildegarda, la décima hija de su familia, fue ofrecida a la Iglesia como “diezmo” por sus padres cuando tenía ocho años, como era costumbre en aquella época. Fue entregada al monasterio benedictino de Disibodenberg, a unos 40 km de su pueblo natal, y quedó al cuidado de Jutta von Sponheim, hija del conde Esteban II.

Jutta tenía solo seis años más que Hildegarda. A los catorce años se hizo ermitaña junto al monasterio masculino de Disibodenberg y más tarde fue magistra o abadesa de la rama femenina. A pesar de la fragilidad de Hildegarda en su infancia, Jutta le enseñó a leer latín lo suficiente para rezar los Salmos y el Oficio Divino. También le enseñó el catecismo básico y la guió en la fe, la devoción y la ascesis. Hildegarda aprendió además a tocar el salterio, una forma primitiva de arpa. Como Jutta también era de linaje noble, estaba en una posición única para comprender y acompañar a Hildegarda en su crecimiento. Juntas inspiraron a otras jóvenes nobles a unirse a ellas. En 1112, tras unos siete años con los benedictinos, Hildegarda tomó el velo bajo el obispo Otón de Bamberg a los quince años.

En 1136, la abadesa Jutta murió y Hildegarda, con treinta y ocho años, fue elegida abadesa. Durante los siguientes catorce años la comunidad siguió creciendo bajo su liderazgo. En 1150 trasladó la comunidad a Rupertsberg, cerca de Bingen, y en 1165 fundó un segundo monasterio en Eibingen.

Aunque ingresó en la vida religiosa con una educación limitada, Hildegarda desarrolló un vasto conocimiento en múltiples campos, señal de su gran inteligencia. Pero ella misma decía que su saber provenía de la “sombra de la luz viviente”, es decir, de las visiones místicas que experimentaba desde pequeña. Guardó estas experiencias en silencio hasta llegar a los cuarenta años, cuando ya las había meditado, interiorizado y profundizado. Su verdadero Maestro fue el Espíritu Santo, que le concedió un conocimiento divinamente infundido, iluminando su mente con la verdad y otorgándole comprensión sobrenatural de la Escritura, de la vida, de Dios, del cielo y del infierno, del pecado, de Cristo y de toda la revelación. Su sabiduría abarcaba también las ciencias naturales.

En 1142, a los cuarenta y cuatro años, Hildegarda sintió con fuerza el mandato divino de escribir sus visiones y compartir su conocimiento infundido. El resto de su vida lo dedicó a transcribir lo recibido de esa “luz viviente”. La claridad, especificidad y profundidad de sus escritos muestran que provenían del Espíritu Santo. Su primera obra, concluida en 1151, fue Scivias (“Conoce los caminos”), con veintiséis visiones comentadas que abarcan la creación, la naturaleza de Dios, el cielo y el infierno, los ángeles y demonios, la encarnación, la caída y la redención, la Iglesia, los sacramentos y el fin de los tiempos. Allí ofreció una síntesis grandiosa de la historia de la salvación.

Después de Scivias, Hildegarda escribió durante veintiocho años más, completando dos obras visionarias mayores, además de escritos sobre ciencias naturales, medicina, salud de la mujer, la Regla de San Benito y vidas de santos. Compuso himnos con melodías originales y escribió numerosas cartas a papas, emperadores, abades y abadesas. Sus composiciones, con melodías elevadas y armonías bellas, aún se interpretan hoy.

Aunque vivió en el claustro, fue buscada como consejera por toda la Iglesia. Predicó incluso en plazas y catedrales, algo poco común en mujeres de su tiempo. Sus escritos fueron examinados y aprobados por el Papa Eugenio III y elogiados por San Bernardo de Claraval.

Santa Hildegarda fue reconocida como santa desde su muerte, pero oficialmente canonizada y declarada Doctora de la Iglesia en 2012 por Benedicto XVI. Su sabiduría mística y casi apocalíptica sigue siendo actual para iluminar los misterios de la vida.


Oración

Santa Hildegarda de Bingen,
en tu humildad y sencillez fuiste levantada por Dios
y recibiste un don especial de conocimiento sobrenatural
sobre los misterios más profundos del cielo y de la tierra.
Ruega por mí, para que siempre esté abierto a las verdades
que Dios me revela y use ese conocimiento
como base de mis decisiones en la vida.
Santa Hildegarda de Bingen, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.

 

 

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  Santo del día: San José de Cupertino 1603-1663. «Los santos no se hacen en el cielo, se hacen en la tierra », recordaba este asombr...