Santo del día:
San José de Cupertino
1603-1663.
«Los santos no se hacen en el cielo, se hacen
en la tierra», recordaba este asombroso fraile franciscano
del sur de Italia, sujeto a numerosos fenómenos místicos.
Gestos que hablan
(Lc 7,36-50) Jesús se deja tocar por una mujer pecadora.
Acepta que esta mujer le derrame perfume sobre los pies y los cubra de besos.
Y, sobre todo, estos signos exteriores de un amor titubeante, la modestia de un
arrepentimiento, lo conducen a otorgar un perdón incondicional. El Maestro, “manso
y humilde de corazón”, reconoce a los suyos no a través de bellos
discursos, sino por gestos de total sinceridad, fugaz epifanía del Reino.
Bénédicte de la Croix, cistercienne
Primera lectura
1Tm
4,12-16
Cuida
de ti mismo y de la enseñanza; y te salvarás a ti mismo y a los que te escuchan
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo.
QUERIDO hermano:
Que nadie te menosprecie por tu juventud; sé, en cambio, un modelo para los
fieles en la palabra, la conducta, el amor, la fe, la pureza.
Hasta que yo llegue, centra tu atención en la lectura, la exhortación, la
enseñanza.
No descuides el don que hay en ti, que te fue dado por intervención profética
con la imposición de manos del presbiterio.
Medita estas cosas y permanece en ellas, para que todos vean cómo progresas.
Cuida de ti mismo y de la enseñanza. Sé constante en estas cosas, pues haciendo
esto te salvarás a ti mismo y a los que te escuchan.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
111(110),7-8.9.10 (R. 2a)
R. Grandes son
las obras del Señor.
O
bien:
R. Aleluya.
V. Justicia y
verdad son las obras de sus manos,
todos sus preceptos merecen confianza:
son estables para siempre jamás,
se han de cumplir con verdad y rectitud. R.
V. Envió la
redención a su pueblo,
ratificó para siempre su alianza.
Su nombre es sagrado y temible. R.
V. Principio de la
sabiduría es el temor del Señor,
tienen buen juicio los que lo practican;
la alabanza del Señor dura por siempre. R.
Aclamación
R. Aleluya, aleluya,
aleluya.
V. Vengan a mí todos los
que están cansados y agobiados -dice el Señor- y yo los aliviaré. R.
Evangelio
Lc
7,36-50
Sus
muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él y, entrando
en casa del fariseo, se recostó a la mesa. En esto, una mujer que había en la
ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo,
vino trayendo un frasco de alabastro lleno de perfume y, colocándose detrás
junto a sus pies, llorando, se puso a
regarle los pies con las lágrimas, se los enjugaba con los cabellos de su
cabeza, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el
fariseo que lo había invitado se dijo:
«Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que lo está
tocando, pues es una pecadora».
Jesús respondió y le dijo:
«Simón, tengo algo que decirte».
Él contestó:
«Dímelo, Maestro».
Jesús le dijo:
«Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro
cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le
mostrará más amor?».
Respondió Simón y dijo:
«Supongo que aquel a quien le perdonó más».
Le dijo Jesús:
«Has juzgado rectamente».
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón:
«¿Ves a esta mujer? He entrado en tu casa y no me has dado agua para los pies;
ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado
con sus cabellos. Tú no me diste el beso de paz; ella, en cambio, desde que
entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con
ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo:
sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que
poco se le perdona, ama poco».
Y a ella le dijo:
«Han quedado perdonados tus pecados».
Los demás convidados empezaron a decir entre ellos:
«¿Quién es este, que hasta perdona pecados?».
Pero él dijo a la mujer:
«Tu fe te ha salvado, vete en paz».
Palabra del Señor.
1
1.
Este es
el núcleo del evangelio de hoy: un gesto sencillo y sincero vale más que mil
palabras vacías. Jesús no se fija en la reputación de la mujer, sino en la
autenticidad de su corazón. Ella no habla, no se justifica, no discute con los
fariseos… solo se acerca con humildad y amor, y recibe el don más grande: el
perdón.
2. El evangelio: dos miradas contrapuestas
En la casa de Simón el fariseo se dan dos miradas:
- La
del fariseo, fría, calculadora, centrada en juzgar: “Si este fuera profeta
sabría quién es esta mujer…” (Lc 7,39).
- La
de la mujer, cálida, confiada, desbordante en ternura: llora, perfuma,
besa, acaricia los pies del Señor.
Jesús confronta ambas actitudes. A Simón le
recuerda que no le ofreció agua, beso ni unción; la mujer, en cambio, le ha
dado todo desde su pobreza. Y concluye con esas palabras que son bálsamo
eterno: “Tus pecados quedan perdonados… tu fe te ha salvado, vete en paz”
(Lc 7,48.50).
3. La primera lectura: el núcleo del Evangelio
San Pablo en la primera carta a los Corintios nos recuerda el centro de nuestra
fe: Cristo murió por nuestros pecados, resucitó al tercer día y se apareció
a muchos testigos (1 Cor 15,3-8).
La mujer pecadora experimenta en carne propia esta Buena Noticia: su historia
no termina en el pecado, sino en el abrazo de la misericordia. La Pascua de
Cristo abre un horizonte nuevo: todos, absolutamente todos, podemos levantarnos
y recomenzar.
4. El salmo responsorial: acción de gracias
El salmo 117 es un canto de alabanza: “Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia”. Eso hace la mujer pecadora: sin decirlo
con palabras, ella canta con sus lágrimas la misericordia recibida. Y ese es
también nuestro canto jubilar: reconocer que Dios ha sido grande con nosotros,
que ha hecho maravillas en nuestra historia, a pesar de nuestras fragilidades.
5. San José de Cupertino: el santo de la humildad y
lo esencial
Hoy recordamos a San José de Cupertino, ese fraile franciscano humilde y
sencillo, que con frecuencia experimentaba éxtasis y levitaciones en la
oración. Su vida nos recuerda que lo esencial no está en la apariencia ni en
los discursos complicados, sino en la sencillez del corazón. Él, pobre y
limitado, se dejó elevar por el Espíritu hasta tocar la grandeza de Dios. Así
también la mujer del evangelio: sin títulos ni estudios, pero con el corazón
abierto, se eleva hacia la misericordia.
6. Aplicación pastoral: gestos que evangelizan
En este Año Jubilar, peregrinos de la esperanza, se nos invita a
preguntarnos: ¿cuáles son nuestros gestos de amor hacia Cristo y hacia los
hermanos?
- Un
catequista que escucha con paciencia a un niño difícil.
- Una
religiosa que visita a los enfermos sin esperar reconocimiento.
- Un
joven que ofrece su tiempo para ayudar en la misión parroquial.
- Una
familia que acoge al migrante, al pobre o al que llega sin nada.
Estos gestos silenciosos son la verdadera
evangelización: no convencer con discursos, sino irradiar con la vida.
7. Vocaciones: fruto de la misericordia
Hoy oramos de manera especial por las vocaciones. El llamado al sacerdocio, a
la vida consagrada o al laicado comprometido nace siempre de un encuentro de
misericordia. Solo quien ha sentido que Cristo le perdonó y le levantó, puede
entregarse con alegría y anunciar: “Jesucristo me salvó, y por eso quiero
gastarme por los demás”.
Pidamos que muchos jóvenes, al igual que la mujer del evangelio, se acerquen a
los pies del Señor y descubran su amor que perdona y envía.
8. Conclusión mariana
Que la Virgen María, humilde esclava del Señor, nos enseñe a acercarnos a Jesús
con gestos de amor sincero. Que ella, la madre que guardaba todo en su corazón,
interceda por nosotros para que vivamos este Jubileo con gratitud, sencillez y
esperanza.
Oración final
Señor
Jesús,
Tú que acogiste a la mujer pecadora y la levantaste con ternura,
enséñanos a vivir de tu misericordia y a traducirla en gestos de amor concreto.
Haz de tu Iglesia un hogar de perdón y esperanza,
donde florezcan vocaciones santas y generosas,
para que el mundo crea que Tú eres el Señor,
el que perdona, levanta y salva.
Amén.
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1. Introducción: El lenguaje de los gestos
Queridos hermanos y hermanas,
en este tiempo de Jubileo, cuando nos reconocemos peregrinos de la esperanza,
la Palabra de Dios nos invita hoy a detenernos en los gestos que nacen
del corazón. Vivimos en una cultura donde se habla mucho, donde se multiplican
las palabras, pero el Evangelio nos recuerda que son los gestos sinceros, los
que brotan de un corazón tocado por la gracia, los que hablan más fuerte y
abren la puerta al Reino de Dios.
La mujer del Evangelio no pronuncia discursos
teológicos ni recita fórmulas complicadas. Ella se acerca con lágrimas, con
perfume, con besos. Y Jesús, que conoce los corazones, reconoce en esos gestos
la verdad de un amor que busca redención y de un arrepentimiento que suplica
misericordia.
2. El contraste entre Simón y la
mujer
En la casa del fariseo Simón, se produce un
contraste impresionante.
- Simón
ofrece palabras correctas, una invitación formal, pero sus gestos hacia
Jesús son fríos y protocolares: no le ofrece agua para los pies, ni un
saludo cordial, ni unción.
- En
cambio, la mujer, considerada pecadora, sin palabras rebuscadas, se
entrega con ternura y humildad: lava, unge, besa, llora.
Jesús nos enseña que el amor verdadero se mide
por los gestos concretos, no por las apariencias. Aquí comprendemos que la
evangelización —obra por la que hoy rezamos especialmente— no se sostiene solo
con discursos hermosos, sino con gestos de servicio, de compasión, de entrega
silenciosa.
3. La fuerza del perdón
El perdón que Jesús concede a esta mujer es
incondicional: “Tus pecados quedan perdonados”. No es un premio a su
perfección, sino un reconocimiento a su fe y a su amor. El perdón de Cristo es
lo que inaugura una vida nueva.
Esto nos interpela como Iglesia en misión:
- ¿Nos
dejamos nosotros tocar por los gestos de los pecadores arrepentidos?
- ¿Sabemos
abrir espacio a quienes llegan buscando misericordia, aunque no lo hagan
“de la manera correcta”?
- ¿No
será que, como Simón, a veces miramos con sospecha a los que se acercan a
Jesús de formas diferentes a las nuestras?
El Año Jubilar es ocasión propicia para derribar
prejuicios y dejar que la misericordia de Dios renueve la vida de nuestras
comunidades.
4. San José de Cupertino:
humildad y transparencia
Hoy recordamos también a San José de Cupertino,
el “santo volador”, hombre sencillo y limitado en muchas capacidades
intelectuales, pero grande en la humildad y en el amor a Dios. Su vida es un
ejemplo de cómo los gestos sencillos —la obediencia, la oración, la pobreza
vivida con alegría— pueden convertirse en testimonio luminoso del Reino.
En tiempos donde se valora la eficacia, el brillo y
la apariencia, San José de Cupertino nos recuerda que la verdadera grandeza
está en dejarse amar por Dios y responder con sencillez y verdad. Él mismo,
sin discursos sofisticados, evangelizó con su vida y con la transparencia de su
corazón.
5. Vocaciones y obra
evangelizadora
En esta celebración, ponemos de manera especial en
las manos del Señor la obra evangelizadora de la Iglesia y las vocaciones.
Necesitamos hombres y mujeres capaces de gestos proféticos y concretos:
- catequistas
que con paciencia acompañen procesos;
- misioneros
que con sacrificio lleven la fe a los rincones más alejados;
- sacerdotes
y religiosas que con ternura ofrezcan misericordia en el confesionario, en
el hospital, en la calle;
- laicos
que con su vida cotidiana, con pequeños gestos de servicio y honestidad,
proclamen que Cristo está vivo.
La vocación cristiana se mide en el amor vivido y
demostrado, no solo en lo proclamado. Por eso, en este Jubileo, recemos con
fuerza: “Señor, suscita en tu Iglesia vocaciones santas, misioneras, llenas de
gestos concretos de amor”.
6. Conclusión: Peregrinos de la
esperanza
Hermanos, el Evangelio de hoy nos invita a mirar
nuestros propios gestos:
- ¿Cómo
recibimos a Cristo en nuestra vida?
- ¿Qué
signos concretos damos de nuestra fe en el día a día?
- ¿Somos
capaces de amar como la mujer pecadora, con humildad y sin cálculo?
Pidamos al Señor que nuestras comunidades sean,
como ella, testimonio de gestos de amor y perdón, fugaces epifanías del
Reino que transforman vidas.
Que la intercesión de San José de Cupertino nos
conceda humildad y sencillez; que la Virgen María, Madre de la Misericordia,
nos enseñe a vivir la ternura del Evangelio; y que este Año Jubilar nos renueve
como peregrinos de la esperanza, portadores de un amor que se expresa en
gestos concretos y que abre caminos de vocación y misión.
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1. Introducción: Asombro ante el
perdón de Dios
Queridos hermanos,
en este Año Jubilar estamos llamados a
redescubrir con alegría y asombro la misericordia de Dios, que se renueva cada
día en nuestra vida. El Evangelio de hoy nos presenta una escena conmovedora:
una mujer pecadora entra sin ser invitada a la casa de un fariseo, y allí,
entre miradas de juicio y desprecio, recibe de Jesús unas palabras que
transforman su existencia: “Tus pecados quedan perdonados… tu fe te ha
salvado, vete en paz” (Lc 7,48-50).
Los presentes se sorprenden y exclaman: “¿Quién es
este que hasta perdona los pecados?”. Esa pregunta refleja el asombro de
quienes, por primera vez, experimentan que Dios en persona está presente y
derrama su misericordia. Este asombro es el que nosotros necesitamos renovar en
nuestro corazón: no acostumbrarnos nunca al perdón, no darlo por obvio, sino
vivirlo como un milagro siempre nuevo.
2. El contraste de actitudes:
Simón y la mujer
En el relato vemos dos actitudes muy distintas:
- El
fariseo Simón, dueño de casa, se muestra correcto, educado, pero distante;
su corazón está cerrado, incapaz de reconocer a Jesús como el Señor. Para
él, la pecadora es un motivo de escándalo y de juicio.
- La
mujer, en cambio, sin palabras rebuscadas, entra con un corazón contrito.
Sus lágrimas, su perfume, su cabello convertido en toalla, expresan un
amor humilde y agradecido.
Jesús, que ve más allá de las apariencias, reconoce
la fe de esta mujer y la colma de paz. Ella representa a todos los que, tocados
por la gracia, se acercan con sencillez a pedir perdón. En este contraste
aprendemos que el amor agradecido abre puertas al Reino, mientras que la
soberbia cierra los ojos ante la misericordia de Dios.
3. El perdón como don
extraordinario
Hermanos, muchos de nosotros crecimos escuchando
que Dios perdona. Lo aprendimos en el catecismo, lo celebramos en la confesión,
lo proclamamos en la liturgia. Pero, ¡cuidado!: esa familiaridad puede
llevarnos a perder la capacidad de asombro.
El Evangelio nos invita hoy a redescubrir el
perdón como un don extraordinario, siempre nuevo y sorprendente. Para
aquella mujer, el perdón de Jesús fue una novedad radical: toda su vida de
pecado quedaba lavada, toda condena borrada, toda herida sanada. Y para quienes
estaban en la mesa, aquello fue una revelación: “¿Quién es este que hasta
perdona los pecados?”.
En cada confesión, en cada acto de reconciliación,
debería brotar en nosotros esa misma exclamación, llena de asombro y gratitud.
El perdón no es rutina, es un milagro que hace nuevas todas las cosas.
4. San José de Cupertino:
sencillez que acoge la misericordia
Hoy recordamos a San José de Cupertino,
patrono de los estudiantes, conocido como el “santo volador” por los éxtasis
místicos que lo elevaban en oración. Pero lo que más resalta de él no son sus
dones extraordinarios, sino su sencillez y humildad.
Era un hombre limitado en sus capacidades
intelectuales, a menudo ridiculizado, pero abierto totalmente a la gracia de
Dios. En él se manifestó la misericordia divina que transforma lo débil en
testimonio de santidad. Al igual que la mujer del Evangelio, José no se apoyó
en méritos humanos, sino en la misericordia gratuita del Señor. Por eso se
convirtió en un signo luminoso de lo que Dios puede obrar en quien se deja amar
y perdonar.
5. Evangelización y vocaciones:
ser testigos del perdón
En este día, pedimos de manera especial por la obra
evangelizadora de la Iglesia y por las vocaciones. El mundo necesita ver
comunidades cristianas que, como Jesús, anuncien el perdón no solo con
palabras, sino con gestos de misericordia.
- La
evangelización se hace creíble cuando el perdón es vivido y compartido.
- Las
vocaciones nacen y crecen en un ambiente donde la misericordia es
palpable, donde los jóvenes descubren que seguir a Cristo es vivir bajo la
gracia de un Dios que siempre perdona.
- Todo
misionero, todo sacerdote, todo consagrado, todo catequista, es primero un
pecador perdonado que anuncia con gratitud lo que ha recibido.
Por eso, la misión de la Iglesia solo florecerá si
permanece arraigada en el asombro por el perdón divino. No hay
evangelización auténtica sin misericordia vivida y proclamada.
6. Conclusión: Peregrinos de la
esperanza en la misericordia
Queridos hermanos,
el Jubileo nos invita a caminar como peregrinos de la esperanza, y la
fuente de esa esperanza es la misericordia de Dios. Volvamos hoy a escuchar las
palabras que Jesús dijo a la mujer: “Tus pecados quedan perdonados… tu fe te
ha salvado, vete en paz”.
Que cada uno de nosotros reciba estas palabras como
dirigidas personalmente a su corazón. Y que, renovados por el asombro del
perdón, sepamos llevar esta experiencia a los demás, siendo testigos
creíbles de la misericordia en la evangelización y en el acompañamiento de
nuevas vocaciones.
Encomendémonos a la Virgen María, Madre de la
Misericordia, para que nos enseñe a vivir con humildad y gratitud, y a mostrar
con nuestra vida la belleza del perdón que salva y da paz.