Nuestro trabajo cotidiano
(Lucas 19, 11-28) Dios
nos confía talentos para que los hagamos crecer, no para enterrarlos por miedo
o por falta de confianza. De hecho, la fe nos impulsa a atrevernos, a
arriesgar, a actuar. Aunque sean pequeños, nuestros gestos dan fruto cuando los
ofrecemos con amor. Rehusar actuar es olvidar que Dios cree en nosotros.
Trabajemos con fe y perseverancia: el Reino también crece gracias a nuestros
esfuerzos cotidianos.
Jean-Paul Musangania, prêtre assomptionniste
Primera lectura
2
Mac 7, 1. 20-31
El
Creador del universo les devolverá el aliento y la vida
Lectura del segundo libro de los Macabeos.
EN aquellos días, arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo
azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida
por la ley.
En extremo admirable y digna de recuerdo fue la madre, quien, viendo morir a
sus siete hijos en el espacio de un día, lo soportó con entereza, esperando en
el Señor. Con noble actitud, uniendo un temple viril a la ternura femenina, fue
animando a cada uno y les decía en su lengua patria:
«Yo no sé cómo aparecieron en mi seno: yo no les regalé el aliento ni la vida,
ni organicé los elementos de su organismo. Fue el Creador del universo, quien
modela la raza humana y determina el origen de todo. Él, por su misericordia,
les devolverá el aliento y la vida, si ahora se sacrifican por su ley».
Antíoco creyó que la mujer lo despreciaba, y sospechó que lo estaba insultando.
Todavía quedaba el más pequeño, y el rey intentaba persuadirlo; más aún, le juraba
que si renegaba de sus tradiciones lo haría rico y feliz, lo tendría por Amigo
y le daría algún cargo.
Pero como el muchacho no le hacía el menor caso, el rey llamó a la madre y le
rogaba que aconsejase al chiquillo para su bien.
Tanto le insistió, que la madre accedió a persuadir al hijo: se inclinó hacia
él y, riéndose del cruel tirano, habló así en su idioma patrio:
«¡Hijo mío, ten piedad de mí, que te llevé nueve meses en el seno, te amamanté
y te crié durante tres años, y te he alimentado hasta que te has hecho mozo!
Hijo mío, te lo suplico, mira el cielo y la tierra, fíjate en todo lo que
contienen, y ten presente que Dios lo creó todo de la nada, y el mismo origen
tiene el género humano. No temas a ese verdugo; mantente a la altura de tus
hermanos y acepta la muerte. Así, por la misericordia de Dios, te recobraré
junto con ellos».
Estaba todavía hablando, cuando el muchacho dijo:
«¿Qué esperan? No obedezco el mandato del rey; obedezco el mandato de la ley
dada a nuestros padres por medio de Moisés. Pero tú, que eres el causante de
todas las desgracias de los hebreos, no escaparás de las manos de Dios».
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
16, 1bcde. 5-6. 8 y 15 (R.: 15b)
R. Al despertar me
saciaré de tu semblante, Señor.
V. Señor, escucha mi
apelación,
atiende a mis clamores,
presta oído a mi súplica,
que en mis labios no hay engaño. R.
V. Mis pies estuvieron
firmes en tus caminos,
y no vacilaron mis pasos.
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío;
inclina el oído y escucha mis palabras. R.
V. Guárdame como a las
niñas de tus ojos,
a la sombra de tus alas escóndeme.
Yo con mi apelación vengo a tu presencia,
y al despertar me saciaré de tu semblante. R.
Aclamación
R. Aleluya, aleluya,
aleluya.
V. Yo los he elegido del
mundo -dice el Señor- para que vayan y den fruto, y su fruto permanezca. R.
Evangelio
Lc
19, 11-28
¿Por
qué no pusiste mi dinero en el banco?
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, Jesús dijo una parábola, porque estaba cerca de Jerusalén y
ellos pensaban que el reino de Dios iba a manifestarse enseguida.
Dijo, pues:
«Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey,
y volver después.
Llamó a diez siervos suyos y les repartió diez minas de oro, diciéndoles:
“Negocien mientras vuelvo”.
Pero sus conciudadanos lo aborrecían y enviaron tras de él una embajada
diciendo:
“No queremos que este llegue a reinar sobre nosotros”.
Cuando regresó de conseguir el título real, mandó llamar a su presencia a los
siervos a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado
cada uno.
El primero se presentó y dijo:
“Señor, tu mina ha producido diez”.
Él le dijo:
“Muy bien, siervo bueno; ya que has sido fiel en lo pequeño, recibe el gobierno
de diez ciudades”.
El segundo llegó y dijo:
“Tu mina, señor, ha rendido cinco”.
A ese le dijo también:
“Pues toma tú el mando de cinco ciudades”.
El otro llegó y dijo:
“Señor, aquí está tu mina; la he tenido guardada en un pañuelo, porque tenía
miedo, pues eres un hombre exigente que retiras lo que no has depositado y
siegas lo que no has sembrado”.
Él le dijo:
“Por tu boca te juzgo, siervo malo. ¿Conque sabías que soy exigente, que retiro
lo que no he depositado y siego lo que no he sembrado? Pues ¿por qué no pusiste
mi dinero en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses”.
Entonces dijo a los presentes:
“Quítenle a este la mina y dénsela al que tiene diez minas”.
Le dijeron:
“Señor, ya tiene diez minas”.
“Les digo: al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo
que tiene. Y en cuanto a esos enemigos míos, que no querían que llegase a
reinar sobre ellos, tráiganlos acá y degüellenlos en mi presencia”».
Dicho esto, caminaba delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén.
Palabra del Señor.
1
Queridos
hermanos:
Hoy la
Palabra de Dios nos coloca frente a un espejo que revela la calidad de nuestro
corazón y la hondura de nuestra fe. A pocos días de cerrar el año litúrgico, la
Iglesia nos invita a mirar hacia atrás con gratitud, hacia adelante con
esperanza y hacia dentro con sinceridad. En el marco del Año Jubilar, la
Palabra se vuelve un llamado a la valentía, a la fidelidad y a ese
“renacimiento interior” que sólo surge cuando volvemos al Señor con confianza
filial. Y en esta Eucaristía, unimos todo este camino a una intención que toca
lo más humano de nuestra vida: orar por los enfermos, por quienes sufren
en el alma y en el cuerpo, por quienes luchan silenciosamente y necesitan
experimentar la cercanía del Dios que sana y consuela.
1. Eleazar, la madre y sus hijos: el libro de los
mártires de Israel
El Segundo
Libro de los Macabeos, que escuchamos hoy, es un libro escrito en medio del
dolor y la resistencia. No es una continuación histórica del primero, sino una
lectura más profunda, más espiritual, de los mismos acontecimientos: la
persecución de Israel por parte del imperio seléucida, los intentos de borrar
la identidad religiosa del pueblo, y la valentía de hombres y mujeres que, aun
en medio de la tortura, no cedieron su fidelidad al Dios de la Alianza.
El
capítulo que hoy nos presenta la liturgia nos muestra la figura heroica de
la madre y sus siete hijos, animados por el ejemplo previo de Eleazar,
aquel anciano íntegro que prefirió morir antes que traicionar la Ley del Señor.
En un tiempo donde muchos negociaban su fe por comodidad o miedo, Eleazar se
convirtió en la “memoria viva” que alimentó el coraje de los más jóvenes.
Y aquí
aparece algo hermoso:
La fidelidad es contagiosa. El testimonio provoca nuevos testimonios. La fe
valiente despierta fe valiente.
La madre,
en medio del horror, anima a sus hijos a no renegar del Señor. No lo hace desde
la dureza, sino desde la convicción profunda de que la vida verdadera está
en Dios, de que morir por la fe no es perder, sino completar el
camino de la esperanza.
En este
Año Jubilar, donde tantas veces hablamos de “Peregrinos de la Esperanza”, esta
escena ilumina una verdad poderosa:
La esperanza cristiana no es ilusión barata; es fidelidad hasta el extremo.
2. Fe y enfermedad: un mismo combate interior
En este
momento quiero detenerme un poco en nuestra intención orante por los
enfermos.
Los
Macabeos enfrentan una persecución externa; nuestros enfermos viven una
persecución interna: dolor, fragilidad, incertidumbre, cansancio. Muchos
sienten que su cuerpo se convierte en un lugar de batalla. Otros sienten que la
soledad pesa más que la enfermedad misma.
Pero la
fe que sostiene a la madre y a sus hijos es la misma fe que sostiene al enfermo
que hoy ofrece su sufrimiento en silencio, al que lucha contra un diagnóstico
difícil, al que espera con paciencia un tratamiento, al que se siente
desgastado por el dolor.
El
enfermo, como los Macabeos, es un testigo.
Testigo de que el cuerpo puede debilitarse, pero la fe puede fortalecerse.
Testigo de que la enfermedad no tiene la última palabra.
Testigo de que la vida humana, incluso en la fragilidad, sigue siendo sagrada y
fecunda.
En ellos,
en cada uno de ellos, late una verdad bíblica:
“Mi gracia te basta; en tu debilidad se manifiesta mi poder” (2 Cor
12,9).
3. El Evangelio: “Ahora te toca a ti”
El
Evangelio de hoy —la parábola de los talentos— no podría ser más oportuno.
Jesús se acerca a Jerusalén y el Reino de Dios está a las puertas. Pero Jesús
deja algo claro: el Reino no aparece sin nuestra participación. Dios
confía en nosotros. Dios apuesta por nosotros. Dios nos da talentos,
capacidades, oportunidades… y nos invita a hacerlos fructificar.
Es como
si Jesús nos dijera:
“Ahora te
toca a ti. Es tu turno.”
Así como
en los juegos de mesa uno espera pacientemente su turno para lanzar el dado,
mover la ficha o tomar una decisión decisiva, así también en la vida cristiana
Dios nos dice:
“Esta es tu jugada. Este es tu momento.”
Pero aquí
emerge un obstáculo que el Evangelio denuncia con fuerza:
el miedo.
El miedo
del tercer siervo es el miedo de muchos cristianos hoy.
Miedo a fallar.
Miedo a intentar.
Miedo a comprometerse.
Miedo a arriesgar.
Miedo a servir.
Miedo a salir de lo cómodo.
Ese
miedo, cuando se instala en el corazón, es como una enfermedad espiritual:
paraliza, oscurece, apaga la iniciativa y nos hace perder la alegría del
Evangelio.
¿Cuántos
talentos enterramos por miedo?
¿Cuántas palabras de consuelo dejamos sin decir?
¿Cuántos gestos de servicio postergamos?
¿Cuántos enfermos no visitamos?
¿Cuántos proyectos buenos nunca nacen porque nos falta confianza?
Pero
Jesús rompe este cerco psicológico diciendo:
“Dios confía en ti más de lo que tú confías en ti mismo.”
4. Un llamado jubilar: actuar, servir y arriesgar
Este Año
Jubilar nos recuerda que la salvación no es pasiva; es un camino. Es
peregrinación. Es movimiento. Es respuesta. Es poner la vida al servicio de
Dios y del prójimo.
El Señor
hoy nos invita a:
- Arriesgar más amor.
- Multiplicar más esperanza.
- Servir con más generosidad.
- Hacer fecunda la vida
incluso desde nuestras heridas.
El
Jubileo nos regala una gracia inmensa:
volver a empezar,
reordenar la vida,
desenterrar talentos,
sanar miedos,
reencontrar nuestro lugar en la misión de Dios.
No es
casual que hoy recemos por los enfermos: ellos nos recuerdan que la vida es
frágil, pero también que es preciosa; que la esperanza no es teoría, sino un
acto de fe cotidiano; que cada día es un talento que Dios nos confía para
vivirlo con dignidad y amor.
5. Conclusión: “Peregrinos de esperanza” que no
entierran sus talentos
Hoy,
hermanos, el Señor nos invita a tres cosas:
1.
A la valentía de los Macabeos, que mantuvieron viva la fe incluso en la
persecución.
2.
A la confianza del Evangelio, que nos recuerda que Dios nos abre caminos y
espera nuestra respuesta.
3.
A la compasión por los enfermos, que son una presencia viva de Cristo sufriente y
Cristo esperanzado entre nosotros.
Que el
ejemplo de Eleazar y de la madre de los siete hijos nos inspire a ser testigos
firmes de la fe.
Que el Evangelio nos anime a no enterrar la vida, sino a ofrecerla con audacia.
Que los enfermos encuentren consuelo en esta comunidad que ora por ellos y los
acompaña.
Y que
este Año Jubilar, que ya se acerca a su fin, nos encuentre más valientes,
más confiados y más disponibles para servir al Reino.
Amén.
2
Tu vocación apostólica: cuando el Rey te confía su
Reino
Queridos
hermanos:
La
Palabra de Dios de este día nos vuelve a colocar ante una verdad decisiva: Dios
confía en nosotros. Dios apuesta por nosotros. Dios entrega su Reino en
nuestras manos. Y lo hace no como quien abandona un proyecto, sino como
quien invita a colaboradores libres, creativos, responsables y llenos de
esperanza. Estamos ya al final del año litúrgico, y en medio del Año Jubilar,
esta parábola nos obliga a revisar, con humildad y con valentía, qué hemos
hecho con lo que Dios ha puesto en nuestra vida.
1. Las tres actitudes ante el Rey: el espejo del
corazón
El
Evangelio nos presenta tres grupos de personas, tres formas de relacionarse con
Dios, tres caminos espirituales que revelan lo que hay en el corazón.
1) Los que reciben, obedecen y producen frutos
Este
primer grupo es el de los siervos que toman el encargo del Rey en serio.
Reciben una moneda de oro —un talento, un don, una misión— y no la guardan. La
ponen a producir. Asumen el riesgo. Se involucran. Realizan su tarea con
alegría. Saben que todo lo que hacen tiene sentido porque viene de Dios y
vuelve a Dios.
Estos son
los discípulos que entienden que la fe no es pasividad, ni rutina, ni mero
cumplimiento: es misión, es creatividad, es fecundidad. Son los
cristianos que viven su vida con un fuego interior: el deseo de que el Reino
crezca. Su recompensa no es solo el resultado, sino la alegría de servir, de
influir para el bien, de transformar realidades.
En ellos
se cumple la palabra:
“Fuiste fiel en lo poco, te confiaré lo mucho.”
2) Los que reciben, pero esconden por miedo
El
segundo grupo es quizás el más común en nuestro tiempo. Es el creyente que recibe
dones, escucha la Palabra, participa, quiere ser fiel… pero tiene miedo.
Miedo a comprometerse. Miedo a equivocarse. Miedo a dar un paso que lo saque de
su comodidad. Miedo a hablar de Dios. Miedo a evangelizar. Miedo a ser
criticado. Miedo a no estar a la altura.
Ese miedo
se convierte en una especie de parálisis espiritual que lleva a guardar la vida
“en un pañuelo”, a no arriesgar nada, a no perder nada… pero tampoco a ganar
nada.
Y Jesús
no es ambiguo:
El miedo no es excusa.
El miedo no justifica la esterilidad.
El miedo no puede convertirse en nuestro director espiritual.
Dios es
exigente —no en el sentido negativo del término— sino porque sabe de lo que
somos capaces. Y espera de nosotros frutos, obras, gestos, iniciativas.
Este es
el grupo al que el Evangelio nos invita a no pertenecer.
3) Los que rechazan al Rey
El tercer
grupo es el más dramático: los que desprecian al Rey, los que dicen
explícitamente:
“No queremos que este gobierne sobre nosotros.”
Representan
a quienes rechazan a Dios, a quienes niegan su Señorío, a quienes luchan contra
el Evangelio, a quienes ven en Cristo un obstáculo y no una luz. Su destino es
el resultado libre de su rechazo. No es venganza divina: es consecuencia de
optar por vivir sin Dios.
2. Año Jubilar: un llamado a despertar la vocación
apostólica
El Año
Jubilar de la esperanza nos recuerda que todos tenemos una misión
apostólica. Todos. No solo los sacerdotes, no solo los consagrados, no solo
los agentes pastorales. Todo bautizado ha recibido una moneda de oro, un
talento, una gracia particular que el Señor espera que se haga fecunda.
Este año
de gracia nos pregunta a cada uno:
- ¿Qué has hecho con los dones
que Dios te ha dado?
- ¿Qué has hecho con tu
tiempo, tu carisma, tu inteligencia, tu fe, tu experiencia?
- ¿Qué talento has puesto al
servicio de tu comunidad, de tu familia, de los pobres, de los enfermos,
de los que sufren?
- ¿Qué misión te ha
encomendado el Señor y cómo la estás desarrollando?
Porque el
Jubileo no es solo indulgencia, no es solo celebración:
es una llamada a recuperar el ardor misionero.
Cristo
Rey está a punto de volver —el lenguaje apocalíptico de estos días lo recuerda—
y no quiere encontrarnos dormidos, distraídos, tibios o paralizados. Quiere
vernos activos, creativos, fecundos, arriesgados. Quiere vernos “en camino”,
porque somos peregrinos, no turistas espirituales.
3. La psicología del miedo y la espiritualidad de
la confianza
La
parábola toca un punto delicado: el miedo. Y no cualquier miedo, sino el miedo
al compromiso.
Muchas veces ese miedo nace de:
- heridas del pasado,
- falta de confianza en uno
mismo,
- temor a la crítica,
- pensamientos negativos sobre
Dios (“es exigente”, “espera demasiado”),
- sensación de no ser
suficientes,
- temor a salir de la zona de
confort.
Pero
Jesús enseña que este miedo es contrario a la fe.
Donde hay miedo que paraliza, falta confianza.
Donde hay miedo que bloquea, falta oración.
Donde hay miedo que justifica la omisión, falta amor.
El
cristiano crece cuando se arriesga. Madura cuando entrega. Encuentra sentido
cuando sirve. Se fortalece cuando sale de sí mismo.
Por eso,
Jesús dice hoy:
“No guardes tu vida; entrégala. No escondas tu talento; compártelo.”
4. Ser siervos fructíferos: un estilo de vida
apostólico
El
Evangelio nos invita a adoptar una espiritualidad concreta:
1. Vivir con sentido de misión
Nada en
la vida del cristiano es neutro.
Todo es oportunidad de amar, de sembrar, de construir Reino.
2. Trabajar por el Reino con alegría
El
servicio cristiano no es carga; es honor.
No es castigo; es participación en la obra de Dios.
No es agotamiento; es plenitud.
3. Estar dispuestos a sacrificios
Los
siervos fieles arriesgan, trabajan, se esfuerzan.
El Evangelio nunca prometió una vida cómoda, sino una vida fecunda.
4. Confiar más en Dios que en las propias fuerzas
El
talento es de Él.
La misión es de Él.
El resultado es de Él.
Solo la disponibilidad es nuestra.
5. Conclusión: “Engage in trade” — ¡Ocúpate en mi
obra!
Jesús nos
dice hoy, con la misma claridad con la que habló en la parábola:
“Ocúpate en mi obra hasta que yo vuelva.”
Ese es el
mandato apostólico.
Ese es el sentido de nuestra vida cristiana.
Ese es el motor de todo discípulo misionero.
Que este
Año Jubilar nos encuentre transformando nuestros talentos en frutos,
nuestro miedo en confianza,
nuestra fragilidad en ofrenda,
nuestro tiempo en misión,
nuestra vida en Reino.
Al final
de la vida, el Señor no nos preguntará cuánto acumulamos, sino cuánto
entregamos; no cuánto supimos, sino cuánto amamos; no qué escondimos, sino qué
hicimos fructificar.
Que cada
uno de nosotros pueda escuchar aquellas palabras que son la meta de todo
cristiano:
“Bien, siervo bueno y fiel… pasa al gozo de tu Señor.”
Amén.


