jueves, 11 de diciembre de 2025

12 de diciembre del 2025: Bienaventurada Virgen María de Guadalupe, Patrona de América Latina

 

Santo del día:

Bienaventurada Virgen María de Guadalupe, Patrona de América Latina

La Virgen mestiza se apareció a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin los días 9 y 12 de diciembre de 1531 en el cerro del Tepeyac, cerca de la Ciudad de México. Nuestra Señora de Guadalupe es la patrona de las Américas y de la Diócesis de Basse-Terre (Guadalupe). 

 


Un signo de salvación

(Lucas 1, 39-48)) Los modos de actuar de Dios suelen desconcertarnos.

¿Quién habría podido imaginar que ama al ser humano hasta el punto de querer hacerse carne, de pasar por todo el proceso físico que conduce al nacimiento?

Nuestro canto no puede ser sino un grito de acción de gracias en honor de María, que fue la primera en entrar en el plan de Dios para la salvación del mundo.

 Lise Lachance


Primera lectura

Is 7, 10-14; 8, 10b

Miren: la virgen está encinta

Lectura del libro de Isaías.

EN aquellos días, el Señor habló a Ajaz y le dijo:
«Pide un signo al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo».
Respondió Ajaz:
«No lo pido, no quiero tentar al Señor».
Entonces dijo Isaías:
«Escucha, casa de David: ¿no les basta cansar a los hombres, que cansan incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, les dará un signo.
Miren: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel, porque con nosotros está Dios».

Palabra de Dios

 

Salmo

Sal 66, 2-3. 5. 7-8 (R.: 4)

R. Oh, Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.


V. Que Dios tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación. 
R.

V. Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia
y gobiernas las naciones de la tierra. 
R.

V. La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
todos los confines de la tierra. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador. R.

 

Evangelio

Lc 1, 39-47

Bienaventurada la que ha creído

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquellos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».
María dijo:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador».

Palabra del Señor

 

1

 

Hermanos y hermanas, hoy celebramos a Santa María de Guadalupe, Madre cercana, discípula misionera, y patrona de nuestra América Latina. Venimos con nuestras luces y sombras, con nuestras heridas personales y colectivas, con nuestros cansancios, nuestras luchas, nuestros pueblos marcados por la fe, pero también por la desigualdad, la violencia, la soledad, las enfermedades del cuerpo y las del corazón. Y en el marco del Jubileo, nos reconocemos peregrinos de esperanza: caminantes que no niegan el dolor, pero que se niegan a vivir sin horizonte.

1) “El Señor mismo les dará una señal” (Isaías 7,10-14; 8,10)

La primera lectura nos habla de una señal: “La Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel”, que significa “Dios-con-nosotros”.
Dios no se limita a enviar ideas, normas o mensajes desde lejos. Dios se acerca. Dios entra en nuestra historia. Dios toma un rostro, una carne, un idioma, una cultura, una familia. Y esto, puede resultarnos desconcertante: ¿cómo puede el Infinito hacerse pequeño? ¿Cómo puede la Santidad entrar en lo frágil?

Pero esa es la lógica del amor: el amor verdadero se compromete, se encarna, se acerca, se deja tocar. Y para nosotros, que tantas veces vivimos la fe como obligación o miedo, hoy la Palabra nos devuelve lo esencial: la fe es encuentro con un Dios que se hizo cercano.

Guadalupe, en el corazón creyente de América, es precisamente eso: una señal de que Dios no ha abandonado a sus hijos. No es una “decoración piadosa” de nuestra religiosidad; es un recordatorio maternal: Dios está con nosotros, especialmente cuando estamos heridos, confundidos o a punto de rendirnos.

2) “Que Dios tenga piedad y nos bendiga” (Salmo 67)

El salmo es una oración luminosa: “Que Dios tenga piedad y nos bendiga… que canten de alegría las naciones.”
Hoy pedimos bendición, sí… pero no como quien pide “suerte”, sino como quien suplica vida nueva, caminos abiertos, y sobre todo sanación: sanación de la memoria, sanación de la culpa, sanación de la tristeza, sanación de los resentimientos, sanación de la violencia que se nos mete hasta en el lenguaje.

Y aquí entra la intención penitencial de esta celebración: para que la bendición sea fecunda, el corazón necesita verdad. La gracia no es maquillaje; es medicina. Y la medicina de Dios comienza cuando decimos con humildad: “Señor, me duele esto… Señor, me equivoqué… Señor, me he endurecido… Señor, he perdido la alegría… Señor, ya no puedo solo”.

La bendición del salmo no es para “los perfectos”. Es para el pueblo que vuelve a Dios.

3) María se pone en camino: la santidad tiene prisa de amar (Lucas 1,39-48)

El Evangelio nos presenta una escena preciosa: María, recién visitada por el ángel, no se encierra en sí misma. María no se queda contemplando su “privilegio”. María se levanta y se pone en camino hacia la casa de Isabel.

Aquí hay una clave pastoral para nuestro tiempo: cuando uno lleva a Cristo por dentro, se vuelve capaz de salir de sí. La fe auténtica no nos deja instalados; nos vuelve servidores. María no va a “lucirse” ni a “recibir aplausos”. Va a ayudar. Va a acompañar. Va a estar.

Y cuando María llega, sucede algo hermoso: Isabel se llena del Espíritu Santo, el niño salta de alegría en su vientre, y aparece la gran bienaventuranza: “¡Feliz tú que has creído!”
No dice: “Feliz tú que lo entiendes todo”. Dice: “Feliz tú que has creído”.

Hermanos, ¡cuánta gente hoy sufre porque cree que no vale si no controla, si no entiende, si no tiene todo resuelto! Y el Evangelio nos libera: Dios no nos pide control absoluto; nos pide confianza.

María es feliz porque confía. Y confía incluso cuando no ve el final del camino.

4) Guadalupe: la ternura de Dios para los que sufren en el alma y en el cuerpo

Hoy queremos poner en el corazón de la Virgen —con nombre latinoamericano— a los que sufren:

·        Los que sufren en el cuerpo: enfermos, ancianos, personas con tratamientos largos, quienes viven dolor crónico, quienes no pueden dormir, quienes cargan limitaciones que cansan la paciencia.

·        Los que sufren en el alma: personas con ansiedad, depresión, duelo no resuelto, culpa, adicciones, heridas afectivas, traumas, pensamientos oscuros, soledad.

Hay dolores del alma que no se ven, pero pesan más que una fiebre. Y por eso hoy nuestra oración es también penitencial: porque a veces, sin querer, hemos sido duros con el dolor ajeno; hemos dicho frases rápidas como si la vida fuera simple; hemos juzgado al que no puede levantarse; hemos llamado “falta de fe” a lo que era un grito de ayuda.

María, en la Visitación, nos enseña a hacer lo contrario: ir, acompañar, escuchar, servir.

Y Guadalupe, Madre de los pueblos, nos recuerda que el Evangelio no aplasta culturas: las ilumina y las eleva. Dios entra en nuestra historia concreta.

5) En clave jubilar: peregrinos de esperanza con María

En el Año Jubilar, la Iglesia nos invita a caminar como peregrinos de esperanza. ¿Cómo se ve esa esperanza hoy, aquí, con Guadalupe?

·        Esperanza que se confiesa: volver a Dios en el sacramento de la Reconciliación. La penitencia no es tristeza; es volver a casa.

·        Esperanza que visita: como María, ir hacia alguna “Isabel” concreta: un enfermo, un anciano solo, un familiar con quien estamos distanciados.

·        Esperanza que bendice: cambiar el lenguaje: menos queja, menos agresión, menos condena… y más palabras que levanten.

·        Esperanza que sirve: una obra de misericordia concreta esta semana: alimento, escucha, perdón, ayuda material, una llamada, una presencia.

·        Esperanza que ora: rezar el Rosario con el corazón, no como rutina, sino como quien se toma de la mano de su Madre para no soltarse de Cristo.

6) Tres frases para llevar en el corazón hoy

1.    Dios no te ama desde lejos: se hizo Emmanuel, Dios contigo.

2.    La fe no es entenderlo todo: es confiar y ponerse en camino.

3.    María no reemplaza a Cristo: nos lo lleva, y nos enseña a servir.


Oración final (para cerrar la homilía)

Santa María de Guadalupe,
Madre tierna de América Latina,
toma en tus manos nuestras culpas y nuestras heridas.
Llévanos a Jesús, Emmanuel, Dios con nosotros.

Consuela a los que sufren en el alma y en el cuerpo;
haznos humildes para pedir perdón
y valientes para comenzar de nuevo.

En este Año Jubilar,
haz de nosotros peregrinos de esperanza:
que visitemos, que acompañemos, que sirvamos,
y que cantemos con nuestra vida
las maravillas del Señor.
Amén.

 

2

 

Hermanos y hermanas, hoy la Iglesia nos pone ante una verdad consoladora: María es la gran evangelizadora, no por discursos, sino porque lleva a Jesús. En Guadalupe, esa misión se vuelve historia concreta: una Madre que sale al encuentro de un pueblo herido para decirle, con ternura y firmeza, que Dios está cerca.

1) “No temas… concebirás y darás a luz”

El anuncio del ángel —“No temas, María… concebirás y darás a luz”— nos revela el estilo de Dios: no conquista por fuerza; entra por la puerta humilde de la vida. Dios nos desconcierta: se hace niño, se hace dependiente, se hace cercano.
Y María, con su sí, se convierte en el primer “Evangelio vivo”: la mujer que cree y deja que Dios actúe.

Hoy muchos tienen miedo: miedo al futuro, a la enfermedad, a la crisis económica, a la soledad, a no ser suficientes. Y a todos, el cielo repite: “No temas”. No como consigna fácil, sino como promesa: Emmanuel, Dios con nosotros.

2) La señal: Emmanuel y la bendición para los pueblos

Isaías anuncia la señal: “La Virgen concebirá… y le pondrá por nombre Emmanuel”. Y el salmo responde con el deseo misionero: “Que te alaben los pueblos, oh Dios, que todos los pueblos te alaben”.
Guadalupe es justamente esa síntesis: una señal para los pueblos. María no viene a entretener la fe; viene a confirmar el Evangelio y a encender esperanza donde parecía apagada.

Y aquí entra nuestro marco jubilar: si somos peregrinos de esperanza, no caminamos solo para “cumplir”, sino para dejar que Dios vuelva a bendecir la tierra con su misericordia, empezando por nuestro corazón.

3) María evangeliza visitando: lleva a Cristo y nace la alegría (Lc 1,39-48)

El Evangelio no muestra a María “instalada”, sino en salida: “se puso en camino y fue aprisa”. La evangelización empieza así: con una visita, con una presencia, con una caridad concreta.
Cuando María llega, sucede lo imposible: el niño salta de alegría, Isabel se llena del Espíritu, y brota la alabanza. Esto es precioso: cuando llega Cristo, algo revive por dentro.

Por eso, si hoy nos sentimos con el alma cansada, la fe no nos pide teatro ni máscaras: nos invita a dejarnos visitar por Dios… y luego a visitar nosotros. Hay personas que no necesitan sermones; necesitan que alguien llegue y diga: “Aquí estoy contigo”.

4) Guadalupe: la Madre que evangeliza en la lengua del pueblo y sana sus heridas

Hay un detalle clave: María habla al corazón del pueblo, se hace comprensible, se hace cercana, y pide un lugar de encuentro: una casita, un santuario, un espacio para que el pueblo diga: “Aquí está mi Madre; aquí puedo volver a empezar”.

Hoy también hay “pueblos conquistados” por otras fuerzas: la desesperanza, la droga, la violencia intrafamiliar, la pornografía, la corrupción, el cinismo, la depresión, la ansiedad. Y María sigue haciendo lo mismo: no humilla, no aplasta, no acusa; evangeliza con compasión y conduce a Jesús.

5) Intención penitencial y por los que sufren: la evangelización empieza por el corazón herido

En esta fiesta queremos pedir perdón:

·        Por las veces que hemos anunciado a Cristo con dureza y no con misericordia.

·        Por las veces que hemos juzgado el dolor ajeno, especialmente el dolor del alma, que no se ve.

·        Por las veces que hemos callado cuando debimos defender la dignidad del otro.

Y suplicamos por quienes sufren en el cuerpo y en el alma: enfermos, personas con tratamientos largos, ancianos solos; y también quienes cargan duelos, ansiedad, ataques de pánico, tristeza profunda, heridas afectivas, pensamientos oscuros.
Guadalupe nos enseña que el Evangelio no se predica desde una tarima: se predica tocando llagas con ternura, como una Madre.

6) En clave jubilar: peregrinos de esperanza con María, “la gran evangelista”

¿Qué nos pide hoy la Virgen de Guadalupe, en este Jubileo?

·        Volver a Jesús: no a una idea, sino a una relación viva (Eucaristía, Palabra, oración real).

·        Reconciliarnos: confesar con humildad. La misericordia no es premio; es medicina.

·        Evangelizar como María: con visita, escucha, servicio, presencia.

·        Ser Iglesia que protege la dignidad: especialmente la de los pobres, los heridos, los migrantes, los niños, los descartados.

·        Sostener la esperanza: en casa, en el trabajo, en la comunidad, con obras concretas de misericordia.

7) Tres frases para llevar hoy

1.    María evangeliza llevando a Jesús: donde llega Ella, Cristo se hace cercano.

2.    La fe se vuelve misión cuando se vuelve visita: “se puso en camino y fue aprisa”.

3.    Guadalupe es señal de que Dios no abandona a los heridos: su amor se encarna y consuela.


Oración final

Virgen Santísima de Guadalupe, Madre y evangelizadora de los pueblos,
mira nuestras heridas y nuestros miedos.
Alcanza para nosotros un corazón penitente y nuevo.

Intercede por los que sufren en el alma y en el cuerpo:
consuela, fortalece, acompaña y sana.

En este Año Jubilar, haznos peregrinos de esperanza,
y misioneros como tú: humildes, cercanos, valientes,
para que muchos vuelvan a tu Hijo, Jesús, nuestro Salvador.
Amén.

 

 

12 de diciembre:

Nuestra Señora de Guadalupe
Patrona de las Américas

 


Cita:


“No se turbe tu corazón. No temas esa enfermedad, ni ninguna otra enfermedad o angustia. ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi protección? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás felizmente dentro de mi amparo? ¿Qué más deseas? No te aflijas ni te inquietes por nada.”


~Nuestra Señora de Guadalupe a Juan Diego


Reflexión

Entre 1428 y 1521, el Imperio azteca prosperó en lo que hoy es el centro de México. Este imperio comenzó con una alianza entre tres ciudades-estado: Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan, lo que les permitió dominar la región. En 1521, el conquistador español Hernán Cortés encabezó a su ejército de españoles y a miembros de la tribu indígena tlaxcalteca en una batalla contra los aztecas, derrotándolos y capturando su ciudad capital. Los conquistadores establecieron entonces la Nueva España en el territorio y reconstruyeron la capital, que llegaría a ser la Ciudad de México.

Durante los diez años siguientes, misioneros franciscanos llegaron en barcos españoles para atender las necesidades espirituales de los nuevos colonos y para compartir el Evangelio con los nativos. Comprensiblemente, muchos de los nativos se mostraban escépticos ante esta nueva fe, ya que los franciscanos también eran españoles. Muchos colonos españoles oprimieron a los nativos, a pesar de los continuos intentos de los misioneros por convencer a los colonos de que trataran a los nativos con respeto y caridad. A pesar de las dificultades, algunos nativos comenzaron a convertirse, recibir el Bautismo y buscar una catequesis continua. Entre los primeros convertidos a la fe católica estuvieron un campesino llamado Cuauhtlatoatzin y su esposa. Al recibir el bautismo hacia el año 1524, se les dieron los nombres cristianos de Juan Diego y María Lucía.

En 1527, Juan de Zumárraga, un franciscano de España, fue nombrado primer obispo de la Nueva España y llegó a la Ciudad de México un año después. De inmediato comenzó a fortalecer los esfuerzos para atender a los colonos españoles, compartir el Evangelio con los nativos y asegurar que los colonos y soldados trataran a los nativos con respeto.

Después de sus bautismos, Juan Diego y María Lucía comenzaron a practicar su fe mientras continuaban su formación. La mayoría de los registros indican que María murió hacia el año 1529. Juan creció en la fe, y algunos miembros de su familia extendida también se convirtieron. El 9 de diciembre de 1531, la vida de Juan Diego cambió para siempre, y la Madre de Dios fortaleció de inmediato los esfuerzos de los misioneros. Juan caminaba de madrugada cierta distancia hasta la ciudad cercana de Tlatelolco para asistir a la Misa diaria y a la clase de catecismo. Al pasar por el cerro del Tepeyac, se le apareció una mujer celestial. Se manifestó como una mujer mestiza, mezcla de herencia española e indígena, de piel morena y largo cabello negro suelto. Detrás de ella había un óvalo de rayos resplandecientes que semejaban el sol. Vestía una túnica color rosa y un manto verde azulado, adornado con estrellas de oro y un borde dorado. Sobre su vientre abultado había un lazo con un diseño floral de cuatro pétalos que representaba abundante vida nueva. Llevaba una borla negra sobre el vientre, señal azteca de embarazo. Estaba de pie sobre una luna creciente sostenida por un ángel. Su apariencia general era de gran santidad, paz, mansedumbre y alta nobleza.

Apenas se apareció, habló a Juan en su lengua náhuatl, refiriéndose a él con cariño como “Juanito, Juan Dieguito…” (mi pequeño Juan, mi querido Juan Diego), y presentándose amorosamente como la Siempre Virgen María, Madre de Dios. Le dijo a Juan que quería que se construyera una iglesia en ese mismo lugar en su honor, y le indicó que informara al obispo Zumárraga de su petición. Juan lo hizo ese mismo día, pero el obispo necesitaba tiempo para pensar sobre su solicitud. Juan regresó entonces a su casa por el mismo camino y volvió a encontrarse con la Madre de Dios en el mismo lugar. Con pesar le informó que el obispo no había aceptado su petición y, humildemente, le sugirió que eligiera a alguien más importante para la tarea, para que el obispo accediera con mayor facilidad. Sonriendo, la Santísima Virgen María le comunicó a Juan que él era su elegido y que debía volver para renovar su petición ante el obispo.

A la mañana siguiente, 10 de diciembre, Juan hizo lo que la Madre de Dios le había pedido. Regresó a la residencia del obispo y le informó que la Virgen María se le había aparecido por segunda vez, reiterando su solicitud. Esta vez, el obispo pareció más dispuesto y le dijo a Juan que, si la Madre de Dios se le aparecía una tercera vez, le pidiera una señal para que el obispo pudiera estar seguro de que la petición venía de ella. Mientras regresaba a casa, la Virgen María se le apareció por tercera vez en el mismo lugar, y Juan le comunicó la petición del obispo. La Madre de Dios aceptó y le indicó que regresara a su lugar de encuentro al día siguiente.

Al día siguiente, el tío de Juan, Juan Bernardino, enfermó repentinamente con gravedad, por lo que Juan permaneció con él todo el día y no pudo ir a encontrarse con su Madre del cielo. Muy temprano a la mañana siguiente, el estado de Juan Bernardino empeoró, así que Juan Diego se dirigió a la ciudad para pedir a un sacerdote que fuera a ungirlo. Como tenía prisa y temía ser retrasado por la Madre de Dios, Juan tomó una ruta alternativa hacia la ciudad, pero la Madre de Dios se le apareció también en esa ruta. Cuando Juan le informó de la enfermedad de su tío, la Madre de Dios exclamó con amor: “¿No estoy yo aquí, yo que soy tu madre?” Le aseguró que ya había curado a su tío, lo cual se confirmó cuando Juan llegó a casa y su tío le contó que él también había tenido una aparición de la Madre de Dios, quien lo sanó. Mientras tanto, la Madre de Dios pidió a Juan que subiera a un cerro donde encontraría rosas que no florecían en esa época del año. Así lo hizo, las cortó y regresó con ellas. Ella acomodó las rosas en su tilma (manto) y le dijo que fuera a ver al obispo y le mostrara las rosas como prueba. Entonces Juan partió hacia la residencia del obispo.

Al llegar, Juan esperó durante mucho tiempo. Cuando por fin lo anunciaron y entró a la residencia del obispo, abrió su tilma y dejó caer las rosas al suelo, diciendo al obispo que esa era la señal que había pedido. Al hacerlo, la Madre de Dios imprimió su imagen en la tilma de Juan, tal como se le había aparecido. El obispo cayó de rodillas y la veneró. El obispo conservó la tilma en su capilla hasta que construyó una capilla conforme a los deseos de la Madre de Dios. El obispo Zumárraga encabezó una solemne procesión hacia la nueva capilla del cerro del Tepeyac, donde entronizó la tilma el 26 de diciembre de 1531. Juan quedó tan transformado por la experiencia que pidió con éxito al obispo permiso para construir una choza cercana y vivir como ermitaño y guardián de la imagen. Desde entonces, su vida de oración se hizo más profunda y sus virtudes se volvieron cada vez más evidentes. La historia se difundió rápidamente entre los pueblos aztecas de todas las tribus; muchos acudieron a venerar la santa imagen, mientras Juan Diego ofrecía hospitalidad y más detalles que inspiraron numerosas conversiones.

Se cree que la tilma en sí es milagrosa por muchas razones. La tela en la que está impresa la imagen está hecha de fibra de cactus y normalmente se desintegra después de unos quince años. Sin embargo, la tilma tiene ahora casi 500 años y está en perfecto estado. La imagen no parece haber sido pintada por manos humanas. No hay marcas de pincel y se ha mantenido viva a lo largo de los años sin desvanecerse. Con técnicas científicas modernas no se ha encontrado ningún boceto subyacente. Los ojos de la Virgen han sido examinados con aumento y, según se informa, revelan el reflejo del obispo arrodillado junto con otras personas cercanas. En 1921, una bomba explotó junto a la imagen en un intento de destruirla, doblando una gruesa cruz-medalla del mismo altar, pero dejando la imagen intacta.

Quizás la mayor señal del carácter milagroso de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe sea el impacto espiritual que ha tenido sobre los pueblos nativos de México y en todo el mundo. El hecho de que Nuestra Señora apareciera como una mezcla de nativos y españoles fue su manera de comunicar a los nativos que Dios quería que estuvieran abiertos al mensaje del Evangelio predicado por los misioneros españoles. El obispo que construyó la capilla, los sacerdotes que sirvieron allí y, especialmente, el propio nativo Juan Diego podían ser dignos de confianza, y el mensaje que tenían para compartir venía del cielo. Siguieron milagros y las conversiones se produjeron a un ritmo nunca antes visto por los misioneros. Nuestra Señora se mostró como la más grande de las evangelizadoras. Su aparición como mezcla de español e indígena también envió un mensaje a los españoles: debían tratar a sus nuevos vecinos como familia.

Hoy, la Basílica donde se custodia la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe sigue siendo uno de los lugares más sagrados de inspiración y peregrinación en las Américas. Ella es Patrona de las Américas y es especialmente venerada en México. Al honrar esta aparición sagrada de la Madre de Dios, contempla el milagro permanente de la tilma de casi 500 años de san Juan Diego. A este hombre sencillo y humilde, Dios le envió a su Madre como misionera; por medio de él, el mensaje de la Santísima Virgen María resuena hoy.


Oración

Queridísima Madre, Reina del Cielo y de la Tierra, Siempre Virgen y Señora de Guadalupe: tu amor por los pueblos de Centroamérica te llevó a aparecerte a un humilde cristiano y a confiarle una tarea sagrada. Su disponibilidad para cumplir tu voluntad condujo a la conversión de innumerables personas que ahora pasarán su eternidad contigo en el Cielo. Te ruego que intercedas por mí y por las Américas, para que nunca nos apartemos de tu divino Hijo y dependamos siempre de tu intercesión maternal. Nuestra Señora de Guadalupe, ruega por mí. Jesús, en Ti confío.

 

miércoles, 10 de diciembre de 2025

11 de diciembre del 2025: jueves de la segunda semana de Adviento- San Dámaso, Papa

 

Santo del día:

San Dámaso I

Hacia 305-384.

Papa de gran erudición, encargó a San Jerónimo, su secretario, que estableciera una nueva versión latina de la Biblia, la Vulgata. Promovió la veneración de los mártires y compuso numerosos epigramas en su honor.

 


Más allá de los conflictos

(Mateo 11, 11-15) «El Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos quieren arrebatárselo».

¿Qué debemos comprender? ¿Qué hay que tomar las armas para defender el Reino? ¿Añadir conflicto al conflicto?
Muy al contrario, estas palabras de Jesús resuenan como un llamado a la paz y a la esperanza: a pesar de los conflictos, las divisiones y las desgarraduras, el Reino está verdaderamente ahí, signo de la presencia de Dios en medio de nosotros.

Bertrand Lesoing, sacerdote de la comunidad de San Martín



Primera lectura

Is 41,13-20
Yo soy tu libertador, el Santo de Israel.

Lectura del libro de Isaías.

YO, el Señor, tu Dios,
te tomo por tu diestra y te digo:
«No temas, yo mismo te auxilio».
No temas, gusanillo de Jacob,
oruga de Israel,
yo mismo te auxilio
—oráculo del Señor—,
tu libertador es el Santo de Israel.
Mira, te convierto en rastrillo nuevo,
aguzado, de doble filo:
trillarás los montes hasta molerlos;
reducirás a paja las colinas;
los aventarás y el viento se los llevará,
el vendaval los dispersará.
Pero tú te alegrarás en el Señor,
te gloriarás en el Santo de Israel.
Los pobres y los indigentes
buscan agua, y no la encuentran;
su lengua está reseca por la sed.
Yo, el Señor, les responderé;
yo, el Dios de Israel, no los abandonaré.
Haré brotar ríos en cumbres desoladas,
en medio de los valles, manantiales;
transformaré el desierto en ciénega
y el yermo en fuentes de agua.
Pondré en el desierto cedros,
acacias, mirtos y olivares;
plantaré en la estepa cipreses,
junto con olmos y alerces,
para que vean y sepan,
reflexionen y aprendan de una vez,
que la mano del Señor lo ha hecho,
que el Santo de Israel lo ha creado.

Palabra de Dios .

 

Salmo

Sal 145(144),1 y 9.10.11-12.13ab (R. cf. 85[84],10) 

R. El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad.

V. Te ensalzaré, Dios mío, mi rey;
bendeciré tu nombre por siempre jamás.
El Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas. 
R.

V. Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles.
Que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas. 
R.

V. Explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Cielos, destilen desde lo alto al Justo, las nubes lo derramen, se abra la tierra y brote el Salvador. R.

 

Evangelio

Mt 11,11-15.

No ha nacido uno más grande que Juan el Bautista

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«En verdad les digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.
Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora el reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan. Los Profetas y la Ley han profetizado hasta que vino Juan; él es Elías, el que tenía que venir, con tal que quieran admitirlo.
El que tenga oídos, que oiga».

Palabra del Señor.

 

1

 

1. “Yo soy el Señor, tu Dios, que te tomo de la mano derecha” (Is 41,13)

La liturgia de hoy nos entrega una de las promesas más tiernas y más firmes de todo el Adviento: Dios nos toma de la mano. No nos empuja desde lejos, no nos observa desde lo alto: Él desciende, se inclina hacia nuestras pobrezas, hacia nuestros miedos y nuestras luchas interiores, y nos levanta con una cercanía que transforma.

Aquel Israel fatigado, disperso, atemorizado ante los poderosos de turno, escucha hoy lo mismo que tú y yo necesitamos escuchar:
“No temas, yo mismo te auxilio.”
En medio de nuestras incertidumbres personales, eclesiales y sociales, Dios viene como un compañero firme, como una mano que no se suelta, incluso cuando nosotros creemos haberla soltado.


2. El Reino en medio de conflictos: una esperanza que no se apaga

Jesús declara en el Evangelio:
«El Reino de los Cielos sufre violencia y los violentos intentan arrebatarlo».

Estas palabras no son una invitación a la agresividad, ni justifican ningún fanatismo religioso. Al contrario, describen la lucha interior que todo discípulo enfrenta: la tensión entre la luz y la sombra, la fidelidad y la tentación, la esperanza y el cansancio.

Pero Jesús no nos invita a responder con más violencia. Nos dice más bien: a pesar de los conflictos, el Reino está ahí, presente, creciendo silenciosamente.
No nace con estruendo ni con estrategias humanas; nace como nace la fe:

  • en la humildad,
  • en la perseverancia,
  • en el corazón que se abre,
  • en la vida que se entrega.

En un tiempo donde abundan tensiones, polarizaciones, noticias duras y fracturas sociales, la Palabra de Dios nos susurra:
“El Reino no se detiene, no retrocede. Dios sigue actuando.”


3. Juan el Bautista: el más grande entre los nacidos de mujer

Jesús exalta a Juan el Bautista porque preparó el camino, porque no se dejó seducir por la comodidad, ni por el prestigio, ni por la tibieza espiritual.
Su vida era una sola consigna:
“Preparar los caminos del Señor.”

Juan nos enseña que la evangelización no consiste en convencer por la fuerza, sino en dar testimonio con claridad, con verdad y con alegría, incluso en medio de la oposición o el rechazo.


4. San Dámaso, Papa: un pastor al servicio de la Palabra

Hoy recordamos a San Dámaso I, Papa del siglo IV, que dedicó su vida a custodiar la fe en medio de fuertes tensiones doctrinales y divisiones internas en la Iglesia.
Fue él quien encargó a San Jerónimo la traducción de la Biblia al latín (la Vulgata), permitiendo que la Palabra llegara con claridad al pueblo cristiano.

Su vida es un espejo del Evangelio de hoy:

  • defendió la fe sin violencia,
  • sostuvo la unidad en tiempos difíciles,
  • reafirmó que el verdadero tesoro de la Iglesia es Cristo presente en su Palabra y en su pueblo.

En este Año Jubilar, San Dámaso nos recuerda que evangelizar es cuidar el tesoro de la fe y ofrecerlo con amor al mundo.


5. Peregrinos de la Esperanza: la misión evangelizadora de la Iglesia

El Adviento nos hace peregrinos, no sedentarios; discípulos en camino, no espectadores.
El Año Jubilar nos invita a renovar la obra evangelizadora de la Iglesia con tres actitudes:

● Ternura

Para tomar de la mano, como Dios hace con nosotros.

● Valentía espiritual

No para imponer, sino para perseverar.

● Esperanza

Porque el Reino ya está creciendo en medio del mundo, incluso donde parece haber solo oscuridad.

Hoy oramos especialmente por:

  • los misioneros,
  • los catequistas,
  • las comunidades parroquiales,
  • los jóvenes que sienten la llamada,
  • los seminaristas, religiosos y religiosas,
  • los sacerdotes que sostienen la fe del pueblo.

Pedimos al Señor que suscite vocaciones generosas y alegres, capaces de anunciar el Evangelio en un mundo tan necesitado de luz.


6. Conclusión: “Yo soy tu Dios… no tengas miedo”

Al acercarnos a la Navidad, la liturgia nos enseña que Dios no abandona su proyecto, no se cansa de nosotros, no retira su mano.
Con Él, el desierto florece,
los pobres recobran su dignidad,
la Iglesia renueva su misión,
y cada vocación encuentra su camino.

Que este día, bajo la memoria de San Dámaso y en el marco del Año Jubilar, podamos decir:

Señor, toma nuestra mano y haznos constructores de tu Reino.
Haznos testigos de tu esperanza.
Haznos servidores de tu Evangelio.

Amén.

 

 

 

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1. “Yo soy tu Dios… Yo te sostengo” (Is 41,13)

Las palabras del profeta Isaías son un bálsamo en este Adviento:
“No temas, yo mismo te auxilio.”
El Señor habla como un Padre que toma de la mano al hijo temeroso.
Habla como un Dios que camina con su pueblo, que no delega su amor, que no abandona sus promesas.

Esta es la primera buena noticia del Adviento:
Dios no retrocede. Dios no se rinde. Dios no deja de sostenernos.

Y en este Año Jubilar, cuando la Iglesia proclama que somos peregrinos de esperanza, esta Palabra se vuelve todavía más fuerte:

No caminamos solos.
Dios nos toma de la mano para llevarnos hacia la plenitud.


2. La grandeza de Juan el Bautista: el último del Antiguo, el primero del Nuevo

Jesús dice:
“Entre los nacidos de mujer no ha surgido uno mayor que Juan el Bautista.”

Juan es la gran figura del Adviento:

  • el que prepara el camino,
  • el que señala al Cordero,
  • el que anuncia la conversión,
  • el que vive en austeridad y libertad.

Sin embargo, Jesús añade algo sorprendente:
“El más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él.”

¿Por qué?
Porque Juan vivió antes de la cruz, antes de la resurrección, antes de Pentecostés.
Nosotros vivimos después, en la plenitud de la gracia.

Este es un mensaje inmenso:
Tú y yo estamos llamados a una grandeza espiritual mayor que la de Juan, no por méritos propios, sino por el don de Cristo.

¿Somos conscientes de este privilegio?


3. “El Reino sufre violencia”: un llamado a la determinación espiritual

En el Evangelio, Jesús afirma:
“Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino sufre violencia y los violentos lo conquistan.”

Los Padres de la Iglesia explican que esta “violencia” no es agresión física, sino:

  • la determinación para rechazar el pecado,
  • la fuerza interior para perseverar,
  • la valentía espiritual de quien lucha contra la comodidad, la tibieza y la mediocridad,
  • el coraje para avanzar cuando todo invita a la resignación.

El Reino no se conquista con armas, sino con:

  • oración,
  • conversión,
  • disciplina del corazón,
  • perseverancia,
  • audacia para amar.

Adviento es tiempo para preguntarnos:
¿Qué lucha interior debo librar para abrir más espacio a Dios?
¿Qué resistencias debo derribar para que Cristo nazca verdaderamente en mí?


4. San Dámaso, Papa: custodio de la Palabra y de la unidad

Hoy celebramos a San Dámaso I, Papa del siglo IV, pastor en tiempos convulsos, marcado por herejías, divisiones y tensiones políticas.
Su misión fue clara:

  • proteger la fe,
  • cuidar la unidad,
  • promover la Palabra.

Fue él quien pidió a San Jerónimo la traducción de la Biblia al latín (la Vulgata), para que la Palabra iluminara la vida del pueblo sencillo.

En él vemos encarnado este Evangelio:

  • combatió sin odios,
  • venció sin violencia,
  • defendió la verdad con la fuerza humilde de la fe,
  • sostuvo la Iglesia como piedra firme en medio de tormentas.

Hoy nos enseña que evangelizar es un acto de amor:
amor a la Palabra,
amor a la verdad,
amor al pueblo de Dios.


5. Año Jubilar: Peregrinos que avanzan con fuerza hacia la esperanza


Alguien dice respecto a este evangelio: “entrar en el Reino exige decisión, renuncia al pecado y cooperación activa con la gracia”.

En este Año Jubilar estamos llamados a renovar:

● Nuestra pasión por evangelizar

Anunciar con alegría, con cercanía, con creatividad.
No imponer: proponer con la belleza del Evangelio.

● Nuestra oración por las vocaciones

Pedir:

  • jóvenes generosos,
  • corazones ardientes,
  • hombres y mujeres capaces de dejarlo todo por Cristo.

● Nuestra determinación espiritual

Jesús no quiere discípulos tibios.
Quiere discípulos apasionados, como Juan.


6. Intención orante: por la obra evangelizadora y por las vocaciones

En este día, la liturgia nos invita a pedir con fe:

Señor, bendice la obra evangelizadora de tu Iglesia.
Envía a tus misioneros, fortalece a los sacerdotes,
suscita vocaciones santas para tu pueblo.
Haznos valientes para anunciar tu Reino,
y humildes para dejarnos tomar de tu mano.

Que cada comunidad, cada parroquia, cada hogar, se convierta en un faro de esperanza.


7. Conclusión: El Reino vale la lucha, vale la entrega, vale la vida

Jesús nos recuerda hoy que el Reino no es para los indiferentes, sino para los que se dejan transformar.

El Reino es de quienes luchan contra su pecado.
El Reino es de quienes aman con fuerza.
El Reino es de quienes avanzan en la fe, sin miedo.

Que este Adviento nos encuentre vigilantes, determinados y disponibles para la gracia.

Señor, toma nuestra mano,
enciende nuestra esperanza,
haznos constructores de tu Reino.

Amén.

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11 de diciembre: San Dámaso I, Papa — Memoria libre

c. 305–384
Patrono de los arqueólogos

 


Cita:

Tú que lees, seas quien seas, reconoce el igual mérito de aquellos dos a quienes Dámaso, obispo, ha dedicado esta inscripción después de sus recompensas.
El pueblo judío apedreó a Esteban cuando les enseñaba un camino mejor; él, que arrancó el trofeo de las manos del enemigo: el fiel diácono fue el primero en alcanzar el martirio.
Cuando una turba enfurecida acosaba al santo Tarsicio para obligarlo a revelar a los no iniciados los sacramentos de Cristo que llevaba consigo, prefirió entregar su espíritu, abatido, antes que traicionar los miembros celestiales ante perros rabiosos.

—Epígrafe escrito por el papa San Dámaso


Reflexión:

El papa San Dámaso I, a quien hoy honramos, nació en un tiempo en que la Iglesia experimentaba la peor persecución imperial en el Imperio romano. En el año 303, dos años antes del nacimiento de Dámaso, el emperador Diocleciano inició lo que llegaría a conocerse como la Gran Persecución. En todo el Imperio hubo arrestos masivos, destrucción de iglesias y de textos sagrados, y la obligación para todos los ciudadanos de ofrecer sacrificios a los dioses romanos.
Quienes se negaban eran a menudo encarcelados, torturados y ejecutados. Las persecuciones continuaron durante los siguientes nueve años. Finalmente, en el 313, el emperador Constantino el Grande, gobernante de la parte occidental del Imperio romano, y Licinio, Augusto de la parte oriental, promulgaron el Edicto de Milán, concediendo tolerancia religiosa a los cristianos. San Dámaso tenía apenas siete años cuando comenzó esta nueva era de libertad religiosa en el Imperio romano.

No se sabe mucho acerca de los primeros años de Dámaso. Su familia podría haber sido originaria de lo que hoy es el occidente de España. Dámaso pudo haber nacido allí o en Roma. Los registros indican que, siendo aún joven, su familia vivía en Roma, donde creció y pasó el resto de su vida. Su padre era un sacerdote casado que servía en una iglesia en honor de San Lorenzo en Roma. Aquel templo fue ampliado posteriormente por Constantino tras el Edicto de Milán. La iglesia era originalmente un pequeño oratorio construido sobre la tumba del diácono San Lorenzo, martirizado en Roma por el emperador Valeriano en el año 258.
Siendo joven, Dámaso ayudaba a su padre en aquella iglesia.

En el año 352, cuando Dámaso tenía unos cuarenta y cinco años, Liberio fue elegido obispo de Roma y ejerció ese servicio durante los siguientes catorce años. En la época de su elección, Dámaso era Archidiácono en Roma y servía en la iglesia de San Lorenzo.

En 354, uno de los hijos de Constantino el Grande, el emperador Constancio II, era coemperador del Imperio junto con sus dos hermanos. Constancio II apoyaba la herejía arriana, que venía perturbando a la Iglesia desde hacía unos treinta y cinco años, por lo cual envió al papa Liberio al exilio, a una prisión en Berea, por negarse a condenar a San Atanasio, entonces arzobispo de Alejandría, Egipto, quien se oponía al arrianismo. Algunos registros indican que el archidiácono Dámaso siguió a Liberio al exilio, pero regresó a Roma poco después.
Durante el exilio del papa Liberio, el emperador Constancio II intentó elegir a Félix II como papa. Sin embargo, cuando los ciudadanos de Roma obligaron al emperador a traer de regreso a Liberio, el antipapa Félix tuvo que huir. El papa Liberio murió en Roma en el año 366.

A la muerte de Liberio, Dámaso fue elegido como el trigésimo séptimo obispo de Roma, aproximadamente a los sesenta y un años. De inmediato estalló una violenta controversia. Los partidarios del antipapa Félix, quien había muerto un año antes, rechazaron a Dámaso y eligieron a Ursicino, otro diácono en Roma. En aquel tiempo, tanto el clero como los laicos participaban en la elección de los obispos. Los emperadores también esperaban que el elegido fuese presentado ante ellos para su aprobación.
Cuando Dámaso y Ursicino fueron elegidos simultáneamente, la división se volvió tan grave que se reporta que 137 personas murieron en los enfrentamientos violentos. Finalmente, las autoridades civiles romanas intervinieron y restauraron la paz apoyando al papa Dámaso y exiliando al antipapa Ursicino. Los enemigos de Dámaso luego lo acusaron de asesinato e incluso de adulterio, pero el papa supo elevarse por encima de estas calumnias.

Una vez que Dámaso quedó firmemente establecido como obispo de Roma, dirigió sus esfuerzos al gobierno de la Iglesia y a la preservación de la doctrina ortodoxa. Convocó sínodos en Roma para hacer frente a las amenazas heréticas y para afirmar el Credo Niceno. Permaneció como un acérrimo opositor del arrianismo, una herejía que persistía en diversas formas a pesar de haber sido condenada en el Concilio de Nicea en 325. El papa Dámaso también se preocupó por las crecientes herejías del macedonianismo, que negaba la plena divinidad del Espíritu Santo, y del apolinarismo, que negaba la plena humanidad de Cristo.
En el año 381, nombró legados papales para representarlo en el Primer Concilio de Constantinopla, el segundo concilio ecuménico universal de la Iglesia católica. Este concilio no solo condenó el macedonianismo, sino que también amplió el Credo Niceno para enfatizar la divinidad del Espíritu Santo. Asimismo, afirmó las naturalezas humana y divina de Cristo, en oposición a las enseñanzas de Apolinar. La dedicación del papa Dámaso a la ortodoxia doctrinal influyó notablemente en la firme posición de la Iglesia frente a estas herejías y fortaleció el cristianismo niceno.

Quizá una de las mayores contribuciones del papa Dámaso a la Iglesia fue encomendar a San Jerónimo la producción de lo que ahora conocemos como la Biblia Vulgata. En el 382, el papa Dámaso llamó al recién ordenado presbítero Jerónimo desde Constantinopla a Roma para servir como su secretario y consejero. Reconociendo la necesidad de una Biblia latina fiable —debido a la existencia de muchas traducciones deficientes y poco coherentes—, encargó a Jerónimo realizar una nueva traducción al latín (la lengua común en el Imperio) a partir de los textos originales griegos y hebreos.
Esta nueva traducción también contribuyó a que la Iglesia definiera qué libros componen la Palabra inspirada de Dios, su canon oficial. Jerónimo comenzó este trabajo monumental con el Nuevo Testamento, traduciéndolo del griego al latín. Aunque le tomó muchos años completarlo, su traducción se convirtió en la versión latina estándar de la Biblia y sigue siéndolo hoy.

El papa Dámaso también trabajó arduamente para mejorar la liturgia. Introdujo el canto de los salmos, ayudó a desarrollar el Calendario Romano General, restauró iglesias y encargó arte sagrado. Tenía una profunda devoción por los santos, especialmente los mártires; restauró las catacumbas donde estaban sepultados, escribió personalmente inscripciones poéticas para sus tumbas y añadió festividades en su honor.

Aunque hoy la autoridad del sucesor de San Pedro, el obispo de Roma, está claramente establecida como la del pastor supremo de la Iglesia, no era así en ese tiempo. El papa Dámaso fue fundamental para establecer los fundamentos teológicos de esta doctrina que se desarrollaría durante siglos, afirmando con firmeza que la autoridad del obispo de Roma no proviene de ningún concilio eclesial, sino de Jesús mismo, quien dijo:
“Y yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mateo 16,18).

En el 380, el emperador Teodosio I, junto con los coemperadores Graciano y Valentiniano II, promulgó el Edicto de Tesalónica, declarando que la fe cristiana, tal como la definían los concilios de Nicea y Constantinopla, era la religión oficial del Imperio romano. Este edicto contribuyó a eliminar el arrianismo y otras herejías. Es difícil imaginar lo que habría ocurrido en aquel período si el papa San Dámaso no hubiera sido un líder tan fuerte en la defensa de la ortodoxia.

El papa San Dámaso vivió y sirvió en un momento decisivo para la Iglesia. Nació durante la peor persecución imperial de los cristianos y vio cómo se establecía la tolerancia religiosa con el Edicto de Milán, y cómo el cristianismo se convertía en la religión oficial del Imperio, cuatro años antes de su muerte.
Al honrar a este gran santo, que tuvo tanta veneración por los santos que lo precedieron, recordemos que la Iglesia de hoy profesa la fe que él luchó por defender y definir.
Su pureza doctrinal, su amor por la liturgia, su veneración a los santos y su ministerio pastoral contribuyeron al fecundo crecimiento de la Iglesia en Europa y, finalmente, hasta los confines de la tierra.


Oración:

Papa San Dámaso, tú viviste en un tiempo de transformación en la historia de la Iglesia.
Por medio de ti, Dios condujo a la Iglesia de tu tiempo hacia una imagen más plena del Reino de los Cielos.
Te ruego que intercedas por mí, para que también yo, a mi manera, me disponga más plenamente a Dios,
de modo que Él pueda servirse de mí para ayudar a conducir a su Iglesia a través de los desafíos de mi época.

Papa San Dámaso, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.

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