En los 30 años de la muerte de XAVIER ZUBIRI (1898-1983), gran filósofo y humanista español
"La experiencia cristiana de la encarnación sería
la máxima expresión del acceso humano a Dios." (Xavier Zubirí)
" No se trata de que cada cual haya de comenzar de cero, o inventar un sistema propio, todo lo contrario, precisamente, por tratarse de un saber radical y último, la filosofía se haya montada, más que otro saber alguno, sobre una tradición, de lo que se trata es de que aún admitiendo filosofías ya hechas esta adscripción sea resultado de un esfuerzo personal de una auténtica vida intelectual. Lo demás es ”brillante aprendizaje” de libros o espléndida confección de lecciones magistral "
(Xavier Zubiri)es…
Si, un día como hoy, el 21 de
septiembre pero de 1983, sucumbía ante un cáncer el gran XAVIER ZUBIRI.
Un nombre
muy brillante junto con el apellido, que se hace difícil olvidar cuando se le
ha conocido un poco su pensamiento.
Para 1983 en
el momento de su muerte yo era apenas un mocoso colegial que cursaba 2º de
bachillerato en el Colegio Juan XXIII, época en que aun no había escuchado
jamás hablar del pensador vasco y su pensamiento.
En 1988, ya
siendo un joven un poco más “estable” en el seminario e introducido por mis
profesores universitarios en las cuestiones filosóficas, me hablaron por
primera vez del pensador español que había nacido el 4 de diciembre de 1898 en
San Sebastián (Guipuzcoa) España.
En ese ambiente académico y religioso, yo notaba que parecía
haber un interés y sensibilidad por el mencionado autor, en los contenidos académico filosóficos de los
libros de enseñanza introductorios a la denominada “madre de todas las ciencias”.
Algunos profesores
no ocultaban su admiración y fascinación por Zubiri, de quien hoy día someramente
recuerdo que habló de “Inteligencia sentiente”, es decir, parece que Zubiri había aparecido en el mundo de las ideas con algo novedoso, positiva y
optimista, después de haberse atravesado una época imbuida por demasiadas
crisis-sociopolíticas, excesivos racionalismos e idealismos tanto en España
como en el resto de Europa.
Zubiri había leído Ortega y Gasset, inclusive lo conoció
personalmente y se hizo su discípulo aferrado y fiel por mucho tiempo, aunque
después hubo discrepancias ideológicas con su maestro. Zubiri también tuvo una gran
influencia de Husserl, de Heidegger y el cardinal Mercier.
Para Zubiri no era solo la razón lo que determinaba al hombre, él daba mucha importancia también
a su existencia…a su capacidad de sentir, de experimentar…y en el horizonte
está Dios, de quien dirá que es un problema tanto para creyentes, ateos y agnósticos…prácticamente
la vida y el sentido de la existencia de cada uno se juega en su concepción y o
afirmación o negación de Dios:
“El hombre actual se caracteriza no tanto por tener una
idea de Dios positiva (teísta) o
negativa (ateísta) o agnóstica, sino que se caracteriza por una actitud más radical: por negar que exista
un verdadero problema de Dios. Para el
teísta quien tiene problema de Dios es el ateo; para el ateo es el creyente.
Por eso lo fundamental es descubrir que
Dios es problema para todos. El creyente tiene que dar razones de su creencia,
y el ateo tiene que dar también las razones de su negación de Dios, así como
tiene que dar también el agnóstico las razones de su agnosis. El ateísmo y el
agnosticismo no son menos creencias que el teísmo. Los tres están necesitados de
fundamentar su actitud porque no basta en última instancia con la firmeza de un
estado de creencia sino que es necesaria su justificación intelectual
Para Zubiri era importante profundizar en la religación (religión), el hecho de estar
ligados o unidos a Dios…para un hombre creyente como él, y quien en un
principio quiso ser sacerdote, de hecho se consagró al ministerio pero no por
mucho tiempo, pues luego se enamoró y decidió servir al Señor y a la Iglesia
desde otro Estado, como lo leemos en su biografía sucinta.
Zubiri dedico
su vida entera al estudio de estos tres temas que él muy bien definió en sus
libros, enseñanzas y conferencias
académicas: la realidad, la inteligencia y Dios.
No fue un
autor muy prolífico pero aun hoy en los albores del siglo XXI, sus ideas y posiciones
tanto filosóficas como teológicas (ensayos) siguen siendo de actualidad…Y son
textos que no son difíciles de abordar ni nada que salve un buen diccionario filosófico
a mano.
Así que es
inevitable no pensar ni hacerle homenaje en este 30º aniversario de su muerte
al gran Xavier Zubirí quien sin duda alguna ha influido en el pensamiento,
proyectos y vida de muchos otros que le han tenido la suerte de profundizar en
su pensamiento.
Me quedo con fragmento de la entrevista realizada al músico
Cristóbal Halffter, justificando el por qué le dedicó al filósofo una
composición para órgana titulada Ricercare:
"Me imagino a un
organista en una iglesia española. Los órganos siempre tienen un acceso
difícil, por unas escaleras pequeñas, complicadas. Arriba, sin ser visto, está
tocando muy humildemente un organista, y abajo, sin él saberlo, muchas personas
escuchan su mensaje. Es como la filosofía de Zubiri. Muy modesto, como si no
quisiera nada, pero en realidad muchas personas se benefician de su pensar. Es
como la labor callada del organista. No es como un concierto de piano, en donde
sale un pianista y la gente le aplaude. El organista hace su música casi
anónimamente y llena el templo de sonidos, transforma la realidad del templo a
través de su música."
BIOGRAFIA
SUSCINTA DE XAVIER ZUBIRI
ZUBIRI
APALATEGUI, Xavier. San Sebastián
(Guipúzcoa), 4.XII.1898 – Madrid (Madrid), 21. IX.1983. Filosofía.
Nació en San
Sebastián en el seno de una familia católica y tradicionalista. Su padre,
Miguel Zubiri, fue propietario de un negocio de coloniales y figura relevante
de la burguesía donostiarra. La debilidad congénita de Xavier hizo que sus
padres temieran primero por su vida y luego lo rodearan de mimos y cuidados
para compensar su natural delicado y enfermizo. Realizó sus estudios de
primaria y secundaria en el Colegio de Santa María, regentado por los hermanos
marianistas, en su ciudad natal. El director de la escuela, el P. Domingo
Lázaro, un hombre de sólida formación teológica y cultural, suscitó en el joven
Zubiri un gran interés por las cuestiones filosóficas y teológicas y lo fue
introduciendo en los principales debates teóricos de su tiempo. La precoz
vocación intelectual de Zubiri, lector voraz desde muy niño, avanzó a la par
que iniciaba su camino hacia el sacerdocio, que le parecía a él y a su familia
su destino natural. En 1909 quiso entrar en el seminario jesuita de Comillas,
pero lo abandonó a los pocos días por problemas de inadaptación. En septiembre
de 1915 ingresó en el Seminario Conciliar de Madrid, guiado por el sacerdote
Juan Zaragüeta, buen amigo de sus padres, un hombre jovial de amplia formación
filosófica y científica, doctorado en el Universidad Católica de Lovaina. Pero
al día siguiente de su llegada al seminario, Zubiri padeció una grave crisis de
salud y tuvo que regresar a San Sebastián, donde pasó todo el curso haciendo
reposo y bajo atención médica, aunque plenamente dedicado a sus lecturas
filosóficas y teológicas.
Se instaló definitivamente
en Madrid en septiembre de 1916. Juan Zaragüeta, recién nombrado rector, le
autorizó a residir fuera del seminario, asistiendo a sus clases como alumno
externo. En los años siguientes, Zaragüeta actuó como profesor de filosofía,
tutor y mentor del joven Zubiri, viendo en él a un futuro sacerdote enteramente
dedicado al estudio y la docencia, y al servicio de la Iglesia española, muy
necesitada de mentes claras y de renovación en el terreno de las ideas.
El paso de Zubiri por el
Seminario no estuvo libre de turbulencias. Desde sus años en el colegio de los
marianistas, se hallaba sacudido por tormentas espirituales que marcaron toda
su juventud y su destino vocacional. Su temprano contacto con el pensamiento
moderno, gracias a Domingo Lázaro y Juan Zaragüeta, y su propio trabajo
intelectual, le habían permitido conocer a fondo el modernismo teológico al que
se adhirió interiormente. A pesar de que el modernismo había sido condenado
diez años antes por Pío X, Zubiri asumió en sus años de juventud las
principales tesis de los sectores modernistas más radicales: la preeminencia de
una religión natural, reducida a impulso interior hacia la perfección moral del
hombre; la relatividad de las religiones positivas, entendidas como los modos
circunstanciales en que los hombres concretan su sentimiento religioso; la
negación de la divinidad de Cristo y el carácter puramente cultural y social de
la Iglesia católica y de sus sacramentos. Profesó en secreto su credo
modernista pero ello no le evitó un grave conflicto con un profesor del
seminario que le censuró su heterodoxia.
En 1917 inició estudios de
Filosofia y Letras en la Universidad Central de Madrid. Para adelantar en la
carrera se examinó de algunas asignaturas en la Universidad de Salamanca. A
comienzos de 1919, se convirtió en discípulo de José Ortega y Gasset, que le
puso en contacto con la fenomenología de Husserl. Desde entonces asumió el reto
filosófico husserliano de construir una filosofía libre de presupuestos no
justificados. Ortega contribuyó decisivamente a situar a Zubiri en la senda de
la pura filosofía, ajena a intereses teológicos.
Entre febrero de 1920 y
marzo de 1921, por consejo de Juan Zaragüeta, estudió en el Instituto Superior
de Filosofía de la Universidad Católica de Lovaina, donde imperaba un tomismo
dialogante con el mundo moderno, inspirado por el Cardenal Mercier. Allí
conoció una filosofía escolástica abierta a los puntos de vista de la filosofía
kantiana y de la fenomenología. Intimó con el profesor Léon Noël, del que le
interesó especialmente su “realismo inmediato”, filosofía alternativa al
“realismo crítico” de otros profesores lovaineses. No escondió ante él ni ante
algunos de sus compañeros sus dudas de fe o su militancia modernista. En
noviembre de 1920 se trasladó temporalmente a Roma para realizar su examen de
doctorado en Teología en el Collegium Theologicum vaticano. En febrero de 1921
presentó en Lovaina una tesina de licenciatura en filosofía titulada El problema de la objetividad en
Husserl. Se doctoró en
Filosofía en Madrid, en mayo de 1921, con la tesis Ensayo de una teoría fenomenológica
del juicio, cuyo ponente fue Ortega y Gasset y que llegó a ser el primer
trabajo sobre Husserl publicado fuera de Alemania,
Entretanto, arrastrado por
la inercia de su carrera sacerdotal, animado por sus directores espirituales a
perseverar en ella y a desterrar cualquier tentación en sentido contrario,
temeroso de la decepción de su familia ante una eventual renuncia suya al
sacerdocio, recibió las órdenes menores en medio de una fuerte crisis
espiritual y se ordenó sacerdote el 21 de setiembre de 1921 en Pamplona,
entendiendo su ministerio como mero servicio a una institución eclesial a la
que tan sólo podían competer tareas morales y culturales.
Deseoso de alejarse de
España, donde comenzaba a ser objeto de acusaciones anónimas de heterodoxia,
consiguió una beca de la Junta de Ampliación de Estudios para continuar sus
estudios en el extranjero y viajó a París, donde se entrevistó con Henri
Bergson, cuya obra admiraba y conocía a fondo.
Estando en la capital
francesa recibió la noticia de que había sido denunciado por un ex-compañero de
estudios de Lovaina ante el obispo de Vitoria, Leopoldo Eijo y Garay, otra vez
a causa de sus ideas modernistas. Regresó rápidamente a Vitoria para
entrevistarse con su prelado y llegó a una situación de práctica excomunión de
la que sólo pudo salir retractándose bajo juramento de sus tesis heterodoxas.
Aunque había vuelto de Francia resuelto a romper con la Iglesia, la presión de
su familia y de sus maestros forzó en última instancia su rectificación.
En septiembre de 1923 se
matriculó en la Facultad de Ciencias de la Central para estudiar asignaturas de
Física y Matemáticas. Formó parte del círculo del afamado matemático Julio Rey
Pastor. Renunció a una auxiliaría de la Facultad de Filosofía para poder
dedicarse plenamente a sus estudios científicos, que consideró desde entonces
un elemento indispensable de su formación teórica y de su trabajo filosófico.
Siempre estuvo convencido de que no era posible una filosofía a la altura del
siglo XX que no tuviera en cuenta las aportaciones más recientes de la
Matemática, la Física o la Biología.
En 1926, a los 28 años,
ganó por oposición la Cátedra de Historia de la Filosofía de la Universidad
Central de Madrid. Pronto destacó como profesor de un saber inmenso, algo
críptico, que maravillaba a sus alumnos por el rigor y la profundidad de su
discurso filosófico imparable, perfectamente trabado, exento de cualquier
concesión banal.
En 1927 quedó fuertemente
impactado por la lectura de Ser
y Tiempo, de Martín Heidegger.
Creyó hallar en este libro una senda filosófica que le permitía seguir la vía
abierta por la fenomenología, pero liberándose de las adherencias modernas o
idealizantes que atenazaban todavía el pensamiento de Husserl. En 1928 se
trasladó a Freiburg (Alemania) para estudiar con Husserl y Heidegger. Asistió a
las últimas clases del primero y a multitud de cursos del segundo, llegando a
formar parte de su círculo más estrecho de estudiantes y colaboradores.
Interesado en un diálogo profundo con Heidegger, sólo consiguió intimar con él
cuando ya estaba decidido a abandonar Freiburg y empezaba a barruntar una
alternativa filosófica personal, un punto de partida más originario que el
“ser” heideggeriano. En
1930 estudió unos meses en el Instituto de Física Teórica de Munich y, entre
septiembre del mismo año y verano del siguiente, en la Universidad de Berlín,
con los físicos Einstein y Schrödinger, los biólogos Spemann y Mangold, el
psicólogo Khöler, el matemático Zermelo y el filólogo Jaeger.
Durante su estancia en la
capital alemana comenzó su noviazgo con Carmen Castro Madinaveitia, hija del
hispanista Américo Castro, compañero suyo en la universidad. En verano de 1931 regresó a la España
republicana reincorporándose a su cátedra de la Central. Entre sus discípulos
de está época hay que citar a María Zambrano, José Gaos, Manuel Granell, Manuel
Mindán o Antonio Rodríguez Huéscar. Junto a José Bergamín y Eugenio Ímaz
encabezó el grupo editor de la revista Cruz
y Raya, una publicación que profesó un catolicismo abierto y dialogante con
la cultura contemporánea, a mucha distancia del tradicionalismo cerrado de
buena parte de la jerarquía eclesiástica. También colaboró estrechamente con la
orteguiana Revista de
Occidente, donde editó
algunos textos clásicos y publicó algunas recensiones y artículos, entre los
que hay que destacar “Sobre el problema de la filosofía” (1933), de fuerte
inspiración heideggeriana. En los veranos de 1933 y 1934 participó en los
cursos de la Universidad Internacional de Santander, que contribuyó a crear
como miembro del comité asesor.
En 1932 Zubiri recibía con
alivio la autorización del obispo de Madrid de no vestir sotana a causa de los
ataques de que eran objeto muchos sacerdotes en la cada vez más convulsa
sociedad española. En otoño de 1933, comenzó ante la Santa Sede los trámites
para solicitar la anulación de su ordenación sacerdotal o, en su defecto, la
exoneración de las cargas del sacerdocio. El 17 de julio de 1934 la Santa Sede
emitió un rescripto por el que se le concedía la reducción al estado laical,
aunque manteniendo la obligación del celibato. Los padres de Zubiri recibieron
la noticia con inmenso dolor y decepción. La herida tardó años en restañar.
En noviembre de 1935 Zubiri
se trasladó a Roma para conseguir la dispensa del celibato y contraer
matrimonio con Carmen Castro. Allí intimó con el carmelita y teólogo catalán
Bartomeu Xiberta, que le brindó su apoyo espiritual, permitiéndole gozar por
primera vez en su vida de un diálogo teológico libre. El 8 de enero de 1936
obtuvo de Pío XI la dispensa del celibato y el permiso para casarse con Carmen
Castro, cosa que hizo el 23 de marzo de 1936. La reconciliación con la Iglesia,
la rectificación de lo que consideraba el gran error de su vida, y sus charlas
teológicas con el P. Xiberta significaron un renacer de la fe católica de
Zubiri, que llevaba muchos años languideciendo.
La estancia en Roma la
aprovechó Zubiri para estudiar lenguas orientales con el jesuita Anton Deimel y
con el benedictino español Luis Palacios. A punto ya de volver a España, le
sorprendió la guerra civil. Zubiri acompañó a la embajada española ante el
Vaticano a los primeros sacerdotes huidos de la península y colaboró con Luis
de Zulueta, embajador de la República ante la Santa Sede. Acusado de comunista
por el Prepósito General de los
jesuitas, Ledóchowski, y el
marqués de Magaz, embajador del gobierno de
Burgos ante el estado italiano, fue expulsado de Italia junto con su mujer el
31 de agosto de 1936. El 8 de septiembre de 1936 se instaló en París, en el
Colegio de España de la Ciudad Universitaria. Trató brevemente con Severo Ochoa
y frecuentó a Ortega, Marañón y Morente, al que acompañó en su proceso de
conversión. También se relacionó con Marcel Bataillon y Jacques Maritain. En
noviembre de 1937 el Ministro de Educación de la República, Jesús Hernández,
decretó la cesantía de Zubiri como catedrático de la Central por no haberse
presentado en Madrid a la llamada del gobierno republicano.
Zubiri mantuvo en París una
intensa actividad intelectual. Presentó en 1937 una ponencia, en el congreso
celebrado con ocasión del III Centenario del Discurso
del Método de Descartes.
Asistió a las clases de los químicos Frédéric Joliot e Irène Curie, del
matemático Elie Joseph Cartan y del físico Louis de Broglie. Siguió los cursos
de filología irania de Emile Benveniste y de gramática asiria y babilónica de
René Labat. Estudió hitita con Louis Delaporte, en el Instituto Católico de
París, y exégesis bíblica
con Edouard Paul Dhorme. En la Ciudad Universitaria dirigió varios seminarios
de Teología en el Hogar de los Estudiantes Católicos y en el Instituto Católico
de París impartió dos cursos de filosofía de la religión. El 20 de enero de 1937 Zubiri escribió
una carta a Fidel Dávila, Presidente de la
Junta Tècnica de Burgos, manifestando su adhesión al Movimiento Nacional.
Seguía los consejos de Morente y de su propia familia. La deriva revolucionaria
de la República, la persecución religiosa y el convencimiento de una pronta
victoria de los nacionales le movieron a ello. Después se mantendría siempre
absolutamente distante de cualquier toma de posición política. En 1938, Zubiri
y su esposa se hicieron oblatos benedictinos.
En 1939, cuando ya se
esperaba un ataque alemán a
Francia, Zubiri hizo gestiones infructuosas para conseguir un puesto en la
Universidad de Upsala, en Suecia, o en la Escuela Bíblica de Jerusalén. Juan
Zaragüeta y Manuel Morente le ofrecieron una colocación en la Universidad de
Tucumán, en Argentina, que no aceptó. Finalmente, el 2 de setiembre de 1939, un
día antes de que Francia declarase la guerra a Alemania, Xavier Zubiri y Carmen
Castro cruzaron la frontera de Irún.
De nuevo en Madrid, Zubiri
conoció a Pedro Laín Entralgo, iniciando una profunda relación de amistad,
decisiva para ambos. A pesar de que el Ministro de Educación Nacional, José
Ibáñez Martín, y el obispo de Madrid, Leopoldo Eijo y Garay, aceptaban su
regreso a su cátedra de la Central, la Santa Sede le impuso el traslado fuera
de la capital y en diciembre de 1939 fue nombrado profesor de la Universidad de
Barcelona. En la ciudad condal fue bien acogido por profesores y alumnos,
colaboró con la revista Escorial, dirigida por Dionisio Ridruejo y
Pedro Laín, para la que escribió “Sócrates y la filosofía griega” (1940), y se
involucró en diversos trabajos editoriales que no llegaron a fructificar.
Mientras, su esposa Carmen comenzó a trabajar en diversas traducciones, algunas
de las cuales aparecieron más adelante con la firma del propio Zubiri. Una
creciente sensación de soledad en Barcelona, el deseo de recuperar su ambiente
madrileño y ciertos problemas sentimentales, le movieron a regresar a Madrid,
en verano de 1942, con la esperanza de recuperar su antiguo destino
universitario. Al no aceptar ahora el Ministro de Educación su retorno a la
Central ni a ningún otro puesto en instituciones oficiales, Zubiri renunció a
su cátedra y comenzó su andadura personal, incierta en lo económico, al margen
completamente del nuevo Estado nacional. Después de alojarse unos meses en casa
de Pedro Laín, el matrimonio Zubiri se instaló en un piso de la calle Núñez de
Balboa, en el barrio de Salamanca.
En 1943 publicó su libro Naturaleza, Historia, Dios, obra escrita bajo la insistencia
de Laín, donde recogía una buena parte de los artículos publicados
anteriormente en Revista de
Occidente, Cruz y Raya y Escorial, y exponía ya en esbozo algunas de sus
tesis básicas sobre la realidad, la inteligencia y la religación. Llegó a ser
un clásico de la literatura filosófica española del siglo XX.
Con la voluntad de sacarlo
de su ostracismo, apoyarle económicamente y aprovechar su saber, el médico
Carlos Jiménez Díaz y Pedro Laín Entralgo lo animaron a dictar unos cursos
privados, que comenzaron en octubre de 1945 en los locales de la compañía
aseguradora La Unión y el Fénix, en Madrid. Entre los asistentes regulares a
estos cursos estaban Pedro Laín, Javier Conde, Luis Felipe Vivanco, Julián Marías,
Paulino Garagorri, Carlos Jiménez Díaz, entre otros.
En 1945, junto a Juan
Lladó, un abogado católico de formación y pensamiento liberal, consejero
delegado del Banco Urquijo, fundó laSociedad de Estudios y Publicaciones. Esta
sociedad, patrocinada por el Banco Urquijo, liderada por Lladó y asesorada por
el propio Zubiri, auspició sus cursos privados y realizó en las décadas
siguientes una discreta pero continuada tarea de promoción cultural al margen
del doctrinarismo que inspiraba la cultura oficial franquista. Apoyó los
trabajos de jóvenes investogadores que no hallaban acomodo en las instituciones
oficiales, organizó cursos y conferencias dictados por renombrados
intelectuales europeos y creó seminarios de investigación de economía,
medicina, sociología, teología y filosofía.
Desde 1945 y a lo largo de
los años 50, se sucedieron los cursos extrauniversitarios de Zubiri, centrados
en los temas capitales de la filosofía, concebidos desde una perspectiva
contemporánea, siempre atentos a los últimos desarrollos de las ciencias:
“Ciencia y realidad” (1945–46), “Tres definiciones clásicas del hombre”
(1946-47), “¿Qué son las ideas? (1947-48), “El problema de Dios” (1948-1949),
“Cuerpo y alma” (1950-51), “Sobre la libertad” (1951-52), “Filosofía primera” (1952-1953),
“El problema del hombre” (1953-1954), “Sobre la persona” (1959) y “Acerca del
mundo” (1960). De este
modo, iba formulando una filosofía original que pretendía ganar en radicalidad
a la husserliana y la heideggeriana, superadora de la dicotomía realismo-idealismo
y articulada por las nociones de realidad, sustantividad o inteligencia,
concebidas novedosamente mediante un análisis filosófico cuyos logros se
fundamentaron siempre en la criba de presupuestos. Los cursos zubirianos se
convirtieron en un referente mayor de la vida cultural española. Alrededor del
filósofo se fue reuniendo un público diverso de profesionales (médicos,
abogados, ingenieros), filósofos, teólogos y estudiantes, bien dispuestos para
una reflexión filosófica libre de corsés ideológicos, abierta a la ciencia y al
pensamiento del siglo XX. En la década de los 50, Zubiri se convirtió sin
buscarlo en una de las fuentes de inspiración de muchos intelectuales que
iniciaban su divorcio del régimen franquista: tradicionalistas “renovadores” o
“demócratas cristianos” liderados por Joaquín Ruiz Giménez, antiguos
falangistas “integradores” o “liberales”, como Pedro Laín, Javier Conde o
Antonio Tovar y católicos “abiertos” como José Luis Aranguren. Un grupo de
amigos del filósofo editó en 1953 la miscelánea Homenaje a Xavier Zubiri, que
supuso su primer reconocimiento público en la España de la posguerra. Sin
embargo, el pensamiento de Zubiri, no acompañado de una obra escrita,
permanecía prácticamente desconocido fuera del ambiente restringido de sus
cursos.
El mismo día del entierro
de José Ortega y Gasset, el 18 de octubre de 1955, Zubiri publicó en ABC un artículo elogioso con su maestro,
objeto entonces de una inmisericorde persecución por parte de los sectores
católicos más retrógrados. Este artículo, junto con el que escribió en el XXV
aniversario de la cátedra de Ortega (1936) y en la muerte de su amigo y mecenas
Juan Lladó (1982), son los únicos que escribió para la prensa.
Entre otoño de 1954 y 1959,
Zubiri suspendió sus cursos privados para dedicarse por completo a la redacción
de un libro sobre la persona humana que se convirtió después en su tratado Sobre la esencia, publicada en
1962. En él defendía que la tarea primaria de la filosofía es el estudio la
realidad actualizada en la aprehensión. Sólo a partir de ahí tiene sentido
preguntarse por lo que las cosas son allende la aprehensión, en la realidad del
mundo. Zubiri desarrollaba una teoría de la sustantividad, como estructura
básica de lo real, que radicalizaba y sustituía la teoría aristotélica de la
substancia y cualquier doctrina objetivista. En algunos países latinoamericanos Sobre la esencia tuvo una buena acogida, pero en España
fue mal comprendido y asociado a la neoescolástica
tradicional. A pesar de su mala recepción filosófica, el libro se convirtió de
inmediato en un best seller.
En 1961, Zubiri trabó
amistad con el jesuita Ignacio Ellacuría, que acudió a él para que le dirigiera
su tesis doctoral. Entre los dos se anudó una verdadera relación
paterno-filial. A partir de 1967,
Ignacio Ellacuría dividió su tiempo, con la anuencia de la Compañía de Jesús,
entre su colaboración con Zubiri y su trabajo universitario en la Universidad
Centroamericana de El Salvador. Ellacuría animó decisivamente a Zubiri, siempre
dubitativo, a poner por escrito su filosofía.
Más asequible al gran
público y de enorme popularidad entre los estudiantes de filosofía, fue su
tercer libro, Cinco lecciones
de filosofía,donde exponía el pensamiento de Aristóteles, Kant, Comte,
Bergson, Husserl y Heidegger.
Los principales cursos
impartidos por Zubiri a partir de 1961 fueron: “Sobre la voluntad” (1961),
“Cinco lecciones de filosofía (1963), “El problema del mal” (1964), “El
problema filosófico de la historia de la religiones” (1965), “Sobre la realidad”
(1966), “El hombre y la verdad” (1966), “Estructura dinámica de la realidad”
(1968), “Estructura de la metafísica” (1969), “Problemas fundamentales de la
metafísica occidental” (1969), “Sobre el tiempo” (1970), “Sistema de lo real en
la filosofía moderna” (1970), “El problema teologal del hombre: Dios, religión,
cristianismo” (1971-1972), “El espacio” (1973), “El hombre y Dios” (1973),
“Tres dimensiones del ser humano: individual, social e histórica” (1974),
“Reflexiones filosóficas sobre lo estético” (1975), “La inteligencia humana”
(1976). Estos cursos comenzaron a publicarse después de la muerte del filósofo
(véase biografía final), permaneciendo inéditos los que dio entre 1945 a 1954,
algunos de miles de páginas.
En el año 1970 dos gruesos
volúmenes recogieron un segundo “Homenaje a Xavier Zubiri”, en el que se dio
cita una gran parte de la intelectualidad española y europea del momento. En enero de 1972, la Sociedad de
Estudios y Publicaciones inauguró en
la Casa de las Siete Chimeneas el
“Seminario Xavier Zubiri”. Su primer director fue Ignacio Ellacuría, entonces
rector de la Universidad Centroamericana de El Salvador. Ellacuría convocó a trabajar en el
seminario a un grupo de jóvenes estudiosos que seguían de cerca al filósofo:
Diego Gracia, Alberto del Campo, Alfonso López Quintás, Carlos Baciero, Carlos
Fernández Casado, María Riaza y, más adelante Antonio Pintor-Ramos, José
Monserrat, Antonio Ferraz, y otros. En las sesiones semanales del seminario, en
las que siempre participaba, encontró Zubiri el mejor espacio para continuar y
profundizar su labor filosófica. Del diálogo con sus compañeros y amigos
recibió multitud de sugerencias, críticas leales y un estímulo constante
gracias al cual fue evolucionando su pensamiento.
En noviembre de 1973, dictó
en la Universidad Gregoriana de Roma el curso "El
problema teologal del hombre. El hombre y Dios". Constituyó su regreso
a un aula universitaria, después de más de treinta años, a instancias del
Prepósito General de la Compañía de Jesús, su amigo Pedro Arrupe, con quien se
creía en deuda por el apoyo que le brindaba Ellacuría.
En la década de los 70,
Zubiri se ocupó de la antropología filosófica, los problemas del espacio, del
tiempo, y de la materia, y de la filosofía de la religión y la teología. Interesaron
especialmente su concepción del hombre como “animal de realidades”, su análisis
del hecho religioso, cristalizado en la noción de “religación”, su concepción
de la historia y su peculiar materialismo. Mientras, trabajaba intensamente en
su filosofía de la inteligencia, dotándola de una orientación original que
había de constituir la culminación de todo su itinerario filosófico.
En 1974 el “Seminario
Xavier Zubiri” comenzó a editar la revista Realitas,
de la que llegaron a aparecer tres gruesos tomos en los que el filósofo y sus
discípulos fueron publicando sus trabajos. En
octubre de 1978, en su último viaje al extranjero, Zubiri asistió a un congreso
de Filosofía de la Religión en Perugia (Italia). Ya con 80 años cumplidos, fue objeto
de reconocimientos diversos. En 1979, la República Federal de Alemania le
concedió la Gran Cruz al Mérito. En 1980 fue investido con el doctorado honoris causa en la Facultad de Teología de la
Universidad de Deusto (Vizcaya). Y en 1982, recibió, junto con Severo Ochoa, el
Premio Ramón y Cajal a la investigación.
En 1980, Zubiri publicó el primer volumen
de su obra más importante: Inteligencia
sentiente. A este primer volumen, titulado Inteligencia y realidad, se
agregaron Inteligencia y logos (1982) e Inteligencia y razón (1983). En esta trilogía exponía un
análisis de la intelección humana concebida como mera actualización de lo real
en los actos humanos. La realidad, el carácter “de suyo” de lo sentido en
cualquier acto humano, pone en marcha el proceso de la intelección mediante el
cual el hombre intelige unas cosas entre otras (logos) e intenta inteligir la
realidad de las cosas (razón). Mediante este análisis Zubiri pretendía superar
la contraposición entre sentir e inteligir mantenida desde Parménides a lo
largo de toda la historia del pensamiento occidental.
En el año 1983, con las
fuerzas mermadas por un cáncer, Zubiri comenzó a preparar un nuevo libro, El hombre y Dios, que ya no pudo terminar. El 21 de
septiembre fallecía en Madrid.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS PARA PROFUNIZAR EN LA VIDA Y OBRA DE ZUBIRI:
Gracias, Padre Gustavo, por esta nota suya acerca de la vida y "milagros" de nuestro Zubiri.Destacamos en ella, además de su rigor historiográfico, también su castellano escueto, sonoro. Zubiri y Ellacuría y Arrupe nos hablan, a su vez, de entrañas de misericordia.Saludos desde Austria.
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