Santo del día:
San Daniel Comboni
1831-1881. «Conquistar
África para Cristo»: tal era la ambición de este tenaz sacerdote italiano,
fundador de dos congregaciones religiosas misioneras. Nombrado obispo de Jartum
(Sudán), luchó contra el tráfico de esclavos. Canonizado en 2003.
Habitar el espacio
(Lucas 11,15-26) Si el espíritu impuro puede volver a la casa bien
arreglada de la que fue expulsado, es porque no está ni vigilada ni habitada.
Entonces, vuelve a instalarse allí con más fuerza.
¿Acaso yo también estoy, a veces, atormentado en mi espíritu, en mi corazón o
en mi cuerpo, y luego liberado por la gracia de un consejo, de una oración o de
una confesión?
Jesús me exhorta con insistencia a volver a habitar el espacio que Él
acaba de despejar en mi vida.
Nicolas Tarralle, prêtre assomptionniste
Primera lectura
Jl
1, 13-15; 2, 1-2
El
Día del Señor, día de oscuridad y negrura
Lectura de la profecía de Joel.
VÍSTANSE de luto,
hagan duelo, sacerdotes,
griten, servidores del altar.
Vengan y pasen la noche
en sacos, servidores de Dios,
pues no hay en el templo de su Dios
ofrenda y libación.
Proclamen un ayuno santo,
convoquen la asamblea,
reúnan a los jefes,
a todos los habitantes del país
en la casa de su Dios
y llamen a gritos al Señor.
¡Ay del día!
Se acerca el Día del Señor,
llega como ruina arrolladora.
Toquen la trompeta en Sion,
griten en mi monte santo,
se estremecen todos los habitantes del país,
pues llega el Día del Señor.
Sí, se acerca,
día de oscuridad y negrura,
día de niebla y oscuridad,
como el alba, sobre los montes,
avanza un gentío innumerable,
poderoso como nunca lo hubo
ni lo habrá tras él por generaciones.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
9, 2-3. 6 y 16. 8-9 (R.: cf. 9a)
R. El Señor juzgará el
orbe con justicia.
V. Te doy gracias,
Señor, de todo corazón,
proclamando todas tus maravillas;
me alegro y exulto contigo,
y toco en honor de tu nombre, oh Altísimo. R.
V. Reprendiste a los
pueblos, destruiste al impío
y borraste para siempre su apellido.
Los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron,
su pie quedó prendido en la red que escondieron. R.
V. Dios está sentado por
siempre
en el trono que ha colocado para juzgar.
Él juzgará el orbe con justicia
y regirá las naciones con rectitud. R.
Aclamación
R. Aleluya, aleluya,
aleluya.
V. Ahora el príncipe de
este mundo va a ser echado fuera —dice el Señor—. Y cuando yo sea elevado sobre
la tierra, atraeré a todos hacia mí. R.
Evangelio
Lc
11, 15-26
Si
yo echo los demonios con el dedo de Dios, es que el reino de Dios ha llegado a
ustedes
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, habiendo expulsado Jesús a un demonio, algunos de entre la
multitud dijeron:
«Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios».
Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Él, conociendo sus
pensamientos, les dijo:
«Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. Si,
pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su
reino? Pues ustedes dicen que yo echo los demonios con el poder de Belzebú.
Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, los hijos de ustedes,
¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán sus jueces. Pero, si
yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha
llegado a ustedes.
Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están
seguros, pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas
de que se fiaba y reparte su botín.
El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama.
Cuando el espíritu inmundo sale de un hombre, da vueltas por lugares áridos,
buscando un sitio para descansar, y, al no encontrarlo, dice:
“Volveré a mi casa de donde salí”.
Al volver se la encuentra barrida y arreglada.
Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él, y se mete a vivir allí.
Y el final de aquel hombre resulta peor que el principio».
Palabra del Señor.
1
Vivir en la certeza de un Dios
que no es indiferente
I. Introducción: El libro de Joel, un espejo para
los tiempos de crisis
Queridos
hermanos y hermanas:
El profeta Joel nos habla desde el corazón de una tragedia nacional: una plaga
ha devastado la tierra de Judá. Campos arrasados, graneros vacíos, pueblos
sumidos en el lamento. Pero, en medio del desastre, Joel no invita al desánimo
sino a la esperanza. No es un profeta de desgracias, sino un pedagogo de la
conversión.
Por eso, leer el libro de Joel hoy es un acto de esperanza. Porque
también nosotros vivimos tiempos de prueba: guerras, divisiones, crisis
morales, enfermedades que consumen el cuerpo y el alma. Y el mensaje de Joel
sigue siendo actual: “Pase lo que pase, el Señor no es indiferente”. Él
escucha, Él ve, Él actúa. El Señor no se queda al margen de la historia humana:
entra en ella para salvar, para restaurar, para llenar de beneficios a su
pueblo.
El Año
Jubilar que vivimos nos recuerda eso mismo: Dios nunca se cansa de renovar
su alianza. Y en este mes del Rosario y de las Misiones, María nos
enseña a perseverar en esa confianza activa, la que reza, intercede y se pone
en camino aun cuando no entiende del todo el plan de Dios.
II. “Entre el sacrificio y la caridad”: El llamado
a la sinceridad del corazón
El
profeta Joel convoca al pueblo a un tiempo de ayuno, de oración y de conversión.
“Ceñíos de sayal y lamentaos, sacerdotes... proclamad ayuno, convocad la
asamblea” (Jl 1,13–14). Pero añade una clave esencial: no basta con las
prácticas externas, no bastan las lágrimas rituales, si el corazón sigue
frío o endurecido.
Dios no busca gestos mágicos; busca actitudes sinceras y profundas.
Busca un pueblo que ore, sí, pero que también practique la caridad; que ofrezca
sacrificios, sí, pero que viva la justicia.
En este
sentido, el profeta no denuncia solo la sequía de los campos, sino la sequía
del alma. Cuando la fe se reduce a rutina, cuando el amor se apaga, cuando
las palabras no se traducen en obras, la vida pierde su sabor. El ayuno que
agrada a Dios —dirá también Isaías— es “partir tu pan con el hambriento,
hospedar a los pobres, cubrir al desnudo y no desentenderte de los tuyos” (Is
58,7).
Queridos
hermanos: este texto nos invita a examinar nuestra propia coherencia cristiana.
- ¿Rezamos, pero sin escuchar
al que sufre a nuestro lado?
- ¿Venimos al templo, pero nos
falta reconciliarnos con alguien?
- ¿Ayunamos, pero seguimos
alimentando resentimientos, juicios o indiferencias?
La
verdadera conversión es un retorno al amor, una reparación del corazón y de las relaciones.
Y ese retorno tiene un nombre precioso: misericordia.
El Jubileo que celebramos no es otra cosa que un gran llamado a vivir con
misericordia en todos los ámbitos de la vida.
III. El juicio y la esperanza: enfrentar el mal sin
miedo
Joel
menciona el “día del Señor”, un día de tinieblas y nubes, que parece
amenazante. Pero ese día no busca infundir terror, sino despertar la
conciencia.
El juicio de Dios no es condena, sino oportunidad. Es el momento en que la
verdad de nuestra vida queda al descubierto, no para humillarnos, sino para
sanarnos.
Por eso el texto nos dice: “Tocad la trompeta... tiemblen todos los habitantes
del país, porque viene el día del Señor” (Jl 2,1).
El temblor que provoca la presencia divina no es miedo, es asombro. Es
reconocer que hay algo más grande que nosotros mismos, y que no podemos seguir
viviendo en la superficialidad.
El juicio
de Dios es una oportunidad para rectificar. No es una amenaza, es una
invitación a dejar que Él ilumine nuestras sombras. Y eso empieza por reconocer
el mal dentro de nosotros: el egoísmo, la soberbia, la falta de perdón, las
estructuras de pecado que sostenemos con nuestra pasividad.
Pero
también hay un juicio sobre el mundo: la injusticia, la violencia, el desprecio
por la vida. Frente a todo esto, el cristiano no puede ser neutral. Debemos
tomar partido por el bien, por la verdad, por el amor.
Y aquí entra nuestra misión como Iglesia: ser intercesores, mediadores y
reconciliadores en medio de la humanidad herida.
IV. Evangelio: La libertad de creer y la lucha
interior
En el
Evangelio (Lc 11,15–26), Jesús expulsa demonios y algunos lo acusan de hacerlo
con poder del maligno. Qué paradoja: el Bien es confundido con el mal, la luz
con las tinieblas.
Este pasaje revela la resistencia humana a creer. Porque la fe no es un
estado fijo, sino un combate. “Creer en Jesús nunca puede darse por adquirido
definitivamente” —como decía alguien. Las dudas, los momentos de oscuridad, los
silencios de Dios, forman parte del camino de fe.
Jesús nos
enseña que la libertad de creer es esencial. Dios no se impone. Él
propone, invita, muestra signos… pero deja al hombre libre para aceptar o
rechazar.
Los milagros no son pruebas que obligan, sino signos que provocan. Nos
colocan ante una decisión: creer o no creer, confiar o cerrarnos.
El Reino
no se impone desde fuera, sino que crece dentro, en el corazón del creyente.
Por eso Jesús añade una advertencia: si el espíritu inmundo sale de una
persona, pero el corazón queda vacío, ese mal puede volver con más fuerza.
La fe no puede ser un vacío pasivo; debe llenarse de presencia, de oración, de
caridad. El alma vacía se vuelve vulnerable. El alma habitada por Dios es
inexpugnable.
V. El combate interior y la oración perseverante
Hoy el
Evangelio nos invita también a cuidar el alma como un templo. Si el mal se va,
hay que llenar ese espacio con la Palabra, con el Espíritu, con obras buenas.
Y para eso, el arma es la oración perseverante, la misma que meditábamos
ayer en el Evangelio del “amigo importuno”.
El Rosario, que este mes contemplamos con especial amor, es precisamente esa
oración que mantiene el alma habitada por Dios. Cada Ave María es una semilla
de luz que ahuyenta las tinieblas del desánimo y del mal.
María es
la mujer habitada por el Espíritu, y por eso el maligno no tiene lugar en ella.
Rezar el Rosario es aprender a dejar que Cristo reine en cada habitación de
nuestra alma.
VI. Intención jubilar: orar por los que sufren en
el alma y en el cuerpo
En esta
jornada jubilar, traemos ante el Señor a todos los que sufren.
Los que padecen enfermedades del cuerpo y no encuentran alivio.
Los que llevan heridas interiores, traumas, depresiones, desesperanzas.
Los que están oprimidos por fuerzas de pecado, adicciones o miedos.
A ellos
el Señor les dice hoy: “No temas, porque Yo estoy contigo”.
La presencia de Cristo no elimina mágicamente el dolor, pero lo transforma
en camino de redención.
Cuando oramos por los que sufren, el Reino se acerca, el mal retrocede, y el
amor vence.
VII. Conclusión: Llenarse de Dios para ser signo de
esperanza
El
mensaje de hoy se resume en tres palabras: convertirse, creer y habitar.
- Convertirse, como el pueblo
de Joel, con corazón sincero y no solo con gestos externos.
- Creer, como el discípulo que
elige libremente confiar, incluso en medio de la duda.
- Habitar, como María, dejando
que Dios llene todos los espacios vacíos de nuestra vida.
El mal no
soporta la presencia de Dios. La oscuridad huye cuando el corazón está
encendido en fe.
Por eso, hermanos, no tengamos miedo al juicio ni a las pruebas: el Señor no
es indiferente.
Su Espíritu sigue actuando en el mundo, y tú y yo estamos llamados a ser signos
vivientes de su Reino en medio del dolor y la esperanza.
📿 Oración final
Señor
Jesús,
cuando el mal nos asedia y la oscuridad parece más fuerte,
haznos recordar que Tú estás con nosotros.
Cuando la duda debilite nuestra fe,
enséñanos a creer sin ver.
Cuando el cuerpo o el alma se sientan heridos,
tómanos de la mano y restáuranos en tu paz.
Que María,
Madre del Rosario,
nos enseñe a perseverar en la oración,
y que el Espíritu Santo nos haga misioneros de esperanza
para los que sufren, para los que lloran,
para los que aún no te conocen.
Amén.
2
Habitar el espacio que Dios ha
liberado
I. Introducción: Cuando el alma queda vacía
Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de hoy nos presenta una advertencia
espiritual que parece simple, pero encierra una profunda sabiduría: Jesús habla
de un espíritu impuro que, tras haber sido expulsado de una persona, busca
volver a habitarla si la encuentra vacía. Dice el Señor: “Si el espíritu
impuro sale de un hombre... cuando llega, encuentra la casa barrida y
arreglada. Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él, y se meten a
vivir allí, y el estado final de aquel hombre resulta peor que el primero”
(Lc 11,24-26).
El problema no fue haber sido liberado, sino no
haber llenado el espacio liberado.
La gracia había limpiado la casa, pero nadie la
habitó. El mal no soporta el vacío, y el alma vacía es terreno fácil para que
regresen viejos males.
Por eso se dice:
“Si el espíritu impuro puede volver a la casa bien
ordenada, es porque no está ni vigilada ni habitada.”
El Evangelio, entonces, nos confronta con una
pregunta clave:
¿Quién habita en nosotros después de que Dios nos ha liberado?
Porque la vida espiritual no consiste solo en echar fuera lo malo, sino en dejar
entrar lo bueno, y mejor aún, dejar entrar al Espíritu Santo.
II. Primera lectura: Joel y la
llamada a ocupar el alma con Dios
El profeta Joel, en la primera lectura, describe un
tiempo de desolación: el pueblo vive una crisis nacional, una plaga que ha
arrasado los campos, y una sequía que ha secado la esperanza. Pero Joel no
invita al miedo, sino a la conversión sincera.
Dice: “Proclamad ayuno, convocad asamblea, congregad a los ancianos y a
todos los habitantes del país” (Jl 1,14).
No se trata de hacer penitencia para impresionar a
Dios, sino para abrir el corazón a su presencia.
Porque donde hay conversión auténtica, Dios vuelve a habitar.
El mensaje es claro: si hemos desalojado el pecado, debemos ahora ocupar ese
espacio con la gracia.
No basta con barrer la casa interior; hay que encender una lámpara en ella.
El profeta habla también del “día del Señor”, un
día oscuro, lleno de nubes y temor. Pero ese día no es condena, sino
oportunidad: Dios viene a juzgar, sí, pero sobre todo a restaurar, a
ocupar de nuevo su templo: el corazón humano.
Por eso Joel es un profeta de esperanza: nos enseña que Dios no tolera la
distancia.
Si nos vaciamos del mal, es para que Él mismo venga a llenarnos de su Espíritu.
III. El alma vacía: cuando el mal
regresa disfrazado
Jesús advierte que el mal no descansa: si encuentra
una puerta abierta, vuelve.
Pero el Evangelio no es una amenaza, sino una pedagogía del amor.
Jesús nos enseña que la fe no se improvisa; hay que cultivarla, hay que
habitarla.
El alma vacía es como una casa cerrada donde no se
oye música, donde no hay oración, ni perdón, ni ternura.
Y cuando el alma queda desocupada, la tristeza, la ansiedad, la crítica o el
egoísmo vuelven a instalarse con fuerza.
Por eso, cada vez que el Señor nos libera —de un
pecado, de una enfermedad, de una esclavitud interior—, nos pide:
“No dejes el espacio vacío. Déjame habitarlo.”
Jesús no quiere solo limpiar nuestras vidas; quiere
vivir en ellas.
Él no es un visitante ocasional: es el dueño del hogar.
El cristianismo no es solo lucha contra el mal; es comunión con el Bien.
No es solo exorcismo; es encuentro.
IV. Habitar el espacio: una
pedagogía jubilar
El pasaje evangélico de hoy me muestra como “Jesús
me exhorta con insistencia a volver a habitar el espacio que Él acaba de
despejar en mi vida.”
En el contexto del Año Jubilar, esta frase
adquiere una luz preciosa.
El Jubileo es tiempo de reconciliación, sí, pero también de reocupación
espiritual.
El Señor nos libera de muchas ataduras: rencores, temores, apegos,
indiferencias. Pero la pregunta es:
¿Qué hacemos con ese espacio que Él ha liberado?
¿Lo llenamos con oración, con servicio, con caridad?
¿O lo dejamos vacío, esperando que el tiempo lo llene solo?
Habitar el espacio liberado significa asumir la
gracia como compromiso.
Es decidir que el perdón recibido se convertirá en perdón ofrecido;
que la paz interior se transformará en misión;
que la curación del alma se volverá consuelo para otros.
En este mes del Rosario y de las Misiones,
María nos enseña precisamente eso.
Ella fue la mujer habitada por Dios, la que dio
espacio total al Espíritu Santo.
No se quedó vacía después del “hágase”: fue morada permanente del Amor.
Y desde esa plenitud, se hizo misionera: partió “a prisa” a servir a Isabel.
María no deja vacíos. Donde entra, florece la
gracia.
Por eso, el Rosario es una escuela de ocupación espiritual:
cada Ave María es un pequeño espacio que abrimos para que Cristo more en
nosotros.
V. La lucha interior y la
libertad de creer
Jesús no obliga a nadie a creer. El Evangelio
insiste: la fe es libertad.
Creer es dejarse habitar.
Y cada día, esa elección se renueva: ¿a quién dejamos entrar?
En un mundo saturado de ruido, superficialidad y
egoísmo, habitar el alma con Dios requiere silencio, oración y vigilancia.
Requiere cuidar el templo interior, mantener encendida la lámpara, alimentar la
presencia divina con la Eucaristía y la Palabra.
Cada confesión, cada reconciliación, cada acto de
perdón es una limpieza de la casa interior. Pero después hay que invitar al
Huésped divino a quedarse:
“Señor, quédate conmigo. No te vayas de esta casa
que acabas de limpiar.”
El cristiano no vive de vacíos, sino de plenitud.
Y el Espíritu Santo es esa plenitud.
VI. Intención orante: por los que
sufren en el alma y en el cuerpo
Hoy, especialmente, recordamos a tantos hermanos
que sufren:
los que sienten su cuerpo agotado por la enfermedad,
los que llevan heridas interiores que nadie ve,
los que cargan soledades, depresiones, adicciones o desánimos profundos.
Ellos también tienen espacios vacíos que el dolor
ha dejado.
Pidamos al Señor que los llene con su ternura,
que su presencia ocupe las grietas del alma,
que su Espíritu habite en sus cuerpos como fuerza, consuelo y paz.
Porque no hay dolor tan profundo que Dios no
pueda habitar.
No hay herida tan vieja que su amor no pueda renovar.
Y en cada persona que sufre, el Señor nos pide:
“Ve tú y habita ese espacio con tu compasión.”
VII. Conclusión: Ser templos
habitados por el Amor
Queridos hermanos:
El Evangelio de hoy nos advierte que la liberación
sin comunión es peligrosa.
Dios no quiere almas vacías, sino corazones habitados.
Y habitar el espacio liberado es comprometerse a vivir en la presencia del
Señor, día a día.
El mundo necesita más personas habitadas por Dios.
Personas que, sin decir muchas palabras, irradien paz.
Que no sean campo de batalla, sino morada del Espíritu.
Que no vivan desde el miedo, sino desde la esperanza.
Por eso, en este tiempo jubilar, dejemos que
Dios habite en nosotros,
y habitemos nosotros también su gracia: con fe, con amor y con perseverancia.
🙏 Oración final
Señor
Jesús,
tú has limpiado nuestras almas con tu misericordia,
has despejado los caminos del corazón.
No permitas que ese espacio quede vacío.
Ven a habitarlo con tu Espíritu,
haz tu morada en nosotros,
y llénanos de tu luz.
Danos la
gracia de mantener viva tu presencia,
de cuidar con oración y vigilancia el don recibido.
Y cuando el mal intente volver,
haznos fuertes en la fe y generosos en el amor.
María,
casa de Dios,
enséñanos a abrir cada rincón de nuestra vida a tu Hijo,
para que Él reine en nosotros y, desde nosotros,
alcance a quienes sufren en el alma y en el cuerpo.
Amén.
3
No podemos ser neutrales ante Cristo
I. Introducción: Entre la indiferencia y la
decisión
Queridos
hermanos y hermanas:
En el corazón del Evangelio de hoy hay una frase que corta como una espada y
purifica como el fuego:
“El
que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.”
(Lc 11,23)
Jesús
no pronuncia estas palabras en un contexto de calma, sino en medio de una
discusión donde algunos lo acusan de obrar con el poder del demonio. Él acaba
de liberar a un hombre poseído, pero los testigos no lo entienden. Y el Señor
aprovecha ese momento para revelar una verdad decisiva: no se puede ser neutral frente a Él.
El seguimiento de Cristo no admite la tibieza ni la indiferencia. O estamos con
Él, o terminamos, sin darnos cuenta, colaborando con las fuerzas que dividen,
confunden y dispersan.
En
un mundo que exalta la tolerancia como sinónimo de neutralidad, el Evangelio
nos recuerda que el amor verdadero nunca es indiferente. Y que creer en Cristo
implica tomar partido —por Él, por la verdad, por la vida— incluso cuando el
mundo nos llame fanáticos o “anticuados”.
II.
Primera lectura: Joel y el
fin de la falsa seguridad
El
profeta Joel, en la primera lectura, habla de un “día del Señor” que llega con
nubes y tinieblas. Ese lenguaje apocalíptico no pretende asustar, sino despertar. Joel ve un
pueblo que se ha acostumbrado a vivir sin Dios, con prácticas religiosas
externas pero sin conversión interior.
Y entonces proclama: “Ceñíos
de sayal y lamentaos, sacerdotes… proclamad ayuno, convocad asamblea”
(Jl 1,13-14).
El
mensaje es actual: no
basta parecer creyentes; hay que serlo.
No basta asistir al templo si no hay coherencia de vida. No basta hablar de
Dios si no lo dejamos habitar nuestros pensamientos, palabras y obras.
El día del Señor es el momento en que caen las máscaras de la neutralidad y
cada uno muestra a quién pertenece: al Reino de la luz o al reino de las
sombras.
El
profeta nos invita a volver
a Dios con todo el corazón, no por miedo al castigo, sino por
amor, porque solo Él puede llenar la tierra devastada de nuestro interior con
la lluvia de su misericordia.
III.
Evangelio: Jesús y la
falsa neutralidad
Jesús
no admite términos medios. Su palabra es clara: “El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge
conmigo, desparrama.”
El Evangelio de hoy nos presenta tres posturas frente a Jesús:
1.
Los
que lo acusan de obrar con el poder del demonio.
2.
Los
que exigen una señal para creer.
3.
Y
los que simplemente observan en silencio, sin comprometerse.
Esta
tercera categoría —la de los espectadores— es la más común en nuestro tiempo.
Son aquellos que dicen: “Yo respeto todas las religiones, pero no me meto en
ninguna”, o “creo en Dios, pero a mi manera”.
Esa aparente neutralidad es, en realidad, una forma de evasión.
Porque la fe no se puede
vivir a medias, ni el amor se puede ofrecer con reservas.
Jesús no nos pide simpatía, sino seguimiento. No nos pide admiración, sino
conversión.
La
neutralidad espiritual es una trampa del enemigo: nos adormece con la ilusión
de la tolerancia, pero nos aleja del compromiso concreto con la verdad.
Y el Señor, en su sabiduría, nos dice: “Si no recoges conmigo, desparramas.”
No basta con “no hacer el mal”; hay que trabajar activamente por el bien.
No basta con creer en silencio; hay que anunciar con valentía.
IV.
Superar la neutralidad:
creer, vivir y anunciar
El
cristiano no puede refugiarse en una fe privada, estéril, sin incidencia en la
vida.
El Evangelio exige decisiones
concretas.
En temas de fe y moral, el discípulo de Jesús no puede permanecer neutral.
Por ejemplo, cuando el mundo relativiza la verdad, el creyente está llamado a
defenderla con caridad.
Cuando se niega la dignidad de la vida humana, desde la concepción hasta la
muerte natural, el cristiano no puede callar.
Cuando se desprecia la Eucaristía o se trivializa la familia, el discípulo debe
dar testimonio con su vida.
No
se trata de imponer la fe, sino de testimoniarla
sin miedo, con ternura pero con firmeza.
El amor no es neutral: el amor toma partido siempre por la verdad y por la
vida.
Jesús
no nos pide juzgar, sino discernir; no nos pide condenar, sino llamar a la conversión.
Pero el silencio cómplice o la indiferencia ante el mal nos hacen dispersar,
nos apartan de su misión.
V.
“El que no recoge conmigo,
desparrama”: la misión de reunir
Estas
palabras nos recuerdan que el seguimiento de Cristo no es pasivo.
No basta con “estar bien con Dios”; hay que colaborar en su obra de salvación.
Ser cristiano es ser recolector, no espectador.
El discípulo que ama de verdad quiere que otros también conozcan al Señor.
En
el mes de las misiones, esta llamada resuena con fuerza:
no podemos quedarnos cómodos en la fe personal, sin compromiso evangelizador.
Cada Rosario rezado, cada Eucaristía celebrada, cada gesto de caridad debe
convertirse en semilla de Reino.
La
fe es un don, sí, pero también una tarea.
El Señor quiere reunir —no dispersar—, y para eso cuenta contigo y conmigo.
Nuestra voz, nuestras manos, nuestra oración son instrumentos para atraer hacia
Él a quienes se han alejado.
VI.
Aplicación jubilar y
pastoral: optar por Cristo en lo cotidiano
El
Año Jubilar
nos invita precisamente a esto: a optar
nuevamente por Cristo con todo el corazón, sin medias tintas.
Ser “peregrinos de la esperanza” implica caminar con decisión tras sus huellas,
en un mundo que se acostumbra a la indiferencia espiritual.
Y en este mes del Rosario
y de las Misiones, María nos enseña lo contrario de la
neutralidad: ella dijo
“sí” sin condiciones. No calculó, no esperó pruebas. Creyó.
Y su fe activa cambió la historia.
En
medio de un mundo fragmentado, ella sigue reuniendo a los hijos dispersos.
Por eso, el Rosario es un acto de resistencia espiritual contra la neutralidad:
cada Ave María es una decisión por Cristo, una afirmación de fe, una
proclamación de amor.
VII.
Orar por los que sufren:
el amor que no es indiferente
Queridos
hermanos, en esta Eucaristía oramos especialmente por quienes sufren en el alma
y en el cuerpo.
Ellos nos enseñan que el dolor no puede ser tratado con indiferencia.
Jesús no fue neutral ante el sufrimiento: se acercó, tocó, sanó, lloró y amó.
También nosotros estamos llamados a romper la neutralidad del corazón frente al
dolor ajeno.
Cuando acompañamos, consolamos o escuchamos, estamos “recogiendo con Cristo”.
Cuando ignoramos, criticamos o miramos de lejos, “desparramamos”.
Que
nuestra fe se traduzca siempre en compasión activa, en ternura concreta, en
cercanía humana.
El amor cristiano no es tibio ni distante: es fuego que calienta, luz que
reúne, presencia que transforma.
VIII.
Conclusión: Elegir a
Cristo cada día
“El
que no está conmigo, está contra mí.”
Estas palabras no son condena, sino invitación:
Jesús nos llama a decidirnos por Él cada día, a vivir sin doblez, sin miedo,
sin neutralidad.
El
mal avanza cuando el bien calla;
la oscuridad crece cuando la luz se esconde.
Por eso, cada cristiano está llamado a ser presencia activa del Reino:
reunir, consolar, evangelizar, testimoniar, iluminar.
No
podemos ser neutrales ante el amor de Dios.
Él ha tomado partido por nosotros, hasta dar la vida.
Ahora nos toca a nosotros tomar partido por Él.
🙏 Oración
final
Señor Jesús,
Tú que dijiste que no hay término medio entre estar contigo o contra Ti,
haz que mi corazón sea plenamente tuyo.
Líbrame de la tibieza y del miedo a confesar tu nombre.
Que mi vida sea testimonio de tu verdad y de tu amor.
Dame el valor
de hablar cuando otros callan,
de recoger cuando otros dispersan,
de perdonar cuando otros juzgan.
Hazme, Señor,
constructor de unidad y de paz,
instrumento de esperanza para quienes sufren en el alma o en el cuerpo.
Y que María, Madre del Rosario,
me enseñe a vivir mi fe sin neutralidad,
con el fuego del Espíritu y la alegría del Evangelio.
Amén.
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