jueves, 9 de octubre de 2025

10 de octubre del 2025: viernes de la vigesimoséptima semana del tiempo ordinario-I

 

Santo del día:

San Daniel Comboni

1831-1881. «Conquistar África para Cristo»: tal era la ambición de este tenaz sacerdote italiano, fundador de dos congregaciones religiosas misioneras. Nombrado obispo de Jartum (Sudán), luchó contra el tráfico de esclavos. Canonizado en 2003.

 

Habitar el espacio

(Lucas 11,15-26) Si el espíritu impuro puede volver a la casa bien arreglada de la que fue expulsado, es porque no está ni vigilada ni habitada. Entonces, vuelve a instalarse allí con más fuerza.
¿Acaso yo también estoy, a veces, atormentado en mi espíritu, en mi corazón o en mi cuerpo, y luego liberado por la gracia de un consejo, de una oración o de una confesión?
Jesús me exhorta con insistencia a volver a habitar el espacio que Él acaba de despejar en mi vida.

Nicolas Tarralle, prêtre assomptionniste

 


Primera lectura

Jl 1, 13-15; 2, 1-2

El Día del Señor, día de oscuridad y negrura

Lectura de la profecía de Joel.

VÍSTANSE de luto,
hagan duelo, sacerdotes,
griten, servidores del altar.
Vengan y pasen la noche
en sacos, servidores de Dios,
pues no hay en el templo de su Dios
ofrenda y libación.
Proclamen un ayuno santo,
convoquen la asamblea,
reúnan a los jefes,
a todos los habitantes del país
en la casa de su Dios
y llamen a gritos al Señor.
¡Ay del día!
Se acerca el Día del Señor,
llega como ruina arrolladora.
Toquen la trompeta en Sion,
griten en mi monte santo,
se estremecen todos los habitantes del país,
pues llega el Día del Señor.
Sí, se acerca,
día de oscuridad y negrura,
día de niebla y oscuridad,
como el alba, sobre los montes,
avanza un gentío innumerable,
poderoso como nunca lo hubo
ni lo habrá tras él por generaciones.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 9, 2-3. 6 y 16. 8-9 (R.: cf. 9a)

R. El Señor juzgará el orbe con justicia.

V. Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
proclamando todas tus maravillas;
me alegro y exulto contigo,
y toco en honor de tu nombre, oh Altísimo. 
R.

V. Reprendiste a los pueblos, destruiste al impío
y borraste para siempre su apellido.
Los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron,
su pie quedó prendido en la red que escondieron. 
R.

V. Dios está sentado por siempre
en el trono que ha colocado para juzgar.
Él juzgará el orbe con justicia
y regirá las naciones con rectitud. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera —dice el Señor—. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. R.

 

Evangelio

Lc 11, 15-26

Si yo echo los demonios con el dedo de Dios, es que el reino de Dios ha llegado a ustedes

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, habiendo expulsado Jesús a un demonio, algunos de entre la multitud dijeron:
«Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios».
Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Él, conociendo sus pensamientos, les dijo:
«Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. Si, pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino? Pues ustedes dicen que yo echo los demonios con el poder de Belzebú. Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, los hijos de ustedes, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán sus jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a ustedes.
Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros, pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín.
El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama.
Cuando el espíritu inmundo sale de un hombre, da vueltas por lugares áridos, buscando un sitio para descansar, y, al no encontrarlo, dice:
“Volveré a mi casa de donde salí”.
Al volver se la encuentra barrida y arreglada.
Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él, y se mete a vivir allí.
Y el final de aquel hombre resulta peor que el principio».

Palabra del Señor.

 

 

1

 

Vivir en la certeza de un Dios que no es indiferente


I. Introducción: El libro de Joel, un espejo para los tiempos de crisis

Queridos hermanos y hermanas:
El profeta Joel nos habla desde el corazón de una tragedia nacional: una plaga ha devastado la tierra de Judá. Campos arrasados, graneros vacíos, pueblos sumidos en el lamento. Pero, en medio del desastre, Joel no invita al desánimo sino a la esperanza. No es un profeta de desgracias, sino un pedagogo de la conversión.
Por eso, leer el libro de Joel hoy es un acto de esperanza. Porque también nosotros vivimos tiempos de prueba: guerras, divisiones, crisis morales, enfermedades que consumen el cuerpo y el alma. Y el mensaje de Joel sigue siendo actual: “Pase lo que pase, el Señor no es indiferente”. Él escucha, Él ve, Él actúa. El Señor no se queda al margen de la historia humana: entra en ella para salvar, para restaurar, para llenar de beneficios a su pueblo.

El Año Jubilar que vivimos nos recuerda eso mismo: Dios nunca se cansa de renovar su alianza. Y en este mes del Rosario y de las Misiones, María nos enseña a perseverar en esa confianza activa, la que reza, intercede y se pone en camino aun cuando no entiende del todo el plan de Dios.


II. “Entre el sacrificio y la caridad”: El llamado a la sinceridad del corazón

El profeta Joel convoca al pueblo a un tiempo de ayuno, de oración y de conversión. “Ceñíos de sayal y lamentaos, sacerdotes... proclamad ayuno, convocad la asamblea” (Jl 1,13–14). Pero añade una clave esencial: no basta con las prácticas externas, no bastan las lágrimas rituales, si el corazón sigue frío o endurecido.
Dios no busca gestos mágicos; busca actitudes sinceras y profundas. Busca un pueblo que ore, sí, pero que también practique la caridad; que ofrezca sacrificios, sí, pero que viva la justicia.

En este sentido, el profeta no denuncia solo la sequía de los campos, sino la sequía del alma. Cuando la fe se reduce a rutina, cuando el amor se apaga, cuando las palabras no se traducen en obras, la vida pierde su sabor. El ayuno que agrada a Dios —dirá también Isaías— es “partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres, cubrir al desnudo y no desentenderte de los tuyos” (Is 58,7).

Queridos hermanos: este texto nos invita a examinar nuestra propia coherencia cristiana.

  • ¿Rezamos, pero sin escuchar al que sufre a nuestro lado?
  • ¿Venimos al templo, pero nos falta reconciliarnos con alguien?
  • ¿Ayunamos, pero seguimos alimentando resentimientos, juicios o indiferencias?

La verdadera conversión es un retorno al amor, una reparación del corazón y de las relaciones.
Y ese retorno tiene un nombre precioso: misericordia.
El Jubileo que celebramos no es otra cosa que un gran llamado a vivir con misericordia en todos los ámbitos de la vida.


III. El juicio y la esperanza: enfrentar el mal sin miedo

Joel menciona el “día del Señor”, un día de tinieblas y nubes, que parece amenazante. Pero ese día no busca infundir terror, sino despertar la conciencia.
El juicio de Dios no es condena, sino oportunidad. Es el momento en que la verdad de nuestra vida queda al descubierto, no para humillarnos, sino para sanarnos.
Por eso el texto nos dice: “Tocad la trompeta... tiemblen todos los habitantes del país, porque viene el día del Señor” (Jl 2,1).
El temblor que provoca la presencia divina no es miedo, es asombro. Es reconocer que hay algo más grande que nosotros mismos, y que no podemos seguir viviendo en la superficialidad.

El juicio de Dios es una oportunidad para rectificar. No es una amenaza, es una invitación a dejar que Él ilumine nuestras sombras. Y eso empieza por reconocer el mal dentro de nosotros: el egoísmo, la soberbia, la falta de perdón, las estructuras de pecado que sostenemos con nuestra pasividad.

Pero también hay un juicio sobre el mundo: la injusticia, la violencia, el desprecio por la vida. Frente a todo esto, el cristiano no puede ser neutral. Debemos tomar partido por el bien, por la verdad, por el amor.
Y aquí entra nuestra misión como Iglesia: ser intercesores, mediadores y reconciliadores en medio de la humanidad herida.


IV. Evangelio: La libertad de creer y la lucha interior

En el Evangelio (Lc 11,15–26), Jesús expulsa demonios y algunos lo acusan de hacerlo con poder del maligno. Qué paradoja: el Bien es confundido con el mal, la luz con las tinieblas.
Este pasaje revela la resistencia humana a creer. Porque la fe no es un estado fijo, sino un combate. “Creer en Jesús nunca puede darse por adquirido definitivamente” —como decía alguien. Las dudas, los momentos de oscuridad, los silencios de Dios, forman parte del camino de fe.

Jesús nos enseña que la libertad de creer es esencial. Dios no se impone. Él propone, invita, muestra signos… pero deja al hombre libre para aceptar o rechazar.
Los milagros no son pruebas que obligan, sino signos que provocan. Nos colocan ante una decisión: creer o no creer, confiar o cerrarnos.

El Reino no se impone desde fuera, sino que crece dentro, en el corazón del creyente.
Por eso Jesús añade una advertencia: si el espíritu inmundo sale de una persona, pero el corazón queda vacío, ese mal puede volver con más fuerza.
La fe no puede ser un vacío pasivo; debe llenarse de presencia, de oración, de caridad. El alma vacía se vuelve vulnerable. El alma habitada por Dios es inexpugnable.


V. El combate interior y la oración perseverante

Hoy el Evangelio nos invita también a cuidar el alma como un templo. Si el mal se va, hay que llenar ese espacio con la Palabra, con el Espíritu, con obras buenas.
Y para eso, el arma es la oración perseverante, la misma que meditábamos ayer en el Evangelio del “amigo importuno”.
El Rosario, que este mes contemplamos con especial amor, es precisamente esa oración que mantiene el alma habitada por Dios. Cada Ave María es una semilla de luz que ahuyenta las tinieblas del desánimo y del mal.

María es la mujer habitada por el Espíritu, y por eso el maligno no tiene lugar en ella. Rezar el Rosario es aprender a dejar que Cristo reine en cada habitación de nuestra alma.


VI. Intención jubilar: orar por los que sufren en el alma y en el cuerpo

En esta jornada jubilar, traemos ante el Señor a todos los que sufren.
Los que padecen enfermedades del cuerpo y no encuentran alivio.
Los que llevan heridas interiores, traumas, depresiones, desesperanzas.
Los que están oprimidos por fuerzas de pecado, adicciones o miedos.

A ellos el Señor les dice hoy: “No temas, porque Yo estoy contigo”.
La presencia de Cristo no elimina mágicamente el dolor, pero lo transforma en camino de redención.
Cuando oramos por los que sufren, el Reino se acerca, el mal retrocede, y el amor vence.


VII. Conclusión: Llenarse de Dios para ser signo de esperanza

El mensaje de hoy se resume en tres palabras: convertirse, creer y habitar.

  • Convertirse, como el pueblo de Joel, con corazón sincero y no solo con gestos externos.
  • Creer, como el discípulo que elige libremente confiar, incluso en medio de la duda.
  • Habitar, como María, dejando que Dios llene todos los espacios vacíos de nuestra vida.

El mal no soporta la presencia de Dios. La oscuridad huye cuando el corazón está encendido en fe.
Por eso, hermanos, no tengamos miedo al juicio ni a las pruebas: el Señor no es indiferente.
Su Espíritu sigue actuando en el mundo, y tú y yo estamos llamados a ser signos vivientes de su Reino en medio del dolor y la esperanza.


📿 Oración final

Señor Jesús,
cuando el mal nos asedia y la oscuridad parece más fuerte,
haznos recordar que Tú estás con nosotros.
Cuando la duda debilite nuestra fe,
enséñanos a creer sin ver.
Cuando el cuerpo o el alma se sientan heridos,
tómanos de la mano y restáuranos en tu paz.

Que María, Madre del Rosario,
nos enseñe a perseverar en la oración,
y que el Espíritu Santo nos haga misioneros de esperanza
para los que sufren, para los que lloran,
para los que aún no te conocen.
Amén.

 

2

 

Habitar el espacio que Dios ha liberado


I. Introducción: Cuando el alma queda vacía

Queridos hermanos y hermanas:

El Evangelio de hoy nos presenta una advertencia espiritual que parece simple, pero encierra una profunda sabiduría: Jesús habla de un espíritu impuro que, tras haber sido expulsado de una persona, busca volver a habitarla si la encuentra vacía. Dice el Señor: “Si el espíritu impuro sale de un hombre... cuando llega, encuentra la casa barrida y arreglada. Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él, y se meten a vivir allí, y el estado final de aquel hombre resulta peor que el primero” (Lc 11,24-26).

El problema no fue haber sido liberado, sino no haber llenado el espacio liberado.

La gracia había limpiado la casa, pero nadie la habitó. El mal no soporta el vacío, y el alma vacía es terreno fácil para que regresen viejos males.
Por eso se dice:

“Si el espíritu impuro puede volver a la casa bien ordenada, es porque no está ni vigilada ni habitada.”

El Evangelio, entonces, nos confronta con una pregunta clave:
¿Quién habita en nosotros después de que Dios nos ha liberado?
Porque la vida espiritual no consiste solo en echar fuera lo malo, sino en dejar entrar lo bueno, y mejor aún, dejar entrar al Espíritu Santo.


II. Primera lectura: Joel y la llamada a ocupar el alma con Dios

El profeta Joel, en la primera lectura, describe un tiempo de desolación: el pueblo vive una crisis nacional, una plaga que ha arrasado los campos, y una sequía que ha secado la esperanza. Pero Joel no invita al miedo, sino a la conversión sincera.
Dice: “Proclamad ayuno, convocad asamblea, congregad a los ancianos y a todos los habitantes del país” (Jl 1,14).

No se trata de hacer penitencia para impresionar a Dios, sino para abrir el corazón a su presencia.
Porque donde hay conversión auténtica, Dios vuelve a habitar.
El mensaje es claro: si hemos desalojado el pecado, debemos ahora ocupar ese espacio con la gracia.
No basta con barrer la casa interior; hay que encender una lámpara en ella.

El profeta habla también del “día del Señor”, un día oscuro, lleno de nubes y temor. Pero ese día no es condena, sino oportunidad: Dios viene a juzgar, sí, pero sobre todo a restaurar, a ocupar de nuevo su templo: el corazón humano.
Por eso Joel es un profeta de esperanza: nos enseña que Dios no tolera la distancia.
Si nos vaciamos del mal, es para que Él mismo venga a llenarnos de su Espíritu.


III. El alma vacía: cuando el mal regresa disfrazado

Jesús advierte que el mal no descansa: si encuentra una puerta abierta, vuelve.
Pero el Evangelio no es una amenaza, sino una pedagogía del amor.
Jesús nos enseña que la fe no se improvisa; hay que cultivarla, hay que habitarla.

El alma vacía es como una casa cerrada donde no se oye música, donde no hay oración, ni perdón, ni ternura.
Y cuando el alma queda desocupada, la tristeza, la ansiedad, la crítica o el egoísmo vuelven a instalarse con fuerza.

Por eso, cada vez que el Señor nos libera —de un pecado, de una enfermedad, de una esclavitud interior—, nos pide:

“No dejes el espacio vacío. Déjame habitarlo.”

Jesús no quiere solo limpiar nuestras vidas; quiere vivir en ellas.
Él no es un visitante ocasional: es el dueño del hogar.
El cristianismo no es solo lucha contra el mal; es comunión con el Bien.
No es solo exorcismo; es encuentro.


IV. Habitar el espacio: una pedagogía jubilar

El pasaje evangélico de hoy me muestra como “Jesús me exhorta con insistencia a volver a habitar el espacio que Él acaba de despejar en mi vida.”

En el contexto del Año Jubilar, esta frase adquiere una luz preciosa.
El Jubileo es tiempo de reconciliación, sí, pero también de reocupación espiritual.
El Señor nos libera de muchas ataduras: rencores, temores, apegos, indiferencias. Pero la pregunta es:
¿Qué hacemos con ese espacio que Él ha liberado?
¿Lo llenamos con oración, con servicio, con caridad?
¿O lo dejamos vacío, esperando que el tiempo lo llene solo?

Habitar el espacio liberado significa asumir la gracia como compromiso.
Es decidir que el perdón recibido se convertirá en perdón ofrecido;
que la paz interior se transformará en misión;
que la curación del alma se volverá consuelo para otros.

En este mes del Rosario y de las Misiones, María nos enseña precisamente eso.

Ella fue la mujer habitada por Dios, la que dio espacio total al Espíritu Santo.
No se quedó vacía después del “hágase”: fue morada permanente del Amor.
Y desde esa plenitud, se hizo misionera: partió “a prisa” a servir a Isabel.

María no deja vacíos. Donde entra, florece la gracia.
Por eso, el Rosario es una escuela de ocupación espiritual:
cada Ave María es un pequeño espacio que abrimos para que Cristo more en nosotros.


V. La lucha interior y la libertad de creer

Jesús no obliga a nadie a creer. El Evangelio insiste: la fe es libertad.
Creer es dejarse habitar.
Y cada día, esa elección se renueva: ¿a quién dejamos entrar?

En un mundo saturado de ruido, superficialidad y egoísmo, habitar el alma con Dios requiere silencio, oración y vigilancia.
Requiere cuidar el templo interior, mantener encendida la lámpara, alimentar la presencia divina con la Eucaristía y la Palabra.

Cada confesión, cada reconciliación, cada acto de perdón es una limpieza de la casa interior. Pero después hay que invitar al Huésped divino a quedarse:

“Señor, quédate conmigo. No te vayas de esta casa que acabas de limpiar.”

El cristiano no vive de vacíos, sino de plenitud.
Y el Espíritu Santo es esa plenitud.


VI. Intención orante: por los que sufren en el alma y en el cuerpo

Hoy, especialmente, recordamos a tantos hermanos que sufren:
los que sienten su cuerpo agotado por la enfermedad,
los que llevan heridas interiores que nadie ve,
los que cargan soledades, depresiones, adicciones o desánimos profundos.

Ellos también tienen espacios vacíos que el dolor ha dejado.
Pidamos al Señor que los llene con su ternura,
que su presencia ocupe las grietas del alma,
que su Espíritu habite en sus cuerpos como fuerza, consuelo y paz.

Porque no hay dolor tan profundo que Dios no pueda habitar.
No hay herida tan vieja que su amor no pueda renovar.
Y en cada persona que sufre, el Señor nos pide:
“Ve tú y habita ese espacio con tu compasión.”


VII. Conclusión: Ser templos habitados por el Amor

Queridos hermanos:

El Evangelio de hoy nos advierte que la liberación sin comunión es peligrosa.
Dios no quiere almas vacías, sino corazones habitados.
Y habitar el espacio liberado es comprometerse a vivir en la presencia del Señor, día a día.

El mundo necesita más personas habitadas por Dios.
Personas que, sin decir muchas palabras, irradien paz.
Que no sean campo de batalla, sino morada del Espíritu.
Que no vivan desde el miedo, sino desde la esperanza.

Por eso, en este tiempo jubilar, dejemos que Dios habite en nosotros,
y habitemos nosotros también su gracia: con fe, con amor y con perseverancia.


🙏 Oración final

Señor Jesús,
tú has limpiado nuestras almas con tu misericordia,
has despejado los caminos del corazón.
No permitas que ese espacio quede vacío.
Ven a habitarlo con tu Espíritu,
haz tu morada en nosotros,
y llénanos de tu luz.

Danos la gracia de mantener viva tu presencia,
de cuidar con oración y vigilancia el don recibido.
Y cuando el mal intente volver,
haznos fuertes en la fe y generosos en el amor.

María, casa de Dios,
enséñanos a abrir cada rincón de nuestra vida a tu Hijo,
para que Él reine en nosotros y, desde nosotros,
alcance a quienes sufren en el alma y en el cuerpo.

Amén.

 

 

3

 

No podemos ser neutrales ante Cristo


I. Introducción: Entre la indiferencia y la decisión

Queridos hermanos y hermanas:
En el corazón del Evangelio de hoy hay una frase que corta como una espada y purifica como el fuego:

“El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.” (Lc 11,23)

Jesús no pronuncia estas palabras en un contexto de calma, sino en medio de una discusión donde algunos lo acusan de obrar con el poder del demonio. Él acaba de liberar a un hombre poseído, pero los testigos no lo entienden. Y el Señor aprovecha ese momento para revelar una verdad decisiva: no se puede ser neutral frente a Él.
El seguimiento de Cristo no admite la tibieza ni la indiferencia. O estamos con Él, o terminamos, sin darnos cuenta, colaborando con las fuerzas que dividen, confunden y dispersan.

En un mundo que exalta la tolerancia como sinónimo de neutralidad, el Evangelio nos recuerda que el amor verdadero nunca es indiferente. Y que creer en Cristo implica tomar partido —por Él, por la verdad, por la vida— incluso cuando el mundo nos llame fanáticos o “anticuados”.


II. Primera lectura: Joel y el fin de la falsa seguridad

El profeta Joel, en la primera lectura, habla de un “día del Señor” que llega con nubes y tinieblas. Ese lenguaje apocalíptico no pretende asustar, sino despertar. Joel ve un pueblo que se ha acostumbrado a vivir sin Dios, con prácticas religiosas externas pero sin conversión interior.
Y entonces proclama: “Ceñíos de sayal y lamentaos, sacerdotes… proclamad ayuno, convocad asamblea” (Jl 1,13-14).

El mensaje es actual: no basta parecer creyentes; hay que serlo.
No basta asistir al templo si no hay coherencia de vida. No basta hablar de Dios si no lo dejamos habitar nuestros pensamientos, palabras y obras.
El día del Señor es el momento en que caen las máscaras de la neutralidad y cada uno muestra a quién pertenece: al Reino de la luz o al reino de las sombras.

El profeta nos invita a volver a Dios con todo el corazón, no por miedo al castigo, sino por amor, porque solo Él puede llenar la tierra devastada de nuestro interior con la lluvia de su misericordia.


III. Evangelio: Jesús y la falsa neutralidad

Jesús no admite términos medios. Su palabra es clara: “El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.”
El Evangelio de hoy nos presenta tres posturas frente a Jesús:

1.    Los que lo acusan de obrar con el poder del demonio.

2.    Los que exigen una señal para creer.

3.    Y los que simplemente observan en silencio, sin comprometerse.

Esta tercera categoría —la de los espectadores— es la más común en nuestro tiempo. Son aquellos que dicen: “Yo respeto todas las religiones, pero no me meto en ninguna”, o “creo en Dios, pero a mi manera”.
Esa aparente neutralidad es, en realidad, una forma de evasión.
Porque la fe no se puede vivir a medias, ni el amor se puede ofrecer con reservas.
Jesús no nos pide simpatía, sino seguimiento. No nos pide admiración, sino conversión.

La neutralidad espiritual es una trampa del enemigo: nos adormece con la ilusión de la tolerancia, pero nos aleja del compromiso concreto con la verdad.
Y el Señor, en su sabiduría, nos dice: “Si no recoges conmigo, desparramas.”
No basta con “no hacer el mal”; hay que trabajar activamente por el bien.
No basta con creer en silencio; hay que anunciar con valentía.


IV. Superar la neutralidad: creer, vivir y anunciar

El cristiano no puede refugiarse en una fe privada, estéril, sin incidencia en la vida.
El Evangelio exige decisiones concretas.
En temas de fe y moral, el discípulo de Jesús no puede permanecer neutral.
Por ejemplo, cuando el mundo relativiza la verdad, el creyente está llamado a defenderla con caridad.
Cuando se niega la dignidad de la vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural, el cristiano no puede callar.
Cuando se desprecia la Eucaristía o se trivializa la familia, el discípulo debe dar testimonio con su vida.

No se trata de imponer la fe, sino de testimoniarla sin miedo, con ternura pero con firmeza.
El amor no es neutral: el amor toma partido siempre por la verdad y por la vida.

Jesús no nos pide juzgar, sino discernir; no nos pide condenar, sino llamar a la conversión.
Pero el silencio cómplice o la indiferencia ante el mal nos hacen dispersar, nos apartan de su misión.


V. “El que no recoge conmigo, desparrama”: la misión de reunir

Estas palabras nos recuerdan que el seguimiento de Cristo no es pasivo.
No basta con “estar bien con Dios”; hay que colaborar en su obra de salvación.
Ser cristiano es ser recolector, no espectador.
El discípulo que ama de verdad quiere que otros también conozcan al Señor.

En el mes de las misiones, esta llamada resuena con fuerza:
no podemos quedarnos cómodos en la fe personal, sin compromiso evangelizador.
Cada Rosario rezado, cada Eucaristía celebrada, cada gesto de caridad debe convertirse en semilla de Reino.

La fe es un don, sí, pero también una tarea.
El Señor quiere reunir —no dispersar—, y para eso cuenta contigo y conmigo.
Nuestra voz, nuestras manos, nuestra oración son instrumentos para atraer hacia Él a quienes se han alejado.


VI. Aplicación jubilar y pastoral: optar por Cristo en lo cotidiano

El Año Jubilar nos invita precisamente a esto: a optar nuevamente por Cristo con todo el corazón, sin medias tintas.
Ser “peregrinos de la esperanza” implica caminar con decisión tras sus huellas, en un mundo que se acostumbra a la indiferencia espiritual.
Y en este mes del Rosario y de las Misiones, María nos enseña lo contrario de la neutralidad: ella dijo “sí” sin condiciones. No calculó, no esperó pruebas. Creyó.
Y su fe activa cambió la historia.

En medio de un mundo fragmentado, ella sigue reuniendo a los hijos dispersos.
Por eso, el Rosario es un acto de resistencia espiritual contra la neutralidad:
cada Ave María es una decisión por Cristo, una afirmación de fe, una proclamación de amor.


VII. Orar por los que sufren: el amor que no es indiferente

Queridos hermanos, en esta Eucaristía oramos especialmente por quienes sufren en el alma y en el cuerpo.
Ellos nos enseñan que el dolor no puede ser tratado con indiferencia.
Jesús no fue neutral ante el sufrimiento: se acercó, tocó, sanó, lloró y amó.
También nosotros estamos llamados a romper la neutralidad del corazón frente al dolor ajeno.
Cuando acompañamos, consolamos o escuchamos, estamos “recogiendo con Cristo”.
Cuando ignoramos, criticamos o miramos de lejos, “desparramamos”.

Que nuestra fe se traduzca siempre en compasión activa, en ternura concreta, en cercanía humana.
El amor cristiano no es tibio ni distante: es fuego que calienta, luz que reúne, presencia que transforma.


VIII. Conclusión: Elegir a Cristo cada día

“El que no está conmigo, está contra mí.”
Estas palabras no son condena, sino invitación: Jesús nos llama a decidirnos por Él cada día, a vivir sin doblez, sin miedo, sin neutralidad.

El mal avanza cuando el bien calla;
la oscuridad crece cuando la luz se esconde.
Por eso, cada cristiano está llamado a ser presencia activa del Reino:
reunir, consolar, evangelizar, testimoniar, iluminar.

No podemos ser neutrales ante el amor de Dios.
Él ha tomado partido por nosotros, hasta dar la vida.
Ahora nos toca a nosotros tomar partido por Él.


🙏 Oración final

Señor Jesús,
Tú que dijiste que no hay término medio entre estar contigo o contra Ti,
haz que mi corazón sea plenamente tuyo.
Líbrame de la tibieza y del miedo a confesar tu nombre.
Que mi vida sea testimonio de tu verdad y de tu amor.

Dame el valor de hablar cuando otros callan,
de recoger cuando otros dispersan,
de perdonar cuando otros juzgan.

Hazme, Señor, constructor de unidad y de paz,
instrumento de esperanza para quienes sufren en el alma o en el cuerpo.
Y que María, Madre del Rosario,
me enseñe a vivir mi fe sin neutralidad,
con el fuego del Espíritu y la alegría del Evangelio.

Amén.

 

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