2 de julio del 2017 Domingo 13o del Tiempo Ordinario
Acoger al otro, acoger a Dios
La acogida y la hospitalidad son exigencias para el discípulo de Jesús,
al practicarlas, éstas le permitirán encontrar a Dios.
Cuando nos congregamos para celebrar la Eucaristía, nosotros somos
acogidos por el mismo Señor. Nosotros respondemos a esta acogida abriendo
nuestros corazones y también acogiéndonos unos a otros. En todo ser humano, y
de igual modo en el extranjero o desconocido está el Señor que pasa, aquel que
se hace solidario con todos los humanos.
Primera lectura
Lectura del segundo libro de los
Reyes (4,8-11.14-16a):
Un día pasaba Eliseo por Sunam, y una mujer rica lo invitó con insistencia a comer. Y, siempre que pasaba por allí, iba a comer a su casa.
Ella dijo a su marido: «Me consta que ese hombre de Dios es un santo; con frecuencia pasa por nuestra casa. Vamos a prepararle una habitación pequeña, cerrada, en el piso superior; le ponemos allí una cama, una mesa, una silla y un candil, y así, cuando venga a visitarnos, se quedará aquí.»
Un día llegó allí, entró en la habitación y se acostó.
Dijo a su criado Guejazi: «¿Qué podríamos hacer por ella?»
Guejazi comentó: «Qué sé yo. No tiene hijos, y su marido es viejo.»
Eliseo dijo: «Llámala.»
La llamó. Ella se quedó junto a la puerta, y Eliseo le dijo: «El año que viene, por estas fechas, abrazarás a un hijo.»
Palabra de Dios
Un día pasaba Eliseo por Sunam, y una mujer rica lo invitó con insistencia a comer. Y, siempre que pasaba por allí, iba a comer a su casa.
Ella dijo a su marido: «Me consta que ese hombre de Dios es un santo; con frecuencia pasa por nuestra casa. Vamos a prepararle una habitación pequeña, cerrada, en el piso superior; le ponemos allí una cama, una mesa, una silla y un candil, y así, cuando venga a visitarnos, se quedará aquí.»
Un día llegó allí, entró en la habitación y se acostó.
Dijo a su criado Guejazi: «¿Qué podríamos hacer por ella?»
Guejazi comentó: «Qué sé yo. No tiene hijos, y su marido es viejo.»
Eliseo dijo: «Llámala.»
La llamó. Ella se quedó junto a la puerta, y Eliseo le dijo: «El año que viene, por estas fechas, abrazarás a un hijo.»
Palabra de Dios
Salmo
Sal 88,2-3.16-17.18-19
R/. Cantaré eternamente
las misericordias del Señor
Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: «Tu misericordia es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad. R/.
Dichoso el pueblo que sabe aclamarte:
camina, oh Señor, a la luz de tu rostro;
tu nombre es su gozo cada día,
tu justicia es su orgullo. R/.
Porque tú eres su honor y su fuerza,
y con tu favor realzas nuestro poder.
Porque el Señor es nuestro escudo,
y el Santo de Israel nuestro rey. R/.
R/. Cantaré eternamente
las misericordias del Señor
Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: «Tu misericordia es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad. R/.
Dichoso el pueblo que sabe aclamarte:
camina, oh Señor, a la luz de tu rostro;
tu nombre es su gozo cada día,
tu justicia es su orgullo. R/.
Porque tú eres su honor y su fuerza,
y con tu favor realzas nuestro poder.
Porque el Señor es nuestro escudo,
y el Santo de Israel nuestro rey. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san
Pablo a los Romanos (6,3-4.8-11):
Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Por tanto, si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios. Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.
Palabra de Dios
Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Por tanto, si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios. Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san
Mateo (10,37-42):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.»
Palabra del Señor
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.»
Palabra del Señor
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A guisa de introducción:
El otro, rostro de Dios
Siendo un
adolescente y gracias al ejemplo de mis padres comprendí y aprendí una lección
de vida que nunca me ha costado ponerla
en práctica y se ha vuelto para mí una convicción: todo ser humano es mi
hermano, merece respeto, mi atención, mi acogida, yo debo ser amable (saludar, sonreír,
tender una mano). Ya en la infancia lo vivía por mis actitudes ante el maltrato
de mis compañeros de escuela ; yo nunca fui muy decidido a responder al
maltrato con maltrato o reaccionar violentamente ante las afrentas, porque
comprendí rápidamente que el otro sufre, siente como yo. "No hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti", ha
sido mi consigna de vida y esto les aseguro, le ha prodigado a mi vida mucha paz
y serenidad.
Después en el seminario y a lo largo de mi
experiencia de vida, viviendo las diferentes etapas de la existencia aquí y
allá, para mí esta es una verdad irrefutable: "todo hombre es mi hermano, todo ser humano viene de Dios, todos
somos hijos de un mismo Padre que nos cuida con su amor".
Las lecturas
de este domingo engloban el tema de la acogida, de la hospitalidad. En la
primera lectura del 2o libro de los Reyes se nos cuenta como el profeta Eliseo,
sucesor de Elías, es acogido por una mujer rica y la que mismo le ha insistido
para que venga a comer a su casa. Vemos como esta acogida y esta atención de la
mujer no queda sin recompensa; por su hospitalidad y atención con el profeta,
ella, a pesar de ser estéril, con un marido muy anciano ya,
recibirá la promesa de tener un hijo. Como vemos este gesto de caridad no queda
sin recompensa. Dios está de parte, del lado de quienes son fraternos, amables
y serviciales. Porque acoger al hermano es acoger al mismo Dios; por eso la
acogida no debe ser seca, hecha de mala gana sino que debe estar animada por la
confianza, iluminada por una sonrisa y concretizada con un ofrecimiento de la
mano, una disponibilidad de dar la vida...
Es cierto que
en el mundo actual es arriesgado confiar y que por el contrario se nos quiere
prevenir y ver en toda persona y sobre todo en aquella que no conocemos una
posible amenaza a nuestra integridad. Esto nos hace prevenidos, desconfiados,
insensibles ante las necesidades y sufrimientos de los demás y obrando así
renegamos de Dios y no cumplimos su voluntad.
En el actual
momento que vivimos en Colombia, camino hacia la paz, la reconciliación y la
sanación de los corazones, es muy importante no olvidar la lección de acogida y
hospitalidad que nos ofrece la Palabra de Dios.
Pidamos en
este domingo al Señor la sabiduría para poder discernir esas ocasiones de
acogida, que nuestro corazón no sea tan extremadamente frío, ni insensible, ni
duro, tan desentendido sobre todo ante aquellos que vienen a nosotros con su
pobreza y sufrimiento.
Cristo mismo,
durante su vida terrena y su ministerio del anuncio del Reino de Dios, acogió a
todos (pecadores, enfermos, marginados de la sociedad, extranjeros, etc), nos
ha adquirido como pueblo santo, y por su sacrificio en la Cruz merecedores si
somos fieles, de la Vida Eterna.
En cada
Eucaristía Cristo, nos sigue acogiendo entre sus brazos, nos ofrece el Pan de
su palabra y el alimento de vida eterna para avanzar.
Que tengamos
presente siempre la promesa del Señor y que nos dice hoy en su Evangelio:
"El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua
fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su
paga, os lo aseguro.»
Bendecida semana para
todos!
Aproximación psicológica al texto del Evangelio:
Llamados a romper con
lo establecido
La opción en favor de Jesús y de "Aquel que lo ha enviado" (v.40) debe tener prioridad
sobre la pertenencia familiar. Hay aquí mucho más que una ley psicológica
respecto al crecimiento normal de la persona humana. En otro lado, Jesús
citando al Génesis, recuerda que el hombre debe "abandonar a su padre y a su madre para unirse a su mujer"
(Mateo 19,5). Él se refiere entonces a la ruptura necesaria que el hombre debe
consentir para comprometerse en una nueva aventura que continuará a realizarlo
como persona.
Mas aquí, hemos sido llevados más lejos todavía. La ruptura a
la cual se refiere, toca otro nivel de profundidad, pues es bien de ruptura, de
"romper" , que se habla aquí, y no de una vaga preferencia teórica,
como podrían hacérnoslo creer algunas traducciones.
Para convencerse de
ello, no es sino referirnos a un pasaje parecido, semejante a éste donde Jesús
dice textualmente: "yo he venido a
separar al hombre de su padre, a la hija de su madre…" (Mateo 10,35).
Qué hay detrás de estas palabras? Acaso Jesús vendrá para
activar el eterno conflicto entre generaciones? Viene acaso Él a despertar una
segunda crisis de adolescencia entre sus discípulos?
Para responder a esta pregunta, es iluminador referirnos a la
palabra de Juan Bautista- a quien celebrábamos la semana pasada- sobre la paternidad de los judíos: "muestren frutos de un sincero
arrepentimiento, y no piensen que basta con decir: nuestro padre es
Abraham" (Mateo 3,8-9). En otras palabras: ustedes no se saldrán con
la suya, no tendrán razón, refugiándose en sus certezas adquiridas. Ustedes se
equivocan si piensan que es suficiente con confiarse en su pasado religioso
para evitar el cambio. Conviértanse, dejen ese peligroso estado de falsa
seguridad para disponerse a la búsqueda de lo esencial…
He ahí el fondo de la cuestión. Esta es la ruptura radical
que Jesús pide a sus contemporáneos: "honra
a tu padre y a tu madre" como
personas (Mateo 19,19), pero rompe con el orden establecido que permea hasta la
familia. Toma tus distancias con respecto a una tradición religiosa que ha
perdido su inspiración y que no ofrece más que "preceptos de hombres" (Mateo 15,9). No sean jefes
espirituales que no saben más a donde van, "guías
ciegos que guían a otros ciegos" (Mateo 5,14).
Jesús ha rechazado la violencia y no ha buscado ni querido el
poder político. Pero con tales palabras, es difícil negar la radicalidad de su
puesta en cuestión del poder socio-religioso de su tiempo. Es necesario ver
bien que esta ruptura con el padre tanto en el plan familiar como social, es
esencialmente una conquista permanente al mismo tiempo que una liberación. Y
que ella es, al final, una experiencia de fe.
"En la tierra a
nadie llamen padre, pues uno solo es su Padre, el del cielo" (Mateo 23,9). No dejen que nadie
tome el poder sobre su vida y sobre su conciencia. Relativicen toda autoridad y
dispónganse a buscar aquel, al único que puede darles una y otra vez la
vida".
Reflexión Central:
El amor y o la espiritualidad no tienen vacaciones
Es tiempo de
vacaciones para muchos: estudiantes universitarios y colegiales, empleados
oficiales en familia, en grupos de amigos. En estos días muchos ya disfrutan,
otros tendrán en su corazón el sueño de unas vacaciones para descubrir-conocer
otros lugares. Es en este ambiente que recibimos las palabras de Jesús que nos
invitan a amar más, así como la lectura del libro segundo de los Reyes que nos
muestra cómo practicar la acogida.
Pero los
propósitos de Jesús son sorprendentes y
al mismo tiempo digámoslo demasiado exigentes. Él utiliza fórmulas lapidarias que
dictan exigencias excesivas e inhumanas.
"El que quiere a su padre o madre más que a mi no es digno de mí; y el que
no coge su cruz y me sigue no es digno de mí". "Quien quiera guardar
su vida la perderá".
El amor verdadero es exigente
Es evidente
que Jesús no busca que seamos negligentes con el amor que debemos a nuestros
padres. Al contrario, en otro pasaje del evangelio, Él denuncia la hipocresía
de algunos fariseos que, bajo el
pretexto de servir a Dios, privan a sus familias de su herencia legítima.
(Marcos 7,11-13).
En este
pasaje , Él nos invita a amar nuestros seres queridos, no según los criterios
de la tierra, sino a la manera de Dios. Esta manera de amar nosotros la
descubrimos en la Carta a los Romanos: "Piensen
que ustedes han muerto al pecado, y viven para Dios en Jesucristo". Por
el bautismo, nosotros morimos al mal, para resucitar a una vida nueva.
Y en el campo
de los afectos familiares, adoptar un comportamiento nuevo es amar de acuerdo
al orden. Si, por que hay jerarquías en el amor. No hay verdadero amor sin
opciones exigentes. Todos estamos de acuerdo en que es anormal amar más su
carro que su esposa, preferir su perro a su hijo o la televisión a un diálogo
familiar! Cuando Juana de Arco comenta la exigencia de Jesús con su célebre
frase: « Messire Dieu premier servi" ("Mi Señor Dios primer servido"),
ella nos da una de las leyes más importantes del amor. Al amar a Dios por
encima de todo, uno le da a todos sus otros amores su
fundamento sólido.
El verdadero amor es acogedor
Nosotros siempre
tendemos a evadirnos, a perdernos en las bellas ideas. Y Jesús siempre nos
vuelve a encaminar, nos vuelve a traer a lo concreto y a la simplicidad. Él
habla de "acoger", de "dar
a beber un vaso de agua fresca". La mujer del pueblo de Sunam invitó
al profeta Eliseo "a comer a su
casa" (2 Reyes 4,8).
En nuestro
mundo de anonimato, de prevención, de relativismo, de indiferencia…estos
simples gestos de hospitalidad no son tan fáciles. Acoger al otro es dejarse
acoger por él, abrir nuestra puerta y no cerrar nuestro corazón: no son las
acciones grandes, escandalosas, sino los gestos modestos los que salvan al
mundo. "No hay pequeños papeles o
roles, hay pequeños comediantes", decía la gran escritora de teatro de
principios de siglo XX, Sarah Bernhardt. Uno podría traducir esta frase
diciendo: "No hay pequeños gestos,
sino pequeños espíritus". Hasta el más pequeño comportamiento, si está
lleno de amor, tiene valor de eternidad".
Esta es pues una buena noticia para estos días de vacaciones.
2
Acoger es amar…
Los textos bíblicos de este
domingo nos dirigen palabras muy importantes sobre la acogida. Nosotros siempre
y especialmente en vacaciones, tenemos la oportunidad de acoger en familia, de
dar hospitalidad otros, o de ser acogidos, hospedados por otros. Nos
encontramos con personas diferentes venidas de otras partes.
En la primera
lectura de este día, se nos habla del profeta Eliseo, sucesor del gran profeta
Elías, y que es acogido por una mujer del pueblo de Sunam. Su gentilicio es
sunamita. Esta mujer se muestra muy generosa con él, ya que ha reconocido en él
a un hombre de Dios. Sin embargo, ella lleva dentro un sufrimiento del cual no
habla: ella no tiene hijos y su marido es ya muy anciano. Con mucha delicadeza,
entonces, Eliseo le promete ese hijo con el que ella ya no contaba, ni se
imaginaba tener.
Al escuchar
este texto de la Palabra de Dios, comprendemos que acoger al otro (darle la
bienvenida) es escuchar sus confidencias, compartir sus alegrías y sus
tristezas o penas. Lo que es importante, no es la cantidad de lujos sino las
cualidades de la acogida. Como cristianos que somos, nosotros comprendemos que
a través de esas personas que encontramos, o alojamos en nuestra casa, Dios se
manifiesta, Dios está en ellos. Cuando acogemos a alguien es al mismo Dios que
acogemos y al rechazar o menospreciar a alguien es al mismo Dios que rechazamos
o menospreciamos. No olvidemos: es por nuestras cualidades de amor y de
acogida que nosotros seremos reconocidos
como discípulos de Cristo.
En su carta a
los Romanos, San Pablo nos habla del día más importante de nuestra vida, aquel
en que fuimos acogidos en la gran familia cristiana. Lo hemos entendido, se
trata de nuestro bautismo. Actualmente nos cuesta darnos cuenta de la gran
importancia que este sacramento tiene. Pero es necesario saber que en la
Iglesia primitiva, los nuevos bautizados provenían de un mundo sin Dios. Para
ellos, la vida no tenía ningún sentido. Pero Dios se ha unido a ellos y los ha
acogido. El bautismo era para ellos un nuevo nacimiento: era una ruptura
radical con el modo de vivir que habían tenido hasta ahí. El día de nuestro
bautismo, nosotros fuimos sumergidos en este océano de amor que está en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
En adelante, nosotros hemos decidido acoger a Cristo y ponerlo en el centro
de nuestra vida.
El evangelio
de este domingo nos habla también de la acogida, pero nos precisa con mucha
fuerza que nuestro amor por Jesús debe pasar por encima de todos los vínculos
familiares: «El que quiere a su padre o a su
madre más que a mí no es digno de mí. Al escuchar estas palabras, pensamos en los catequistas
que se pueden preguntar: "Cómo quieren ustedes que este evangelio se les
enseñe, y sea comprendido por los niños,
cuando se les pide de estar en paz en la casa?"
Comprendámoslo
bien: es normal que los hijos amen a su padre y a su madre más que a todas las
demás personas. No hay vínculo más fuerte que este entre padres e hijos. Todos
nosotros nos sentimos apegados a nuestros padres: es muy natural. Y cuando
ellos se nos van, es un sufrimiento para todos nosotros.
Pero mirando
más de cerca, vemos que Jesús no se dirige a la gran multitud: sus palabras
están destinadas a los apóstoles. Él los ha invitado a seguirle. Pero ellos
deben comprender que Jesús no es maestro más entre otros: Él es el Hijo de Dios.
Él está entonces por encima del hombre. ÉL es el único a quien podemos amar más
que a nuestros seres queridos.
El Señor nos
llama a todos a ser "discípulos misioneros". El discípulo es aquel
que camina tras los pasos de Cristo. El misionero es aquel que va a anunciarlo.
Nuestra acogida de Cristo y nuestro vínculo con Él deben ser más importantes
que todos los vínculos familiares. Sabemos que todo esto no es fácil; nosotros
debemos afirmarnos ante los ojos del mundo e igualmente ante la familia.
Nosotros seremos confrontados a la indiferencia, a la hostilidad. Para muchos
es la persecución. El mismo Jesús ha conocido estas dificultades; pero ÉL ha
ido hasta el final de su misión, hasta dar su vida sobre una cruz.
Acoger a
Cristo, preferirlo a todo, estar habitado por Él, es lo que se nos propone en
este tiempo de vacaciones. Aprenderemos a reconocerle a través de las personas
que encontraremos. El papel de la Iglesia, el papel de todos nosotros, es
precisamente acoger todos aquellos que se sientan atraídos por Él. Es por
nuestra calidad en la acogida como seremos reconocidos como discípulos de
Cristo.
EL domingo
nos reunimos para celebrar la Eucaristía; es Dios quien nos acoge en su casa.
Él nos invita a su fiesta. Y al final de cada misa, Él nos envía de nuevo a
testimoniar en el mundo y en nuestros ambientes de vida este amor gratuito
ofrecido a todos. Las ocasiones no faltan en las que podemos hacer a los otros
más felices. No les fallemos. Es a través de ellos como el Señor viene a tocar
a nuestra puerta.
3
Del
P. Gustavo Vélez, "Calixto" (q.e.p.d.)
La opción por el
Señor
“Dijo Jesús: El que
quiera a su padre o a su madre, o a su hijo más que a mí, no es digno de mí”. San Mateo, cap. 10.
Esta frase de Cristo ha sido motivo de extrañeza y aun de
escándalo para muchos. ¿Será porque no la hemos entendido? El Señor nunca quiso
devaluar el amor de la familia. Aún más, a través de él nos enseña todo lo que
Dios es para nosotros: Acogida, perdón, misericordia, convivencia. Recordemos
la historia del hijo pródigo, la presencia de Cristo en las bodas de Caná y la
prisa con que acude a sanar a la suegra de Pedro.
El texto nos extraña porque simplemente hemos pasado por alto
el “más que a mí”. Si alguien a quien yo amo se opone a los proyectos del Señor
y me convence, estoy amando a esa persona más que a Dios. Todos hemos sentido
la tentación de claudicar.
Mucho más cuando nos lo sugiere alguien que amamos: El
pariente, el amigo, el compañero de trabajo, el socio de la empresa.
Ellos repiten frases como éstas: "Si, ahora todo el mundo lo hace". "Si, esto ya no se ve mal". "Si, nadie lo va a saber". "Si, es tan fácil y no
causa problemas". De otra
parte tienen más prensa los que claudican que quienes defienden los valores. No
claudicar ha llegado a ser algo insólito. Nadie parece creerlo.
Un taxista devuelve un maletín olvidado en su vehículo. Un
basuriego restituye al almacén una herramienta hallada en los deshechos. Un
empleado resiste al soborno. Un médico se niega a promover un aborto. Un
abogado no quiere negociar con fraudulentos.
Estos hechos, que debieran ser lo normal, se presentan cómo
excepcionales, con un puesto en la prensa por chocantes o modélicos.
En algún sentido, todos hemos fallado, porque antepusimos
otras personas al Señor. Porque valoramos algunas cosas más que a Él. Y cómo el
joven del Evangelio, abandonamos a Jesús.
Otras veces sin embargo y, a pesar de todo, lo hemos amado
más a Él.
El cristianismo consiste en ir trasladando progresivamente, a
todas las áreas de conducta, esa opción fundamental por el Señor, que trasciende
todas las lealtades y todos los intereses del hombre.
Un poeta religioso suplica a Dios de esta manera: “No dejes que claudique, ¡oh mi Señor!” Que
esta sea también nuestra plegaria.
Para la revisión de vida
1. Es cuestión de prioridad
Es verdad, el programa de Jesús es exigente. Todavía nos falta mucho
para comprenderlo. Acaso Él nos manda a no amar a nuestros padres o a nuestros
hijos? Una pequeña expresión que aparece dos veces , nos da la clave para
comprender: "querer… más que a mí"…Jesús me invita entonces a tener
prioridades en la vida, hacer opciones para poder seguirle libremente. Y yo me
pregunto concienzudamente: Señor, es que los vínculos familiares son una ayuda
para mí o son un obstáculo, para seguirte?, hazme libre ante la mirada de
quienes amo.
2. Ser discípulo
Todo este evangelio lo podríamos resumir en la invitación de Jesús a ser
discípulos, y en la manera de llegar a serlo. Esta invitación se dirige a mí
hoy, en lo concreto de mi existencia.
Hoy tomaré conciencia del programa o proyecto que Jesús ha trazado para
mí y me pregunto: qué estoy dispuesto a vivir para seguir a Jesús y cuáles son
los aspectos que tengo más dificultad de asumir en este seguimiento y me hacen
resistirme a su llamado? .
Señor Jesús yo te ofrezco mi vida y mi deseo de seguirte, dame tu
Espíritu Santo para seguir tus pasos con audacia y confianza.
ORACIÓN-MEDITACIÓN
Señor Jesús,
te agradecemos por habernos revelado
que Tú te dejas encontrar, y ver en los otros.
Tus enviados viven cerca a nosotros: los que carecen de todo,
los extranjeros, los enfermos, las personas sencillas,
y también los profetas y los santos.
Abre nuestros ojos
para que podamos verlos;
transforma nuestros corazones
para que podamos amarlos.
Señor Jesús, te damos gracias
por invitarnos a tu mesa.
A través de todos aquellos que
pones en nuestro camino,
haz que podamos encontrarte
y también a Aquel que te envía, Dios nuestro Padre.
Referencias bibliográficas
http://vieliturgique.ca
http://prionseneglise.ca
http://ciudadredonda.org (para los textos de las
lecturas)
HÉTU, Jean-Luc.
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