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4 de junio del 2020: jueves de la novena semana del Tiempo Ordinario



( Marcos 12, 28b-34)  ¿Podemos hablar de amor sin hablar de humildad? La humildad es también la capacidad de ponerse en el lugar del otro para tratar de entenderlo mejor y, por lo tanto, sentir compasión, donde tal vez solo había frustración.




Primera lectura de la Segunda Carta del Apóstol San Pablo a Timoteo 2,8-13

Haz memoria de Cristo el Señor, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Este ha sido mi evangelio por el que sufro hasta llevar cadenas como un malhechor. Pero la Palabra de Dios no está encadenada.
Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen su salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna.
Es doctrina segura:
Si morimos con Él, viviremos con Él.
Si perseveramos, reinaremos con Él.
Si lo negamos, también Él os negará.
Si somos infieles, Él permanecerá fiel,
porque no puede negarse a sí mismo.

vemos en este fragmento una hermosa exhortación de Pablo (más bien puesta en boca de Pablo por el autor) a mantener la fidelidad a Cristo en tiempos muy difíciles.
El texto de hoy ofrece una síntesis mínima pero densa de la fe en el Resucitado, fuente y motivo de toda esperanza. La evoca Pablo encadenado, en prisión, recordando los maravillosos frutos que se han seguido de esa prisión y manifestando otra vez su inquebrantable confianza.
El himno final muestra una serie de oposiciones que se rompen en el último verso, y es un acto de fe en Cristo por encima de nuestra propia fidelidad: aunque nosotros le seamos infieles, Él tiene que ser fiel a sí mismo. Nuestra confianza no radica en nuestra propia justicia, sino en el ser mismo de Dios Salvador.


Evangelio según San Marcos 12, 28b-34.


Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?».
Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor;
y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas.
El segundo es: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos".
El escriba le dijo: "Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él,
y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios".
Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: "Tú no estás lejos del Reino de Dios". Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

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Dios, fuente de todo amor


En el Evangelio, vemos cómo hay un acuerdo perfecto. Las autoridades religiosas se oponen frecuentemente a Jesús. Pero este diálogo entre un especialista de la Ley y Jesús, en torno los mandamientos fundamentales, es sin agresividad o ánimo de atacar. Cada quien respeta al otro. Ellos se ponen de acuerdo sobre lo esencial: amar a Dios y amar a los demás.


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"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas ... Amarás a tu prójimo como a ti mismo".  




El amor debe ser contagioso

¡Es interesante ver cómo estos dos grandes mandamientos van juntos!
En primer lugar, el mandamiento de amar a Dios con todo su corazón, alma, mente y fuerza es bastante sencillo. La clave para entender esto es que es un amor total y que todo lo consume. Nada puede ser retenido al amar a Dios. Cada parte de nuestro ser debe estar totalmente dedicada al amor de Dios.  

Aunque se podría decir mucho sobre ese amor para entenderlo de una manera cada vez más profunda, también es importante ver el vínculo entre el Primer y el Segundo Mandamiento. Juntos, estos dos mandamientos resumen los Diez Mandamientos dados por Moisés. Pero el vínculo entre los dos es esencial para entender.

El Segundo Mandamiento dice que debes "amar a tu prójimo como a ti mismo". Entonces esto plantea la pregunta: "¿Cómo me amo a mí mismo?" La respuesta a eso se encuentra en el Primer Mandamiento. En primer lugar, nos amamos amando a Dios con todo lo que tenemos y todo lo que somos. Amar a Dios es lo mejor que podemos hacer por nosotros mismos y, por lo tanto, es la clave para amarnos a nosotros mismos.  

La conexión, entonces, entre los dos mandamientos es que amar a nuestro prójimo como nos amamos a nosotros mismos significa que todo lo que hacemos por los demás debería ayudarlos a amar a Dios con todo su corazón, alma, mente y fuerza. Esto se hace por nuestras palabras, pero especialmente por nuestra influencia.

Cuando amamos a Dios con todo, nuestro amor a Dios será contagioso. Otros verán nuestro amor a Dios, nuestra pasión por Él, nuestro deseo por Él, nuestra devoción y nuestro compromiso. Lo verán y se sentirán atraídos por él. Se sentirán atraídos porque el amor a Dios es de hecho muy atractivo. Ser testigo de este tipo de amor inspira a los demás y les hace querer imitar nuestro amor.

Reflexiona, hoy, sobre cuán profundo es tu amor a Dios. Al Igual que es importante reflexionar sobre qué tan bien dejas que ese amor de Dios brille para que otros lo vean. Debes ser muy libre al permitir que tu amor a Dios se viva y se exprese de manera abierta. Cuando lo hagas, los demás lo verán y los amarás como a ti mismo.

Señor, ayúdame a seguir estos mandamientos de amor. Ayúdame a amarte con todo mi ser. Y en ese amor por ti, ayúdame a compartir ese amor con los demás. Jesús, confío en ti.



PALABRAS DEL SANTO PADRE

"Si un niño recién nacido pudiera hablar, ciertamente expresaría el hecho de que se siente amado por sus padres". Y lo que los padres hacen con el niño es lo que Dios hizo con nosotros: Él nos amó primero. Y esto nos ilumina y aumenta nuestra capacidad de amar. Esta es una definición clara de amor: podemos amar a Dios porque Él nos amó primero. (Santa Marta, 10 de enero de 2020)

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