18 de junio del 2017 Solemnidad del Cuerpo y la sangre de Cristo (Corpus Christi) (A)
Conviértete en lo que recibes
El Cuerpo de Cristo (en
realidad su Cuerpo y su Sangre) es nuestro verdadero alimento. Él nos da acceso
a la Vida Eterna transformándonos en lo
que recibimos.
Primera lectura
Lectura del libro del Deuteronomio
(8,2-3.14b-16a):
Moisés habló al pueblo, diciendo: «Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto; para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones: si guardas sus preceptos o no. Él te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para enseñarte que no sólo vive el hombre de pan sino de todo cuanto sale de la boca de Dios. No te olvides del Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres.»
Palabra de Dios
Moisés habló al pueblo, diciendo: «Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto; para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones: si guardas sus preceptos o no. Él te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para enseñarte que no sólo vive el hombre de pan sino de todo cuanto sale de la boca de Dios. No te olvides del Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres.»
Palabra de Dios
Salmo
Sal 147,12-13.14-15.19-20
R/. Glorifica al Señor, Jerusalén
Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R/.
Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz. R/.
Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R/.
R/. Glorifica al Señor, Jerusalén
Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R/.
Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz. R/.
Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R/.
Segunda lectura
Lectura de la primera carta del
apóstol san Pablo a los Corintios (10,16-17):
Hermanos:
El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.
Palabra de Dios
Hermanos:
El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.
Palabra de Dios
Lectura del santo
evangelio según san Juan (6,51-58):
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»
Palabra del Señor
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»
Palabra del Señor
A guisa de
introducción:
El Sacrificio
Viendo la
historia de la humanidad, sabemos que el hombre desde muy temprano sintió la
necesidad de ofrecer sacrificios a la divinidad. Su generosidad y su inventiva
para conciliarse las buenas gracias del ser superior son patéticas.
La Biblia nos
cuenta extensamente los rituales de los sacrificios ofrecidos desde Abraham
para tener acceso a Dios. Dios no era insensible a todos esos sacrificios que expresaban
la gratitud del hombre. Pero eso no era suficiente. Entonces el Señor ENVIÓ,
nos dió a su Hijo para que nosotros podamos, al amar verdaderamente a su Hijo,
darle nuestro amor. Lo que agrada a Dios es que le demos libremente nuestro
corazón amándolo de manera directa y amando a nuestros hermanos.
Cristopher, era un niño muy pobre que quería enviar un pequeño regalo a
un amigo de su edad en África, con quien tenía correspondencia. Para esto, él
se priva de tener regalos para poder enviar algunos medicamentos, una bella
camiseta, algunos dulces no perecederos y un bello libro. Cristopher prepara el
paquete pacientemente, y no puede pasar de 2 kilos. Cuando al final consigue
armar el paquete, se da cuenta que el envío cuesta demasiado, muy caro para él
en todo caso y se siente bastante decepcionado, ver triste. Qué pena, su
paquete nunca llegará a las manos de su amigo!...Y luego, una mañana,
Cristopher se da cuenta que un amigo muy rico se alista justamente para
enviarle al mismo amigo, al otro lado del mar, una caja llena de mercancías.
Qué suerte! Cristopher puede poner su pequeño paquete en la enorme caja. Él le
pide a su amigo juntar su pequeño paquete a los suyos. Y así el pequeño paquete
llegará a su destino con el gran regalo y alegrará el corazón de quien lo
recibirá. Pero nunca lo habría logrado si no hubiera puesto junto al regalo de
aquel que era rico.
Nosotros
queremos ofrecer a Dios nuestros pequeños sacrificios, nuestro corazón,
nosotros mismos, pero somos pobres en amor. Jesús se ofrece a Dios su Padre. Su corazón está lleno de
amor. Entonces, le pedimos a Jesús de unir nuestros pequeños sacrificios,
nuestro corazón y nosotros mismos a su sacrificio…Y así, nuestros pequeños
sacrificios llegarán con el sacrificio de Jesús; nuestros corazones heridos por
el pecado no tienen suficiente amor para llegar hasta Dios, si ellos no son
ofrecidos por Jesús, con Jesús, en Jesús.
El emérito papa Benedicto XVI escribía en su Encíclica DEUS
CARITAS EST: Dios es amor: "La
Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús. No recibimos solamente de
modo pasivo el Logos encarnado, sino que nos implicamos en la
dinámica de su entrega".
Aproximación
psicológica al texto del Evangelio:
Eso cuesta algo
Este pasaje debe
interpretarse con precaución, porque si lo comprendemos de una manera
fundamentalista (es decir, tomando cada palabra al pie de la letra), corremos
el riesgo de rebajar la fe, denigrándola convirtiéndola en algo mágico.
Desde un principio, es
necesario decir que para Juan, lo que salva al hombre no es recibir la
Eucaristía, sino el evento (suceso, hecho) global de la muerte y la
resurrección de Jesús.
Y Juan precisa que
este evento alcanza (incumbe) a todo hombre, y no
solamente a aquellos que
participan en la Eucaristía: “Jesucristo
es víctima de expiación por nuestros pecados: y no solamente por los nuestros,
sino todavía más por los del mundo entero” (1 Juan 2,2).
Jesús estaba
personalmente convencido que lo que salva, no es ni un rito, ni una creencia,
ni la pertenencia a un grupo religioso. Lo que es determinante, es la decisión
que el Padre ha tomado de hacer una fiesta y unir a los hombres de todas
partes. Y lo que dona el acceso a esta fiesta, no es el hecho de haber comido y
bebido en presencia de Jesús: “ustedes
están expuestos a decir: nosotros hemos comido y bebido ante ti, pero se les
responderá: “yo no los
conozco…no se quienes son ustedes” (Lucas 13,26-27).
Estas personas podían
comulgar, pero ellos “hacían el mal” (v.27. Ellos conocían a Jesús por haberle
frecuentado y haberlo escuchado “enseñar en sus plazas”, al igual que hoy se
puede frecuentar la Eucaristía y escuchar homilías. Pero ellos “debían dar también
su vida por sus hermanos” (1 Juan 3,16) cosa que ellos no han hecho.
Recibir la
Eucaristía, es discernir el cuerpo y la Sangre bajo las especies de pan y vino.
Es discernir el
precio que ha pagado Jesús por amor a sus hermanos, los hombres.
Es discernir el
sentido de la vida de Jesús “entregada,
dada para que el mundo viva” (v.51).
Recibir la
Eucaristía, es entonces, expresar su convicción que esto cuesta algo, querer
“que el mundo viva”.
Es entonces, comulgar
con la manera como Jesús ha comprendido y vivido su vida,
es vivir de los
valores de Jesús y situar su compromiso en la prolongación del suyo, de tal
modo que Jesús pueda decir: “Este, permanece en mí y yo en él” (v.56).
REFLEXIÓN CENTRAL :
La fiesta del Santísimo
Sacramento
Después de su gran celebración como cumbre de toda la
liturgia y los sacramentos que hacemos el jueves santo, nos volvemos a
encontrar para una gran fiesta de la Eucaristía, la del Santísimo Sacramento,
Cuerpo y Sangre de Cristo. Es Jesús mismo que se nos da como comida. Él ha
querido dejarnos su presencia bajo la forma de alimento. La Eucaristía es en
verdad el alimento esencial de nuestra vida.
El Santo Cura de Ars (San Juan María Vianey) decía al respecto: "vosotros no sois dignos de ella pero vosotros la necesitáis".
Los textos bíblicos de este domingo nos preparan para acoger este don de
Dios.
La primera lectura nos lleva al séptimo siglo antes de Jesucristo. El
pueblo de Israel vivía una época de prosperidad y abundancia; la tentación es
grande de creer que este éxito se debe a la sola fuerza y genio de los hombres.
Y uno se hace una pregunta: "Para qué continuar honorando a Dios cuando ya
han pasado las dificultades? cuando se vive un tiempo de prosperidad? Pero la
Palabra de Dios viene para poner de nuevo orden: "Recuerda". La
marcha en el desierto era un tiempo de prueba. Durante el transcurso de esta
difícil travesía, Dios nunca dejó de estar allí. Él multiplicó los beneficios
para asegurar la supervivencia de su pueblo. Él mismo ha hecho caer del cielo
el maná y hacer surgir agua de la roca. Y sobre todo Él ha ofrecido su Palabra
que es el alimento esencial del alma.
Cuando el pueblo se alimenta del maná, reconoce que todo viene de Dios.
Nosotros también reconocemos que dependemos de Él. Es la única manera de no convertirnos en
esclavos de otro porque el verdadero Dios es liberador. Nosotros que vivimos en
un mundo indiferente y hostil a la fe cristiana, debemos volver a escuchar este
llamado del Señor: "Recuerda!" No olvides jamás de alimentarte de la
Palabra de Dios y de la Eucaristía.
En su primera carta a los Corintios, el apóstol San Pablo, insiste precisamente
en la importancia de la Eucaristía. La bendición de la Copa y la fracción del
pan no son meramente gestos rituales. Ellos tampoco son una simple evocación de
gestos del pasado. Bajo los signos del pan y del vino, nosotros comulgamos el
Cuerpo y la Sangre de Cristo; hacemos nuestro el amor de Aquel que ha entregado
su Cuerpo y derramado su Sangre por nosotros y por muchos. Este amor que nos
une a Él debe también unirnos a nuestros hermanos. Nosotros aprendemos a
mirarlos con la mirada de Cristo, una mirada plena de amor y de misericordia.
El Evangelio nos propone un
fragmento del largo discurso sobre el pan de vida. Esto pasa después de la multiplicación
de los panes cerca del lago Tiberiades. Hasta aquí, Jesús había pedido a sus
auditores creer en su Palabra. Hoy, Él va más lejos, da un nuevo paso en la
revelación de su persona. Este pan del cual Él habla, dice que es Él mismo
"pan vivo"; y dice también que es "su carne ofrecida-dada por la
vida del mundo". ÉL anuncia así su muerte que presenta como don de la Vida
eterna al mundo.
El pan bajado del cielo es entonces Jesús mismo. Su carne y su sangre son
una comida que da la Vida eterna. Hoy, como en otro tiempo, Jesús nos pide
hacer un acto de fe. Es necesario alimentarnos de sus enseñanzas y beber sus
palabras. Ellas son del Hijo que nos aporta la vida del Padre. Pero para acoger
este don, es necesario que salgamos de nuestras certezas y de nuestros
razonamientos humanos. Nos hace falta tener un corazón de pobre, enteramente
abierto a Aquel que es "el camino, la Verdad y la Vida".
La Eucaristía es "Pan de Vida". Esta fiesta de hoy debe
reavivar nuestro deseo de comunión con Dios para "permanecer en Él y Él en
nosotros". Alguien ha dicho que "Toda Eucaristía es más fuerte que
todo el mal del mundo". Y es verdad, en cada misa celebramos el sacrificio
de Cristo y su victoria sobre la muerte y el pecado.
Damos gracias a Dios que no deja de colmarnos de sus bendiciones. Es en Él que nosotros encontramos la verdadera alegría. Lamentablemente, con demasiada frecuencia nos dejamos llevar por la rutina, y todo se nos hace simple, normal, cuando deberíamos estar continuamente admirados, maravillados.
Damos gracias a Dios que no deja de colmarnos de sus bendiciones. Es en Él que nosotros encontramos la verdadera alegría. Lamentablemente, con demasiada frecuencia nos dejamos llevar por la rutina, y todo se nos hace simple, normal, cuando deberíamos estar continuamente admirados, maravillados.
Nosotros entramos a la Eucaristía sin transición, sin prepararnos y
salimos de ella sin habernos tomado tiempo para acoger a Aquel que quiere
establecer en nosotros su morada. Y sobre todo nosotros salimos de la misa sin
comprender que somos enviados para vivir la comunión.
Es necesario que hoy volvamos a encontrar la fuerza del mensaje del
Evangelio. Cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía, es verdaderamente
el momento más importante de la jornada. Desgraciadamente muchos son grandes
ausentes; y todo esto no es nada nuevo. Desde ya, en el momento mismo en que
Juan escribe su Evangelio, él sufre mucho por la desafección de las comunidades
en relación con la Eucaristía. Entonces, les recuerda con fuerza lo que Jesús
había dicho a los judíos anteriormente: "Yo soy el pan vivo bajado del
cielo".
Que esta Buena Noticia nos llene de alegría, nos inspire la acción de
gracias y le dé un impulso nuevo a nuestra vida. Amén!
2
Un acto para hacer
memoria y agradecer
La Eucaristía es ante
todo la fiesta del recuerdo: “Hagan esto en conmemoración mía”. El texto del
Deuteronomio (1ª lectura) comienza con las palabras: “Recuerden…” esta lectura recuerda que Dios ha
acompañado su pueblo en el desierto, y el milagro del agua que sale de la roca
con la cual ha saciado su sed y el pan desconocido que ellos llamaron “el mana”.
Cuando el
Deuteronomio fue escrito, los Hebreos después de mucho tiempo habían dejado el
desierto y se habían establecido en Palestina. Ellos arriesgaban de
olvidar todo lo que Dios había hecho por ellos.
“Recuerda que Dios te
ha liberado de la esclavitud en Egipto. Recuerda todo el camino que Yahvé tu
Dios te ha hecho recorrer durante cuarenta años en el desierto”. Una vez en Palestina,
sedentarios y prósperos, ellos pueden ahora aprovechar de su riqueza, pero
ellos arriesgan de olvidarse que Dios les ha liberado. Cuando todo va bien,
cuando la prosperidad hace parte de la vida, que la salud es excelente, uno se
vuelve fácilmente autosuficiente y se tiene la impresión de no tener más
necesidad de Dios. Es difícil acordarse de Dios en los periodos de bienestar
y o felicidad!
Después de los
ataques terroristas del 11 de septiembre en los Estados Unidos, los medios de
comunicación subrayaron o remarcaron como la gente participaba más
en los oficios religiosos. Una vez que la calma volvió, esta participación ha
disminuido de nuevo. Parece ser que a medida que la gente se vuelve prospera y
que no tiene que enfrentar problemas serios, la memoria se empobrece.
Los textos de hoy nos
recuerdan que una mirada a nuestro pasado nos ayuda a reconocer la presencia de
Dios en nuestras vidas y nos permite ver el mañana con confianza.
La
memoria de un pueblo es un poco parecido a las raíces de un árbol.
El árbol vive gracias a ellas, el les debe su subsistencia y su crecimiento.
Las flores, los frutos y las hojas pueden caer cada año, pero las raíces
quedan. El futuro del árbol está en sus raíces.
Las eucaristías que
celebramos no están llamadas a manifestar grandes prodigios o actos
espectaculares, pero ellas deben activar el recuerdo de lo que nosotros somos.
Ellas están ahí para recordarnos lo que Dios ha hecho por nosotros, El quien
nos acompaña, en los buenos años como en los años más difíciles: “Recuerden…Hagan esto en memoria
mía”.
La fiesta de hoy es
entonces la fiesta del memorial. Ella es también la fiesta de la Unidad. Como
lo dice San Pablo: “A pesar de ser muchos
no formamos más que un solo cuerpo, porque todos participamos en ese pan único”
(1ª Corintios 10,17).
Con frecuencia
nosotros olvidamos la extraordinaria fuerza y llamado a la reconciliación que
posee la Eucaristía. Al final del sermón de la montaña, Jesús decía: “Si tu vienes a presentar tu
ofrenda y tu recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda
allí y ve primero a reconciliarte con tu hermano y después regresa a presentar
tu ofrenda al Señor” (Mateo
5,23-24).
La Eucaristía sigue
siendo a través de los siglos, el símbolo de la unidad y la diversidad. Todos
nosotros podemos participar en ella: liberales, conservadores, miembros de tal
o cual partido, jóvenes, adultos, ancianos, tradicionalistas, innovadores, parejas,
solitarios, gente de todas las orientaciones políticas, religiosas y
sexuales. Juntos con todas nuestras diversidades, formamos el Cuerpo
de Cristo. Nuestra fuente de unidad no es el país, el partido político, la
cultura, el color de nuestra piel…no, es Cristo quien nos invita a su mesa: “Vengad a mí, ustedes todos quienes
sufren y que llevan sobre si pesadas cargas que yo los aliviaré”.
EL gran San Agustín,
hablando de la Eucaristía exclamaba : «O mysterium unitatis,
o vinculum caritatis»…O misterio de Unidad, o vinculo de caridad! Cuando dejamos la iglesia, al final de
la Eucaristía, somos invitados a volver al interior de nuestras
familias, al trabajo, a los pasatiempos, para que construyamos un mundo de paz,
de hermandad y de compartir, un mundo que se parezca más a la visión que Dios
tiene de nosotros.
La celebración del
Cuerpo y la sangre de Cristo es entonces muy importante porque ella subraya el
valor único de nuestros encuentros dominicales. Es una fiesta que nos invita a
recordar el papel primordial que Dios juega en nuestra vida. Ella nos ayuda
también a llegar a ser cada vez más una verdadera comunidad en la unidad y la
diversidad. Si nosotros compartimos la vida de Cristo, nuestra vida tendrá un
gusto de eternidad.
Oración-Contemplación
Tomar el pan, partir el pan,
compartir el pan,
comer con apetito el pan que Tú nos ofreces,
tomar el cáliz, pasar el cáliz,
compartir el cáliz,
beber a tragos felices la vida que Tú nos ofreces.
Señor Jesús,
Tú eres la verdadera bebida, la verdadera comida.
Tú das al mismo tiempo el Pan y la Palabra.
Tú compartes con nosotros tu vida.
Tú nos haces entrar en tu Resurrección.
Danos siempre y cada vez más el gusto del verdadero
pan,
la sed del verdadero vino.
Permítenos transformarnos en tu Cuerpo
y ser los testigos de tu amor inagotable
de los hombres y mujeres que pueblan el universo.
Amén!
Referencias Bibliográficas:
- http://vieliturgique.ca
- http://ciudadredonda.org (para los textos de la
liturgia domininical)
- TREVET, Pierre. Paraboles d un curé de campagne. Editions de l
Emmanuel, Paris, 2006
- Pequeño Misal "Prions en Église", edicion
quebequense, 2011- 2014
- HÉTU, Jean-Luc. Les Options de Jésus.
- http://cursillos.ca
- http://dimancheprochain.org
- http://prionseneglise.ca
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