27 de junio del 2020: sábado de la decimosegunda semana del Tiempo Ordinario
(Mateo 8:
5-17) Para sanar, Jesús está
nuevamente listo, rompiendo las convenciones al ingresar, un judío como él, en
casa de un pagano. ¿Somos tan
atrevidos como él cuando se trata de satisfacer las necesidades de personas de
otros orígenes sociales distintos al nuestro?
Primera
lectura
Lectura
de las Lamentaciones (2,2.10-14.18-19):
El Señor destruyó sin compasión todas las moradas de Jacob, con su indignación demolió las plazas fuertes de Judá; derribó por tierra, deshonrados, al rey y a los príncipes. Los ancianos de Sión se sientan en el suelo silenciosos, se echan polvo en la cabeza y se visten de sayal; las doncellas de Jerusalén humillan hasta el suelo la cabeza. Se consumen en lágrimas mis ojos, de amargura mis entrañas; se derrama por tierra mi hiel, por la ruina de la capital de mi pueblo; muchachos y niños de pecho desfallecen por las calles de la ciudad. Preguntaban a sus madres: «¿Dónde hay pan y vino?», mientras desfallecían, como los heridos, por las calles de la ciudad, mientras expiraban en brazos de sus madres.
¿Quién se te iguala, quién se te asemeja, ciudad de Jerusalén? ¿A quién te compararé, para consolarte, Sión, la doncella? Inmensa como el mar es tu desgracia: ¿quién podrá curarte? Tus profetas te ofrecían visiones falsas y engañosas; y no te denunciaban tus culpas para cambiar tu suerte, sino que te anunciaban visiones falsas y seductoras.
Grita con toda el alma al Señor, laméntate, Sión; derrama torrentes de lágrimas, de día y de noche; no te concedas reposo, no descansen tus ojos. Levántate y grita de noche, al relevo de la guardia; derrama como agua tu corazón en presencia del Señor; levanta hacia él las manos por la vida de tus niños, desfallecidos de hambre en las encrucijadas.
Palabra de Dios
El Señor destruyó sin compasión todas las moradas de Jacob, con su indignación demolió las plazas fuertes de Judá; derribó por tierra, deshonrados, al rey y a los príncipes. Los ancianos de Sión se sientan en el suelo silenciosos, se echan polvo en la cabeza y se visten de sayal; las doncellas de Jerusalén humillan hasta el suelo la cabeza. Se consumen en lágrimas mis ojos, de amargura mis entrañas; se derrama por tierra mi hiel, por la ruina de la capital de mi pueblo; muchachos y niños de pecho desfallecen por las calles de la ciudad. Preguntaban a sus madres: «¿Dónde hay pan y vino?», mientras desfallecían, como los heridos, por las calles de la ciudad, mientras expiraban en brazos de sus madres.
¿Quién se te iguala, quién se te asemeja, ciudad de Jerusalén? ¿A quién te compararé, para consolarte, Sión, la doncella? Inmensa como el mar es tu desgracia: ¿quién podrá curarte? Tus profetas te ofrecían visiones falsas y engañosas; y no te denunciaban tus culpas para cambiar tu suerte, sino que te anunciaban visiones falsas y seductoras.
Grita con toda el alma al Señor, laméntate, Sión; derrama torrentes de lágrimas, de día y de noche; no te concedas reposo, no descansen tus ojos. Levántate y grita de noche, al relevo de la guardia; derrama como agua tu corazón en presencia del Señor; levanta hacia él las manos por la vida de tus niños, desfallecidos de hambre en las encrucijadas.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 73
R/. No olvides sin remedio la vida de tus pobres
¿Por qué, oh Dios, nos tienes siempre abandonados,
y está ardiendo tu cólera contra las ovejas de tu rebaño?
Acuérdate de la comunidad que adquiriste desde antiguo,
de la tribu que rescataste para posesión tuya,
del monte Sión donde pusiste tu morada. R/.
Dirige tus pasos a estas ruinas sin remedio;
el enemigo ha arrasado del todo el santuario.
Rugían los agresores en medio de tu asamblea,
levantaron sus propios estandartes. R/.
En la entrada superior
abatieron a hachazos el entramado;
después, con martillos y mazas,
destrozaron todas las esculturas.
Prendieron fuego a tu santuario,
derribaron y profanaron la morada de tu nombre. R/.
Piensa en tu alianza: que los rincones del país
están llenos de violencias.
Que el humilde no se marche defraudado,
que pobres y afligidos alaben tu nombre. R/.
R/. No olvides sin remedio la vida de tus pobres
¿Por qué, oh Dios, nos tienes siempre abandonados,
y está ardiendo tu cólera contra las ovejas de tu rebaño?
Acuérdate de la comunidad que adquiriste desde antiguo,
de la tribu que rescataste para posesión tuya,
del monte Sión donde pusiste tu morada. R/.
Dirige tus pasos a estas ruinas sin remedio;
el enemigo ha arrasado del todo el santuario.
Rugían los agresores en medio de tu asamblea,
levantaron sus propios estandartes. R/.
En la entrada superior
abatieron a hachazos el entramado;
después, con martillos y mazas,
destrozaron todas las esculturas.
Prendieron fuego a tu santuario,
derribaron y profanaron la morada de tu nombre. R/.
Piensa en tu alianza: que los rincones del país
están llenos de violencias.
Que el humilde no se marche defraudado,
que pobres y afligidos alaben tu nombre. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (8,5-17):
En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho.»
Jesús le contestó: «Voy yo a curarlo.»
Pero el centurión le replicó: «Señor, no soy quién soy yo para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: "Ve", y va; al otro: "Ven", y viene; a mi criado: "Haz esto", y lo hace.»
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; en cambio, a los ciudadanos del reino los echarán fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.»
Y al centurión le dijo: «Vuelve a casa, que se cumpla lo que has creído.» Y en aquel momento se puso bueno el criado.
Al llegar Jesús a casa de Pedro, encontró a la suegra en cama con fiebre; la cogió de la mano, y se le pasó la fiebre; se levantó y se puso a servirles. Al anochecer, le llevaron muchos endemoniados; él, con su palabra, expulsó los espíritus y curó a todos los enfermos. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: «Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades.»
Palabra del Señor
En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho.»
Jesús le contestó: «Voy yo a curarlo.»
Pero el centurión le replicó: «Señor, no soy quién soy yo para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: "Ve", y va; al otro: "Ven", y viene; a mi criado: "Haz esto", y lo hace.»
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; en cambio, a los ciudadanos del reino los echarán fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.»
Y al centurión le dijo: «Vuelve a casa, que se cumpla lo que has creído.» Y en aquel momento se puso bueno el criado.
Al llegar Jesús a casa de Pedro, encontró a la suegra en cama con fiebre; la cogió de la mano, y se le pasó la fiebre; se levantó y se puso a servirles. Al anochecer, le llevaron muchos endemoniados; él, con su palabra, expulsó los espíritus y curó a todos los enfermos. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: «Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades.»
Palabra del Señor
1
En el Evangelio de
San Mateo, con semejanzas al de San Juan capítulo 4, 46-54, a diferencia
que en el segundo se trata de un hijo y no de un criado, muestra de igual modo
que la verdadera fe es mucho más que una idea abstracta. Jesús le devuelve la
vida al criado sin necesidad de verlo, tocarlo y estar cerca, solamente lo cura
por el poder de su Palabra. Así ocurre también para con nosotros: sin verlo
físicamente, sobre todo en los sacramentos y especialmente en la Eucaristía,
tenemos necesidad de experimentar de manera concreta su acción, su gracia
santificante y redentora en nuestra vida.
2
«Señor, no soy quién soy yo para que
entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. ".
Señor yo no soy digno
Esta frase familiar se repite cada vez que nos
preparamos para ir a la Sagrada Comunión. Es una declaración de gran
humildad y confianza del centurión romano que le pidió a Jesús que sanara a su
sirviente desde la distancia.
Jesús está impresionado con la fe de este
hombre afirmando que "en nadie en Israel he encontrado tal fe". Vale
la pena considerar la fe de este hombre como modelo para nuestra propia fe.
Primero, veamos su humildad. El centurión
reconoce que "no es digno" de que Jesús venga a su casa. Esto es
verdad. Ninguno de nosotros es digno de tanta gracia. El hogar al que
se refiere esto espiritualmente es nuestra alma. No somos dignos de que
Jesús venga a nuestras almas para hacer su morada allí. Al principio esto
puede ser difícil de aceptar. ¿Realmente no somos dignos de esto? Bueno,
no, no lo somos. Ese es solo el hecho.
Es importante saber que este es el caso para
que, en esta humilde realización, también podamos reconocer que Jesús elige
venir a nosotros de todos modos. Reconocer nuestra indignidad no debe
hacer nada más que llenarnos de gran gratitud por el hecho de que Jesús viene a
nosotros en este humilde estado. Este hombre fue justificado en el sentido
de que Dios derramó Su gracia sobre él por su humildad
.
También tenía gran confianza en Jesús. Y
el hecho de que el centurión supiera que no merecía tal gracia hace que su
confianza sea aún más sagrada. Es sagrado porque sabía que no era digno,
pero también sabía que Jesús lo amaba de todos modos y deseaba venir a él y
sanar a su siervo.
Esto nos muestra que nuestra confianza en
Jesús no debe basarse en si tenemos o no derecho a Su presencia en nuestras
vidas, sino que nos muestra que nuestra confianza se basa en nuestro
conocimiento de Su infinita misericordia y compasión. Cuando veamos esa misericordia
y compasión, estaremos en condiciones de buscarla. Nuevamente, hacemos
esto no porque tengamos derecho a ello; más bien, lo hacemos porque eso es
lo que Jesús quiere. Él quiere que busquemos su misericordia a pesar de
nuestra indignidad.
Bien lo decía el santo cura de
Ars, a propósito de la Sagrada Eucaristía: “ustedes no son dignos, pero la
necesitan”.
Reflexiona hoy sobre tu propia humildad y
confianza. ¿Puedes rezar esta oración con la misma fe que el centurión? Deja
que sea un modelo para ti, especialmente cada vez que te prepares para recibir
a Jesús "bajo tu techo" en la Sagrada Comunión.
Señor, no soy digno de ti. Especialmente
no soy digno de recibirte en la Sagrada Comunión. Ayúdame a reconocer
humildemente este hecho y, en esa humildad, ayúdame a reconocer también el
hecho de que deseas venir a mí de todos modos. Jesús, confío en ti.
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