8 de febrero del 2021: lunes de la quinta semana del tiempo ordinario (I)
(Marcos 6,
53-56) El Evangelio de hoy nos dice que “Jesús recorre la comarca”. Él
no espera que la gente venga a buscarlo, Él va delante de ellos. El Reino está
cerca cuando uno da los primeros pasos hacia los otros.
Primera lectura
Comienzo del libro del Génesis (1,1-19):
Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra estaba informe y
vacía; la tiniebla cubría la superficie del abismo, mientras el espíritu de
Dios se cernía sobre la faz de las aguas. Dijo Dios:«Exista la luz». Y la luz
existió.
Vio Dios que la luz era buena. Y separó Dios la luz de la tiniebla. Llamó Dios
a la luz «día» y a la tiniebla llamó «noche».
Pasó una tarde, pasó una mañana: el día primero. Y dijo Dios: «Exista un
firmamento entre las aguas, que separe aguas de aguas». E hizo Dios el firmamento
y separó las aguas de debajo del firmamento de las aguas de encima del
firmamento. Y así fue. Llamó Dios al firmamento «cielo».
Pasó una tarde, pasó una mañana: el día segundo. Dijo Dios: «Júntense las aguas
de debajo del cielo en un solo sitio, y que aparezca lo seco». Y así fue. Llamó
Dios a lo seco «tierra», y a la masa de las aguas llamó «mar». Y vio Dios que
era bueno.
Dijo Dios: «Cúbrase la tierra de verdor, de hierba verde que engendre semilla,
y de árboles frutales que den fruto según su especie y que lleven semilla sobre
la tierra». Y así fue. La tierra brotó hierba verde que engendraba semilla
según su especie, y árboles que daban fruto y llevaban semilla según su
especie. Y vio Dios que era bueno.
Pasó una tarde, pasó una mañana: el día tercero. Dijo Dios: «Existan lumbreras
en el firmamento del cielo, para separar el día de la noche, para señalar las
fiestas, los días y los años, y sirvan de lumbreras en el firmamento del cielo,
para iluminar sobre la tierra». Y así fue. E hizo Dios dos lumbreras grandes:
la lumbrera mayor para regir el día, la lumbrera menor para regir la noche; y
las estrellas. Dios las puso en el firmamento del cielo para iluminar la
tierra, para regir el día y la noche y para separar la luz de la tiniebla. Y
vio Dios que era bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día cuarto.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 103,1-2a.5-6.10.12.24.35c
R/. Goce
el Señor con sus obras
Bendice, alma mía, al Señor,
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto. R/.
Asentaste la tierra sobre sus cimientos,
y no vacilará jamás;
la cubriste con el manto del océano,
y las aguas se posaron sobre las montañas. R/.
De los manantiales sacas los ríos,
para que fluyan entre los montes;
junto a ellos habitan las aves del cielo,
y entre las frondas se oye su canto. R/.
Cuántas son tus obras, Señor,
y todas las hiciste con sabiduría;
la tierra está llena de tus criaturas.
¡Bendice, alma mía, al Señor! R/.
Lectura del santo evangelio según san Marcos
(6,53-56):
En aquel tiempo, terminada la travesía, Jesús y sus discípulos llegaron a
Genesaret y atracaron. Apenas desembarcados, lo reconocieron y se pusieron a
recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le
llevaba los enfermos en camillas. En los pueblos, ciudades o aldeas donde
llegaba colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar
al menos la orla de su manto; y los que lo tocaban se curaban.
Palabra del Señor
Buscando
sanación
“En los pueblos, ciudades o aldeas donde llegaba colocaban a los
enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos la orla de su
manto; y los que lo tocaban se curaban.”
Habría sido realmente sobrecogedor presenciar
cómo Jesús sanaba a los enfermos. Las personas que presenciaron esto
claramente nunca habían visto algo así antes. Para aquellos que estaban
enfermos, o cuyos seres queridos estaban enfermos, cada curación habría tenido
un efecto poderoso en ellos y en toda su familia.
En la época de Jesús, la enfermedad física era
obviamente una preocupación mucho mayor de lo que es hoy. La ciencia
médica actual, con su capacidad para tratar tantas enfermedades, ha disminuido
el miedo y la ansiedad por enfermarse. Pero en la época de Jesús, las
enfermedades graves eran una preocupación mucho mayor. Por eso, era muy
fuerte el deseo de tantas personas de llevar a sus enfermos a Jesús para que
pudieran ser sanados. Este deseo los llevó a Jesús para que “pudieran
tocar solo la orla de su manto” y sanar. Y Jesús no defraudó.
Aunque las curaciones físicas de Jesús fueron
sin duda un acto de caridad dado a los enfermos y a sus familias, obviamente no
fue lo más importante que Jesús hizo. Y es importante que recordemos ese
hecho. Las curaciones de Jesús fueron principalmente con el propósito de
preparar a la gente para escuchar Su Palabra y finalmente recibir la curación
espiritual del perdón de sus pecados.
En su propia vida, si estuviera gravemente
enfermo y se le diera la opción de recibir una curación física o recibir la
curación espiritual del perdón de sus pecados, ¿cuál elegiría? Claramente,
la curación espiritual del perdón de sus pecados es de un valor infinitamente
mayor. Afectará su alma por toda la eternidad. La verdad es que esta
curación mucho mayor está disponible para todos nosotros, especialmente en el
Sacramento de la Reconciliación. En ese Sacramento, se nos invita a
"tocar la orla de su manto", por así decirlo, y ser sanados
espiritualmente. Por esa razón, deberíamos tener un deseo mucho más
profundo de buscar a Jesús en el confesionario que el que tenía la gente de la
época de Jesús para la curación física. Y, sin embargo, con demasiada
frecuencia ignoramos el regalo invaluable de la misericordia y la curación de
Dios que se nos ofrece tan gratuitamente.
Reflexione hoy sobre el deseo en el corazón de
la gente en esta historia del Evangelio. Piense, especialmente, en
aquellos que estaban gravemente enfermos y en su ardiente deseo de acudir a
Jesús para ser sanados. Compare ese deseo en sus corazones con el deseo, o
la falta de deseo, en su corazón de correr a nuestro Señor por las curaciones
espirituales que su alma necesita tan desesperadamente. Busque fomentar un
mayor deseo por esta curación, especialmente cuando le llega a través del
Sacramento de la Reconciliación.
Mi curador Señor, te agradezco por la curación
espiritual que continuamente me ofreces, especialmente a través del Sacramento
de la Reconciliación. Te doy gracias por el perdón de mis pecados a causa
de tu sufrimiento en la Cruz. Llena mi corazón con un mayor deseo de venir
a Ti para recibir el mayor regalo que jamás podría recibir: el perdón de mis
pecados. Jesús, en Ti confío.
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