28 de marzo del 2022: lunes de la cuarta semana de Cuaresma

 

(Isaías 65, 17-21.) Cuando una mujer finalmente sostiene a su hijo recién nacido en sus brazos, ya no piensa en los dolores del parto. Toda alegría que tenga su origen en Dios, calienta los pliegues más íntimos del corazón. Derrite el hielo que lo paralizó: no se trata en absoluto del pasado.

 

(Salmo 29) Dios no nos promete un camino de fe sin dolor ni errores de nuestra parte; nos dice que si volvemos a él, siempre seremos acogidos y podremos conocer la alegría de la reconciliación.


Primera lectura

Lectura del libro de Isaías (65,17-21):

ESTO dice el Señor:
«Mirad: voy a crear un nuevo cielo
y una nueva tierra:
de las cosas pasadas
ni habrá recuerdo ni vendrá pensamiento.
Regocijaos, alegraos por siempre
por lo que voy a crear:
yo creo a Jerusalén “alegría”,
y a su pueblo, “júbilo”.
Me alegraré por Jerusalén
y me regocijaré con mi pueblo,
ya no se oirá en ella ni llanto ni gemido;
ya no habrá allí niño
que dure pocos días,
ni adulto que no colme sus años,
pues será joven quien muera a los cien años,
y quien no los alcance se tendrá por maldito.
Construirán casas y las habitarán,
plantarán viñas y comerán los frutos».


Palabra de Dios

 

 

Salmo

Sal 29,2.4.5-6.11-12a.13b


R/.
 Te ensalzaré, Señor, porque me has librado

V/. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. R/.

V/. Tañed para el Señor, fieles suyos,
celebrad el recuerdo de su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo. R/.

V/. Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.
R/.

 

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (4,43-54):

EN aquel tiempo, salió Jesús de Samaría para Galilea. Jesús mismo había atestiguado:
«Un profeta no es estimado en su propia patria».
Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta.
Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino.
Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose.
Jesús le dijo:
«Si no veis signos y prodigios, no creéis».
El funcionario insiste:
«Señor, baja antes de que se muera mi niño».
Jesús le contesta:
«Anda, tu hijo vive».
El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron:
«Ayer a la hora séptima lo dejó la fiebre».
El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea.

Palabra del Señor

 

 

un interesante milagro


Jesús le dijo:
«Si no veis signos y prodigios, no creéis».
El funcionario insiste:
«Señor, baja antes de que se muera mi niño».
Jesús le contesta:
«Anda, tu hijo vive».


Juan 4:48–50

De hecho, el niño vive y el funcionario real se llena de alegría cuando regresa a casa y descubre que su hijo fue sanado. Esta curación tuvo lugar al mismo tiempo que Jesús dijo que sería sanado. 

Una cosa interesante de notar acerca de este pasaje es el contraste de las palabras de Jesús. Al principio, casi suena como si Jesús estuviera enojado cuando dice: «Si no veis signos y prodigios, no creéis».Pero luego sana inmediatamente al niño diciéndole al hombre: “Tu hijo vive”. ¿Por qué este aparente contraste en las palabras y acciones de Jesús?

Debemos notar que las palabras iniciales de Jesús no son tanto una crítica; más bien, son simplemente palabras de verdad. Él es consciente del hecho de que muchas personas carecen de fe, o al menos son débiles en la fe. También es consciente del hecho de que las "señales y prodigios" son beneficiosas para las personas a veces para ayudarlas a creer. Aunque esta necesidad de ver “señales y prodigios” está lejos de ser ideal, Jesús trabaja con ella. Utiliza este deseo de un milagro como una forma de ofrecer la fe.

Lo que es importante entender es que el objetivo final de Jesús no era la sanidad física, aunque este fue un acto de gran amor; más bien, su objetivo final era aumentar la fe de este padre ofreciéndole el don de la curación de su hijo. Esto es importante de entender porque todo lo que experimentemos en la vida de nuestro Señor tendrá como meta una profundización de nuestra fe. A veces eso toma la forma de “señales y prodigios”, mientras que otras veces puede ser Su presencia sustentadora en medio de una prueba sin ninguna señal o prodigio visible. La meta por la que debemos esforzarnos es la fe , permitiendo que cualquier cosa que nuestro Señor haga en nuestras vidas se convierta en la fuente del aumento de nuestra fe.

Reflexiona, hoy, sobre tu propio nivel de fe y confianza. Y trabaja para discernir las acciones de Dios en tu vida para que esas acciones produzcan mayor fe. Aférrate a Él, cree que Él te ama, debes saber que Él tiene la respuesta que necesitas y búscalo en todas las cosas. Él nunca te decepcionará.


Mi amado Señor, por favor aumenta mi fe. Ayúdame a verte actuando en mi vida ya descubrir tu amor perfecto en todas las cosas. Mientras te veo obrar en mi vida, ayúdame a conocer, con mayor certeza, tu amor perfecto. Jesús, en Ti confío.



************

Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose.
Jesús le dijo:
«Si no veis signos y prodigios, no creéis».

 

 Juan 4: 46–48

 

 

Jesús terminó sanando al hijo del oficial real. Y cuando el oficial real regresó y descubrió que su hijo había sanado, se nos dice que “creyó él con toda su familia”. Algunos llegaron a creer en Jesús solo después de que realizó milagros. 

 

Hay dos lecciones que debemos aprender de esto:

 

En primer lugar, el hecho de que Jesús realizó milagros es un testimonio de quién es Él. Es un Dios de abundante misericordia. Como Dios, Jesús podría haber esperado fe de aquellos a quienes benefició sin ofrecerles la “prueba” de señales y prodigios. Esto se debe a que la fe verdadera no se basa en evidencia externa, como ver milagros; más bien, la fe auténtica se basa en una revelación interior de Dios mediante la cual Él se comunica con nosotros y creemos. Por lo tanto, el hecho de que Jesús hizo señales y prodigios muestra cuán misericordioso es. Ofreció estos milagros no porque alguien los mereciera, sino simplemente por Su abundante generosidad para ayudar a despertar la fe en las vidas de aquellos a quienes les resultaba difícil creer a través del don interior de la fe.

 

Dicho esto, es importante entender (en segundo lugar) que debemos trabajar para desarrollar nuestra fe sin depender de señales externas. Imagínese, por ejemplo, si Jesús nunca hubiera realizado milagros. ¿Cuántos habrían llegado a creer en él? Quizás muy pocos. Pero habría algunos que llegaron a creer, y los que lo hicieron habrían tenido una fe que era excepcionalmente profunda y auténtica…

 

En cada una de nuestras vidas, es esencial que trabajemos para desarrollar nuestra fe, incluso si Dios no parece actuar de manera poderosa y evidente. De hecho, la forma más profunda de fe nace en nuestras vidas cuando elegimos amar a Dios y servirle, incluso cuando las cosas son muy difíciles. La fe en medio de las dificultades es signo de una fe muy auténtica.

 

Reflexione hoy sobre la profundidad de su propia fe. Cuando la vida es dura, ¿ama a Dios y le sirve de todos modos? ¿Incluso si no le quita las cruces que lleva? Busque tener una fe verdadera en todo momento y en toda circunstancia y se sorprenderá de lo real y sustentable que se vuelve su fe.

 

Jesús misericordioso, tu amor por nosotros está más allá de lo que jamás llegaremos a imaginar. Tu generosidad es realmente grandiosa. Ayúdame a creer en Ti y a abrazar Tu santa voluntad tanto en los días buenos como en los difíciles. Ayúdame, especialmente, a estar abierto al don de la fe, incluso cuando tu presencia y acción en mi vida parezcan silenciosas. Que esos momentos, querido Señor, sean momentos de verdadera transformación interior y gracia. Jesús, en Ti confío.

Comentarios

  1. Gracias Padre Gustavo, por la explicación tan minuciosa de la palabra del Señor. Dios le bendiga

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  2. Padre de bondad y Misericordia haznos manzos de corazón y aumenta y fortalece nuestra fe. Jesús en ti confío

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