El
domingo de la Alegría
En
plena cuaresma, el Cuarto Domingo es el llamado “laetare”, del regocijo, de la
alegría.
En realidad, nunca la cuaresma ha estado reñida con la alegría. La
cuaresma no es tristeza: es moderación y esperanza. Y ello, está perfectamente
reflejado en este domingo que toma su nombre de la primera palabra de la
antífona de entrada.
Jesús, además, nos va a narrar la hermosa parábola del
Hijo Pródigo, donde asistimos a la revelación notable de un Dios cariñoso y
tierno, que espera, con los brazos abiertos, el retorno de todos los hijos
alejados. El premio al regreso es una fiesta. La misma que acontece en el cielo
cuando un pecador, arrepentido, vuelve a casa.
LECTURAS
DE LA PALABRA DE DIOS
PRIMERA
LECTURA
LECTURA
DEL LIBRO DE JOSUÉ
5,
9a.10-12
En
aquellos días, el Señor dijo a Josué: -- Hoy os he despojado del oprobio de
Egipto. Los israelitas acamparon en Guilgal y celebraron la pascua al atardecer
del día catorce del mes, en la estepa de Jericó. El día siguiente a la pascua,
ese mismo día, comieron el fruto de la tierra: panes ázimos y espigas fritas.
Cuando comenzaron a comer del fruto de la tierra, cesó el maná. Los israelitas
ya no tuvieron maná, sino aquel año comieron de la cosecha de la tierra de
Canaán. Palabra de Dios.
SALMO
RESPONSORIAL
SALMO
33
R.-
GUSTAD Y VED QUE BUENO ES EL SEÑOR
Bendigo
al Señor en todo momento,
su
alabanza está siempre en mi boca;
mi
alma se gloría en el Señor:
que
los humildes lo escuchen y se alegran. R.-
Proclamad
conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos
juntos su nombre.
Yo
consulté al Señor y me respondió,
me
libró de todas mis ansias. R.-
Contempladlo
y quedareis radiantes,
vuestro
rostro no se avergonzará.
Si el
afligido invoca al Señor,
él lo
escucha y lo salva de sus angustias. R.-
SEGUNDA
LECTURA
LECTURA
DE LA SEGUNDA CARTA DE SAN PABLO A LOS CORINTIOS
5,
17-21
Hermanos:
El que es de Cristo es una criatura nueva: lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha
comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió
consigo y nos encargó el servicio de la reconciliación. Es decir, Dios mismo
estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus
pecados, y a nosotros nos ha confiado el mensaje de la reconciliación. Por eso,
nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara
por medio nuestro. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios.
Al que no había pecado, Dios lo hizo expiación por nuestros pecados, para que
nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios. Palabra de Dios.
ACLAMACIÓN
Lc 15,
18
Me
pondré en camino adonde está mi padre y le diré: “Padre, he pecado contra el
cielo y contra ti”.
EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS
15-
1-3.11-32
En
aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a
escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos. -- Ese acoge
a los pecadores y come con ellos. Jesús les dijo esta parábola: -- Un hombre
tenía dos hijos: el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte
que me toca de la fortuna" El padre les repartió los bienes. No muchos
días después, el hijo menor, juntando lo suyo, emigró a un país lejano, y allí
derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino
por aquella tierra un hambre terrible y empezó él a pasar necesidad. Fue
entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a sus
campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las
algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando
entonces se dijo: "Cuantos jornaleros de mi padre tienen abundancia de
pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi
padre, y le diré: "Padre he pecado contra el cielo y contra ti; ya no
merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros." Se puso
en camino adonde estaba su padre: cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio
y se conmovió y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su
hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco
llamarme hijo tuyo”: Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad enseguida el
mejor traje y vestidlo, ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies;
traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete; porque este hijo mío
estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado." Y
empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se
acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le
preguntó que pasaba. Este le contestó: "Ha vuelto tu hermano; y tu padre
ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud." El se
indignó y se negaba a entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él
replicó a su padre: "Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer
nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete
con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes
con malas mujeres le matas el ternero cebado." El padre le dijo:
"Hijo, tu estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo deberías alegrarte,
porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo
hemos encontrado."
Palabra del Señor
A guisa de introducción:
Un retrato del Padre: de tal Padre tal
hijo
Nos encontramos este 4º domingo de
cuaresma, llamado “Domingo de la alegría” con una de las páginas más bellas del
evangelio. A mí personalmente, lo confieso, me marcó y fue definitiva su
influencia en mi vocación cristiana y sacerdotal.
Yo tuve la suerte de encontrarme a muy
temprana edad con una edición del evangelio de San Lucas, un librito que
contenía solo la versión de la vida de Jesús según el 3er evangelista,
misteriosamente y o quizás gracias a la providencia llego a mis manos y fue de
mis primeras lecturas. Desde ahí percibí a san Lucas como el
cronista de la misericordia y descubrí que esta parábola del Hijo prodigo
es exclusividad de él.
La parábola habla por sí sola y Jesús al
contársela a los fariseos y publicanos quiere ante todo dejar claro que EL NO
HACE DIFERENCIA DE PERSONAS, y que de igual manera también su Padre del cielo
actúa así…” No he venido a llamar a los que están sanos, a los que se
portan bien, sino a los pecadores”. Jesús así presenta un retrato fiel
del Padre, grande en misericordia, pleno de amor y de ternura. Él es un Dios
que perdona, que ama, que espera y da otra oportunidad.
La mayoría de nosotros conoce bien esta
historia. El hijo menor dilapida (malgasta) su parte de la herencia y vuelve “como
el perro arrepentido con el rabo entre las piernas” a su casa donde el padre lo
recibe con alegría desbordada. El hijo mayor, fiel en todo, se niega a unirse y
celebrar la fiesta de regocijo por el retorno del “ingrato”. El padre perdona
al hijo menor de manera incondicional e interpela al hijo mayor para que se una
a los otros miembros de la familia, pero ignoramos cuál fue la respuesta de
éste a la invitación paternal. ¿Será que él decide quedarse aislado o se une
finalmente al grupo?
¿Al otro día habrá compartido la mesa con
su hermano y su padre?
Por esta historia, repito, Jesús desea
revelar la grandeza del amor del Padre y su infinita misericordia y al mismo
tiempo describe lo difícil que es darle lugar al perdón, un perdón a dar o a
recibir, de Dios o del prójimo.
El Señor nos llama a vivir y a extender la
misericordia en todos nuestros ambientes, tanto que creó una bienaventuranza:
“Bienaventurados (o FELICES) los misericordiosos porque ellos obtendrán
misericordia!
Aproximación psicológica del evangelio
Perdón para el crecimiento personal
De cara a la guerra y los conflictos
armados, desde hace unos años para acá y enhorabuena, el gobierno colombiano y
ciertos organismos han impulsado un movimiento donde la verdad, el
perdón, la reparación de víctimas y la reconciliación son protagonistas.
Allí la justicia reparadora es importante y con la ayuda de humanistas y
psicólogos cada vez se trata de convencer tanto a víctimas como a victimarios
que solo la reconciliación y no “sólo perdón y olvido” es esencial para
encontrar la paz de nuevo. Igualmente, en Canadá, después de algún tiempo
existe un movimiento llamado “justicia reparadora” y su objetivo es privilegiar
soluciones nuevas diferentes a la tradicional que consiste en castigar a los
criminales o a los que caen en error… ¿Su motivación? De acuerdo a un reporte
del ministerio de justicia canadiense, los riesgos de recaída o reincidencia criminal son
mínimos con esta nueva visión. Un espíritu pragmático podría agregar: “esto
cuesta más a corto plazo, pero es menos caro a largo plazo”. De igual manera,
existe entre los psicólogos americanos un movimiento de crecimiento personal
donde el perdón es la sexta y última etapa, después de haber pasado por el
reconocimiento de su sufrimiento y la cólera. Dentro de esta perspectiva, el
perdón es una forma final de la liberación. ¿Y entonces dónde se sitúa la
parábola de Jesús en todo esto?
En el centro de la parábola, hay un padre
con el corazón destrozado porque su hijo no está ya más ahí y los lazos se han
cortado. Sin desesperar, él espera el retorno de su hijo, él vela sin cesar,
mirando hacia el horizonte con el fin de poderlo percibir desde lejos una vez
vuelva. Antes, ¿Cuántas veces habrá mirado a lo lejos inútilmente? De modo
sorprendente, no hace ningún reproche. Por el contrario, arma la fiesta, una
fiesta inmensa, desmedida. Hay algo de locura en la actitud del padre. La
alegría inmensa que lo habita, esta “locura” que lo guía desea traducir su amor
desbordado, inconmensurable e inmortal. Cuando Jesús cuenta esta parábola, Él
me dice: “Mira a tu Dios, mira a tu Padre, he aquí lo que yo trato de
decir a través de la totalidad de mi vida”. He aquí lo que dice la fe
cristiana en todo ese debate sobre la justicia y el perdón. Pero ésta
percepción no es suficientemente evidente para aquel o aquella que nunca ha
hecho concretamente la experiencia… ¿Cuántos padres de familia echan a sus
hijos drogadictos de la casa aduciendo que en ella hay principios y no se
toleran las drogas?
Pero hay más. Cuando el hijo menor se
confiesa indigno de ser un hijo y se prepara para asumir las tareas de
sirviente, el padre que lo ve de manera diferente, le pone el anillo o
brazalete, signo de su dignidad de hijo. El reto o desafío del hijo: verse
igual de grande como su padre lo ve. De igual modo, el hijo mayor no se conoce:
él se ve como un servidor obediente al pie de la letra a su amo, y que no puede
tomar un cabrito siquiera para festejar con sus amigos, cuando, por el
contrario, el padre le dice: pero veamos, todo lo que tengo es tuyo, todo lo
mío te pertenece, tú tienes los mismos privilegios que yo tengo.
En el debate de cara a los que se oponen y
hacen mal ambiente, una pequeña porción de nuestra sociedad percibe la fuerza
liberadora del perdón. Es en este contexto que la fe cristiana, repito, aporta
una contribución fundamental, revelando este rostro del padre a la fuente de
nuestras vidas y revelando lo que es un ser humano ante Él.
Por qué no podríamos ser como este Padre
que espera, mira a lo lejos cada día y que nunca dice: “No más, se
acabó, no hay que esperar más, no hay nada más para hacer”. Si yo amo,
yo estoy condenado a una espera infinita, esperando siempre ver aparecer mi
hijo a lo lejos.
El tiempo de Cuaresma simboliza esta larga
caminada hacia la tierra prometida. Con aquellos que esperan la reconciliación
en este mundo, continuemos la marcha. Sepamos que una marcha nunca es muy larga
para quien sabe amar. Esa fue la actitud de Jesús, ¿por qué no puede ser
también la nuestra?
REFLEXIÓN CENTRAL
De tal padre
tal hijo (a)…De tal palo tal astilla
Pensándolo
bien, hay un poco de estos dos hermanos en cada uno de nosotros. A veces somos
como el hijo menor. Buscamos construir nuestras vidas sin Dios. Nos aventuramos
insensatamente en la autosuficiencia y negamos su existencia basados en las
opiniones infundadas y los intereses ateos de otros, nos dejamos arrastrar por
la corriente manipuladora de los medios de comunicación…si, negamos con rapidez
y negligencia el misterio del totalmente OTRO y nos entregamos irresponsablemente
al ateísmo (negando a Dios) sin profundizar en la propia fe, sin pedir a
nuestros padres las razones de su creencia y sin adentrarnos siquiera un poco
en nuestra ciencia teológica.
Pero cuando
llega una crisis o afrontamos una dificultad, nos volvemos hacia Dios y
esperamos que Él arregle todos nuestros problemas. Y entonces nos mostramos
dispuestos a muchas conversiones de estómago, siempre y cuando Dios nos provea
y nos de todo lo que deseamos.
En otras
ocasiones nos parecemos al hijo mayor. Vemos a Dios como un amo o capataz
exigente, alguien ante quien no tenemos otra elección que servir, mismo si
deseamos hacer otra cosa; vemos a Dios como alguien que nos debe algo puesto
que hacemos lo que Él nos manda. Y, sobre todo, nos parecemos al hijo mayor
cuando se nos dificulta amar a los hermanos y hermanos (semejantes) que nos
rodean.
Por fortuna,
la Buena Noticia de este domingo no se encuentra del lado de los hijos. La
Buena Noticia de este domingo la encontramos del lado del padre. Ante todo, él
acepta dejar partir a su hijo menor con su herencia. Sin cesar, él mira
constantemente hacia el horizonte con la esperanza de que volverá. Cuando a lo
lejos lo ve volver, corre hacia él, se lanza entre sus brazos y lo cubre de
besos. Él no le hace ningún reproche, pero a través de gestos concretos a su
hijo más joven le restablece en su dignidad de hijo. Como dicen los mexicanos: ¡qué
padre este hombre con corazón de madre!
Cuando Jesús
nos cuenta la parábola del hijo prodigo, nos revela los verdaderos rasgos de
Dios, nuestro Padre. Él nos dice de nuevo que Padre tan amoroso y amante
tenemos. También, Jesús nos revela el deseo ardiente de nuestro Padre de
devolvernos nuestra dignidad de hijos de Dios, su deseo de reconciliarnos con
Él, su deseo de reconciliarnos los unos con los otros.
¿Cuál es
nuestra reacción ante los hijos, la esposa, el marido, que nos dejan? ¿Ante la
ingratitud o las calumnias que nos afectan, y mucho más cuando vienen de
nuestros parientes y cercanos? ¿Cólera? ¿Venganza? ¿Palabras que matan? “Ojo
por ojo, diente por diente “, “él está muerto, ella está muerta para mí. “Tú no
eres más mi hija (o), mi padre, mi madre”.
¿Quieren
conocer ustedes la alegría plena, la felicidad completa? Aprendan a
parecerse o a asemejarse al Padre, a dar y a perdonar…que se pueda decir de
nosotros: “De tal padre tal hijo (a)”, “Hijo de tigre sale pintado” …
Pero la
parábola de Jesús termina sin que sepamos si el hijo mayor se reconciliará con
su hermano. No sabemos tampoco si los dos hermanos reconocerán, en fin, se darán
cuenta del padre extraordinario que tienen.
Nos
corresponde a nosotros escribir el fin de la parábola en lo cotidiano de
nuestras vidas.
REFLEXION 2
La comida de Jesús con pecadores es una expresión evidente de que no vino “a llamar a los justos sino a los pecadores” (5,32); es su costumbre contraria a la religiosidad “tradicional” la que está en cuestión; Jesús quiere cambiar el rostro de Dios como se ha dicho más de una vez, quiere reemplazar el Dios de la pureza por el Dios de la misericordia, sus comidas reflejan ese Dios que Jesús propone, uno que recibe a pecadores, a “todos”. Este marco de las comidas de Jesús que revela un nuevo rostro de Dios es el que el Señor quiere ahora mostrar en la parábola.
El Jesús que ama y prefiere a los pecadores, y come con ellos, no hace otra cosa que conocer la voluntad del Padre y realizarla concretamente, sus mesas compartidas y sus comidas nos hablan de Dios, ¡claramente! En el comportamiento de Jesús se manifiesta el comportamiento de Dios, Jesús mismo es parábola viviente de Dios: su acción es entonces una revelación. ¿Qué Dios, qué Iglesia, qué ser humano revelamos con nuestra vida? Con frecuencia, como hermanos mayores estamos tan orgullosos de no haber abandonado la casa del padre, que creemos saber más que Él mismo: “Dios es injusto”, para nuestras justicias; Dios es "de poco carácter" para nuestra inmensa sabiduría. Quizá, Dios ya esté viejo, para dedicarse a su tarea y debería jubilarse y dejarnos a nosotros...
Frente a tanta gente que rechaza la Iglesia ("creo en Dios, no en la Iglesia"), a veces decimos "pero Dios sí quiere la Iglesia", ¿no debemos preguntarnos constantemente qué Iglesia es la que Él quiere? ¿No debemos preguntarnos, en nuestras actitudes, qué Iglesia mostramos? Esta Iglesia, la que yo-nosotros mostramos, ¿es como Dios la quiere? Jesús, con su vida, y hasta con sus comidas, muestra el rostro verdadero de Dios, muestra la comunidad de mesa en la que él participa; hasta comiendo Él revela al verdadero Dios.
Quizá debamos, de una buena vez, dejar nuestra actitud de hijo mayor, y ya que nos sale tan mal el papel de Dios, debamos asumir el papel de hijo menor; debemos volver a Dios para llenarlo de alegría, para participar de su fiesta; y, participando de su alegría empecemos a mostrar el rostro de la misericordia de este Dios de puertas abiertas.
La misma cena eucarística es expresión de la universalidad del amor de Dios: es comida para el perdón de los pecados. El Dios de la misericordia, no quiere excluir a nadie de su mesa; es más, quiere invitar especialmente a todos aquellos que son excluidos de las mesas de los hombres por su situación social, por su pobreza, por su sexo o por cualquier otro motivo; y va más allá, no ve con buenos ojos que crean participar de su cena quienes no esperan a sus hermanos excluidos de la mesa por ser pobres. El Dios que no hace distinción de personas, ama dilectamente a los menos amados. Sin embargo, muchas veces tomamos la actitud del hermano mayor. ¿Cuándo nos sentaremos en la mesa de los pobres, y abandonaremos nuestra tradicional postura soberbia y sectaria de "buenos cristianos"? ¿Cuándo nos decidiremos a participar de la fiesta de Dios reconociéndonos hermanos de los rechazados y despreciados? Jesús nos invita a su comida, una comida en la que mostramos -como en una parábola- cómo es el Dios, como es la fraternidad en la que creemos. Y nos mostraremos cómo somos hermanos, cómo somos hijos en la medida de participar de la alegría del padre y del reencuentro de los hermanos. (Koinonia.org)
Lo primero que hay que hacer al escuchar esta parábola del Hijo Prodigo, es comparar la imagen que tenemos de Dios con la imagen que Jesús nos da de su Padre. El primer objetivo de la parábola es enseñarnos, en efecto, quién es Dios. Charles Peguy, ese gran poeta francés escribía: “Si todos los ejemplares del evangelio debieran ser destruidos en el mundo, sería necesario que se guardara al menos una página, aquella que relata la parábola del Hijo Prodigo para comprender quién es Dios: ese padre que aguarda, que espera, abre sus brazos, perdona y organiza una gran fiesta por el regreso de su hijo”.
Retomando el sentido…tomando conciencia…Recapacitando
Recapacitando entonces, se dijo:
"Cuántos jornaleros de mi padre tienen
abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré
en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y
contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus
jornaleros. "
Lucas 15:17–19
¿Por qué nos aferramos a
nuestros pecados? Este versículo proviene de la historia del hijo pródigo. Deberíamos
conocer bien esa historia. El hijo decidió dejar a su padre y tomar su
futura herencia, gastándola en una vida de pecado. Cuando se acabó el
dinero que tenía, estaba en una necesidad desesperada. Entonces, ¿Qué
hizo? ¡Recuperó el sentido! ¡Recapacito!
En verdad que esta línea
merece nuestra meditación. Primero, revela lo que le sucede a una persona
que cae en una vida de pecado. En este caso, el hijo finalmente cosechó el
fruto de su pecado. Descubrió que su pecado lo dejó solo y en la
indigencia. No sabía a dónde acudir. Y aunque nuestros pecados pueden
no estar en la medida de este hijo, todos experimentaremos los efectos vacíos
de los pecados que cometemos, tal como lo hizo este hijo.
La percepción profunda que
podemos obtener de este hijo es que sí se dio cuenta. Específicamente, al
“recuperar el sentido”, al recapacitar, reconoció dos cosas
importantes. Primero, se dio cuenta de que hay algo que vale más que una
vida de indigencia. Nadie debería tener que vivir una vida empobrecida y
vacía. Por lo tanto, al ver su propia dignidad, se dio cuenta de que
estaba hecho para más.
En segundo lugar, sabía que
podía recurrir a su padre. Qué bendición fue para él saber esto. La
razón por la que sabía que podía recurrir a su padre era que su progenitor
claramente lo amaba con amor incondicional. La misericordia en el corazón
del padre era tan fuerte que el hijo se dio cuenta y esta conciencia le dio
confianza para volverse hacia él.
Reflexiona, hoy, sobre esta
doble acción. El hijo ve su miseria y también ve a su padre como la
persona a la que puede acudir con confianza. Debemos esforzarnos por hacer
lo mismo en nuestras propias vidas. El Padre en el Cielo nunca nos
rechazará. No importa lo que hayamos hecho o lo lejos que nos hayamos
alejado, el amor del Padre es perfecto, implacable, incondicional y siempre
atractivo. Él está listo y dispuesto a descartar todo mal que hayamos
hecho si nos volvemos a Él con confianza. ¡Recapacita con respecto a tus
pecados! Suéltalos, arrepiéntete y confía en la misericordia de Dios.
Señor del amor perfecto, mis
pecados me dejan seco y vacío por dentro. Veo la miseria y el dolor que
resultan de las decisiones pecaminosas que he hecho. Ayúdame, amado Señor,
a recobrar el sentido y a apartarme de cada pecado que cometo. Ayúdame a
ver que Tu misericordia es mucho mayor que cualquier cosa que haya
hecho. Te agradezco por Tu amor perfecto y recurro a Ti en mi
necesidad. Jesús, en Ti confío.
OBJETIVO DE
VIDA PARA LA SEMANA
1. Verifico
mi confianza en la misericordia de Dios: ¿estoy convencido que Dios me acoge y
me perdona en todo lo que yo soy?
2. Realizo gestos
concretos que favorezcan la reconciliación: vivir el sacramento de la
penitencia y de la reconciliación, volver a comunicarme o fortalecer los lazos
con alguien de quien me había alejado, visitar una persona sola o marginada,
colaborar con un organismo humanitario, etc.
ORACIÓN- MEDITACIÓN
Hijo
pródigo, hijo mayor,
Hija
prodiga, hija fiel,
Padre
inflexible y severo, padre alcahuete y bonachón,
¿Madre
ingenua, madre vigilante?
Yo no
sé quién o qué soy
Y me
niego mismo a saberlo.
Yo
querré justo y todo simplemente
Acoger
la revelación del amor del Padre
Que
Tú me develas (o descubres) en esta parábola, Señor.
Mis
errores no acaban,
Por momentos
hijo menor, a ratos hijo mayor,
Yo
navego entre el perdón para mí
Y la
severidad (exigencia) para el otro.
Permíteme
hundirme simplemente en la alegría del Padre.
Amén.
REFERENCIAS:
- Pequeño
misal “Prions en Église”, edición en francés, Quebec, 2013.
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por visitar mi blog, Deje sus comentarios que si son hechos con respeto y seriedad, contestaré con mucho gusto. Gracias. Bendiciones