4 de abril del 2022: lunes de la quinta semana de Cuaresma

Testigo de la fe

San Isidoro.

 Arzobispo de Sevilla y Doctor de la Iglesia,

 fue uno de los más grandes eruditos de la Edad Media: publicó obras sobre las ciencias exactas, historia, literatura y comentarios bíblicos largamente utilizados en las universidades.

 


(Juan 8, 12-20) Si los fariseos se cierran a la luz es porque ellos juzgan superficialmente, sobre las apariencias. ¿Es que yo soy mejor? ¿Me retiro y hago suficiente oración para que la luz de Cristo ilumine mi juicio sobre este mundo?


Primera lectura

Lectura del libro de Daniel (13,1-9.15-17.19-30.33-62):

EN aquellos días, vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín, casado con Susana, hija de Jelcías, mujer muy bella y temerosa del Señor.
Sus padres eran justos y habían educado a su hija según la ley de Moisés. Joaquín era muy rico y tenía un jardín junto a su casa; y como era el más respetado de todos, los judíos solían reunirse allí.
Aquel año fueron designados jueces dos ancianos del pueblo, de esos que el Señor denuncia diciendo:
«En Babilonia la maldad ha brotado de los viejos jueces, que pasan por guías del pueblo».
Solían ir a casa de Joaquín, y los que tenían pleitos que resolver acudían a ellos.
A mediodía, cuando la gente se marchaba, Susana salía a pasear por el jardín de su marido. Los dos ancianos la veían a diario, cuando salía a pasear, y sintieron deseos de ella.
Pervirtieron sus pensamientos y desviaron los ojos para no mirar al cielo, ni acordarse de sus justas leyes.
Sucedió que, mientras aguardaban ellos el día conveniente, salió ella como los tres días anteriores sola con dos criadas, y tuvo ganas de bañarse en el jardín, porque hacía mucho calor. No había allí nadie, excepto los dos ancianos escondidos y acechándola.
Susana dijo a las criadas:
«Traedme el perfume y las cremas y cerrad la puerta del jardín mientras me baño».
Apenas salieron las criadas, se levantaron los dos ancianos, corrieron hacia ella y le dijeron:
«Las puertas del jardín están cerradas, nadie nos ve, y nosotros sentimos deseos de ti; así que consiente y acuéstate con nosotros. Si no, daremos testimonio contra ti diciendo que un joven estaba contigo y que por eso habías despachado a las criadas».
Susana lanzó un gemido y dijo:
«No tengo salida: si hago eso, mereceré la muerte; si no lo hago, no escaparé de vuestras manos. Pero prefiero no hacerlo y caer en vuestras manos antes que pecar delante del Señor».
Susana se puso a gritar, y los dos ancianos, por su parte, se pusieron también a gritar contra ella. Uno de ellos fue corriendo y abrió la puerta del jardín.
Al oír los gritos en el jardín, la servidumbre vino corriendo por la puerta lateral a ver qué le había pasado. Cuando los ancianos contaron su historia, los criados quedaron abochornados, porque Susana nunca había dado que hablar.
Al día siguiente, cuando la gente vino a casa de Joaquín, su marido, vinieron también los dos ancianos con el propósito criminal de hacer morir a Susana. En presencia del pueblo ordenaron:
«Id a buscar a Susana, hija de Jelcías, mujer de Joaquín».
Fueron a buscarla, y vino ella con sus padres, hijos y parientes.
Toda su familia y cuantos la veían lloraban.
Entonces los dos ancianos se levantaron en medio de la asamblea y pusieron las manos sobre la cabeza de Susana.
Ella, llorando, levantó la vista al cielo, porque su corazón confiaba en el Señor.
Los ancianos declararon:
«Mientras paseábamos nosotros solos por el jardín, salió esta con dos criadas, cerró la puerta del jardín y despidió a las criadas. Entonces se le acercó un joven que estaba escondido y se acostó con ella.
Nosotros estábamos en un rincón del jardín y, al ver aquella maldad, corrimos hacia ellos. Los vimos abrazados, pero no pudimos sujetar al joven, porque era más fuerte que nosotros, y, abriendo la puerta, salió corriendo.
En cambio, a esta le echamos mano y le preguntamos quién era el joven, pero no quiso decírnoslo. Damos testimonio de ello».
Como eran ancianos del pueblo y jueces, la asamblea los creyó y la condenó a muerte.
Susana dijo gritando:
«Dios eterno, que ves lo escondido, que lo sabes todo antes de que suceda, tú sabes que han dado falso testimonio contra mí, y ahora tengo que morir, siendo inocente de lo que su maldad ha inventado contra mí».
Y el Señor escuchó su voz.
Mientras la llevaban para ejecutarla, Dios suscitó el espíritu santo en un muchacho llamado Daniel; y este dio una gran voz:
«Yo soy inocente de la sangre de esta».
Toda la gente se volvió a mirarlo, y le preguntaron:
«Qué es lo que estás diciendo?».
Él, plantado en medio de ellos, les contestó:
«Pero ¿estáis locos, hijos de Israel? ¿Conque, sin discutir la causa ni conocer la verdad condenáis a una hija de Israel? Volved al tribunal, porque esos han dado falso testimonio contra ella».
La gente volvió a toda prisa, y los ancianos le dijeron:
«Ven, siéntate con nosotros e infórmanos, porque Dios mismo te ha dado la ancianidad».
Daniel les dijo:
«Separadlos lejos uno del otro, que los voy a interrogar».
Cuando estuvieron separados el uno del otro, él llamó a uno de ellos y le dijo:
«¡Envejecido en días y en crímenes! Ahora vuelven tus pecados pasados, cuando dabas sentencias injustas condenando inocentes y absolviendo culpables, contra el mandato del Señor: “No matarás al inocente ni al justo”. Ahora, puesto que tú la viste, dime debajo de qué árbol los viste abrazados».
Él contestó:
«Debajo de una acacia».
Respondió Daniel:
«Tu calumnia se vuelve contra ti. Un ángel de Dios ha recibido ya la sentencia divina y te va a partir por medio».
Lo apartó, mandó traer al otro y le dijo:
«Hijo de Canaán, y no de Judá! La belleza te sedujo y la pasión pervirtió tu corazón. Lo mismo hacíais con las mujeres israelitas, y ellas por miedo se acostaban con vosotros; pero una mujer judía no ha tolerado vuestra maldad. Ahora dime: ¿bajo qué árbol los sorprendiste abrazados?».
Él contestó:
«Debajo de una encina».
Replicó Daniel:
«Tu calumnia también se vuelve contra ti. el ángel de Dios aguarda con la espada para dividirte por medio. Y así acabará con vosotros».
Entonces toda la asamblea se puso a gritar bendiciendo a Dios, que salva a los que esperan en él. Se alzaron contra los dos ancianos, a quienes Daniel había dejado convictos de falso testimonio por su propia confesión, e hicieron con ellos lo mismo que ellos habían tramado contra el prójimo. Les aplicaron la ley de Moisés y los ajusticiaron.
Aquel día se salvó una vida inocente.

Palabra de Dios

 

 

Salmo

Sal 22,1-3a.3b-4.5.6

R/. Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo


V/. El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R/.

V/. Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R/.

V/. Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mí copa rebosa. R/.

V/. Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R/.

 

EVANGELIO Jn 8, 12-20

Lectura del santo Evangelio según san Juan.


EN aquel tiempo, Jesús habló a los fariseos, diciendo:
«Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida».
Le dijeron los fariseos:
«Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es verdadero».
Jesús les contestó:
«Aunque yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde he venido y adónde voy; en cambio, vosotros no sabéis de dónde vengo ni adónde voy. Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie; y, si juzgo yo, mi juicio es legítimo, porque no estoy yo solo, sino yo y e! que me ha enviado, el Padre; y en vuestra ley está escrito que el testimonio de dos hombres es verdadero. Yo doy testimonio de mí mismo, y además da testimonio de mí el que me ha enviado, el Padre».
Ellos le preguntaban:
«Dónde está tu Padre?».
Jesús contestó:
«Ni me conocéis a mí ni a mi Padre; si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre».
Jesús tuvo esta conversación junto al arca de las ofrendas, cuando enseñaba en el templo. Y nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora.

Palabra del Señor.

 


Y nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora.

 Juan 8:20

 

 

Esta breve línea al final del Evangelio de hoy se ubica después de que Jesús, una vez más, confrontó directamente a los fariseos. Los confronta, en esta situación, hablando la verdad de Su unión con el Padre y el poder y autoridad que Él tenía a causa de esta unión. Los fariseos intentan confrontarlo y desafiarlo, pero Él les responde la verdad en un lenguaje claro. No se registra su respuesta a las palabras de Jesús, pero está claro que no saben qué decir y está claro que siguen siendo escépticos y están deseosos de atrapar a Jesús.

Este pasaje citado más arriba nos revela la profunda verdad de que ni la malicia de los fariseos ni la de nadie más podría finalmente triunfar ya que “todavía no había llegado la hora” de Jesús. ¿Qué significa esto? Aquí hay dos verdades que debemos tomar de esta línea.

Primero, la malicia no puede vencer la voluntad de Dios. Dado que Dios el Padre no permitió el arresto de Jesús en ese momento, pues aquellos con malas intenciones no pudieron hacerlo. Jesús pudo hablar clara y abiertamente, desafiando a los fariseos con la verdad, y ellos no pudieron hacer nada para detenerlo. Aunque sus palabras les herían en el corazón, no podían hacer más que escuchar y crecer en ira y obstinación hacia nuestro Señor. Pero no pudieron hacerle daño. Esto muestra que, en última instancia, Dios tiene el control incluso de la malicia de los demás y solo permitirá que la malicia parezca triunfar cuando vea un propósito mayor para permitir que tal cosa suceda.  

En segundo lugar, revela que habrá una “hora” venidera cuando Jesús será entregado a hombres pecadores. Pero en el Evangelio de Juan, esta hora no es una hora de vergüenza y desgracia para Jesús; más bien, es una hora de triunfo total sobre el pecado y la muerte. Desde una perspectiva mundana sabemos que su hora de arresto, persecución y crucifixión adquiere la apariencia pública de horror y deshonra para Jesús. Parece como si Él perdió y los fariseos ganaron. Pero desde la perspectiva de Dios, que es la única perspectiva verdadera, Jesús triunfa gloriosamente. De hecho, el Padre finalmente permite que la malicia de los fariseos sea el instrumento de la glorificación de Jesús a través de los sufrimientos que soportó en esta hora. Desde la perspectiva divina, Su hora no se convierte en una de derrota; más bien, se convierte en una de victoria final.

Reflexione, hoy, sobre la hora venidera de Jesús. Pronto entraremos en los momentos gloriosos de la Semana Santa y reflexionaremos, una vez más, que el Padre permitió que Jesús entrara en el sufrimiento y la muerte más crueles que se puedan imaginar. Seremos confrontados con el aparente escándalo de Su arresto y la ilusión de la victoria de los líderes maliciosos del día. Pero su victoria es sólo una ilusión ya que la voluntad permisiva del Padre tenía otras intenciones. 

Comience a prepararse para esta celebración anual de la hora de Jesús y entre en ella con la mayor confianza y fe.

 

Mi glorioso Señor, te glorifico por Tu sabiduría y poder y me regocijo en la perfecta voluntad del Padre Celestial. El Padre te envió en una misión de redención y salvación y te permitió finalmente sufrir y morir. Pero a través de este sufrimiento Él trajo la victoria final sobre la muerte y todo mal. Dame fe para conocer y creer esta verdad con todo mi corazón. Bendice esta próxima Semana Santa, querido Señor, y permíteme regocijarme en Tu gloriosa victoria. Jesús, en Ti confío.

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