Santo del día:
San Juan XXIII
1881-1963.
«Obediencia y paz» fue
el lema de Angelo Roncalli, elegido Papa Juan XXIII en 1958. El instigador del
Concilio Vaticano II fue canonizado en 2014 por el Papa Francisco.
¡Feliz María!
(Lc 11,27-28) Se percibe un tono de admiración —e incluso de
identificación— en la voz de la mujer que declara dichosa a la madre de Jesús.
Sin darse cuenta, sus palabras son en realidad una pregunta sobre Aquel que fue
llevado en su seno y amamantado.
¿Quién es Él, en efecto, para que su madre sea objeto de tal bienaventuranza?
La respuesta del Maestro da luz: una Palabra que debe ser escuchada y
guardada.
Exactamente eso mismo es lo que María nos muestra
con su ejemplo.
Nicolas Tarralle, prêtre
assomptionniste
Echen la hoz,
pues la mies está madura
Lectura de la profecía de Joel.
ESTO dice el Señor:
«Que se movilicen y suban las naciones
al valle de Josafat,
pues allá voy a plantar mi trono
para juzgar a todos los pueblos de alrededor.
Echen la hoz,
pues la mies está madura;
vengan a pisar la uva,
que el lagar está repleto
y las cubas rebosan.
¡Tan enorme es su maldad!
¡Muchedumbres, muchedumbres
en el valle de Josafat!
Pues se acerca el Día del Señor
en el valle de la Decisión.
Se oscurecerán el sol y la luna,
y las estrellas perderán su brillo.
El Señor ruge en Sion
y da voces en Jerusalén;
temblarán cielos y tierra.
Pero el Señor es abrigo para su pueblo,
refugio para los hijos de Israel.
Sabrán que yo soy el Señor,
su Dios que vive en Sion,
mi santo monte.
Jerusalén será santa
y los extranjeros no pasarán más por ella.
Aquel día
las montañas chorrearán vino nuevo,
las colinas rezumarán leche
y todos los torrentes de Judá
bajarán rebosantes.
Y brotará una fuente de la casa del Señor
que regará el valle de Sitín.
Egipto será una desolación
y Edón un desierto solitario,
por la violencia ejercida contra Judá,
cuya sangre inocente derramaron en su país.
Judá será habitada para siempre
y Jerusalén de generación en generación.
Vengaré su sangre, no quedará impune.
El Señor vive en Sion».
Palabra de Dios.
Salmo
R. Alégrense,
justos, con el Señor.
V. El Señor
reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono. R.
V. Los montes
se derriten como cera ante el Señor,
ante el Señor de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria. R.
V. Amanece la
luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alégrense, justos, con el Señor,
celebren su santo nombre. R.
Aclamación
V. Bienaventurados
los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. R.
Evangelio
Bienaventurado
el vientre que te llevó. Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de
Dios
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la gente, una mujer de entre el
gentío, levantando la voz, le dijo:
«Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron».
Pero él dijo:
«Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».
Palabra del Señor.
1
María y Juan XXIII, testigos de una dicha que
se escucha y se guarda
1. La dicha que nace de la escucha
El
Evangelio de hoy (Lc 11,27-28) nos presenta una escena breve, pero de una
profundidad inmensa.
Una
mujer del pueblo, conmovida ante las palabras de Jesús, levanta la voz entre la
multitud y exclama con entusiasmo:
“¡Dichoso
el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron!”
No
hay en sus palabras una simple cortesía, sino un grito de admiración. Ella
intuye que detrás de Jesús hay un misterio, una fuerza divina que transforma.
Sin embargo, Jesús, con ternura y sabiduría, responde:
“Dichosos
más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la guardan.”
Con
estas palabras, Jesús no le quita a su Madre su bienaventuranza, sino que la revela en su sentido más profundo.
María es dichosa no solo porque lo llevó en su seno, sino porque lo acogió en
su corazón. Su verdadera grandeza no está en la maternidad biológica, sino en
su fe, en su capacidad de escuchar y obedecer la Palabra.
2. María, modelo de escucha, fe y misión
3. San Juan XXIII: el Papa que escuchó y guardó
la Palabra
“En el alma del Papa hay una gran paz, porque es el Señor
quien guía todo.”
Su
vida y su pontificado fueron una invitación a la alegría del Evangelio, a la
sencillez, al optimismo cristiano y a la misericordia pastoral.
4. Peregrinos de la esperanza
El
Año Jubilar “Peregrinos de
la Esperanza” nos impulsa a mirar hacia adelante con el mismo
espíritu de María y de Juan XXIII.
Ambos creyeron en un Dios que actúa en la historia, que abre caminos donde
parecía no haber salida, que renueva a su Iglesia y al corazón humano.
Ser
“peregrinos de la esperanza” es vivir con los ojos puestos en Cristo, fuente
del torrente de vida del que hablaba el profeta Joel: “Brota una fuente del
templo del Señor.” (Jl 4,18).
Ese torrente simboliza la gracia que brota del corazón de Cristo y que fecunda
el alma del creyente. En María y en Juan XXIII, esa fuente fue abundante: el
amor de Dios fluyó en ellos y, a través de ellos, llegó a muchos.
5. Escuchar, guardar y transmitir
Hoy
la Palabra nos llama a tres actitudes esenciales del discípulo misionero:
1.
Escuchar: detenernos, abrir los oídos y el alma,
dejar que Dios hable en medio del ruido.
2.
Guardar: meditar, asimilar, dejar que la
Palabra eche raíces.
3.
Transmitir: actuar, servir,
comunicar la fe con alegría.
6. Conclusión: la alegría del Evangelio vivo
Que,
en este sábado, en que recordamos a ambos, el Señor renueve en nosotros la
alegría de creer y la pasión de evangelizar.
Porque quien escucha y guarda la Palabra, lleva dentro el secreto de la felicidad: el
mismo Cristo, Palabra viva de Dios.
Oración final
Virgen
María, Madre del Verbo y Estrella de la Evangelización,
enséñanos a escuchar la Palabra y a vivirla con fidelidad.
San
Juan XXIII, Papa bueno y pastor de paz,
inspíranos tu espíritu de sencillez, tu bondad contagiosa,
tu fe en la acción del Espíritu Santo.
Que, como
ustedes, seamos discípulos misioneros,
alegres en la esperanza y firmes en el amor,
para que la Iglesia siga siendo torrente de vida
en medio del mundo sediento.
Amén.
🌹
2
La abundancia del don de Dios y
la maternidad del corazón
1. Un tiempo nuevo de gracia
El profeta Joel nos presenta hoy un contraste
sorprendente: después de los anuncios de desgracia y desolación, surge la
promesa de una abundancia inaudita. “Aquel día los montes destilarán vino
nuevo, las colinas manarán leche, y los arroyos de Judá correrán llenos de
agua.” (Jl 4,18).
Donde antes hubo sequía y tristeza, Dios hace brotar torrentes de vida. Donde
hubo escasez, florece la sobreabundancia. Este pasaje es un canto al renacer de
la esperanza, al tiempo en que el Señor habita de nuevo en medio de su pueblo.
El agua, el vino y la leche son símbolos de la vida
plena que Dios ofrece. No es una abundancia materialista, sino espiritual: es
el signo del Reino que llega, de la salvación que brota como manantial del
templo del Señor. En este torrente reconocemos la gracia que brota de Cristo
mismo, verdadero templo de Dios, que sacia la sed del alma y renueva la tierra
árida de nuestros corazones.
2. La verdadera bienaventuranza
El Evangelio de hoy (Lc 11,27-28) es breve, pero
profundamente revelador. Una mujer del pueblo, conmovida ante la sabiduría y
autoridad de Jesús, exclama:
“¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que
te criaron!”
Jesús responde:
“Dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la guardan.”
A primera vista, podría parecer una corrección,
pero en realidad es una profundización. Jesús no resta valor al elogio de su
Madre; al contrario, revela la razón más profunda de su bienaventuranza: María
no fue dichosa solo por haberlo llevado en su seno, sino porque acogió la
Palabra y la cumplió.
Ella es la primera discípula, la primera creyente,
la mujer del “sí” que hizo posible la Encarnación. Su maternidad física es
grande, pero su maternidad espiritual —al dar a luz a Cristo en la fe y en la
obediencia— es aún mayor. Por eso, cada cristiano puede llegar a ser “madre de
Jesús”, cada vez que deja que la Palabra tome carne en su vida.
3. En el mes del Rosario:
contemplar para imitar
Este mes de octubre, dedicado al Santo Rosario, la
Iglesia nos invita a redescubrir la fuerza de la contemplación mariana. El
Rosario no es una repetición vacía, sino una escuela de fe donde
aprendemos de María a escuchar y guardar la Palabra en el corazón.
Mientras recitamos el “Ave María”, nuestra alma se sumerge en el misterio de
Cristo: su encarnación, su pasión, su resurrección, su gloria. Cada cuenta del
Rosario es como una gota de ese torrente que brota del templo del Señor, del
Corazón traspasado de Cristo, del seno fecundo de su Madre.
María no se guardó el don para sí; lo compartió.
Apenas recibió la visita del ángel, corrió presurosa a la montaña para servir a
su prima Isabel. Su fe fue misionera, su alegría fue contagiosa. Por eso, en
este mes de las misiones, ella es el modelo perfecto del discípulo que
lleva a Cristo a los demás, con sencillez y con amor.
4. Peregrinos de la esperanza
En este Año Jubilar, el Papa nos llama “Peregrinos
de la Esperanza”. Y qué hermoso es ver en las lecturas de hoy esa esperanza
concreta: Dios promete agua en la sequía, vida en la muerte, gracia en medio de
la fragilidad.
El Jubileo no es solo un año de indulgencias, sino un tiempo de renovación
interior, de volver al manantial de la fe, de abrir el corazón a la
misericordia. Somos peregrinos, sí, pero no errantes; caminamos hacia un
destino: la casa del Padre, donde el torrente de su amor nunca se seca.
María camina con nosotros. Ella fue peregrina de la
fe, caminó por senderos de incertidumbre y de dolor, pero nunca dejó de
confiar. Su esperanza fue más fuerte que el miedo. Su amor, más firme que las
pruebas. Por eso, en cada misión, en cada comunidad, en cada desafío pastoral,
ella sigue siendo la estrella de la evangelización.
5. Misión: dejar que el torrente
de Dios fluya
Queridos hermanos y hermanas, en este tiempo
misionero somos invitados a dejar que el torrente de la gracia de Dios fluya
también a través de nosotros.
No seamos estanques cerrados por el egoísmo o la indiferencia; seamos ríos de
amor, cauces de compasión, fuentes de alegría. Escuchar la Palabra, guardarla y
ponerla en práctica es la manera más fecunda de evangelizar.
María nos enseña a hacerlo: escuchar, meditar,
servir, actuar. Ella no predicó con discursos, sino con gestos de ternura, con
la fidelidad del silencio, con la constancia del amor.
Oración final
Virgen
María, fuente de esperanza y madre del Evangelio vivo,
enséñanos a escuchar como tú, a creer como tú, a amar como tú.
Haznos discípulos misioneros del Hijo que llevaste en tu corazón,
para que, en este Año Jubilar, seamos torrentes de vida
que fecunden la tierra sedienta de tu pueblo.
Amén. 🌹
3
Escuchar, guardar y vivir: el
secreto de una vida verdaderamente bienaventurada
1. Una voz en medio del pueblo
“¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que
te amamantaron!”
Era una forma popular de expresar admiración. Esa
mujer intuía que había algo divino en Jesús; sentía que aquel Maestro no
hablaba como los demás, sino con autoridad y ternura. Pero Jesús, con
delicadeza, conduce esa emoción hacia un nivel más profundo:
“Dichosos más bien los que escuchan la Palabra de
Dios y la guardan.”
Así, el Señor redefine el concepto de bienaventuranza.
No basta con reconocer su grandeza o sentir admiración; la verdadera felicidad
nace del encuentro personal con Él, de escuchar su Palabra viva y ponerla en
práctica.
2. Escuchar al Dios que habla hoy
El discípulo que escucha con atención el Evangelio,
lo descubre actuando en su historia cotidiana: en la persona que sufre, en el
pobre que pide ayuda, en la familia que necesita reconciliación, en la
comunidad que busca sentido. Allí habla Dios.
3. Guardar la Palabra: el arte
del corazón creyente
4. Vivir la Palabra: la misión
del discípulo
Como María, él fue un hombre de paz, de
misericordia y de esperanza. Su lema pastoral podría resumirse así: “Escuchar
a Dios, guardar su voluntad, vivir con bondad.”
5. Peregrinos de la esperanza
6. El Rosario: escuela de escucha
y contemplación
7. Conclusión: la felicidad de
los que escuchan
Oración final
Señor
Jesús, Palabra viva del Padre,
enséñanos a escucharte con el corazón,
a guardar tu voz en medio del ruido del mundo
y a vivirla con amor en cada gesto de servicio.
Virgen
María, dichosa entre todas las mujeres,
acompáñanos en nuestro camino de fe,
para que aprendamos de ti el silencio, la fidelidad y la misión.
San Juan
XXIII, Papa bueno y testigo de esperanza,
inspíranos tu bondad y tu confianza en el Espíritu,
para que seamos también instrumentos de renovación y paz.
Que este
Año Jubilar nos encuentre vigilantes,
discípulos alegres que escuchan y guardan la Palabra,
para vivir siempre en la dicha de tu amor.
Amén. 🌹
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11 de octubre: San Juan XXIII,
Papa — Memoria opcional
1881–1963
Patrono de los delegados papales
Canonizado por el Papa Francisco el 27 de abril de 2014
Cita:
“Desde que el Señor me eligió, indigno como soy,
para este gran servicio, siento que ya no tengo lazos especiales en esta vida:
ni familia, ni patria ni nación terrenal, ni preferencias particulares en
cuanto a estudios o proyectos, incluso los buenos.
Ahora, más que nunca, me veo únicamente como el humilde e indigno ‘siervo de
Dios y siervo de los siervos de Dios’.
El mundo entero es mi familia.
Este sentido de pertenecer a todos debe dar carácter y vigor a mi mente, mi
corazón y mis acciones.”
~San Juan
XXIII, entrada de su diario
Reflexión:
Angelo Giuseppe Roncalli nació en Sotto il Monte,
un pequeño pueblo de la provincia de Bérgamo, Italia.
Provenía de una familia materialmente pobre, pero espiritualmente rica:
campesinos arrendatarios que trabajaban en viñedos y maizales, y que también
criaban ganado.
Era el cuarto de trece hijos.
Desde niño recibió una excelente educación de parte
del párroco de su aldea.
Fue confirmado a los ocho años y recibió su Primera Comunión un mes y
medio después.
A los once años ingresó al seminario menor de Bérgamo, donde cursó ocho años de
formación. Durante ese tiempo también se unió a la Orden Franciscana Seglar.
A los catorce años comenzó a escribir un diario
espiritual que conservaría toda su vida y que se publicaría tras su muerte.
En una de sus anotaciones, a los dieciocho años, escribió:
“Y tú, oh Dios… abriste mis ojos a esta luz que
irradia a mi alrededor; tú me creaste.
Así que tú eres mi Maestro y yo soy tu criatura.
No soy nada sin ti, y por ti soy todo lo que soy.
Nada puedo sin ti; en verdad, si en cada instante no me sostuvieras, volvería
al lugar de donde vine: la nada.”
A los diecinueve años, debido a su talento y
potencial para los estudios superiores y la ordenación sacerdotal, recibió una beca
para estudiar en el Seminario Romano del Apolinario, en Roma.
Poco después de llegar, su hermano fue reclutado para el servicio militar. Como
su familia lo necesitaba en casa, Angelo se ofreció voluntario para
reemplazarlo y sirvió durante un año.
Al regresar a Roma completó sus estudios teológicos, obtuvo un doctorado en
teología, y fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1904.
El año siguiente concluyó también sus estudios en derecho canónico.
En 1905, el padre Roncalli fue nombrado secretario
del obispo de Bérgamo y profesor de historia y patrística en el seminario
diocesano.
Desempeñó estos oficios durante diez años, colaborando con el obispo en
numerosas tareas: participó en un sínodo diocesano, ayudó a editar el periódico
La Vita Diocesana, organizó peregrinaciones y promovió obras sociales,
campo que apasionaba a su obispo.
En 1910, recibió además la responsabilidad
pastoral de Acción Católica, movimiento que buscaba involucrar a los
laicos en las necesidades sociales y eclesiales del momento.
A los diez años de sacerdocio, escribió en su diario:
“Mi pensamiento dominante, al cumplir con gozo diez
años de sacerdocio, es este: no me pertenezco ni a mí mismo ni a los demás;
pertenezco a mi Señor, para la vida y para la muerte.
La dignidad del sacerdocio, los diez años llenos de gracias que Él ha derramado
sobre mí, una criatura tan pobre y humilde… todo esto me convence de que debo
aplastar mi ego y dedicar todas mis energías, sin reserva, a trabajar por el
Reino de Jesús en la mente y el corazón de los hombres.”
En 1915, un año después del inicio de la
Primera Guerra Mundial, el padre Roncalli fue reclutado por el ejército
italiano, primero como médico auxiliar y luego como capellán militar.
Al terminar su servicio en 1918, regresó a Bérgamo, donde fundó un
albergue para estudiantes, continuó enseñando en el seminario y ejerció
como capellán y director espiritual.
En 1921, su vida pasó del servicio a la
Iglesia local al servicio de la Iglesia universal.
El Papa Benedicto XV lo llamó a Roma y lo nombró presidente para
Italia del Consejo Central de la Obra Pontificia para la Propagación de la Fe.
En ese cargo realizó numerosas visitas pastorales a las diócesis italianas,
promoviendo la conciencia misionera.
En 1925, el Papa Pío XI lo nombró obispo
y visitador apostólico en Bulgaria.
Eligió como lema episcopal las palabras “Obediencia y Paz” (Oboedientia et
Pax), que sintetizaron todo su ministerio posterior.
Tras nueve años en Bulgaria, fue designado delegado
apostólico en Turquía y Grecia, donde no solo atendió a las comunidades
católicas, sino que mantuvo diálogo constante con musulmanes y cristianos
ortodoxos.
Durante la Segunda Guerra Mundial, se preocupó especialmente por el
destino de los judíos perseguidos. Según diversos testimonios, ayudó
personalmente a varios miles de ellos a escapar del Holocausto,
entregándoles certificados de bautismo falsos y visados para llegar a
Palestina.
Por estas acciones, el Estado de Israel lo reconoció en 2011,
otorgándole el título de “Justo entre las Naciones”.
En 1944, pocos meses después de la
liberación de Francia del dominio nazi, el Papa Pío XII lo nombró nuncio
apostólico en Francia, donde trabajó por la atención pastoral de los
prisioneros liberados y en la reconstrucción del país tras cuatro años de
ocupación.
Su amor por el sacerdocio brilló de manera especial en ese tiempo: alentaba a
los fieles, fortalecía la fe del clero y sembraba esperanza en medio de las
heridas de la guerra.
Permaneció en Francia nueve años. En 1953 fue creado cardenal y
nombrado patriarca de Venecia, una de las sedes más prestigiosas de la
Iglesia.
A los setenta y un años, el cardenal Roncalli se volcó por completo en la
pastoral veneciana, convencido de que allí concluiría sus días.
Sin embargo, al morir el Papa Pío XII en 1958,
Roncalli fue elegido sucesor a los setenta y siete años,
adoptando el nombre de Juan XXIII, en honor a su padre Giovanni.
Pronto se ganó el corazón del mundo como “el Papa bueno”, por su
humildad, cercanía y calidez pastoral.
Su corazón de pastor lo llevó a visitar enfermos y
prisioneros; su formación diplomática le permitió mirar el mundo como una sola
familia; y su valentía lo condujo a impulsar profundos cambios en la Iglesia y
en el mundo.
Durante los cuatro años y medio de su
pontificado, Juan XXIII publicó ocho encíclicas, entre ellas dos
especialmente notables:
- Mater
et Magistra (Madre y Maestra), sobre el papel de la Iglesia en el progreso
social en un contexto de rápidos cambios tecnológicos y crecientes
desigualdades.
- Pacem
in Terris (Paz en la Tierra), sobre la dignidad humana, los derechos y
deberes de los pueblos y naciones, y la construcción de la paz mundial.
También convocó el primer Sínodo de la Diócesis
de Roma y comenzó la revisión del Código de Derecho Canónico.
Pero su gesto más audaz fue el Concilio Vaticano
II.
El 25 de enero de 1959, apenas tres meses después de su elección, durante
una visita pastoral a la Basílica de San Pablo Extramuros, anunció la
convocatoria del vigésimo tercer Concilio Ecuménico, que transformaría
para siempre el rostro de la Iglesia.
En 1962, escribió en su diario:
“Después de tres años de preparación, ciertamente
laboriosa pero también gozosa y serena, nos encontramos ahora en las laderas de
la montaña sagrada.
¡Que el Señor nos dé fuerza para llevarlo todo a buen término!”
Aunque el Papa Juan XXIII murió antes de la
conclusión del Concilio, su corazón pastoral y su fe valiente fueron la
chispa que encendió la renovación eclesial más profunda del siglo XX.
Algunos han discutido los frutos posteriores del Concilio, pero nadie duda de
que este Papa de corazón manso y visión profética fue instrumento del Espíritu
Santo.
Fue canonizado en 2014 por el Papa Francisco,
el mismo día en que fue canonizado San Juan Pablo II.
Muchos han visto en este gesto un signo profético: Juan XXIII abrió el
Concilio; Juan Pablo II lo llevó a plenitud.
Reflexión final
Al honrar a este santo pastor de la Iglesia
universal, admiramos cómo Dios puede obrar maravillas a través de un hombre
sencillo, humilde y pobre.
La Iglesia, guiada por Cristo, continúa siendo conducida por el Espíritu Santo
a través del Sucesor de Pedro.
Aunque los papas, como todos los hombres, sean frágiles, la gracia de Dios
siempre basta donde abunda la debilidad.
Oremos hoy por el Papa, don permanente de Dios para
la Iglesia de nuestro tiempo.
Oración
San Juan
XXIII, tú que
naciste en la humildad, fuiste formado en la fe,
respondiste con docilidad a la gracia de Dios y fuiste instrumento de su poder,
intercede por mí, para que permanezca siempre fiel a la voluntad divina
y permita que Él me use según sus designios.
San Juan
XXIII, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.
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