viernes, 10 de octubre de 2025

11 de octubre del 2025: sábado de la vigesimoséptima semana del tiempo ordinario-I-San Juan XXIII, papa


Santo del día:

San Juan XXIII

1881-1963.

«Obediencia y paz» fue el lema de Angelo Roncalli, elegido Papa Juan XXIII en 1958. El instigador del Concilio Vaticano II fue canonizado en 2014 por el Papa Francisco.

 

¡Feliz María!

(Lc 11,27-28) Se percibe un tono de admiración —e incluso de identificación— en la voz de la mujer que declara dichosa a la madre de Jesús. Sin darse cuenta, sus palabras son en realidad una pregunta sobre Aquel que fue llevado en su seno y amamantado.
¿Quién es Él, en efecto, para que su madre sea objeto de tal bienaventuranza?
La respuesta del Maestro da luz: una Palabra que debe ser escuchada y guardada.

Exactamente eso mismo es lo que María nos muestra con su ejemplo.

Nicolas Tarralle, prêtre assomptionniste

 



Primera lectura

Jl 4, 12-21
Echen la hoz, pues la mies está madura

Lectura de la profecía de Joel.

ESTO dice el Señor:
«Que se movilicen y suban las naciones
al valle de Josafat,
pues allá voy a plantar mi trono
para juzgar a todos los pueblos de alrededor.
Echen la hoz,
pues la mies está madura;
vengan a pisar la uva,
que el lagar está repleto
y las cubas rebosan.
¡Tan enorme es su maldad!
¡Muchedumbres, muchedumbres
en el valle de Josafat!
Pues se acerca el Día del Señor
en el valle de la Decisión.
Se oscurecerán el sol y la luna,
y las estrellas perderán su brillo.
El Señor ruge en Sion
y da voces en Jerusalén;
temblarán cielos y tierra.
Pero el Señor es abrigo para su pueblo,
refugio para los hijos de Israel.
Sabrán que yo soy el Señor,
su Dios que vive en Sion,
mi santo monte.
Jerusalén será santa
y los extranjeros no pasarán más por ella.
Aquel día
las montañas chorrearán vino nuevo,
las colinas rezumarán leche
y todos los torrentes de Judá
bajarán rebosantes.
Y brotará una fuente de la casa del Señor
que regará el valle de Sitín.
Egipto será una desolación
y Edón un desierto solitario,
por la violencia ejercida contra Judá,
cuya sangre inocente derramaron en su país.
Judá será habitada para siempre
y Jerusalén de generación en generación.
Vengaré su sangre, no quedará impune.
El Señor vive en Sion».

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 96, 1-2. 5-6. 11-12 (R.: 12a)

R. Alégrense, justos, con el Señor.

V. El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono. 
R.

V. Los montes se derriten como cera ante el Señor,
ante el Señor de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria. 
R.

V. Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alégrense, justos, con el Señor,
celebren su santo nombre. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. R.

 

Evangelio

Lc 11, 27-28

Bienaventurado el vientre que te llevó. Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la gente, una mujer de entre el gentío, levantando la voz, le dijo:
«Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron».
Pero él dijo:
«Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».

Palabra del Señor.

 

1

 

María y Juan XXIII, testigos de una dicha que se escucha y se guarda

 

1. La dicha que nace de la escucha

El Evangelio de hoy (Lc 11,27-28) nos presenta una escena breve, pero de una profundidad inmensa.

Una mujer del pueblo, conmovida ante las palabras de Jesús, levanta la voz entre la multitud y exclama con entusiasmo:

“¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron!”

No hay en sus palabras una simple cortesía, sino un grito de admiración. Ella intuye que detrás de Jesús hay un misterio, una fuerza divina que transforma. Sin embargo, Jesús, con ternura y sabiduría, responde:

“Dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la guardan.”

Con estas palabras, Jesús no le quita a su Madre su bienaventuranza, sino que la revela en su sentido más profundo. María es dichosa no solo porque lo llevó en su seno, sino porque lo acogió en su corazón. Su verdadera grandeza no está en la maternidad biológica, sino en su fe, en su capacidad de escuchar y obedecer la Palabra.


2. María, modelo de escucha, fe y misión

En la Virgen María encontramos el retrato del discípulo perfecto. Ella escucha, guarda y actúa.
Su “sí” al anuncio del ángel es el comienzo de una historia de salvación que aún continúa. Desde su fe humilde y profunda, María nos enseña que la escucha es más fecunda que la palabra, y que el silencio orante es más poderoso que la elocuencia vacía.

Durante este mes de octubre, dedicado al Santo Rosario y a las Misiones, María se nos presenta como la primera misionera. Apenas recibe el anuncio del ángel, corre presurosa a servir a Isabel, llevando consigo al Verbo Encarnado.
Cada vez que rezamos el Rosario, recorremos con ella los misterios de Cristo, y aprendemos a contemplar, a meditar, a amar.
El Rosario es, en definitiva, una escuela de evangelización: mientras los labios repiten, el corazón contempla; mientras las manos cuentan las cuentas, el alma se llena de la Palabra.


3. San Juan XXIII: el Papa que escuchó y guardó la Palabra

En esta misma línea, hoy recordamos con gratitud a San Juan XXIII, el “Papa bueno”.
Su vida fue un eco del Evangelio de este día: supo escuchar la Palabra de Dios y guardarla en su corazón.
Hijo de campesinos humildes, aprendió desde niño el valor del trabajo, la oración y la confianza.
Como sacerdote, obispo y nuncio, fue hombre de diálogo, de bondad y de paz. Pero su gran legado fue su docilidad al Espíritu Santo.

Cuando, movido por una inspiración interior, convocó el Concilio Vaticano II, muchos pensaron que era una locura. Sin embargo, como María, Juan XXIII creyó en la promesa de Dios más que en los cálculos humanos.
Su corazón se abrió a la voz del Espíritu, que soplaba renovando la faz de la Iglesia.
Él mismo decía con ternura:

“En el alma del Papa hay una gran paz, porque es el Señor quien guía todo.”

Su vida y su pontificado fueron una invitación a la alegría del Evangelio, a la sencillez, al optimismo cristiano y a la misericordia pastoral.


4. Peregrinos de la esperanza

El Año Jubilar “Peregrinos de la Esperanza” nos impulsa a mirar hacia adelante con el mismo espíritu de María y de Juan XXIII.
Ambos creyeron en un Dios que actúa en la historia, que abre caminos donde parecía no haber salida, que renueva a su Iglesia y al corazón humano.

Ser “peregrinos de la esperanza” es vivir con los ojos puestos en Cristo, fuente del torrente de vida del que hablaba el profeta Joel: “Brota una fuente del templo del Señor.” (Jl 4,18).
Ese torrente simboliza la gracia que brota del corazón de Cristo y que fecunda el alma del creyente. En María y en Juan XXIII, esa fuente fue abundante: el amor de Dios fluyó en ellos y, a través de ellos, llegó a muchos.


5. Escuchar, guardar y transmitir

Hoy la Palabra nos llama a tres actitudes esenciales del discípulo misionero:

1.    Escuchar: detenernos, abrir los oídos y el alma, dejar que Dios hable en medio del ruido.

2.    Guardar: meditar, asimilar, dejar que la Palabra eche raíces.

3.    Transmitir: actuar, servir, comunicar la fe con alegría.

Esa es la verdadera misión cristiana. María lo hizo en silencio, con su vida. Juan XXIII lo hizo desde la cátedra de Pedro, con su sonrisa y su apertura al Espíritu.
Y tú, ¿cómo estás dejando que la Palabra te transforme? ¿Eres de los que escuchan y la guardan, o de los que oyen y olvidan?


6. Conclusión: la alegría del Evangelio vivo

Queridos hermanos y hermanas:
La verdadera dicha no consiste en el éxito, ni en el aplauso, ni siquiera en la admiración de los demás.
La verdadera bienaventuranza es vivir como María: con un corazón atento, disponible y confiado.
Y como Juan XXIII: con un alma buena, pacífica y esperanzada, capaz de mirar al mundo con ternura.

Que, en este sábado, en que recordamos a ambos, el Señor renueve en nosotros la alegría de creer y la pasión de evangelizar.
Porque quien escucha y guarda la Palabra, lleva dentro el secreto de la felicidad: el mismo Cristo, Palabra viva de Dios.


Oración final

Virgen María, Madre del Verbo y Estrella de la Evangelización,
enséñanos a escuchar la Palabra y a vivirla con fidelidad.

San Juan XXIII, Papa bueno y pastor de paz,
inspíranos tu espíritu de sencillez, tu bondad contagiosa,
tu fe en la acción del Espíritu Santo.

Que, como ustedes, seamos discípulos misioneros,
alegres en la esperanza y firmes en el amor,
para que la Iglesia siga siendo torrente de vida
en medio del mundo sediento
.

Amén. 🌹

 

 

 

2

 

La abundancia del don de Dios y la maternidad del corazón

 

1. Un tiempo nuevo de gracia

El profeta Joel nos presenta hoy un contraste sorprendente: después de los anuncios de desgracia y desolación, surge la promesa de una abundancia inaudita. “Aquel día los montes destilarán vino nuevo, las colinas manarán leche, y los arroyos de Judá correrán llenos de agua.” (Jl 4,18).
Donde antes hubo sequía y tristeza, Dios hace brotar torrentes de vida. Donde hubo escasez, florece la sobreabundancia. Este pasaje es un canto al renacer de la esperanza, al tiempo en que el Señor habita de nuevo en medio de su pueblo.

El agua, el vino y la leche son símbolos de la vida plena que Dios ofrece. No es una abundancia materialista, sino espiritual: es el signo del Reino que llega, de la salvación que brota como manantial del templo del Señor. En este torrente reconocemos la gracia que brota de Cristo mismo, verdadero templo de Dios, que sacia la sed del alma y renueva la tierra árida de nuestros corazones.

2. La verdadera bienaventuranza

El Evangelio de hoy (Lc 11,27-28) es breve, pero profundamente revelador. Una mujer del pueblo, conmovida ante la sabiduría y autoridad de Jesús, exclama:

“¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!”
Jesús responde:
“Dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la guardan.”

A primera vista, podría parecer una corrección, pero en realidad es una profundización. Jesús no resta valor al elogio de su Madre; al contrario, revela la razón más profunda de su bienaventuranza: María no fue dichosa solo por haberlo llevado en su seno, sino porque acogió la Palabra y la cumplió.

Ella es la primera discípula, la primera creyente, la mujer del “sí” que hizo posible la Encarnación. Su maternidad física es grande, pero su maternidad espiritual —al dar a luz a Cristo en la fe y en la obediencia— es aún mayor. Por eso, cada cristiano puede llegar a ser “madre de Jesús”, cada vez que deja que la Palabra tome carne en su vida.

3. En el mes del Rosario: contemplar para imitar

Este mes de octubre, dedicado al Santo Rosario, la Iglesia nos invita a redescubrir la fuerza de la contemplación mariana. El Rosario no es una repetición vacía, sino una escuela de fe donde aprendemos de María a escuchar y guardar la Palabra en el corazón.
Mientras recitamos el “Ave María”, nuestra alma se sumerge en el misterio de Cristo: su encarnación, su pasión, su resurrección, su gloria. Cada cuenta del Rosario es como una gota de ese torrente que brota del templo del Señor, del Corazón traspasado de Cristo, del seno fecundo de su Madre.

María no se guardó el don para sí; lo compartió. Apenas recibió la visita del ángel, corrió presurosa a la montaña para servir a su prima Isabel. Su fe fue misionera, su alegría fue contagiosa. Por eso, en este mes de las misiones, ella es el modelo perfecto del discípulo que lleva a Cristo a los demás, con sencillez y con amor.

4. Peregrinos de la esperanza

En este Año Jubilar, el Papa nos llama “Peregrinos de la Esperanza”. Y qué hermoso es ver en las lecturas de hoy esa esperanza concreta: Dios promete agua en la sequía, vida en la muerte, gracia en medio de la fragilidad.
El Jubileo no es solo un año de indulgencias, sino un tiempo de renovación interior, de volver al manantial de la fe, de abrir el corazón a la misericordia. Somos peregrinos, sí, pero no errantes; caminamos hacia un destino: la casa del Padre, donde el torrente de su amor nunca se seca.

María camina con nosotros. Ella fue peregrina de la fe, caminó por senderos de incertidumbre y de dolor, pero nunca dejó de confiar. Su esperanza fue más fuerte que el miedo. Su amor, más firme que las pruebas. Por eso, en cada misión, en cada comunidad, en cada desafío pastoral, ella sigue siendo la estrella de la evangelización.

5. Misión: dejar que el torrente de Dios fluya

Queridos hermanos y hermanas, en este tiempo misionero somos invitados a dejar que el torrente de la gracia de Dios fluya también a través de nosotros.
No seamos estanques cerrados por el egoísmo o la indiferencia; seamos ríos de amor, cauces de compasión, fuentes de alegría. Escuchar la Palabra, guardarla y ponerla en práctica es la manera más fecunda de evangelizar.

María nos enseña a hacerlo: escuchar, meditar, servir, actuar. Ella no predicó con discursos, sino con gestos de ternura, con la fidelidad del silencio, con la constancia del amor.


Oración final

Virgen María, fuente de esperanza y madre del Evangelio vivo,
enséñanos a escuchar como tú, a creer como tú, a amar como tú.
Haznos discípulos misioneros del Hijo que llevaste en tu corazón,
para que, en este Año Jubilar, seamos torrentes de vida
que fecunden la tierra sedienta de tu pueblo.

Amén. 🌹

 

3

 

Escuchar, guardar y vivir: el secreto de una vida verdaderamente bienaventurada


1. Una voz en medio del pueblo

El Evangelio de hoy nos regala una escena sencilla, pero luminosa:
Mientras Jesús hablaba a la multitud, una mujer del pueblo, conmovida por su palabra, alzó la voz y exclamó:

“¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron!”

Era una forma popular de expresar admiración. Esa mujer intuía que había algo divino en Jesús; sentía que aquel Maestro no hablaba como los demás, sino con autoridad y ternura. Pero Jesús, con delicadeza, conduce esa emoción hacia un nivel más profundo:

“Dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la guardan.”

Así, el Señor redefine el concepto de bienaventuranza. No basta con reconocer su grandeza o sentir admiración; la verdadera felicidad nace del encuentro personal con Él, de escuchar su Palabra viva y ponerla en práctica.


2. Escuchar al Dios que habla hoy

Escuchar la Palabra no es solo leer la Biblia o conocer los mandamientos. Escuchar significa abrir el corazón y dejar que Dios nos hable en lo más íntimo.
La Palabra de Dios no es un texto antiguo, sino una voz viva, una presencia que nos interpela, consuela y transforma.

Jesús es la Palabra hecha carne; cuando lo escuchamos, escuchamos al mismo Dios. Y cuando oramos, no hablamos al vacío: dialogamos con Alguien que nos conoce, que nos ama y que espera nuestra respuesta.
Por eso, la fe no consiste en saber muchas cosas, sino en reconocer una voz.

El discípulo que escucha con atención el Evangelio, lo descubre actuando en su historia cotidiana: en la persona que sufre, en el pobre que pide ayuda, en la familia que necesita reconciliación, en la comunidad que busca sentido. Allí habla Dios.


3. Guardar la Palabra: el arte del corazón creyente

Pero Jesús añade algo más: no basta escuchar; hay que guardar la Palabra.
Guardar no significa solo memorizarla, sino custodiarla con amor, dejar que se convierta en criterio de vida, en luz para nuestras decisiones.

La Virgen María es el modelo perfecto de esta actitud. El Evangelio repite dos veces que ella “guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”.
No comprendía todo, pero confiaba. No tenía respuestas para todo, pero seguía creyendo.
Su corazón era como una tierra buena donde la semilla de la Palabra daba fruto abundante.

Así también nosotros debemos aprender a “guardar” la voz de Dios, especialmente cuando su voluntad nos desconcierta o nos cuesta.
Escuchar y guardar es el camino de la madurez espiritual; es el secreto de los santos.


4. Vivir la Palabra: la misión del discípulo

La tercera dimensión del Evangelio de hoy es la acción: vivir lo que se escucha.
Escuchar y guardar la Palabra solo cobran sentido cuando se traducen en obras concretas de amor.
La Palabra no se nos da para admirarla, sino para encarnarla.

Aquí resuena el ejemplo de San Juan XXIII, el Papa bueno, cuya memoria celebramos hoy.
Él escuchó la voz del Espíritu que le pedía abrir las ventanas de la Iglesia para que entrara aire nuevo.
Convocó el Concilio Vaticano II con humildad y valentía, confiando más en la providencia que en los cálculos humanos.
Su oración constante y su confianza sencilla en la acción de Dios nos enseñan que la obediencia interior al Espíritu es la clave de toda renovación.

Como María, él fue un hombre de paz, de misericordia y de esperanza. Su lema pastoral podría resumirse así: “Escuchar a Dios, guardar su voluntad, vivir con bondad.”


5. Peregrinos de la esperanza

En este Año Jubilar, el Papa León XIV nos invita a redescubrir nuestra identidad de peregrinos de la esperanza.
Y esta esperanza nace precisamente de la escucha y la fidelidad a la Palabra.
El mundo ofrece muchas voces: la del consumismo, la del egoísmo, la de la desesperanza. Pero solo una voz trae paz verdadera: la voz del Señor que nos llama cada día a seguirlo con alegría.

Cuando no escuchamos su voz, la vida se llena de confusión. Pero cuando prestamos atención, todo se ordena.
Escuchar y guardar la Palabra nos libra del ruido interior, del miedo y de la superficialidad.
Nos convierte en creyentes sólidos, capaces de irradiar serenidad, como María en Nazaret y como Juan XXIII en Roma.


6. El Rosario: escuela de escucha y contemplación

En este mes de octubre, mes del Rosario y de las Misiones, tenemos un camino concreto para vivir el Evangelio de hoy.
El Rosario nos enseña precisamente eso: escuchar, guardar y contemplar los misterios de Cristo con los ojos de María.
Cada Ave María es una respiración del alma, una repetición amorosa que nos sintoniza con la Palabra viva.
Y cada misterio contemplado nos impulsa a la misión, a llevar a Jesús a los demás, como lo hizo María al visitar a Isabel.


7. Conclusión: la felicidad de los que escuchan

Queridos hermanos y hermanas:
Jesús nos revela hoy que la verdadera dicha no depende de lo que tenemos, sino de a quién escuchamos.
Quien escucha y vive la Palabra no teme el futuro, porque sabe en quién ha puesto su confianza.
María y Juan XXIII son testigos de esa dicha profunda, fruto de la fe y de la obediencia amorosa.

Escuchar, guardar y vivir: tres verbos sencillos que encierran la sabiduría del Evangelio.
Si los hacemos nuestros, descubriremos lo que significa ser verdaderamente bendecidos por el Señor.


Oración final

Señor Jesús, Palabra viva del Padre,
enséñanos a escucharte con el corazón,
a guardar tu voz en medio del ruido del mundo
y a vivirla con amor en cada gesto de servicio.

Virgen María, dichosa entre todas las mujeres,
acompáñanos en nuestro camino de fe,
para que aprendamos de ti el silencio, la fidelidad y la misión.

San Juan XXIII, Papa bueno y testigo de esperanza,
inspíranos tu bondad y tu confianza en el Espíritu,
para que seamos también instrumentos de renovación y paz.

Que este Año Jubilar nos encuentre vigilantes,
discípulos alegres que escuchan y guardan la Palabra,
para vivir siempre en la dicha de tu amor.

Amén. 🌹

 

***********

 

11 de octubre: San Juan XXIII, Papa — Memoria opcional

1881–1963
Patrono de los delegados papales
Canonizado por el Papa Francisco el 27 de abril de 2014

 


Cita:

“Desde que el Señor me eligió, indigno como soy, para este gran servicio, siento que ya no tengo lazos especiales en esta vida: ni familia, ni patria ni nación terrenal, ni preferencias particulares en cuanto a estudios o proyectos, incluso los buenos.
Ahora, más que nunca, me veo únicamente como el humilde e indigno ‘siervo de Dios y siervo de los siervos de Dios’.
El mundo entero es mi familia.
Este sentido de pertenecer a todos debe dar carácter y vigor a mi mente, mi corazón y mis acciones.”
~San Juan XXIII, entrada de su diario


Reflexión:

Angelo Giuseppe Roncalli nació en Sotto il Monte, un pequeño pueblo de la provincia de Bérgamo, Italia.
Provenía de una familia materialmente pobre, pero espiritualmente rica: campesinos arrendatarios que trabajaban en viñedos y maizales, y que también criaban ganado.
Era el cuarto de trece hijos.

Desde niño recibió una excelente educación de parte del párroco de su aldea.
Fue confirmado a los ocho años y recibió su Primera Comunión un mes y medio después.
A los once años ingresó al seminario menor de Bérgamo, donde cursó ocho años de formación. Durante ese tiempo también se unió a la Orden Franciscana Seglar.

A los catorce años comenzó a escribir un diario espiritual que conservaría toda su vida y que se publicaría tras su muerte.
En una de sus anotaciones, a los dieciocho años, escribió:

“Y tú, oh Dios… abriste mis ojos a esta luz que irradia a mi alrededor; tú me creaste.
Así que tú eres mi Maestro y yo soy tu criatura.
No soy nada sin ti, y por ti soy todo lo que soy.
Nada puedo sin ti; en verdad, si en cada instante no me sostuvieras, volvería al lugar de donde vine: la nada.”

A los diecinueve años, debido a su talento y potencial para los estudios superiores y la ordenación sacerdotal, recibió una beca para estudiar en el Seminario Romano del Apolinario, en Roma.
Poco después de llegar, su hermano fue reclutado para el servicio militar. Como su familia lo necesitaba en casa, Angelo se ofreció voluntario para reemplazarlo y sirvió durante un año.
Al regresar a Roma completó sus estudios teológicos, obtuvo un doctorado en teología, y fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1904.
El año siguiente concluyó también sus estudios en derecho canónico.

En 1905, el padre Roncalli fue nombrado secretario del obispo de Bérgamo y profesor de historia y patrística en el seminario diocesano.
Desempeñó estos oficios durante diez años, colaborando con el obispo en numerosas tareas: participó en un sínodo diocesano, ayudó a editar el periódico La Vita Diocesana, organizó peregrinaciones y promovió obras sociales, campo que apasionaba a su obispo.

En 1910, recibió además la responsabilidad pastoral de Acción Católica, movimiento que buscaba involucrar a los laicos en las necesidades sociales y eclesiales del momento.
A los diez años de sacerdocio, escribió en su diario:

“Mi pensamiento dominante, al cumplir con gozo diez años de sacerdocio, es este: no me pertenezco ni a mí mismo ni a los demás; pertenezco a mi Señor, para la vida y para la muerte.
La dignidad del sacerdocio, los diez años llenos de gracias que Él ha derramado sobre mí, una criatura tan pobre y humilde… todo esto me convence de que debo aplastar mi ego y dedicar todas mis energías, sin reserva, a trabajar por el Reino de Jesús en la mente y el corazón de los hombres.”

En 1915, un año después del inicio de la Primera Guerra Mundial, el padre Roncalli fue reclutado por el ejército italiano, primero como médico auxiliar y luego como capellán militar.
Al terminar su servicio en 1918, regresó a Bérgamo, donde fundó un albergue para estudiantes, continuó enseñando en el seminario y ejerció como capellán y director espiritual.

En 1921, su vida pasó del servicio a la Iglesia local al servicio de la Iglesia universal.
El Papa Benedicto XV lo llamó a Roma y lo nombró presidente para Italia del Consejo Central de la Obra Pontificia para la Propagación de la Fe.
En ese cargo realizó numerosas visitas pastorales a las diócesis italianas, promoviendo la conciencia misionera.

En 1925, el Papa Pío XI lo nombró obispo y visitador apostólico en Bulgaria.
Eligió como lema episcopal las palabras “Obediencia y Paz” (Oboedientia et Pax), que sintetizaron todo su ministerio posterior.

Tras nueve años en Bulgaria, fue designado delegado apostólico en Turquía y Grecia, donde no solo atendió a las comunidades católicas, sino que mantuvo diálogo constante con musulmanes y cristianos ortodoxos.
Durante la Segunda Guerra Mundial, se preocupó especialmente por el destino de los judíos perseguidos. Según diversos testimonios, ayudó personalmente a varios miles de ellos a escapar del Holocausto, entregándoles certificados de bautismo falsos y visados para llegar a Palestina.
Por estas acciones, el Estado de Israel lo reconoció en 2011, otorgándole el título de “Justo entre las Naciones”.

En 1944, pocos meses después de la liberación de Francia del dominio nazi, el Papa Pío XII lo nombró nuncio apostólico en Francia, donde trabajó por la atención pastoral de los prisioneros liberados y en la reconstrucción del país tras cuatro años de ocupación.
Su amor por el sacerdocio brilló de manera especial en ese tiempo: alentaba a los fieles, fortalecía la fe del clero y sembraba esperanza en medio de las heridas de la guerra.
Permaneció en Francia nueve años. En 1953 fue creado cardenal y nombrado patriarca de Venecia, una de las sedes más prestigiosas de la Iglesia.
A los setenta y un años, el cardenal Roncalli se volcó por completo en la pastoral veneciana, convencido de que allí concluiría sus días.

Sin embargo, al morir el Papa Pío XII en 1958, Roncalli fue elegido sucesor a los setenta y siete años, adoptando el nombre de Juan XXIII, en honor a su padre Giovanni.
Pronto se ganó el corazón del mundo como “el Papa bueno”, por su humildad, cercanía y calidez pastoral.

Su corazón de pastor lo llevó a visitar enfermos y prisioneros; su formación diplomática le permitió mirar el mundo como una sola familia; y su valentía lo condujo a impulsar profundos cambios en la Iglesia y en el mundo.

Durante los cuatro años y medio de su pontificado, Juan XXIII publicó ocho encíclicas, entre ellas dos especialmente notables:

  • Mater et Magistra (Madre y Maestra), sobre el papel de la Iglesia en el progreso social en un contexto de rápidos cambios tecnológicos y crecientes desigualdades.
  • Pacem in Terris (Paz en la Tierra), sobre la dignidad humana, los derechos y deberes de los pueblos y naciones, y la construcción de la paz mundial.

También convocó el primer Sínodo de la Diócesis de Roma y comenzó la revisión del Código de Derecho Canónico.

Pero su gesto más audaz fue el Concilio Vaticano II.
El 25 de enero de 1959, apenas tres meses después de su elección, durante una visita pastoral a la Basílica de San Pablo Extramuros, anunció la convocatoria del vigésimo tercer Concilio Ecuménico, que transformaría para siempre el rostro de la Iglesia.
En 1962, escribió en su diario:

“Después de tres años de preparación, ciertamente laboriosa pero también gozosa y serena, nos encontramos ahora en las laderas de la montaña sagrada.
¡Que el Señor nos dé fuerza para llevarlo todo a buen término!”

Aunque el Papa Juan XXIII murió antes de la conclusión del Concilio, su corazón pastoral y su fe valiente fueron la chispa que encendió la renovación eclesial más profunda del siglo XX.
Algunos han discutido los frutos posteriores del Concilio, pero nadie duda de que este Papa de corazón manso y visión profética fue instrumento del Espíritu Santo.

Fue canonizado en 2014 por el Papa Francisco, el mismo día en que fue canonizado San Juan Pablo II.
Muchos han visto en este gesto un signo profético: Juan XXIII abrió el Concilio; Juan Pablo II lo llevó a plenitud.


Reflexión final

Al honrar a este santo pastor de la Iglesia universal, admiramos cómo Dios puede obrar maravillas a través de un hombre sencillo, humilde y pobre.
La Iglesia, guiada por Cristo, continúa siendo conducida por el Espíritu Santo a través del Sucesor de Pedro.
Aunque los papas, como todos los hombres, sean frágiles, la gracia de Dios siempre basta donde abunda la debilidad.

Oremos hoy por el Papa, don permanente de Dios para la Iglesia de nuestro tiempo.


Oración

San Juan XXIII, tú que naciste en la humildad, fuiste formado en la fe,
respondiste con docilidad a la gracia de Dios y fuiste instrumento de su poder,
intercede por mí, para que permanezca siempre fiel a la voluntad divina
y permita que Él me use según sus designios.

San Juan XXIII, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.

 

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11 de octubre del 2025: sábado de la vigesimoséptima semana del tiempo ordinario-I-San Juan XXIII, papa

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