jueves, 28 de diciembre de 2017

28 de diciembre del 2017: Los Santos Inocentes

(Mateo 2, 13-18) Hoy, aún, como al día siguiente de la Natividad de Jesús, niños inocentes son arrancados violentamente del amor de sus padres y sus seres queridos. Oh Emanuel, Oh príncipe de la paz, sálvanos de tanto odio, de tanta violencia, de tanta maldad!





Introducción

La celebración de hoy nos sorprende y conmociona al verificar que el nacimiento de Cristo no supuso que todo era paz y alegría. La venida de Jesús fue el principio de una lucha-a-muerte entre los poderes del mal y el reino de la luz, una lucha que tendría su climax en la pasión y muerte del mismo Jesús. Herodes representa aquí las fuerzas del mal. Con frecuencia, incluso niños inocentes son víctimas de esta enemistad.
La historia de los Santos Inocentes puede muy bien ser una ilustración teológica de Mateo sobre este formidable choque entre el bien y el mal, que comenzó con el nacimiento de Jesús. Con frecuencia los inocentes tienen que sufrir a causa de tanto mal en el mundo, causado desgraciadamente por seres humanos.
San Juan nos dice en la primera lectura que el primer pecado es pensar que uno no tiene pecados, que uno no peca.


Reflexión:

 Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros. Pero, si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia.

Es una creencia que se extiende cada vez más, que se hace popular en nuestros días…Muchas personas, incluidos cristianos, hermanos nuestros, asiduos a la IGlesia, y a la misa, piensan que no tienen pecado y por eso argumentan no tienen necesidad de confesarse…Y le dicen a uno "yo no mato, yo no robo, para qué confesarse?" como si el pecado sólo se redujera a matar y a robar literalmente…No piensan que también con frecuencia matamos con las palabras, con la indiferencia, con el desprecio…Que en ocasiones no robamos cosas materiales, sino también le robamos el tiempo al amor, a las obras de caridad, a Dios.
San Juan nos dice que la luz de Dios es tan inmensa, tan iluminadora, tan brillante que ella impide a nuestros pequeños rincones sombríos de nuestra vida, quedarse en la oscuridad. No hay ningún ser humano sin faltas, que no tenga pecado. Reconocer su falta es algo liberador y el perdón de Dios nos ahce justos.
En el Salmo con el autor sagrado, hemos confesado que si tenemos nuestra confianza en Dios, no habrá ningún obstáculo por el que podamos caer, ni ninguna trampa que nos atrape para siempre. La fe, confianza en el Señor nos permite siempre levantarnos a pesar de nuestros pecados, nuestros fracasos y nuestras caídas.

 En el Evangelio de hoy, vemos el Tercer testimonio a favor del Niño que nos ha nacido: Los santos Inocentes.  Los niños cruelmente degollados en Belén por orden de Herodes, porque teme que el Rey de los judíos que ha nacido -según le han dicho los magos- le arrebate el trono. ¡De qué crueldades es capaz el ser humano para lograr o conservar algunos privilegios, triunfos, ganancias! Hoy recordemos ante el Señor a tantos niños inocentes que, en estos tiempos, son maltratados, pasan hambre, son explotados en trabajos inhumanos. Sobre todo, a los masacrados en guerras crueles, promovidas por intereses egoístas y bastardos. Y por los no nacidos, víctimas del aborto. Y pidamos al Señor, que cambie, el corazón de los “herodes” de hoy; que se respeten los derechos de los niños en todas partes; que cese el dolor de tantas madres que ven, impotentes, la muerte o el sufrimiento de sus hijos; que en el corazón de los gobernantes -y en el de todos los hombres-  se instale  el Amor y la Paz de la Navidad.

Hoy, en el evangelio, vemos que el Dios encarnado empieza a ser perseguido tempranamente. Con este relatado el evangelista nos recuerda el destino martirial del recién nacido. Pero aún no era “su hora”, y el ángel del Señor avisa a José: "Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto… José se levantó, cogió al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto.” Y el Dios recién nacido –como nuevo Israel- tiene que marchar con su familia a Egipto, asumiendo la realidad dolorosa del emigrante, que deja su patria y marcha a un país extraño, como tantos  pobres o perseguidos de nuestro tiempo...  Más tarde llegará “su hora”, y entonces no huirá, sino que –ante el desconcierto de sus discípulos-  irá al encuentro de los que le buscan para matarlo: “Yo soy”, les dirá. ¿Cuál es nuestra actitud frente a los sufrimientos, las contradicciones e incomprensiones, que se presentan en nuestra vida de seguidores de este Dios encarnado perseguido? Señor, que esté presto a hacer siempre lo que en cada momento me pidas, por costoso que me sea.


3.      Herodes mata por miedo a perder su trono. ¿No tenemos nosotros nuestros “tronos”, que queremos conservar, y para los que en Cristo vemos una amenaza? Pidamos al Señor que nos haga ver cuáles son esos “tronos” que tanto tememos perder. Y que no recelemos nunca del Señor; que veamos claro que no viene a quitarnos nada, sino a ponernos en nuestro verdadero “trono de hijos de Dios”. Señor, Niño de Belén, míranos con amor: deshiela con el fuego de tu mirada amorosa este corazón nuestro, a veces,  tan frío, tan egoísta, tan receloso de tu amor. Míranos, Niño que eres el Amor. Y hoy que “los mártires inocentes proclaman tu gloria, no de palabra, sino con su muerte, concédenos, por su intercesión, que nosotros testimoniemos con nuestra vida la fe que confesamos con la palabra”. (oración Colecta de la misa).



Intenciones

Para que todos los seres humanos, pero especialmente los niños, se vean libres de sufrimiento, malnutrición y maltrato, roguemos a Dios nuestro Padre misericordioso.

Para que los niños no sean víctimas de padres poco cariñosos, que no los quieren y los abandonan, mientras ellos se separan el uno del otro, roguemos al Señor.

Para que todos los niños tengan padres cariñosos que les ayuden a crecer hacia una rica y madura adultez, roguemos al Señor.




Referencias:

totona.com

ciudadredonda.org

prionseneglise.ca

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