4 de agosto del 2021: miércoles de la decimoctava semana del tiempo ordinario- San Juan María Vianey
(Números
13, 1-2a.25-14, 1.26-29.34-35) No seamos como este pueblo testarudo,
incapaces de ver a Dios actuar en su vida diaria. Esforcémonos hoy por
reconocer su presencia que se manifiesta en un ser querido, en un
acontecimiento inesperado o en lo más profundo de nuestro corazón.
Primera lectura
Lectura del libro de los Números
(13,1-2.25–14,1.26-30.34-35):
En aquellos días, el Señor dijo a Moisés en el desierto de Farán: «Envía
gente a explorar el país de Canaán, que yo voy a entregar a los israelitas:
envía uno de cada tribu, y que todos sean jefes.»
Al cabo de cuarenta días volvieron de explorar el país; y se presentaron a
Moisés, a Aarón y a toda la comunidad israelita, en el desierto de Farán, en
Cadés. Presentaron su informe a toda la comunidad y les enseñaron los frutos
del país.
Y les contaron: «Hemos entrado en el país adonde nos enviaste; es una tierra
que mana leche y miel; aquí tenéis sus frutos. Pero el pueblo que habita el
país es poderoso, tienen grandes ciudades fortificadas (hemos visto allí hijos
de Anac). Amalec vive en la región del desierto, los hititas, jebuseos y
amorreos viven en la montaña, los cananeos junto al mar y junto al Jordán.»
Caleb hizo callar al pueblo ante Moisés y dijo: «Tenemos que subir y
apoderarnos de esa tierra, porque podemos con ella.»
Pero los que habían subido con él replicaron: «No podemos atacar al pueblo,
porque es más fuerte que nosotros.»
Y desacreditaban la tierra que habían explorado delante de los israelitas: «La
tierra que hemos cruzado y explorado es una tierra que devora a sus habitantes;
el pueblo que hemos visto en ella es de gran estatura. Hemos visto allí
gigantes, hijos de Anac: parecíamos saltamontes a su lado, y así nos veían
ellos.»
Entonces toda la comunidad empezó a dar gritos, y el pueblo lloró toda la
noche.
El Señor dijo a Moisés y Aarón: «¿Hasta cuándo seguirá esta comunidad malvada
protestando contra mí? He oído a los israelitas protestar de mí. Pues diles:
"Por mi vida –oráculo del Señor–, que os haré lo que me habéis dicho en la
cara; en este desierto caerán vuestros cadáveres, y de todo vuestro censo,
contando de veinte años para arriba, los que protestasteis contra mí no
entraréis en la tierra donde juré que os establecería. Sólo exceptúo a Josué,
hijo de Nun, y a Caleb, hijo de Jefoné. Contando los días que explorasteis la
tierra, cuarenta días, cargaréis con vuestra culpa un año por cada día,
cuarenta años. Para que sepáis lo que es desobedecerme. Yo, el Señor, juro que
trataré así a esa comunidad perversa que se ha amotinado contra mí: en este
desierto se consumirán y en él morirán.»
Palabra de Dios
Salmo
Sal 105,6-7a.13-14.21-22.23
R/. Acuérdate
de mí, Señor, por amor a tu pueblo
Hemos pecado con nuestros padres,
hemos cometido maldades e iniquidades.
Nuestros padres en Egipto
no comprendieron tus maravillas. R/.
Bien pronto olvidaron sus obras,
y no se fiaron de sus planes:
ardían de avidez en el desierto
y tentaron a Dios en la estepa. R/.
Se olvidaron de Dios, su salvador,
que había hecho prodigios en Egipto,
maravillas en el país de Cam,
portentos junto al mar Rojo. R/.
Dios hablaba ya de aniquilarlos;
pero Moisés, su elegido,
se puso en la brecha frente a él,
para apartar su cólera del exterminio. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo
(15,21-28):
En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón.
Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a
gritarle: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio
muy malo.»
Él no le respondió nada.
Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás
gritando.»
Él les contestó: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.»
Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió: «Señor, socórreme.»
Él le contestó: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos.»
Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las
migajas que caen de la mesa de los amos.»
Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.»
En aquel momento quedó curada su hija.
Palabra del Señor
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En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y
Sidón.
Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a
gritarle: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio
muy malo.»
Él no le respondió nada.
El distrito de Tiro y Sidón era territorio no judío. Se decía
que la gente de allí era descendiente de Caín, el hijo de Adán y Eva, quien
mató a su hermano, Abel, y fue desterrado. Él y sus descendientes se
establecieron en el área de Tiro y Sidón y no eran herederos de la fe dada a
través de Abraham, Moisés y los profetas, lo que los hacía gentiles. Jesús
y sus discípulos viajaron unas 40 millas a pie hasta este distrito desde Galilea
para huir de Herodes y los fariseos que buscaban matarlo. Mientras estaba
allí, Jesús tenía la intención de mantener un perfil bajo, pero se corrió la
voz de su presencia, y esta mujer cananea se acercó a él para rogarle que
sanara a su hija.
Al principio, sorprende que Jesús permaneciera en silencio. Ella
se acercó a Él con profunda fe y confianza, y Él no le respondió al principio. Sus
discípulos querían que ella dejara de molestarlos, y Jesús mismo finalmente
respondió a ella diciendo que Su misión durante Su ministerio público era con
las “ovejas perdidas de la casa de Israel”, es decir, con los judíos. Por
supuesto, más tarde Jesús ampliaría Su misión confiada a los Apóstoles para
incluir a los gentiles. Pero al principio, la misión de Jesús fue para los
descendientes de Abraham.
Al leer esta historia hoy, está claro que fue por la providencia
de Dios que esta mujer vino a Jesús como lo hizo. El Padre la atrajo hacia
Él, y Jesús participó en este discurso, no para ser grosero o despectivo, sino
para permitirle manifestar una fe que claramente faltaba en la vida de muchos.
En nuestras vidas, a veces Dios parece silencioso. Pero si Él
guarda silencio, debemos saber que es por una buena razón. Dios nunca nos
ignora; más bien, Su silencio es una forma de acercarnos aún más a Él
mismo que si fuera inmediatamente “alto y claro”, por así decirlo. El
silencio de Dios no es necesariamente una señal de su desagrado. A menudo
es una señal de su acción purificadora que nos lleva a una manifestación mucho
más plena de nuestra fe.
En cuanto a la mujer gentil, a diferencia de muchos judíos,
manifestó fe en el hecho de que Jesús era el Mesías. Esto es evidente
cuando ella lo llamó "Hijo de David". Su confianza en la
capacidad de Jesús para sanar a su hija se expresó en palabras muy simples y
claras. No necesitaba presentarse a sí misma como digna de Su ayuda,
porque su confianza en Él era todo lo que necesitaba. Además, perseveró en
su oración. Primero, Jesús guarda silencio. Entonces, sus discípulos
tratan de despedirla. Y luego, Jesús da la apariencia de rechazar su
pedido. Todo esto resulta no en su desánimo, sino en perseverancia y
esperanza. Y esa esperanza también fue extraordinariamente humilde. La
meta de Jesús de permitirle profundizar su fe y manifestarla para que todos la
vean se cumplió.
Reflexione hoy sobre las cualidades de la oración de esta mujer. Trate
de imitarla reconociendo primero la verdad de Quién es Jesús. Él es el
Mesías, el Hijo de David, el Salvador del Mundo, Dios Encarnado y mucho más. Recordar
la verdadera identidad de Jesús es una manera maravillosa de comenzar a orar. A
partir de ahí, haga su oración simple, clara y humilde. No presente sus
deseos, presente sus necesidades.
¿Qué
necesita del Salvador del mundo? Por supuesto, Dios sabe lo que
necesitamos más que nosotros, pero pedir es un acto de confianza, así que hágalo. Por
último, persevere. No se desanime en la oración. Sea ferviente,
implacable e inquebrantable. Humíllese ante el omnipotente poder y
misericordia de Dios y hágalo sin cesar y Dios siempre responderá su oración de
acuerdo con Su santa voluntad.
Mi Señor Salvador, Tú eres verdaderamente el Mesías, el Hijo de
David, el Hijo de Dios. Tú y solo Tú mereces todo honor, gloria y
alabanza. A medida que llegue a conocerte tal como eres, lléname con una
profunda confianza y una fe inquebrantable en ti. Que pueda perseverar en
todas las cosas y nunca dejar de poner toda mi esperanza en ti. Jesús, en
Ti confío.
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