31 de agosto del 2020: lunes de la vigésima segunda semana del tiempo ordinario
(Lucas
4, 16-30) “El Espíritu del Señor está sobre mí”. Los auditores
de Jesús no ven en Él al Mesías prometido, sino a uno de los suyos, el hijo de
José. ¿Cómo habrían podido ellos imaginarse que Dios se haría tan cercano a ellos?
Hoy, todavía, Él se hace cercano a nosotros gracias al don del Espíritu que
habita en nuestros corazones.
Primera lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a
los Corintios (2,1-5):
Yo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.
Palabra de Dios
Yo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 118,97.98.99.100.101.102
R/. ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!
¡Cuánto amo tu voluntad!:
todo el día estoy meditando. R/.
Tu mandato me hace más sabio que mis enemigos,
siempre me acompaña. R/.
Soy más docto que todos mis maestros,
porque medito tus preceptos. R/.
Soy más sagaz que los ancianos,
porque cumplo tus leyes. R/.
Aparto mi pie de toda senda mala,
para guardar tu palabra. R/.
No me aparto de tus mandamientos,
porque tú me has instruido. R/.
R/. ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!
¡Cuánto amo tu voluntad!:
todo el día estoy meditando. R/.
Tu mandato me hace más sabio que mis enemigos,
siempre me acompaña. R/.
Soy más docto que todos mis maestros,
porque medito tus preceptos. R/.
Soy más sagaz que los ancianos,
porque cumplo tus leyes. R/.
Aparto mi pie de toda senda mala,
para guardar tu palabra. R/.
No me aparto de tus mandamientos,
porque tú me has instruido. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (4,16-30):
En aquel tiempo, fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor.»
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.»
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: «¿No es éste el hijo de José?»
Y Jesús les dijo: «Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.»
Y añadió: «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Elíseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.»
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
Palabra del Señor
En aquel tiempo, fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor.»
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.»
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: «¿No es éste el hijo de José?»
Y Jesús les dijo: «Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.»
Y añadió: «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Elíseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.»
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
Palabra del Señor
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1
El pasaje de la primera carta a los
Corintios que escuchamos hoy, nos hace ver que el Espíritu de Dios da fuerza al
mensaje y hace nacer la fe en aquellos que lo escuchan. Este poder de Dios se
expresa en todo aquello que parece lo más humillante e insoportable. Jesucristo
muerto sobre una cruz.
¿Para cuándo la felicidad,
la alegría?
¡El Evangelio que escuchamos hoy
nos dice que la felicidad es ya, es para hoy! Más que un programa, la Palabra
de Isaías que Jesús proclama, anuncia la realización de la promesa de Dios: un
mundo nuevo donde cada quien puede vivir feliz, la liberación y la dignidad
para los pobres y los excluidos (cfr. Isaías 61,12).
Esta alegría es posible desde
ya, ahora, en la vida de cualquiera que acoja a Cristo, el enviado de Dios.
Pero el proyecto de Dios de salvar a todos los pueblos, no gusta, es rechazado
por los auditores de Jesús. No tanto porque Jesús sea judío y sea uno de los
suyos y se identifique con el Mesías, sino porque esta Buena Noticia es para
compartirla con todos, judíos o no.
Oración:
Oh Dios, Padre de misericordia y amor:
Tú designas a tu Hijo para anunciarnos
que “hoy” es el tiempo de gracia.
Ojalá venga hoy su Espíritu sobre nosotros,
para que en la pobreza de nuestros corazones
sepamos oír el conmovedor mensaje de Jesús;
y para que, ciegos como somos, nos dé ojos de fe,
y nos libere de la cautividad
de nuestros miedos y de nuestro egoísmo.
Te lo pedimos en nombre de Jesús el Señor.
Tú designas a tu Hijo para anunciarnos
que “hoy” es el tiempo de gracia.
Ojalá venga hoy su Espíritu sobre nosotros,
para que en la pobreza de nuestros corazones
sepamos oír el conmovedor mensaje de Jesús;
y para que, ciegos como somos, nos dé ojos de fe,
y nos libere de la cautividad
de nuestros miedos y de nuestro egoísmo.
Te lo pedimos en nombre de Jesús el Señor.
2
Encontrarse con Cristo en los demàs
“«Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra"
¿Alguna vez has sentido que es más fácil hablar de Jesús con un
extraño que con los más cercanos a ti? ¿Por qué pasa eso? A veces es
difícil compartir la propia fe con las personas más cercanas, y puede ser aún
más difícil dejarse inspirar por la fe de alguien cercano a ti.
Jesús hace esta declaración después de que acababa de leer un pasaje
del profeta Isaías en presencia de sus parientes. Lo escucharon, al
principio quedaron algo impresionados, pero rápidamente llegaron a la
conclusión de que Él no era nada especial. Al final, se llenaron de furia
contra Jesús, lo expulsaron del pueblo y casi lo mataron en ese mismo momento. Pero
no era Su momento.
Si al Hijo de Dios le costó mucho ser aceptado como profeta por
sus propios parientes, a nosotros también nos costará mucho compartir el
Evangelio con las personas cercanas a nosotros. Pero lo que es mucho más
importante es que consideremos la forma en la que vemos o no a Cristo en
quienes están más cerca de nosotros.
¿Estamos entre los que se niegan a ver a Cristo presente en
nuestra familia y en aquellos quienes están cerca? ¿Tendemos, en cambio, a
ser críticos y ácidos con quienes nos rodean?
La verdad es que nos resulta mucho más fácil ver las faltas de los
más cercanos que su virtud. Es mucho más fácil ver sus pecados que la
presencia de Dios en sus vidas. Pero no es nuestro trabajo enfocarnos en
su pecado. Es nuestro trabajo ver a Dios en ellos.
Todas y cada una de las personas de las que estemos cerca tendrán,
sin duda, bondad en ellas. Reflejarán la presencia de Dios si estamos
dispuestos a ver eso. Nuestro objetivo debe ser no solo verlo, sino
buscarlo. Y cuanto más cerca estemos de ellas, más debemos enfocarnos en
la presencia de Dios en sus vidas.
Reflexiona hoy sobre si estás o no dispuesto a aceptar la voz
profética de Cristo en las personas que te rodean. ¿Estás dispuesto a
verlo, reconocerlo y amarlo en ellas? Si no, te identificarás con las
palabras que Jesús profiere hoy, reprochando a sus paisanos.
Señor, que te vea en todos aquellos con
quienes me relaciono todos los días. Que pueda buscarte constantemente en
sus vidas. Y cuando te descubra, que te ame en ellos. Jesús, en Ti
confío.
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