15 de octubre del 2020: Santa Teresa de Jesús, Doctora de la Iglesia
(Mateo 11,25-30) Jesús
invita a todos los abatidos, a las personas agobiadas por los mecanismos de
exclusión social y religiosa, y les propone llevar otro yugo, otra carga: el
yugo de la libertad, que exige al mismo tiempo humildad, y mansedumbre, es
decir, honestidad personal y capacidad de diálogo y tolerancia.
Primera lectura
Lectura del libro del Eclesiástico (15,1-6):
El que teme al Señor obrará así, observando la ley, alcanzará la sabiduría.
Ella le saldrá al encuentro como una madre y lo recibirá como la esposa de la
juventud; lo alimentará con pan de sensatez y le dará a beber agua de
prudencia; apoyado en ella no vacilará y confiado en ella no fracasará; lo
ensalzará sobre sus compañeros, para que abra la boca en la asamblea; lo llena
de sabiduría e inteligencia, lo cubre con vestidos de gloria; alcanzará gozo y
alegría, le dará un nombre perdurable.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 88,2-3.6-7.8-9.16-17.18-19
R/. Contaré
tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré
Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: «Tu misericordia es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad. R/.
El cielo proclama tus maravillas, Señor,
y tu fidelidad, en la asamblea de los ángeles.
¿Quién sobre las nubes se compara a Dios?
¿Quién como el Señor entre los seres divinos? R/.
Dios es temible en el consejo de los ángeles,
es grande y terrible para toda su corte.
Señor de los ejércitos, ¿quién como tú?
El poder y la fidelidad te rodean. R/.
Dichoso el pueblo que sabe aclamarte:
caminará, oh Señor, a la luz de tu rostro;
tu nombre es su gozo cada día,
tu justicia es su orgullo. R/.
Porque tú eres su honor y su fuerza,
y con tu favor realzas nuestro poder.
Porque el Señor es nuestro escudo,
y el Santo de Israel nuestro rey. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo
(11,25-30):
En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y
tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has
revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo
ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce
al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí
todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo
y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro
descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»
Palabra del Señor
1
Esta corta plegaria se lee también en Lc 10,21,
como reacción espontánea y jubilosa de Jesús ante el resultado de la misión de
los apóstoles: los pobres e ignorantes han recibido el anuncio y la realidad
del reinado de Dios.
En el mismo contexto la transcribe Mateo. Es la
oración mesiánica de Jesús ante la revelación sorprendente de Dios a los
desheredados de este mundo. En una sociedad donde el prestigio era una forma de
poder y de seguridad económica, la ignorancia era considerada no sólo como
ausencia de conocimiento, sino como una marca sobre las personas que carecían
de instrucción o enseñanza.
Ya en la época de Jesús, algunos grupos
consideraban “malditos” a los que no conocían la ley en profundidad. Jesús
denuncia esa falsa religiosidad. La salvación no depende de una mayor o menor
pericia en la compleja interpretación bíblica, sino en la capacidad para captar
el paso de Dios en la historia y de la disponibilidad para aceptar el llamado
de Dios.
Junto con la Transfiguración, éste es uno de los
momentos culminantes del evangelio. Un gozo exultante, fruto de su experiencia
de Dios como Padre, infundido por el Espíritu, se expresa en esta confesión.
Jesús se transfigura e irradia luz de revelación,
abriendo lo más íntimo de su espiritualidad: la predilección del Padre, su
sentimiento filial y la misión que de Él ha recibido.
Jesús invita a todos los abatidos, a las personas
agobiadas por los mecanismos de exclusión social y religiosa, y les propone
llevar otro yugo, otra carga: el yugo de la libertad, que exige al mismo tiempo
humildad, y mansedumbre, es decir, honestidad personal y capacidad de diálogo y
tolerancia.
El que envía con autoridad a sus seguidores a una
tarea que aparentemente excede toda capacidad humana es el único capaz de hacer
que esa carga y ese yugo se transforme en experiencia de júbilo, indescriptible
al ver cómo el reinado de Dios se va haciendo realidad entre los pobres y los
sencillos, el mismo júbilo que invadió a Jesús.
Esta importante oración de Jesús contiene tres
afirmaciones fundamentales:
1. sólo
el Hijo es capaz de revelar el verdadero rostro del Padre;
2. la
revelación del Padre se abre a los pequeños y se cierra a los sabios,
3. todos
los que están cansados y oprimidos pueden encontrar en Cristo alivio. La
afirmación central es la primera; las otras dos le sirven de marco y expresan
su contenido.
Santa Teresa de Jesús
Santa Teresa de Jesús fue una monja,
fundadora de la Orden de Carmelitas Descalzos, mística y escritora española.
También es conocida como santa Teresa de Ávila. Fundó 17 conventos por toda
España y dejó una obra literaria importante a lo largo de su vida. Fue la
primera mujer Doctora de la Iglesia Católica.
Fundadora del
Carmelo Teresiano
«Era esta santa de mediana estatura,
antes grande que pequeña. Tuvo en su mocedad fama de muy hermosa, y hasta su
última edad mostraba serlo. Era su rostro no nada común, sino
extraordinario..., daba gran contento mirarla y oírla porque era muy apacible y
graciosa en todas sus palabras y acciones... Era en todo perfecta...» (María de
San José Salazar, compañera de viajes y caminos, en Libro de
Recreaciones). «Fémina inquieta y andariega... enseñando como maestra
contra lo que San Pablo enseñó mandando que las mujeres no enseñasen» (El
nuncio Felipe Sega, en 1577).
Ella, por su parte, se presenta con
ansias de hacer el bien y consciente de su «pobreza» e impotencia. En 1562,
ante el reto de la fundación de San José en Ávila: «Y como me vi mujer y ruin e
imposibilitada de aprovechar en lo que quisiera en el servicio del Señor, y
toda mi ansia era, y aún es, que pues tiene tantos enemigos y tan pocos amigos,
que éstos fueran buenos, determiné hacer eso poquito que era en mí» (Camino1,
2). Con ánimo y esperanza. En 1567, ante el reto de iniciar el grupo de varones
que sigan el estilo de las monjas: «Hela aquí una pobre monja descalza, sin
ayuda de ninguna posibilidad para ponerlo por obra. El ánimo no desfallecía ni
la esperanza, que, pues el Señor había dado lo uno, daría lo otro» (Fundaciones2,
6).
En su misión de educar a sus monjas -y
a sus lectores- en el camino espiritual -el de la oración-, Teresa se presenta
como mujer de experiencia. Ella comunica «lo que el Señor me ha dado por
experiencia» (Vida10, 9: 22,6) -«no diré cosa que no lo haya experimentado
mucho» (Vida18, 8). Conocimiento experiencial muy distinto de otros
tipos de acercarse a la verdad: «Esto visto por experiencia es otro negocio que
sólo pensarlo o creerlo» (Camino6, 3). Una vida, llena de experiencia
humana y divina, que convierte su palabra en testimonio y mensaje.
- En Ávila de los Caballeros. Niñez y juventud
Teresa de Jesús nace el 28 de marzo de
1515 en la ciudad de Ávila, hija de Alonso Sánchez de Cepeda y de Beatriz de
Ahumada. Recordando a sus cincuenta años su niñez, nos ofrece algunos rasgos
del hogar en el que vivió veinte años. Abre el libro de su vida con palabras
sobre sus padres: «El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara, si
yo no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía para ser buena... Era mi
padre hombre de mucha caridad con los pobres... De mucha verdad». «Mi madre era
de grandísima honestidad, muy apacible y de harto entendimiento» (Vida1,
1).
Familia numerosa. «Éramos tres hermanas
y nueve hermanos». Y un gran número de criados. Teresa se recuerda a sí misma
como la más querida en ese grupo. Fue un buen comienzo para una vida en que el
amor, la amistad, iba ser el eje de sus relaciones con Dios y con los demás.
Era un hogar en que se favorecía la lectura, y se fomentaba la piedad. Don
Alonso procuraba «buenos libros de romance para que leyesen sus hijos», Doña
Beatriz cuidaba los rezos y «en ponernos en ser devotos de nuestra Señora y de
algunos santos».
Todo ello ayudó a la niña Teresa a
tener un despertar precoz a las cosas del espíritu. A los seis-siete años, la
lectura del Flos Sanctorum, en compañía de su hermano Rodrigo, poco
mayor que ella y muy querido, despertó en ellos el deseo del martirio que
sufrieron algunas santas -«parecíame compraban muy barato el ir a gozar de Dios
y deseaba yo mucho morir así»-. Proyectaron ambos la fuga a una tierra fabulosa
de moros «pidiendo por amor de Dios, para que allá nos descabezasen». Al no
poder realizar sus sueños, jugaban a «ser ermitaños». Y allí, impresionados por
el «pena y gloria para siempre, gustábamos de decir muchas veces: ¡para
siempre, siempre, siempre!». No era una experiencia baladí: «En pronunciar esto
mucho rato era el Señor servido me quedase en esta niñez imprimido el camino de
la verdad!» (Vida 1, 4). [...]
Velaban por ella su padre y su hermana
mayor, María de Cepeda. Al casarse ésta a mediados de 1531, don Alonso,
pensando en la educación y en la protección de Teresa, joven agraciada de 16
años, la lleva de interna al convento-colegio de las agustinas de Gracia en el
mismo Ávila (Vida2, 6). Cambio brusco, que Teresa aceptó contrariada.
Pero recobró pronto la alegría y el rumbo espiritual, al contacto de personas
sinceras y centradas en Dios, y de buenas lecturas. La primera persona fue la
monja doña María Briceño, que estaba al cargo de las doncellas. Con su ejemplo,
empezó a tener oración, contacto con el Evangelio, y «más amistad a ser monja-
(Vida3, 2).
Al cabo de año y medio, cae enferma, y
tiene que dejar el internado. En su convalecencia, pasa una temporada corta en
la sierra, en Gotarrendura —refugio en los inviernos— con su tío don Pedro
Sánchez, hombre espiritual y amigo de «buenos libros de romance». Encuentro
providencial. «Con la fuerza que hacían en mi corazón las palabras de Dios, así
leídas como oídas, y la buena compañía, vine a ir entendiendo la verdad de
cuando niña, de que no era todo nada, y la vanidad del mundo y cómo acababa en
breve...» (Vida3, 5).
Comienza entonces a pensar seriamente
en su vocación, y se decanta por entrar carmelita en la Encarnación. Para
realizar su deseo, debió apoyarse en la fuerza de voluntad, que era mucha. La
lectura de las «Epístolas de San Jerónimo» le dio ánimos para notificar su
decisión a su padre. Don Alonso, cada vez más unido a su hija, convertida a sus
18 años en una despierta ama de casa, se opuso decididamente a su ingreso (Vida3,
7). Así dos años, hasta el 2 de noviembre de 1535, en que, «muy de mañana»,
haciéndose «una gran fuerza» —cuando salí de casa de mi padre no creo será más
el sentimiento cuando me muera—, la joven Teresa huye de su casa, y entra en el
convento de la Encarnación (Vida4, 1).
- Monja carmelita en la encarnación y en camino
de oración
El monasterio de la Encarnación,
extramuros de la ciudad de Ávila, será el centro de su vida durante 37 años,
con breves salidas y estancias fuera, por enfermedad o por atender personas o
negocios. [...]
Lo importante para ella y para su
misión en el futuro fue la vida del Espíritu, el mundo interior en el que
Dios-Cristo era el protagonista. Dentro de la vocación general en la Orden del
Carmen, Teresa comienza a sentir una llamada cada vez más fuerte a la vida
interior, una vocación personal a un trato íntimo con Dios. Inicia sin darse
cuenta el largo camino de la oración, con experiencias múltiples de encuentro
amoroso con el Señor, que le convertirán en la gran maestra de la experiencia
de Dios. Al año de profesión, en el otoño de 1538, cae enferma de gravedad. En
busca de curación pasa el invierno en Hortigosa con su tío don Pedro y en Castellanos
de la Cañada con su hermana María. [...]
Trasladada a casa de su padre, sufre en
agosto de 1539 un grave colapso de cuatro días. Sin dar señales de vida, con
riesgo de ser enterrada, tragedia que evitó su padre. Siguieron tres años en
estado casi paralítico en la enfermería. Hasta 1542, en que se siente curada
gracias a San José, curación que la convierte en apóstol del glorioso patriarca
(Vida6, 5-8). Durante todo ese tiempo, se mantiene fiel al compromiso
personal de oración silenciosa. Una hora a solas con el Señor. Ella elige un
camino: representar a Cristo, tenerle a Cristo presente: «Procuraba lo más que
podía traer a jesucristo, nuestro bien y señor, dentro de mí presente, y ésta
era mi oración» (Vida4, 7).
El bien que sentía como fruto de esta
oración personal era muy grande. Se interesó por que otras personas entraran en
ese camino. Uno de ellos fue su mismo padre y algunas monjas del convento (Vida
7, 10). Y algunos seglares. Es el inicio de un magisterio sobre la praxis
oracional, que llegará más tarde en plenitud. Un magisterio, que se suspende
por unos años. Los años de crisis de oración de Teresa, que era crisis en esa
vida de amistad totalizante con el Señor. Visitas con excesiva frecuencia en el
locutorio, justificadas con color de agradecimiento a veces, rompían
excesivamente el recogimiento que la llamada a la intimidad del Señor requería.
Ellas traen la sequedad, la falta de gusto. Hasta la sensación de infidelidad a
la llamada del Señor. Ello le llevó a dejar la oración particular durante un
año por el año 1543, pareciéndole «era mejor andar como los muchos». Fue la más
peligrosa decisión —«el más terible engaño»: dejar la oración (Vida7,
1).
Aconsejada por el dominico Vicente
Barón, Teresa reanuda la práctica de la oración. No la abandonará ya más, a
pesar de las dificultades, dudas y aprietos que sufre durante una decena de
años hasta el momento del encuentro transformador con el Señor en la Cuaresma
de 1554. La crisis le ayudó a descubrir el verdadero rostro de Dios —cercano y
generoso, que busca nuestra amistad, que sabe sufrir a un alma, que sabe
esperar— y de ello Teresa se presenta como testigo: «Fíe de la bondad cíe Dios,
que es mayor que todos los males que podemos hacer..., y miren lo que ha hecho
conmigo, que primero me cansé de ofenderle que su Majestad de perdonarme. Nunca
se cansa de dar ni se pueden agotar sus misericordias; no nos cansemos nosotros
de recibir» (Vida19, 15). [...]
- Convertida y preparada por el señor para su
misión
Es la doble actitud para abrirse a la
conversión evangélica. Al encuentro con Jesús, el Salvador. Eso es lo que
experimentó Teresa en 1554 ante la imagen de un Cristo muy llagado. «Arrojeme
cabe él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese
ya de una vez para no ofenderle... Paréceme le dije entonces que no me había de
levantar de allí hasta que [él] hiciese lo que le suplicaba» (Vida9, 3).
En efecto, comenzó a experimentar un cambio profundo en su vida. Ella se siente
convertida, salvada por el Señor. La lectura de las Confesiones de San Agustín
le ayuda a comprender el misterio de Dios actuando en ella. [...]
- San José de Ávila: perfección evangélica por
la Iglesia (1562)
En 1560, se abre la etapa final, de su
misión carismática y apostólica, en la vida de Teresa. Tiene 45 años. Gracias
de horizontes apostólicos sacuden su espíritu, ofreciéndole la motivación más
poderosa para lanzarse hacia la santidad: vivir para el otro. La primera llega
con la «visión del infierno» (Vida32, 1-9). La liberó de sí misma y le
hizo sentir una preocupación penosa por la salvación de los demás: «Las muchas
almas que se pierden, así de herejes, como de moros; aunque las que más le
lastiman son las de los cristianos« (MoradasV, 2, 11). Desde ese momento,
está dispuesta a sufrir mil muertes «por salvar una sola alma de tan gravísimos
tormentos. (Vida32, 6). Toma la decisión de hacer ella algo en esa tarea
de salvar almas. Y «pensé que lo primero era seguir el llamamiento que su
Majestad me había hecho a religión, guardando mi regla con la mayor perfección
que pudiese» (Vida32, 9).
Esa determinación le lleva a buscar un
estilo nuevo de vida, y en un contexto nuevo. A iniciar una comunidad nueva. Le
lleva a fundar. En ese proceso fundacional, recibe la ayuda externa, iluminando
el camino a seguir: la referencia de María de Ocampo a «ser monjas a manera de
las Descalzas» (Vida32, 10), la profundización del espíritu de la regla
respecto a la pobreza, por mediación de María de Jesús Yepes (Vida35,
2), el consejo de consejeros espirituales, entre ellos Pedro de Alcántara.
Simultánea a ese estímulo exterior, tiene lugar la intervención íntima del
Señor, que le ordena inicie la fundación: él le acompañará (Vida32, 11).
Nace un carisma nuevo en la Iglesia. [...]
En la dimensión humana, Teresa, desde
su experiencia de la comunidad de la Encarnación y desde su vivencia espiritual
en clave de oración amorosa, crea algo nuevo dentro del modelo de comunidad
religiosa. Se decanta por una comunidad pequeña, que facilite un clima de
fraternidad, Un estilo de vida de «hermandad, caracterizado por la sencillez e
igualdad en el trato, una fuerte comunicación interpersonal de amistad» (Camino4,
7), cultivando las cualidades humanas y tratando de ser afables, agradables y
conversables (Camino41, 7). El ritmo de vida que ella crea incluye
momentos y espacios de soledad externa e interna dentro del monasterio, que les
hacen sentirse «ermitañas» en sus celdas (Camino13, 6), y a la vez, en
equilibrio admirable, tiempos dedicados al trabajo y a la recreación.
Teresa educa a vivir aspectos de vida,
al parecer opuestos, hermanándolos con naturalidad. Comunidades centradas en la
oración, pero fundadas a la vez en la virtud: «Torno a decir, que para esto es
menester no poner vuestro fundamento sólo en rezar y contemplar; porque, si no
procuráis virtud y hay ejercicio de ellas, siempre os quedaréis enanas» (MoradasVII,
4, 9). Austeridad de vida sí, dado que «regalo y oración no se compadecen» (Camino4,
2), pero controlando al «rigor en las penitencias»: «Entienda, mi padre
[Ambrosio Mariano], que yo soy amiga de apretar mucho en las virtudes, mas no
en el rigor, como lo verán por estas nuestras casas» (Carta a Ambrosio Mariano
del 12-12-1576). La clave está en el amor, que es camino y meta: «Entendamos,
hijas mías, que la perfección verdadera es amor de Dios y del prójimo, y
mientras con más perfección guardáramos estos dos mandamientos, seremos más
perfectas. Toda nuestra regla y constituciones no sirven de otra cosa sino de
medios para guardar esto con más perfección (Moradas1, 2, 17). Como
directrices concretas para asegurar esa calidad de vida y de comunidad orante y
apostólica. Teresa indica «tres cosas»: el amor unas con otras, el desasimiento
de todo lo criado, y verdadera humildad (Camino4, 4).
Así vive Teresa durante cuatro años
(1562-1566), los «más felices de su vida», en la pequeña comunidad de San José
(Fundaciones1,6). Una nueva gracia apostólica le abre en 1566 al mundo
de las misiones. Su visión apostólica, que hasta ese momento parecía
concentrarse en el marco de herejes, moros y cristianos, se extiende a la
totalidad del misterio de la Iglesia y del mundo, con apertura a la geografía
más allá de la cristiandad, al mundo misionero. La ocasión y fecha del cambio
es el encuentro, a finales del verano de 1566, con el franciscano Alonso
Maldonado, misionero que llegaba de México. Las palabras de fuego de Maldonado
presentan ante sus ojos un panorama nuevo para ella. Tierras conquistadas, pero
no evangelizadas. Se produce una sacudida interna muy fuerte en Teresa. De
nuevo brotan en su espíritu deseos inmensos de hacer algo, con oraciones y
lágrimas. Es la obra «que más aprecia el Señor», y por tanto más deseable que
la gracia del «martirio» (Fundaciones1, 7).
- Madre de una familia religiosa de mujeres y
varones (1567)
La respuesta a sus deseos y oraciones
le llega con la visita a Ávila, en la primavera de 1567, del general de la
orden, padre Juan Bautista Rubeo. El general recibió una impresión inmejorable
de la comunidad de San José, comprendió sus aspiraciones apostólicas y decidió
apoyar la manera de vivir, implantada por la santa. Un reto comprometedor
aparece ante los ojos de la madre: multiplicar pequeños conventos, como el de
San José, y asociar a su obra a comunidades de frailes, con el mismo estilo de
hermandad y finalidad apostólica. El 27 de abril de 1567, Rubeo extendía
patentes para que Teresa pudiera fundar monasterios de monjas en Castilla. El
10 de agosto de 1567, el general otorgaba licencia para la fundación de dos
casas de frailes con iglesias en Castilla, en la línea que apuntaba la monja de
Ávila. Nace una familia religiosa en la Iglesia, que con «su oración e
industria» se emplee en llevar a Cristo a las almas que no le conocen (Fundaciones1,7).
Teresa, a sus 52 años, se pone en
marcha por los caminos de España. Bajo su impulso fueron naciendo los carmelos
femeninos, hasta llegar a diecisiete con la apertura del último en Burgos en
1582. Ella tomó la iniciativa de buscar candidatos varones para el Carmelo
masculino. Los dos primeros serían el prior de Medina, Antonio de Heredia, de
57 años, y el joven misacantano Juan de Santo Matía, que luego se llamaría Juan
de la Cruz. De 25 años, Juan de la Cruz sería iniciado personalmente en el
nuevo estilo de vida por Teresa misma, muy interesada de que el joven religioso
llevase «bien entendidas todas las cosas (Fundaciones13, 5). Él, maestro
insigne espiritual, se convertirá en el cofundador del Carmelo Teresiano. La
primera comunidad de varones —de tres religiosos— se abre en la pequeña aldea
de Duruelo el 28 de noviembre de 1568.
Teresa desarrolla una actividad
extraordinaria, sintiéndose responsable del caminar de todo el grupo, de las
monjas y de los frailes. Con enfermedades en el cuerpo, relacionándose con
naturalidad con personas de todas las clases sociales, luchando contra
prejuicios del momento sobre la mujer —la lectura de la Biblia y oración mental
no son para mujeres, ni menos el liderar una empresa espiritual de varones—.
Mantiene simultáneamente una vida interior de oración intensa, experimentando
que Dios se comunica por muchos caminos y que «en la misma enfermedad y
ocasiones es la verdadera oración, cuando es alma que ama» (Vida7, 12) y
en medio de las ocupaciones —«entre los pucheros anda el Señor» y no sólo en
los rincones (Fundaciones5, 5, 8, 16). Esa vivencia de Dios, presente en
su interior y en toda su actividad fundacional, le hace repetir que la nueva
familia es «obra suya». «De todas cuantas maneras lo queráis mirar, entenderéis
ser obra suya» (Fundaciones27, 12).
El ritmo creciente de fundaciones hizo
que Roma decidiera la erección de una provincia independiente para los
descalzos y descalzas, dentro de la Orden del Carmen. La decisión de Roma se
ejecutó en el capítulo provincial de Alcalá, celebrado en marzo de 1581. Se
promulgaron Constituciones para Descalzos y Descalzas, y se nombraron
superiores propios, con el padre Jerónimo Gracián, como primer provincial.
Teresa vio abrirse con ello una etapa de paz entre calzados y descalzos y de
ilusionadas perspectivas para el futuro. Es el momento en que la madre
fundadora lanza un gran mensaje para todos, frailes y monjas. Para el próximo
futuro, una invitación urgente: «Por eso, hermanos y hermanas mías, prisa a
servir al Señor» (Fundaciones29, 32). Y para todo el devenir de la
historia, unas consignas que van a resonar siglo tras siglo en los oídos de sus
hijas e hijos: enraizados en el pasado: «Pongan siempre los ojos en la casta de
donde venimos, de aquellos santos Profetas»; y en camino de renovación
continua: «Ahora comenzamos y procuren ir comenzando siempre de bien en mejor»
(Ibídem29, 32).
Un año y medio más tarde, finalizada la
fundación de Burgos y después del gozo de ver a sus hijos, los frailes, partir
como misioneros al Congo, Teresa llega a su fin. En Alba de Formes, en actitud
humilde y confiada, invocando la misericordia del Señor; con gratitud en su
alma por algo central en su vida: «Gracias, Señor, soy de la Iglesia» y con el
deseo del encuentro cara a cara con el Señor: «Hora es ya, Esposo mío, de que
nos veamos.
Muere avanzada la tarde del 4 de
octubre de 1582. El día siguiente, debido a la reforma gregoriana del
calendario, será 15 de octubre.
- La santa, madre y maestra en el tercer milenio
Los santos no mueren; rebasan su tiempo
y se perpetúan. Más si se trata de alguien, como Teresa, que ha vivido
profundamente el misterio de Dios y del hombre, que ha sabido expresarlo en
palabras limpias y claras, y que ha vivido por los otros: la iglesia, el mundo.
Muchos la veneraban, aún en vida, como «madre» y «maestra».
A los seis años de su muerte, en 1588,
fray Luis de León edita sus obras fundamentales, Vida, Camino y Moradas,
quedando para comienzos del siglo siguiente el libro de las Fundaciones. La
Iglesia reconoce muy pronto oficialmente su santidad de vida —el ejercicio de virtudes
evangélicas en grado excepcional—. Pablo V la beatifica el 24 de abril de 1614,
y Gregorio XV la canoniza el 12 de marzo de 1622. Llegan pronto los patronazgos
sobre colectivos humanos, desde el patronato de España en 1617 y de la
archidiócesis de México en 1618, hasta el patronazgo sobre los escritores
católicos españoles concedido por Pablo VI en 1965.
Lo característico y fundamental en
Santa Teresa después de la muerte es la universalidad de su magisterio
espiritual, y el dinamismo inspirador del testimonio de su vida y de su palabra
escrita. Es la «madre de los espirituales», el título que Filippo Valle cincela
en la estatua de Santa Teresa de la basílica de San Pedro. Es la «mensajera del
Señor» —Regis Superni nuntia—, como comienzan a cantar en el siglo XVII.
Rebasa, por tanto, plenamente los límites de la familia religiosa. Es
iniciadora de un verdadero movimiento espiritual: hombres y mujeres que, desde
Dios y desde Cristo, intentan seguir el camino espiritual, hermanando la
oración, como trato de amistad, y el servicio al hombre.
Maestra en la Iglesia. Una realidad de
siempre. Si la Iglesia no confirmaba el hecho declárandola «doctora», era por
algo extrínseco: el hecho de tratarse de una mujer. El empalme de Teresa con
dos mujeres —Teresa de Lisieux y Teresa Benedicta (Edith Stein)—,
evangelizadoras de nuestro tiempo, ayudará a liberarse del prejuicio. La futura
patrona de las misiones confiesa: «Una carmelita que no fuera apóstol se
alejaría de la meta de su vocación y dejaría de ser hija de la seráfica Santa
Teresa que deseaba dar mil vidas para salvar una sola alma» (Carta a Maurice
Belliére, 21-10-1896). Edith Stein, leyendo en 1921 la «Vida», se expone al
misterio del encuentro de Dios y del hombre en la vivencia teresiana y llega a
la fe: «Aquí está la verdad».
Pablo VI da el paso final. El 27 de
septiembre de 1970 la declara Doctora de la Iglesia. Y ya en nuestros días, al
comienzo del tercer milenio, invitando Juan Pablo II a caminar desde Cristo
hacia la santidad y en oración, presenta a Teresa, como testigo, junto con San
Juan de la Cruz, de que la vocación final humana, la «unión con Dios» por amor,
es posible para todos (6 de enero de 2001: Novo Millennio ineunte, 33). Es lo
que santa Teresa buscó, gozó y anunció en su vida, y lo que continua anunciando
en sus escritos. [...]
Camilo Maccise
Superior general de los carmelitas descalzos
Texto tomado
de: Martínez Puche, José A. (director),
Colección Nuevo Año Cristiano de EDIBESA.
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