Santo del día:
Santos Ponciano, papa, e Hipólito, presbítero ,
mártires
Ambos vivieron en el siglo III
y, a pesar de las diferencias que en algún momento los separaron, la
persecución los unió en la misma fe y en el mismo destino: el martirio por
Cristo. Su testimonio nos recuerda que la unidad y el perdón son caminos que
fortalecen a la Iglesia. Que su intercesión nos ayude a vivir con valentía y amor
nuestra fe, especialmente en este Año Jubilar, como verdaderos peregrinos de la
esperanza.
Los santos Ponciano
e Hipólito
fueron martirizados hacia el año 235.
Ocurrió durante la persecución del emperador Maximino el Tracio,
cuando ambos fueron deportados a las minas de Cerdeña, donde murieron a causa
de los malos tratos y el trabajo forzado.
Cara a cara
(Mateo 18, 15-20) Muy a
menudo, criticamos a las personas que nos han hecho daño en su ausencia, en
lugar de ir a verlas, cara a cara, para hacerles un reproche. Sin embargo,
Jesús nos dice cuán vital es este paso para sus discípulos. La posibilidad
ofrecida al hermano de pedir perdón compromete no solo su salvación personal,
sino también la verdad de las relaciones comunitarias. Estos vínculos
evangélicos son la garantía de la presencia de Jesús.
Nicolas Tarralle, prêtre
assomptionniste
Primera
lectura
Allí murió
Moisés como había dispuesto el Señor, y no surgió otro profeta como él
Lectura del libro del Deuteronomio.
EN aquellos días, Moisés subió de la estepa de Moab al monte Nebo, a la cima
del Pisgá, frente a Jericó; y el Señor le mostró toda la tierra: Galaad hasta
Dan, todo Neftalí, el territorio de Efraín y de Manasés, y todo el territorio
de Judá hasta el mar occidental, el Negueb y la comarca del valle de Jericó (la
ciudad de las palmeras) hasta Soar; y le dijo:
«Esta es la tierra que prometí con juramento a Abrahán, a Isaac y a Jacob,
diciéndoles: “Se la daré a tu descendencia”. Te la he hecho ver con tus propios
ojos, pero no entrarás en ella».
Y allí murió Moisés, siervo del Señor, en el territorio de Moab, como había
dispuesto el Señor.
Lo enterraron en el valle de Moab, frente a Bet Peor; y hasta el día de hoy
nadie ha conocido el lugar de su tumba.
Moisés murió a la edad de ciento veinte años: no había perdido vista ni había
decaído su vigor. Los hijos de Israel lloraron a Moisés en la estepa de Moab
durante treinta días, hasta que terminó el tiempo del duelo por Moisés.
Josué hijo de Nun estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés le
había impuesto las manos, los hijos de Israel lo obedecieron e hicieron como el
Señor había mandado a Moisés.
No surgió en Israel otro profeta como Moisés, con quien el Señor trataba cara a
cara; ni semejante a él en los signos y prodigios que el Señor le envió a hacer
en Egipto contra el faraón, su corte y su país; ni en la mano poderosa, en los
terribles portentos que obró Moisés en presencia de todo Israel.
Palabra de Dios
Salmo
R. Bendito sea
Dios,
que me ha devuelto la vida.
V. Aclama al
Señor, tierra entera;
toquen en honor de su nombre,
canten himnos a su gloria.
Digan a Dios: «¡Qué temibles son tus obras!». R.
V. Vengan a
ver las obras de Dios,
sus temibles proezas en favor de los hombres.
Los que temen a Dios, vengan a escuchar,
les contaré lo que ha hecho conmigo:
a él gritó mi boca
y lo ensalzó mi lengua. R.
Aclamación
V. Dios
estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, y ha puesto en nosotros el
mensaje de la reconciliación. R.
Evangelio
Si te hace
caso, has salvado a tu hermano
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace
caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos,
para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no
les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la
comunidad, considéralo como un pagano o un publicano.
En verdad les digo que todo lo que aten en la tierra quedará atado en los
cielos, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en los cielos.
Les digo, además, que, si dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra para
pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres
están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».
Palabra del Señor.
Homilías
1
1. Introducción: Un momento de frontera
Queridos
hermanos y hermanas:
La Palabra de Dios de este día nos coloca en un
momento cargado de significado: Moisés, después de cuarenta años de camino,
llega al umbral de la tierra prometida. Desde lo alto del monte Nebo, contempla
lo que Dios le había prometido a Abraham y que él mismo, como servidor del
Señor, ha conducido a su pueblo a alcanzar. Sin embargo, Moisés no entrará. El
Señor le permite ver, pero no poseer. Es una escena que nos habla de humildad,
de obediencia y de saber que nuestra misión, aunque fecunda, no siempre la
veremos culminar según nuestros deseos.
Este es un punto crucial para nosotros en el Año
Jubilar: reconocer que somos peregrinos de la esperanza. Nuestro
papel no siempre es recoger el fruto, sino sembrar con fidelidad, confiando en
que Dios llevará a plenitud la obra comenzada.
2. Moisés: servidor y amigo de
Dios
El Deuteronomio nos presenta a Moisés como el más
grande de los profetas de Israel, aquel con quien Dios hablaba "cara a
cara". Su vida fue un testimonio de cercanía con Dios y de entrega al
pueblo. Él fue embajador ante el faraón, mediador en el desierto, intercesor
incansable.
Pero lo más hermoso es que la Escritura nos dice
que Dios mismo lo enterró. No fue un funeral de masas, sino un acto
íntimo, entre el Creador y su amigo. Esto nos recuerda que lo más importante en
nuestra vida no son los títulos, ni los logros visibles, sino la amistad con
Dios, esa relación única que nos sostiene en el desierto y nos da paz al final
del camino.
En el Jubileo, este detalle se convierte en una
invitación: ¿cómo está mi amistad con Dios? ¿Es cercana, de confianza, de
diálogo constante? Moisés nos enseña que ser "peregrino" no es solo
recorrer caminos geográficos, sino dejar que Dios recorra nuestro corazón.
3. El Evangelio: corregir con
amor y orar unidos
En el Evangelio, Jesús nos da un consejo que parece
simple, pero que requiere mucho coraje y humildad: si tu hermano peca, háblale
en privado. Es más fácil criticar a espaldas, acumular resentimiento o
etiquetar a los demás. Pero el camino cristiano es el del diálogo fraterno, de
la corrección en la verdad y la caridad.
Este proceso que Jesús describe —primero a solas,
luego con uno o dos testigos, y finalmente ante la comunidad— no es burocracia
eclesial, sino pedagogía del amor. Busca siempre ganar al hermano, no
condenarlo.
En este Año Jubilar, marcado por la palabra esperanza,
este pasaje nos recuerda que la comunión eclesial se construye con paciencia,
franqueza y oración. Jesús mismo asegura: "Donde dos o tres están
reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos". La unidad
orante es espacio privilegiado de la presencia del Resucitado.
4. Peregrinos que corrigen,
interceden y esperan
Un peregrino no camina solo. El Jubileo nos llama a
ser compañeros de camino, dispuestos a sostener, corregir y alentar a los
demás. La corrección fraterna es un acto de esperanza: creemos que el otro
puede cambiar, que Dios puede obrar en su vida.
Al igual que Moisés, que intercedía constantemente
por el pueblo, estamos llamados a orar los unos por los otros, especialmente
por quienes están más lejos, heridos o desorientados. La oración comunitaria
abre puertas que parecían cerradas, derriba muros invisibles y nos hace
testigos de la acción silenciosa de Dios.
5. Aplicación pastoral: el
Jubileo en nuestra vida
- A la
luz de Moisés:
reconozcamos que nuestra misión es servir, aunque no veamos todos los
frutos. En el Jubileo, sembremos esperanza allí donde estamos.
- A la
luz del Evangelio: vivamos la valentía de corregir con amor, evitando la
murmuración, y unámonos en oración para que Cristo esté realmente en medio
de nosotros.
- En
clave jubilar:
seamos comunidad que camina junta, que ora por las vocaciones, que anuncia
el Evangelio con alegría y que se sabe llamada a la tierra prometida
definitiva: el encuentro eterno con Dios.
6. Conclusión y oración
Queridos hermanos, hoy Moisés nos recuerda que la
fidelidad es más grande que el éxito visible, y Jesús nos muestra que la unidad
nace del amor que sabe corregir y orar. El Año Jubilar es una oportunidad para
volver al corazón de nuestra fe: caminar juntos hacia la meta, sosteniéndonos
en la esperanza.
Pidamos a la Virgen María, peregrina y madre,
que nos enseñe a mirar con confianza la tierra que Dios nos promete, a trabajar
con humildad, y a vivir como comunidad orante donde Cristo sea el centro.
Oración
final:
Virgen
María, Madre de la Esperanza, acompáñanos en este camino jubilar. Enséñanos a
servir como Moisés, a corregir con amor como tu Hijo nos enseñó, y a orar
juntos para que Cristo siempre esté en medio de nosotros. Haznos peregrinos
fieles que, paso a paso, avancemos hacia la tierra prometida del cielo. Amén.
2
1. Introducción: el valor del cara a cara
Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy, la Palabra de Dios nos coloca frente a dos
escenas que parecen distintas, pero que se iluminan mutuamente:
- En
la primera lectura, Moisés, después de haber guiado al pueblo durante
cuarenta años, se despide contemplando la tierra prometida desde el monte
Nebo. No entra en ella, pero sabe que su misión ha sido cumplida: servir
fielmente y mantener vivo el vínculo entre Dios y su pueblo.
- En
el Evangelio, Jesús nos enseña cómo cuidar esos vínculos en la comunidad:
no con chismes, resentimientos o silencios hirientes, sino con el valor
del diálogo cara a cara, de la corrección fraterna, y de la oración
compartida.
En este Año Jubilar "Peregrinos de la
Esperanza", ambas escenas nos invitan a vivir nuestra fe como un
camino de servicio humilde y relaciones verdaderas, que nos abran a la
presencia viva de Cristo en medio de nosotros.
2. Moisés: servidor fiel que mira
desde la cima
El Deuteronomio nos presenta a Moisés en uno de los
momentos más emotivos de su vida. Desde el monte Nebo, Dios le muestra la
amplitud de la tierra prometida: cada rincón, cada valle, cada región destinada
a las tribus de Israel. Es como si el Señor le dijera: "Moisés, lo que
soñamos juntos está aquí".
Sin embargo, Moisés no entrará. Su misión termina
en la frontera. Podría parecer un final triste, pero en realidad es una
coronación: Dios mismo lo entierra, como un amigo que honra a otro amigo.
Moisés no queda definido por lo que no alcanzó, sino por la fidelidad con la
que sirvió.
Aquí hay una enseñanza profunda para nosotros en el
Jubileo:
- No
siempre veremos los frutos de lo que hemos sembrado.
- Nuestra
tarea es ser fieles, aunque otros sean quienes cosechen.
- El
valor de nuestra vida se mide por la calidad de nuestro servicio, no por
el aplauso o el éxito visible.
3. El Evangelio: restaurar los
lazos rotos
En Mateo, Jesús nos habla de algo muy concreto y
muy humano: el conflicto entre hermanos. Cuando alguien nos hiere, la reacción
más fácil es comentarlo con otros, encerrarnos en la ofensa o buscar aliados
para confirmar nuestra versión. Pero Jesús nos propone otro camino: el cara
a cara.
Este encuentro directo no es para atacar ni para
humillar, sino para abrir una puerta al arrepentimiento y la reconciliación. El
objetivo no es "ganar la discusión", sino ganar al hermano.
- Primero,
a solas: en la discreción que protege la dignidad.
- Si
no escucha, con uno o dos testigos: para que haya transparencia y apoyo.
- Si
aún así no se corrige, presentarlo a la comunidad: no para condenar, sino
para buscar su bien.
Y Jesús concluye con una promesa inmensa:
"Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio
de ellos".
La comunión restaurada y la oración compartida son garantía de su presencia.
4. En clave jubilar: peregrinos
que construyen comunión
En este Año Jubilar, somos llamados a ser peregrinos
de la esperanza no solo en nuestro caminar hacia Dios, sino también en
nuestras relaciones humanas.
- Como
Moisés,
debemos aprender a dejar que otros continúen la obra que nosotros
iniciamos, confiando en la Providencia.
- Como
discípulos de Jesús, estamos invitados a ser constructores de comunión, evitando la
murmuración y practicando el diálogo fraterno.
- Como
comunidad orante,
hemos de reunirnos en su nombre, intercediendo por las vocaciones, por la
misión de la Iglesia y por los que sufren.
El Jubileo es tiempo para revisar nuestras relaciones,
sanar heridas, pedir perdón y abrirnos a la gracia que restaura.
5. Conclusión y oración
Queridos hermanos, la cima del monte Nebo y el
diálogo cara a cara se encuentran en un mismo horizonte: vivir fieles a Dios y a
los hermanos. Moisés nos enseña a confiar en el plan divino, aunque no lo
veamos completo. Jesús nos muestra que la verdadera victoria es la
reconciliación.
Pidamos a la Virgen María, Madre de la Esperanza,
que nos ayude a ser peregrinos que no teman mirar al otro a los ojos, tender la
mano y caminar juntos hacia la tierra prometida.
Oración
final:
Virgen de
la Esperanza, enséñanos la humildad de Moisés y la franqueza de Jesús. Haz que
nuestras palabras sanen y no hieran, que nuestra oración sea espacio de unidad,
y que en nuestras comunidades se sienta siempre la presencia viva de tu Hijo. Amén.
3
1. Introducción: la fuerza de la oración en común
Queridos
hermanos y hermanas:
En este día, la liturgia nos presenta dos textos
que parecen distantes en el tiempo pero que se unen en un mismo mensaje: la
fidelidad de Dios y el poder de la comunión.
- En
el Deuteronomio, vemos a Moisés en el monte Nebo, culminando su misión,
contemplando desde lo alto la tierra prometida.
- En
el Evangelio, escuchamos a Jesús invitándonos a la corrección fraterna y a
la oración comunitaria, con una promesa que nos llena de asombro: “Donde
dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.
En este Año Jubilar “Peregrinos de la Esperanza”,
estas palabras resuenan como un llamado a no caminar solos, a unir nuestras
voces en la oración y a buscar la presencia viva del Señor en medio de nuestras
relaciones y comunidades.
2. Moisés: un servidor que
sabe entregar la obra a Dios
El monte Nebo es un lugar cargado de simbolismo.
Moisés, después de cuarenta años guiando al pueblo, ve con sus propios ojos la
tierra prometida. No entra, pero contempla el cumplimiento de la promesa.
Esto nos enseña que la misión que Dios nos confía no siempre la concluimos
nosotros mismos: a veces sembramos para que otros recojan. Lo importante es ser
fieles en el tramo del camino que nos corresponde.
En el Jubileo, este gesto de Moisés nos recuerda
que somos peregrinos, no dueños del destino final. El fruto de nuestro servicio
pertenece a Dios y Él lo lleva a plenitud.
3. El Evangelio: cara a cara,
en comunión de oración
El pasaje de Mateo nos da dos enseñanzas unidas:
1. La corrección fraterna: Jesús nos
enseña a hablar directamente con el hermano que ha fallado, evitando la
murmuración. Es un camino de humildad y amor que busca recuperar, no perder, al
hermano.
2. La oración en común: Jesús
promete que cuando dos o más se ponen de acuerdo para orar en su nombre, el
Padre escucha y concede, porque esa oración está unida a la suya.
Aquí está la clave: no se trata de pedir lo que se
nos ocurra y esperar que suceda, sino de unir nuestra oración a la perfecta
oración de Jesús al Padre. Él, el Hijo amado, siempre es escuchado. Y cuando
oramos en comunión con Él, nuestra súplica participa de su misma eficacia.
4. Orar juntos en el Año
Jubilar
Este Jubileo nos recuerda que la Iglesia es una
comunidad peregrina, que avanza unida hacia la meta. Por eso, orar juntos no es
un acto opcional, sino una necesidad vital para vivir la fe.
- La Liturgia
es el lugar privilegiado donde se cumple esta promesa: en cada Eucaristía,
nuestra oración se une a la de Cristo que se ofrece al Padre.
- También
en nuestras oraciones comunitarias –rosarios, vigilias, encuentros de
grupos– podemos vivir esta unión con el Hijo, siempre que busquemos su
voluntad y no la nuestra.
- Orar
así nos transforma: nos convierte en constructores de unidad, testigos de
esperanza y sembradores de paz.
5. Condiciones para una oración
eficaz
El comentario que tomamos como referencia nos
recuerda que no toda oración es eficaz:
- Dios
no concede lo que contradice su plan de salvación.
- No
se responde una súplica si nosotros mismos no cooperamos con la gracia.
- No
prospera la oración movida por el rencor o el deseo de venganza.
- Tampoco
se fuerza la conversión de quien libremente se cierra a la gracia.
En cambio, toda oración unida a la de Cristo, en
búsqueda de conversión, perdón, misericordia y santidad, siempre es escuchada.
El Padre ofrece esa gracia; depende de nosotros acogerla.
6. Aplicación pastoral
En este día, la Palabra nos invita a:
- Orar
juntos: como comunidad, familia, grupo de amigos, uniendo nuestras
intenciones a la de Cristo.
- Buscar
la comunión: corregir con amor, perdonar de corazón, y mantener limpios
los lazos que nos unen.
- Valorar
la Liturgia: reconocer que en la Misa estamos en el acto más eficaz de
oración, porque es la oración de Cristo mismo.
7. Conclusión y oración
Moisés nos enseña a confiar en que la obra de Dios
se cumple aunque nosotros no la veamos entera. Jesús nos asegura que su
presencia viva habita allí donde dos o tres se reúnen en su nombre. El Año
Jubilar nos llama a vivir como peregrinos que caminan juntos, que corrigen con
amor y que oran con un mismo corazón.
Oración
final:
Señor
Jesús, haznos uno en tu oración al Padre. Que nuestras súplicas no busquen solo
nuestro interés, sino tu gloria y la salvación de todos. Danos un corazón
humilde para corregir y ser corregidos, y una fe viva para orar juntos como
familia tuya. Virgen María, Madre de la Esperanza, enséñanos a vivir en
comunión para que, unidos a tu Hijo, podamos alcanzar la tierra prometida del
Cielo. Amén.
13 de agosto:
Santos Ponciano, Papa, e Hipólito, Presbítero, Mártires — Memoria opcional
Desconocida – c. 235
San Hipólito — Patrono de los caballos
San Ponciano — Patrono de Carbonia y Montaldo Scarampi, Italia
Cita:
“Pero que cada uno de los fieles sea celoso, antes de comer cualquier otra
cosa, de recibir la Eucaristía; porque si alguien la recibe con fe, después de
tal recepción no podrá ser dañado, incluso si se le diera un veneno mortal.
Pero que cada uno se cuide de que ningún incrédulo pruebe la Eucaristía, ni un
ratón ni ningún otro animal, y que nada de ella caiga o se pierda; porque el
Cuerpo de Cristo ha de ser comido por los creyentes y no debe ser despreciado.
La copa, cuando hayas dado gracias en el nombre del Señor, la has aceptado como
imagen de la sangre de Cristo. Por lo tanto, que nada de ella se derrame, para
que ningún espíritu extraño la lama, como si la despreciaras; serás culpable de
la sangre, como si despreciaras el precio con el que has sido comprado.”
~De la Tradición Apostólica, por San Hipólito
Reflexión:
Después de que Jesús encomendó a los Apóstoles difundir el Evangelio hasta los
confines de la tierra, se cree que San Juan Evangelista convirtió a muchos,
entre ellos a San Policarpo, a quien ordenó obispo de Esmirna, en la actual
Turquía. San Ireneo se convirtió en discípulo de San Policarpo, y fue ordenado
primero presbítero y luego obispo en lo que hoy es Lyon, Francia. Se cree que
uno de los santos que hoy celebramos, Hipólito, fue influenciado por San
Ireneo, e incluso quizá fue su discípulo.
San Ireneo fue un fuerte opositor de las herejías
emergentes de su tiempo. Su famosa obra Contra las Herejías describe los
muchos errores de las primeras herejías, especialmente el gnosticismo. Ireneo
murió aproximadamente treinta y tres años antes que Hipólito, pero es muy
probable que sus caminos se cruzaran. Ambos compartieron la misión de erradicar
la herejía, y es probable que Hipólito fuera influenciado por el obispo Ireneo.
Una de las obras más conocidas de Hipólito se titula Philosophumena o Refutación
de todas las Herejías. En esta obra, al igual que Ireneo, refuta
sistemáticamente las herejías de su tiempo, particularmente el gnosticismo.
Impulsado por un exceso de celo, Hipólito entró en
conflicto con el papa San Ceferino y otros presbíteros en Roma, a quienes
consideraba demasiado indulgentes con ciertas herejías que afectaban a la
Iglesia, especialmente el modalismo, herejía que niega las distintas personas
de la Trinidad. Cuando el papa Ceferino murió y San Calixto fue elegido en 217,
Hipólito lo consideró demasiado tolerante y no estuvo de acuerdo con su enfoque
doctrinal para reconciliar a adúlteros y asesinos, que incluía legitimar lo que
Hipólito veía como matrimonios inválidos. También acusó al papa Calixto, como
antes a Ceferino, de modalismo. Esto llevó a Hipólito a separarse de la Iglesia
Católica y a declararse antipapa. El antipapa Hipólito continuó su cisma
durante los pontificados de los dos sucesores de Calixto: el papa Urbano (c.
223–230) y el papa Ponciano (230–235).
El pontificado de Ponciano estuvo marcado por su
lucha constante contra las herejías que azotaban la Iglesia. Luchó
especialmente contra las herejías relacionadas con la naturaleza de la
Santísima Trinidad. Ponciano es también conocido por su condena de las
enseñanzas del renombrado teólogo Orígenes. Entre las doctrinas condenadas de
Orígenes estaban la creencia en la preexistencia de las almas y la salvación
final de todos. Aunque Orígenes fue un importante teólogo de la Iglesia primitiva,
esta condena impidió que se le concediera formalmente el título de “santo”. El
papa Ponciano también tuvo que enfrentar el cisma en curso liderado por el
antipapa Hipólito durante todo su pontificado.
En el año 235, Maximino el Tracio tomó el poder con
el apoyo de su ejército y se convirtió en emperador romano. El emperador
Maximino ordenó inmediatamente el arresto y encarcelamiento de los líderes
cristianos. Entre los primeros arrestados estuvieron el papa Ponciano y el
antipapa Hipólito, quienes fueron enviados a trabajar en las duras condiciones
de las minas en la isla de Cerdeña.
Aunque su arresto pudiera parecer trágico, dio
frutos. En prisión, Hipólito se reconcilió con el papa Ponciano, poniendo fin a
una división que había durado unos dieciocho años. Incapaz de gobernar la
Iglesia desde la cárcel, Ponciano renunció a su cargo, convirtiéndose en el
primer papa en hacerlo. Las condiciones eran tan severas que ambos murieron a
causa de ellas, convirtiéndose así en mártires. El papa Antero sucedió a Ponciano,
pero murió en pocos meses. Después fue elegido el papa Fabián, quien gobernó la
Iglesia durante los siguientes catorce años.
Los cuerpos de Hipólito y Ponciano fueron devueltos
a Roma dentro del año siguiente a sus muertes por el papa Fabián. San Ponciano
fue sepultado en la cripta papal de las Catacumbas de Calixto, y San Hipólito
en un cementerio en la Vía Tiburtina. Con el tiempo, se erigió una basílica
sobre la tumba de San Hipólito, lo que indica la gran veneración que el pueblo
de Roma le tenía y la alegría por su reconciliación con la Iglesia.
Los santos Ponciano e Hipólito vivieron en una
época difícil para la Iglesia. Ambos fueron fervientes defensores de la
verdadera naturaleza de la Santísima Trinidad y murieron por su fe. Además de
su Philosophumena, San Hipólito nos dejó su Tradición Apostólica,
que ofrece una detallada descripción de los primeros ritos de ordenación, la
recepción de catecúmenos en la Iglesia y la celebración de la Eucaristía.
También escribió un comentario sobre el profeta Daniel y el Cantar de los
Cantares, un tratado sobre Cristo y el Anticristo basado en los libros de
Daniel y Apocalipsis, y varios sermones. Aunque San Ponciano no dejó escritos
conocidos, nos dejó el testimonio de su vida y muerte, su disposición a reconciliarse
con su rival y su valiente defensa de las verdaderas doctrinas de la Iglesia.
Al honrar hoy a estos dos santos antiguos,
recordemos que sus luchas no son tan diferentes de las nuestras. Aunque las
herejías y desafíos cambian con los siglos, también se repiten. Inspírate en el
valor y el celo de estos dos hombres, y pide la gracia de ser tan fiel al
Evangelio hoy como ellos lo fueron en su tiempo.
Oración:
Santos Ponciano e Hipólito, ambos sirvieron a la Iglesia en un tiempo
difícil, cuando la naturaleza de la Santísima Trinidad fue puesta en duda.
Defendieron la verdad y la enseñaron incansablemente. Por su fidelidad,
murieron por la fe, reconciliados con Dios y entre ustedes. Les ruego que oren
por mí, para que siempre busque la reconciliación, especialmente con otros
cristianos, y permanezca fiel a la única fe verdadera. Santos Ponciano e
Hipólito, rueguen por mí. Jesús, en Ti confío.
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