martes, 12 de agosto de 2025

13 de agosto del 2025: miércoles de la decimonovena semana del tiempo ordinario- I-

 

Santo del día:

Santos Ponciano, papa, e Hipólito, presbítero , mártires

Ambos vivieron en el siglo III y, a pesar de las diferencias que en algún momento los separaron, la persecución los unió en la misma fe y en el mismo destino: el martirio por Cristo. Su testimonio nos recuerda que la unidad y el perdón son caminos que fortalecen a la Iglesia. Que su intercesión nos ayude a vivir con valentía y amor nuestra fe, especialmente en este Año Jubilar, como verdaderos peregrinos de la esperanza.

Los santos Ponciano e Hipólito fueron martirizados hacia el año 235.
Ocurrió durante la persecución del emperador Maximino el Tracio, cuando ambos fueron deportados a las minas de Cerdeña, donde murieron a causa de los malos tratos y el trabajo forzado.



Cara a cara

(Mateo 18, 15-20) Muy a menudo, criticamos a las personas que nos han hecho daño en su ausencia, en lugar de ir a verlas, cara a cara, para hacerles un reproche. Sin embargo, Jesús nos dice cuán vital es este paso para sus discípulos. La posibilidad ofrecida al hermano de pedir perdón compromete no solo su salvación personal, sino también la verdad de las relaciones comunitarias. Estos vínculos evangélicos son la garantía de la presencia de Jesús.

Nicolas Tarralle, prêtre assomptionniste

 


Primera lectura

Dt 34,1-12
Allí murió Moisés como había dispuesto el Señor, y no surgió otro profeta como él

Lectura del libro del Deuteronomio.

EN aquellos días, Moisés subió de la estepa de Moab al monte Nebo, a la cima del Pisgá, frente a Jericó; y el Señor le mostró toda la tierra: Galaad hasta Dan, todo Neftalí, el territorio de Efraín y de Manasés, y todo el territorio de Judá hasta el mar occidental, el Negueb y la comarca del valle de Jericó (la ciudad de las palmeras) hasta Soar; y le dijo:
«Esta es la tierra que prometí con juramento a Abrahán, a Isaac y a Jacob, diciéndoles: “Se la daré a tu descendencia”. Te la he hecho ver con tus propios ojos, pero no entrarás en ella».
Y allí murió Moisés, siervo del Señor, en el territorio de Moab, como había dispuesto el Señor.
Lo enterraron en el valle de Moab, frente a Bet Peor; y hasta el día de hoy nadie ha conocido el lugar de su tumba.
Moisés murió a la edad de ciento veinte años: no había perdido vista ni había decaído su vigor. Los hijos de Israel lloraron a Moisés en la estepa de Moab durante treinta días, hasta que terminó el tiempo del duelo por Moisés.
Josué hijo de Nun estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés le había impuesto las manos, los hijos de Israel lo obedecieron e hicieron como el Señor había mandado a Moisés.
No surgió en Israel otro profeta como Moisés, con quien el Señor trataba cara a cara; ni semejante a él en los signos y prodigios que el Señor le envió a hacer en Egipto contra el faraón, su corte y su país; ni en la mano poderosa, en los terribles portentos que obró Moisés en presencia de todo Israel.

Palabra de Dios

 

Salmo

Sal 66(65),1-3a.5 y 8. 16-17 (R. cf. 20a y 9a) 

R. Bendito sea Dios,
que me ha devuelto la vida.


V. Aclama al Señor, tierra entera;
toquen en honor de su nombre,
canten himnos a su gloria.
Digan a Dios: «¡Qué temibles son tus obras!». 
R.

V. Vengan a ver las obras de Dios,
sus temibles proezas en favor de los hombres.
Los que temen a Dios, vengan a escuchar,
les contaré lo que ha hecho conmigo:
a él gritó mi boca
y lo ensalzó mi lengua
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación. R.

 

Evangelio

Mt 18,15-20

Si te hace caso, has salvado a tu hermano

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano.
En verdad les digo que todo lo que aten en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en los cielos.
Les digo, además, que, si dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».

Palabra del Señor.


Homilías


1


1. Introducción: Un momento de frontera

Queridos hermanos y hermanas:

La Palabra de Dios de este día nos coloca en un momento cargado de significado: Moisés, después de cuarenta años de camino, llega al umbral de la tierra prometida. Desde lo alto del monte Nebo, contempla lo que Dios le había prometido a Abraham y que él mismo, como servidor del Señor, ha conducido a su pueblo a alcanzar. Sin embargo, Moisés no entrará. El Señor le permite ver, pero no poseer. Es una escena que nos habla de humildad, de obediencia y de saber que nuestra misión, aunque fecunda, no siempre la veremos culminar según nuestros deseos.

Este es un punto crucial para nosotros en el Año Jubilar: reconocer que somos peregrinos de la esperanza. Nuestro papel no siempre es recoger el fruto, sino sembrar con fidelidad, confiando en que Dios llevará a plenitud la obra comenzada.


2. Moisés: servidor y amigo de Dios

El Deuteronomio nos presenta a Moisés como el más grande de los profetas de Israel, aquel con quien Dios hablaba "cara a cara". Su vida fue un testimonio de cercanía con Dios y de entrega al pueblo. Él fue embajador ante el faraón, mediador en el desierto, intercesor incansable.

Pero lo más hermoso es que la Escritura nos dice que Dios mismo lo enterró. No fue un funeral de masas, sino un acto íntimo, entre el Creador y su amigo. Esto nos recuerda que lo más importante en nuestra vida no son los títulos, ni los logros visibles, sino la amistad con Dios, esa relación única que nos sostiene en el desierto y nos da paz al final del camino.

En el Jubileo, este detalle se convierte en una invitación: ¿cómo está mi amistad con Dios? ¿Es cercana, de confianza, de diálogo constante? Moisés nos enseña que ser "peregrino" no es solo recorrer caminos geográficos, sino dejar que Dios recorra nuestro corazón.


3. El Evangelio: corregir con amor y orar unidos

En el Evangelio, Jesús nos da un consejo que parece simple, pero que requiere mucho coraje y humildad: si tu hermano peca, háblale en privado. Es más fácil criticar a espaldas, acumular resentimiento o etiquetar a los demás. Pero el camino cristiano es el del diálogo fraterno, de la corrección en la verdad y la caridad.

Este proceso que Jesús describe —primero a solas, luego con uno o dos testigos, y finalmente ante la comunidad— no es burocracia eclesial, sino pedagogía del amor. Busca siempre ganar al hermano, no condenarlo.

En este Año Jubilar, marcado por la palabra esperanza, este pasaje nos recuerda que la comunión eclesial se construye con paciencia, franqueza y oración. Jesús mismo asegura: "Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos". La unidad orante es espacio privilegiado de la presencia del Resucitado.


4. Peregrinos que corrigen, interceden y esperan

Un peregrino no camina solo. El Jubileo nos llama a ser compañeros de camino, dispuestos a sostener, corregir y alentar a los demás. La corrección fraterna es un acto de esperanza: creemos que el otro puede cambiar, que Dios puede obrar en su vida.

Al igual que Moisés, que intercedía constantemente por el pueblo, estamos llamados a orar los unos por los otros, especialmente por quienes están más lejos, heridos o desorientados. La oración comunitaria abre puertas que parecían cerradas, derriba muros invisibles y nos hace testigos de la acción silenciosa de Dios.


5. Aplicación pastoral: el Jubileo en nuestra vida

  • A la luz de Moisés: reconozcamos que nuestra misión es servir, aunque no veamos todos los frutos. En el Jubileo, sembremos esperanza allí donde estamos.
  • A la luz del Evangelio: vivamos la valentía de corregir con amor, evitando la murmuración, y unámonos en oración para que Cristo esté realmente en medio de nosotros.
  • En clave jubilar: seamos comunidad que camina junta, que ora por las vocaciones, que anuncia el Evangelio con alegría y que se sabe llamada a la tierra prometida definitiva: el encuentro eterno con Dios.

6. Conclusión y oración

Queridos hermanos, hoy Moisés nos recuerda que la fidelidad es más grande que el éxito visible, y Jesús nos muestra que la unidad nace del amor que sabe corregir y orar. El Año Jubilar es una oportunidad para volver al corazón de nuestra fe: caminar juntos hacia la meta, sosteniéndonos en la esperanza.

Pidamos a la Virgen María, peregrina y madre, que nos enseñe a mirar con confianza la tierra que Dios nos promete, a trabajar con humildad, y a vivir como comunidad orante donde Cristo sea el centro.

Oración final:

Virgen María, Madre de la Esperanza, acompáñanos en este camino jubilar. Enséñanos a servir como Moisés, a corregir con amor como tu Hijo nos enseñó, y a orar juntos para que Cristo siempre esté en medio de nosotros. Haznos peregrinos fieles que, paso a paso, avancemos hacia la tierra prometida del cielo. Amén.

 

2

 

1. Introducción: el valor del cara a cara

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, la Palabra de Dios nos coloca frente a dos escenas que parecen distintas, pero que se iluminan mutuamente:

  • En la primera lectura, Moisés, después de haber guiado al pueblo durante cuarenta años, se despide contemplando la tierra prometida desde el monte Nebo. No entra en ella, pero sabe que su misión ha sido cumplida: servir fielmente y mantener vivo el vínculo entre Dios y su pueblo.
  • En el Evangelio, Jesús nos enseña cómo cuidar esos vínculos en la comunidad: no con chismes, resentimientos o silencios hirientes, sino con el valor del diálogo cara a cara, de la corrección fraterna, y de la oración compartida.

En este Año Jubilar "Peregrinos de la Esperanza", ambas escenas nos invitan a vivir nuestra fe como un camino de servicio humilde y relaciones verdaderas, que nos abran a la presencia viva de Cristo en medio de nosotros.


2. Moisés: servidor fiel que mira desde la cima

El Deuteronomio nos presenta a Moisés en uno de los momentos más emotivos de su vida. Desde el monte Nebo, Dios le muestra la amplitud de la tierra prometida: cada rincón, cada valle, cada región destinada a las tribus de Israel. Es como si el Señor le dijera: "Moisés, lo que soñamos juntos está aquí".

Sin embargo, Moisés no entrará. Su misión termina en la frontera. Podría parecer un final triste, pero en realidad es una coronación: Dios mismo lo entierra, como un amigo que honra a otro amigo. Moisés no queda definido por lo que no alcanzó, sino por la fidelidad con la que sirvió.

Aquí hay una enseñanza profunda para nosotros en el Jubileo:

  • No siempre veremos los frutos de lo que hemos sembrado.
  • Nuestra tarea es ser fieles, aunque otros sean quienes cosechen.
  • El valor de nuestra vida se mide por la calidad de nuestro servicio, no por el aplauso o el éxito visible.

3. El Evangelio: restaurar los lazos rotos

En Mateo, Jesús nos habla de algo muy concreto y muy humano: el conflicto entre hermanos. Cuando alguien nos hiere, la reacción más fácil es comentarlo con otros, encerrarnos en la ofensa o buscar aliados para confirmar nuestra versión. Pero Jesús nos propone otro camino: el cara a cara.

Este encuentro directo no es para atacar ni para humillar, sino para abrir una puerta al arrepentimiento y la reconciliación. El objetivo no es "ganar la discusión", sino ganar al hermano.

  • Primero, a solas: en la discreción que protege la dignidad.
  • Si no escucha, con uno o dos testigos: para que haya transparencia y apoyo.
  • Si aún así no se corrige, presentarlo a la comunidad: no para condenar, sino para buscar su bien.

Y Jesús concluye con una promesa inmensa:
"Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos".
La comunión restaurada y la oración compartida son garantía de su presencia.


4. En clave jubilar: peregrinos que construyen comunión

En este Año Jubilar, somos llamados a ser peregrinos de la esperanza no solo en nuestro caminar hacia Dios, sino también en nuestras relaciones humanas.

  • Como Moisés, debemos aprender a dejar que otros continúen la obra que nosotros iniciamos, confiando en la Providencia.
  • Como discípulos de Jesús, estamos invitados a ser constructores de comunión, evitando la murmuración y practicando el diálogo fraterno.
  • Como comunidad orante, hemos de reunirnos en su nombre, intercediendo por las vocaciones, por la misión de la Iglesia y por los que sufren.

El Jubileo es tiempo para revisar nuestras relaciones, sanar heridas, pedir perdón y abrirnos a la gracia que restaura.


5. Conclusión y oración

Queridos hermanos, la cima del monte Nebo y el diálogo cara a cara se encuentran en un mismo horizonte: vivir fieles a Dios y a los hermanos. Moisés nos enseña a confiar en el plan divino, aunque no lo veamos completo. Jesús nos muestra que la verdadera victoria es la reconciliación.

Pidamos a la Virgen María, Madre de la Esperanza, que nos ayude a ser peregrinos que no teman mirar al otro a los ojos, tender la mano y caminar juntos hacia la tierra prometida.

Oración final:

Virgen de la Esperanza, enséñanos la humildad de Moisés y la franqueza de Jesús. Haz que nuestras palabras sanen y no hieran, que nuestra oración sea espacio de unidad, y que en nuestras comunidades se sienta siempre la presencia viva de tu Hijo. Amén.


3

 

1. Introducción: la fuerza de la oración en común

Queridos hermanos y hermanas:

En este día, la liturgia nos presenta dos textos que parecen distantes en el tiempo pero que se unen en un mismo mensaje: la fidelidad de Dios y el poder de la comunión.

  • En el Deuteronomio, vemos a Moisés en el monte Nebo, culminando su misión, contemplando desde lo alto la tierra prometida.
  • En el Evangelio, escuchamos a Jesús invitándonos a la corrección fraterna y a la oración comunitaria, con una promesa que nos llena de asombro: “Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

En este Año Jubilar “Peregrinos de la Esperanza”, estas palabras resuenan como un llamado a no caminar solos, a unir nuestras voces en la oración y a buscar la presencia viva del Señor en medio de nuestras relaciones y comunidades.


2. Moisés: un servidor que sabe entregar la obra a Dios

El monte Nebo es un lugar cargado de simbolismo. Moisés, después de cuarenta años guiando al pueblo, ve con sus propios ojos la tierra prometida. No entra, pero contempla el cumplimiento de la promesa.
Esto nos enseña que la misión que Dios nos confía no siempre la concluimos nosotros mismos: a veces sembramos para que otros recojan. Lo importante es ser fieles en el tramo del camino que nos corresponde.

En el Jubileo, este gesto de Moisés nos recuerda que somos peregrinos, no dueños del destino final. El fruto de nuestro servicio pertenece a Dios y Él lo lleva a plenitud.


3. El Evangelio: cara a cara, en comunión de oración

El pasaje de Mateo nos da dos enseñanzas unidas:

1.    La corrección fraterna: Jesús nos enseña a hablar directamente con el hermano que ha fallado, evitando la murmuración. Es un camino de humildad y amor que busca recuperar, no perder, al hermano.

2.    La oración en común: Jesús promete que cuando dos o más se ponen de acuerdo para orar en su nombre, el Padre escucha y concede, porque esa oración está unida a la suya.

Aquí está la clave: no se trata de pedir lo que se nos ocurra y esperar que suceda, sino de unir nuestra oración a la perfecta oración de Jesús al Padre. Él, el Hijo amado, siempre es escuchado. Y cuando oramos en comunión con Él, nuestra súplica participa de su misma eficacia.


4. Orar juntos en el Año Jubilar

Este Jubileo nos recuerda que la Iglesia es una comunidad peregrina, que avanza unida hacia la meta. Por eso, orar juntos no es un acto opcional, sino una necesidad vital para vivir la fe.

  • La Liturgia es el lugar privilegiado donde se cumple esta promesa: en cada Eucaristía, nuestra oración se une a la de Cristo que se ofrece al Padre.
  • También en nuestras oraciones comunitarias –rosarios, vigilias, encuentros de grupos– podemos vivir esta unión con el Hijo, siempre que busquemos su voluntad y no la nuestra.
  • Orar así nos transforma: nos convierte en constructores de unidad, testigos de esperanza y sembradores de paz.

5. Condiciones para una oración eficaz

El comentario que tomamos como referencia nos recuerda que no toda oración es eficaz:

  • Dios no concede lo que contradice su plan de salvación.
  • No se responde una súplica si nosotros mismos no cooperamos con la gracia.
  • No prospera la oración movida por el rencor o el deseo de venganza.
  • Tampoco se fuerza la conversión de quien libremente se cierra a la gracia.

En cambio, toda oración unida a la de Cristo, en búsqueda de conversión, perdón, misericordia y santidad, siempre es escuchada. El Padre ofrece esa gracia; depende de nosotros acogerla.


6. Aplicación pastoral

En este día, la Palabra nos invita a:

  • Orar juntos: como comunidad, familia, grupo de amigos, uniendo nuestras intenciones a la de Cristo.
  • Buscar la comunión: corregir con amor, perdonar de corazón, y mantener limpios los lazos que nos unen.
  • Valorar la Liturgia: reconocer que en la Misa estamos en el acto más eficaz de oración, porque es la oración de Cristo mismo.

7. Conclusión y oración

Moisés nos enseña a confiar en que la obra de Dios se cumple aunque nosotros no la veamos entera. Jesús nos asegura que su presencia viva habita allí donde dos o tres se reúnen en su nombre. El Año Jubilar nos llama a vivir como peregrinos que caminan juntos, que corrigen con amor y que oran con un mismo corazón.

Oración final:

Señor Jesús, haznos uno en tu oración al Padre. Que nuestras súplicas no busquen solo nuestro interés, sino tu gloria y la salvación de todos. Danos un corazón humilde para corregir y ser corregidos, y una fe viva para orar juntos como familia tuya. Virgen María, Madre de la Esperanza, enséñanos a vivir en comunión para que, unidos a tu Hijo, podamos alcanzar la tierra prometida del Cielo. Amén.

 

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13 de agosto:
Santos Ponciano, Papa, e Hipólito, Presbítero, Mártires — Memoria opcional
Desconocida – c. 235
San Hipólito — Patrono de los caballos
San Ponciano — Patrono de Carbonia y Montaldo Scarampi, Italia

 


Cita:


“Pero que cada uno de los fieles sea celoso, antes de comer cualquier otra cosa, de recibir la Eucaristía; porque si alguien la recibe con fe, después de tal recepción no podrá ser dañado, incluso si se le diera un veneno mortal. Pero que cada uno se cuide de que ningún incrédulo pruebe la Eucaristía, ni un ratón ni ningún otro animal, y que nada de ella caiga o se pierda; porque el Cuerpo de Cristo ha de ser comido por los creyentes y no debe ser despreciado. La copa, cuando hayas dado gracias en el nombre del Señor, la has aceptado como imagen de la sangre de Cristo. Por lo tanto, que nada de ella se derrame, para que ningún espíritu extraño la lama, como si la despreciaras; serás culpable de la sangre, como si despreciaras el precio con el que has sido comprado.”


~De la Tradición Apostólica, por San Hipólito

 

Reflexión:


Después de que Jesús encomendó a los Apóstoles difundir el Evangelio hasta los confines de la tierra, se cree que San Juan Evangelista convirtió a muchos, entre ellos a San Policarpo, a quien ordenó obispo de Esmirna, en la actual Turquía. San Ireneo se convirtió en discípulo de San Policarpo, y fue ordenado primero presbítero y luego obispo en lo que hoy es Lyon, Francia. Se cree que uno de los santos que hoy celebramos, Hipólito, fue influenciado por San Ireneo, e incluso quizá fue su discípulo.

San Ireneo fue un fuerte opositor de las herejías emergentes de su tiempo. Su famosa obra Contra las Herejías describe los muchos errores de las primeras herejías, especialmente el gnosticismo. Ireneo murió aproximadamente treinta y tres años antes que Hipólito, pero es muy probable que sus caminos se cruzaran. Ambos compartieron la misión de erradicar la herejía, y es probable que Hipólito fuera influenciado por el obispo Ireneo. Una de las obras más conocidas de Hipólito se titula Philosophumena o Refutación de todas las Herejías. En esta obra, al igual que Ireneo, refuta sistemáticamente las herejías de su tiempo, particularmente el gnosticismo.

Impulsado por un exceso de celo, Hipólito entró en conflicto con el papa San Ceferino y otros presbíteros en Roma, a quienes consideraba demasiado indulgentes con ciertas herejías que afectaban a la Iglesia, especialmente el modalismo, herejía que niega las distintas personas de la Trinidad. Cuando el papa Ceferino murió y San Calixto fue elegido en 217, Hipólito lo consideró demasiado tolerante y no estuvo de acuerdo con su enfoque doctrinal para reconciliar a adúlteros y asesinos, que incluía legitimar lo que Hipólito veía como matrimonios inválidos. También acusó al papa Calixto, como antes a Ceferino, de modalismo. Esto llevó a Hipólito a separarse de la Iglesia Católica y a declararse antipapa. El antipapa Hipólito continuó su cisma durante los pontificados de los dos sucesores de Calixto: el papa Urbano (c. 223–230) y el papa Ponciano (230–235).

El pontificado de Ponciano estuvo marcado por su lucha constante contra las herejías que azotaban la Iglesia. Luchó especialmente contra las herejías relacionadas con la naturaleza de la Santísima Trinidad. Ponciano es también conocido por su condena de las enseñanzas del renombrado teólogo Orígenes. Entre las doctrinas condenadas de Orígenes estaban la creencia en la preexistencia de las almas y la salvación final de todos. Aunque Orígenes fue un importante teólogo de la Iglesia primitiva, esta condena impidió que se le concediera formalmente el título de “santo”. El papa Ponciano también tuvo que enfrentar el cisma en curso liderado por el antipapa Hipólito durante todo su pontificado.

En el año 235, Maximino el Tracio tomó el poder con el apoyo de su ejército y se convirtió en emperador romano. El emperador Maximino ordenó inmediatamente el arresto y encarcelamiento de los líderes cristianos. Entre los primeros arrestados estuvieron el papa Ponciano y el antipapa Hipólito, quienes fueron enviados a trabajar en las duras condiciones de las minas en la isla de Cerdeña.

Aunque su arresto pudiera parecer trágico, dio frutos. En prisión, Hipólito se reconcilió con el papa Ponciano, poniendo fin a una división que había durado unos dieciocho años. Incapaz de gobernar la Iglesia desde la cárcel, Ponciano renunció a su cargo, convirtiéndose en el primer papa en hacerlo. Las condiciones eran tan severas que ambos murieron a causa de ellas, convirtiéndose así en mártires. El papa Antero sucedió a Ponciano, pero murió en pocos meses. Después fue elegido el papa Fabián, quien gobernó la Iglesia durante los siguientes catorce años.

Los cuerpos de Hipólito y Ponciano fueron devueltos a Roma dentro del año siguiente a sus muertes por el papa Fabián. San Ponciano fue sepultado en la cripta papal de las Catacumbas de Calixto, y San Hipólito en un cementerio en la Vía Tiburtina. Con el tiempo, se erigió una basílica sobre la tumba de San Hipólito, lo que indica la gran veneración que el pueblo de Roma le tenía y la alegría por su reconciliación con la Iglesia.

Los santos Ponciano e Hipólito vivieron en una época difícil para la Iglesia. Ambos fueron fervientes defensores de la verdadera naturaleza de la Santísima Trinidad y murieron por su fe. Además de su Philosophumena, San Hipólito nos dejó su Tradición Apostólica, que ofrece una detallada descripción de los primeros ritos de ordenación, la recepción de catecúmenos en la Iglesia y la celebración de la Eucaristía. También escribió un comentario sobre el profeta Daniel y el Cantar de los Cantares, un tratado sobre Cristo y el Anticristo basado en los libros de Daniel y Apocalipsis, y varios sermones. Aunque San Ponciano no dejó escritos conocidos, nos dejó el testimonio de su vida y muerte, su disposición a reconciliarse con su rival y su valiente defensa de las verdaderas doctrinas de la Iglesia.

Al honrar hoy a estos dos santos antiguos, recordemos que sus luchas no son tan diferentes de las nuestras. Aunque las herejías y desafíos cambian con los siglos, también se repiten. Inspírate en el valor y el celo de estos dos hombres, y pide la gracia de ser tan fiel al Evangelio hoy como ellos lo fueron en su tiempo.

Oración:


Santos Ponciano e Hipólito, ambos sirvieron a la Iglesia en un tiempo difícil, cuando la naturaleza de la Santísima Trinidad fue puesta en duda. Defendieron la verdad y la enseñaron incansablemente. Por su fidelidad, murieron por la fe, reconciliados con Dios y entre ustedes. Les ruego que oren por mí, para que siempre busque la reconciliación, especialmente con otros cristianos, y permanezca fiel a la única fe verdadera. Santos Ponciano e Hipólito, rueguen por mí. Jesús, en Ti confío.

 

 

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