Santo del día
Dedicación de la Basílica de Santa María la
Mayor
La Basílica de Santa María la
Mayor es la primera iglesia occidental dedicada a Santa María. Fue erigida en
Roma en honor a la Madre de Jesús, a quien el Concilio de Éfeso acababa de
reconocer el título de Madre de Dios (431).
La justa posición
(Números 12, 1-13) ¿La
relación privilegiada de Moisés con el Señor, fuente de celos y de murmuración,
no se encuentra acaso en su humildad? Una humildad que no consiste en “andar
escondiéndose” o en “aplastarse” ante los demás, sino en situarse en su propia
verdad, hecha de grandeza y de impotencia. Moisés sabía clamar al Señor,
expresarle sus resistencias, sus miedos y recibir de Él la fuerza para avanzar.
Y Dios le respondía, hablándole como un amigo habla a su amigo (cf. Ex 33, 11).
Emmanuelle Billoteau, ermite
Nm
12,1-13
No
hay otro profeta como Moisés; ¿cómo se han atrevido a hablar contra él?
Lectura del libro de los Números.
EN aquellos días, María y Aarón hablaron contra Moisés a causa de la mujer
cusita que había tomado por esposa. Decían:
«¿Ha hablado el Señor solo a través de Moisés? ¿No ha hablado también a través
de nosotros?».
El Señor lo oyó.
Moisés era un hombre muy humilde, más que nadie sobre la faz de la tierra.
De repente, el Señor habló a Moisés, Aarón y María:
«Salgan los tres hacia la Tienda del Encuentro».
Y los tres salieron.
El Señor bajó en la columna de nube y se colocó a la entrada de la Tienda, y
llamó a Aarón y a María. Ellos se adelantaron y el Señor les habló:
«Escuchen mis palabras: si hay entre ustedes un profeta del Señor, me doy a
conocer a él en visión y le hablo en sueños; no así a mi siervo Moisés, el más
fiel de todos mis siervos. A él le hablo cara a cara; abiertamente y no por
enigmas; y contempla la figura del Señor. ¿Cómo se han atrevido a hablar contra
mi siervo Moisés?».
La ira del Señor se encendió contra ellos, y el Señor se marchó.
Al apartarse la Nube de la Tienda, María estaba leprosa, con la piel como la
nieve. Aarón se volvió hacia ella y vio que estaba leprosa.
Entonces Aarón dijo a Moisés:
«Perdón, señor. No nos exijas cuentas del pecado que hemos cometido
insensatamente. No dejes a María como un aborto que sale del vientre con la
mitad de la carne consumida».
Moisés suplicó al Señor:
«Por favor, cúrala».
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
51(50),3-4.5-6.12-13 (R. cf. 3a)
R. Misericordia,
Señor, hemos pecado.
V. Misericordia, Dios
mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R.
V. Pues yo reconozco mi
culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad en tu presencia. R.
V. En la sentencia
tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre. R.
V. Oh, Dios, crea en mí
un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R.
Aclamación
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. Rabí, tú eres el Hijo
de Dios, tú eres el Rey de Israel. R.
Evangelio
Mt
14,22-36
Mándame
ir a ti sobre el agua
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
DESPUÉS que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a
que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él
despedía a la gente.
Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la
noche estaba allí solo.
Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas,
porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó
Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se
asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma.
Jesús les dijo enseguida:
«¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!».
Pedro le contestó:
«Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua».
Él le dijo:
«Ven».
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero,
al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
«Señor, sálvame».
Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
«¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?».
En cuanto subieron a la barca amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él diciendo:
«Realmente eres Hijo de Dios».
Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Y los hombres de aquel
lugar apenas lo reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y
le trajeron a todos los enfermos.
Le pedían tocar siquiera la orla de su manto. Y cuantos la tocaban quedaban
curados.
Palabra del Señor.
1
Cada quien en el lugar que le
corresponde
Queridos
hermanos y hermanas en Cristo:
Hoy, la Palabra de Dios nos presenta un relato
profundamente humano y actual, aunque tenga miles de años de antigüedad. En el
libro de los Números (12,1-13) encontramos a María (Miriam) y Aarón
cuestionando a Moisés. Aparentemente, el motivo es que Moisés ha tomado por
esposa a una mujer cusita, pero el verdadero trasfondo es otro: celos,
rivalidad, deseo de poder. La envidia —esa “tristeza por el bien ajeno”—
les impide ver que cada uno tiene un lugar asignado por Dios en la misión. No
soportan que Moisés sea el escogido para guiar al pueblo y hablar cara a cara
con el Señor.
Lo sorprendente es que la Escritura lo califica
así: “Moisés era el hombre más humilde de la tierra”. En otras palabras,
su autoridad no se apoyaba en la ambición ni en la imposición, sino en una
profunda docilidad a Dios. Por eso el Señor mismo sale en su defensa, afirmando
que con él habla “boca a boca” y no por visiones o enigmas. Y como signo de
corrección, Miriam queda temporalmente enferma de lepra, aislada del
campamento, para que reflexione y se purifique antes de retomar el camino.
Este episodio, hermanos, nos invita a examinar
nuestras relaciones dentro de la comunidad:
- ¿Aceptamos
con alegría que otros tengan dones distintos a los nuestros?
- ¿Reconocemos
la misión que Dios les ha confiado, sin querer ocupar un lugar que no nos
corresponde?
- ¿Sabemos
alegrarnos por el bien y el éxito de nuestros hermanos, o la envidia nos
roba la paz?
La experiencia del Pueblo de Dios demuestra que la
unidad en la misión exige humildad y respeto por los carismas de cada uno.
En el marco de este Año Jubilar, llamado a ser “Peregrinos de la Esperanza”,
esto adquiere aún más sentido: una Iglesia que camina unida necesita miembros
que sepan colaborar, no competir; servir, no dominar.
Iluminación desde el Salmo
El salmo responsorial (Sal 50) nos pone en el
corazón la súplica de todo creyente que reconoce su fragilidad:
“Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu
firme.”
Miriam necesitó ese tiempo de “cuarentena” para que su corazón se purificara;
nosotros, hoy, necesitamos abrirnos al Espíritu para que sane nuestras heridas
de orgullo y recelos.
No es posible caminar en comunión si no dejamos que Dios limpie la raíz de
nuestros celos, resentimientos o comparaciones.
La luz del Evangelio
El evangelio de hoy (Mt 14,22-36) nos presenta a
los discípulos en la barca, sacudidos por el viento y las olas, y a Jesús
caminando sobre el agua para encontrarse con ellos. Pedro, en un impulso de fe,
le pide ir hacia Él sobre las aguas, pero al sentir el viento se hunde, y el
Señor lo toma de la mano diciendo: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”.
Este pasaje nos recuerda que cada uno tiene su
papel en la misión y en la barca de la Iglesia: Jesús es el Señor que
conduce, Pedro es el líder llamado a confiar, los demás discípulos son testigos
y compañeros de travesía. Cuando pretendemos asumir un papel que no nos
corresponde —como Miriam y Aarón— o cuando desconfiamos del lugar que Dios nos
ha dado —como Pedro que duda—, el resultado es el mismo: nos hundimos en las
aguas del miedo, la división o el orgullo.
El secreto, tanto para Moisés como para Pedro, está
en mantener los ojos fijos en el Señor y aceptar con humildad el lugar
que Él nos asigna en la historia de salvación. El líder que Dios escoge no es
el más fuerte ni el más brillante, sino el que más confía y obedece.
Memoria de la Basílica de Santa
María la Mayor
Celebrar hoy la memoria de la Basílica de Santa
María la Mayor en Roma, la primera iglesia dedicada a la Virgen en Occidente,
nos recuerda que María supo aceptar su lugar en la historia de la salvación:
no buscó protagonismos, sino que se definió como “la esclava del Señor”.
Desde su humildad, Dios la exaltó como Madre de la Iglesia y modelo de
discipulado. En la Iglesia, como en la familia de Nazaret, hay un lugar para
cada uno, y todos son necesarios.
Aplicación para nuestra comunidad
y benefactores
Queridos hermanos, en esta Eucaristía queremos orar
especialmente por nuestros benefactores —quienes con su generosidad
sostienen la misión pastoral, las obras de caridad y la evangelización—. Muchos
de ellos trabajan en silencio, sin esperar aplausos, ocupando ese lugar
discreto pero esencial que Dios les confía. Ellos nos enseñan que no todos
estamos llamados a ser “Moisés” o “Pedro”, pero todos podemos remar en la misma
dirección, sosteniendo la barca de la Iglesia.
En este Año Jubilar, imitemos a quienes sirven sin
reclamar reconocimiento, como María, Madre de la Iglesia, y como Moisés, que
soportó críticas sin perder la mansedumbre.
Conclusión
Pidamos hoy al Señor:
- Que
nos libre de la envidia y los celos espirituales.
- Que
nos dé un corazón limpio, capaz de alegrarse por el bien ajeno.
- Que
sepamos ocupar con fidelidad y humildad el lugar que Él nos confía.
Y que
bajo el amparo de la Virgen María, patrona de la Basílica que hoy recordamos,
sigamos peregrinando juntos, en la esperanza, hacia la plenitud de su Reino.
Amén.
2
La justa posición
Queridos
hermanos y hermanas en Cristo:
La primera lectura de hoy, tomada del libro de los
Números (12,1-13), nos abre una ventana a un conflicto tan humano como
frecuente: la envidia dentro de una comunidad. Miriam y Aarón critican a
Moisés, aparentemente por un asunto personal —su matrimonio con una mujer
cusita—, pero en realidad el motivo es más profundo: no aceptan la relación
única que Moisés tiene con el Señor, ni su papel como líder del pueblo.
Esa relación privilegiada de Moisés
con Dios no nace de un favoritismo caprichoso, sino de su humildad.
Y no se trata de una humildad falsa, de quien se “borra” o “aplastase” ante los
demás, sino de una humildad madura: la de saberse en su propia verdad,
hecha de grandeza y de límites, de vocación y de fragilidad.
Moisés no oculta a Dios sus resistencias ni sus
miedos. Sabe clamar, pedir, discutir con el Señor. Y el Señor le responde, “como
un amigo habla con su amigo” (cf. Ex 33,11). He aquí el verdadero secreto
de su autoridad: su amistad con Dios y su apertura a la verdad de su corazón.
Purificación del corazón para la
misión
El episodio de Miriam, castigada temporalmente con
lepra, nos enseña que la corrección divina no es venganza, sino una oportunidad
de purificación. Ese tiempo de aislamiento es, en realidad, un espacio para el
examen de conciencia, para reconocer dónde el corazón se ha dejado ganar por el
orgullo o la envidia. Así también nosotros, en este Año Jubilar, somos llamados
a vivir “tiempos de retiro” que nos permitan limpiar la mirada, para volver a
caminar en comunión.
El Salmo: Clamar desde la verdad
El salmo responsorial de hoy (Sal 50) es la oración
perfecta para quien desea ocupar el lugar justo que Dios le confía:
“Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu
firme.”
Solo desde un corazón limpio podemos alegrarnos del bien ajeno y vivir nuestro
propio llamado sin comparaciones estériles. La envidia nace de olvidar que en
la Iglesia todos somos necesarios, pero nadie es indispensable. Cada uno
ocupa un lugar específico en el plan de Dios.
El Evangelio: Mirar a Jesús para
no hundirse
En el Evangelio (Mt 14,22-36), los discípulos, en
medio de la tempestad, ven a Jesús caminar sobre el agua. Pedro se lanza hacia
Él, pero al sentir la fuerza del viento, se hunde. Jesús lo toma de la mano y
le dice: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”.
Aquí hay una lección: dudamos cuando dejamos de mirar al Señor y empezamos a
compararnos, medir nuestras fuerzas o mirar al entorno con miedo. La
fidelidad al propio puesto en la misión —sea como líder o como colaborador—
requiere mantener los ojos fijos en Cristo, no en las olas de la rivalidad o la
inseguridad.
La Virgen María: Modelo de la
justa posición
Hoy celebramos la memoria de la Basílica de Santa
María la Mayor, la primera iglesia de Occidente dedicada a la Madre de Dios.
María es el ejemplo supremo de quien supo aceptar la “justa posición” que Dios
le confió. No buscó el protagonismo; simplemente dijo “He aquí la esclava
del Señor”, y desde esa humildad, Dios la exaltó como Reina del Cielo y
Madre de la Iglesia.
Ella nos enseña que la grandeza no está en escalar puestos, sino en dejar
que Dios nos encuentre disponibles donde Él nos quiere.
Aplicación comunitaria: Orar por
nuestros benefactores
En esta Eucaristía, elevamos una oración especial
por nuestros benefactores, que con su apoyo silencioso hacen posible la
evangelización, el cuidado de los pobres, la formación cristiana y la vida
sacramental de nuestra comunidad. Muchos de ellos, como María y como Moisés,
cumplen su misión sin buscar reconocimiento, seguros de que su recompensa viene
de Dios.
Conclusión y llamado jubilar
Queridos hermanos, en este Año Jubilar, Peregrinos
de la Esperanza, pidamos al Señor:
- Que
nos ayude a reconocer y valorar nuestro lugar en la misión de la Iglesia.
- Que
nos libre de la envidia y la murmuración.
- Que
nos conceda un corazón puro para alegrarnos con el bien de los demás.
Y que, como Moisés, vivamos nuestra relación con
Dios desde la verdad de lo que somos: grandes por su elección, pequeños por
nuestra fragilidad, y sostenidos siempre por su gracia.
Amén.
3
Ven con tus miedos
Queridos
hermanos y hermanas en Cristo:
El Evangelio de hoy (Mt 14,22-36) nos sitúa en una
escena profundamente simbólica y profundamente realista: los discípulos en una
barca, en medio del mar, con el viento fuerte y las olas golpeando, entre las
tres y las seis de la mañana, cuando aún era noche cerrada. Jesús, que había
pasado la noche en oración, se acerca a ellos caminando sobre el agua. El miedo
se apodera de los discípulos: “¡Es un fantasma!” gritan. Y entonces
escuchan su voz:
“Ánimo, soy yo, no tengan miedo.”
En realidad, esa frase, “soy yo”, en el texto
original podría traducirse como “Yo Soy”, el mismo nombre con que Dios
se reveló a Moisés en la zarza ardiente (Ex 3,14). Es decir, quien viene
hacia ellos no es simplemente el Maestro amado, sino el mismo Dios, Señor de
los vientos y del mar.
El miedo y la fe: dos maneras de
mirar la vida
Podemos leer este pasaje desde dos perspectivas.
La
primera es la de nuestra frágil condición humana. Desde ahí, es normal que
tengamos miedo: miedo al futuro, a lo que no controlamos, a las “olas” de las
dificultades personales, familiares o comunitarias. El miedo, muchas veces, no
es otra cosa que la duda de si Dios realmente cuidará de nosotros.
La segunda perspectiva es la de la fe, la de la
Verdad plena. Si miramos desde ahí, descubrimos que no hay motivos para el
temor, sino todo para la confianza. En medio de la noche, en medio de la
tormenta, es el mismo Dios quien se acerca para salvarnos.
Jesús no solo calma el viento con su palabra, sino
que nos llama a dar un paso hacia Él. Le dice a Pedro, y a cada uno de
nosotros: “Ven”. Es una orden amorosa. No basta con quedarnos en la
barca seguros, hay que salir hacia Él, incluso si eso significa caminar sobre
aguas agitadas.
Pedro: fe que se atreve y fe que
flaquea
Pedro, impulsivo y valiente, pide una señal: “Señor,
si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua.” Jesús lo invita, y Pedro
empieza a caminar sobre el mar. Pero al sentir la fuerza del viento, aparta la
mirada del Señor y se hunde. Esta es nuestra historia: cuando confiamos,
avanzamos; cuando nos dejamos atrapar por el miedo, nos hundimos.
El Señor no nos reprocha por intentarlo; al
contrario, nos tiende la mano y nos recuerda: “Hombre de poca fe, ¿por qué
dudaste?”. La enseñanza es clara: la fe no elimina las olas, pero nos
permite caminar sobre ellas.
El Salmo: un corazón firme en
medio de la tormenta
El salmo de hoy (Sal 50) nos invita a pedir: “Oh
Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme.”
Un corazón firme es aquel que no se deja arrastrar por el oleaje de las
circunstancias, sino que se mantiene anclado en Dios. Así como Moisés en la
primera lectura permaneció humilde y abierto a la voz del Señor, así también
nosotros debemos mantenernos atentos a la voz que nos dice: “No tengas
miedo, Yo Soy”.
La Virgen María: Maestra de la
confianza
Hoy celebramos la memoria de la Basílica de Santa
María la Mayor, signo de la fe de la Iglesia en María como Madre de Dios. Ella,
que escuchó el anuncio del ángel y aceptó un plan que la sobrepasaba, nos
enseña a responder con confianza, sin dejar que el miedo paralice nuestra
misión. En su vida no faltaron tormentas, pero siempre mantuvo fija la mirada
en Dios.
En este Año Jubilar, ella nos acompaña como Estrella
del Mar, guiándonos entre las aguas agitadas de nuestro tiempo hacia el
puerto seguro que es Cristo.
Aplicación comunitaria: Orar por
nuestros benefactores
Hoy encomendamos especialmente a nuestros
benefactores, que como marineros silenciosos ayudan a mantener la barca de la
Iglesia en su rumbo. Ellos, con sus oraciones, tiempo y recursos, se convierten
en manos de Cristo que sostienen a tantos “Pedros” que sienten que se hunden.
Su generosidad es un acto de fe que nos inspira a todos.
Conclusión y llamado jubilar
Hermanos, en nuestras tormentas personales y
comunitarias, el Señor nos dice:
- “Ánimo”: porque no caminamos solos.
- “Yo
Soy”:
porque Él es el Dios que gobierna todo.
- “Ven”: porque nos llama a avanzar
hacia Él con confianza.
Pidamos la gracia de mantener la mirada fija en
Jesús, para que ni el miedo ni el viento nos aparten de su amor. Y vivamos,
como verdaderos Peregrinos de la Esperanza, sabiendo que el que camina
hacia Cristo nunca camina en vano.
Amén.
*********
5 de agosto: Dedicación de la Basílica de Santa
María la Mayor — Memoria libre
(Nuestra Señora de las Nieves)
c. 352
Reflexión:
El siglo IV fue un tiempo significativo en la
historia de la Iglesia, y el siglo V lo fue en la historia de la devoción
mariana. En el año 313, el emperador romano Constantino el Grande promulgó el
Edicto de Milán, legalizando el cristianismo y poniendo fin a las persecuciones
estatales contra los cristianos. Durante los cuarenta años siguientes, muchas
personas en todo el Imperio romano, incluyendo a muchos en la misma Roma, se
convirtieron. La Iglesia Católica también se fue estructurando más, y el Obispo
de Roma comenzó a ser entendido cada vez más como el líder de la Iglesia
universal.
Mientras la Iglesia en Roma seguía encontrando su
camino, cuenta la leyenda que la Madre de Dios decidió hacer su parte para
ayudar. En el año 352, un rico aristócrata romano llamado Juan y su esposa, que
no tenían hijos y eran cristianos fieles, quisieron utilizar su dinero para
ayudar a expandir la Iglesia. Después de orar pidiendo dirección, Juan tuvo un
sueño en la noche del 4 de agosto de 352, en el que la Santísima Virgen se le
apareció y le dijo que quería que se construyera una iglesia en Roma, en la
colina del Esquilino. Añadió que, a pesar de estar en pleno verano, al día
siguiente caería nieve en el lugar indicado.
Cuando Juan despertó el 5 de agosto, fue a ver al
papa Liberio para contarle su sueño-visión. Para su sorpresa, el papa había
tenido un sueño similar la noche anterior, así que decidieron ir juntos a
comprobar si había caído nieve en la colina del Esquilino. Efectivamente, al
llegar encontraron nieve fresca que dibujaba la forma de los cimientos de una
iglesia. El papa usó aquella nieve para trazar la planta y ordenó que se
construyera el templo. Juan y su esposa utilizaron su dinero para financiar el
proyecto, y la iglesia se llamó Basílica Liberiana, en honor al papa Liberio.
En el siglo siguiente surgió una controversia sobre
el título apropiado para la madre de Jesús. ¿Debía llamársela “Madre de Cristo”
o “Madre de Dios”? En otras palabras, ¿era solo madre del Cristo humano o madre
de Dios? Nestorio, arzobispo de Constantinopla entre 428 y 431, sostenía que
María era solo madre del lado humano de Cristo, sugiriendo que en Cristo había
dos personas: una divina y una humana. Por su parte, san Cirilo, arzobispo de
Alejandría, afirmaba que Cristo es una sola Persona y que su humanidad y
divinidad están unidas en una sola persona. La consecuencia natural de su
argumento era que, si María es madre de la Persona, y la Persona es Dios,
entonces María es y siempre será Madre de Dios.
Para resolver la controversia, el emperador romano
de Oriente, Teodosio II, convocó un concilio en Éfeso en el año 431. Asistieron
Nestorio y Cirilo, aunque Nestorio llegó tarde, y la postura de Cirilo
prevaleció. Nestorio fue depuesto y exiliado. El papa Celestino I aprobó la
decisión del concilio, pero murió poco después. Su sucesor, el papa Sixto III,
elegido en 432, hizo mucho por aplicar las enseñanzas del Concilio de Éfeso.
Entre sus acciones estuvo reconstruir y ampliar la Basílica Liberiana, dándole
un nuevo nombre en honor de la Madre de Dios. El núcleo de la actual Basílica
de Santa María la Mayor, en la colina del Esquilino en Roma, fue edificado y
dedicado por el papa Sixto antes de su muerte en el año 440.
Hoy, Santa María la Mayor es una de las cuatro
basílicas mayores de Roma, junto con la Basílica de San Pedro en la colina
vaticana, la Basílica de San Juan de Letrán (catedral oficial de la diócesis de
Roma) y la Basílica de San Pablo Extramuros. Cada basílica tiene una
importancia e historia únicas. Santa María la Mayor conserva en su interior un
arco triunfal y magníficos mosaicos de la nave que datan del siglo V. Los
mosaicos representan varias escenas bíblicas, incluyendo episodios del Antiguo
Testamento y de la infancia de Cristo, y son de los más antiguos e importantes
mosaicos cristianos de Roma.
En la basílica, bajo el altar mayor, se encuentra
la reliquia más sagrada: la madera del pesebre en el que fue colocado el Niño
Jesús. Otra reliquia importante es la imagen de la Salus Populi Romani,
un icono de la Santísima Virgen. Según la tradición, este antiguo icono fue el
primero en ser pintado de María y fue obra de san Lucas, el evangelista.
Durante siglos, como recuerdo de la leyenda de la milagrosa nevada estival,
cada 5 de agosto se han dejado caer pétalos blancos de rosa desde la cúpula de
la basílica sobre los fieles.
Aunque las reliquias, la historia y las leyendas
asociadas a esta antigua iglesia son inspiradoras, quizás la mayor inspiración
que nos deja es que ha sido un lugar de culto divino durante más de 1.600 años.
Desde entonces, casi todos los papas han celebrado allí la Misa, millones de
personas han orado en su interior, numerosos santos han peregrinado a este
templo santo, y la Santísima Virgen, sin duda, ha recibido y respondido muchas
oraciones dentro de sus muros.
Al celebrar la Dedicación de la Basílica de Santa
María la Mayor, reflexionemos sobre nuestra propia devoción a la Madre de Dios.
Recordemos especialmente a los innumerables santos que han orado dentro de esas
paredes y busquemos imitar su fe y su amor a la Madre de Dios.
Oración:
Nuestra Señora de las Nieves, Tú enviaste una suave
nieve blanca desde el Cielo sobre el lugar donde querías que se erigiera una
iglesia en tu honor. Tú eres la Madre de Dios, la Theotokos, y te honro y amo
como tal. Por favor, ruega por mí, para que yo también pueda convertirme en
portador de Dios, llevando la presencia de tu divino Hijo a quienes más lo
necesitan en mi vida. Nuestra Señora de las Nieves, ruega por mí. Jesús, en Ti
confío.
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