Santo del día:
Santa Mónica
332-387.
Madre de San Agustín. Rezó durante muchos años para que su hijo se convirtiera
al cristianismo.
El vínculo por Pablo
(1 Tesalonicenses 2, 9-13; Mateo 23, 27-32) La vida de Pablo
puede ayudarnos a vincular las dos lecturas de este día. Fariseo convencido en
su juventud, estaba persuadido de estar “del lado correcto”, siervo celoso de
la justicia y de la Alianza. Persiguió a los cristianos hasta el día en que el
Resucitado le hizo tomar conciencia de que su ardor lo había convertido en un
asesino. El hombre que evoca su ministerio en Tesalónica es el mismo Pablo,
pero que ha pasado de la violencia al servicio humilde.
Primera lectura
1Ts
2,9-13
Trabajando
día y noche proclamamos entre ustedes el Evangelio.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses.
RECUERDEN, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y noche para
no ser gravosos a nadie, proclamamos entre ustedes el Evangelio de Dios.
Ustedes son testigos, y Dios también, de que nuestro proceder con ustedes, los
creyentes, fue leal, recto e irreprochable; saben perfectamente que, lo mismo
que un padre con sus hijos, nosotros los exhortábamos a cada uno de ustedes,
los animábamos y los urgíamos a llevar una vida digna de Dios, que los ha
llamado a su reino y a su gloria.
Por tanto, también nosotros damos gracias a Dios sin cesar, porque, al recibir
la palabra de Dios, que les predicamos, la acogieron no como palabra humana,
sino, cual es en verdad, como palabra de Dios que permanece operante en ustedes
los creyentes.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
139(138),7-8.9-10. 11-12ab (R. 1a)
R. Señor, tú me sondeas
y me conoces.
V. ¿Adónde iré lejos de
tu aliento,
adónde escaparé de tu mirada?
Si escalo el cielo, allí estás tú;
si me acuesto en el abismo, allí te encuentro. R.
V. Si vuelo hasta
el margen de la aurora,
si emigro hasta el confín del mar,
allí me alcanzará tu izquierda,
me agarrará tu derecha. R.
V. Si digo: «Que al
menos la tiniebla me encubra,
que la luz se haga noche en torno a mí»,
ni la tiniebla es oscura para ti,
la noche es clara como el día. R.
Aclamación
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. Quien guarda la
Palabra de Cristo, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su
plenitud. R.
Evangelio
Mt
23,27-32
Son
hijos de los que asesinaron a los profetas
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, Jesús dijo:
«¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que se parecen a los sepulcros
blanqueados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de
huesos de muertos y de podredumbre; lo mismo ustedes: por fuera parecen justos,
pero por dentro están repletos de hipocresía y crueldad.
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que edifican sepulcros a los
profetas y ornamentan los mausoleos de los justos, diciendo: “Si hubiéramos
vivido en tiempo de nuestros padres, no habríamos sido cómplices suyos en el
asesinato de los profetas”! Con esto atestiguan en su contra, que son hijos de
los que asesinaron a los profetas. Colmen también ustedes la medida de sus
padres!».
Palabra del Señor
1
Una mirada de ternura en medio de
la hipocresía del mundo
1. Introducción: Santa Mónica,
madre de lágrimas y esperanza
Hoy celebramos a Santa Mónica, madre de san
Agustín, modelo de fe perseverante, oración constante y paciencia amorosa.
Ella, con sus lágrimas, acompañó durante años el camino de conversión de su
hijo, y nos enseña que la oración perseverante tiene el poder de tocar incluso
los corazones más rebeldes. En este día también pedimos de manera especial por
los enfermos, para que encuentren en la ternura de Dios el alivio, la
fortaleza y la esperanza.
El marco del Año Jubilar que vivimos como
“Peregrinos de la Esperanza” nos recuerda que somos invitados a caminar con la
certeza de que la misericordia de Dios se renueva cada día y que la Iglesia ha
de ser un hogar de acogida y consuelo, sobre todo para los que sufren.
2. Primera lectura: ternura
maternal que evangeliza (1 Tes 2,9-13)
San Pablo, acompañado de Silas y Timoteo, recuerda
a la comunidad de Tesalónica cómo, a pesar de las pruebas y sufrimientos
vividos en Filipos, nunca se dejaron vencer por el miedo. Al contrario,
fortalecieron a los creyentes con una ternura maternal, como quien cuida
y alimenta a un hijo pequeño.
El apóstol subraya que la Palabra de Dios no es un
instrumento de dominio, sino un alimento que hace crecer. No se trata de
imponer, sino de sembrar con paciencia y de acompañar con amor. Esta mirada de
ternura es la que sana, la que corrige, la que ilumina. En el contexto de hoy,
esta misma actitud es la que hemos de ofrecer a los enfermos: cercanía que no
juzga, compañía que sostiene, fe que anima.
Aquí vale recordar que la Iglesia se hace madre
cuando acompaña con ternura; pero se desfigura cuando se convierte en juez
severo que condena desde arriba. La evangelización no se logra con dureza o
imposición, sino con el testimonio de una vida impregnada de misericordia.
3. El Evangelio: cuidado con el
encalar las tumbas (Mt 23,27-32)
Jesús, en continuidad con el evangelio de los
últimos días, dirige duras palabras a los escribas y fariseos: los llama sepulcros
blanqueados. Por fuera parecen justos, pero por dentro están llenos de
podredumbre. Es la denuncia de la hipocresía: preocuparse más por las
apariencias que por la verdad del corazón.
Podemos caer fácilmente en esta tentación: encalar
lo que está roto, dar apariencia de bondad cuando dentro de nosotros hay
rencores, ambiciones o indiferencia. Y no sólo a nivel personal: también en la
sociedad, donde se encubren corrupciones, se maquillan injusticias, se callan
abusos, tanto en el ámbito civil como incluso eclesial. La hipocresía no murió
con los fariseos: sigue viva cuando nuestras palabras no coinciden con nuestras
obras, cuando nuestro discurso no se traduce en compromiso concreto por los
pobres, los enfermos, los más vulnerables.
El Señor nos invita a limpiar primero el
interior para que el exterior refleje la verdad. La fe auténtica no
consiste en barnizar nuestra vida, sino en dejar que Dios la renueve desde
dentro.
4. Enseñanza de Santa Mónica: de
la apariencia al corazón
Santa Mónica es testimonio luminoso de esa fe que
no se queda en apariencia, sino que transforma desde el interior. Ella no buscó
aparentar ser una madre perfecta, sino que vivió con autenticidad sus
lágrimas, sus oraciones y su paciencia. No se cansó de esperar, ni se dejó
llevar por las apariencias de fracaso en la vida de Agustín. Supo esperar,
rezar y confiar.
Ella nos enseña que el verdadero cambio no viene de
la presión exterior, sino de la fuerza interior que obra el Espíritu. Nos
recuerda que la ternura, la paciencia y la perseverancia son más fecundas que
la dureza y el juicio.
5. Aplicaciones pastorales:
ternura en medio de la fragilidad
- Para
los enfermos:
hoy pedimos que el Señor les regale fortaleza en la fragilidad. Que la
Iglesia, siguiendo el ejemplo de Pablo y de Santa Mónica, sea siempre
madre que consuela con ternura. Que cada comunidad parroquial sea un
espacio de acogida y esperanza para quienes sufren en el cuerpo o en el
alma.
- Para
la sociedad: en
un mundo lleno de “sepulcros blanqueados”, el cristiano está llamado a ser
testimonio de transparencia. No se trata de aparentar bondad, sino de
vivirla con coherencia. El Jubileo nos urge a ser signos de esperanza en
medio de la corrupción y la mentira.
- Para
la vida espiritual: Jesús nos pide limpiar nuestro interior. Tal vez debamos revisar
si estamos viviendo de apariencias, si enmascaramos nuestro egoísmo con
discursos piadosos, si proclamamos la fe con los labios pero negamos el
Evangelio con nuestras actitudes.
6. Conclusión: esperanza jubilar
Queridos hermanos, en este Año Jubilar somos
llamados a ser peregrinos de esperanza, no hipócritas de fachada. La
esperanza nace de corazones auténticos, transparentes, renovados por la gracia.
Que Santa Mónica nos inspire a perseverar en la oración por nuestros enfermos,
por nuestras familias y por la Iglesia entera. Que ella nos enseñe que las
lágrimas de amor y las oraciones constantes tienen más poder que cualquier
apariencia.
Pidamos al Señor que lave nuestro interior, que nos
haga personas de corazón limpio y mirada de ternura, capaces de sanar las
heridas de los demás y de construir una comunidad donde los enfermos, los
pobres y los olvidados se sientan en verdad hijos amados de Dios. Amén.
2
Del celo violento al servicio
humilde
1. Introducción: el contraste en la vida de Pablo
Las dos lecturas de hoy se iluminan mutuamente
gracias a la vida de san Pablo. En su juventud, fue un fariseo celoso,
convencido de servir a Dios defendiendo la Ley con violencia. Creía estar “del
lado correcto”, y en ese afán persiguió a los cristianos. Sin embargo, fue el
encuentro con el Resucitado lo que le abrió los ojos: descubrió que su ardor lo
había convertido en un perseguidor, en un hombre que hacía daño en nombre de
una falsa justicia.
El Pablo que hoy escuchamos escribir a los
Tesalonicenses ya no es el perseguidor, sino el apóstol transformado por la
gracia, que ha pasado de la violencia al servicio humilde. En este
contraste podemos ver reflejados también nuestros caminos de conversión: del
orgullo a la humildad, de las apariencias a la verdad, de la dureza a la
ternura.
2. Primera lectura: palabra que
transforma (1 Tes 2,9-13)
Pablo recuerda cómo su ministerio en Tesalónica fue
ejercido no con arrogancia, sino con dedicación humilde. Trabajó con sus
propias manos para no ser carga para nadie y proclamó la Palabra como mensaje
de vida que actúa en quienes creen. Ya no se trata del fariseo que imponía,
sino del apóstol que acompaña.
Es impresionante este paso: quien antes usaba la
fuerza para imponer su visión, ahora se presenta como siervo del Evangelio,
convencido de que la Palabra de Dios es semilla que crece por sí misma. Esta
actitud es modelo para nosotros: no imponer la fe, sino proponerla con humildad;
no dominar, sino servir; no lastimar, sino sanar.
Aquí aparece un mensaje especialmente importante
para los enfermos: el Evangelio no es una carga que se suma a sus
sufrimientos, sino una fuerza que los fortalece desde dentro. Pablo habla de
una Palabra que obra eficazmente en los creyentes: esa misma Palabra
puede hoy dar consuelo y esperanza a quienes atraviesan la prueba de la
enfermedad.
3. El Evangelio: sepulcros
blanqueados (Mt 23,27-32)
Jesús continúa su denuncia contra los escribas y
fariseos, acusándolos de ser como sepulcros blanqueados: hermosos por fuera,
pero por dentro llenos de podredumbre. La imagen es fuerte y revela el peligro
de vivir una religión de apariencia, una fe superficial que no toca el corazón.
Este Evangelio conecta con la experiencia pasada de
Pablo: él mismo fue fariseo, convencido de cumplir la Ley, pero interiormente
ciego a la misericordia. La hipocresía no consiste sólo en engañar a los demás,
sino también en engañarse a sí mismo creyéndose justo. Jesús nos invita a la
transparencia: a dejar que la gracia de Dios limpie nuestro interior para que
nuestras obras correspondan a la verdad del Evangelio.
4. Santa Mónica: del llanto a la
esperanza
La memoria de Santa Mónica ilumina hoy la
Palabra. Ella fue mujer de oración, de lágrimas y de paciencia. No se engañó
con apariencias, ni trató de ocultar el dolor por la vida de su hijo Agustín.
Ella supo esperar, confiar y rezar, hasta ver en su hijo la obra de la gracia.
Su ejemplo muestra que la conversión —como la de
Pablo— no es fruto de la violencia ni de la imposición, sino del amor
perseverante. En este sentido, Santa Mónica representa a tantas madres y padres
que no se cansan de orar por sus hijos, y también a tantos enfermos que,
en medio del dolor, perseveran en la esperanza. Sus lágrimas son semilla
fecunda de vida nueva.
5. Aplicaciones actuales
- En
lo personal:
estamos llamados a examinar si nuestra fe es auténtica o de apariencia.
¿Somos coherentes? ¿Nuestras palabras y obras coinciden? ¿Vivimos un
cristianismo de fachada o de corazón? El Jubileo es ocasión para dejar que
Dios limpie nuestro interior.
- En
la Iglesia:
hemos de ser como Pablo después de su conversión: servidores humildes, no
dueños de la fe de nadie. Evangelizar es acompañar con ternura, no imponer
con dureza. La credibilidad de la Iglesia depende de su autenticidad, no
de su maquillaje exterior.
- En
la sociedad:
hoy también existen “sepulcros blanqueados”: corrupción disfrazada de
justicia, abusos ocultos bajo un lenguaje piadoso o legalista. El Jubileo
nos urge a ser testigos de esperanza, transparencia y verdad.
- Para
los enfermos: en
ellos descubrimos la llamada a vivir la fe no como apariencia, sino como
confianza radical en Dios. Ellos nos enseñan que lo esencial es el corazón
abierto a la gracia. Pidamos hoy que el Señor los fortalezca, que Santa
Mónica interceda por ellos y que la comunidad cristiana sea siempre
refugio de ternura y consuelo.
6. Conclusión jubilar
Queridos hermanos, Pablo nos enseña que la gracia
transforma la violencia en servicio humilde; Jesús nos alerta contra la
hipocresía que maquilla la vida; y Santa Mónica nos recuerda que la oración perseverante
y las lágrimas confiadas son camino seguro de conversión.
En este Año Jubilar, seamos peregrinos de
esperanza con un corazón auténtico, limpios por dentro y transparentes por
fuera, servidores humildes del Evangelio. Pidamos que los enfermos encuentren
en la comunidad de fe la ternura de Dios, y que como Santa Mónica aprendamos a
esperar, a confiar y a orar sin desfallecer. Amén.
3
La firmeza y la fuerza del amor
que corrige
1. Introducción: la palabra que hiere para sanar
El Evangelio de hoy (Mt 23,27-32) recoge una de las
condenas más duras de Jesús hacia los fariseos: los llama sepulcros blanqueados,
hermosos por fuera, pero podridos por dentro. Es una imagen que no deja
indiferente: fuerte, provocadora, incómoda. Sin embargo, detrás de estas
palabras no se esconde el deseo de humillar ni de destruir, sino el amor
firme y apasionado de Cristo que busca sacudir conciencias para salvar.
Jesús no habla movido por la rabia ni por el
resentimiento, sino por un amor tan radical que se atreve a incomodar para
conducir a la conversión. Y si alguno de los fariseos estuvo abierto en aquel
momento, esas palabras primero debieron arder como una herida en el corazón,
pero también tuvieron el poder de abrir un camino de cambio. Lo mismo nos
sucede a nosotros: el Señor, con palabras fuertes, puede sacudirnos, pero lo
hace siempre para curarnos.
2. La firmeza de Pablo: de
perseguidor a servidor (1 Tes 2,9-13)
La primera lectura nos presenta a un Pablo
transformado. Aquel que había sido fariseo celoso, perseguidor de cristianos,
ahora es el apóstol humilde que trabaja con sus propias manos para no ser carga
a nadie. Ya no se impone con violencia, sino que se desgasta en el servicio. Lo
que antes hacía por fanatismo, ahora lo realiza por amor.
Pablo ha pasado de la arrogancia del poder a
la humildad del servicio, de la dureza que destruye a la firmeza que
edifica. Y lo que guía su misión es la convicción de que la Palabra de Dios
tiene fuerza propia: “esa Palabra actúa eficazmente en ustedes, los
creyentes”.
Aquí aparece un vínculo profundo con el Evangelio:
tanto Pablo como Jesús nos muestran que la verdadera firmeza no consiste en
levantar muros de apariencia, sino en dejar que la verdad penetre hasta lo más
hondo, aunque incomode. La firmeza auténtica no destruye, purifica y
transforma.
3. El Evangelio: sepulcros
blanqueados
La denuncia de Jesús contra la hipocresía de los
fariseos sigue siendo actual. En su tiempo, los líderes religiosos aparentaban
santidad, pero sus corazones estaban llenos de corrupción. Hoy, también
nosotros podemos caer en la tentación de aparentar: decir palabras de fe pero
vivir con doblez, condenar los pecados ajenos mientras toleramos los propios,
maquillar con discursos espirituales lo que en el fondo son ambiciones,
envidias o indiferencias.
Jesús, con su palabra firme, nos muestra que el
amor verdadero no es permisivo: no calla ante el mal, no se conforma con
las apariencias, no bendice lo que está podrido. El amor verdadero corrige,
confronta y llama a cambiar.
4. Santa Mónica: lágrimas firmes
y amor paciente
La memoria de Santa Mónica ilumina este
Evangelio con su propio testimonio. Ella no corrigió a su hijo Agustín con
gritos ni imposiciones, sino con la firmeza del amor perseverante. Sus
lágrimas constantes, sus oraciones inquebrantables y su esperanza inagotable
fueron un “evangelio vivo” que poco a poco quebró las resistencias de Agustín
hasta llevarlo a la conversión.
Santa Mónica nos recuerda que el amor auténtico no
es débil ni complaciente: es firme, paciente y capaz de soportar años de espera
sin claudicar. Esa firmeza es la que hoy necesitamos en nuestra Iglesia y en
nuestras familias: una firmeza que no nace del orgullo, sino del amor; una
firmeza que no destruye, sino que salva.
5. Aplicaciones para hoy
- En
lo personal: el
Señor quiere hablarnos con claridad, mostrarnos nuestras incoherencias y
sepulcros blanqueados. Quizás son pequeños egoísmos, orgullos ocultos,
apegos disimulados. Abrámonos a la corrección amorosa de Cristo, que no
nos hiere para condenarnos, sino para sanarnos.
- En
la comunidad eclesial: necesitamos líderes que, como Pablo, pasen de la arrogancia a la
humildad, de la apariencia al servicio. El Jubileo nos llama a ser Iglesia
auténtica, transparente, peregrina de esperanza.
- En
la sociedad:
vivimos tiempos en los que la corrupción y la mentira se maquillan con
discursos bonitos. La voz de Jesús resuena también hoy: “¡Ay de
ustedes, sepulcros blanqueados!”. No podemos callar ante las
injusticias. La firmeza del amor cristiano exige denunciar lo que destruye
la dignidad humana.
- En
los enfermos: a
ellos el Señor no los sacude con reproches, sino que los fortalece con
ternura. Pero también en medio de la enfermedad Jesús puede llamarnos a un
cambio interior: a confiar más, a purificar nuestro corazón, a vivir la
cruz como camino de amor. Hoy pedimos que la firmeza de Cristo sea para
ellos consuelo, fortaleza y esperanza.
6. Conclusión jubilar
Hermanos, en este Año Jubilar aprendamos a
acoger la firmeza y la fuerza del amor de Cristo. Su palabra puede sonar
dura, pero es medicina que cura el alma. Como a Pablo, nos llama a pasar de la
apariencia a la verdad; como a los fariseos, nos invita a limpiar nuestro
interior; como a Santa Mónica, nos enseña a perseverar en la oración y en el
amor que salva.
Pidamos que Jesús nos hable al corazón con claridad
y nos ayude a responder con docilidad, para que libres del pecado podamos ser peregrinos
de esperanza, portadores de un amor fuerte y verdadero que transforma el
mundo. Amén.
**********
27 de agosto:
Santa Mónica — Memoria
c. 332–387
Patrona de amas de casa, mujeres casadas, madres, víctimas de abusos,
alcohólicos y viudas.
Invocada contra matrimonios difíciles y contra hijos difíciles.
Cita:
“Hijo, por mi parte ya no tengo más deleite en nada en esta vida. Lo que hago
aquí todavía y por qué estoy aquí, no lo sé, ahora que mis esperanzas en este
mundo se han cumplido. Había una cosa por la que deseaba permanecer un poco más
en esta vida: que pudiera verte como cristiano católico antes de morir. Mi Dios
ha hecho esto por mí de manera más abundante, al permitirme verte ahora,
despreciando la felicidad terrenal, convertido en su siervo.”
~Palabras de Santa Mónica, tomadas de las Confesiones de San Agustín
Reflexión
Santa Mónica, a quien hoy honramos, fue la madre de
uno de los más grandes santos en la historia de la Iglesia: San Agustín. Mónica
probablemente nació en Tagaste, en la actual Souk Ahras, Argelia, África del
Norte, y pertenecía a la tribu bereber, un diverso grupo de pueblos indígenas
del norte de África antes de la llegada de los árabes. Tagaste era entonces
parte del Imperio Romano, que había legalizado el cristianismo apenas veinte
años antes del nacimiento de Mónica. Ella fue criada en un hogar cristiano y
llegó a ser muy devota. Dado que el cristianismo aún era nuevo en el Imperio
Romano, lo más probable es que los cristianos fueran minoría en ese tiempo.
Mónica se casó con un hombre llamado Patricio, que
era pagano y, según se dice, de carácter violento y vida inmoral. La madre de
Patricio vivía con la pareja y se cuenta que tenía el mismo temperamento
violento de su hijo. Mónica y Patricio tuvieron tres hijos: los varones Agustín
y Navigio y una hija cuyo nombre se desconoce.
El matrimonio y la vida en el hogar de Mónica
fueron difíciles, pero ella fue una mujer de profunda fe y oración. En su
juventud había tenido problemas con el alcohol, pero logró superarlos. Ya
casada, su esposo se oponía a su fe y a su vida de oración, pero también
reconocía en ella algo que lo llevaba a respetarla. Mónica deseaba bautizar a
sus hijos al nacer, pero Patricio no se lo permitió. Esa negativa destrozó su
corazón y la impulsó a perseverar en la oración por su familia. Cuando Agustín
enfermó de niño, Patricio aceptó inicialmente permitir su bautismo, pero al
recuperarse, volvió a prohibirlo.
El único recurso de Mónica fue la oración. Rezó con
fervor por la conversión de su familia, y esas súplicas comenzaron a dar fruto.
Patricio admiraba las virtudes de Mónica y se sintió profundamente tocado por
su amor. Eso, junto con sus oraciones, condujo a la conversión y al bautismo de
Patricio hacia el año 370. Él murió un año después. La madre de Patricio
también se convirtió.
Agustín, el hijo mayor, tenía alrededor de
dieciséis años cuando murió su padre. Había recibido una buena educación en su
juventud en una escuela a unos treinta kilómetros al sur de su ciudad natal. A
los diecisiete años fue enviado a Cartago, en la actual Túnez, para estudiar
retórica. Aunque entonces parte del Imperio Romano, Cartago tenía raíces en la
cultura griega y contaba con algunas de las mejores escuelas donde se educaban
muchos personajes prominentes de la sociedad. En Cartago, Agustín buscaba la
verdad. Tras leer el diálogo Hortensius de Cicerón, su sed de verdad se
intensificó. En esa época, conoció a una mujer con la que convivió y con la que
tuvo un hijo, a pesar de las fuertes advertencias de su madre contra la
fornicación.
En Cartago, Agustín conoció las enseñanzas de Mani,
un hombre que afirmaba ser el último profeta de una línea que incluía a Buda,
Zoroastro y Jesús. Mani enseñaba que existía un conflicto fundamental entre dos
principios opuestos y coeternos: la luz y las tinieblas. La luz era el bien;
las tinieblas, el mal. Decía que el mundo material era una unión de luz y
oscuridad, de bien y de mal, y que el fin de la vida humana era liberar la luz
atrapada en la oscuridad de la materia. Agustín abrazó esta religión,
convirtiéndose en maniqueo. Pero había un problema al que Agustín se
enfrentaría: la oración y la fe de su madre eran poderosas.
Cuando Agustín regresó de la escuela en Cartago,
comenzó a enseñar en su ciudad natal. Fue entonces cuando anunció que se había
convertido en maniqueo. Como consecuencia, Mónica lo echó de casa como un acto
de amor profundo. Luego, Dios le habló en una visión que le dio esperanza para
su hijo, y ella se reconcilió con él.
Agustín decidió abrir una escuela de retórica y no
encontró mejor lugar que Roma. A los treinta y un años aproximadamente, informó
a su madre que se marchaba a Roma. Por la preocupación materna hacia su hijo, y
porque ya había visto a sus otros dos hijos convertirse y ser bautizados, le dijo
a Agustín que viajaría con él. Sin embargo, antes de que ella lo supiera,
Agustín partió en secreto hacia Roma sin ella. Ella no se rindió y lo siguió.
Para cuando llegó, Agustín ya se había ido a Milán, donde obtuvo un prestigioso
puesto como maestro. Allí lo siguió también Mónica.
Durante los siguientes cuatro años en Milán, Mónica
nunca se rindió y continuó rezando entre lágrimas por su hijo. Como Agustín
admiraba a los intelectuales, fue atraído por el obispo católico de Milán, el
futuro san Ambrosio. El obispo Ambrosio fue la respuesta a las oraciones de una
madre. Hacia el año 387, a los treinta y tres años, Agustín se convirtió al
cristianismo y fue bautizado por Ambrosio.
Una vez convertido, Agustín y su madre decidieron
regresar a Tagaste, pero Mónica nunca completó el viaje. Cayó enferma y murió
en Ostia, una ciudad cercana a Roma. Agustín se convertiría en uno de los
teólogos más influyentes en la historia de la Iglesia. En su libro Confesiones,
san Agustín comparte la bella historia de su madre. Relata lo que sabemos de
ella: su temprana lucha con el alcohol, sus lágrimas por él cuando se desvió en
Cartago —lloraba por él más de lo que muchas madres lloran por la muerte de un
hijo—, y cómo oraba con fervor en Milán buscando el consejo del obispo
Ambrosio. La descripción más tierna que hace de su madre se centra en la
relación con ella después de su conversión, en sus conversaciones y en su
muerte. Ella tuvo un profundo impacto en él, y él, a su vez, lo ha tenido en
toda la Iglesia.
Santa Mónica soportó una vida difícil, pero
perseveró, superó sus pruebas y se entregó a la oración y a la virtud. Sus
oraciones y virtudes conquistaron primero a su esposo y a su suegra, luego a
sus tres hijos. Aunque san Agustín es el más conocido, esta madre, nuera y
esposa marcó la vida de toda su familia. Santa Mónica es vista por muchos como
un modelo de esperanza para quienes tienen familiares que se han desviado. Al
honrarla hoy, pensemos en el poder de sus oraciones. Que nos recuerde que
nuestras propias súplicas por la familia también son poderosas. Si tienes a
alguien en tu familia que se ha apartado, deja que santa Mónica te inspire a
perseverar en la oración, para que cada uno de tus seres queridos pueda
compartir un día contigo la gloria del cielo.
Oración
Santa
Mónica, aunque tuviste una vida difícil, entregaste siempre tus dificultades a
Dios. Oraste, creciste en virtud y tuviste un profundo impacto en toda tu
familia. Te ruego que intercedas por mí, para que nunca pierda la esperanza en
aquellos que se han desviado, sino que permanezca fiel en la oración por ellos,
confiando en la divina misericordia de Dios.
Santa Mónica, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.
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