miércoles, 27 de agosto de 2025

28 de agosto del 2025: jueves de la vigésima primera semana del tiempo ordinario-I - Memoria de San Agustín, Obispo y Doctor de la Iglesia

 

Santo del día:

San Agustín de Hipona

354-430.

«Un hombre incomparable, del que todos nos sentimos hijos y discípulos, tanto en la Iglesia como en Occidente»: así describió Juan Pablo II a san Agustín, durante el XVI centenario de su conversión, en el año 386, en Milán.

 

 

Un amor que se expande


(1 Tesalonicenses 3, 7-13)
Pablo propone a los cristianos de Tesalónica una fe que no tiene nada de comunitarismo cerrado. Por supuesto, se trata para los bautizados de aprender a amar a los miembros de su comunidad, a quienes no han elegido. Pero el amor “intenso y desbordante” al que son invitados, fruto de la acción del Señor en ellos, está destinado a extenderse a todos los seres humanos, sin importar su raza, su religión o su condición social.

Jean-Marc Liautaud, Fondacio

 


Primera lectura

1Ts 3,7-13
Que el Señor los colme de amor mutuo y de amor a todos

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses.

HERMANOS, nos hemos sentido animados por su fe en medio de todos nuestros aprietos y luchas. Ahora sí que vivimos, sabiendo que se mantienen fieles al Señor.
¿Cómo podremos dar gracias a Dios por ustedes, por tanta alegría como gozamos delante de Dios por causa de ustedes?
Noche y día pedimos insistentemente verlos cara a cara y completar lo que falta a su fe.
Que Dios nuestro Padre y nuestro Señor Jesús nos allanen el camino para ir a ustedes.
En cuanto a ustedes, que el Señor los colme y los haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros los amamos a ustedes; y que afiance así sus corazones, de modo que se presenten ante Dios, nuestro Padre, santos e irreprochables en la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 90(89),3-4.12-13.14 y 17 (R. 14) 

R. Sácianos de tu misericordia, Señor,
y estaremos alegres.

V. Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: «Retornen, hijos de Adán».
Mil años en tu presencia son un ayer que pasó;
una vela nocturna. 
R.

V. Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos. 
R.

V. Por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.
Sí, haga prósperas las obras de nuestras manos. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Estén en vela y preparados, porque a la hora que menos piensen viene el Hijo del hombre. R.

 

Evangelio

Mt 24,42-51

Estén preparados

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Estén en vela, porque no saben qué día vendrá su Señor.
Comprendan que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.
Por eso, estén también ustedes preparados, porque a la hora que menos piensen viene el Hijo del hombre.
¿Quién es el criado fiel y prudente, a quien el señor encarga de dar a la servidumbre la comida a sus horas?
Bienaventurado ese criado, si el señor, al llegar, lo encuentra portándose así. En verdad les digo que le confiará la administración de todos sus bienes.
Pero si dijere aquel mal siervo para sus adentros: “Mi señor tarda en llegar”, y empieza a pegar a sus compañeros, y a comer y a beber con los borrachos, el día y la hora que menos se lo espera, llegará el amo y lo castigará con rigor y le hará compartir la suerte de los hipócritas.
Allí será el llanto y el rechinar de dientes».

Palabra del Señor.

 

 1

La misión a seguir: vigilancia, amor y esperanza

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Hoy la liturgia nos regala un hilo de profunda unidad entre la primera lectura de la carta a los Tesalonicenses, el Evangelio según san Mateo y la memoria de San Agustín de Hipona. En este Año Jubilar, llamados a ser peregrinos de la esperanza, la Palabra de Dios ilumina nuestro camino con tres claves espirituales: perseverancia en la fe, vigilancia en la espera y responsabilidad en la misión.


5.    La alegría del apóstol al ver la fe firme

San Pablo nos narra la consolación que experimenta al saber que los cristianos de Tesalónica permanecen firmes en la fe (1 Tes 3,7-13). Su corazón se llena de gozo porque, a pesar de las pruebas, ellos siguen confiando en Cristo. Pablo sabe que el camino de la fe no se recorre de un día para otro: es un proceso lento, arduo, lleno de luchas y avances pequeños. Por eso, insiste en el imperativo del amor fraterno: “que el Señor los haga rebosar de amor entre ustedes y hacia todos”.

Hermanos, ¿es fácil amar? No, no lo es. Pero la fidelidad en el amor se hace posible cuando confiamos en el Señor, cuando cultivamos la oración y escuchamos con humildad su Palabra. En esta insistencia de Pablo encontramos un eco para nuestra realidad eclesial: la obra evangelizadora de la Iglesia no se mide por logros inmediatos ni por números, sino por la perseverancia en el amor y en la fe transmitida de corazón a corazón.


2. Estar vigilantes ante la venida del Señor

El Evangelio (Mt 24,42-51) nos pone frente a otra dimensión esencial: la vigilancia. Jesús nos recuerda que nadie sabe el día ni la hora del regreso del Hijo del Hombre. No sirven cálculos, ni especulaciones, ni obsesionarse con los signos de los tiempos. Lo importante no es saber cuándo volverá, sino cómo nos encontrará cuando regrese.

El Señor mismo lo dice: “Bienaventurado el siervo a quien su amo, al llegar, lo encuentra cumpliendo con su deber”. La clave está en la responsabilidad cotidiana, en ser fieles en lo pequeño, en vivir cada jornada como un don y una oportunidad de trabajar por el Reino de Dios.

Aquí cabe preguntarnos: ¿nos encontrará el Señor ocupados en tareas de justicia, paz y amor, o distraídos en superficialidades? La vigilancia no es miedo, es amor responsable. El que ama, vigila. El que ama, espera. El que ama, se mantiene despierto.


3. La lección de San Agustín

Hoy celebramos a San Agustín de Hipona, doctor de la Iglesia, uno de los grandes genios de la fe. Su vida fue un peregrinaje largo hacia la conversión. Durante años buscó la verdad en filosofías, placeres y experiencias pasajeras, hasta que la gracia, acompañada por las lágrimas y oraciones de su madre Santa Mónica, lo llevó al encuentro con Cristo.

San Agustín nos enseña que la fe madura lentamente, que requiere paciencia, humildad y vigilancia. De su experiencia brotan frases que nos acompañan hasta hoy, como aquella: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

Su testimonio ilumina nuestro tiempo jubilar: somos peregrinos que caminamos hacia Dios, y en ese trayecto hemos de mantenernos en oración, escuchando su Palabra, trabajando en la misión evangelizadora de la Iglesia y animando a nuevas vocaciones que respondan al llamado del Señor.


4. Aplicación pastoral y jubilar

Queridos hermanos, en este Año Jubilar el Papa nos invita a ser peregrinos de la esperanza. Esto implica tres actitudes muy concretas:

  • Amor fraterno perseverante: como Pablo, no nos cansemos de orar por las comunidades, de acompañar a los débiles, de sostener a quienes vacilan.
  • Vigilancia activa: vivir con los ojos abiertos a las necesidades de los demás, atentos a la voz de Cristo que nos interpela en cada pobre, en cada enfermo, en cada hermano que sufre.
  • Compromiso con la misión: orar por las vocaciones, apoyar la obra evangelizadora, animar a los jóvenes a dar su “sí” al Señor. No podemos quedarnos con los brazos cruzados; somos siervos a quienes el Señor quiere encontrar trabajando.

5. Palabra final

Que al final de nuestra vida podamos escuchar la bienaventuranza del Evangelio de hoy: “Dichoso el siervo a quien su amo, al llegar, lo encuentre cumpliendo con su deber”.

Pidamos la intercesión de San Agustín, que supo buscar con pasión la verdad y entregarse a Cristo con todo su ser. Que él nos enseñe a ser vigilantes y perseverantes. Y que este Jubileo nos renueve en la esperanza, para que el Señor nos encuentre siempre ocupados en la justicia, la paz y el amor.

Amén.

 

 

2

El amor que comienza en casa pero no se queda allí

 

San Pablo escribe a los Tesalonicenses con el gozo de verlos firmes en la fe. Pero no se limita a felicitarlos, sino que los impulsa a crecer en un amor “intenso y desbordante”. El apóstol les recuerda que ese amor no puede reducirse a los confines de la comunidad cristiana, ni quedarse en un círculo cerrado de “los míos”.

El verdadero discípulo de Cristo aprende primero a amar a quienes tiene cerca, incluso si no los eligió, pero está llamado a ir más allá: a amar a todo ser humano, sea cual sea su raza, su religión o su condición social. Ese amor, que no nace de una simpatía natural, sino del Espíritu Santo derramado en nuestros corazones, es la esencia de la evangelización.


2. El Evangelio y la vigilancia amorosa

En el Evangelio de hoy (Mt 24,42-51), Jesús nos invita a vivir vigilantes, atentos, responsables. El siervo dichoso no es el que espera pasivamente, sino el que permanece ocupado en el servicio y en el amor cuando llega el Señor. La vigilancia no se mide por el miedo a un juicio futuro, sino por la constancia en vivir el amor hoy.

La espera del Hijo del Hombre no es excusa para la pasividad ni para el aislamiento; al contrario, nos lanza a la misión, a implicarnos en el trabajo del Reino. Quien ama, vigila. Quien ama, se mantiene en vela, atento al hermano, activo en la construcción de la paz y la justicia.


3. San Agustín, buscador y maestro del amor

Hoy celebramos a San Agustín de Hipona, un hombre que experimentó en carne propia cómo la gracia de Dios ensancha el corazón. Sus búsquedas lo llevaron por muchos caminos, pero finalmente descubrió que el verdadero amor no se encierra en sí mismo, sino que se abre sin fronteras: “Ama y haz lo que quieras”, decía él, convencido de que cuando el amor de Dios gobierna el corazón, todas las decisiones se orientan al bien.

Agustín nos recuerda que el amor cristiano es expansivo: empieza en la comunidad, se alimenta en la oración, se robustece en la Palabra y se proyecta hacia la sociedad entera. Es un amor que busca a los que no conocen a Cristo, que dialoga con quienes piensan distinto, que se acerca con respeto y compasión a los que sufren.


4. Aplicación jubilar: amor misionero y vocacional

En este Año Jubilar, llamados a ser peregrinos de la esperanza, la Palabra nos invita a dejar que nuestro amor vaya más allá de las fronteras de la comodidad.

  • En lo personal: no basta amar a quienes me agradan, debo aprender a amar a los que son diferentes, a los que incluso me incomodan.
  • En lo comunitario: no basta con cuidar a los de dentro de la Iglesia; nuestra misión es abrir puertas, anunciar el Evangelio con alegría, tender puentes.
  • En lo vocacional: el amor se expresa en la entrega generosa. Oremos para que muchos jóvenes escuchen la voz del Señor y descubran en la vida sacerdotal, religiosa o laical comprometida, una vocación de servicio.

Así, la obra evangelizadora de la Iglesia será siempre creíble: no por discursos hermosos, sino por la fuerza de un amor que se expande, que rompe barreras, que abraza a todos.


5. Conclusión

Hermanos, que al final de nuestra vida podamos escuchar la voz de Jesús: “Dichoso el siervo a quien su amo, al llegar, lo encuentre cumpliendo con su deber”. Cumplir nuestro deber no es otra cosa que vivir vigilantes en el amor, abiertos al otro, disponibles al servicio, activos en la misión.

Pidamos la intercesión de San Agustín para que, como él, experimentemos que sólo en Dios descansa nuestro corazón, y que ese descanso nos impulse a un amor que se extienda, se desborde y alcance a todos.

Amén.

 

3

 

Estén despiertos: la vigilancia como camino de amor y misión

 

1. La exhortación de Jesús: ¡Estén despiertos!

El Evangelio de hoy (Mt 24,42-51) nos pone frente a una advertencia clara de Jesús: “¡Estén despiertos! porque no saben qué día vendrá su Señor”. No es un consejo, sino un imperativo. Jesús sabe que es fácil dormirse espiritualmente, distraerse con la rutina, con las preocupaciones, con el cansancio. Por eso, insiste: quien ama, vigila; quien ama, está atento.

La vigilancia que pide Jesús no se trata de ansiedad ni miedo, sino de vivir cada jornada como don y tarea: que el Señor nos encuentre trabajando en lo nuestro, cumpliendo con el deber, cultivando la justicia, la paz y el amor.


2. Primera lectura: crecer en amor y en santidad

San Pablo, escribiendo a los Tesalonicenses (1 Tes 3,7-13), revela la alegría que siente al verlos firmes en la fe. Pero no se contenta con felicitarlos; los impulsa a crecer más: “Que el Señor los haga crecer y abundar en el amor unos con otros y con todos”.

Aquí está la clave: la vigilancia se mide en amor. Estar despiertos no significa vivir con miedo a la hora final, sino vivir atentos a la gracia que fortalece el corazón, que nos hace irreprochables en santidad, que nos lanza hacia los demás, más allá de fronteras, religiones o clases sociales.

El imperativo de Pablo conecta con la llamada de Jesús: estar vigilantes es cultivar un amor expansivo, firme y misionero, que se traduce en servicio y en oración por la obra evangelizadora y por nuevas vocaciones.


3. El salmo: sabiduría del tiempo y alegría en Dios

El salmo responsorial (Sal 90/89) nos enseña a rezar desde esta vigilancia:

  • “Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato.” estar despiertos es aprender la sabiduría del tiempo, no vivir de forma superficial.
  • “Sácianos de tu misericordia por la mañana y toda nuestra vida será alegría y júbilo.” la oración diaria nos mantiene despiertos y nutridos en su gracia, cada mañana renovados.
  • “Baje a nosotros la bondad del Señor y haga próspera la obra de nuestras manos.” la vigilancia cristiana se traduce en trabajo concreto, en misión fecunda: evangelización, catequesis, servicio, acompañamiento vocacional.

Así, la oración del salmista nos conecta con Pablo y con Jesús: la vigilancia es una vida llena de sentido, alegría y misión.


4. San Agustín: del sueño a la vigilancia del amor

La memoria de San Agustín ilumina este mensaje. Él conoció lo que es vivir “dormido espiritualmente”: sus búsquedas en la filosofía, el placer y la ambición lo dejaron inquieto e insatisfecho. Hasta que la gracia de Dios lo despertó, gracias también a las lágrimas y oraciones de su madre, Santa Mónica.

De su experiencia brota aquella frase inmortal: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Estar despiertos, entonces, no es vivir agitados, sino vivir atentos al Amor que llena todo. La vida de Agustín es un modelo de conversión, vigilancia y apertura a la gracia que transforma.


5. Aplicación jubilar: misión y vocaciones

El Papa nos invita en este Jubileo a ser peregrinos de la esperanza. Esta esperanza se sostiene en corazones vigilantes, atentos y dispuestos.

  • En la evangelización: la Iglesia necesita comunidades que no se duerman en la rutina, sino que salgan con creatividad a anunciar el Evangelio.
  • En las vocaciones: necesitamos jóvenes con el corazón despierto, capaces de decir “sí” a Cristo en el sacerdocio, la vida consagrada o el laicado comprometido.
  • En lo cotidiano: nuestra vigilancia se expresa en detalles sencillos —un gesto amable, una oración silenciosa, una sonrisa compartida—, signos de que Dios está en todo y que nosotros estamos atentos a su paso.

6. Conclusión

Hermanos, hoy Jesús nos repite: “¡Estén despiertos!”. San Pablo nos recuerda que esa vigilancia se traduce en crecer en amor. El salmo nos enseña a contar los días con sabiduría y a trabajar con gozo. San Agustín nos muestra cómo dejar que la gracia despierte nuestro corazón.

Que el Señor nos encuentre vigilantes: con las lámparas encendidas, con el corazón en oración, con las manos ocupadas en la evangelización y con la esperanza jubilar de que cada día es un paso hacia Él.

Amén.

 

 

28 de agosto:

San Agustín de Hipona, Obispo y Doctor de la Iglesia —

Memoria

354–430
Patrono de cerveceros, impresores y teólogos
Invocado contra enfermedades de los ojos y plagas de insectos
Canonización pre-congregación
Declarado Doctor de la Iglesia por el Papa Bonifacio VIII en 1298
Llamado popularmente “Doctor de la Gracia”

 


Cita:
“¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no existieran en ti, nada serían. Me llamaste y clamaste, y venciste mi sordera; brillaste, resplandeciste y curaste mi ceguera; exhalaste tu fragancia y la aspiré, y ahora suspiro por ti; gusté de ti y ahora tengo hambre y sed; me tocaste, y me abrasé en tu paz.”


~ Confesiones de San Agustín, Libro X


Reflexión

Ayer, la Iglesia honró a Santa Mónica, madre del santo de hoy, San Agustín. A pesar de una vida difícil, Mónica cumplió su deber más crucial como madre y esposa: rezó por su familia y dio testimonio de virtudes tan convincentes que su esposo, su suegra y sus tres hijos se convirtieron a Cristo. Entre ellos, San Agustín de Hipona, uno de los santos más venerados de la Iglesia.

Aurelio Agustín Hiponense, conocido como Agustín, nació en Tagaste, actual Souk Ahras en Argelia, África del Norte. Fue el mayor de tres hijos, con un hermano y una hermana menores. Su padre, Patricio, no era rico pero tenía responsabilidades cívicas en su ciudad, parte del Imperio Romano. Era pagano, de temperamento violento y vida inmoral. Su madre, hoy venerada como Santa Mónica, había luchado con el alcohol en su juventud, pero superó ese vicio. Criada como cristiana, abrazó de lleno su fe católica. A pesar de sufrir por el temperamento y las infidelidades de su esposo, fue modelo de caridad, y sus oraciones convirtieron finalmente a toda la familia.

El padre de Agustín no permitió que sus hijos fueran bautizados, a pesar de las súplicas de su madre. Sin embargo, Mónica se aseguró de que recibieran formación catequética y educación en los clásicos. La fe de Mónica sembró en Agustín la conciencia de Cristo Salvador, aunque esa semilla no caló en su juventud. Era travieso: en sus Confesiones cuenta cómo él y unos amigos robaron peras, no por hambre ni por gusto, sino por el mero placer de hacerlo. Escribió: “Amaba mi propia perdición. Amaba mi error, no aquello por lo que erraba, sino el error mismo… buscando nada en el acto vergonzoso, salvo la vergüenza misma. Era amor al pecado.”

Agustín se destacó en los estudios y su orgulloso padre quiso enviarlo a Cartago, ciudad próspera cercana, a continuar su educación, aunque debió esperar hasta conseguir un mecenas. Durante esos meses de ocio cayó en mayores travesuras. Ese mismo año murió su padre, pero un rico ciudadano costeó sus estudios. Ya en Cartago, se sumergió en la vida desordenada: el teatro encendía sus pasiones, se embriagaba de sus éxitos literarios, y pronto convivió con una joven con la que tuvo un hijo fuera del matrimonio.

A los diecinueve años leyó una obra que cambió su vida: Hortensius de Cicerón, que exaltaba la sabiduría. Ese texto despertó en él el hambre de verdad. Sin embargo, en ese tiempo comenzó a dudar de la fe cristiana, sobre todo por sus dificultades con el Antiguo Testamento, que le parecía violento y confuso. Se encontró entonces con el maniqueísmo, filosofía religiosa que prometía conocimiento secreto y confirmaba sus sospechas de contradicciones en la Biblia. Según esta doctrina, la realidad era lucha entre luz y tinieblas, bien y mal. El mundo creado era parte de la oscuridad, que buscaba atraparnos. Agustín investigó sus enseñanzas con la esperanza de hallar la sabiduría que prometían, pero nunca se adhirió del todo. Años más tarde, al conocer al líder Fausto, se decepcionó por su mediocridad intelectual y abandonó definitivamente el maniqueísmo.

Tras terminar sus estudios en Cartago, regresó a Tagaste con su compañera y su hijo, y comenzó a enseñar gramática. Cuando anunció a su madre que pensaba hacerse maniqueo, ella lo echó de casa, aunque luego, inspirada por Dios, se reconcilió con él. Su éxito como profesor lo llevó de nuevo a Cartago, donde enseñó retórica con renombre. Más tarde fue invitado a Roma, lo que consideró un honor. Su madre quiso acompañarlo, pero Agustín la engañó y partió solo. En Roma se desilusionó por los estudiantes que lo estafaban en las matrículas, y terminó aceptando un puesto en Milán. Allí, a los treinta años, su madre lo alcanzó finalmente, siendo testigo de su conversión.

En Milán conoció al obispo Ambrosio, gran predicador y pensador, que lo acogió con amistad, respondió sus dudas y lo introdujo en la lectura adecuada de la Biblia, ayudándole especialmente con el Antiguo Testamento. Ambrosio también impresionó a Agustín por su valentía frente a la emperatriz Justina, quien quiso apoderarse de su catedral para los arrianos.

Un día, en un jardín, Agustín escuchó una voz infantil que le decía: “Toma y lee”. Tomó una Biblia y abrió al azar en Romanos 13,13-14: “…conduzcámonos dignamente como en pleno día: nada de comilonas y borracheras, nada de lujurias y desenfrenos, nada de rivalidades y envidias; revístanse más bien del Señor Jesucristo y no se preocupen de la carne para satisfacer sus apetitos.” Esta lectura lo impactó profundamente y aceleró su conversión.

Apoyado por amigos católicos, por los consejos y oraciones de su madre, y por la gracia de Dios, Agustín recibió el bautismo a los 33 años, en la Vigilia Pascual del 387, de manos de Ambrosio, junto con su hijo. De regreso a África, su madre murió cerca de Roma, hecho que él narra en Confesiones en una de las páginas más bellas sobre el amor entre madre e hijo.

En Tagaste fundó una comunidad religiosa con amigos. Su fama creció y fue ordenado sacerdote en el 391, y obispo de Hipona en el 396. En los 43 años siguientes se convirtió en uno de los teólogos más grandes de la historia. Sus sermones, su cercanía pastoral y sus escritos marcaron a generaciones.

Sus obras son monumentales: apologías, cartas, comentarios bíblicos, tratados filosóficos y teológicos, reglas monásticas… Más de cinco millones de palabras han llegado hasta hoy. Su Confesiones es una autobiografía espiritual profundamente teológica; su Ciudad de Dios confronta la crisis de Roma mostrando la contraposición entre la ciudad terrena y la ciudad de Dios; su tratado sobre la Trinidad es un hito en la teología cristiana.

En su último año, presenció la invasión de los vándalos que destruyeron Hipona, pero no pudieron borrar su legado. San Agustín sigue influyendo no sólo en la Iglesia, sino en todo el pensamiento occidental.


Síntesis espiritual

Podemos decir que Agustín vivió dos vidas: la del hombre débil, confundido y pecador, y la del pecador transformado por la gracia. Su célebre frase resume su vida:
“Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.”

Su lucha lo llevó a la verdad, y una vez convertido, Dios lo usó de manera extraordinaria.


Oración

San Agustín, tú fuiste un pecador redimido por Cristo. Luego dedicaste toda tu vida a la gloria de Dios y a la salvación de las almas. Te ruego que ores por mí, para que yo descubra lo que tú descubriste, e imite tu radical conversión, sin reservar nada a nuestro Dios misericordioso. San Agustín de Hipona, ruega por mí. Jesús, en Ti confío.

 

 

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