Santo del día:
San Agustín de Hipona
354-430.
«Un hombre incomparable, del
que todos nos sentimos hijos y discípulos, tanto en la Iglesia como en
Occidente»: así describió Juan Pablo II a san Agustín,
durante el XVI centenario de su conversión, en el año 386, en Milán.
Un amor que se expande
(1 Tesalonicenses 3, 7-13) Pablo propone a los cristianos de
Tesalónica una fe que no tiene nada de comunitarismo cerrado. Por supuesto, se
trata para los bautizados de aprender a amar a los miembros de su comunidad, a
quienes no han elegido. Pero el amor “intenso y desbordante” al que son
invitados, fruto de la acción del Señor en ellos, está destinado a extenderse a
todos los seres humanos, sin importar su raza, su religión o su condición
social.
Jean-Marc Liautaud, Fondacio
Primera lectura
Que el Señor
los colme de amor mutuo y de amor a todos
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses.
HERMANOS, nos hemos sentido animados por su fe en medio de todos nuestros
aprietos y luchas. Ahora sí que vivimos, sabiendo que se mantienen fieles al
Señor.
¿Cómo podremos dar gracias a Dios por ustedes, por tanta alegría como gozamos
delante de Dios por causa de ustedes?
Noche y día pedimos insistentemente verlos cara a cara y completar lo que falta
a su fe.
Que Dios nuestro Padre y nuestro Señor Jesús nos allanen el camino para ir a
ustedes.
En cuanto a ustedes, que el Señor los colme y los haga rebosar de amor mutuo y
de amor a todos, lo mismo que nosotros los amamos a ustedes; y que afiance así
sus corazones, de modo que se presenten ante Dios, nuestro Padre, santos e
irreprochables en la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos.
Palabra de Dios.
Salmo
R. Sácianos de
tu misericordia, Señor,
y estaremos alegres.
V. Tú reduces
el hombre a polvo,
diciendo: «Retornen, hijos de Adán».
Mil años en tu presencia son un ayer que pasó;
una vela nocturna. R.
V. Enséñanos a
calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos. R.
V. Por la
mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.
Sí, haga prósperas las obras de nuestras manos. R.
Aclamación
V. Estén en
vela y preparados, porque a la hora que menos piensen viene el Hijo del hombre. R.
Evangelio
Estén
preparados
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Estén en vela, porque no saben qué día vendrá su Señor.
Comprendan que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el
ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.
Por eso, estén también ustedes preparados, porque a la hora que menos piensen
viene el Hijo del hombre.
¿Quién es el criado fiel y prudente, a quien el señor encarga de dar a la
servidumbre la comida a sus horas?
Bienaventurado ese criado, si el señor, al llegar, lo encuentra portándose así.
En verdad les digo que le confiará la administración de todos sus bienes.
Pero si dijere aquel mal siervo para sus adentros: “Mi señor tarda en llegar”,
y empieza a pegar a sus compañeros, y a comer y a beber con los borrachos, el
día y la hora que menos se lo espera, llegará el amo y lo castigará con rigor y
le hará compartir la suerte de los hipócritas.
Allí será el llanto y el rechinar de dientes».
Palabra del Señor.
1
La misión
a seguir: vigilancia, amor y esperanza
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Hoy la liturgia nos regala un hilo de profunda
unidad entre la primera lectura de la carta a los Tesalonicenses, el Evangelio
según san Mateo y la memoria de San Agustín de Hipona. En este Año Jubilar,
llamados a ser peregrinos de la esperanza, la Palabra de Dios ilumina
nuestro camino con tres claves espirituales: perseverancia en la fe,
vigilancia en la espera y responsabilidad en la misión.
5. La alegría del apóstol al ver la
fe firme
San Pablo nos narra la consolación que experimenta
al saber que los cristianos de Tesalónica permanecen firmes en la fe (1 Tes
3,7-13). Su corazón se llena de gozo porque, a pesar de las pruebas, ellos
siguen confiando en Cristo. Pablo sabe que el camino de la fe no se recorre de
un día para otro: es un proceso lento, arduo, lleno de luchas y avances
pequeños. Por eso, insiste en el imperativo del amor fraterno: “que el Señor
los haga rebosar de amor entre ustedes y hacia todos”.
Hermanos, ¿es fácil amar? No, no lo es. Pero la
fidelidad en el amor se hace posible cuando confiamos en el Señor, cuando
cultivamos la oración y escuchamos con humildad su Palabra. En esta insistencia
de Pablo encontramos un eco para nuestra realidad eclesial: la obra
evangelizadora de la Iglesia no se mide por logros inmediatos ni por
números, sino por la perseverancia en el amor y en la fe transmitida de corazón
a corazón.
2. Estar vigilantes ante la
venida del Señor
El Evangelio (Mt 24,42-51) nos pone frente a otra
dimensión esencial: la vigilancia. Jesús nos recuerda que nadie sabe el
día ni la hora del regreso del Hijo del Hombre. No sirven cálculos, ni
especulaciones, ni obsesionarse con los signos de los tiempos. Lo importante no
es saber cuándo volverá, sino cómo nos encontrará cuando regrese.
El Señor mismo lo dice: “Bienaventurado el
siervo a quien su amo, al llegar, lo encuentra cumpliendo con su deber”. La
clave está en la responsabilidad cotidiana, en ser fieles en lo pequeño, en
vivir cada jornada como un don y una oportunidad de trabajar por el Reino de
Dios.
Aquí cabe preguntarnos: ¿nos encontrará el Señor
ocupados en tareas de justicia, paz y amor, o distraídos en superficialidades?
La vigilancia no es miedo, es amor responsable. El que ama, vigila. El
que ama, espera. El que ama, se mantiene despierto.
3. La lección de San Agustín
Hoy celebramos a San Agustín de Hipona, doctor de
la Iglesia, uno de los grandes genios de la fe. Su vida fue un peregrinaje
largo hacia la conversión. Durante años buscó la verdad en filosofías, placeres
y experiencias pasajeras, hasta que la gracia, acompañada por las lágrimas y
oraciones de su madre Santa Mónica, lo llevó al encuentro con Cristo.
San Agustín nos enseña que la fe madura
lentamente, que requiere paciencia, humildad y vigilancia. De su
experiencia brotan frases que nos acompañan hasta hoy, como aquella: “Nos
hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en
ti”.
Su testimonio ilumina nuestro tiempo jubilar: somos
peregrinos que caminamos hacia Dios, y en ese trayecto hemos de mantenernos en
oración, escuchando su Palabra, trabajando en la misión evangelizadora de la
Iglesia y animando a nuevas vocaciones que respondan al llamado del Señor.
4. Aplicación pastoral y jubilar
Queridos hermanos, en este Año Jubilar el Papa nos
invita a ser peregrinos de la esperanza. Esto implica tres actitudes muy
concretas:
- Amor
fraterno perseverante: como Pablo, no nos cansemos de orar por las comunidades, de
acompañar a los débiles, de sostener a quienes vacilan.
- Vigilancia
activa:
vivir con los ojos abiertos a las necesidades de los demás, atentos a la
voz de Cristo que nos interpela en cada pobre, en cada enfermo, en cada
hermano que sufre.
- Compromiso
con la misión:
orar por las vocaciones, apoyar la obra evangelizadora, animar a los
jóvenes a dar su “sí” al Señor. No podemos quedarnos con los brazos
cruzados; somos siervos a quienes el Señor quiere encontrar trabajando.
5. Palabra final
Que al final de nuestra vida podamos escuchar la
bienaventuranza del Evangelio de hoy: “Dichoso el siervo a quien su amo, al
llegar, lo encuentre cumpliendo con su deber”.
Pidamos la intercesión de San Agustín, que supo
buscar con pasión la verdad y entregarse a Cristo con todo su ser. Que él nos
enseñe a ser vigilantes y perseverantes. Y que este Jubileo nos renueve en la
esperanza, para que el Señor nos encuentre siempre ocupados en la justicia,
la paz y el amor.
Amén.
2
El amor que comienza en casa pero
no se queda allí
San Pablo escribe a los Tesalonicenses con el gozo
de verlos firmes en la fe. Pero no se limita a felicitarlos, sino que los
impulsa a crecer en un amor “intenso y desbordante”. El apóstol les recuerda
que ese amor no puede reducirse a los confines de la comunidad cristiana, ni
quedarse en un círculo cerrado de “los míos”.
El verdadero discípulo de Cristo aprende primero a
amar a quienes tiene cerca, incluso si no los eligió, pero está llamado a ir
más allá: a amar a todo ser humano, sea cual sea su raza, su religión o su
condición social. Ese amor, que no nace de una simpatía natural, sino del
Espíritu Santo derramado en nuestros corazones, es la esencia de la evangelización.
2. El Evangelio y la vigilancia
amorosa
En el Evangelio de hoy (Mt 24,42-51), Jesús nos
invita a vivir vigilantes, atentos, responsables. El siervo dichoso no es el
que espera pasivamente, sino el que permanece ocupado en el servicio y en el
amor cuando llega el Señor. La vigilancia no se mide por el miedo a un
juicio futuro, sino por la constancia en vivir el amor hoy.
La espera del Hijo del Hombre no es excusa para la
pasividad ni para el aislamiento; al contrario, nos lanza a la misión, a
implicarnos en el trabajo del Reino. Quien ama, vigila. Quien ama, se mantiene
en vela, atento al hermano, activo en la construcción de la paz y la justicia.
3. San Agustín, buscador y
maestro del amor
Hoy celebramos a San Agustín de Hipona, un hombre
que experimentó en carne propia cómo la gracia de Dios ensancha el corazón. Sus
búsquedas lo llevaron por muchos caminos, pero finalmente descubrió que el
verdadero amor no se encierra en sí mismo, sino que se abre sin fronteras: “Ama
y haz lo que quieras”, decía él, convencido de que cuando el amor de Dios
gobierna el corazón, todas las decisiones se orientan al bien.
Agustín nos recuerda que el amor cristiano es
expansivo: empieza en la comunidad, se alimenta en la oración, se robustece en
la Palabra y se proyecta hacia la sociedad entera. Es un amor que busca a los
que no conocen a Cristo, que dialoga con quienes piensan distinto, que se
acerca con respeto y compasión a los que sufren.
4. Aplicación jubilar: amor
misionero y vocacional
En este Año Jubilar, llamados a ser peregrinos
de la esperanza, la Palabra nos invita a dejar que nuestro amor vaya más
allá de las fronteras de la comodidad.
- En
lo personal: no
basta amar a quienes me agradan, debo aprender a amar a los que son
diferentes, a los que incluso me incomodan.
- En
lo comunitario: no
basta con cuidar a los de dentro de la Iglesia; nuestra misión es abrir
puertas, anunciar el Evangelio con alegría, tender puentes.
- En
lo vocacional: el
amor se expresa en la entrega generosa. Oremos para que muchos jóvenes
escuchen la voz del Señor y descubran en la vida sacerdotal, religiosa o
laical comprometida, una vocación de servicio.
Así, la obra evangelizadora de la Iglesia será
siempre creíble: no por discursos hermosos, sino por la fuerza de un amor que
se expande, que rompe barreras, que abraza a todos.
5. Conclusión
Hermanos,
que al final de nuestra vida podamos escuchar la voz de Jesús: “Dichoso el
siervo a quien su amo, al llegar, lo encuentre cumpliendo con su deber”.
Cumplir nuestro deber no es otra cosa que vivir vigilantes en el amor,
abiertos al otro, disponibles al servicio, activos en la misión.
Pidamos
la intercesión de San Agustín para que, como él, experimentemos que sólo en
Dios descansa nuestro corazón, y que ese descanso nos impulse a un amor que se
extienda, se desborde y alcance a todos.
Amén.
3
Estén despiertos: la vigilancia como camino de amor
y misión
1. La exhortación de Jesús: ¡Estén despiertos!
El Evangelio de hoy (Mt 24,42-51) nos pone frente a
una advertencia clara de Jesús: “¡Estén despiertos! porque no saben qué día
vendrá su Señor”. No es un consejo, sino un imperativo. Jesús sabe que es
fácil dormirse espiritualmente, distraerse con la rutina, con las
preocupaciones, con el cansancio. Por eso, insiste: quien ama, vigila; quien
ama, está atento.
La vigilancia que pide Jesús no se trata de
ansiedad ni miedo, sino de vivir cada jornada como don y tarea: que el Señor
nos encuentre trabajando en lo nuestro, cumpliendo con el deber, cultivando la
justicia, la paz y el amor.
2. Primera lectura: crecer en
amor y en santidad
San Pablo, escribiendo a los Tesalonicenses (1 Tes
3,7-13), revela la alegría que siente al verlos firmes en la fe. Pero no se
contenta con felicitarlos; los impulsa a crecer más: “Que el Señor los haga
crecer y abundar en el amor unos con otros y con todos”.
Aquí está la clave: la vigilancia se mide en
amor. Estar despiertos no significa vivir con miedo a la hora final, sino
vivir atentos a la gracia que fortalece el corazón, que nos hace irreprochables
en santidad, que nos lanza hacia los demás, más allá de fronteras, religiones o
clases sociales.
El imperativo de Pablo conecta con la llamada de
Jesús: estar vigilantes es cultivar un amor expansivo, firme y misionero, que
se traduce en servicio y en oración por la obra evangelizadora y por nuevas
vocaciones.
3. El salmo: sabiduría del tiempo
y alegría en Dios
El salmo responsorial (Sal 90/89) nos enseña a
rezar desde esta vigilancia:
- “Enséñanos
a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato.” ⇒
estar despiertos es aprender la sabiduría del tiempo, no vivir de
forma superficial.
- “Sácianos
de tu misericordia por la mañana y toda nuestra vida será alegría y
júbilo.” ⇒ la
oración diaria nos mantiene despiertos y nutridos en su gracia, cada
mañana renovados.
- “Baje
a nosotros la bondad del Señor y haga próspera la obra de nuestras manos.” ⇒ la
vigilancia cristiana se traduce en trabajo concreto, en misión fecunda:
evangelización, catequesis, servicio, acompañamiento vocacional.
Así, la oración del salmista nos conecta con Pablo
y con Jesús: la vigilancia es una vida llena de sentido, alegría y misión.
4. San Agustín: del sueño a la
vigilancia del amor
La memoria de San Agustín ilumina este mensaje. Él
conoció lo que es vivir “dormido espiritualmente”: sus búsquedas en la
filosofía, el placer y la ambición lo dejaron inquieto e insatisfecho. Hasta
que la gracia de Dios lo despertó, gracias también a las lágrimas y oraciones
de su madre, Santa Mónica.
De su experiencia brota aquella frase inmortal: “Nos
hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en
ti”. Estar despiertos, entonces, no es vivir agitados, sino vivir atentos
al Amor que llena todo. La vida de Agustín es un modelo de conversión,
vigilancia y apertura a la gracia que transforma.
5. Aplicación jubilar: misión y
vocaciones
El Papa nos invita en este Jubileo a ser peregrinos
de la esperanza. Esta esperanza se sostiene en corazones vigilantes,
atentos y dispuestos.
- En
la evangelización: la Iglesia necesita comunidades que no se duerman en la rutina,
sino que salgan con creatividad a anunciar el Evangelio.
- En
las vocaciones:
necesitamos jóvenes con el corazón despierto, capaces de decir “sí” a
Cristo en el sacerdocio, la vida consagrada o el laicado comprometido.
- En
lo cotidiano:
nuestra vigilancia se expresa en detalles sencillos —un gesto amable, una
oración silenciosa, una sonrisa compartida—, signos de que Dios está en
todo y que nosotros estamos atentos a su paso.
6. Conclusión
Hermanos, hoy Jesús nos repite: “¡Estén
despiertos!”. San Pablo nos recuerda que esa vigilancia se traduce en
crecer en amor. El salmo nos enseña a contar los días con sabiduría y a
trabajar con gozo. San Agustín nos muestra cómo dejar que la gracia despierte
nuestro corazón.
Que el Señor nos encuentre vigilantes: con las
lámparas encendidas, con el corazón en oración, con las manos ocupadas en la
evangelización y con la esperanza jubilar de que cada día es un paso hacia Él.
Amén.
28 de agosto:
San Agustín de Hipona, Obispo y
Doctor de la Iglesia —
Memoria
354–430
Patrono de cerveceros, impresores y teólogos
Invocado contra enfermedades de los ojos y plagas de insectos
Canonización pre-congregación
Declarado Doctor de la Iglesia por el Papa Bonifacio VIII en 1298
Llamado popularmente “Doctor de la Gracia”
Cita:
“¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas
dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba
sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no
estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no existieran en
ti, nada serían. Me llamaste y clamaste, y venciste mi sordera; brillaste,
resplandeciste y curaste mi ceguera; exhalaste tu fragancia y la aspiré, y
ahora suspiro por ti; gusté de ti y ahora tengo hambre y sed; me tocaste, y me
abrasé en tu paz.”
~ Confesiones de San Agustín, Libro X
Reflexión
Ayer, la Iglesia honró a Santa Mónica, madre del
santo de hoy, San Agustín. A pesar de una vida difícil, Mónica cumplió su deber
más crucial como madre y esposa: rezó por su familia y dio testimonio de
virtudes tan convincentes que su esposo, su suegra y sus tres hijos se
convirtieron a Cristo. Entre ellos, San Agustín de Hipona, uno de los santos
más venerados de la Iglesia.
Aurelio Agustín Hiponense, conocido como Agustín,
nació en Tagaste, actual Souk Ahras en Argelia, África del Norte. Fue el mayor
de tres hijos, con un hermano y una hermana menores. Su padre, Patricio, no era
rico pero tenía responsabilidades cívicas en su ciudad, parte del Imperio
Romano. Era pagano, de temperamento violento y vida inmoral. Su madre, hoy
venerada como Santa Mónica, había luchado con el alcohol en su juventud, pero
superó ese vicio. Criada como cristiana, abrazó de lleno su fe católica. A
pesar de sufrir por el temperamento y las infidelidades de su esposo, fue
modelo de caridad, y sus oraciones convirtieron finalmente a toda la familia.
El padre de Agustín no permitió que sus hijos
fueran bautizados, a pesar de las súplicas de su madre. Sin embargo, Mónica se
aseguró de que recibieran formación catequética y educación en los clásicos. La
fe de Mónica sembró en Agustín la conciencia de Cristo Salvador, aunque esa
semilla no caló en su juventud. Era travieso: en sus Confesiones cuenta
cómo él y unos amigos robaron peras, no por hambre ni por gusto, sino por el
mero placer de hacerlo. Escribió: “Amaba mi propia perdición. Amaba mi error,
no aquello por lo que erraba, sino el error mismo… buscando nada en el acto
vergonzoso, salvo la vergüenza misma. Era amor al pecado.”
Agustín se destacó en los estudios y su orgulloso
padre quiso enviarlo a Cartago, ciudad próspera cercana, a continuar su
educación, aunque debió esperar hasta conseguir un mecenas. Durante esos meses
de ocio cayó en mayores travesuras. Ese mismo año murió su padre, pero un rico
ciudadano costeó sus estudios. Ya en Cartago, se sumergió en la vida
desordenada: el teatro encendía sus pasiones, se embriagaba de sus éxitos
literarios, y pronto convivió con una joven con la que tuvo un hijo fuera del
matrimonio.
A los diecinueve años leyó una obra que cambió su
vida: Hortensius de Cicerón, que exaltaba la sabiduría. Ese texto despertó
en él el hambre de verdad. Sin embargo, en ese tiempo comenzó a dudar de la fe
cristiana, sobre todo por sus dificultades con el Antiguo Testamento, que le
parecía violento y confuso. Se encontró entonces con el maniqueísmo, filosofía
religiosa que prometía conocimiento secreto y confirmaba sus sospechas de
contradicciones en la Biblia. Según esta doctrina, la realidad era lucha entre
luz y tinieblas, bien y mal. El mundo creado era parte de la oscuridad, que
buscaba atraparnos. Agustín investigó sus enseñanzas con la esperanza de hallar
la sabiduría que prometían, pero nunca se adhirió del todo. Años más tarde, al
conocer al líder Fausto, se decepcionó por su mediocridad intelectual y
abandonó definitivamente el maniqueísmo.
Tras terminar sus estudios en Cartago, regresó a
Tagaste con su compañera y su hijo, y comenzó a enseñar gramática. Cuando
anunció a su madre que pensaba hacerse maniqueo, ella lo echó de casa, aunque
luego, inspirada por Dios, se reconcilió con él. Su éxito como profesor lo llevó
de nuevo a Cartago, donde enseñó retórica con renombre. Más tarde fue invitado
a Roma, lo que consideró un honor. Su madre quiso acompañarlo, pero Agustín la
engañó y partió solo. En Roma se desilusionó por los estudiantes que lo
estafaban en las matrículas, y terminó aceptando un puesto en Milán. Allí, a
los treinta años, su madre lo alcanzó finalmente, siendo testigo de su
conversión.
En Milán conoció al obispo Ambrosio, gran
predicador y pensador, que lo acogió con amistad, respondió sus dudas y lo introdujo
en la lectura adecuada de la Biblia, ayudándole especialmente con el Antiguo
Testamento. Ambrosio también impresionó a Agustín por su valentía frente a la
emperatriz Justina, quien quiso apoderarse de su catedral para los arrianos.
Un día, en un jardín, Agustín escuchó una voz
infantil que le decía: “Toma y lee”. Tomó una Biblia y abrió al azar en
Romanos 13,13-14: “…conduzcámonos dignamente como en pleno día: nada de
comilonas y borracheras, nada de lujurias y desenfrenos, nada de rivalidades y
envidias; revístanse más bien del Señor Jesucristo y no se preocupen de la
carne para satisfacer sus apetitos.” Esta lectura lo impactó profundamente
y aceleró su conversión.
Apoyado por amigos católicos, por los consejos y
oraciones de su madre, y por la gracia de Dios, Agustín recibió el bautismo a
los 33 años, en la Vigilia Pascual del 387, de manos de Ambrosio, junto con su
hijo. De regreso a África, su madre murió cerca de Roma, hecho que él narra en Confesiones
en una de las páginas más bellas sobre el amor entre madre e hijo.
En Tagaste fundó una comunidad religiosa con
amigos. Su fama creció y fue ordenado sacerdote en el 391, y obispo de Hipona
en el 396. En los 43 años siguientes se convirtió en uno de los teólogos más
grandes de la historia. Sus sermones, su cercanía pastoral y sus escritos
marcaron a generaciones.
Sus obras son monumentales: apologías, cartas,
comentarios bíblicos, tratados filosóficos y teológicos, reglas monásticas… Más
de cinco millones de palabras han llegado hasta hoy. Su Confesiones es
una autobiografía espiritual profundamente teológica; su Ciudad de Dios
confronta la crisis de Roma mostrando la contraposición entre la ciudad terrena
y la ciudad de Dios; su tratado sobre la Trinidad es un hito en la teología
cristiana.
En su último año, presenció la invasión de los
vándalos que destruyeron Hipona, pero no pudieron borrar su legado. San Agustín
sigue influyendo no sólo en la Iglesia, sino en todo el pensamiento occidental.
Síntesis espiritual
Podemos decir que Agustín vivió dos vidas: la del
hombre débil, confundido y pecador, y la del pecador transformado por la
gracia. Su célebre frase resume su vida:
“Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que
descanse en ti.”
Su lucha lo llevó a la verdad, y una vez
convertido, Dios lo usó de manera extraordinaria.
Oración
San Agustín, tú fuiste un pecador redimido por
Cristo. Luego dedicaste toda tu vida a la gloria de Dios y a la salvación de
las almas. Te ruego que ores por mí, para que yo descubra lo que tú
descubriste, e imite tu radical conversión, sin reservar nada a nuestro Dios
misericordioso. San Agustín de Hipona, ruega por mí. Jesús, en Ti confío.
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